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NCH ‘Ana Maria del Rio Sree an emcee atiever Taconite meS Tre RUC Le RGR SN cao PCC mitt feerigeee remy Su etigr tape ae Lita, la nifia del fin del mundo ‘Ana Maria del Rio ALEAGUARA SERIE ROJA “Tula orga i leider dl mundo (© 2003, Ans Masia de Rlo : ° sa odin 2003, Agar Chiles de Ediciones SA De Anil Aves 144, Providence Senigo de Cie + Aguilas, Ales, Tears Alloguars SA. de Ediciones 4%. Leandro N, Alem 720, C1001 AAP Buence Alre, Argent + Sane de Baiiones S.A. ‘eda, Arce 2833, ene Resend Guier Beli Salinas, La Pa, Boi + Distabuidoray Editors Agult, Alea, Taras Alfguara $A GileS Nim. 10-23, Seale de Bogs, Colombia, + Grapo Sanilana de Ediciones SL “Tenrlguna 6.28043 Madd, Espata + Aguiar, Alte, Taurus, Alfguar S.A de CY! Avda Unersad 767, Colonia dl Ville, México DF 03100. Senalana 5 ‘nda. Venezula N® 276, eIMeal. Lip» Exp, ‘Aun, Parnas ‘Snails SA ‘da, San Felipe 731, Jes Mata Lin, Pe + Fdicones Sanillans S.A (Conatiocién 189. 11800 Monevideo, Uragan, ISBN: 996.289.2726 Inseripetin Ne 136154 espe en China/Prind i China Pers econ neem 2003 Quine ei: junio 2008 Disco deb cole Jost Crp Rass Marin. Jeni Sane listen de eer Raquel Eehenigne “Todos la derechos reserva Esa publcaci no puede ser rprodacids nen oo nen pare mi estade eh. 8 waneminds por of sistema de eeupencon de iforacian. en ning forma ni por singin medio. act mecknica, Foxoquimico. decree, magoetice. eeeodptico por frocpi. 0 cualeie ta permis pes Porescta des Eloi. Z indice 5 Ami, la llamita blanca...... La nifia de la voz ondulante La cacerfa frustrada....... La vida del valle... E] cazador de figuras..snron Akaro y Lita. La celebracién. Hasta encontrar al Mi Las huellas cercanas. Més al sur atin. Scort.. Prisionero de la roca, La tiltima batalla. La huida.. Scort nuevamenti Biograffa de la autora il lodén Gigante... git libros ering de imprimit len el mes de junio de 2008, en los aalleres de Asia Pacific Offer Led., China, Ana Maria del Rio ‘Ana Maria del Rio es una reconocida autora chilena de libros para adultos, Entre sus obras publicadas se encuentran: Entreparén- esis (1986), Oxido de Carmen (1986), De golpe, Amalia en el umbral (1991), Tiempo que ladra (1991), Siete dias de la sefiora K (1993), 4 tango abierto (Alfaguara, 1996) y La esfera media del aire (Alfaguara, 1998) La bruja bella y el solizario (Alfaguara Infantil Juvenil, 1999) y La historia de Mandi (Alfa- guara Infantil Juvenil, 2000) ya son dos de sus titulos para puiblico infantil y juvenil Ana Matia es licenciada en Pedagogia en | Castellano en te Universidad Catdlica de Chile y se especializé en literatura latinoa- mericana en EE.UU. Lita, la nifia del fin del mundo fe = eee Lita. 5 Lita corria. Ni ella misma sabia hacfa cudnto tiempo. Pasaba veloz, por el medio del bosque, con toda la fuerza de su cuerpo entrenado para correr como el de un hombre, 2 pesar de que era una nifia que solo tenia catorce afios. Cortla y ofa sus propios pasos. No era como en las escepas 0 como en los suelos nevados de aquel mundo dejado atrés, en que fos pasos se volvian mudos y la velocidad solo una intencién del pensa- miento, disuelta en ef inmenso silencio de la nieve tema. Ahora, Lita corria y ofa su propia velocidad en la quebrazén de ramas, hojas, y el chapoteo musical de sus pies en esa especie de nata acuosa que era el piso de aquel bosque milenatio de robles, araucarias, maitenes, boldos, sequoias. Las hojas se hallaban bajo un hielo delgado como un caramelo. Ella lo sentia ttizatse bajo las plantas de sus pies, envueltas en resis- tente piel de guanaco, Pasaba..como un pensamiento répido por entre la masa de ese verde tan oscuro que parecta negro, de bosques que no terminaban nunca, Era un 8 mundo vertical, de columnas vegetales milenarias que susurraban su antigiiedad y parecian cambiarse de lugar. Era muy facil perderse en el bosque. Solo corria y corria, Arriba, lejano, se vislum- braba apenas el cielo y los dias pasaban bajo un sol flo envuekto atin en hielo, Lita iba en pos de un animal. Pero algo més oscuro que esa seguridad corria también con ella, dentro de elle, como una nuez desconocida, algo que no sabia qué era, pero que volvia su carrera desespe- sadamente veloz. Algo suyo, su corazén, su pulso se hallaba ya dentro del animal perseguido. Solo tenia que alcanzarlo, Ya le pertenecia. Lita era cazadora Lita era la tinica nifta cazadora de la banda de los Hombres del Milodén. Al mirarla, los hombres de la banda grufian por lo bajo. Pero la aceptaban. Lita no era cualquier nifia. Habia sido hija de Malka, la mujer més bella del mundo. Al morir su madre, en la noche terrible de la que nadie hablaba en la banda, su padre, Uble, el jefe del grupo de cazadores, se habia negado a que viviera con las mujeres y realizara sus trabajos. En cambio, la habia adiestrado en las duras tareas del hombre. A pesar de los rezongos de las mujeres, Lita habia sido entrenada junto con los muchachos de la banda, Uhle la llevaba con él a todas partes. Por esto’ Lita era delgada, con una musculacura de un solo nervio, como un junco; alta, bella y salvaje Bajo su piel fina y bronceada, se veian los fuerces miisculos, como los de un muchacho. Sus pémulos altos marcaban su cara como dos signos de poder, Era la hija del jefe. Del mejor cazador. 9 A pesar de las feroces miradas de reprobacién y las eejas enarcadas de los otros cazadores, su padre la habia llevado consigo a las jornadas de caza, sacin- dola del grupo de las mujeres que se guarectan bajo los aleros rocosos o’se encerraban en las cuevas de las montafias, encendiendo el. fuego, preparando los raspadores y raederas con las que arrancarian la piel del animal cazado, salivando por anticipado imagi- nando la carne que pronto comerfan asada y crujiente. Se relamian los labios y patloteaban sin cesar, entrecho- cando las piedras delgadas, afiladas como cuchillos. Tambien a ellas les parecia que convertir en cazadora a una nifia, elevarla a categoria de var6n era ir contra todas las reglas de la vida. Pero recordaban cémo ha- bla muerto Maka, la madre, y entonces, acepraban. Conocian bien lo que pasaba en el solitario y helado coraz6n de Uhle, el gran cazador de la banda de los Hombres del Milodén, que desde aquella noche espantosa, lloraba por Makka su amada compafiera. Y sabfan, también, que enfrentar a Uhle era quedarse so- Jo en aquel mundo de hielo infinito que cubria todo y que desde hacfa algin tiempo habia comenzado a ablandarse: se iba derritiendo lentamente, con feroces crujidos en los que rechinaba la geografia entera, No convenia quedarse solo en este mundo. El entrenamiento de Lita habfa sido duro, durisimo. Comenzé cuando sus hombros griciles secién se afirmaban, levemente cuadrados, sobre sus caderas angostas dejando ver una figura enjura y gré- cil, llena de tendones jévenes y de fuerza. Su padre la habia hecho correr hasta el desfallecimiento, a través de las estepas cubiertas con una costra de hielo, sin i 10 caer, sin resbalar, ensefidndole a dar caza a aves en vuelo; la habfa hecho trepar mas y mas y més répido a dtboles altisimos de troncos lisos y resbalosemente verdes, llenos de limo; habfa ejercitado su fuerza ha- ciéndola- llevar pesos inconcebibles para su edad; la alimentaba apenas para mantenerla eléstica y fuerte. Un dia la hizo venir. La miré, serio, cefitudo, con ese cefio que se le habia puesto desde aquella terrible noche, la noche del Milodén, alld lejos en las estepas, hacia miles de afios, cuando el mundo se habia oscurecido para Uhle al ver el cuerpo de Makka, roto, sobre aquella roca de la muerte. —Confia en mi, Lita —habia dicho su padre aquella vez. Entonces, sacando su cuchillo de despresar habfa cortado a la nifia detrds de las rodillas. Fueton dos tajos certeros y profundos. La sangre de Lita corrié por sus pantorrillas hasta caer tinica, roja, més roja que el rojo, sobre la nieve alba, Lita apreté los dientes. Junto al desfalleci- miento, sintié que le subfa al corazén una salvaje energia animal. Sus narices se abrieron, oliendo el glacial. Luego, su padre la hizo correr hasta el dolor, hasta el Ianto, sobre la nieve blanda de una meseta sobre los bosques, que se fue tifiendo lentamente con la linea rosada de su sangre y de su velocidad. Lita sabfa que ése era el tratamiento que le daban a los jévenes cazadores de la banda. Se lo ha- bfan dado a todos los hombres cuando eran jovenes que se incorporaban al grupo. Entonces, sintié que su padre deseaba ardientemente que ella hubiese sido muchacho. Y asf era. Y asf no era, también. ul Después de la carrera, Uhle fa levanté tierna- mente entre los brazos y la lev medio desmayada hasta el campamento. Alli junto a Sat, la mujer sabia, €l mismo la curé aplicéndole hierbas en las profundas heridas tras las rodillas y acaricidndola. En medio de su ofdo, muy quedo, Lita sintié que su padre cantaba una cancién solo para ella, acundndola, protegiéndo- lay marcéndola para siempre como su hija. —Hija de Uhle, la cazadora —decian los hombres, rechinando los dientes con ira. La joven hi- jadel mejor cazador que jamés habian tenido habla pasado a llevar a todos. Dejaba atrés al viento. Cortia mis répido que todos ellos y era capaz de trepar una saliente de roca en un santiamén. Era capaz de per- manecer dias de dias al acecho de un animal, sin mo- verse, sin respirar, sin comer. Y sin que el animal la percibiera y emprendiera la huida. No tenfa nunca suefio ni daba muestras de cansancio. Su prodigioso olfaco podfa seguir a los animales a miles de pasos de distancia. «Bs perfecta», pensaba Uble, mirindola «Perfecta. La continuacién de mi Malka, mi unigénita», murmuraba para s{, Pero sentia un miedo cerval, en el hueso de su corazén, de que Lita le fuera arrebatada de manera tan siibiea, tan grotesca como le habia sido arrebatada Makka, su amada compafiera. Eso lo evi- tarfa él, el mejor cazador de la estepa. No la dejaria ni a sol ni a sombra. Y le ensefiatfa a defenderse en contra de los seres del mundo. De casi todos los seres que podfan hacerle dafio. Y sobre todo, le ensefiarfa el sentido de la vida de los hombres de la Banda del Milodén: dar muerte al gigantesco comedor de hierbas, 12 ef extrafio animal que habia sido el causante de su so- ledad y de su maldicién, de la detencidn del tiempo para la banda desde aquella terrible jornada. Uhle sa- cudié la cabeza. No le gustaba recordar. Su vida, su tiempo, habfan quedado enquistados en ese momen- £0, quieto y sombrio. Perfecta? Aunque Lita manejaba la lanza con destreza y era capaz de pulir finas puntas de piedra hasta dejarlas agudas como palabras de mujeres, Lita se habja negado siempre a usar la lanza en contra de los animales. .A pesar de las reconvenciones y de dejarla sin comer, Uhle no habia conseguido nunca que Lita disparara una lanza o ayudara a empujar un peftasco desde un saliente rocoso para matar un ani- mal. A pesar de los castigos. A pesar de los gritos. A pesar de los cefios fruncidos, Y, sin embargo, desde que Lita se habia incorporado a la banda de cazado- res, munca les habia faltado un animal que despresar, nunca habian dejado de tener pieles para el invierno, Lita tenia un elfato prodigioso. A cientos de pasos de distancia, era capaz de sentir la presencia en aire de un guanaco, de un mamut, de un huemul, una llama gigante, un caballo, 0 un ciervo de los pantanos, 0 antes, de un bisonte, cuando habfan caminado durante afios por las desoladas estepas del norte, Cuando ella olia el aire, comenzaba la perse- cucién. Lita corria como el viento, sin equivocar nunca la huella del paso dejado por el miedo y la huida del animal. Corria tan rapido que los demés cazado- res nunca habian podido ir a su par, Tenlan que contentarse con esperar a verla aparecer con su larga 1B melena rojiza como el tronco de los robles, sefialando con su delgado brazo el lugar en donde se agazapaba el animal acorralado. Entonces, Ilegaban los hombres acezando pot la carrera y se aprestaban a la caza ya la muerte, Lita se alejaba, pero no podia dejar de escu- chat los bramidos del animal aterrorizado x los gritos salvajes de los hombres, el ruido sordo de las piedras y el silbido de las lanzas. Cerraba los ojos, su corazén se encogia, y cuando regresaban con el animal Janceado y sangrante, ella dejaba pasar a los hombres locos y triunfantes. Lita, entonces, arrascraba los pies, perdi- da toda su fuerza y su velocidad, toda su energia y se convertia en una nifia solitaria y triste. a La misién . Than todos tras lo mismo desde aquella no- che, hacia cientos de afios en las estepas de Asia. No sabian cémo habia pasado el tiempo. Pero sf se daban cuenta de que el tiempo no los tocaba a ellos, a los de la Banda del Milodén. Nadie moria, nadie envejecta, nadie nacfa entre los hombres del Milodén. No ha- blaban de eso. Pero los dias y los afios y las decenas de afios se habfan sucedido, sin rozarlos. De las heladas estepas habjan comenzado a hhuir los animales hacia ese ocro mundo lejano y tras ellos iban las bandas en pos de su comida. Los de la Banda del Milodén seguian la misma ruta, pero iban con orra misién y todos lo sabian. Por eso, se distin- gufan de los ottos de aquel entonces, recelosos y huidizos. Ellos, la Banda del Milodén, no hulan, Per- segufan algo, incansables y tenaces, con una paciencia que lindaba con la eternidad, Desde las extensiones de hielo endurecido habjan atravesado el angosto corredor errestre entre dos inmensas mutallas de hielo que habian quedado como un paso natural al recoger- se'los mares con el hielo que cubria el mundo. Todos 16 habfan partido ya. Las otras bandas habian iniciado le marcha siguiendo a los animales que bajaban hacia el sus, hambrientos y yertos. Elles, los del Milodén, habfan atravesado aquel angosto paso, recién abierto, como para ellos, con el alma en un hilo, pisando el suelo fangoso del fondo de lo que habia sido mat, sabiendo que se adentraban en lo desconocido, pero sabiendo a ciencia cierta que no podian dejar de ir tras dl, Tras el Milodén Gigante. Lita, frégl y fuerte a la vez, distinta, caminaba al lado de Uhle, La nifia les merecia respeto, admira- cién, pero también un poco de odio y envidia. A los mis j6venes les atraia y repelfa. La sentian su igual. Podia competir con ellos en velocidad, destreza y re- sistencia. Y eso a los jdvenes adolescentes de la Banda del Milodén les daba rabia, mucha rabia. ;Por qué no se quedaba encuclillada soplando el fuego y parlo- teando con las demés mujeres? Y las mujeres zacaso no eran sus iguales? Eran los seres que mantenian el fuego y mascaban las pieles hasta dejarlas suaves como una caricia. Pero esta muchacha bella, inquie- ante, corrfa como el viento y lanzaba una invisible boleadore para apresar ef alma de los animales, Era distinta, tan distinta... Lita percibia todos estos sentimientos envolver- la como una piel confisa y no del todo sana, cuando estaban todos juntos alrededor del fuego en las frfas noches de aquel invierno que ya duraba cientos de atios, El tiempo les cafa por encima sin tocarlos, gua- recidos del paso de los dias como si fuera