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‘botuev, Revista de Fllosofta, 14, 1997, 143-184 é«Subvertir» o «situar» la identidad? Sopesando las estrategias feministas de Judith Butler y Seyla Benhabib ‘Resumen: F1 objetivo de este aniculo es ponderar el valor de dos estratezasterico-eministasenfentadas con a problemites de centcad. Judith Baler des de ona instalacién foweautana, propane subver la categoria misma de identidad al considerara coro una ‘mala Ficciéns con indeseables efectos disipinrios sobce fos indivduos. Sela Benhabib apuesta, en cam- bio. por parecen haber dejado atrds, al haberla absorbido y reformulado, la vieja disputa en el seno del feminismo entre las ppartidarias de una «politica de la igualdad> frente a una «politica de la diferencia». No obstante, esto no priva a la «politica de la identidad» de un alto grado de problematicidad. Las dificultades provienen, diciéndolo con Linda Alcoff, de que «nuestra auténtica autodefinicin est basada en un concepto (el de mujer) que debemos deconstruir y desencializar en todos sus aspectas»*. {@Por qué el concepto «mujer» resulta, a decir de muchas, tan altamente insidioso? Por qué, al © Deparamento de Filosofia del Derecho, Moral y Politic Facultad de Filosofia, Universidad de La Laguna, [Av. Teiidad, Ym. Edificio Cente, La Laguna, (Tenerife), Toes: 9221603410; 922/15-05-86, Fax: 922/60-31-02, 1 Alco, «Cultura fenism versus postesrucrurais: the deny criss in feminist theory» Signs, vol 13,3 3, 1988, pp. 405-436, p 406, 144 Maria José Guerra Palmero mismo tiempo, parece imprescindible en la articulacién de una teosia y una politica feminista? Estos interrogantes pavimentan el sendero por c! que discurre la paradoja de toda la politica de la identidad feminista: necesitamos de un concepto que, simulténeamente, no cesa de ponernos trampas pues en él se deposita y sedimenta la carga miségina y sexista de un sistema de categorias, preexistentes que no nos oftece ninguna fiabilidad ni garantta, son las tareas que se nos encomiendan, pero la cuestién suscitada por la aporia de una politica de Ia identidad remite a cémo realizar tales operaciones. Si mostramos un empefo desmesurado nos podemos encontrar con que el concepto en liza —mujer ylo identidad de género femenina— se nos deshace entre las manos. E] problema de este effacement 5 que nos da pie a preguntarnos si con esta estrategia no desestimamos al mismo sujeto que soportaba la determinacidn identtaria, a un sujeto politico capaz de iniciativas y aceidn. Si por el contrario, optamos por la «resignificacién» del término mujer desde el enombrar en femenino», pretendiendo soltar el laste mis6gino, y reevaluar las actividades y rasgos de la xexperiencia de las mujeres» como dignas de alta estima, corremos el riesgo de corroborar «en positivo» el rerato que se ha hecho de nosotras permaneciendo ligadas a la «sobredeterminaciGn» que parece conllevar el término «mujer» frente al de «hombre». Al parecer el lenguaje heredado y sus categorias nos sitian ante el reto de revoearo. Abundemos en esta Sltima idea: la de la «sobredeterminacidn» asignada a las mujeres. Si seguimos a Alcoff, diremos que la mujer ha sido «*. La identidad atribuida en funcién del sexo y/o género femenino «fija» y «petrfican a las mujeres ligéndolas a una exclusiva definicién privada y a un ‘conjunto limitado de roles. El plegarse «convencionalmente» a la identidad asignada socialmente colabora decididamente @ apuntalar lo que Jane Saltzmann denomina «las bases voluntarias de la opresi6n>’, La esobredeterminaciGn» identitaria que recae socialmente sobre las mujeres es uno de Jos obstéculos decisivos para alejar alas mujeres del mundo piblico y de los ideales modernos que hhasta ahora han vertebrado los modelos de subjetividad: la autonomia y la autorzealizacién, La - y de los feminismos postestructuralistas que dominaron la escena filos6fica y politica en Jos Estados Unidos a lo largo de los ochenta, se resume bajo el diagndstico de «crisis de identidad> de la misma teorfa feminists en torno a la posibilidad/imposibiidad de invocar a un sujeto que © bien oponga resistencia o bien opte a la emancipacisn, dependiendo de qué c6digo politico haga- mos nuestro. 