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Pierre Bourdieu La dominacion masculina __m__ ANAGRAMA len any tne 1, UNAIMAGEN AUMENTADA Alestar incluidos, hombres y mujeres, en el objeto que nos es- forzamos en delimitar, hemos incorporado, como esquemas in- conscientes de percepcidn y de apreciacién, las estructuras hist6ri- cas del orden masculino; corremos el peligro, por tanto, de recurrir, para concebir la dominacién masculina, a unos modos de pensamiento que ya son el producto de la dominacién. Sélo pode mos confiar en salir de ese cfrculo si encontramos una estrategia préctica para efectuar una objetivacién del tema de la objetivacién cientifica. Esta estrategia, la que adaptaremos aqui, consiste en transformar un ejercicio de reflexidn trascendente que tiende a ex- plorar las acategorias del entrendimiento», 0, empleando palabras de Durkheim, «las formas de clasificacién» con las cuales construi- mos el mundo (pero que, al haber salido de 41, lo asumen en su esencialidad, aunque permanezcan desapercibidas), en una especie de experiencia experimental: consistiré en tratar el andlisis etno- grifico de las estructuras objetivas y de las formas cognitivas de tuna sociedad histérica concreta, a la vex exética ¢ intima, extrafia y familiar, la de los bereberes de la Cabilia, como el instrumento ide un trabajo de socioanilisis del inconsciente androcénttico ca- paz de operat la objetivacién de las categorfas de ese inconsciente.! 1. Esindudable que no habria podidoretomar en Alfirode Virginia Wool l ané- lisis dela mirada masculina que contiene (y que epresentaré2continuacién) si nol hu- biera reefdo con una mirada conocedora de la isin dela Cabilia.(V. Wool, Al iro {To the Lighouse}, tad. José Luis Lépex Mutior, Alianza Edivrial, Madi, 1993.) 7 Los campesinos de las montafas de la Cabilia han mantenido, con independencia de las conquistas y las conversiones y sin duda en reaccién contra ellas, unas estructuras que, protegidas especial- mente por su coherencia prictica, relativamente inalterada, de unos comportamientos y de unos discursos parcialmente arranca~ dos al tiempo por la estereotipizacién ritual, representan una for- ma paradigmética de la visién «falonarcisista» y de la cosmologia androcéntrica que comparten todas las sociedades mediterrineas que siguen sobreviviendo, en estado parcial y como fragmentado, fen nuestras estructuras cognitivas y en nuestras estructuras socia- les, La elececién del caso especial de la Cabilia se justifica si sabe- ‘mos, por una parte, que la tradicién cultural que alli se ha man- tenido constituye una realizacién paradigmética de la tradicién mediterranea (podemos convencernos de ello consultando las i vestigaciones etnolégicas dedicadas al problema del honor y de la vergiienza en diferentes sociedades mediterrineas, Grecia, Italia, Espafia, Egipto, Turquia, la Cabilia, et.) y que, por otra parte, toda el érea cultural europea participa indiscutiblemente de la ‘misma tradicién, como lo demuestra la comparacién de los ritua- les practicados en la Cabilia con los que fueron recogidos por Ar- nold Van Gennep en la Francia de comienzos del siglo XX.’ Tam- bién habriamos podido apoyarnos en la tradicién de la Grecia antigua, de la que el psicoandliss ha extraido la esencia de sus es- quemas interpretativos, gracias a las innumerables investigaciones ctnografico-histéricas que le han sido dedicadas. Pero nada pucde sustitui el estudio directo de un sistema que sigue en funciona- miento y relativamente a salvo de unas reinterpretaciones més 0 menos doctas (gracias a la falta de tradicién escrita). En efecto, ‘como ya seialé en otro lugar, el anslisis de un corpus como el de Grecia, cuya produccién se extiende durante varios sigs, corre el peligro de sincronizar artficialmente efectos sucesivos, y diferen- 2, J. Pesiniany (ed), Honour and Shame: the Values of Mediterranean So- ciety, Chicag, Universiy of Chicago Pres, 1974, y