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(lattes be eee r i ‘607-722-2080 Hy | i 222880 Ail o!786077 Alfredo Ruiz Islas (Mexico DF.1975) Gaeaeaicielite ail rie eee Coren incite Unnceect) Iberoamericana. Es autor de cuent Pulte Seoeuine mae SU cece Gorm afe tates sts} Chile, Argentina y Estados Unido: Ha ganado premios literarios ionales e internacionales, entre (octocese rence ayuntamiento de San Antonio de Reeeoe ele ments c acteurs Aires, Argentina y el premio al mejor relato histérico, concedido por Erato cues OCU Radio Nacional de Espana. En 2012 Gaeioinciacice sca Wein Wak iui) juvenillde literatura Gran Angular de Ediciones SM Caroline Ruz, Sombras de nadie ALFREDO RUIZ I JNorma ‘wwwckapelusznorma.com.at Bogoté, Buenos Aires, Guatemala, Lima, México, Quito, San Juan, Santiago de Chile 2014 Ruiz Islas, Alfredo ‘Sombrasdenadie / Alfredo Ruiz Islas. ~ México: Norma, 2014 224 piginas ~ (Zona libre) ISBN: 978-607-722-288-0 1 Literatura mexicana. 2. Novela 5. Literatura juvenih I. 1 Ser. Alfredo Ruiz Islas, 2014 Norma Ediciones México, 2014 Leandro N. Alers 1074, piso 7, CCABA ~ Argentina. 0° Primera edcién: marzo de 2014 Primera impresién en Argentina: enero de 2017 Reservados todos os derechos. Prohibida la reproduccisn total o parcial ddeesta obra sin permiso escrito de la editorial ‘Marcas y signos distintivos que contienen la denominacion SN'/Norma/Carvajal @ bajo licencia de Grupo Carvajal (Colombia). Impreso en Argentina ~ Printed in Argentina Direccién Eaitorial: Lorenza Estandia Jefe Editorial: Varinia del Angel Edicién: Lizbeth Alvarado Mota Disenio de cubiertay diagramacién: Alfonso Reyes Gomez Fotografia: Shutterstock €c-61077208 ISBN 978-607-722-288-0 A mi madre Emma Lilia ya mi hermana Patricia por l respaldo, la compafta, las tertulias y el impulso. A mis bien amados ausentes, José Islas Rojas, Rosa Maria Islas Guerrero y Maria Loreto Guerrero Arellano por el énimo siempre brindado. In memériam. E, sitbido suena a su izquierda. Largo y agudo. éSerd de un ave, de un metal al fro- tarse contra otro, de una maquina? No. Solo es un silbido. Un silbido al que, de inmedia- to, le responde otro similar, surgido de entre los matorrales que cierran la vereda, quiz unos veinte metros por delante de donde se encuentra. Entonces se da cuenta de que esta perdido. Despacio, intentando no llamar la aten- cidn, da media vuelta, La hojarasca cruje bajo la suela pléstica de sus zapatos. Cruje una vez més cuando desliza el pie derecho hacia atras y lo afianza en la tierra suelta del sen- Alfredo Ruiz Islas dero, tal y como lo harfa cualquier corredor antes de enfrentarse a una prueba de diez mil metros planos. Tal cual. Solo que, en este caso, no hay pista, ni croné- metros, ni contendientes a la vista, ni mucho menos un piblico vociferante. Unicamente el parque desierto. El parque sin paseantes, sin nada que no sean sus arboles dispersos, la maleza que crece sin ningun orden, su estanque vacio. El parque en el que solo mora el vien- to, Solo el viento y nada més. ; Fs la apariencia. Entre las sombras se adivina el paso de un ratén, algtin perro vagabundo. Una sombra que lo mismo puede ser una rata que una envoltura a la que empuja el viento, También, como ya se ha dado cuenta, en algtin lugar estén ellos. Lo sabe bien. Detrés de un Arbol, detras de los botes de la basura, dentro del mismo estanque o entre la maleza. Por ahf deben estar. Dos, cuando menos. Uno a su izquierda. El otro, al frente. Y vienen por é ‘Ahora corre. Si consigue salir del parque y llegar a la avenida, estard a salvo. O, incluso, si encontrara a una persona en el parque, a una sola, podria considerarse salvado. No se hace muchas ilusiones al respecto, pero podria ser. Corre. El sendero se bifurca unos cuantos metros més adelante. Corre. Izquierda, derecha. Da lo mismo. Ambos conducen al exterior. Corre. A la aveni- da y la salvacién. Decide seguir el camino de la derecha. Parece un poco més iluminado que el opuesto ~aunque no gran cosa~ y sial final ambos llegan al mismo sitio, 2qué mas da tomar uno 0 el otro? Lo recorre como una exha~ 6 Sombras de nadie laci6n, con la mirada atenta para salvar los peqquefios escollos que pudieran surgir en su camino -piedre- cillas, algtin hoy oculto por las hojas- y, al mismo tiempo, al tanto de lo que pudiera aparecer frente a €l. Oa sus costados. Parece tentado a volver la cabeza para ver si alguien lo sigue, pero sabe que, de hacerlo, inremisiblemente terminardn enredéndosele los pies y se estrellaré contra el suelo, Mejor no. Al frente y a los lados. Al suelo, también. Su frenética carrera se ve detenida por un muro de concreto gris que le cierra el paso. Un muro enorme, de cuatro metros de alto por diez de ancho. Le lleva todo un segundo entender lo que sucede y poner- le nombre al objeto. La pared trasera de la biblioteca. No la recordaba. Como sea, el miedo lo paraliza, Qué hacer? ¢Adénde ir? Cémo sortearla...? Sacude la cabe- za y se obliga a recuperar la serenidad. Respira hondo, nota que el sendero rodea el edificio de la biblioteca “no podria ser de otro modo- y termina de tranquili- zarse. Ya. Bastaré con darle la vuelta y listo. Por si fuera poco, la pausa realizada le permite aguzar el ofdo y darse cuenta de que no escucha nada a su alrededor. Ni pasos, ni voces. Mucho menos los silbidos extrafios de hace unos momentos. Nada. éEntonces? No lo sabe. Lo més seguro es que, si alguien lo segufa ~cosa que empieza a dudar-, la carrera lo ha dejado tan fatiga~ do que prefirié desistir. O quiza se perdié, O tal vez ni siquiera fue real. Eso es, No puede evitar sonrefr cuando la idea anida firmemente en su cerebro. No hay nadie. Nunca lo hubo. Nadie, Mucho menos ellos Esos elles que 7 Alfredo Ruiz Islas aparecen en todas las historias de terror que se cuen- tan por las noches en el albergue. Ellos, los que estan en todas partes, los que se aparecen y desaparecen a voluntad, los que miran y escuchan y saben y acttan y obligan y dominan. Ellos. El foco de todo mal. Sea como sea, es claro que ellos no estén aqui, en el parque. Posiblemente no estan tampoco en ningtin sitio, pero eso es algo que, de momento, no le intere- sa corroborar. No estan. Por si acaso, mira de nuevo a Su alrededor. No hay nada. Pero nada en absolu- to. Ni siquiera uno de esos pobres perros sin hogar que suelen acurrucarse debajo de las bancas 0 una ardilla vagabunda que, tras descender de un drbol, se anima a cruzar el camino de tierra apisonada. Nada. Confortado por su descubrimiento, reemprende la marcha despacio. Hasta se da ¢l lujo de disfrutar el paisaje que le ofrece el parque ~aun en medio de las sombras- y aspira el aire puro de la noche. Tendré que contener su imaginacién si quiere evitar este tipo de sobresaltos en el futuro. Ponerle freno y hacer menos caso a los cuentos del albergue. De verdad que si. Dominar sus fantasfas y dejar de aterrorizarse antes de que le dé un infarto. O de que lo mate una sobredosis de ridiculez. Los autos circulan sobre la avenida, uno tras otro en ruidosa sucesién. Ocasionalmente pasa una motocicle- ta y, rara vez, un autobiis. Se detiene junto a las bancas de la biblioteca, a diez pasos de la barra metélica que sirve de soporte a dos docenas de bicicletas rojas, y mete la mano en el bolsillo derecho del pantalén. No 8 Sombras de nadie hay suerte. Ni una moneda. Confiaba encontrar cinco pesos y abordar un camién que lo llevara de vuelta al albergue. Ahora tendré que recorrer a pie las cuaren- tao cincuenta cuadras que lo separan de su destino. Caray. Podria jurar que tenfa cinco pesos. Quiz en el otro bolsillo... El silbido suena justo en su oreja. Largo y agudo. Al instante, una mano grande, fuerte y tosca, se posa en su hombro. Ven. La voz es ronca. Desagradable. Con un leve acento fuerefio que no alcanza a distinguir. No ha gritado. Ni siquiera ha sonado irritada. Se ha limitado a expre- sar una orden, con toda tranquilidad. Ven. ¢Adénde? No sabe. No importa. Lo tinico es que ellos si, ellos, esos mismos ellos que se supone que no existen- estén aqui. Uno, a su izquierda, el que ha hablado. Otro, a su derecha, el que ha silbado. Son un par de formas oscuras. Aunque no se anima a girar la cabeza para meterlos uno por uno en su campo visual, le queda claro que ambos visten de negro, de la cabeza a los pies. Perfiles negros que cubren sus rostros con més- caras, pasamontafias, pafiuelos o algo similar. Algo que no deja ver sino sus ojos, y aun estos los ocultan tras los lentes oscuros. Las dos siluetas permanecen de pie, una a cada lado, a la expectativa. El sujeto de la izquierda le ha soltado el hombro y parece mirarlo. No lo sabe a ciencia cierta, pero es la impresién que le da. En tanto, el otro mira a su alrededor, atento a la menor sefial de peligro que 9 Alfredo Ruiz Islas aparezca en el entorno. De momento, todo se mantie- ne igual que hace unos instantes. Los automéviles no dejan de circular por la avenida. Las ocasionales moto- cicletas, tampoco. El parque sigue pareciendo desierto, Tanto asi que, por un momento, le parece que puede burlar a sus oponentes y echar a correr. Tal vez. Si diera un paso hacia adelante y, de repente, emprendie- ra la fuga en la direcci6n opuesta... No. 2A quién quiere engafiar? Es presa de un terror tan violento que las piernas se le doblarfan si intentara moverlas. De puro milagro no se ha desmayado. Ven. La voz ronca y desagradable insiste. Extiende una mano y le sefiala el camino. Ahi, estacionada al borde de la banqueta, justo detrés de las bicicletas rojas, ha aparecido una camioneta oscura, sin ventanillas en la parte posterior. Ven. Esté paralizado, No acierta a negarse, a exigir razo- nes. Las preguntas —qué, quiénes, por qué, adénde- se agolpan en su cabeza, invaden su boca, mueven su lengua pero terminan estrellandose contra sus dientes y mueren de inmediato. -Vamos. Ahora ha hablado el otro. Su voz es apenas un susurro rasposo, impregnado del mismo acento exéti- co. Sin més, lo coge por un brazo y lo obliga a dar un paso hacia la camioneta. Uno. Luego otro. Uno mas. Lo peor es que no encuentra cémo resistirse. Rasposo jala de él, al tiempo que Ronco se sitda detrés y apoya 10 Sombras de nadie ambas manos en su espalda. Despacio, muy despacio, se acercan al vehiculo. Un tercer sujeto abre la puerta trasera y asoma la cabeza, expectante. -iNo! Por fin reacciona. El grito reverbera en todo el par que, rebota en las paredes de las casas cercanas y regresa a sus ofdos convertido en un alud interminable de ecos. ~Calla, maldito. ~iNo! iDéjenme ir! La marcha se acelera. Los hombres intentan levan- tarlo en vilo, lo que solo ocasiona que comience a patalear. Sus pies alcanzan espinillas, muslos, rodillas Los sujetos hacen caso omiso al dolor ~que no ha de ser mucho- y avanzan. -iNo! iNo! ~Hazlo callar -dice Ronco-. Hazlo callar antes de que tengamos encima a todas