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Mariano Moldes (1966-2008)

Titulo:

El filósofo en musculosa

Por Alejandro Agostinelli

Texto:

“Las dificultades económicas de Silvano Di Venanzo, electricista nómade, ya que en La


Concha, población al sur de Tucumán, no hay electricidad, parecían haber llegado a su
fin. En el paraje La Invernada comenzaron a correr versiones sobre el aterrizaje de un
plato volador. Por esos días, Di Venanzo, en su juventud ilusionista de circo, había
capturado un manyunato, raro ejemplar de la familia de los hurones, una especie de
mono con cara de zorro que emite un sonido similar al llanto de una mujer. El
espécimen tenía una particularidad: poseía tres manos en vez de dos. Era tan extraño
que un vecino dijo en broma que parecía venido de Marte. Di Venanzo pescó la idea al
vuelo. Pronto logró que el Instituto Miguel Lillo certificara que el animal pasaba a
integrar una ‘especie no identificada’. El viejo buscavidas sumergió a la criatura en
anilina verde y recorrió la provincia para exhibir al manyunato marciano a razón de 100
pesos por persona...”
Esta deliciosa crónica se publicó en la revista “Siete días” el 11 de agosto de 1968.
Cuando la descubrí entre carpetas viejas supe que Mariano Moldes la iba a disfrutar
como un enano. La escanée y se la envié enseguida. Era el 2 de enero del 2008. ¡Le iba
a encantar conocer la historia del manyunato! Mariano sabía todo lo que hay que saber
sobre zoología, todo lo que cabía sospechar sobre criptozoología y recordaba todo lo
que él mismo había imaginado en sus cuentos sobre criaturas fantásticas, algunos
parecidos a esta noticia. Además, sólo él hubiera sabido responder si existía un hurón
llamado manyunato, si a fines de los sesenta el Instituto Miguel Lillo era una entidad
respetable como ahora y, por fin, qué le parecía la historia, que para mí era demasiado
buena para ser cierta. Porque cuando yo no encontraba una respuesta rápida sobre
cualquier cosa en Internet, Mariano no sólo era mi amigo, también era mi Google
personal.
Mariano Moldes ya no iba a leer la historia del manyunato. Mariano estaba en coma. El
27 de diciembre de 2007 había sufrido una aguda complicación respiratoria y su familia
lo internó de inmediato en el Sanatorio Mitre. Moldes, el biólogo que obtuvo su
licenciatura en la Universidad de Buenos Aires casi “para cumplir”, porque para él la
ciencia estaba en otra parte, moría pocos días después, el 5 de enero.
Mariano era biólogo, pero decir eso es apenas una rodaja de la verdad. Sus
conocimientos abarcaban decenas de campos: filosofía, literatura, zoología, medicina,
botánica, pseudociencias, cine, televisión… Tenía un humor filoso donde combinaba la
erudición de tipo de barrio y mentalidad científica.
Moldes había nacido en Buenos Aires el 19 de abril de 1966. Alumno del Nacional
Buenos Aires, se había recibido de Profesor de Inglés en la Asociación Argentina de
Cultura Inglesa y, en 1996, de licenciado en Ciencias Biológicas. Tan poca estima tenía
por la Academia que le costaba imaginarse dando clases en Exactas. Porque confiaba
más en la periferia, en los alumnos que, como él, habían hecho buena letra para ser
eficaces investigadores y, por razones que él siempre iba a comprender, terminaron
fundidos por la burocracia, las arbitrariedades o ciertos personajes funestos enquistados
en la Universidad. Para Mariano esos estudiantes se habían esforzado más que los
graduados, y había que rescatarlos de los márgenes para crear una red científica
alternativa. En eso estaba cuando su cuerpo decidió que no iba a vivir el resto de su vida
conectado a un respirador.
Para Mario Bunge, Moldes era un colega. Lo consideraba un filósofo porque sus
escritos inéditos, algunos de los cuales el epistemólogo llegó a leer, le revelaron que lo
era. Mariano, en cambio, se definía como un cuentapropista de la ciencia. Su cerebro
era una esponja de conocimientos que no se resignaba a almacenar, sino que procesaba
incesantemente en ensayos, artículos, libros y conversaciones informales.
Hablaba rápido y había que estar atento para capturar sus razonamientos. Y al revés,