2 Véase Michelle Le Doufl, El estudio y ta rca, Madi, Catedea, 1993 3 Vease Jane Saltemana, Equidod y género, Madi, Cats, 1995, enSubvertire 0 wsitwars ta identidad? 145 ‘Sin embargo, la alternativa desilusionante entre el deshacernos desdefiosamente del sujeto y el empufiarlo ferozmente no parece poder conjugarse con ninguna de las que, a nuestro modesto juicio, son dos de las apuestas mas licidas en lo que respecta a este resbaladizo asunto de la identidad. Ambas opciones, las de Judith Butler y la de Seyla Benhabib, estimarén necesarios ‘momentos deconstructives y momentos reconstructivos 0 re-significadores. Los énfasis, no obstan- te, oscilardn de un lado a otro. Identidad y subversién: emborronando la distincién sexo/género Judith Butler nos obliga a apeamnos de la identidad como categoria fundacional. En este sentido se reclama heredera del rendimiento critico de la deconstruccién y de la desfundamentacién postmoderna: el sujeto aprioristico y fundamental es el nuevo idolo derribado. La traduccién politica feminista de este cataclismo te6rico es inmediata: la categorfa mujer ligada a una esencia previa queda desestimada La identidad se construye, es producto derivado de un proceso constitutivo. Lo que la construye es la reiteracién de determinadas «précticas». Butler, en clave foucaultiana-derridiana, nos obliga a prestar atencién a la construccién discursiva inestable que nos comstituye abriendo el paso a la pposibilidad de nuevas significaciones y resignificaciones. Estar construido por la intersecci6n de los . El problema es que tal descripcién siempre acaba en un eicéiera no accediendo nunca a la completud. Queda siempre un «suplemento» que revela la imposibilidad de detener el proceso de significaciGn y resignificacién, proceso sin el cual ni siquiera existiia la misma posibi- Tidad de un «yo>’. La indeterminacién es el resquicio a explorar para sacudirse de encima las corazas identitarias, Butler, en definitiva, nos propone prestarefectividad al giro foucaultiano. Si el ‘yo se sustantiviza, se asimila a una entidad dada en el tiempo al modo de «una pieza inerte del lenguaje que se refiere a entidades>, es causa de una préctica significante que busca ocultarse y scnaturalizar» sus efectos. La identidad queda, pues, a esta luz, reconceptualizada como una «priic- tica de significaciOm» y los sujetos culturalmente inteligibles son el efecto resultante de un discurso reglado que establece limites’ Los discursos son «organizaciones hist6ricamente espécificas del lenguajen. Siempre se presen- tan en plural y no se resisten a ser «engendered, tefidas de genericidad. La identidad y el género son inextricable. Las reglas que gobiernan las identidades inteligibles son estructuradas desde las s que se oculta a sf mismo bajo la produe- cidn de efectos sustancializantes. {Como subvertir este efecto sustancializador? BI sustraerse a los efectos normalizadores de las reglas, arguye Butler, siempre es una posibilidad alentada por las -«variaciones» a las que da lugar la repeticiGn. Una idea derridiana sirve para afirmar que en términos de «précticas», «una subversién de Ia identidad llega a ser posible». ‘Los «fracasos» que se producen cuando no se produce la adecuacion a las «érdenes» emanadas del molde genérico permiten atisbar, en su calidad de desajustes, una panorémica miitiple de opciones que desacreditan el compulsivo marco de la masculinidad/feminidad, Permiten reconfigu- rar y volver a desplegar un complejo abanico de posibilidades combinatorias que desmienten 1a naturatidad y «obligatoriedad> de las corazas/corsés sexo/genéricos. El efecto de relacionar esta, nueva comprensién de la produccién de la identidad con la cuestién del género es 1a de dinamitar Ja referencia a los «hechos sexuales» en términos de realidad. El sexo y el género, que s6lo son construcciones, alimentan «élusiones de sustancia» que imponen una normativizacién a la que los cuerpos deben ajustarse, En este sentido, Butler desestima esa piedrafilosofal que para el feminismo supuso la distinciGn sexo/género, El sexo no escapa ala inscripeién cultural tal como nos ha enseiiado Foucault. Seguir perpetuando el corte naturaleza/cultura —corelativo al de sexo/género— no es sino tirar piedras sobre el propio tzjado al no desautorizar la dicotomfa que ha puesto del lado de la naturaleza a las mujeres y del lado de