las patrullas del sector. Siente un golpe en la cabeza. Dos golpes. Aturdido, se siente llevado por los aires y lanzado con violen- cia sobre una superficie dura. Alcanza a percibir el impacto producido por la portezuela de la camioneta al cerrarse y el sonido del motor que enciende. Luego, nada. Solo la negrura ru Lo primero que escuchamos al entrar en el comedor es que se ha producido una baja en nuestras filas durante el fin de semana. Domingo desaparecié —dice Adrién, con aire misterioso. ~Y en domingo -interviene el Pelos, ino- portuno como solo él puede serlo cuando se lo propone-. Qué ironfa. Regreso a la puerta y dirijo la vista hacia todos los rincones del patio, tratando de des- cubrirlo tonteando por ahi, o escondido, 0 quizé solo mirando al cielo. No esté. Adentro, en el comedor, sentado frente a alguna de las diez largas mesas de metal con cubiertas de madera de imitacién, tampoco. Alfredo Ruiz Islas —¢Desapareci6? -pregunto bobo-. éCémo? ~Pues asi ~contesta Adridn, peinando con los dedos su melena rizada-, como desaparece cualquiera. Antes estaba, ahora ya no esté. —Quiero decir que cémo sabes que desaparecié -insisto, sin dejar de buscarlo a mi alrededor-. 6Qué tal que anda por aqui y no lo hemos visto? Siempre es posible. Puede que se haya quedado dormido fuera de su cama, o que nadie lo haya visto debajo de las cobijas, o que tampoco hayan notado el momento en el que entré a las regaderas. =éLo ves por aqui, en algtin lado? -el Pelos sube la voz, lo que hace que comience a formarse una rome- ria de buenas proporciones a nuestro alrededor-. No, éverdad? Parece tener razén, cosa que no me agrada en lo absoluto. Domingo es mi amigo. No el tinico ni el me- jor, pero es mi amigo. Como el mismo Pelos, 0 como ‘Adrian. Incluso como Iris o Greta. Un buen amigo. Y todo indica que lo hemos perdido. Seguro se escapé aventura el gordinflén Juanma, salido de la nada, al tiempo que olfatea el aire para descubrir qué es lo que habrén de servirnos como desayuno. -éDomingo? -el Pelos suelta una risotada-. Domingo el comodén? éDomingo el que ama su cama mas que a nada en el mundo? Domingo el que todos los dfas nos dice lo feliz que esta por tener tres comidas, un techo, una cobija y su amada cama? iPor favor! 14 Sombras de nadie ~Yo solo deca -dice Juanma, y luego agrega, ha- ciendo una mueca~: huevos con jamén. ; Nadie en su sano juicio deja todo eso y se regresa a la vagancia ~dice el Pelos, apuntando a la cara de Juanma con un dedo. -No sé si nadie o alguien -dice Adridn-. Lo tinico seguro es que Domingo, no. Sino se escapé ~digo, mirando alternativamente a los que estén en el corrillo-, équé? -Un accidente -dice el Pelos, fatalista-. Cruzé una calle sin fijarse y lo apachurré un camién ~éTe consta? No ~dice, categsrico-. Pero es posible En cualquier momento vendra don Maximo a darnos la mala noticia, Don Maximo ~busco con la mirada al encarga- do del albergue, un sujeto alto, palido y de negrisimos cabellos, cuyo rostro mal rasurado siempre muestra tuna expresion entre ruin y burlona-. Ese no nos dirfa nada, -Ahf Io tienes ~reitera con mucha conviccién, al tiempo que se pasa la mano por su cabeza calva, que es la que le ha valido el mote de ‘el Pelos'-. Seguro esté en un hospital y nosotros aqui, sin saber. ~Cémo eres tarado, Pelos -lo reprende Adrién-. éNo se te ocurre que algo més haya podido pasarle? ~éAlgo? {Como qué? -No sé ~Adrian se retuerce las manos~. A lo mejor —Con su permiso, me voy a desayunar -interrumpe Juanma-. En una de esas, entre que estamos viendo si sf0 sino, nos dejan a pie. Y yo, la verdad ~dice, pasan- 15 Alfredo Ruiz Islas do una mano por su abultada barriga-, amanecf con mucha hambre. Cuando no -dice Adrién, haciéndonos una sefial con la cabeza para que entremos también. El comedor es un cuadrado de quince metros por lado, con paredes de color gris sucio y unos grandes ventanales que dan al patio del albergue. Al fondo se ubican las estufas en las que las cocineras —dofia Chencha y sus tres ayudantes, dos mujeres y un hom- bre~ preparan la comida que nos sirven a lo largo del dia, junto con la barra sobre la que deslizamos nues- tras charolas para que nos atiendan y el fregadero y Jos aparadores de fierro que sostienen cazos y ollas calientes, Frente a la barra estan las mesas en las que comemos, organizadas en dos hileras iguales: cinco para las nifias, cinco para nosotros. Al menos es lo que se supone. Lo cierto es que cada quien come donde encuentra lugar, del lado que sea, y nadie protesta. En ocasiones, Ubaldo, el prefecto, nos mira con gesto agrio y frunce las cejas, pero nunca dice nada. Como ahora. No bien entramos, tres pares de manos se agitan a la distancia, indicdndonos que nos han apartado lugares en esa misma mesa... al fondo, del lado de las nifas. Los tres -el Pelos, Adrian y yo; Juanma se mueve apar- te y, de hecho, ya se ha sentado con sus amigos, unos nifios pequefios a los que por lo regular no soporta- mos- asentimos vigorosamente con la cabeza y nos dirigimos a la barra. Primero, la charola. Servilleta, cuchara pequefia, tenedor. De la parte superior de la barra tomamos una 16 Sombras de nadie taza de café y avanzamos hasta el sitio en el que dofia Chencha entrega los platos conforme Tofia los va sit- viendo. De un lado, frijoles refritos. Del otro, huevos con jamén. Un paso més adelante, el canasto con los panes. Equilibramos nuestras cargas lo mejor que podemos, saludamos