una lluvia y ellos se encontraran bajo una hoja gigantesce. Lita sentia que alrededor de ella se tejfa una 7 malla de admiracién, atraccién y odio que persistia a través de los lugares, de los distintos tipos de vegeta- cidn y colores de tierras por donde pasaban. Lita era inalcanzable. Y por eso, los jdvenes, a veces, habfan deseado que desapareciera. O que el Milodén se la llevara. | i La muerte de Makka . Mientras Lita corre, siente que los arboles, las ramas se deslizan veloamente hacia atiés. Y entre las ramas, su pensanieno se enreda hacia el pasado Recuerda toda su larga, larga vida. Que no itranscurre, sino que parece detenida como las aguas quieras de aquel lago. Como la vida de todos los que perenecen a la banda, Lita quisiera, a veces enrollat! el tiempo como los cueros de uanacos y desenvolvetlo hasta los orfgenes. A veces lo logta. Hoy, por ejemplo, el tiem- po se le va hacia atrés a medida que sli velocidad aumenta. | «Algo le pasa al hielo», pens6. | Era cierto. El suelo del wor bosque se ablandaba. En la carrera, sus pies veloces habfan comenzado a hundirse en una pasta de saves ramas, hhojas y agua, agua semi pancanos¢ inbbgnita, can distinta de las dures llanuras con la costra de hielo impfo o las cumbres montafiosas con oan dehie- lo verde y rocas afilaidas, por las que habjin trepado, bajado, vuelto a trepar y a bajar durante tantos afios. «Como habian legedo hastal alls: Sus 20 recuerdos se jban lejanisimos hacia la gran estepa de donde habfah venido, cientos de afios antes. Desde alli habjan partido después de aquella noche restible, que aunque:ho quisiera, se le venia al recuerdo: la no- che del Milodén. La noche en que su madre Makka habfa muerté a manos del Milodén Gigante. Lital tenia catorce afios y habla seguido teniendo catorce afos por todo aquel extensisimo perfodo de tiempo, como si el tiempo se hubiera que- dado dormido, enrollado como una piel de vigje. ‘Aguéllo habia sucedido en Asia, la lejana, Era tuna tarde como todas en la banda, Los jévenes caza- dores y los hombres se hallaban algo més alld afilando piedras para las puntas de lanza. Las mujeres, encucli- lladas, preparaban pieles, avivaban el fuego,, ponfan semillas a hervis, pulian y machacaban, Todas estaban en tierra excepto la bellisima Maka, la eterna inquie- ta, la mujerjde Uhle, el joven jefe de la banda, Ella se hallaba subida a una gran haya cerca del alero. Como siempre, buscaba hojas, semillas, flores. Se apasiona- ba por la yariedad y por los descubrimientos que ya habia hecho: hojas que hactan dormir, hojas que hacian bailar, hojas que servian para. sanar heridas, Los grandes animales ya habjan emprendido Ja marcha hacia «lejos». Asi se designaba la estepa infinita que se extendia més y més all, al otto lado de este mundo, donde los ojos se perdian en el horizonte curvo de la tierra. Los animales iban exhaustos, en busca de Ja inmensa cantidad de hierba diaria que necesitaban para no morirse de hambre. Algunos quedaban tirados en el camino. Otros, los més resis- tentes, seguian y seguian, naclan otros durante el 24 peregrinar y los descendientes volvian a retomar el camino, No sabfan que iban hacia el sur del mundo. La banda de Uhle atin no partia. Para ellos, dejar las estepas de Asia era dejar la libertad. Todos eran jévenes, fuertes. Estaban convencidos de que podelan resists. Aun habia bisontes, mamuts, grandes Caballos y ciervos de los pantanos por los alrededores. Y ellos eran cazadores expertos. El Milodén Gigante se presenté esa tarde de stibiro en medio de la banda. Ninguna de las mujeres Jo vio llegar. Acosado por el hambre, el colosal herbi- voro penetr6 como una tromba en el campamento de los cazadozes a una hora desusada. Ningiin animal caminaba de noche, excepto los lobos. ‘Asustado por los gritos, el inmenso animal bramé aterrorizado, con el miedo derramandose de sul piel en un olor espeso € insoportable, se dirigis derecho hacia el nico arbol, la gran haya donde estaba subida Maka, Lo sacé de cuajo con sus garras eiganvescas y agt6 la copa en todas ditecciones. Maka salid. disparada y se estrell6 contra las rocas. Lenta~ mente, fue resbalindo del monticulo, dejando un rastro de sangre como la huella de su alma, junto a sus miembros que quedaron descoyuntados como los de ‘una museca rota. A los gritos de las mujeres, llegaron los hombres, y ahi mismo, en una noche que nadie jamés olvidatd, e entablé una lucha sin cuartel. Bran Jos mejores, més jévenes y resistentes cazadores de ‘Asia contra un animal de unas dimensiones que nadie habrfa imaginado. Alto como los més altos arboles, con una masa corpulenta y una piel gruesa, parado en 22 Jas patas traseras, manoteando y arrancando ramas en medio de espumarajos de ansiedad, con los ojos fuera de sus Orbitas, Los hombres capitaneados por Uhle, que todavia no se habia percatadoide la muerte de su compafiers, lo cercaron, vidos. Si io mataban, habria comida para varios meses, Pero el animal prevela sus movimientos y las heridaside lanza no parecfan importarle, Parecia tener usa resistencia exerna. Sin embargo, en un momento se tambaleé y se dejé caer sobre un costado. Su sangre manaba abundante de dos heridas principales: una en el muslo izquierdo y otra al comienzo de la ingle. Los hombres se quedaron paralizados, en silencio, las antorchas en- cendidas en sus manos, Entonces, Sar, la mujer més sabia, la mayor de la banda, fue a traer dos recipientes ensebados. La sangre los llen6. Y en cuanto comenza- ron a rebasas, el Milodén Gigante lanzé un terrible bramido y se incorporé. Apenas habjan tenido unos minutos de respiro, La hucha continuaba, El milodén, enceguecido por las antorchas, retrocedié hacia el ale- ro donde se hallaban las mujeres y los nifios. Si cata sobre ellos los sepultarfa a todos. ral era su tamafio En ese momento, Uhle descubrié a Makka, guieta, con su largo cabello rojizo, esparcido sobre la roca en un alarido mudo y final. Uhle, aullando, se lanz6 sobre ella y la recogié.en sus brazos sin poder creer que el milodén, de un solo movimiento. le habia arrebatado a su mujer. Makkka se desmadejé en los brazos del cazador, como un agua muerta. Uhle entonces lanzé un grito, un grito que todos recuerdan. Era un grito geografico, de un dolor més grande que la llanura, Todos quedaron paralizados: El Milodén 23 Gigante abandono su postura erguida y empzendié la huida 2 cuatro patas. Nadie se lo impidié. Todos miraban a Uhle. hortorizados de la porencia de aquel grito. Después. Lita recuerda imagenes borrosas. Todo cambié en la vida de la banda. Uhle permane- cié solo en una cueva con su compafieta durante varias semanas. No dejé.qu¢ nadie la tocara, ni siquiera para arreglar su cuerpo de nifia y de mujer esparcido en la muerte paca siempre, No dejé que nadie lo viera. No dejé que las mujeres eneraran en la cueva.a dejarle comida. No permitié que nadie consolara sus ligrimas y sus feroces gritos llamando a su amada que viajaba ya tan lejos, tan lejos. vob - La partida . Cuando por fin Uhle salié de la cueva, blanco, con sombras violetas en los ojos y la boca convertida en una caverna de horror, todos comprendieron que sus vidas tomarfan un destino distinto. Los compafie- ros cazadores de Uhle, las mujeres, los pocos nifios —era una banda pequefia de unas veintiséis personas =-se acercaron a él. Todos estaban enflaquecidos. Se habian mantenido en cuidadoso silencio durante esos. dfas, sin partidas de fr comiendo las hierbas y se- millas machdcadas| por las miujeres en morteros de piedra. Bstaban todos palidos, desmejorados. Bl ham- bre hacta presa de ellos. Uhle hablé entonces, sempre con el cadaver de Makka entre sus brazos. El frfo y el hielo lo habfan conservado y lo mantendslan intacto por mucho tiempo. —Nos varhos tras él —dijo. E indicé la sen- da que habfa tomado el animal al desaparecer. Bra la senda hacia elejos», No agregé nada més. Todos comprendieron. Asi tenfa que set. Lo perseguirian hasta datle ‘alcance. ‘ 26 Hasta matar al Milodén, Seria su tinica misién de ahi en adelante. : Entonces, se adelanté Sat. Lita la siente atin cerca. Recuerda su rostro ajado y recuerda todo lo que sucedié esa noche, mientras corre ahora por el bosque, Sat se adelanté con los dos recipientes llenos de esa sangre que con el fifo se habia vuelto espesa y negra. Se acercé a Uhle y le dijo algo que nadie oyé. Uhle asintié, Le tenfa respeto a Sat. Era fuerte, fa hermana mayor de Malka. La cabeza més sabia de la banda, Silla decfa que algo era necesario, éra necesa- rio, Sat era quien ayudaba a traer los nifios al mundo, sacindolos de entre las piernas de las mujeres, golpeindoles las nalgas hasta que Horaran y envol- viéndolos inmediatamente en pieles suaves Las ollas contenian la sangre del Milodén. Sat siempre guardaba cosas. Semillas, ramas, hojas. Esta vez, nadie sabia por qué, habla guardado ese Kiquido oscuro y gelatinoso, casi negro, que despedia un olor a muerte mientras Sat Jo calentaba al fuego. Era el olor del inmenso animal. Los nifios retrocedie- ron gritando. Esa noche, bajo la luna, junto a la inmensa fogata, uno a uno, todos los miembros de la banda fueron desfilando frente a ella, Sat sumergfa un hisopo hecho de piel de bisonte en los recipientes de sangre del animal y untaba a cada hombre, cada mujer, cada nifio, Nadie podfa tocarse la sangre, Debia secarse sobre uno, Lita atin recuerda aquel grupo de hombres y nifios pintarrajeados, dando vueltas en redondo alze- dedor del fuego para que la sangre se secara sobre ellos. Era una escena tertible que hizo esconderse a la luna 27 La noche oscura disimulé él color morado de la sangre del animal maldito que habja-huido hacia'el lugar de donde viene el sol, probablemente acosado por el ham- bre, como todos los sees vivientes de aque! tiempo. Desde esa noche, todos supieron que serian distintos a todas las demas bandas que tecorrfan las estepas de Asia. Serfan la Banda del Milodén. Su des- tino serfa perseguirlo, encontrarlo y darle muerte donde quiera que se encontrara. Pocos dias después, dos cazadores lo avistaron dirigiéndose hacia «lejos». Iba con los otros grandes animales hambrientos que se internaban hacia lz nada desconocida, galopando con sus flancos gigan- tescos por la salvaje extensidn blanca de aquella tierra endurecida bajo una costra de hielo verdoso que he- ria los ojos. El Milodén Gigante también habfa sido vencido pot el hambre y comenzaba su petegrinacién hacia lo que nadie conocia. Entonces Uhle hizo una seia 3 as mujeres. Se iban. No habja nada que hacer. Con angustia, cada una comenzé a empaquerar los morteros, las pieles, los huesos' que servian de heen los maderos, las pequefias cosas de cada dia] los carbones para el fuego, los recuerdos, las cosas preciadas, las semillas. Se hactan grandes bolsas de Pie que colga- ban con bandas anchas a su frente, «Hllas levaban todo», recuerda Lita, Los hombres iban én los flancos con ka lanza, y las piedras afiladas en la shano, miran- do a todos lados, alertas, siempre alert fbamos tras el Milodén, «El/ era nuestro destino», piensa Lita, mientras penetra din més en la espesura verde negra de este bosque compacto y helado 28 del sur, «No nos habfamos dado cuenta todavia, piensa Lita, sin dejar de correr por el bosque htimedo. «No comprendiamos atin qué era lo que nos habia pasado, Lo'sabriamos después, mucho después». mafiana de hace decenas de afios se inicié la marcha. Al final iban dos-hombres que se tumaban llevando cuidadosamente una bolsa de la piel més fina de bisonte. Dentro, balancedndose como en un barca, iba el cuerpo de Makka, incortupto por el hielo. Ulile no se separaria jams de ella. Coimenzaron la marcha con temor. La tinica enteramente placida era Makka, dormida y bellamente palida como el fifo de esa mafiana, dentro de su bolsa de pieles, como unia nifia' dormida. El frio y la nieve la hacian conservarse intacta, casi sonriente, casi inmortal. Llegaron frente a un largo desfiladero y se detuvieron, i ~jpasl habia agua ante’ —dijeron los ras- treadores después de agacharse y oler el suelo—. Ay eee lo. Agua Era cierto, Las aguas de los mates del mundo se habfan recogido. Mas o'menos el mismo grosor de la capa de’hielo que cubria al mundo. Sintieron ese hielo sobre su coraz6n, cuando advirtieron que los animales liambrientos se habian internado por ahi. Era el corredor que unia fos dos mundos, Caminarian por lo que habia sido el fondo del mar, Todavia era un terreno cenagoso. Lleno de algas, restos de plantas acudticas y conchas desiertas de caracoles. A ambos lados se erigian dos murallas temibles de hielo oscuro. Era como pasar por la muerte. Los rastreadores de 29 huellas habfan visto al Milodén tomando aquel sendero. Era por lo demés el tinico. Lo que nadie sabia era qué habria al otro lado, Fueron dias y dias oscuros de marcha enlodada por ese suelo blanduzco y maritimo. Todos sabfan que estaban entrando a otto mundo, Todos sentian lo que Sat sabia a ciencia cierta, Que sus vidas nunca iban a ser iguales después de la muerte de Make, Por fin, se avisté la salida. Los muros de hie- Jo a ambos lados comenzaron a disminuir de altura y el grupo de pronto se decuvo. Se veian diminutos frente a la inmensa extensién de hielo que se-avecina- ba. Un mar de hielo sin fin. A lo lejos, distinguieron los bramidos y los sones de las pezusias de los anima- les gigances que galopaban para llegar pronto 2 algiin punto y cortar esta terrible infinicud. Ti vas conmigo, Lita —dijo Uble miran- do a su hija y colocéndola junto a si. Las mujeres se miraron, ;Qué queria deci eso? :No tenfa la nifia que ir con las mujeres y llevar al equipaje y las tiendas y las pieles? Los hombres mi- raron el suelo, grafiendo, Nunca se sabia con Uhle. Peto era el mejor. Y habfan decidido seguirlo. Des- pués de un momento de silencio més duro que el mismo hielo, comaron la decisin, Se internarian en este otro mundo. No sabian qué les esperaba del otro ado. Lo que sf sabfan era que se trataba de otro mun- do, otro cielo. ¥ todos tenfan el miedo anidado en el fondo de sus corazones, como un péjaro encogido. Marcharon tras él en silencio. Mo iba al costado de mi padter, recuerda Lita, «E] mundo parecia grande, inmenso». r Alero ". Alkato era un nifio que pertenee{d a una de las muchas bandas que habfan iniciado su'viajé decris de los animales que se desplazaban hacia el sur del mundo en busca de alimento y de agua. Akaro tenia tuna piel canela, suave y lampifia, un pelo tan brillante como la noche y una especie de silencio ei el mover- se y en el andar. Su banda habia llegado a una zona plana, una meseta cilida al borde de alta montafias por donde deambulaban animales gigantes y no tan gigantes. All! permanecieron largo tiempo, pero los pastos comenzaron a escasear, los animales a mori y la banda debié seguir més y més lejos. Ahora, el grupo de Akaro estaba llegando a orra tierra Iena-de extensas masas dé! hielo, de bosques de un verde compacto, casi negrd, de vientos shai lenos de polvo de nieve que cortsban ia cara ¥ que los habian obligado a guarecerse bajo grucsas pieles para sli a cazar. Las piedras perenies