pese a que parecía distraído, ponía mucha atención a sus interlocutores. Su chispa, su
capacidad para sacar conclusiones y sus excentricidades completaban el cuadro de una
personalidad extravagante. Que no siempre mostraba una cara bonita: si alguien le caía
mal, se lo enrostraba sin filtros. Hasta en esos desplantes ponía su dosis de altruismo:
Mariano creía que decir “verdades dolorosas” podía ayudar a quienes no le
simpatizaban a ser mejores personas. Famélico consumidor cultural, siempre tenía a
mano una metáfora popular para asestar a la mandíbula: si tropezaba con algún contrera
y le ganaba el tranco, comparaba su sensación de victoria con la de “el gordo fascista de
South Park”; si sentía perdedor estaba “como el personaje de Michael Caine en Sangre
y Vino”; y si un colega metía la pata, le recordaba que si un alumno suyo hubiera
cometido un error parecido “le hubieras encajado un 0 y le hacías poner la cabeza de
molde para trazarlo”.
Nos juntamos a tomar un café días antes de la Navidad del 2007. Llegó al bar sudoroso:
con frío, con sol o con lluvia, Mariano siempre salía a correr en musculosa. Esa tarde lo
vi, por primera vez, preocupado por su salud. Me dijo que había decidido ir al médico
por un problema respiratorio. Como tantos escépticos, que después de todo también son
seres humanos, suspendía su escepticismo a la hora de enfrentar dilemas personales.
Que estuviera por visitar al médico me provocó emociones opuestas: me alegró porque
nunca prestaba atención a su salud o se automedicaba, y me alarmó porque sabía que
sólo iría al médico si algo lo asustaba. Dos semanas después, un amigo me comunica la
triste noticia de su fallecimiento.
Como pasa con las personas que aman la escritura, tenemos la oportunidad de
recordarlo a través de sus textos. Varios artículos suyos se pueden leer en Internet,
especialmente algunas notas que publicó en “El Ojo Escéptico” (1994-1997),
“Descubrir” (1997) y “Pensar” (2005-2007).
Sus mails nunca estaban redactados a las apuradas: eran cartas escritas con cariño, como
las que solíamos echar al correo postal antes de Internet. Nunca los borré. Todos eran
piezas admirables, que valía la pena releer. Cada tanto le respondía con la frase de
Carlitos Balá cuando terminaba sus bromas telefónicas: “¡Lástima que no lo pueda
compartir!”. Casi siempre me permitía reenviar esas breves joyas. Mariano tenía
proyectos literarios. De divulgación científica. Libros, muchos: algunos empezados,
otros cancelados y no menos de dos novelas terminadas, que cajoneó en pos de nuevas
ideas, que le surgían a borbotones. ¿Sus temas preferidos? Criptozoología, neorracismo,
biotecnología, genética y modelos de procesamiento del conocimiento científico…
Siendo muy joven se acercó a la Asociación Ornitológica del Plata (AOP), para quienes
tradujo “Birds of La Plata”, de William Henry Hudson, considerado el primer
ornitólogo argentino. Los conocimientos de Mariano sobre el prodigioso mundo de los
pájaros eran formidables. Una noche, mi hermano Javier encontró a su pájaro
desmayado. Me llamó en plena madrugada para preguntarme si no podíamos
preguntarle qué hacer a Mariano. Su esposa estaba desolada. Mi amigo se vistió, se
tomó el primer taxi y curó al pájaro, un ejemplar del que se enamoró porque tenía un
“humor extraño”. Javier le contó que volaba como un loco por la casa y picoteaba en la
cabeza a todo aquel que se le acercara. Mariano le aconsejó que apagara la luz por las
noches: había que respetar sus ciclos de sueño. Aquel hermoso pájaro sin pedigrí pero
de carácter excepcional se calmó y sobrevivió.
Nunca sabré si Mariano conocía la increíble historia de Silvano Di Venanzo, el
electricista nómade de La Concha, y la de su mascota marciana, el manyunato bañado
en anilina que lo hizo millonario. Tampoco sé, y me resigno a no saber, si me hubiera
podido ayudar a identificar al raro animal. Sólo sé que ahora, cuando a Mariano se le
apagó la luz, seguiremos despiertos rescatando y leyendo sus textos.
Todavía tiene mucho por decir. Por eso confío en que pronto estará nuevamente entre
nosotros.