con un gesto a Ubaldo -que nos responde con un "hum’ que quiere sonar mal- humorado, aunque todos sabemos que el hombre es inofensivo- y nos dirigimos a la mesa en la que nos esperan. ~iYa supieron! -dice Iris en cuanto nos sentamos y antes de que podamos siquiera ponerle azticar al café. ~Ya dice Adrian, mirando embelesado a la nifia alta de largas trenzas y hoyuelos en las mejllas. Para nadie es un secreto que Iris le encanta. Para nadie. Excepto para la propia Iris. ~Y? -Lo que sabemos es muy poco -como de costum- bre, el Pelos le roba a Greta un pedazo de su pan y la nifia, juguetona, le da un manazo-. Domingo salié ayer y no ha llegado. A todas luces, y a menos que alguien le haya cambiado el significado a las palabras, esta desa~ parecido. Desaparecido -me mira de reojo-, aunque a Giiicho no le guste -No es que no me guste -digo, concentréndome en Jos huevos con jamén, que comienzan a estar frios y resecos~. Es solo que... me preocupa. -A mi también —dramatiza Olivia, llevandose una mano a la frente-. No quiero ni imaginar en qué con- diciones estaré ahora la criatura. 17 Alfredo Rutz Islas -No es para burlarse -le digo, serio-. O me vas a decir que te vale gorro lo que pueda haberle ocurrido. Olivia suspende el teatro y clava la vista en la mesa. Sabe que se ha pasado. Peor todavia, sabe que no puede permanecer indiferente. El solo hecho de haberla to- mado aparentemente ala ligera demuestra que la ausen- cia de Domingo le afecta. Qué tanto, no lo sabemos. No es de las que exteriorizan lo que sienten, ni tampoco es aficionada a mostrarse tal y como es. Lo mismo que Domingo. Por eso se llevaban bien. Hubo quien empez6 a correr el rumor de que eran novios, pero a mi no me Jo parecié, Solo sé que eran cercanos. Mucho. Son de la misma edad -los dos tienen dieciséis afios y, por ende, son los més grandes de todos nosotros, reservados y un poco inmaduros. ¥ esto tltimo, la inmadurez, ¢s la pura mascara. Tanto de Olivia como de Domingo. ~Yo tengo una idea. Nos encaramos con Adrian todos a un mismo tiem~ po pero él, decidido a ponerle un poco de suspenso al asunto, come lo que le resta de huevo, frijoles y pan. Luego lo mastica a consciencia. Lo miramos masticar, masticar y masticar. €Un pedacito mas de pan, robado a Greta? Faltaba mds. Y no deja de rumiar. Siento c6mo la tension crece a cada segundo que pasa, pero Adrién no parece dispuesto a apurar su masticaci6n. Por fin termina. Solo un traguito de café y listo. Mision cum- plida. Habla -le dice entre dientes el Pelos-. Antes de que te arranque las orejas. -O la lengua -lo secunda Greta. 18 Sombras de nadie _~Ya, ya -manotea Olivia. Anda, hombre. Mira como nos tienes. ; pea Adrién y se da unas palmaditas a la altura del estémago-. Perdonen. Les decfa qu le ter una idea... 4 we ~Ya lo has dicho -el Pelos hace tamborilear sus dedos sobre la mesa~. Pero no sabemos en qué con- siste. Adrién nos mira uno por uno. Muy fijo. A sefias nos indica que nos acerquemos, asf, muy juntos. Tan juntos que nos escuchamos respirar. ~4Qué es? pregunto en un susurro y de inmediato me siento estipido, como si estuviera en una pelicula barata de mafiosos. | ~Yo creo —cuenta Adrian en un cuchicheo casi inau- dible- que fueron... ellos ~£Qué? -grita Iris junto a mi ofdo y por poco me rompe los timpanos; los dos-. 2Dices que...? ~Shhh -la calla Adridn y regresa a su cuchicheo-. Si. Ellos, ~éDe donde se te ocurre? -el Pelos mira hacia todos lados antes de preguntar. No quisiera deciles que, con esta actitud de conspiradores ridiculos, lo més seguro es que todos en el comedor estén pendientes de lo que decimos. -No hay de otra ~Adrién verifica que todos haya- mos terminado de desayunar y mira el reloj que pre- side el comedor. Son las 7:40. Tenemos veinte minutos para conversar antes de que inicien las clases~: varios afuera. 19 Alfredo Ruiz Islas Salimos del comedor, sintiendo encima de nosotros al menos quince pares de ojos. Qué mas da. De un modo 0 de otro, por boca nuestra o de alguien més, todo mundo terminard enterdndose de lo que hable- mos. ¥ hasta de lo que no. —Estébamos en que ellos... ~suelta Iris en cuanto nos acomodamos en la banca que, por lo general, funciona ‘como nuestro centro de operaciones. Como esta en el extremo del patio, detras de un drbol de buen tamafio, un arbusto y una jardinera, nos brinda una privacidad més que razonable. ~Si, ellos ~dice Adridn, muy serio-. Ellos se lo levaron. Pero ni siquiera sabemos quiénes son ellos ~espeta Olivia, cosa en la que los demas estamos de acuer- do, Por si hiciera falta clarificarlo, el Pelos se lo dice a Adridn con una mueca irénica: -Esos ¢llos, queridisimo Adridn, solo viven en tu cabeza. En esa cabeza tuya en la que también viven Supermédn, cinco héroes de manga, los aviones Sukhoi, la radio de onda corta, el helado de queso y... -mira de soslayo a Iris, sin atreverse a agregar nada més- y... —iNo! -se desespera Adridn-. Estos son reales. -Pruébalo. =No puedo ~sus manos se elevan, suplicantes-. iNo puedo! Pero sé que existen. Es mds: puedo asegurarles que ellos son los responsables de todas las desaparicio- nes que ha habido en el albergue durante los tiltimos meses. =No lo creo -interviene Greta-. Si la memoria no me falla -sus dedos comienzan a levantarse, uno a 20 Sombras de nadie uno, mientras efectia un répido repaso-, Marilyn, la loca Marilyn, se fue para el norte a buscar a su papd. Luego... Rigo, ése acuerdan de Rigo? espera