de la cd- lida meseta habian quedado acrés. Esta gtra era una tierra en que el frio reinaba todo el tiempo como itn gran arbol invisible que cobijara codos los bosques, i 1 32 todas las estepas. Siempre hacia fifo. Casi siempre hacia hambre. Pero) Akaro no siempre tenia hambre ni fifo. No era com¢ los otros voraces cazadores que venfan persiguiendo a los grandes herbivoros y afilaban piedras todd el dia, esperando. Los mismos que, cuando lograban cazar alguno de los escasos animales, se precipitaban sobre él disputéndose los pedazos y las pieles hasta que més de uno quedaba tendido en el suelo, sangrahdo. Mientras, los animales segufan des- plazéndose hacia la hierba del sur y hacia las extensas masas blanca de hielo que se divisaban como un mar estitico y silencioso. Akaro tenta cerca de trece afios, Eta moreno, no muy alto, no muy recio, més bien de huesos tenues, delicgdos, con inmensos ojos negtos y una sontisa en la que cabfa todo el mundo. Los mayores, sobre todo su. padre, estaban inquietos con él. No era como los ottos nifios.cazadores de la banda. No le gustaba corter a gran velocidad, ni competis, ni golpearse con fos otros nifios. No le gustaba lanzarse sobre un inmenso mamut vencido y agénico y enterrar- le piedras afladas o ayudar a Jos mayores a empujar una wemenda roca para romper ¢l créneo de algin ciervo gigante 0 dejalguna inmensa llama que tomaba agua en una quebrada, alld abajo. Akazo era callado. Las mujeres lo miman demasiado, pensaban los hombres. No siente en su al- ma la excitacién de la caza, la necesidad de acorralar al animal, de irlo cercando hasta vencerlo; de sentir el miedo de otra carne huyendo de ellos. No. Akaro no sentia nada de eso. Mis bien 33 su alma iba con el animal perseguido, entraba dentro de los belfos resoplantes de los poquisimos mamuts que iban quedando, entraba en la piel del ciervo de los pantanos y del caballo gigante que corrfan a loca velocidad con el corazén saliéndoseles por el miedo. Miedo de encontrarse con su feroz enemigo, el que nunca tenia piedad. El hombre, Akaro sélo habia co- nocido animales muertos de terror. En los'ojos se les habia grabado el miedo y el universo se les aparecia en dl iris deformado, lleno de puntas de lanza, lleno de aullidos. Las mujeres de la banda procegian a Akaro, Era el mejor buscador de semillas, liquenes y hongos que habfan tenido. Su cuerpo delgado, pequeiio y nervioso se avenia perfectamente a cualquier hueco de dtbol donde a veces se enconttaban cosas maravi- llosas: extrafios granos de formas y colores especiales que al machacarlos dejaban escapar zumos de cintes especiales, Cuando los hombres llegaban aullando, las mujeres escondian a Akaro entre las ropas y las picles de fas tiendas, y entre la alga‘abia, nadie se daba cuenta de que Akaro auevamente se habia escabullido de esa partida de caza. El chamsn de aquella banda de cazadores era un hombre sagzz, siniduda. Durante afios, habia pre- sentido a los animales, percibia su presencia cuando aun ni los ojos ni la nariz podian aprehenderlos, y era capaz de adivinar el-camino que tomaban. Pero estos dfas la luna habia aparecido con avisos sombrios en sus fases cambiantes. El chamén sabia que se acercaba una época de sequia y escasez atin mayor que la que vivian y estaba preocupado. El calor aumentaba. Si 34 desaparecian los hielos, desapareceria también. la hierba que habfa bajo ellos. Los bosques y las sabanas se convertirfan en los desiertos y yermos de arena que habian dejado atrés. Sin hierba, no babia vida, Sin los hielos se iba la hierba y con ella los animales. La tierra cambiaba su faz. Con los hombres hambrientos, su vida de adivino peligraba. Sus desaciertos podfan costarle la vida si pronto no lograba la visi6n de una pieza de caza que calmara el hambre del grupo de hombres que se desplazaban siguiendo las orillas del mar. Una mafiana, Akaro estaba junto a las mujeres machacando semillas y juntando en tna vasija redonda uun hermoso jugo morado. Bruscamente aparecieron Jos hombres, Llegaron aullando que habfan visto un ciervo inmenso en las inmediaciones de las tierras movibles. Y arrastraron a Akaro fuera del campamento. Debia ir a la partida de caza. Llevaban en las manos las picas, las lanzas, los palos, las cuerdas tejidas con lianas, iban corriendo, saltando. Para ellos, era una fiesta. Para Akaro, una ocasidn en que él era el animal perseguido. Su cuerpo se llené del sudor anticipado de la huida, La caza le producia horror. No podia allegarse a la sangre y a los ojos moribundos de los animales, a los uiltimos galopes de la arteria del cuello, que pronto seria cortada por una filosa piedra. Era como si lo mataran a él. Cada vez, en las partidas a que lo habjan obligado a ir, habfa sufido paso a paso, la angustia de la persecucién y-la muerte del animal perseguido. Sentfa entrar en s{ mismo el terror del ciervo de los pantanos o del caballo, o de la gran paleolama colorada que cortia esquivando ramas v 3. rocas para salvar su vida, sentfa su pulso, su leve con- tinuidad. El era el animal perseguido. Corrla, cotrla, corria, junto a los gréciles huemules o a los temerosos guanacos, o incluso, junto a los grandes mamuts, que hacian vibrar el suelo con sti pesado temblot. Akaro no pudo seguir a los cazadores. Se cafa en los pantanos, tropezaba en las ramas del bosque, le costaba sostener la lanza. Al final, cansados de espe- rarlo, los hombres lo dejaron solo. Akaro deambulé por el bosque. Sécudis las ramas y se subié a un rbol para micar las semillas que tenia. Estas son las mismas que estaba yo moliendo, las del zumo espeso y morado, pensd. Aplasté varias y comprobé que su mano se teffa con el mismo tin- te, Le parecié hermoso. El lejano rumor de la caza lo distrajo un momento. Levanté los ojos y divisé a los jévenes de la banda golpedndose el pecho'y aullando | como habian visto hacer a los mayores. Los vio correr desbandados, con la loca excitacién de lalpresa al al- cance de su bambre infinitasdivisé a su pldre y a los otros adultos con el cefio fruncido, la mitada atenta, el cuerpo tenso: sabfan que no podian volver sin una pieza de caza, que las mujeres contaban con ello y que ya estaban preparando el fuego, afilando fas piedras, sacando los cuchillos de obsidiana, las shederas, las mazas, los morteros. Akaro se las imaging restregin- dose las manos, pensando cada una delellas en su hombre, en su hombre matando al animdl; si asi era, a ella le corresponderia Ia piel entera J) su suerte cambiaria para el invierno: podria guareéerse de las lluvias con un gran cobertor de pieles, podifa caminar por los faldeos de la montafia helada del invierno sin 36 temor a morir de fro. Akarb se imaginé a las mujeres parloteando animosas, quebrando ramitas y preparando la gran hoguera, en Ip que asarfan los pedazos del animal que trajeran, Era Jp dnica ocasién en que las mujeres estaban amigas. Cuando esperaban la comida. Se atareaban afanando de Aqui allé, pasaban encima del fuego, lim- piaban los njorteros y las vasijas, no podian munca estarse quiehs. Habia miles de cosas que hacer, Siempre habia cosas que hacer y que trasladas Alkato cerré Jos ojos y su corazén se alejé de las mujeres y del llanto de los recién nacidos. Bajé del drbol y se interné por el bosque. Llegé a una inmen- sa roca por la que cafa, minimo, un hilito de agua. Akato estaba triste. Se sentia distinto a todos. No le gustaba la compafifa de los hombres. Aunque Io protegian, no disfrutaba con las mujeres y sus tareas rutinarias. Le gustaba mirar, tocar las semillas, las pequefias|piedras, los caracoles. Le fascinaban los colores que lograba despiender de las flores, de la corteza de los.drboles, de algunas hojas, Akato decidié separarse de su banda y no volver més. Comerfa semillas —que conocia a la perfeccién por haberlas probado casi todas y saber cudles daban|dolor y cudles placer, cudles sensacién de suefio y cudles de hartazgo —y no volveria més con la banda. Caminé largo rato, ensimismado. Entonces, vio la cavidad en la roca cortada a pique. Era un alero oscuro, situado en el lugar en que el certo co- menzaba a subir. Era la entrada a una cueva oscura, frla, himeda. Akaro dio unos pasos en la penumbra. 37 Se sentla exactamente igual que las paredes de la cue- va, Frio, htimedo, muy, muy triste, e! mundo parecf2 encerrarlo en un hielo sin piedad y en una soledad sin pausa. Estarfa siempre solo, seria siempre distinto, pens6, Para siempre, tal vez. Se acercé a la pared de roca lisa que se erguia frente a él como el flanco de un animal gigantesco. Pasé un dedo por la roca. Y se detuvo sorprendido. Una linea de color morado salfa de su dedo. De pronto comprendié. Tenia las manos llenas del zumo de las semillas que habfa aplastado. Puso las manos mojadas de ese jugo en el muro y su delicia no tuvo fin, Su propia mano quedé estampada en la roca, Para siem- pre. Sus ojos se agrandaron en un asombto gozoso. a Los chinchorro 3 Lita corre veloz y recuerda. Recuerda la meseta cilida a la que llegaron cientos de cientos dé unas después de cruzar el corredor entre los mundos. La piel se entibiaba, los hielos se volvian agua, la hierba aparecfa verde, fresca. Los animales caminaban con sus crias, descuidados en medio del aire tibio. Era facil seguirlos, cazarlos, lanzar las boleadoras a un tebafio de huemules y enredarle las patas| al mds tor- pe. Era un mundo diferente, pero peat incansables, su padre y su banda. «Por qué no quedarse aqui», se ifeguncban las mujeres artastrando los pies y las pefadas bolsas con pieles ¢ implementos de la vida diaria. De pronto, en medio de la mejeta que los habfa adormilado con su aire célido, la/Banda del Milodén se vio rodeada por un grupo delseres extra- fos. Més bajos, levemente més pilidos, fe pémulos més altos y ademanes cautelosos, que Iés miraban asombrados, sin atacatlos, solo rodedndolps. Uno de ellos se adelanté con unos objetos en las dianos. Eran peces secos. | 40 Hacian sefias, adelantando los peces en sus ‘manos ¢ indicando Jas lanzas y las pieles. —Thueque —dijo Sat—. Quieren hacer trueque. | De pronto, el que parecia jefe de ellos, vio la bolsa de pielts de donde sobresala la pdlida y perfec- tamente bells cabeza de Makka, Atin conservaba su expresién de|suefio plicido con la que habia muerto. Los hombres se acercaron a ella y le palparon la piel. Uble habia comenzado a enarbolar su maza, cuando se volvieron ¥ le hablaron en un idioma desconocido. Luego hicieron calurosas sefias de bienvenida y de que los siguidran. Eran los Chinchorro. A Lita le viene el recuerdo de ellos y de la cara-de su padre cuando los vio acercarse, interesados, a la bolsa donde viajaba el cadaver de Malka. También recuerda sus vistosas ca- bezas con adornos tejidos. Y sus rostros de eternidad. «Fue en ese entonces», piensa Lita, «cuando mi madre comenzé de nuevo a vivir entre nosotros». Los Chinchorro la tomaron y se encerraron con ella en una de sis habitaciones, Nunca se supo lo que hicieron con lla, pero fue milagroso. La dejaron viva, casi exactamente igual a como era, en vida, sentada en tun pequefio sitial, con su pelo envuelto en un turban- te de lana muy bello, y su piel, sus hombros anchos, su mismo vestido, su rostro que parecia a punto de decir algo. Casi parecia sonrefr. Nadie se atrevia a tocarla, La mantuvieron durante un ciclo lunar en una de las chozas de su pueblo, cerca del mat. El rui- do de las olas nos recordé otras olas lejanisimas que crefamos haber olvidado. Pero no. Nada se olvida. 4l Makka estaba casi viva, casi de verdad. Al verla Uhle lanzé un grito y se desplomé. «Era Makka, mi madre», recuerda Lita. Momificada, explicaron los Chinchorro, Solo sus ojos, sus ojos estaban quietos, detenidos, «illos comaron a mi padre», sigue recordando Lita «y lo llevaron a una de las cabafias. Le dieron unos polvos medicinales», Uhle pasé muchos dias tendido sobre paja, delirando y vornitando, Los chin- chorro lo cuidaban quemando hojas arométicas y haciendo extrafios pases mégicos sobre su cabeza. Luego, volvié a ser el de siempre, Entonces hizo la sefial. La seal que todas las mujeres de la banda odiaban. «Todas, excepto yo», recuerda Lita sonrien- do y oliendo el olor a bosque. «La sefial de partida». La Banda del Milodén volvié a ponerse en marcha esta vez. con dos hombres atrés, cecrando la marcha. Iban hacia las alturas. Y de ahf, hacia el sur En busca del frio y de la vegetacién més alta. Donde se escondia el Milodén, Llevaban a Makka, casi viviente, sentada, impercérrita y lejana a la vida, sobre su sitial, una pequefia picdra con respaldo, semejante a las que usaban las mujeres para juntarse a parlotear junto al fuego, Makka momificada por los Chinchorro a cam- bio de pieles, puntas de lanza y morteros. La habfan dejado tan real, tan viva, que parecia a punto de hhablar, «Muchas veces me acerqué a preguntarle algo», recuerda Lita. «Pero solo me respondia su hermoso rostro callado, dentro de su propia eternidad>. = Ami, la llamita blanca . Ami era una llamita muy pequefia. Tan equefa que no habia nacido todavia. Ibalen el vien- tie de su madze, una gran llama de pelo colorado que viajaba con la manada en busca de prados verdes para comer. Les era muy dificil encontrar los pastos en medio de todo ese hielo, Pero el fri habfa comen- zado recién a retroceder y surgfan algunos prados en los que las llamas se lanzaban a correr, felices, después de tanto fifo. Y comian unos brotes belatos y timi- dos, casi transparentes. ‘Ami iba dentro de su madre con §u manada. Habfan comenzado a caminar hacia el gur por un sendero angosto colgado de la inmensa chrdillera, al comienzo de ese territorio estrecho que Fasi parecta una repisa entre la cordillera y el mar. Las llamas de la manada eran de gian tamafio, cubiertas con un largo pelaje rojo. Lo necesitaban pa- ra defenderse del blanco cuchillo del frio flue cortaba sin aviso y habfa dejado a alguna de sus:compafieras en medio de péramos, vesss como estauas en un parque desierto, blanco, sin fin, 44 Las llamas no recordaban de dénde habfan venido. Solo sabfan que habjan viajado mucho para no moris, hagia lo que las bandas de hombres llama- ban «lejos», jornadas agotadoras caminadas durante mucho ‘emo, para encontrar por fin el pasto verde que recién comenzaba a aparecer como un regalo bajo el hielo de! sur. Detrés del grupo de llamas salvajes iba el grupo de cazadores, Las llamas iban en busca de! pasto y hulan de los cazadores. Los cazadores iban tras las llamas. Para huir de su persecucién permanente, el grupo de aniinales subja a las salientes de roca més altas de la cotdillera, Ahi, aunque hiciera mds frfo se sentian a salvo de los hombres. Los hombres no tenfan pelo para resistir el frio de las cumbres. Pero algunos mataban lamas o mamuts, les sacaban la piel y se encaramaban @ las alturas con las pieles ajenas puestas. Los hombres eran... zodmo eran los hombres? Ninguna llama hubiera podido describirlos. Solo habfa que huir de ellos subiendo cada vee més, enca- ramandose por los salientes desnudos de los caminos a las cumbres, entre piedras y rocas. Las llamas se habfan hecho expertas en enca- ramarse a las montafias, caminaban solo un poco més abajo que los grandes céndores que eran los que vivian més alto y las miraban a veces, esperando que estuvieran quietas, muercas, para bajar en citculos silenciosos, cada vez més cerrados, a apropiarse de ellas en. un poderoso envién de sus garras curvas Pero las llamas no temian a los céndores. Temfan a fos hombres. Sentian su olor, tras ellas, siguiendo sus pasos. 