también J. PieeRivers, Med ‘erranean Countrymen. Esay in the Social Anhropoly of the Mediterrancan, Pati LaHaya, Mouton, 1963 3. A. Van Gennep, Manuel de fltlore eneitcontemporsin, Paris, Picard, 3 vol, 1937-1958, 4. CEP. Bourdieu, Lecture, leur ler, linérature, en Choe dies Past Editions de Minuit, 1987, pp. 132-143, 18 tes, del sistema y sobre todo de-conferir el mismo estatuto episte- molégico a unos textos que han sometido el viejo fondo mitico- ritual a diferentes reelaboraciones més o menos profundas. El in- ‘étprete que pretenda actuar como etnégrafo corre, pues, el peligro de considerar informadores «ingenuos» a unos actores que ya actian como (casi) etndlogos y cuyas evocaciones mitolégicas, incluso las aparentemente mAs arcaicas, como las de Homero 0 de Hesiodo, ya son unos mitos eruditos que suponen omisiones, deformaciones y reinterpretaciones (zy que decir cuando, como Michel Foucault, en el segundo volumen de su Histoire de la se- xualité, se decide a iniciar con Platén la investigacién sobre la sextialidad y el individuo, ignorando a autores como Homero, Hesiodo, Esquilo, S6focles, Herodoto o Aristéfanes, por no men- cionar alos fil6sofos presocriticos, en los que la antigua cepa me- diterrénea aflora més claramente?). La misma ambigtiedad reapa- rece en todas las obras (especialmente médicas) con pretensiones cientificas, en las cuales no puede diferenciarse entte lo que proce- de de unas autoridades (como Aristteles que, en algunos puntos «senciales, convertia él mismo en mito cientifico la vieja miologla ‘mediterrénea) y lo que ha sido reinventado a partir de las estruc- turas del inconsciente y sancionado o ratificado gracias al saber tradicional, LA CONSTRUCCION SOCIAL DE LOS CUERPOS En un universo donde, como en la sociedad cabilefa, el orden de la sexualidad no esté formado como tal y donde las diferencias sexuales permanecen inmersas en el conjunto de las oposiciones que organizan todo el cosmos, los comportamientos y los actos se- xuales estin sobrecargados de determinaciones antropolégicas y cosmolégicas. Estamos condenados, pues, a desconocer la profun- da significacin si las pensamos de acuerdo con las categorias de lo sexual en s{ mismo. La construccién de la sexttalidad como tal (que encuentra su realizacién en el erotismo) nos ha hecho perder el sentido de la cosmologia sexualizada, que hunde sus raices en 19 tuna topologia sexual del cuerpo socializado, de sus movimientos y de sus desplazamientos inmediatamente afectados por una si cacién social; el movimiento hacia arriba est4 asociado, por ejem- plo, a lo masculino, por la ereccién, o la posicién superior en el acto sexual. Arbitraria, vista aisladamente, la divisi6n de las cosas y de las actividades (sexuales 0 no) de acuerdo con la oposicién entre lo masculino y lo femenino recibe su necesidad objetiva y subjetiva de su inscrcién en un sistema de oposiciones homélogas, alto/ bajo, arriba/abajo, delante/deerés, derecha/izquierda, recto/curvo (oblicuo) (y pérfido), seco/himedo, duro/blando, sazonado/soso, claro/oscuro, fuera (puiblico)/dentro (privado), etc., que, para al- gunos, corresponden a unos movimientos del cuerpo (alto/ bajo // subir/bajar, fuera/dentro / salir/entra:). Al ser parecidas en la diferencia, estas oposiciones suelen ser lo suficientemente concor- dantes para apoyarse mutuamente en y a través del juego inagota- ble de las transferencias précticas y de las metaforas, y suficiente- mente divergentes para conferir a cada una de ellas una especie de densidad seméntica originada por la sobredeterminacién de afini- dades, connotaciones y correspondencias.