a que asintamos todos para proseguir-: Rigo encontré trabajo en una tintoreria y se marché. Mmm... La Nena... ~dQuign? -pregunta Iris, haciendo bizcos. -La Nena... la chica aquella muy mona, de naricita respingada y ojos color avellana. Ah ~A la Nena la descubrié un productor de televisién y se la llev6 para meterla a estudiar actuacién. El dia menos pensado la vemos en una telenovela. Tito regres6 a la vagancia -digo taciturno-. Aun- que no lo he visto y, por lo tanto, no me consta. ~Ese es el punto -dice Adrian, animado-. Ninguno de nosotros sabe si, en realidad, Marilyn se fue al norte, Tito anda de vago, Rigo trabaja y la Nena se prepara para ser la estrella que todo México espera ver en la tele. No lo sabemos. ~Ahora que lo dices ~dice el Pelos-, es cierto. Nos han dado las noticias. ~Pero no sabemos nada -completa Olivia. ~Lo mis ldgico -~prosigue Adridn- es que, al menos, nos hubiéramos encontrado por ahi a Tito. Digo, si sali~ mos todas las tardes y nos movemos por los rumbos por los que lo hemos hecho toda la vida, no habria raz6n para no verlo, ~A menos que, de la pena -razona Iris-, haya deci~ dido cambiarse de barrio. 21 Alfredo Ruiz Islas =La pena no te da de comer -digo, con muchisimo conocimiento de causa-. Te dan de comer los que te conocen, los que se apiadan de ti porque te ven a dia- rio y saben que nada més eres un chavo de la calle, no un vicioso ni un malviviente. -No entendé. “Digo que no es buena idea irte del lugar en el que te conocen solo porque ‘sientes pena’. Ese es el mejor camino para morirte de hambre. -O de frio -dice el Pelos. -O de hambre y de frio -remata Adridn-. La cosa es que no hemos visto a Tito. Tampoco sabemos si los demas realmente hacen Jo que nos dijeron que hacen. —Pero eso no quiere decir que ellos existan ~dice Greta, cada vez menos convencida-. Puede tratarse de una casualidad. ~Yo quiero creerte —le digo a Adridn-. Quiero creerte porque me parece sumamente extrafio que Domingo se haya ido. Es solo que iQue? Que todo el rollo de ellos me parece absurdo. Les digo ellos -me instruye; 0, mejor dicho, nos ins- truye a todos- por decirles de algdin modo. éTe sonarfa mas real si los Ilamara “los robachicos"? =No inventes -rie Olivia-. Esa palabra es de mi abuelita. —dMe creerfas? Adrian opta por ignorar a Olivia y se dirige solo a mi-. Si yo les pusiera un apodo, solo uno, éte parecerfan mas reales? -Sfy no. Necesitaria verlos. 22 Sombras de nadie ~Pues vayamos a verlos. ~éCémo? ~preguntamos todos al mismo tiempo; el pasmo nos gana, y solo el Pelos termina de lanzar pre- guntas-: éSabes dénde estan? ¢Y por qué no nos lo habfas dicho? ~Porque no lo sé ~confiesa Adrian-. Pero, si mi ins- tinto no me engajia, deben estar cerca de aqui... El sonido de una escoba se deja escuchar un poco hacia nuestra izquierda. Ras, ras, ras. Guardamos silen- cio y esperamos un poco. Ras, ras, ras, La escoba se acerca. Con todo el disimulo que podemos, nos asoma- mos por encima de la jardinera y vernos a Fernando, el viejo portero, que barre una y otra vez el mismo lugar. Ras, ras, ras. Luego, sin decir palabra, se acer- ca adonde estamos y prosigue con su barrido. Extrae de debajo de nuestra banca dos envolturas de papitas, revisa las hojas del arbusto, recarga la escoba contra la pared, verifica que no haya basura en la jardinera ~que no, no la hay- y se dedica a inspeccionar otra vez las hojas del arbolillo. Dirijo una mirada interrogante a Adrian, que me res- ponde con un gesto. Le da lo mismo. El Pelos, en tanto, hace un ademén enérgico. Silencio. No creo que fuera necesario indicdrnoslo, pero nunca est de més. Aqui todo mundo sabe que, si hay alguien poco de fiat, ese ¢s Fernando. El Chismes, como le dicen. La oreja oficial de don Maximo. Un tipo que no solo corre a contarle al encargado todo lo que ve a su paso, sino que tam- bién es muy afecto a decir lo que no pasa y a inventar Jo que cree que esta pasando. 2B Alfredo Ruiz Islas Ahora nos mira. Le devolvemos la mirada sin decir una palabra. Hace una mueca y empufia de nuevo su escoba, pero no barre. En lugar de ello, nos dirige una fea mirada, con sus ojillos malignos entrecerrados para que tenga mayor efecto. Habrase visto. =No tiene caso que finjan ~dice con voz cascada-. Sé de lo que estén hablando. -Ah -le responde Iris, a quien el hombre le resulta particularmente antipatico-. 2? _éSaben una cosa? espera una respuesta de nues- tra parte pero, como nadie estd interesado en seguirle la conversacién, se encoge de hombros y prosigue-: creo, que estan locos. $f. Locos, locos. Le ponen mucha ima- ginacién a un asunto que no tiene vuelta de hoja. —éNo? se me escapa, aunque estaba decidido a no decir una sola sflaba. -No -Fernando me observa fijamente-. Domingo se largé. Y se larg6 porque es un vago. Porque ama la calle. Porque aqui nunca estuvo cémodo. Olivia se incorpora para responder al vejete. Adridn lo percibe, le da un tirén en la manga de la blusa y la obliga a permanecer en silencio. Fernando nos regala una sonrisa de medio lado y termina de despotricar: Domingo se fue. Eso es lo que pas6. Y a lo mejor es lo que deberian hacer todos ustedes: irse. Recuperar su libertad. Irse adonde les dé la gana para que nadie de los que estamos aqui los fastidiemos. Y, de paso, para tampoco fastidiarnos a nosotros. Suelta una risilla que mas parece un crujido, pasa la escoba de nuevo por el piso de concreto, toma las 24 Sombras de nadie envolturas