la cultura ¢ los hombres. En suma, Butler responde al desafio de In «politica de la identidad» desautorizandola. El feminismo no necesita pensarse en sus insidiosos términos, sino que debe abominar de todo residue esencialista. La identidad no es otra cosa que «efecto producido o generado» que no encaja para nada en moldes de fija estabilidad. Esto, afirmar la constructividad de la identidad, como hemos visto, no significa determinismo a ultranza. La misma dindmica discursiva alberga vias alternativas para dinamitar la compulsiOn a la identidad. Se aboga, incluso, por una especie de uso autocons- ciente de la parodia para desmantelar los efectos discursivos que mantienen en su sitio al orden sexo/genérico. Se trata, en definitiva, de desalojar Ia normativided que albergan las identidades: La pérdida de las normas genéricas tendria el efecto de hacer proliferar configuracio- nes genéricas, desestabilizar la densidad sustantiva,y privar @ las narrativas nanurali- zadas de la hecerosesuatidad compulsoria de sus protagonistas cenirales: «hombre» y emujer Butler ha tatado de localizar lo politico en las practicas significantes que «establecen, regulan y desregulan la identidad». Esta «localizaciém» trae como consecuencia la eextensiGns de la nocién misma de la politica. Extensién que Butler pone de manifiesto al enumerar las tareas necesarias ppara refutar las premisas de la politica de la identidad y que pasamos 2 enumerar puesto que configuran un programa de intervenciGn tedrica al servicio del «desmontaje» de la «discursividad falogocéntrica»: 1) Necesitaremos, en primer lugar, de una «llave genealégica», La genealogia desvela la ‘mentirosa «naturalizacién» del sexo y de los cuerpos. El cuerpo no ¢s anterior a la cultura, a la espera de la significacién, en muda pasividad identificada con I2 figura de lo femenino, que, igualmente, «esperaria» la inscripcién a modo de «incisiGn» del significador masculino para entrar en Ja cultura, El desaffo de Buller condena filosoficamente a la tan celebrada distincién sexo- 7 Op. cits p16, geSubverirs 0 esitwars la Wentdad? 147 _26nero*, una distincién edmplice del orden establecido al suponer, ingenuamente, Ia «naturalidad» del ‘exo en su supuesta determinacién biolégica al margen de la historia, frente a la «culturalidad» del _26nero del que se estima su constructividad socio-historica. Butler analiza tal climite ldgico» como un sintoma més del poder compulsivo de la binariedad atribuida a los sexos —s6lo dos sexos— como «natural», estable e inamovible y no como un artificio més de la discursividad patriarcal que nos constituye. El caso es que no hay nada anterior al lenguaje: lo prediscursivo es mera quimera al servicio de las operaciones «legitimadorass del orden patriareal: naturalizar y esencilizar. ) En segundo lugar, se tretard de articular un andlisis politico que denuncic Ia heterosexvalidad compulsiva y la binariedad jerdrquica mediante la cual se definen los sexs, Cuestionamos tanto los modelos de subjetividad heredados asf como las construcciones genéricas en «el contexto de una asimetria genérica socialmente instituidan que lo tie todo®. c) En tercer lneer. el género pasa a ser concebido como enacted —que en inglés tiene el doble sentido de una ley decretada y de representacién teatral—. Es por tanto objeto de representacién y no concierne a ningin despliegue expresivo de una «. El modelo constructi- ta de Ia identidad no admite concesiones: ta subjetividad muestra sw cardcter derivado. €) Finalmente, se recusa cualquier intento de articular una ontologia del género sobre la que construir una politica”, Debemos dejar atrés la «politica de la identidads si bien deconstruir la identidad no significa deconstruir la politica, sino decretar que los términos en los que la identidad se articula son politicos, En suma, el problema de una politica de la identidad es que «fija y constrife a tos verdaderos de una sustancia pregenérica llamada «persona» que, a su vez, es caracterizada por cuna capacidad universal de raz6n, deliberacién moral o lenguaje>", Por el contraro, la identidad no pareve que pueda ser pensada al margen de la determinaciGn genérica. No tiene sentido estimar la relacién de Contrapesos entre lo femenino y Jo masculino para intentar rehabilitar el término