45 Los pastos, las llamas, los hombres, los c6n- dores, los grandes ciervos, los mamuts, los bisontes, todos los seres tenfan un enemigo principal de tres caras: el hielo, el frfo y el hambre. Todos tenfan hambre. Y el hombre era el ser més temible cuando estaba hambriento. ‘Antes, los hombres no se contentaban con menos que un bifalo o un mamut o un ciervo gigante de los pantanos, Pero ahora, esos grandes animales habfan desaparecido, porque necesitaban demasiado pasto para sobrevivir ¥ solo habia extensiones infini- tas de hielo y més hielo, Habian ido mutiendo por el camino hacia ninguna parte, Entonces, el hombre habfa dirigido sus ojos y sus colmillos sobre ellas, y sobre los guanacos y los huemules y vicufias, todos los de patas bifurcadas que cozrfan sobre los campos que empezaban a volverse verdes, allé hacia el sur «Muchas llamas pequefias, ¢s mejor que un mamut grande’y viejo», ofan decir a los hombres. Cuando los hombres salfan de caza, les llamas se avisaban unas a otras, desde las distintas alturas donde se encontraba Iz manada. El macho jefe daba un grito de alertay la orden rodaba de una en otra, con un pequefio y rapido movimiento de orejita en orejita hasta llegar a la tikima del grupo. Arrancaban saves, inaudibles, sobre sus patas de cojinetes suaves, como el silencio de las cumbres, y se metfan en otra escarpada meseta donde el viento parecia cortar la roca. Pero los hombres tenfan una terrible arma para cazarlas: era la sorpresa. De repente, se aparectan, 46 todos los cazadores, desde distititos puntos, girando en redondo, dando grandes gritos y acorralindolas ein Jugares sin salida, contra. gruesas salientes rocosas. Desde ahi, las apedreaban a todas, Iban cayendo amontonadas en una muerte confusa y descoyuntada de patas, cabezas, pezufias, Con la ‘piel se hacfan vestidos. Con fos huesos, herramientas, El hombre, Era terrible su paso. Todos le tenfan temor. Pero las llamas, a pesar del miedo que les tenfan a los hombres, hablan llegado junto a ellos por un extrafio destino a aquel lugar del sur del mundo, cubierco por un hielo que comenzaba recién a ceder- le el paso a las lluvias,al viento, a los grandes bosques y 2 los pastos verdes, Habjan hecho un largo camino. Venfan caminando mucho antes de que Ami existiera y que tal vez ninguno de los de esa manada naciera. Venian desde las estepas heladas de més arriba del mundo y habfan atravesado ya el azul de aquel mundo de hielo, Sabfan que habfan nacido en peregrinacién y seguirian caminando para siempre. gPara siempre? ¢Encontrarian algin dia el mundo perfecto con una meseta llena de pasto inaca- bable y un sol envuelto en el viento exacto de la felicidad? Algunas llamas sofiaban eso al cettar los ojos en las tardes. En detenerse y en corretear por un lugar que pudieran llamar su mundo. ‘Ami iba en Ia guata de su mama y sabla-que Ja suya era una manada especial. Eran las llamas rojas. CCaurani, jas llamaban los hombres. Etan una manada que nunca habia sido acorralada, Las guiaba Cauro, ay un llamo especial, lleno de fuerza y de und'inteligen- cia alerta que prevefa muchos de los movimientos de los hombres. Cauro, el viejo llamo, era! experto eri escofiderse de los hombies. A veces, incluso se las arreglaba para guiar a toda su manada hacia detrds dé donde se hallaba la banda de los hombres, Los seguian a una distancia prudente, muy pridente. Ahi, las llamas se refan de ellos al verlos tratando de encon- trar las huellas bifurcadas indtilmente. Pero Cauro sabia que un hombre enojado y hambriento era un animal peligroso. Por eso, la mayorfa de [ds veces, tre- paban a las alcuras inaccesibles de las rocas apoyadlas en sus cojinetes que les pesmitfan escalar casi como péjaros, casi sin tocar la dureza de la alvura. La manada de Cauro divisaba hambrienta las bellas praderas de un poco més abajo, allé lejos. Aba- jo, por donde caminaban los hombres, la vida parecia més fécil, Pero alrededor del fuego de Ibs hombres, bajo los aleros, rondaban tigres, pantelas y leones hambrientos, esperando un descuido, un pequefio descuido de los hombres. Cauo los Llevaba por las alturad: El frfo en- traba por sus bellas pelambreras rojizas, Ningtin hombre habfa podido acorralar jamés a li manada de Llamas Rojas, las Caurani. Ellas sentfan éon anticipa- cidn los ardientes y negros ojos humanos miréndolas desde lejos, parados en los salientes de lab quiebradas, ansiosos. h Pero Cauro no permitiria jamtiés que las Caurani fueran atrapadas. Lanzé un peqiefio grito y subieron més arriba, donde las rocas se perdian en las nubes. i 48 No fabfan cémo habfan ido deslizandose por Jas alturas hacia el hielo de «lejos». Se habfan despla- zado en Se de Ja hierba. Hacia el sur estaban los dzboles. Hacja el sur estaba el agua. Hacia el sur estaba la vida. Las llamas habian visto crecer su pelaje més tupido y deso a medida que se acercaban a los firfos. Sus narices fe habfan vuelto casi azules, sus pezufias bifurcadas shés planas para atravesar grandes exten- siones. Los hielos del fin del mundo las rodeaban, No sabjan la magnitud de la extensién que habian atrave- sado. Peto estaban cansadas. Sus ojos se vefan llenos de cristales de hiclo de soledad y de incertidumbre. Un dia nacid Ami, Su madre se metié bajo una roca n/n saliente, mientras una furiosa tormenta de viento ¥ nieve cafa afuera. Ami fue saliendo de entre las ancas de Ja llama roja, envuelta en la bolsa azulosa de la placenta y cay6 suavemente al suelo. Su ‘mamé le Jamié la placenta tragéndosela y al mirarla, se sorprendié. Tal vez era la nieve, tal vez, el frlo. Tal vez la suerte. ‘Ami era la dinica llama de la manada que no habfa salido toja. Era la mds bella llamita blanca, del color de la ‘nieve primera, la més blanca, Su pelaje parecia una nube frégil, una pelusa pélida llevada y traida por el viento de la cumbre. Al poco rato, cuando ya la noche cafa, Ami fue presentada ala manada de Cauro. Aun en la os- curidad seguia siendo blanca, blanquisima. Las otras amas la rodearon, oliéndola para ver si pertenecta realmente a ellos. La llama roja, rendida, se tendié bajo la roca. ‘Ami buscé sus pezones, escondidos entre las ancas y 49 chupé, chupé, chupé. Su madre recordé la mirada extrafia de Cauro cuando se acercé, —Esta no es como nosotros —bufd. —Es hija mia —dijo la llama roja afirmando sus pezufias entre las piedras. —Pero es distinta —replicé Cauro—. Nues- tra fuerza es ser todas iguales. Una distinta es notoria. Y ser notorio es peligroso. La llama roja tembld, ;Qué pasaria con su + hijica? —Ami —llamé. La llamiva guagua dejé de tomar leche y se puso de pie, con las piernas delgadisimas doblindose para atrds, Era bellisima. Habfa pasado la tormenta y Cauro dio la orden de partir El viento y el granizo habfan amainado yla tormenta parecta haber terminado. La manada se uso en camino saltando por los precipicios, subiendo las rocas verdosas y heladas, sin resbalar. Ami las segufa, pero més despacio. Su mam la esperaba, De pronto, se dieron cuenta de que se habian atrasado mucho y que la mariada habia desaparecido de su vis- ta. La llama toja se dio cuenta de que Cauro habfa acelerado la marcha. No querfa una llama blanca en medio de treinta llamas rojas. Comprendié que las habfan abandonado. Seria muy dificil caminar solas por aquellas cumbres solitarias y frias y con tan poco pasto. Ademés, perderian la ubicacién en medio de la nieve y el frfo extremo, que borraba el olor. Seguramente, no volve- fan a vet més ala manada. La llama roja miré con terura 2 Ami, mientras la pequefta llamita 50 hurgueteaba metiendo su: nariz; entre las piedras, lamiendo unos pedazos de hielo, creyendo que era leche helada. Se acercé a ella y le ofrecié el pezdn. Ami chupé largamente, Luego. se acutrucé con st madre en la entrada del alero y se pusieron a dormir. La llama roja se qued6 despierca mirando las estrellas que casi se podian tocar. Si todo seguia igual, pronto no tend leche para su hija, pofque o tenia past. Cauro ya estatla a miles de pasos de distancia, llegando a otras regiones. Metié la cabeza entre su largo pelaj rojo y lloré como lloran las llamas, con leves quejid secos que parecfan estornudos. a” =—_Lanifia de la voz ondulante * i ‘ a |. _ supo cudnto tiempo durmieron, Las ert el olor. Un olor que no exa comd los otros. 0 un hombre con la piel a franjas, amarillo y tuna nifia delgada, pintada entera de ocre que mirindolas muy atentos. La nifia dijo algo y el hombre apoyé su lanza elo, La llama roja se puso de pie répidamente, te de Ami, Esta se evanté pavuleca, cof las piernas équefios codos, doblandose. Al final, se paré, Entonces, la niffa octe y el hombje se pusie- tir. El levanté la cabera y lanz6 la mirada céjas y a la llama roja le dio mutho miedo. ni, que todavla no conocfa el miedo, salié de piernas de su madre, lena de mfaravilla. Al mmbre bajé la lanza y se quedé mirando c6- luefio animal se movéa, frégil ¢ inexperta, in indudable instinto trepador, roca arriba, SUS patitas con cojinetes bifurcados. cope de nieve de cuatro patas largas ant, | 52 La nifia hablaba con su padre. Este le toma- ba las manos\y le mostraba hacia abajo, con e! dedo. Intentaba convencerla de algo, pero todo fue intl, Ella Jo hizo lretirarse hacia fuera del alero y quedé sola frente a fa llama roja y a Ami. Entonces, las dos llamas oyeron su suave voz, algo ronca y musical, con un ritmo sostenido, llaman- doles, La vor He la nifia ondulaba, Se hacia alta, bajaba, como un viento suave. Se elevaba nuevamente, cafa. La nifa cancaba en una melodia cautivadora, llena de altos y bajos; mientras se aproximeba lentamente a los animales que! la escuchaban hipnotizadas en el fondo dela roca, | Cuando Ilegé cerca de elles, la nifia alargé la mano, pero no las toed. El influjo de su susurro hizo a los animales acercarse muy lentamente a su mano que esperaba extendida. Cuando se tocaron, ella empezé a hacerles carifio, en el cuello, en el lomo, en las ancas, bajo los belfos. Tomé el hocico de la bella lama roja y lo atrajo'hacia sl. Luego tocé a Ami, que restregé su‘ Cabeza contra su muslo. La llama Yoja retrocedié dsustada y alerta. La nifia levanté a Ami y la Iamita se’ quedé Ilena de confianza en los brazos fuerres de la nifia, que puso sus labios en la suave pelusa blanca de la frente de Ami. ___ Luégo la nifia hizo algo extrafto. Sin dejar de cantar, se subié a una piedra y llamé a Ja llama’ roja. Esta no pudo resistirse al llamado, un silbido urgente y-confiable. La nia pas6 su pierna derecha por sobre el lomo del'animal y con Ami en sus brazos monté a la llama roja que temblé al sentir el contacto de las piernas tibias de la nifia y su peso. Ella apreté las 53 piernas varias veces, animéndola a caminar, —Hap, hap, hap —dijo la nifia. El hombre mitaba desde lejos, reverente, admirado del poder de la nifia sobre los animales. La llama roja salié de la cueva con la nifia cre montada sobre su lomo. Llevaba 2 Ami entre sus brazos. El hombre levaneé las brazos con asombro y se le cayé la lanza. El pacto entre la niffa y la llama estaba sellado bajo sus miisculos fuertes que apreta- ban el flanco del animal. Bajaron al valle. Mientras pisaban el pasto fuerte y verde de la llanura, a a ama toja se le abrian las narices de atsiedad y delicia, Mi- raba a todos lados. El mundo se abria en cerros mas bajos, con bellos prados verdes, verdes, verdes, ahhh. De pronto, llegaron a una pequefia meseta redonda, con rocas que formaban diversos techos. De ellos salieron otros hombres. Con temor, la llama roja siguié avanzando por enwre la manada humana que la miraba con ojos muy abiertos, dejéndole paso por el poblado, La nifia ocre le apretaba los flancos y jos hombres y mujeres contemplaban avanzar esta alianza con Jos ojos abiertos de par en par contem- plando la incretble escena de una llama roja montada por primera vez en el mnundo por una nif que llevaba en sus brazos un pedazo de nube: una llamiva recién nacida de color Blanco més blanco que el color blanco. La nifia detuvo a los hombres que tenian las lanzas y las boleadoras listas en las manos. Estos ani- males no serian presa de caza. Detuvo a las mujeres con sus piedras circulares de descuartizar y raspat pieles. Levanté la mano y detuvo la muerte, Su pre- sencia adolescente y con el pelo al viento despedia un 34 extrafio poder. La nifia miré Al grupo y dijo algo. La llama roja ¥ su crfa habian sido cazadas sin armas. Habfan-sido enamoradas, domadas. Habfan pasado a formar parte del grupo de los hombres: La nifia ocre se bajé y dejé que madre ¢ hija hundieran sus hocicos hambrientos en la hierba y comicran toda laique les apereciera, Los nifios de la banda, maravillados, siguieron a los animales observandode cerca los belfos y Jos ojos. Estos estaban vivos: Estaban acos- tumbrados a ver sélo animales muertos, pedazos de came asindose al fuego, Pero éstos... étos eran algo distinco, Luego, hizo entrar a las llamas a un corral hecho con palos, donde se guardaban herramientas y huesos y pieles. La llama temblé. Pero después fue en- trando en una suave modorra. Se tendié en el pasto. Era la primera vez, que no tenia hambre, después de ‘mucho tiempo. Pensé en Cauro trepando por las atistas de las rocas alld en las alturas... y se qued6 dor- mida con su cria abrigada entre sus patas, a cubierto del viento y de la blanca soledad. Un poco més allé, Jos hombres se acomodaban a dormir, también, - La cacetia'frusttada +. La sobresaltaron unos gritos. Unos hombres parecidos al padre de la nifia cortian con las boleado- ras en las manos, agicéndolas en redondo, sacando apresuradamente las anzas de las fogatas agonizantes de la noche anterior, cifiéndose tiras de piel a la cabeza. Todos corrian. Al amanecer, el vigfa habia descubierto una manada de animales en las alturas medias de la cordi- llera. Eran las llamas que habfan abandonado a Ami yasu madre. t —jA caza, a caza! ;Son las llamas rojas! —gri- taban los hombres alborozados. Algunos st sangraban las corvas para correr ms répido. Las mujeres prepa- raban el instrumental para descuartizar y eortat. La llama roja comprendié. Era lajlnanada de Cauro. No habfan podido seguir subierido. Tal vez habrian retrocedido empujados por el viento y el duro hielo de las cumbres. Ahora habjan sido descu- biertos. ‘Agaché la cabeza. EI hombre jefe del grupo de cazadores pasé 56 corriendo al frente de.los demés con su lanza. La ni- fia ocre aparecié en el corral y la llama roja se lanzb sobre ella, Chillaba, daba coces, escupfa, trataba de escapar de su prisién. —No tengas miedo —dijo la nifia. Se mon- 6 sobre ella y partié con Ami cortiendo detrés de su madre, galopando por la estepa detrés de los