que ha recogido de debajo de la banca y se retira, Nosotros aguardamos a que dé la vuelta al edi- ficio y se pierda de vista para hablar de nuevo. “Tarde se le va a hacer a ese para ir y contarle a don Maximo lo que estamos haciendo dice el Pelos, enfa- dado. —iPero si no estamos haciendo nada! dice Greta, riendo a carcajadas. Es lo de menos. Algo se le ocurrira Vamos a lo nuestro -trato de recordar en qué esté- bamos antes de la intempestiva aparicién de Fernando, Por fortuna, Adrian no parece haber perdido el hilo de lo que nos contaba y sigue como si nada hubiera pasado: ~Les decia que creo que alos... ellos, estn cerca de aqui. -éQué tan cerca? -el miedo le nubla Ia voz a Iris que, sin pensarlo, toma de la mano a Adridn. Me cues- ta un poco contener la risa al ver cdmo aparece un gesto turbado en su rostro mientras se le suben los colores, No mucho -le responde, tratando de que la mano no le tiemble-. O no sé. Domingo nunca se alejaba mucho del albergue en sus excursiones. Se metfa en las tiendas de la plaza a ver la television, o iba al parque y ayudaba a empujar el trenecito, ~Conozco el parque ~dice el Pelos- y no est precisamentte cerca de aqui. Tampoco la plaza. -Lo importante es saber por dénde se movia ~dice Adrién, ganando seguridad. Con eso basta. 25 Alfredo Ruiz Islas -En alguna ocasién nos dijo -anota Olivia~ que ahi mismo, frente al parque, tenia unos clientes a los que les sacaba a pasear un par de perrillos. ~Podemos entonces suponer ~una sonrisa triunfal invade el rostro de Adrian- que ellos andan por abi. En el parque. O cerca del parque. =2Y qué haremos? ~digo, con un plan a medio for- ‘mar en mi mente. -Ir adonde iba Domingo ~Adrién chasquea los dedos-. Darnos una vuelta por el parque, entrar en la plaza, buscar a los que pasean perros. Alguien tiene que haberlo visto. Suena el timbre, lo que indica que nuestro dia escolar esté a punto de iniciar, Aunque vamos en grados dis- tintos -Iris, en primero de secundaria; Greta y yo, en segundo. Adrian, el Pelos y Olivia, en tercero-, la falta de espacio nos obliga a tomar las clases en el mismo sal6n. Vemos a Ubaldo arrear alos chiquillos que remo- Jonean en el patio -sobre todo los de primaria y luego, advertido de nuestra presencia, camina hacia donde nos encontramos. ~éEntonces? el Pelos se pone de pie, alisa su pan- talén arrugado y se frota las manos, sefial de que se alista para acometer lo que se le ponga enfrente. En este caso, la clase de matematicas. Nos vemos para comer —dice Adrién. Légico. -En cuanto hayamos comido -digo, mientras indico a Ubaldo con una sefia que estamos en camino-, nos vamos 26 ~2A\ dénde creen que van? La voz de Ubaldo nos alcanza justo en la puerta del albergue. Su pregunta nos toma lun poco por sorpresa porque, de hecho, solo tiene autoridad sobre nosotros mientras estamos en clases. Ni antes, ni después. Es el prefecto, encargado de echarle una mano a la profesora Chole y al maestro Sebas cuando alguien se sale de control, y también de vigi- lar que nadie se propase durante el recreo. Es eso y nada més. No es un guardia, ni un policfa, ni un funcionario de ningtin tipo. Vaya, ni siquiera es uno de los ayudantes de tiempo completo de don Maximo. Solo es Alfredo Ruiz Islas el prefecto, Por lo mismo, no puede prohibirnos salir del edificio. De hecho, nadie puede. Aqui, en el alber- gue, esté el que quiere, el que lo encuentra cémodo, el que decide ajustar sus habitos y sus horarios a lo que marca el reglamento. El que sacrifica un poco de lo que le gustarfa hacer —levantarse tarde, no bafiarse, ponerse a inhalar una estopa con cl solvente de su preferencia, entrar en un mercado y robar alguna cosi- lla por ahf- con tal de comer caliente y tener una cama por las noches. El que no esté dispuesto, simplemente sale y busca cémo sobrevivir en las calles, debajo de los puentes, en los jardines 0 adentro de las alcanta- rillas, No hay nadie que se lo impida. La puerta esté abierta las veinticuatro horas del dia y es, l6gicamente, de doble sentido, Entra el que desea hacerlo, sale el que tiene ganas de irse. Vamos afuera, Ubaldo -responde el Pelos de mal modo-, Por? éNo se puede, no te gusta, no...? Era solo una pregunta -el hombre sale de un cuar- tito situado junto a la puerta del albergue quitindose Ja corbata. Mira hacia donde nos encontramos y vuel- ve a entrar en el cuartito, para abandonarlo un minuto después con la mochila en la que guarda sus cosas colgada de un hombro. ~ZEntonces? ~pregunta Greta, viéndolo pasar un peine por sus cabellos hiimedos. El peine desapare- ce en el bolsillo trasero de su pantaldn y asume una postura pensativa. Nos observa entonces durante un instante y echa a andar por la calle. Es alto, mucho. Y fuerte, aunque quizd también un poco gordo. Adrién 28 Sombras de nadie suele decir que tiene cuerpo de luchador, y quizé esté en lo cierto. En general, el tipo resulta imponente, lo que: hace que uno termine por restar importancia a su nariz redonda y sus ojos diminutos, que en absoluto hacen juego con el resto de su figura. Lo miramos desde la puerta, como lelos. Al llegar a la esquina de la calle, a veinte metros de donde nos encontramos, Ubaldo gira un poco el tronco y nos hace una sefal. La cldsica “siganme", Sin dudarlo, corremos. _7éAdénde creen que van? ~pregunta de nuevo, al tiempo que reemprende su camino. oh wezonge Olivia-. éNo nos decias que...? -No me refiero a eso -| =. ae eso -la corta