devaluado de la dicotomia, pues el y «excéntrica> que recupera, en nuevos términos, el aliento autorreflexivo, pero ahora desde un sujeto que se sabe ssituado> y al margen de toda tentacién trascendental. Respecto al primer enfoque dual, Benhabib se sirve de una de las sugerencias de Joan Kelly Gadot® para articular la doble dimensionalidad de una mirada que permita una «lectura feminista de 1a tradiciGn». Se trata de reconstruir conceptos tales como sujeto 0 autonomia descargéndolos de lastre androcéntrico. La «doble visiém> supone que, por una parte, veamos aquello para lo que hemos sido entrenadas, pero por otra, debemos, ademés, atender justo @ aquello a lo que la tradicion desaconseja mirar por no considerarlo pertinente o valioso. Existen, analizando los enfoques 18 Beahabib, S.. «Feminism and Postmdemism: an uneasy alliances, Praxis uerncional, 11°, July. 191 19 Benhabib, 8, «On Hegel, Women and irony, en Siang the Sel, New Youk, Routledge, 1992, p. 256 20 Véase Joan Kelly Gade, Women. Hisiory and Theory. Cheago, The University of Cnicago Press, 1984. Bl arelo al ‘ques refi Benhobib sel tiuisdo «The Doable Vision of Feminist Theory». pp. 31-68. 150 Maria José Guerra Palmero feministas, dos modos de acercamiento a lo que podemos lamar la cherencia del padren, a 1a tradicién. El primero ha sido esgrimigo por un feminismo liberal y trata de mostrar que «no existe incompatibilidad entre los idealesilustrados de libertad, igualdad, y autortealizacion y las aspira- Ciones de la mujer", El segundo, un enfoque menos complaciente, opta no por comregir los que sea sensible al hecho de que las tradiciones no son «monoliticasn, eunfvocas» u ehomogéneas>, sino que se alimentan de conflictos sin resolver y de pretensiones irreconciliables. Ademés junto a la veta principal y al modelo hegemSnico pode- ‘mos detectar otros estratos oscurecidos que acaso propongan significados y narrativas alternati vas", El texto de la tradicién entreteje significados, se quiebra y se requicbra, se descompone y recompone porque la univocidad del «nombrar» se ha desintegrado en los tiempos modemnos*. Pero, pare Benhabib, la inflexiGn fundamental es la de reafirmar, en clave tedrico-critica, 1a posibilidad de la autorreflexién como «un distanciamiento necesario de una misma y de las propias Certidumbres cotidianas», una suerte de «exilio interior» que tanto puede, tras pasarlo por el tamiz, reflexivo, reforzar los componentes de la propia identidad como desestimarlos. El momento de ‘ en Manvel Cruz y Fina Bitulés, Ex romo a Hansa Arendt ‘Madrid, Cento de Estudios Consttucionales, 1994, pp. 17-38. _eeSubvertr> 0 esituars la idetidad? 151 La misma apuesta metodolégica del «feminismo situado> despeja toda connivencia con la view from nowhere y con las pretensiones del sujeto trascendentsl. La estrategia te6rica de situar al yo remite a una revaluaciGn del juicio —inspirada, a su vez, en la vuelta de tuerea que Arendt forz6 al leer politicamente la Critica del Juicio kantiana®"—. De lo que se trata, a esta luz, es de abandonar el provincianismo de nuestra propia perspectiva y aprender a ponernos en el lugar del otro para ver los asumntos en ciemnes desde otras atalayas. El chogue interpretativo de las perspectivas deberia remediar, al menos en parte, la ceguera interesada y parcial de la que solemos estar aquejados. Re-pensar, resituar, las viejas categorfas modernas, especialmente la de sujeto y la de avtono- ‘mia, en nuevos marcos imerpretativos es la tarea a acometer. No se trata, en suma, de apearse de la modernidad, porque la modernidad es mucho més de lo que nos han contado —como Toulmin” y Taylor se han encargado de mostramos—: ‘Mi conviccién es, no obstante, que el proyecto de la modernidad sélo puede ser reforma do apart de los recursos inelectuales, morales y politices que lo hicieron posible y disponible..