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un ordenamiento por el cual algunas personas tienen más facilidades que otras para lograr
transformar las condiciones sociales a su favor. Así, por ejemplo, el ser pobre o rico, adulto
o joven, mujer o varón posiciona a cada individuo más arriba o más abajo en la escala de
poder.
Las mujeres, por las reglas que impone el sistema patriarcal, nos encontramos por debajo de
los varones en todos los ámbitos que compartimos con ellos, motivo por el cual acceder a
espacios de transformación de las reglas sociales en pos de igualar las condiciones se nos
hace más difícil que a los varones.
A esta situación se le suman otros condicionantes: si el ser mujer o varón fuera el único
determinante de la mayor o menor capacidad de transformación de la realidad sería más
fácil generar cohesión entre los distintos grupos de mujeres (y también de los varones) que
estamos a favor de la igualación de oportunidades. Sin embargo las otras categorías
existentes mencionadas anteriormente atraviesan nuestra condición de mujer: el ser ricas,
pobres, niñas, jóvenes, adultas, inmigrantes, nativas, educadas o no, entre otras, generan
división social entre los distintos grupos de mujeres.
En el escenario en el que nos encontramos entonces aquellos y aquellas que nos dedicamos
a pensar y a trabajar herramientas de transformación social esta multiplicidad de categorías
donde ubicar a un sujeto en el escenario social representa por un lado un obstáculo y pero al
mismo tiempo es una clave de trabajo: no se pueden pensar políticas públicas seriamente si
se piensa solamente en una de las problemáticas que atraviesan al individuo, sea cual sea el
sujeto al cual van dirigidas esas políticas. Pensar a los sujetos y a los grupos sociales no
solo desde una de sus categorías sino como grupos atravesados por más de una de ellas es
lo que determina el éxito de una política pública.
En este sentido, las y los que nos dedicamos a pensar sobre la cuestión de género nos
vemos en la obligación de pensar a la mujer no como sujeto aislado que encuentra
dificultades por su condición de mujer solamente, sino como persona que se ve atravesada
por otras condiciones. Esta mirada a la hora de la planificación de las políticas es
fundamental para lograr potenciar a las mujeres como sujetos de acción y no como sujetos
pasivos a la espera de un rescate externo.
Por ejemplo: no es lo mismo pensar en políticas para los varones pobres que para las
mujeres pobres, ya que las segundas se encuentran en una situación de doble desventaja y
por lo tanto hay que pensar en una política diferente. No es lo mismo pensar en una mujer
migrante y su acceso a la salud que en una mujer nativa y su acceso a la salud o en un varón
y su acceso a la salud.
La ventaja que tenemos es que ya existe una herramienta pensada para lograr
transversalizar la perspectiva de género en todas las políticas públicas. Esta misma
herramienta puede ser utilizada para transversalizar cualquier otra perspectiva que se
considere necesaria o urgente según el momento histórico en el que se encuentre un
gobierno. Dicha herramienta es el Plan de Igualdad de Oportunidades, el cual se aplica hace
ya muchos años en muchos municipios del mundo.
Ricardo Alfonsín continuamente en sus discursos hace referencia a que cuando sea
Presidente de la Nación todas las políticas que lleve adelante su gobierno serán pensadas de
manera tal que todas apunten a terminar con la pobreza estructural que hoy atraviesa el
país. En este sentido, todas las políticas publicas deberían ser revisadas de manera tal de
cumplir con dicho objetivo. De esta misma manera funciona un plan de igualdad.
Corriente Progresista