hombres que agitaban piedras y palos. En un recodo del bosque de espesos tamarugos y robles, la llama roja vio a Cauro al frente de su manada. Los hombres habfan surgido de todas partes acorralandolas. Con los pies, la nifia ocre detuvo a la llama qué ‘montaba. Pero Ami, la pequefia lamita blanca se adelanté hacia Cauro galopando con la rapidez del viento. —No tengan miedo. Estos hombres no matan —gritaba Ami con todas sus fuerzas. Peto su vor era pequefia y nadie le ofa. De pronto, un dardo dirigido a Cauro partié en su viaje de muerte y se atravesé en Ami, que corrla. La pequefia llamita cayé sin un solo grito con el muslo atravesado, como si una pequefia nube se detuviera de pronto. La llama roja dio un corcovo y galopé hasta su hija. Pero la nitfia ocre se'le adelantd. Se tiré al sue- lo, cogié a Ami y le sacé, limpio, el dardo con las dos manos, despojandolo de su punta, Era muy diéstra. Luego, se incliné y succioné largo tiempo Ia herida y escupié en el suelo botando el veneno. Finalmente, la lend de hojas y tierra de una bolsa que llevaba al cinto. ‘Ami parecia muerta pero de pronto, se estre- mecié con una respiracién inesperada, como un soplo 57 de viento. Intenté levantarse, lena de torpeza nueva- mente, como si hubiera vuelto a nacer. Sus patitas se doblaban. La nia se.acercé a los hombres y les grits algo. El hombre jefe les gritd también. Uno a uno, con mirada torva, los cazadores se fueron retirando hasta que le nifia quedé sola frente a Cauro con la manada tras él, Se acercé al llamo con los brazos abiertos y cantando se encuclills muy cerca de él. Cauro hubiese podido pateazla si quisiera, o escupirla, pero no lo hizo. La voz de la nifia con ondulaciones que subfan y bajaban soné largo rato. El majestuoso animal se sentfa atraldo sin poder evitarlo por este sonido que anunciaba a un ser cercano. Se hallaba frente a alguien que no era su enemigo, una figura pequefia y poderosa que no sabfa cémo, lo subyugaba. Al fin, ella excendié la mano hasta tocar el morro de Cauro. Luego lo llamé hasta la piedra y lo monsé, como habia montado @ la llama roja el dia anterior. Tnicié la marcha hacia el caserfo, seguida de la gran manada de llamas rojas, El hombre jefe de los cazadores hablé mucho rato con ellos junto al fuego esa noche. Todo parecia igual pero era distinto esa noche. Los hombres se paseaban inquietos, hablaban, solos, miraban sus lanzas. Las mujeres, felices, parlo- teaban més que nunca jusito al fuego. Los hombres ya no tendrfan que salir a aventurarse en las inmensidades de los bosques. A lo mejor podslan quedarse largo tiempo en ese lugar, sin tener que armar el equipaje y salir al viento y al frfo cuando la comida se les acabara. Podrfan experimentar con sus semnllas enterréndolas 58 en la tierra y esperar a ver quéipasaba, ' La nifia ocre, no decia nada. Tras el fuego} su fuerte figura, delgada como la de un muchacho, se re- cortaba contra la noche como'un junco luminoso. a La vida del valle . Los hombres no se fueron en mucho tiempo de esa meseta. Alli, cada vex que necesitaban comet, se acercaban a la llama elegida de la manada y la nifta le explicaba su muerte y le pedia permiso para sactifi- carla. Solo a una y de tiempo en tiempo. Las llamas comprendieron que podrfan quedarsé junto a los hombres. En un mismo sitio tal vez, Cumplir si viejo suefio de un lugar llamado su mundo, un sitio cubierto de pasto verde que se agitaba al viento. Los hombres siguieron teniendo lanzas y boleadoras; las usaban para defenderse de otros hom- bres. Las mujeres enterraban semillasy salian vegeta- Jes que comian. Los hombres se pusieron gordos y las mujeres también. Los nifios jugaban todo el dfa en la pradera. A veces, los hombres salian a c{zar pequefios cuyes y zorros. No podian olvidarse de su naturaleza cazadora. Guardaban las lanzas y las limpiaban con grasa dia a dia en la esperanza de esas locas carreras detrés de las huellas de un animal, Con los dias comenzaron a acercarse a los lagos y!a alancear a los peces. Pero era muy dificil, Entonces, algunos 60 pensaron en cazarlos de otra manera. Tejieron redes con lianas ¥, las tendieron sobre el agua, sentandose durante hofas a esperar. Tuvieron éxito. De pronto, al recoger brscamente la red, una multitud de peces aparecta coléteando en la ribera, Otros usaron delga- das agujas de hueso y las ensartaron en conchas de maoluscos, logrando un objeto mévil que llamaba la atencién del pez que se acercaba, abria la boca y que- daba ensartado en el hueso aguzado. Sin| saber cémo, Ami siguié con los Hombres del Milodgn atravesando el tiempo sobre su superfi- cic sin entrar en él. Nadie en la banda supo que una noche Sat, en medio de conjuros, fa habia untado con un resto de'la negra sangre del milodén, que todavia guardaba eri un recipiente sellado. Pasaron los afios y Ami los atravesé intacta, una lamita blanca, blanca como la nieve, A veces, Lita, la nifia ocre, caminante junto a los suyos eivla buisqueda interminable del milodén, se recostaba sobre las rocas mirando la noche. Ami se cendia junto a ella mirando el cielo y se quedaba all, sin moverse, como luna estatua de sal alba y quieta. Tiempo después, cuando ya no quedaba ninguna de las primeras llamas rojas, Ami y Lita, inseparables, se habian volado hacia otros prados junto a la banda. Viajaban siempre al sus, Imaginaban el ruido de inos Arboles, mas altos, més verdes, més tupidos y mas hii- medos. Un mundo frio y juigoso, el sur. - El-cazador de figuras Le A Akaro lo Hené de asombro la magnitud del lugar. Las paredes de roca de la cueva llenas de la noche del encierro, se ergufan ante él. Akaro sacé su antorcha de sebo y pieles y la prendié con una yesca. Entonces quedé boquiabierto, El lugar era inmenso. Era la cueva mis grande que Akaro habia visto. Una inmensa cavidad que parecia otro mundo, destilando a trechos un agua oscura y olorosa. En ‘otras partes, la roca se elevaba lisa hasta la profundidad de un techo invisible. Y en otras, habfa gradas que iban subiendo hacia aquella oscuridad rocosa. Akaro iespird con delicia el frio aire y"los pulmones se le llenaron de un aire milenatio. Subié por las gradas hasta gue llegé a una gran roca lisa. Pasé la mano por ella. Parecia la piel de un animal pétreo, mas duro qué cualquier animal imaginable. Mas poderoso, mas rocoso. : Entonces Akaro mir nuevamente Ja mano imprese que habla dejado su mano mojada de zumo de semillas, Sacé un pufiado de otras semillas blandas 62 y se las rescregé en la mano.-Quedé leno de dna pasta oscura, casi negra: Unté un dedo en esta pasta y comenzé a trazar una linea en la toca. Su dedo se movia independiente de sti tristeza o de su voluntad: ‘Akeato hizo la cabeza y luego el lomo ¥ luego las cuatro patas de una llama, una inmensa llama, més grande que todas las llamas de este mundo, que qued6, ahi, en la pared de la toca, prese. Parecia correr, pero esta-_ ba quieta. Akaro, lleno de delicia por lo que acababa de hacer, se alej6 unos pasos. Estaba tan absorto que se le olvidé que habia subido jnas gradas y rodé por ellas hasta el nivel mas bajo. Desde alli a la luz de su antorcha de sebo, levanténdola con admiracién, se dio cuenta de lo que acababa de hacer. Habia creado una llama gigante, Habfa cazado una llama gigante. El solo. Se miré las manos. Tendido en el piso de la cueva comenzé a reir, a exclamar, a reit. El solo habia cazado una llama eterna, que no se detendrfa jamés en su carrera infinita a través del tiempo y de la piedra. Lloraba y refa, saltando solo en la cueva, bailando una danza con su antorcha. Estaba feliz. Sintié afuera, lejos, el rumor de un trueno, largo y poderoso. Pero no temi. Sabfa, por fin, lo que habia venido a hacer sobre esta tierra inhéspita. Sabia para qué habia nacido, Se acercé a mirar a la gran llama y Juego se alejé, para verla’ de lejos. De lejos, la vela mejor. Su animal. Su dulce animal de patas bifurca- das, st cabeza sobre un cuello largo y un lomo suave como una pendiente amable. Era idéntica a una llama. No. Era una llama, su llama. La primera llama que Akaro habfa cazado, apresando su forma y haciéndola aparecer en las paredes de la cueva, en un 63 galope vivaz y detenido, casi milagroso y eterno. Eter- no. Entonees, leno de juibilo, subié de nuevo a la roca, Sacé esta vez unas hojas de su bolsa, las machacé con-agua y tuvo al cabo de un rato una pasta rojiza y densa. Con ella flené el contorno de su lama. Era una llama roja de patas claras. En un flanco, dibujé una mancha blanca, Su llama tenfa esa sefial sobre el costado, Luego, pinté unos hombres, los hombres que él temfa, los hombres de su: banda, los fue dibu- jando al correr de su dedo afiebrado por Ia roca lisa. Iban quedando ahi, corriendo algunos detrés de fa llama, otros, muertos en el camino por una pedrada de otros hombres, los enemigos, que los habfan atacado Tunas antes, y que habfan causado tanta mortandad en la banda. Todo lo pint6, olvidindose del tiempo y de siy de su hambre y de su tristeza, hasta que la pasta se le acabé completamente y la antorcha comenzé a apagarse. Solo entonces se miré las marios. Las tenia rojas y negras, como las de un animal. Y sonrié. Era el rey de su pintura. Era el dios de su obra. En su piel entraron los colores. Se trazé sobre el pecho una larga linea con pintura roja que pasé por la mitad de su rostro y de su set. Eta poderoso. Era Akaro, el pintor, el creador. Sus animales estaban ah{, vivos, esperindolo, pendientes de su trazo. z Akaro y Lita . Akaro salié de la cueva decidido a regresar a Ja banda, Caminaba bajo el alero rocoso cuando sintié el olor. Y enseguida la vio. Se quedé de pic, sin moverse, con la boca abierta por e! asombro y Ia admiraci6n, Era una nifia. Una niifia de su tamafio, que corrfa como el viento, persiguiendo una Ilamita blanca, Iba acortando distancia poco a poco, con una velocidad tan asom- rosa que patecfa silbar mientras cortia, Akaro la miraba correr'por la meseta, sin poder despegar sus ojos de ella. Vio mas alld a la lamita blanca, casi un montoncito de huesos'y de lana alba, que costia sin parar. Akaro Se subié a una roca y desde alli, sin poder creerlo, vio cémo la nifia le daba alcance a la yelocfsinia llamita y'le'ponia la mano sobre el cuello. Peto no la hetfa, nd ki hacfa caet. No le enterraba la Janza con un grito salvaje. Luego, le decta algo. Si. Le estaba di¢iendo' algo. Entonces la Ilamita acercé su hocico al hombio dela nia, que le acaricié el lomo y emprendié el camino’ con ella abrazada por el cuello, dulce y confiada. 66 Akaro se sintié locamente feliz. Por fin halla- ba un ser con su mismo corazén compartido entre todos los setes vivos. Cortiendo bajé tras la nifia y la llama y les salié al encuentro. Los dos, nifio-y nifia; quedaron mirandose. Los ojos cruzaron preguntas mudas, se olieron, se miraton las pieles. Pertenecian a bandas distintas. Pero Akaro quedé subyugado por la belleza, la fuerza y el nervio lleno de energia delaquella rara nifia que a Ja fuerza unia la ternura. Su pelo color de tronco de Arbol, de un rojo oscurisimo, enmarcaba lacio su rostto de ojos profundos del color de las rafces. Entonces Akaro hizo algo que nunca antes habia hecho para nadie. Les hizo sefias a la nifia y al animal que lo siguieran. Después de algunas vacila- ciones, la nifia se decidié a seguirlo. La delicadeza de Akaro, sus ojos de urgencia, sus ojos inmensos y suaves, su sonrisa que contenfa al mundo, y sobre todo, sus ademanes amistosos, la decidieron a seguitlo. Cuando Ilegé a fa cueva, Akaro orgulloso, subié al saliente rocoso y prendié su antorcha de sebo, La paleolama, dibujada y perseguida por los hombres se ilumind bajo los ojos estupefactos de la nifia. No podfa entender qué hacta allf esa llama gigantesca, a punto de corres, palpitante, detenida en la piedra, entrelazada por la dureza y la eternidad de la pared rocosa. Entonces, Lita comprendié que aquel nifio era importantisimo para la vida de su banda. Supo con su poderoso olfato del coraz6n, que lo que aquel nifio dibujaba quedaba apresado en el futuro. Y en ese mismo instante sintié que aquel nifio prodigioso, or debia dibujar los trazos del Milodén, apresarlo en su forma, rasgo a rasgo, miembro a miembro. Era lo tinico que tenia que lograr. Seria la tinica manera que tendrfa su banda de dar alcance al monstruoso animal. Ese nifio tenia que dibujar al Milodén. Tenia que hacerlo. ‘Akaro bajé de un salto y salié de la cueva. Anochecla y debfa regresar. Entonces vio que la nifia se lanzaba casi sobre él e intentaba agarratlo y evar- selo, Akaro comenzé a correr, aterrado. Aquella nifia bellisima, que corria como el viento, lo habfa elegido como victima. ;Comeria carne humana? El tertor Jo hizo salir disparado hacia la espesura del bosque. Lita comenzé la persecucién con su veloz cairera Pero Akaro no estaba dispuesto 2 dejarse coger, ni aun por aquella nifia que Jo attaia poderosa- mente. Subié rapidisimo a un drbol. Era su especialidad. Haba pasado toda su vide trepando de un salto alas ramas mds altas para coger semillas y hojas colorantes. Desde arriba vio cémo Lita olfa el aire, sorprendida de verlo evaporarse entre las hojas tupidas de los helechos y las araucarias gigantes. El nifio de la magia en las rocas habia desaparecido. Lite emprendié el regreso hacia la Banda del Milodén abrazada al cuello de la Hamita blanca, Aguel nifio prodigioso se habfa evaporido en el aire, No importaba. Algtin dia volverfa a en¢ontrarlo, Ella recorrfa una y otra vez los bosques y. conocia cada recodo entre los arboles inmensos. Supo que ambas bandas estaban compartiendo dreas boscoses que lindaban. No seria dificil volverlo a encontrar. Su delicadeza, y su aspecto frégil, como el de'un pequefio 68 animal recién pacido, eran notorios y lo harian reco- nocerlo donde fuese. También sabfa que necesitaba su poder, la magia de traer los animales y hacerlos apare- cer en la roca desnuda, apresando la vida. j6 de husmear el aire azul y se alej6. oa La celebracién 4 ‘Los hombres de Ja banda a la que pertenecia Akaro habjan vuelto hacla mucho de la caceria. Ya toda la banda habia comido y ahora los hombres, con la panza llena, eructaban y se tendfan alrededor del fuego para que las mujeres los despiojaran. No habia ni que pensar en comet. Los pedazos asados ya esta- ban guatdados en las bolsas de piel y puestos arriba, donde comenzaba la nieve, para su conservacién. Pero a Akaro no le importaba ningiin contra- tiempo de esta vida. Tenfa su propia fuerza encerrada, Jatiendo dentro de sf, invencible y distinta. Con los ojos brillantes se aceres suavemente y se sumé al grupo de nifios 'y de'mijeres que ofa el relato del hijo del jefe. Cohtaba tan bien, que todos se acerca- ban a oftlo y se iban quedatido dormidos, mientras el joven les decla como Habla sido la caceria. Esta ver solo una llama, conté. Las mujeres estaban contentas sin embargo. No era mucha carne, pero la piel era muy preciada, La mujer del que la habla muerto, raspaba la piel con las piedras corran- tes para sacar todos los restos de carne que quedaban 70 pegados al pellejo. No habfa sido una cacéria