Moldes Moldes a través de textos, conversaciones y apuntes

¿QUÉ HACER? Mariano Moldes no comulgaba con la frase: “Qué se le va a hacer, el


que quiere creer… va a seguir creyendo”. No porque la expresión estuviera desacertada
sino porque la delimitación el que quiera creer “no garantiza los presuntos corolarios
pesimistas que intentan derivar quienes la repiten, buscando en ellos justificación para
eternizar a los escépticos en sectas confinadas a una mesa de café”…
“El caso es que ‘el que quiera creer’ no viene identificado con una remera flúo: lo único
que uno puede asegurar que hay en el otro campo son ‘creyentes’; y muchas veces lo
son a regañadientes. No faltan los casos de quienes están en perfecto equilibrio cuando
un mensaje cuestionador los alcanza, pero algún tiempo después entran en crisis y allí el
mensaje hará sentir su efecto.”

CREENCIAS. “Alguna vez fui ‘creyente’ en una visión favorable a la parapsicología y


el espiritismo, pero muy a mi pesar: me deprimía el que los espíritus de los muertos
anduvieran alrededor metiendo las narices en nuestros actos privados, y el lugar
miserable en que esto dejaba a la ciencia ortodoxa; sólo respaldaba mi creencia en la
presunción de que las cacareadas evidencias eran respetables y en la idea de que era una
de las dos únicas posibilidades para salvar la idea de una escatología (la otra estaba
representada por la religión tradicional). También fui ‘partidario’ del psicoanálisis
durante un tiempo, mayormente porque lo contrario habría significado hacerme
acreedor a que la mayoría de la gente a la que trataba me mirara fulero. Abandonar a
una y otro sólo fue posible cuando enfrenté una crisis masiva. Esa fue la crisis que me
empujó a descubrir el deísmo. Así perdí toda motivación para creer en un mundo
parapsicológico/espiritista, y entonces la evidencia en su contra pesó muchísimo más; y
como la crisis alcanzó a mi vida social, me tenía sin cuidado lo que la gente pensara de
mis ideas. En este clima descubrí que (Mario) Bunge representaba mucho más que la
objeción al psicoanálisis, y lo estudié; en el curso de unos meses me había convertido en
un enemigo jurado tanto de la parapsicología como del psicoanálisis.”

LA FE TE PUEDE MATAR A DENTELLADAS. “La criptozoología intenta rescatar el


espíritu romántico de la zoología del siglo XIX. Yo puedo dar fe: cuando me iba mal en
la carrera (antes de que Bunge encendiera la lámpara de Alá en mi cabeza) y no la veía
ni cuadrada con la teoría, la única esperanza con la que soñaba en grande se cifraba en
volver de una tierra remota con un monstruo enorme y fiero, rugiendo y lanzando
dentelladas en stop-motion. Por eso, cuando fui a los lagos del Sur, me tracé el siguiente
plan: si se llegaba a ver un Nahuelito yo iba a tirarme al agua aún a riesgo de cagarme
de frío y de que el monstruo no lo tomara a
bien. Lo único que me hizo dudar fue la posibilidad de que no hubiera críptidos... sino
minisubmarinos a oruga, seguramente adquiridos a la U.R.S.S., que la Armada
(argentina o chilena) estuviera probando en los lagos y, al verme, decidieran liquidarme
para mantener el secreto. Pero que el plesiosaurio me deshiciera a dentelladas, eso sí
podía afrontarlo…”

PROYECTOS EDUCATIVOS E INTERNET. Mariano había diseñado un programa de


“recuperación de cerebros” al que llamaba “Legión Extranjera de la Academia”, una
suerte de coalición de mentes desaprovechadas que imaginaba integrada por “graduados
en ciencias que no consiguen inserción profesional como investigadores”. También
quiso impulsar un “Grupo Estudiantes Agudos” mediante el cual deseaba fomentar la
comunicación y la coordinación de los egresados marginados del sistema académico.
Cuando le sugerí que empezara a desarrollar sus ideas en un blog, repuso: “Es cierto
que un motor de búsqueda puede arrojarte en un blog, pero como mi propuesta es algo
tan novedoso e inusual, y los excluidos por el sistema suelen estar tan resignados, no es
de esperar que busquen ese blog, sino más bien que se topen con él. Y esto se vuelve
improbable debido a la superpoblación de la blogosfera; hoy por hoy, hasta los hámsters
tienen blogs”.

EXTRATERRESTRES. A principios de septiembre de 1995, cuando la televisión había


presentado la “autopsia al E.T. de Roswell”, el Centro Argentino para la Investigación y
Refutación de la Pseudociencia (CAIRP) organizó en la Librería Gandhi una mesa
redonda. Mariano participó como conferencista. Hace un par de años recordó su
participación en aquella charla en los siguientes términos: “Mientras el E.T. se apartaba
diametralmente de la constitución humana en algunas cosas, era exageradamente
antropomórfico en otras. Sus ‘vísceras’, a diferencia de las de un ser humano, estaban
sueltas en la cavidad corporal (con total carencia de mesenterios u otras membranas que
actuaran de sostén). Lo mismo ocurría con el patrón de distribución de fluidos: pese a
estar muerto, la piel estaba tan perfundida que el corte del escalpelo podía seguirse con
la sangre que brotaba; las vísceras estaban secas. Y a todo esto, tenía una carita, una
naricita, dos orejitas… la máxima rareza era un dedo suplementario y una especie de
película que cubría los ojos. O sea: si su fisiología estaba tan lejos de la nuestra, ¿cómo
era que, mediante puras casualidades evolutivas, había llegado a tener una anatomía tan
pasmosamente semejante? Más bien daba para pensar que algunos de estos rasgos
facilitaban el truco (incisión inicial), mientras otros revelaban el corto vuelo intelectual
del falsificador (vísceras sueltas) o buscaban eco emocional en el espectador medio al
refrendar ciertas creencias muy difundidas (aspecto de hombrecito gris cabezudo).”

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