Ubaldo-. Solo quiero ~Vamos... ~dudo; espero a que alguien, quien sea, me indique de algtin modo que puedo seguir. Por fin, el Pelos mueve la cabeza en sentido afirmativo y ie anima a continuar- Vamos a buscar a Domingo, -Eso ya lo sé -rfe; es obvio de dénde obtuvo la in- formacion-, Lo que quiero saber es adénde se dirigen. Dénde esperan encontrarlo. O qué tienen en mente. ~élrias con nosotros? -pregunta Adrian. ~Depende de lo que hayan pensado. ~Vamos al parque —dice Greta-. Primero al parque, luego al centro comercial.. ‘ ~dY esperan encontrarlo por ahi, caminando como si nada? -No -dice Iris. Esperamos que alguien nos diga ae digan si lo vieron ayer, si se enteraron 29 Alfredo Ruiz Islas Ubaldo asiente y queda de nuevo pensativo. Quizé sopesa nuestras posibilidades de éxito. O quizé solo trata de formarse un plan de accin a partir de lo que conoce de Domingo, y que es mas o menos lo misrno que sabemos nosotros. =Les diré lo que haremos. Habfa, si no tengo mal el dato, cierta gente que le pagaba para que sacara a pasear a sus perros, 2no? -asentimos al unfsono-, yo trataré de encontrarlos, “Tengo una idea de dénde viven -Ie digo. Ubaldo levanta el dedo pulgar y contimia con su plan: ff ~Alguien pregunte en el parque. Vayan con el sefior del tren, con el de las paletas. =éCon el guardia del estanque? pregunta Iris. —Con todo el que crean que pudo haber estado ayer por ahi y que, por eso mismo, vio a Domingo. 2 luego? -pregunta el Pelos. ~Son... -Ubaldo mira su reloj-, son las cuatro y media. En lo que llegamos alld serdn las cinco. Mas 0 menos. Nos vemnos en la puerta de la biblioteca a las siete y, a partir de lo que averigtiemos, decidimos qué hacer. Tomamos un camién y luego un microbtis para llegar al parque. Ubaldo y yo nos despedimos de los demas y enfilamos hacia los edificios de departamen- tos en los que viven los clientes de Domingo. Vuelvo la cabeza y veo a mis amigos dispersarse para cum- plir con sus respectivas tareas. Adrién ¢ Iris se dirigen hacia el extremo sur del parque, al lugar en el que, por lo general, se estaciona el trenecito. El resto cami- 30 Sombras de nadie nan como al azar, cada uno por su cuenta, y comien- zan a preguntar a Ja gente que encuentran a su paso. Los veo mover las manos, tratando de hacer que los paseantes entiendan cémo es Domingo. Ojald que no alviden lo elemental, porque un nifio moreno, delga- do y de pelo negro y lacio que mide poco mas de un metro con sesenta, es muy comtin; sin embargo, si ese mismo nifio viste de tal forma -ojalé alguien recuerde cémo- y tiene una cicatriz que le recorre toda la meji- la izquierda, ya no resulta tan ordinario. De eso es de lo que dependemos: de la calidad de la descripcidn y, naturalmente, de la buena memoria de las personas. —éSabes adénde vamos? ‘Miro con atencién los edificios -hay cerca de ocho, ¥ eso solo en una de las aceras que rodean al parque- y sefialo uno que concuerda muy bien con lo que le escuché contar un dia a Domingo: ~Ese. El de ladrillos. Es una suerte. Mientras que los otros son casi todos iguales -con mas o con menos pisos, pero todos de concreto, acero y cristal-, este es distinto. Ademds, es el tinico. Y es pequefio. Un edificio de ladrillos, de tres pisos, con balcones de fierro adornados con macetas. En cuanto llegamos a la entrada nos percatamos de que tiene solo doce departamentos. Sera sencillo. Nadie responde cuando Ubaldo aprieta el botén del primer departamento. ‘Tampoco sucede nada al oprimir el del segundo. En el tercero solo escuchamos una serie de crujidos misteriosos. 31 Alfredo Rutz Islas Antes de que oprima el cuarto bot6n, un hombre de barbas y con una toalla enrollada a la cabeza sale de algun lado ~quiza de una puerta que no alcanzamos a ver-, recorre el pasillo interior del edificio y se dirige hacia donde nos encontramos. A través del cristal dela puerta, parece amable. —éPuedo ayudarlos? -éNo vive nadie en este edificio? —éPor qué lo dice? He tocado tres timbres —Ubaldo sefiala la botonera con aire despectivo- y nadie responde. Comienzo a creer que nadie vive aqui. “Lo que sucede es que el interfon no sirve -dice el hombre, que aprovecha para desenredar la toalla y secarse una larga, larga melena rubia-. Ayer tuvimos una variacion en el voltaje y ipuf! Se descompuso. ~é¥ ahora? -pregunto, no muy contento con la idea de subir piso a piso y tocar en todas las puertas hasta encontrar a quienes buscamos. Si es que viven aqui, por supuesto, “Si me dicen qué es lo que buscan ~dice el hom bre, enrollandose de nuevo la toalla como si fuera un turbante-, tal vez podrfa hacer algo por ustedes. Soy el portero del edificio. Me llamo José nos tiende la mano-, pero obviamente todos me dicen Pepe “Es un poco extrafio, Pepe -explica Ubaldo- Bus- camos al duefio de un perro... ~0 a los duefios de varios perros ~completo la idea. ~Casi todos los que viven aqu{ tienen perros ~dice Pepe, sefialando hacia arriba, a pesar de que esta prohibido. 