fécil, El hijo del jefe, Coire, narraba una y otra ver cémo habjan perdido la huella al comenzar a caer la nieve. Todas las pisadas se habian perdido. Los hombres, desilusio- nados, estaban dando la vuelta. para ir en busca de otra presa, cuando de pronto,’ sin saber cémo, la llama rojo oscuo, inmensa, se habia presentado ante sus ojos, como si hubicta estado escondida entre la lluvia y el hielo. Los hombres tomaron répidamente sus boleadoras y la acorralaron. Entonces Akaro, temblando, acercindose a los que estaban en primera fila alrededor del fuego que crepitaba, pregunté: —;En qué momento sucedi6? Después del trueno més largo? ;Era un animal muy grande, de pelambre oscuro casi negro, con las patas de adelante mis claras? ;Con una niancha blanca en el costado? El jefe Ansar; su hijo, Coite, y los demés hombres de la banda se quedaron mitando fijo a karo, con los ojos llenos de sorpresa. —-gEstabas-ahf? No te vimos. Te buscamos por todas partes. ;Fuiste con nosotros? —Algo asi —dijo Akaro, misterioso, sonriendo, Era su llama, Los cazadores hablan encontra- do la llama que é habia dibujado. En el momento en que él le habia pintado en la roca, los hombres la habfan encontrado de repente, sin explicacién. Y habfan podido cazarla. ‘Ast es que pata eso ‘habia venido él a esta tierra bajo las estrellas. Para e50: habla bajado, Para ser 7 un cazador de las figuras. Esa serfa la manera, la tunica manera, por los pocos animales que iban que- dando, de cazar, en adelante, ~~ Sonrié, ‘con fa cara roja ante las llamaradas _ del fuego. —No te vi, pero por lo que dices, estuviste ahi —dijo Ansar, el jefe—. Era el mismo animal que describes. Si —agreg6—. Aparecié después del trueno més largo—. E indicé con un gesto a las mujeres—. Sirvatile —ordend—. El'que trabaja, come. Akato comié feliz su pedazo de carne asada bajo las estrellas del sur, junto al fuego. Después les mostrarla, decidié. Después. Ademds, tenia tanto que hacer. Tenia que internarse en el bosque para recoger todo lo que pudiera de aquella semilla oscura y buscar otras, para hacer la pasta que untaba su dedo mégico leno de Iineas que iban cobrando vida sobre el muro gigantesco de aquella cueva. Después. Ahora tenfa suefio. Mientras se adormecia, la imagen de la nifia y de Ja llama aparecieron dibujadas en sus ojos semicerrados como insertas en la roca, La volveria a encontrar. Estaba seguro. Y supo que ella lo habfa perseguiido, no para cazatlo o hacerle mal, sino para pedicle dlgo. No sabia qué. Ya lo sabria. Bostezé mientras la figura inolvida- ble de aquella nifia erguida y fuerte se iba adentrando en su stefio | Y recostando la cabeza en una piedra se quedé dormido sonriendo. Era el dia mis feliz de su vida. Habia nacido, por fin, a la cxistencia de los hombres. aft i - Hasta encontrar al . Milodén Gigante Lita se halla atravesarido por un bosque dis- tinto. Esta tupicién de diversos arboles sucediéndose y volviendo a aparecer sin fin la desorienta un poco. Su olfato la rescata sin embargo. Siente el olor del huemul, el olor del miedo del huemul, pardo, liso, sin tuna mancha, que escapa pisando casi alado sobre el agua con sus finas pezufias. Lo tendra que alcanzar. Siempre Jo ha hecho, Pero: esta ver, ella siente que corre hacia una parte més lejana que el encontrar una presa de caza. Siente que corre, como decitlo, hacia si misma. Pero ng lo entiende. Solo lo siente. En la piel Su paso eléstico avanza como un silbido por el aire frfo y verde. k : Lita recuerda:'El-tiempo inmenso que lleva a su espalda, le vuelve en bocanadas, como los truenos de una tormenta. Recuerda una Hlanura interminable, en la que cazaron por acorralamiento a algunos bison- tes, mamuts y grandes caballos. Se detenian algunos dias, despresaban al animal, las mujeres sacaban, las pieles, las preparaban, las masticaban hasta volverfas suaves al racto, cocfan los trozos al fuego, os hombres comfan y dormian sin cesar, abrigados con toldos he- chos de palos y pieles, en esta anura sin rocas, sit hendidura ninguna donde protegerse. Recuerda la llanura extensa y helada como el infinito, donde Uhle comenzé el entrenamiento de, Lita, Recuetda las mitadas desconifiadas de las mujeres. «Debié haberla muerto a pedradas al nacer», murmu- raban sin que Uble las escuchara. «Una mujep, susurraban los hombres, «spara qué sirve una mujer?» Lita recuerda cémo Uhl la presionaba con sus exigencias de resistencia fisica. La hacfa correr .v Jargas distancias sobre el hielo, casi desnuda, vestida apenas con un cefiidor, sin zapatos. Recuerda como la fuerza y la agilidad fueron subiendo por sus miem- bros dindole poder. Eta la corredora mas veloz, el olfaro més agudo de la banda. Después de la muerte de Makka, Uhle le habia integrado a la banda de cazadores. Jamés se quedaria entre las mujeres. Viviela siempre entre las, locas carreras, a través de las estepas con el rostro partido por el frio y el viento. Y ahora cozria entre aquellas extensas zonas boscosas de Arboles gigances que no dejaban ver el cielo. ‘A pesar de la feroz resistencia de los demés hombres, que gruifan y clavaban sus lanzas en el suelo cuando la miraban, Lita los habfa sorprendido a todos. Su olfato, en primer lugar. Era capaz de seguir el rastro de un animal a miles’ de pasos de distancia. En las jornadas, de pronto, se deten{a, vol- teaba su cabeza, con el mismo pelo oscuro con llamas rojizas e indicaba en direccién contraria ala que iban. Nunca se equivocaba. Siempre, al cabo de sus pasos, 75 encontraban.al animal..En:esos:casos, Lita levantaba a veces la cabeza hacia su padre. Y lo vela mirdndola con una ternura Hena:de tibieza, sus-ojos de-rudo cazador, sus-ojos :luminados--con -pequetias rayitas amarillas. Solo entonces Uhle sonrefa. Y luego, lo.asombroso. Desde aquella mafia: naen que Lita habfa-vuelto.a la banda montada en la gran llama roja con la pequeiia Ami entre sus brazos, Lita atrapaba con su magia a los animales. Los acechaba agazapada en silencio y de pronto se presen- taba ante.ellos. Ya fuera bisonte, caballo; guanaco 0 hhuemul, los animales quedaban hipnotizados. por el poder de seduccién que como un liquido, emanaba del cuerpo de Lita. Se acércaba con su voz ondulante, se atrevia a acariciatlos en el lomo, en el hocico, les palmeaba los cuartos traseros, les agarraba las orejas, El animal pasaba a ser parte de su rebaio, Este Se agrandaba cada vez mis y seguia a la Banda del Milodén como una despiensa permanenté: Tras Lita y la Banda del Milodén, iban ahora dos caballos, tres ciervos de los pantanos, siete huemilles, cuatro guanacos, dos zorr0s colorados. i Nunca se habia visto que las victimas siguie- ran a sus victimatios. Pero asf era. Lbs animales seguian ala Banda, Ya no quedaba nillina de las catorce llamas del primer rebaiio. Habian ido siendo comidas. Orras, cuando. la: banda volvid'a caminar hacia el fin del mundo, habjan enfermado de fifo y mutieron. La Banda-del Milodén tenia’ preferencia por su carne y por.sti piel que permitih! abrigarse | como ninguna otra cosa-del frio metilicdly cortante de las semicumbres, | 76 Pero jnadie podfa agarrar un animal de los que segufan a Lita y sacrificarlo, Eran animales que pertenecfan a todos, Era solo su padre, Uhle, quien designaba en una ceremonia, bajo la luz del fuego y de la luna, qué animal se mararia al dia siguiente de los del rebafig:que seguia a Lita. Peto seguta habiendo partidas de caza.Toda la ferocidad de los hombres se concentraba en estas incursiones yjyolvian con salvajes gritos de triunfo y el animal ensartado en sus lanzas. Lita no miraba. Y esa noche, no,comfa de la came del animal muerto en batalla, Eran fas noches en que los cazadotes recupe- saban su prestigio acorralando y matando a sus presas en quebradas 0 riscos y lanzdndoles grandes piedras en la cabeza, Cuando el animal habla muerto, lo arrastraban hasta el lugar de desprese y llamaban a las mujeres ¥ nifios con gritos, Eran noches de ferocidad y de alegria salvaje y hambrienca, Todos parectan volverse un poco locos. Pero otras veces, cuando el hambre atteciaba yel hielo parecta aprisionar las almas de los hombres, y los cazadores llegaban con las manos vacias de algu- nas de sus partidas de caza a muerte, entonces Uhle hacia una sefial a su hija. Lita se dirigia a alguno de Jos animales que iban siguiéndola y lo abrazaba con una suavidad infinita, explicéndole'al ofdo que nece- siran su carne porque'si no comian, los Hombres del Milodén moririan, Luego daba la sefal y solo ahi po- dian los cazadores matarlo con sus lanzas o llevarlo hacia un desfiladero desde donde le lanzaban un pe- sado pefiasco en la cabeza. Cuando el animal moria, legaban las mujeres, armadas con sus cuchillos de 7 descarnar y sacaban primero los cuartos traseros, los mejores, y'se los oftectan a Uhl, Este siempre los par- tfa en rigurosas partes iguales. No habfa privilegios en Ja banda, Solo existfa un jefe, el mejor cazador. —;Por qué caminamos entonces? —rezonga- ban entre dientes algunas mujeres, cansadas de preparar el equipaje y de partir, siempre hacia adelante, sin descanso—. ;Por qué si tenemos la comida con no- sotros? zPor qué seguir si en el valle sembrdbamos y pescébamos, estébamos tranquilas? Hacia el final de aquella meseta interminable entraron en un territorio de altas montafias. Fue all, una noche junto al fuego, que Sat lo habfa anunciado a le Banda, Lita lo recuerda mientras come por el oscuro bosque surefo. Todos sabian que iban en busca del Milodén Gigante, Siempre irfan en su busqueda. Pero estaba lo otro, lo inexplicable, ese peso sordo del tiempo en sus hombros. Sordamente, cada uno entre suefios y oscu- ridades de si mismo, se habfa dado cuenta, Pero nadie Jo habia querido lanzar fuera de la boca, Temfan. —La sangre del Milodén —habia dicho esa noche Sat, cuando todps estaban sentados alrededor del fuego. —Qué pasa bri ella —dijo Uhle, huraiio, removiendo brasas. —Nos ha hecho inmortales, dijo Sat. —zQué es eso? —preguntaron todos, —Que no podemos morir —dijo Sat simple- mente, mirando reconcentrada las brasas—. Que no podemos morir —repitié—. Ninguno de nosotros hha muerto. Y llevamos cientos de miles de unas 78 79 caminando. Habrian sido. necesarias’ varias vidas de hombres para llegar estas: montafias. Y nosotros seguimos siendo los mismos. Nadie ha envejecido, ni ha muerto. Y lo que es peor —afiadio—, nadie ha nacido, Todos seguimos teniendo la misma edad y la seguiremos teniendo hasta... Se detuvo, Las palabras le pesaban como una montafia, Todos en la banda quedaron en silencio. Era cierto. | —Hasta cuando? —pregunté Uhle. —Hasta que demos muerte al Milodén Gi- gante —dijo Sat poniéndose de pie—. Solo entonces Fecuperaremos nuestra capacidad de morit. —Y para qué queremos morir —dijo uno de los hombres. Las mujeres se alzaron contra él —Qué tonto —exclamaron—; {No entien- des que es una maldicién de la que tenemos que librarnos? Ser inmortales no nos libra del trabajo, ni del fiio, ni del hambre. ;Quieres seguir persiguiendo presas para comer por toda la eternidad? El hombre se lanz6 contraelas con su maza. Pero ellas lo detuvieron inmovilizéndolo entre todas. Los demés refan, Uhle hizo una sefial. Que se calmaran. —Es cierto, Sat —dijo—. Tienes razén. Tenemos que encontrarlo y darle muerte. Solo asi volveremos a ser los que éramos alld, en la estepa infinita. Se hizo un silencio, La peregrinacién continua- fa, Entrébamos en otta tierra, montafiosa, abrupta, de suelo irregular. Estabamos a gran altura, Algunos tenfan los labios azules. Hacia abajo, casi imposibles de ver, se divisaban algunos valles verdes, —Iremos por las montafias —decidié Uhle—., Siempre dos o tres irén en busca de sus huellas. Si baja, lo verdn. Sabemos que ha tomado este camino. Seguiremos este camino. Pero as alturas nos protegen: Los valles pueden estar habitados. No entraremos en guerra con las otras bandas. Nos concentraremos en tuna sola cosa, Encontrar nuestro destino, Y asf se hizo, Siempre se hacia fo que decia Uhic. Lita revive aquella escena mientras corre con Ia piel humedecida por las gotas de agua que arrojan los helechos y otras ramas verdes. Sigue la huella y el olor de su presa. «Un animal més que pasar4 al corral», piensa. Luego recuerda a aquel niifo del’ bosque. El hacedor de figuras. Necesita encontrarlo para que los acerque al animal de su destino. = Las huellas cercanas so Una caderia interminable de altas montafias y hielos bordeaba la tierra angosta por la que marchaban. ‘Abajo, sin embargo, era.delicioso. Solo las severas érdenes de Uble de no bajar podian impedirles a los Hombres del Milodén trotar montafia abajo y pene- trar en los hermosos valles verdes que se velan a lo lejos. Bandas de humanos recorrian los pastizales Pero ellos iban por las aleuras. Esa era su fuerza. Tenian la visién de mundo y de los humanos. Y tenfan sus animales. El-rebaio de Lita los segui. Desde la reyelacién de Sat,.las cosas habfan cambiado entre ellos, Ya no eran una banda cualquie- ra recorriendo la tiegra en busca de alimento. Habjan adquirido brasca conciencia de su inmortalidad y de la urgencia de terminar con ella. La eternidad de a existencia aparecia como una maldicién imposible de digerir. Todos, hombres, mujeres nifios y adolescen- tes, que no crecian ni envejecian, sé habian unido en la urgencia de recuperar su condicién mortal, Los rastreadores trafan-cada dia reportes sobre el tipo de animales, el dima y sobre todo, las huellas del Milodén. KY El olfaco de Lita estaba encauzado exclustvamente a tratar de hallar las sefiales del Milodén. Todos los hombres de la banda buscaban, en silencio tenso, las mismas huellas. en aquel tiempo que se extendia ante ellos como el horizonte sin fin. Un dia, Lita descubrié las pisadas, Eran unas huellas hondas, frescas, que descendian hacia uno de los valles que se formaban encre las moncafias. Final- mente, Su corazén latié con fuerza, Estaba alli, cerca, podia olerlo, presentirl. Lita tenia le prohibicidn verminante de Uble de acercarse a aque! animal. Era el unico con el que no podria jamés probar su hechizo, Pero su anhelo, su ansiedad eran demasiado grandes; le destrozaban el pecho. Siguié las huellas inmensas del animal, Sentia fuerte en las narices su olor. Un extrafio olor, a miedo, a cansancio, a sangre, a pasado. Lo sigui6, parapetan- dose entre los riscos. Estaba muy cerca de él. Por fin lo divisd. Quedé asombrada, No recordaba ese tama. Mis grande que los mastodonces. més pesado que un mamut. Su paso hacia cemblar la tierra. Entonces, Lita sintio sobre su espalda la ma- no de hierro de Uhle. Se volvi sorprendida. La habia seguido sin que ella se percatara, en su ansiedad por encontrarse con aquel ser El rostro de su padre estaba descompuesto. Una ira rojiza le cruzaba el rostro, La abofetes hasta que cayé al suelo. La levanté y la sacudié por los hombros. Gritaba’ —jNunca! Nunca! Me oyes? Nunca, te acerques a él! Dilo 83 —Nunca... me acercaré a dl —repitié Lita asustada por los ojos perdidos de su padre, por su odio y su temor. Habia-dejado de ser su padre, su maestro, el gran cazador. —Lo haremos los