®, Por ejemplo, para lograr la ereconstruccisn» de 1s herencia moderna es imprescindible analizar «las teorfas universilistas morales y polticas del presente» con el fin de discemir qué esta «vivo» Y qué esté «muerto», En este sentido, al menos, se detectan tres graves deficiencias en el universa- lismo al uso especialmente Habermas y Rawls— a) la pretensidn de una raz6n legisladora de instaurar «un punto de vista mora, una posicién original © una situacién ideal de habla es desestimada; b) se objeta el desdén por «la indeterminacién y la multiplicidad de contextos y situaciones de vida» y c) se cuestiona, que es lo central a nuestros intereses, un modelo de identidad ‘abstracto y desencamado que responde a la nostalgia por un ego masculino auténomo, enredado en la fantasta de la «autogénesis», que ha distorsionado las intenciones originales del universalisme. Si el universalismo aspira a tener futuro debe concebirse como «interactivos, no ciego al género ¥y sensible al contexto, Los «criticos» de la modemidad —comunitaristas, posmodernos, feminis- tas— se convierten asi en aliados al desvirtuar las metafisicasilusiones ilusiradas: ni la razén es autotransparente, ni se aurofundamenta. Los excesos abstractivos y formalizadores son combatidos, pues no se ha podido encontrar un punto arquimédico «més alld de la contingencia histérica y cultural», y,finakmente, colapsa el anhelo prometeico de una sujeto desencarnado y desincardina- do que en nada hace justicia a las «criaturas terrestres» que somos. Benhabib nos oftece otra ‘manera de pensar Ia identidad distanciada de la tradicion: finitud,fragilidad y corporeidad frente @ las sunidades abstractas de la apercepcidn trascendental>. Si, en la teorizacién de Butler, la atencidn al cuerpo era una de las lineas de fuga, en la de Benhabib, igualmente, se deja traslucir una aguda preocupacién por la misma cuestién aunque de ‘matices diversos. Benhabib, frente a la tradicional comprensién racionalista, opta por asumir que 27 A este respect, véase Seyla Benhabib, En segundo lugar, se impone atender, desde ambas posiciones, a la desdeflada corporalidad Butler, no obstante, apostillaré que debemos romper el campo dicot6mico que opone lo universal ‘alo particular. Sélo pervivird lo concreto. Benhabib apunta, igualmente, a la necesidad de temati- zar | cuerpo: la dimensién corporal no puede ser desestimada. Sin embargo, se pregunta .por qué omitir el repensar la universalidad desde Ia pluralidad y la particularidad de los sujetos en interacei6n? Su programa se ditige a reconstruir sobre nuevas bases un universalismo que no se autotraicione porque en él eabrén efectivamente todos y todas. A este respecto, Butler no puede ‘quedarse tranquila desde la necesidad de denunciar todo af excluyente. Nadie puede determinar 4ué 0 quién es una «persona>, no puede determinarse una caracteristica bisiea que Ja cualifique como tal. Desde que la haya, sea la razén o el lenguaje, la maquinaria excluyente y disciplinaria comenzard a funcionar. La contrarréplica de Benhabib rezaré asf: Por supuesto que tenemos que ‘oponernos a las exclusiones, sin embargo, no toda normatividad es «normalizadora». Un minimo tivo no tiene por qué ser lesivo con las diferencias, todo lo contrario, debe garantizar el respeto a tas. De to que hay que curar al universalismo es de su perversion sustitucionalista que lo inhabilita como tal En tercer lugar, como hemos visto, Butler emborrona y dessctiva la distincién talismén del feminismo: el sexa/género, No hay manera de seccionar a la identidad (de género) del sexo. Otra cosa es que podamos dinamitar la genericidad impuesta y su rendimiento asimétrico demoliendo la omnia masculina/femenino. Benhabib concede aqui que, efectivamente, la sexuacidn es, desde el primer momento, cultura. La snaturalizaciGn» del sexo femenino ha sido Hevado a cabo por la cultura, Pero no es necesario reconvenit la subjetividad como correlato del emborronamiento de la distinciGn sexo/género. De lo que se tata es de repensar el sujeto desde Ia sexuacién y la corpora- liad, extitpando las marcas de la opresin y desactivando las unilateralidades. Benhabib se atrin- chera, de este modo, en la defensa de la subjetividad como origen de las iniciativas y de la accién, en defensa de una subjetividad metamorfoseada que renuncia a los excesos abstractivos, formalistas y racionalistas con que 1a «dot6y Ia tadicién filoséfica. Finalmente, consignemos un apunte intersubjetivo. Butler explicita que tenemos que acabar con cl lenguaje de la instrumentacién y de la posesién del otro, Las interrelaciones entre los individuos deben pensarse en otros términos que no opongan el yo al otro. Benhabib no pondra objecién alguna, pero, a la