52 Sombras de nadie ~¢Prohibido? -La ley de condominios lo prohfbe. Pero ~se encoge de hombros-, como es letra muerta, es frecuente que, en cualquier edificio, haya mas perros que personas =Nos lo pone dificil -dice Ubaldo-. En concreto, buscamos a alguien de este edificio que tiene un perro, © varios, y que se los da a pasear a un nifio que se llama Domingo. -éA Domingo? dice Pepe-. Por ahi hubieran uste- des empezado. ~éLo conoce? -pregunto, esperanzado. -Por supuesto. Es un buen chico. Quizé un poco distraido dice, guifiando un ojo-, pero buen chico. ~Pues déjeme decirle -Ubaldo queda serio- que ha desaparecido. -No. -Si. Como lo oye. Anoche no Ilegé al albergue en el que vive. Qué raro -Pepe se quita una vez més la toalla; nervioso, alternativamente la dobla por la mitad y luego la desdobla-. Ayer lo vi cA qué hora? ~Por lo regular llegaba antes de las cinco, recogia dos perritos aqui, dos més en el siguiente edificio y cruzaba la calle. Paseaba a los perros... media hora, tres cuartos de hora y los regresaba. Si era domingo =contintia, poniéndose otra vez Ia toalla-, como ayer, se iba con don Félix. -dDon Félix? ~pregunto, no muy seguro de haber escuchado antes ese nombre. -El sefior del trenecito. 33 Alfredo Ruiz Islas ~Ah. -Lo ayudaba a empujar el tren en los tiltimos dos paseos, los que van més Ilenos de chamacos. Como don Félix ya esta grande, se cansa pronto. Domingo egaba, lo ayudaba en esos viajes y recibia unas mone- das. No muchas, porque el mismo don Félix tampoco se enriquece con su trabajo. No recuerdo haberme subido jamés a ese tren. De hecho, si he estado en este parque cinco veces, son muchas. A pesar de ello, tengo presente el trenecito. Cuatro o cinco carros de metal, mds la locomotora, con capacidad cada uno para cuatro nifios. Como carece de motor, alguien ~dos o tres individuos- debe empu- jarlo. Domingo, por ejemplo. En cuanto a lo que dice Pepe acerca del pago, quizé es muy optimista cuan- do habla de “unas monedas’. Por lo general, el duefio -don Félix, ahora sé que se llama le daba veinte pesos. O diez. O cinco, si los pasajeros eran pocos, lo que comienza a ser frecuente dado que los nifios llegan al parque provistos de sus propios vehiculos, flamantes coches de plastico dotados de motores eléctricos que no necesitan a nadie que los empuje y que, sobre todo, pueden moverse por donde quiera el niffo, y no por el lugar que se le ocurra a alguien més. Usted lo vio ayer -el tono de Ubaldo no es de pre- gunta: afirma algo que apenas ha escuchado. -Lo vi cuando Ilegé por los perros, pero no lo vi dejarlos -dice Pepe-. Nos saludamos de pasada y subié por las escaleras para recoger sus encargos. Salié y no volvi a verlo. 34 Sombras de nadie ~éCree que podriamos hablar con el duefto de esos perros? ~pregunto. -Son distintas personas, De uno, un french, es una joven que trabaja hasta tarde y que, por lo mismo, atin no ha Ilegado. Del otro, un cocker, es una ancianita: dofa Cuquita. ~cEsté? Seguro que si ~¢Podriamos verla? -No sé si sirva de algo -dice Pepe-. Tiene cien aftos (0 més) y es buena como el pan. El problema es que no oye bien y es muy desmemoriada, Cualquier intento de charla con ella suele terminar en un enredo monumental. ~<¥ cémo se entendia con Domingo? -pregun- to, a sabiendas de que mi amigo no destacaba por su paciencia, ~Hay una mujer que le ayuda. Es su sobrina, 0 algo asi, Ella es la que le entregaba el perro a Domingo. —éPodriamos verla a ella? -No esta. Los lunes es su dia de descanso. Ubaldo y yo nos miramos con cara de “viva nuestra mala suerte’ y guardamos silencio mientras Pepe, por enésima vez, se quita la toalla y comprueba que su cabello atin sigue himedo. ~Solo puedo decirles ~dice Pepe- que, aunque ya no vi a Domingo, me consta que regres6 con los perros. ~Seguro los escuché ladrar hoy, éno? pregunta Ubaldo, a lo que Pepe se limita a asentir-. Pues enton- ces no tenemos nada mas que hacer aqui. Le agradece- mos mucho la informacién. 35 Alfredo Ruiz Islas -Si saben algo -dice, despidiéndose de nosotros-, por favor vengan a contérmelo. Y ojalé que sean bue- nas noticias. Le aseguramos que sf, que as{ haremos, y lo deja~ ‘mos restregando la toalla contra sus cabellos. A ese paso, no tardaré en quedarse calvo. =Vayamos a buscar a los demds ~dice Ubaldo tras ver su reloj, Yo no necesito uno para saber que es tar- de. Ha oscurecido, aunque atin no del todo, y el parque comienza a vaciarse de paseantes, de gente que hace ejercicio, de vendedores e incluso de los que aprovechan Jas tiltimas horas de la tarde para, precisamente, pasear a sus perros, Se ve un poco tétrico ~digo, al notar que la mayo- ria de las farolas que tendrian que alumbrar los sen- deros que cruzan el parque estén descompuestas, 0 tienen fundido uno 0 mds focos. =A lo mejor es por lo mismo que comentaba Pepe dice Ubaldo-, El voltaje varié y acabé con los focos. Prefiero no discutirlo, A mi me parece que, simple mente, los encargados de cambiar los focos fundidos, 0 de revisar las farolas que no encienden, no hacen su trabajo muy bien que digamos. O lo hacen del todo mal. O ni siquiera lo hacen. Ubaldo camina con seguridad hacia el extremo del parque opuesto a aquel en el que recién hemos hecho nuestras pesquisas. Por lo visto, conoce bien el lugar Esa es la pared de la biblioteca -dice, con aire reflexivo-. Ojalé que los demas se hayan enterado de algo que nos sirva. 36 Sombras de nadie -Nosotros tenemos la punta de la madeja -digo; unos pasos més adelante, sentada en una banca, Iris platica animadamente con Adrién-. Domingo estuvo aqui. Pero no sabemos nada mas -dice Ubaldo, al tiem- po que levanta la mano para que Iris y Adridn lo vean, Un poco mis lejos observo a Olivia y a Greta. No me gusta lo que veo, aunque no sé bien qué es. No sé si es la expresion de sus caras, o el cansancio que perci- bo en sus pasos... No sé ~

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