hombres, Lita. Nosotros, los hombres. Cuando llegue e! momento —exclamé Uhle, en vor baja, contenida, tensa, sin explicarle nada més en aquella mafiana lejana, que Lita recuerda como si fuera hoy. Todo el amor de su padre conver- tido en miedo. En miedo por ella. No podia correr la misma suerte de Maka. Uhle mandé bajar al valle a sus hombres y a toda su banda. Eran valles extensos, planos, llenos de hierba y arbustos. Parecfa el lugar perfecto para quedarse, suspiraron las mujeres. Y para cazar al Milodén, pensaron los hombres. Pero, una vez més, el animal maldito logeé escabullitse. Alzdindose en sus inmensas patas traseras se alejé comiendo distancias en cada pasd. Parecia imposible que pudiera elidirlos, pen- 86 Lita. Era tan grande, Y sin embargo, conocia a la perfeccidn el arte de sumergirse entré los famajes y los bosques. | : =“ Mas al sur atin 1 Lita recucrda todo esto y sabe que ha dejado cientos de afios sin recordar. La gente de la banda ha vivido demasiado. Habjan atravesado toda la tierra angosta, esa franja de montafias y un tertitorio estrecho que parecta precipitarse al mar. Atrés habla quedado la meseta célida y nuevamente habfan tenido que acos- tumbrarse a frios intensisimos y nevazones cerradas, peores de las que nunca habian visto en la estepa infinita aquella de la que haban salido hacia miles de afios. Cubiertos de pieles contra el viento y la nieve, parecian veleros, inrportales,.sin tiempo avanzando contra el tiempo hacia los bosques del sur. No volvierdn. a. bajar: de los. altos montes. Desde lejos vieron extensiones de bosques y pueblos que vivian, nacian y morfan ante sus ojos. No querian ser vistos. Los animales del rebafio de Lita fueron muriendo.ung tras gtro, quedando como quejidos en el camino. : Solo el 'Milodén Gigante, seguia su marcha incesante hacia allé, alld, aguijoneado, tal. vez, por la 86 banda, que lo segufa imperturbable, en una especieide didlogo de perseguido y perseguidor, mudo y clara- mente reconocible, Poco a poco, el frio iba disminuyendo ‘su dureza. Las nieves solo persistian en las montafias que se hacian més bajas y més suaves. Habjan entrado 2 una zona de bosques impenetrables y misteriosos. El Milodén se cansaba. La banda fo sentia. Estaba lento. Se dejaba ver cada vez més a menudo, Los cazadores habfan logrado acercarse hasta él a extremos de poder lanzar una o dos lanzas, que ha- bfan reborado sobre su dura piel de'cientos de afios. Pero ya no escapaba con la éautela iii la inteligericia de antes. Torpes, sus huellas inmensas aparectan cada vez més cerca de los hombres-de la banda. Se diria que pedia que lo cazaran, que lo liberaran de esta huida infinita. ‘ Lita a pesat de seguir ahincada en sus catorce afios y en un cuerpo’ de nifia, habfa ganado una experiencia que la hacfa conocer cualquier terreno como cazador experto. Sin embargo, Uhle, temeroso ¢ inseguro, queria vigilar cada uno de sus movimien- tos. Intenté relegar a su hija al grupo de mujeres y dejarla con ellas mientras él salfa a incursionar tras las huellas del Milodén. Pero eso ya no era posible. Las mujeres rechazaban a Lita y ella se esca- paba del fogén. Realizaba sus propias incursiones por Jos bosques con una pericia de largos afios y con la juventud de su inmortalidad, Seguia persiguiendo’ a los animales por el placer de competir con su rapidez, y reflejos. Daba caza a guanacos, huemules, a los que trafa de los belfos y los convertia en mansos seguidores 87 dela banda, Pronto eran sactificados. No habfa presas mayores que permitieran comer por varias semanas, como antes. Algo habia en el clima que hacla més voraces 2 los hombres. Nada los llenaba. Dormfan a sobresaltos bajo las pieles para resistir la intensa lluvia que llenaba el mundo de hojas y gotas y.que, poco 2 poco, iba ablandando el hiclo, resquebrajéndolo como los huesos de un gigance viejo. as Scort x. A Lita le gusta este mundo final entre los hiclos reblandecidos, las ramas de helechos, grandes plantas que surgen entre las aguas y un aire leve. Pre- sience que més alld volverdn a aparecer los hielos del inicio y no se equivoca. En medio de su veloz carrera, recuerda al fragil’ Akaro. «Si lo hubiera encontrado», piensa. «Si ese nifio mégico hubiera hecho aparecer al Milodén en las’paredes de la cueva, el triunfo estaria asegurado», piensa Lita, Recuerda como si los tuviera ante s{ sus inmensos ojos de ciervo y su fragilidad extrema, rand Esa mafiana, ¢n medio. dela niebla, Lita se hunde-en el vasto bosque persiguiendo un huemul, guiada por su olfaro yl fina percepcién del derrorero que elige-el animal. | —Psst, psst —jva di¢iendo para tranquilizar- lo—. No te harédafioj De pronto, un proyectil delgadisimo, y veloz ‘como un. ave, pasé ante sus ojos-y. se-clavé, en un. drbol. Lita se detuvo en seco. Era de un ser humano. De eso no cabfa duda.. Una pequefifsima especie de. 90 lanza volando en el aire a toda velocidad y ensarcén- dose profunda en la corteza de un maitén. Lita se acercé a examinar este extrafio objeto. Pero en ese mismo momento, sintié un leve rumor de hojas. Se volvio, veloz, y detrés de un helecho gigantesco aparecié un ser que trastorné a Lita. Era un muchacho, Un muchacho delgado, uin poco més alto que ella, de piernas fuertes, de totso desgarbado. Tendrfa su misma edad, La miraba como si hubiese visto una aparicién y no fuese él el _perseguidor, sino el huemul perseguido. Su cuerpo se replegé hacia la espesura, pero después se deruvo, Sus ojos negrsimos y tasgados, pareclan hechos con un cuchillo sobre su cata. Estaba pintado con rayas blan- cas horizontales en el cuerpo. En la cabeza su pelo ~ cafa como un agua recta sobre los ojos. Era un flequi- = Ilo, liso, negro, casi liquido, que pazecta pintura. Lita se acercé @ él y él retrocedi6. Lita extendié-la mano y lo tocé. Era lo mis- mo que con los huemules y los guanacos. No. No era Jo mismo. Apenas lo hubo tocado, tan solo un leve roce, porque el muchacho se echd para atrés, Lita sintié una emocién desconocida. Entonces él hablé. Su vor era distinta a la de los hombres de Ja Banda. Mis alta, lenta y musical. "Score —dijo. E indieé su pecho. Lo repi- 1i6, Lita comprendié que era su nombre. —Lita —respondid en vor baja, para no asustatlo. Pero se mantuvo a una distancia prudence. A. {no podia datle caza, No podta abrazatlo por el cue- Ilo y con un suave silbido, casi un susurto, hacer Que 1 Ja siguiera, como hacia con Jos animales a los que ella, daba alcance y levaba vencidos.y domesticados al cortal de la banda. Esca vex Lita sentfa algo distinto, Desconoci- do. Solo querfa seguir estando cerca de él, Que no se: desapatezca, rog6. Que no huya.No podré seguirlo.’ Una extrafia lasitud y deseo le inundaba las caderas. El, entonces, muy lentamente, Je tocé el largo pelo rojizo. Lita lo dejé hacer tal como las llamas y los cier- vos alcanzados por ella se dejaban tocar y dominar. Certé los ojos: El muchacho parecfa no creet en el color ni en la densidad del pelo de Lita.;Rojo. Rojo caoba. Como una sangre secteta y glotiosa de guerre- ra. Sus ojos negros brillaban, Lenta, muy Ienta, aparecié una sonrisa en su cara. —Scort —dijo Lita, Extendié la’ mano, pero ise aparté. En su rostro aparecié una sontisa abierta. Una de las manos del muchacho resbalé porla cara de Lita que temblé, maravillada. El puente estaba tendi- do. £1 se lanzé a hablar en un idioma que Lita no habia ofdo nunca, Parecfa un galope de cascos de ca- ballo. Levanté los brazos. No entendia nidda. Lita fue hacia el arbol y con un leve forcejeo sac¢ Ia flecha y comenzé a examinarla atentamente. Luego miré hacia él y vio la vara tensa con la cuerda, El compren- did. Tomé la flecha, tens6 la cuerda, apoyé la flecha en la cuerda y Ia solt6. Lita salté hacia un lado como una pantera, asustada. La flecha fue a entérrarse en un 4rbol mucho més lejano. Entonces Lita comprendié que estaba ante un invento prodigioso. Se lanzé arti- ba del muchacho y traté de quitarle él arco. El'se 92 desligé de sus fuertes brazos y escapé a perderse, Lita comenz6 ai seguirlo, Pero al poco correr se detuvo, asombrada, Por primera vez. en su vida, no sentia el olor def rastro. En cambio sentia otro olor, un extra- fio olor a lego y a cenizas en el aire, Y tuvo miedo. Una lluvia gris y densa cafa sobre ef mundo. Volvié: corriendo, como un célaje, adonde habia dejado a la banda, Su cuerpo temblaba. El mundo entero parecta desconocido sin la cercanfa de i, Era como si viera por primera vez los érboles, las ramas. Todo se extraftaba en una soledad blanca y frfa como un hielo de lejana tristeza. A lo ‘lejos vio las cabezas de las mujeres, parloteando, Era la primera vez que volvia a la banda con miedo, Con miedo, se senté en el grupo, junto al fuego que rofa una carne pegada a los huesos. Todo le era ajeno. Hasta sus dedos manchados de grasa. Has- ta su propia sombra, El extrafio se la habia llevado con él. Tomé un pedazo de carne y comenzé a roerlo también, J Prisionero de la roca x, Después del encuentro, Lita comenzé a salir sola. No iba tras ningin animal. Vagaba entre los Arboles gigantes, demorindose entre los helechos. “Tomaba pequefias piedras friasy las iba calentando en la mano. Ya no corria tras los animales ni sentia esas ganas feroces de ejercitarse en la carrera. Se quedaba paiada en medio del bosque oyendo sus susurros y softando-despiéria: Volvia.a ver al extrafio joven en su mente. Una vez, hasta sintié su olor y corrié hasta un recodo, pero solé eta el hielo aprisionando a lo que habia sido un griipo de'érboles jévenes, casi unos juncos. Se séntia: extrafiamenté desazonada y helada como Ja mista nieve que cargaba las hojas. Una lasitud desusada la: posefa: Lita se sentia rara, casi enferma, Sin embargo, iba’ tddos los dias al bosque a ver si lo encontraba. Las mujeres lo notarom-¢ intercambiaron sonrisas entre'ellas. Luego miraron a los jévenes de la banda, pero estos! devolvieron hoscos la mirada. No querian nada con Lita. Era una rival. Siempre'lo serfa. Pasaron los dias, las lunas y Lita'nio volvié'a 94 ver a Scort. En cambio, tin dia Vio al prodigioso nifio de la cueva. Akaro. Sin querer, lo habfa encontrado. Esta vez, él parecia buscarla. Circulaba alrededor de las ramas holladas por la banda, oliendo las semnillas y la hierba. De vez. en cuando, trepaba a uno de los drboles tapidisimo, cast una atdilla, ya estaba en la cumbre del rbol, casi un péjaro. Lita se detuvo-al pie de una gran araucaria y mité hacia arriba. Entonces, Akaro bajé. Se quedaron mirando con sus miradas abiertas, pero no sorprendidas ya. Se tocaron con sus ojos. Lita hizo un gesto con la mano significando la cueva. Akaro supo perfectamente qué era lo que ella deseaba. Caminaron unas horas y llegaron a un alero muy oscuro, casi semejante a aquella cueva de més al norte. Akaro habia pintado multiud de escenas de cata, de acorralamiento, llamas y guanacos huyendo, vicutias, caballos y ciervos rodeados por hombres, al- gunos cayendo, otros con los pies amarrados, otros en hilera conducidos por cordeles tirados por hombres. La mayor parte de la pared estaba llena de figuras. ‘Akaro encendid un fuego pequefio. En un rincén se apozaba un tiesto leno de un Liquide rojo oscuro, casi sangre, y otro més negro. Lita indicé el rojo y pi- did moviendo las manos que dibujara. Akaro demoré un rato largo antes de entender que ella no querfa que dibujara cualquier animal. Era un solo animal. Un so- Jo animal gigantesco. La mirada y los brazos de Lita, sobre todo su cuerpo expresivo, abarcaron toda la pared que enftentaba los dibujos, toda la gigantesca pated desnuda. Indicé las manos de adelante, cortas, la cola gruesa como un eptil, las patas de atrés que 95 mantenan erguido al animal. A contraluz, inmerisa en su sombra, Lita proyecté con las manos alzadas la figura del Milodén que queria que el nifio trazara. Sus gestos se haclan més y més ansiosos. De pronto, Akaro comprendis. La nifia que- ria que dibujara un milodén. Comenz6 febril: a trazarlo subido sobre una saliente de la roca, las, manos llenas de liquido rojo. Bajaba a buscar més, liquido y proseguia cl’ inmenso dibujo. Las patas levantadas en actitud de defensa, la cabeza ladeada, la cola moviéndose fieramente. Cuando Akaro terminé, la nifiasse quedé quiera, en silencio, conteniendo la respiracién. All estaba, gigantesco y quiero, apresado en el: muro, el Milodén. Entrelazado con la roca, casi saliendo de ella con la maestrfa del dibujo. Parecia vi La nifia miré a Akaro. Se aceroé, Akaro, con una emocién que no olvidaria jamés, vio las Mgrimas en sus ojos color caoba. Su cabeza de pelo rojizo se sacudié con los sollozos. Akaro enrojecié. Entonces la nifia se acercd v dulce. como en un soplo, le tocé con, su boca la cara. Luego w alejé de un salto, Akaro sali y trepé a un arbol, La vio correr Contra el hielo, contta el tiempo, dejando su pelo yjsu color en la velocidad, a través de la estepa Hlena}:de arbustos.y Arboles, esquivandolos como un pequefo caballo enloquecido. Luego. desaparecié de su vista. Akaro se tocé la cara. Todavia estaba el pequefto. casi inaudible beso de fa nifia flotando en su rostro. Se quedaria ahf para siempre, pensd, como una flor tatada en su cara, = La ultima batalla x Al volver a la banda, Lita encontré una re- volucién en el campamento. Las mujeres levantaban Jas cosas como si fueran’a partir de nuevo y cortfan para todos lados. Los hombres :preparaban sus armas, se engrasaban el cuerpo y se abrian pequetfios tajos de- trds de las rodillas para lograr més agilidad. En medio del bosque, ef movimiento del grupo lo hacia parecer un pequeho pueblo. Lita se acercé a su padre. Dobe eptabas? grufé Uhlle, excita- do—. Lé hemés vith Pasé por aqui en direccién a esas rocas. Se metié én una cueva alt(sima, Asi me lo han dicho los'rastreadores. Anda debajo del alero. Aptirate. Puede estar'ceica. —Vantos, entonces —dijo Lita, aprestindose. Sabfa que esta eta la véz en qué'se enfrentaria a'su padre. No aij Uble—. Ta no vas —;Por. qué?! —pregianté Lita desafiante— Soy cazadota.' Soy ‘mejor cazadora que cualquier hombre tuyo. Puedol ir y ti lo sabes —Esta ver no vas, hija —dijo Uhle; empu- jandola con ternura y brusquedad hacia atrds, con 98 una ansiedad quie salia de su rostro. Sus ojos estaban idos, inyectados en sangre. Parecia haber usado de nuevo aquellos, polvos que le habfan dado los Chin- chorro. Cuando los inhalaba Uhle cambiaba. Se transformaba en un ser lejano y alterado, con los ojos inyectados en sangre. Como estaba ahora, Los hombres de Uhle empujaron a Lita al pasar con sus armas. i —Tié, quédate aqui, ntia —dijeron—. Vamos amatailo y esto es cosa de hombres. No te inmiscuyas esta ver. El Milodén Gigante esté en aquella cueva. No hay que seguir ningtin rastro. No te necesitamos, No hay que oler ningtin rastro. Esta ¢s una batalla de verdad, Y a muerte. Anda con las mujeres. La empujaron con brusquedad y salieron. El ruedo de las mujeres cuchicheaba mirandola y sacaba raederas y piedras de desollae. Todas estaban esperan- zadas. Los hombres partieron felices. Por fin podian estar solos con su jefe en algo de hombres. Sin la