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PAZ

Para el Rabino Samuel Goldberg, la tarde lucía más luminosa que de


costumbre; después de una lluvia intensa de poca duración el tímido Sol
lanzaba entre nubes grises, sus últimos rayos del día sobre las fachadas de los
edificios y los transeúntes, trazando grandes sombras alargadas sobre las
banquetas y pintando de tonos amarillentos y ocres la calle.

A través de su ventana, admiraba los antiguos fresnos en el camellón de la


avenida frente a la sinagoga, quienes presumían sus nuevas y brillantes hojas
de primavera, ondeando rítmicamente sus ramas impulsadas por una suave
brisa vespertina, el aire se respiraba húmedo y limpio; esta imagen dibujaba
una discreta sonrisa al rostro del viejo Rabino, anciano hombre sabio con gran
experiencia en la vida, quien sentía en esos momentos la paz y la serenidad de
las que careció durante mucho tiempo.

Volteó a ver el reloj colgado frente al escritorio de su oficina y se dio cuenta de


que ya eran las seis y cuarto de la tarde; no habían llegado aún a su cita de las
seis, Moshe y Sarah. Matrimonio singular; quienes acostumbraban hablar
demasiado alto en público y en privado, con un lenguaje, que con frecuencia
obligaba a las madres cercanas a alejar discretamente a sus hijos; el trato
entre ellos, generalmente estaba exento de cordialidad y ternura; por lo tanto,
su presencia usualmente generaba incomodidad y disgusto a los presentes.
Todo auguraba que su tarde posiblemente carecería de tranquilidad.

Unos momentos después, llegaron:

-Queremos divorciarnos-, dijo sin preámbulos Moshe, casi tropezándose al


tomar apresuradamente asiento y sin saludar con el debido respeto al Rabino
Golberg.

-Si, ya no lo aguanto- dijo Sarah,

-Siempre haces lo mismo- agregó Moshe, -nunca puedes tener la menor


amabilidad, ni conmigo ni con nuestros hijos, menos con mi madre-,

-Nunca me das la razón, siempre haces lo que te da la gana, nunca me haces


caso, todo el tiempo dices que trabajas, pero nunca me sacas a ningún lado-,
reclamo ella,

-¿Por que habría de hacerlo?, siempre acabamos peleando por cualquier cosa-,

– No me jodas-, dijo Sarah, -nunca tienes cortesía ni atenciones para mí,


siempre supe que había sido un error casarme contigo, ahora se que nunca te
he querido -,
-Ni yo tampoco, en eso tienes razón, no se porque lo hice, - continuó él, -eres
una bruja que siempre me ha robado la alegría de vivir- y si, -efectivamente al
casarme contigo cometí un enorme error, siempre lo he sabido-,

-Claro, siempre sacas eso a relucir- continuó diciendo Sarah. -Por eso, Rabino-
expresó Sarah: queremos que nos diga que podemos hacer para divorciarnos
ante las leyes religiosas, porque las civiles ya están caminando, ya no quiero
verlo nunca más, pero no lo dejaré que me quite nada y menos a mis hijos-.

La paz que el Rabino Goldberg disfrutaba, ya había desaparecido rápidamente,


continuaron con sus alegatos otra media hora más de dimes y diretes, así
como reclamos e insultos de ambas partes del cuadrilátero en el cuál se había
convertido su oficina, lagrimas de ella y la cara enrojecida de él y mucha
violencia verbal que afortunadamente, pero por muy poco, no se tradujo en
física.

El viejo Goldberg mientras los observaba, peinaba con fingida paciencia su


rala y larga barba con los dedos. Sin perder la compostura, los dejó hablar y
agitarse hasta que se cansaron, en un pequeño hueco de silencio, aprovechó
para decirles: Admiro enormemente su entusiasmo oral, tienen los dos, un gran
acervo gramatical de palabras hirientes, insultos y reclamos, usan con gran
maestría los adjetivos; pero lo que mas me llama la atención es el uso tan
frecuente que le dan a dos palabras de altísima peligrosidad, palabras que
deberían de usarse solo con un permiso especial, son palabras que al utilizarlas
torpemente, destruyen a su paso todo el amor que pudo haber sido cimentado,
son dos palabras depredadoras de los sentimientos si no se usan con extremo
cuidado, tienen tanto poder y veneno potencial, que es imposible a veces
reconstruir los sentimientos y enfatizan artificialmente emociones que no
siempre son reales, además, tienen la característica de que pueden, como en
su caso, matar una relación con rapidez.

Estas palabras son: “Nunca y Siempre”, estas dos palabras son conceptos
absolutos, no dan lugar a la negociación, a la suavidad en las frases, no tienen
términos intermedios, son blanco o negro, bueno o malo, no existen formas
adecuadas para discutir los sentimientos verdaderos con sensatez, usando
estas palabras se anula la capacidad de salvar una relación de pareja.

Al terminar de exponer sus argumentos, el anciano Rabino les propuso que


durante una semana, -solamente una semana-, cada vez que quisieran
utilizarlas, las sustituyeran por: -a veces-, -con frecuencia-, -no siempre-, -en
algunas ocasiones-, -de vez en cuando- y otras similares que permitieran la
negociación y dieran también alternativas para discutir, sin la agresión que
provoca el uso de aquellas dos palabras. La reacción de la pareja fue de
sorpresa y desconcierto, esperaban otra cosa, menos que el Rabino tratara de
convencerlos de reconstruir una relación insalvable; sin embargo, por la hora y
el agotamiento al que habían llegado ambos, aceptaron con cierto desgano la
propuesta y prometieron regresar a la semana siguiente a la misma hora, con
conclusiones y resultados al respecto.

El Rabino se acomodó el capel en su cabeza, tan rala y despoblada como su


barba y despidió a la pareja. Intentó nuevamente recuperar la paz que se había
diluido junto con la luz del sol y al ver nuevamente el reloj, decidió que lo mejor
era terminar su exhausto día de trabajo.

A la semana siguiente, el viejo Goldberg al ver que ya eran las siete de la


tarde, decidió que no tenía caso esperar a Moshe y Sarah, apagó las luces de
su oficina y se fue a descansar.

ENRIQUE RODRIGUEZ AVILA Julio


2010

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