contra, sefialaré que la mejor manera de hacer esto es poniendo en marcha cl marco intersubjetivo de Ia «mentalidad ampliada» en la que la atenci6n al «otro concreton, mas allé del «otro generalizadom™, sea preescrta, Frente a los modelos agonisticos y posesivos de relacién con el otro, la amistad, y sus grados, de la intimidad a la civilidad pasando por la solidaridad, nos prestara pistas para repensar lo intersubjetivo. E] momento deconstructivo, necesario para desactivar la raz6n patriarcal, queda en Benhabib Contrapesado por el aliento reconstructivo que exige un justa estimacién de lo que nos hen legado ‘ease Seyi Benhabib. Fuentes dela ientdady el yo en ators feminist contemporsnes» en Laguna, #3, 1995.96 MM Acie respecto, éate Seyla Benhabib, «El otto genealizado y el ouo concreto: la conroversia Kohlbeg Gilligan ¥ la tela ferinsta» en Seyla Benhabib y Druclla Comell, Teoria feminisiay wor‘a erica, Valencia, Alfons Le “Magnanim, 1990. 154 Maria José Guerra Palmers para no tener que, indiscriminadamente, tirerlo todo por la borda. Butler, en cambio, afianzada en la olla postmoderna, lo deja todo en manos de la resignificacién consustancial al devenir discur- sivo que nutre la construccién de unas identidades que abdican de tal nombre al no responder a un patrGn fijo, A pesar de las discrepancias de peso, a pesar de la oscilacién entre una deconstruccidn ‘ylo subversi6n radical y una situacién/reconstruccién amable, los acuerdos nos permiten empezar a Configurar una lista de requisitos minimos a los que deben plegarse nuestro modo de pensar quiénes somos, nuestro modo de pensarnos a nosotros/as mismos/2s: 1) Debe, en primer lugar, recrear un modelo constructivista que acepte que somos seres some- tidos a los vaivenes del hacernos y del deshacemos. A este respecto se puede admitir una estructu- racién narrativa de tales avatares, con toda la libertad que permite la ruptura del canon literario clisico —dando pie a fragmentaciones, discontinuidades, etc.— que acontece en nuestro siglo. ») Debe atender a la corporalidad, tan desdefiada por la tradicién filos6fica, como clave articu- ledora de la individualidad, y, en este mismo sentido, a sexuacién se revela igualmente no suprimible porque la identidad no puede ser seperada del sexo. Finitud, contingencia y particulari- ad deben ser acondicionados como componentes de la autocomprensién humana. ©) No puede desestimar la referencia al contexto, a Ja interseecidn de discursos y a la pertenen- cia a miltiples comunidades que nos vertebra. Toda instalaci6n abstracta se revela falaz. Lo concreto exige sus titulos en respuesta a la necesidad de respetar la pluralidad y las diferencias. 4) La modulacién intersubjetiva debe finalmente ser repensada al mangen de los lenguajes de la posesién, Ia instrumentacién o Ia distancia. Las estrategias terico-feministas que subvierten 0 sitian la identidad tienen consecuencias intersubjetivas. La asimetra y el afin excluyente deberin ser duramente reconvenidos. Frenie a esta lista de exigencias minimas debemos enfrentar los modelos de identidad: para ello, para desvelar las trampas que conllevan «exclusidn> o «sustitucién» nos serén igualmente stiles el uso continuado del instrumental geneal6gico y de la «doble lectura. Nos queda, a partir de aqui aceptando tanto sugerencias de Butler como de Benhebib —para ello nos encontramos en el interior e la dialética entre 1a modemidad y 1a postmodernidad— ponemnos manos a la obra para desbrozat los sobreentendidos que albergan las maneras de pensar la identidad —que no es otra ‘cosa que nuestros modos de dar cuenta de nosotros/as mismos/as y sus resonancias politicas—, que ros offece no sélo la tradicién, sino los filsofos y las filésofas contempordncos/as". Por el ‘momento, el insidioso, resbaladizo y tramposo término del que nos hemos ocupado, a identidad, no piensa en abandonarnos ni en dejarnos al margen de la aporética que le acompatia, alli donde va, ‘como su sombra. 35. Véase Albrecht Wellmer, Sobre la dialictice de modernided ) portmodernidad, Masri, Visor, 1993 [36 aaa sido laarea en Is que ns hemos emburcao en nuestra Tesis Doctoral defendida en febcezo de 1996 yvtulada entidad e nersubeividad. Habermas la cries ferni. Inia.

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