pre- sencia caoba de aquella veloz, inquietante y joven guerrera, i Lita comprendié. Habfan pasado cientos de afios solo pata que esta ocasién llegara. Los hombres habjan estado esperando en su viejo corazén el mo- mento de ponetla en su lugar. Esta vez obedecerfa y serfa la nifia que no habfa sido jamés. Regresé con el grupo de las mujeres al aleros éstas recelosas y desconfiadas le dieron la espalda. Lita era un ser de mala suerte. Hija de Maka, toca- da por el Milodén Gigante. Atrafa la tragedia y la muerte. Lita, éxtrafiamente bella y enjuta como un 99 joven guerrero, no pertenecia al mundo de ellas, que habjan encendido el fuego, hecho de comer y mascado pieles y machacado semillas por cientos y miles de afios. Las mujeres grufieron y le ensefiaron los dien- tes, Comenzaton a tiratle piedras. Uhle estaba lejos. No dejatian acercatse a esa criatura extrafia, mezcla'de joven y de espiricu de los bosques, que dominaba a los animales con la mirada y los esclavizaba al-contacto de su mano. Varias piedras, ramas y antorchas ardien- do cayeron junto a Lita, Las mujeres gritaban —Andate —le gritaron. Sus ojos brillaban de rabia contenida. Lita se alej6. Estaba sola. Siempre lo habia sa- bido. Era una extranjera ‘en el mundo de las mujeres y en el de los hombres. Era una pequefia nifia sola Solo sabfa seguir el rastro. Y lenta, lentamente, siguié elirastro de los hombres. Se detuvo a distancia prudente'y vio cuando entraron a la cueva. Lita entré detraside ellos y se encaramé por las rocas de un costado; La oscuridad estaba iluminada por una luz mortecing. La altura de los techos la impresioné. Nunca habfa isto una cue- va tan grande excavada en la roca, Desde arriba cafan hilos de agua. El mismo olor a fuego lejano y cenizas la golped en las narices de huevo, i! Desde detrés de una roca, Lita asistié paso a paso a la terrible batalla contra el Miladén acechado por los hombres de Uhle. Taparon |4/ entrada con piedras inmensas y encendieron una héguera dencro de la gigantesca cavidad. El Milodén Ie tenia horror al fuego. Retrocedia bufando. Los hombres de Uhle le 100 clavaban sus lanzas desde todos los puntos de la cueva, trepando por las rocas, bajando por ellas. El animal, cansado y herido, se sents en sus cuartos traseros y comenzé a manoteat, Entonces, Uhle alzado sobre una'roca htimeda, lo enfienté y envié la lanza con un movimiento sofia. do y pensado desde hacia cientos de afios, Desde aquella noche terrible, en Asia. Certera y solida, la lanza se hundié entre los ojos del animal, donde tenia tn pequefio tridngulo de piel blanca, Era el golpe mortal. El Mitodén cayé lento y desmafiado sobre st propio cuerpo y expiré. Un aura grisicea se apoderé del animal vencido dejandolo inerte. Un gran silencio reemplazé el ruido estridente de la batalla. Solo se escuchaba el jadear de los caza- dores y el goreo que escurria por las paredes hiimedas. Estaban libres. Los Hombres del Milodén éstaban libres. Se miaron sin poder creerlo, Después de toda esta inmensidad de tiempo, Makka estaba vengada yiellos estaban libres de la maldicién de la inmorealidad. Podrian envejecer y moris. Podrian descansar del hambre y del frio. Podtfan salit de si cuerpo vivido hasta la saciedad y de la soledad trans- currida hasca el limite del mundo del hielo. Entonces, Uhle dio por segunda vez su inol- vidable grito. Era tan potente que las paredes de.roca se estremecieron, El aire se triz6, Lejanisimo, comenzé otto ruido que salfa sordo, de las profundidades de la tierra helada, ¥ Lita, al sonido de aquel terrible grito, salié hhuyendo. Sentfa que a través de aquel aullido, su padre la empujaba a vivir al mundo de més y més y 101 mis allé, Iba pisando hojas y ramas, huyendo de su pasado. El Milodényinmenso yacla como una mole de carne cansada y grisécea en el medio de la cueva. Para siempre. z La buida a Lita corria. Huia locamente, pisando ramas, Arboles, bosque, agua, pantano, lodo: Sedijo.a’ si misma que iba tras un huemul, une pieza cualquiera. Pero sabia que no era asf. Se dijo que segufa un rastro nuevo, que el olor de una nueva presa la llamaba, pero ella sabla que eso no era cierto, Esta vez corria sin pensar. Querfa solo correr.y poner distancia, distancia, por fin, entre ella y su padie, sus sigidas érdenes, sus grufiidos, sus tertibles ojd8, sus tristezas anchas como las estepas solitarias del sur del mundo, sus entrenamientos agotadores, sus miédos, sus ame- nazas, su ternura, y distancia también, por fin, con ese grito de liberacién que la liberaba 4 ella también. El aire se despegaba de su cuetpo, més tibio, y todas las ataduras de su historia se corrfa, Ella era la llamita blanca, Habid'dejado atrés a Ami. Ya las mujeres la habrfan hecho entrar al corral protector de la noche. Le habrian echado el manojo de hierba. La prepararfan tal. vez: pata la préxima primavera como victima propicia. Pero, ahora, la Mamita blanca habfa quedado atrés. i 104 Cortia para poner distancia entre todo lo qu la habia rddeado desde el nacimiento y ella misma Corria para crecer, para olvidar que era hija de un padre recoiicentrado ‘que habia cargado una madre muetta pox cientos de afios, corria hacia alld, hacia mds y més'y mds alld. a Scort nuevamente . E/ bosque comenzé a hacerse cada vez més impenetrable y hiimedo. Lita supo que estaba entran- do en un territorio distinto. ¥ entonces, en medio de su carrera, de su escape, supo que en el fondo iba cotriendo en pos de él, de Score, del recuerdo del ser que més la habia atraido en su vida. No Jo veta, pero algo en su olfato prodigioso le decia que-estaba cerca “Tenia le imagen. vivida del joven delgado como una rama que la miraba desde su flequillo, con los ojos sombreados, con Jos pies clavados al suelo, como si faeran de barro. Del sinico que la habia superado en habilidad, —Scort —|promuncié, mientras sus pies vola- ban a tas del suelo sumergidos en su propia velocidad. Ahora que hula de Ja, banda, necesitaba desesperadamente nombratl. —Dénde estés, Scort —murmuré con la bo- callena de viento, corriendo sin parar mientras ¢l agua de una lluvia imparable le llenaba la boca y los ojos. Y antes de que su voz desapareciera, comen- 26 el temblor. Sus pies fuertes y seguros no supieron 106 dénde cafan, el suelo subia y bajaba, su carrera se deshizo y Lita tropezd. La tierta comenzé a moverse de una forma tan violenca que apenas podfa caminat. Desconcertada, traté. de: volver atrés. Caminaba afirmandose en Jos arboles, como lo. hacia Uhle, su padre, cuando aspiraba aquellos polvos de la tableta que le habfan dado los Chinchorto alla en el lejano norte. Entonces, Ja tierra se volvié agua. Se movia con una oscilacién tan grande que Lita cayé sobre sus rodillas. ¥ vio, con la boca abierta cémo la tierra de hielo se separaba.en una grieta a solo unos cien ‘metros de ella y una. superficie hirviente lena de erupciones de agua se lanzaba hacia todas direcciones, como si un caldero tapado hacia siglos se hubiera destapado de pronto. Se encontré en unos segundos en un lugar completamente distinto.del que estaba hacia unos minutos, Era la orilla del-mar. Lia forma de la tierra habja cambiado. Se habfa separado en dos. La tierra se separaba en dos y ella estaba en el pedazo mas al sur. Ella y la banda habian quedado en dos territorios separados por ef mar, pens6, enloquecida de temor. Estaba sola en la punta del mundo. Le castafietearon los dientes. Seguia temblando. En la otra orilla vio a la gente de su banda que le hacfa sefias desespieradas, sus brazos y cabezas cada vez més pequefios,’agitin- dose como hormigas, en medio de una nube de fuego y cenizas y de violentos movimiento. La tierra donde estaba Lita se habfa separado de la tierra del mundo y comenzaba a navegar. Sintié a lo lejos, apenas coino tn sonido pequefio el potente grito de 107 su padre. Luego lo apagé una ola: Habla’ suigido el mar alli donde ella habia pasado tun minuto antes. Ya estaba lejos del alcance de su padre. Ya estaba lejos de sus caricias y sus Ilantos./Y de su furiosa espera del Milodén, Ya estaba lejos de todo su mundo. Lita vig como, lentamente, ellos se iban perdiendo, alejando ‘més alla del horizonte movible de las aguas revolucio- nadas. Se irfan, De regieso hacia los’ bosques del norte. A pesar de que sabfan que ninguno llegarfa, porque ya eran mortales, volvian de regreso sofiando con las estepas de Asia que habfan dejado. Era lo tini- co que tenfan para sofiar. El pasado. Sofianido con que alguno de sus hijos pudiera regresar algiin dia al puente entre dos mundos. Vio desaparecer su banda, su vida, su pasado, entre vapores de agua, ramas y pedazos de tierra con raices al aire. Lita se dio media vuelta y comenzé a cami- nar hacia el sur. El mar se habia calmado. Los feroces, chorros de agua nacidos a presién desde'la tierra se habjan resuelto en una anchisima banda' de agua. Era extrafio, pensé. Ya no sentia miedo. Una certeza ancha y fuerte hacfa seguro su paso. Algo\en su piel le advirtié que pronto verfa a alguien, Todos sus poros se aprestaron para el encuentro. De profito, comenzd a pisar un algo extenso y blando. Sus pis se hundie- ron y desaparecieron. El piso estaba bldhdo como la piel de un nifio. Vio que no era hielo fi tierra, sino agua i ; Se acercé al borde de los arboles y se agarné de ellos. E inclindndose hacia abajo, se vio a s{ mista. Quedé absorta mirdndose en el agua recién salida del mat, limpida y oscura. Se vela, rio muy alta, delgada, 108 nervuda, de pechos incipientes, de caderas estrechas, levisimaménte redondeadas, su pelo oscuro y'rojizo cayendo en cascada oscura por su cara hacia el agua. Sus pémulos altos. Sus ojos oscuros y antiguos, de cientos de aos, Lita se vio y sonrié. No habia sonreido nunca. Entonces guebrando su reflejo, vio-una canoa de piel tensada cof. varas, las mismas de la herramienta que la habfa maravillado tanto. Lita olié el aire y supo. Enerecerrando los ojos, sin mirat, supo que el que estaba en Je canoa era, por fin Scort, su hombre, con el que habria de convertirse en yémana, con el que habria de vivir y engendrar a los hijos del sur. El mar se habia abierto y la tierra se habla di- vidido en dos. Al parecer, eran los tinicos que habian quedado en el otro lado, Lita sonrié nuevamente, Una vez ms su olfato y la sensibilidad de su pie! no le habjan engafiado, Era él, Score. Enrojecié de placer y abrié la boca sin gritar. Su pelo caoba se agitaba entre el viento lleno de la llovizna de las aguas. El'se acercaba diestro, con el remo, quebran- do el agua. No emitia ningtin sonido, Pero ella sinttié su olor inconfundible a humo y a secreto y a ceniza y a.amor resguardado y tierno, secreto y suave. Ni siquiera tuvo necesidad de mirarlo ni de sentir el grito de él sonando sobre el agua. Le hacta sefias agitando su cuerpo. La habfa divisado. Entonces Scort se puso de pie y haciendo bocina con las. manos, ah, las grandes manos de él, donde cabla su mundo y el mundo, grité su nombre de nuevo desde el agua. Alto, Delgado, Fuerte como un ézbol joven. 109 —Scort —decia amistoso él, miréndola, po- nigndose la mano sobre el pecho, como habia hecho la vez que lo habia conocido. Le hacia sefias de que no se moviera, ya llegaba, ya llegaba. Se puso de pie sobre la delgada canoa de dos puntas qué se clevaba sobre las aguas, Lita vio como elevaba el arco y se lo oftecfa, con los ojos tan suaves, tan terciopelamente suaves que Lita sintié por prime- ra ver su coraz6n, su propio corazén, la piel de su propio coraz6n funcionando en el pecho. Ya no era la velocidad o la destreza o el reflejo exacto 0 el olfaro perfecto para seguir la huella de ningin animal. La presa era ahora ella misma, Y cazada por el tinico ser en el mundo que queria que la cazara, Lento, Scort descendié de la canoa. La tierra seguia moviéndose con estertores aislados mientras del volcén a lo lejos bajaban rfos de lava ardiente.como dedos de muerte sobre el continente. El venia a salvarla, Lita lo supo apenas vio la canoa y su flequillo. Scort estaba de pie en el centro de la embarcacién cercandose lentamente hacia ell. La habja encontrado no con la destreza de su olfaro, sino con su deseo de muchacho enamorado, Se acereé a ella, en medio de la tierra que se movia como el agua, en medio del ruido de catapulta de los hielos precipitandose unos contra otros, convertidos en gigantescos animales blancos en una lucha helada y final. La habfa encontrado con la exactitud de su amor, : Entonces, ‘Lita recostada ent la taliente de roca agarrada a las ramas de aquel pino inmenso des- de donde veia otra Lita reflejada en el agi limpids 110 naciendo del hiclo de ese lage 0 mar, sintié nueva- mente que la sangre corria por sud piernas, como cuando Uhle, su padre la'habla sangradé para que lograra més velocidad y resistencia. Solo que ahora la sangre no provenia de sus piernas. Venia bajando como una cascada silenciosa de su intetior de muchacha adolescente y se-destizaba entre sus muslos naciendo de una vertiente désconocida dentro de su pubis. Era una sangre distinta. Sin la ferdcidad ni el salvajistmo de su corvas cortadas, Esta era una silenciosa sangre sedosa que salia de su ser de mujer, tibia, densa, una sangre con los brazos abiertos, un manantial mudo y ancho. Lita menstruaba. Habfa comenzado a ser una mujer. Una pequefia mujer en la otra otilla del mun- do. Una mujer lena de fuerza y suavidad. Sintié sue- fio, Miré a Scort, que la miraba a su vez, con una son- risa recién nacida, brillante, deseosa, leno de juibilo por haberla encontrado, Sontié de nuevo, sefalé las piernas de Lita, E] manso caudal secreto y rojo le te- fifa las rodillas y se deslizaba como largos pistilos pier- nas abajo, hasca llegar abgjo, donde se empozaba en unas pequefias corolas rojas. ‘Aunque no lo sabian, habfan quedado aisla- dos del continente para siempre: Acababa de abrirse el Estrecho de Magallanes, 10.000 afios antes de ahora en el gran deshielo del final de la época glacial pleistocénica. Ellos'serfan los primeros habitantes de la isla grande de Tietra del Fuego. Los primeros hom- bres, Los yémanas, porque serian los que se fan més y més alld, cumpliendo el deseo de Lita de alejarse'de los Hombres del Milodén, Lucgo, cientos de afos i después, vendrfan otros grupos a poblar el norte y-el centro de la isla. Serfan los selknam, los hombres del norte, como les decfan en idioma yamana, la familia de los onas, de los cazadbres del fin del mundo. Lita y Scort la iniciaban en ese momento eno de bloques de hielo y aguas subienido en locts espirales de un mar entrando en la tierry|Lita y Score solos en la inmensidad del sur entreabietto, que abria una grieta en la capa de hielo y se alejaba de la tierka del mundo conocido. Fntrarfan en la otra olla donde todo comenzaba, donde serfan solo ellos dos. Lita suspité. Por fin podria dejar de correr, pensé. Un sibito bostezo de cansancip subié a su boca de muchacha hecha de vida y muerte, de risa y llanto. Era mortal, por fin, suspir6.'¥ afirmé sa cabeza en el hombro de Scort mientras este remaba dlestro més y més y més alt

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