> Los esquemas de pensamiento de aplicacién universal regis- tran como diferencias de naturaleza, inscritas en la obj unas diferencias y unas caracteristicas distintivas (en materia cor- poral, por ejemplo) que contribuyen a hacer existir, al mismo tiempo que las enaturalizan» inscribiéndolas en un sistema de di- ferencias, todas ellas igualmente naturales, por lo menos en apa- riencia; de manera que las previsiones que engendran son incesan- temente confirmadas por la evolucién del mundo, especialmente por todos los ciclos bioldgicos y césmicos. Tampoco vemos cémo podria aparccer en la relacién social de dominacién que constituye su principio y que, por una inversién completa de las causas y de los efectos, aparece como una aplicacién mas de un sistema de re- laciones de sentido perfectamente independiente de las relaciones de fuerza. El sistema mitico ritual desempefia aqui un papel equi- 5, Para un cuadro deallado de la distribucién de ls actividades entre los sexos, £ P, Bourdieu, Le Sen pratique, op. cin p. 358. 20 valente al que incumbe al orden juridico en las sociedades diferen- ciadas: en la medida en que los principios de visién y de divisién que proponen estin objetivamente ajustados a las divisiones pree- sistentes, consagra el orden establecido, levindolo a la existencia conocida y reconocida, oficial La divisién entre los sexos parece estar «en el orden de las co- sas», como se dice a veces para referirse a lo que es normal y natu- ral, hasta el punto de ser inevitable: se presenta a un tiempo, en su estado objetivo, tanto en las cosas (en la casa por ejemplo, con todas sus partes «sexuadas»), como en el mundo social y, en esta- do incorporado, en los cuerpos y en los habitos de sus agentes, que funcionan como sistemas de esquemas de percepciones, tanto de pensamiento como de accién. (Cuando hablo de las necesida- des de la comunicacién, me estoy refitiendo, como en este caso, a categorias 0 a estructuras cognitivas, con el riesgo de poder cact en la filosofia intelectualista que critico constantemente, por tan- to serfa preferible hablar de esquemas pricticos 0 de disposicio- nes; la palabra «categoria» se imponfa a veces porque tiene la vir- ud de designar a la vez una unidad social la categoria de los agricultores~ y una estructura cognitiva, a la ver que puede desig- nar el vinculo que las une.) La concordancia entre las estructuras objetivas y las estructuras cognitivas, entre la conformacién del ser y las formas del conocer, entre el curso del mundo-y las ex- pectativas que provoca, permite la relacién con el mundo que Husserl describfa con el nombre de «actitud natural» o de wexp\ riencia déxica», pero olvidando las condiciones sociales de pos bilidad. Esta experiencia abarca el mundo social y sus divisiones arbitrarias, comenzando por Ia divisién socialmente construida centre los sexos, como naturales, evidentemente, y contiene por cllo una total afirmacién de legitimidad. Debido al descubsi- ‘miento de las acciones de unos mecanismos profundos, como los que apoyan el acuerdo de las estructuras cognitivas y de las es- tructuras sociales y, con ello, la experiencia déxica del mundo so- cial (por ejemplo, en nuestras sociedades, la légica reproductiva del sistema de ensefianza), unos pensadores de procedencias filo- séficas muy diferentes pueden impucar todos los efectos simbéli- cos de legitimacién (de sociodicea) a unos factores que dependen 21 { ‘orden de la representacién mis 0 menos consciente ¢ intencio- (wideologta», ediscurso», etc.) La fuerza del orden masculino se descubre en el hecho de que prescinde de cualquier justificacién:* la visién androcéntrica se || impone como neutta y no siente la necesidad de enunciarse en | vada a las mujeres, 0, en el interior de ésta, entre la Parte masculi uunos discursos capaces de legitimarla.” El orden social funciona ‘como una inmensa maquina simbélica que tiende a ratificar la do- ‘minacién masculina en la que se apoya: es la divisién sexual del trabajo, distribucién muy estricta de las actividades asignadas a ‘eada tino de los dos sexos, de su espacio, su momento, sus instru. ‘Mentos; és la estructura del espacio, con la oposicién entre el lugar ide reunion o el mercado, reservados a los hombres, y la casa, reser. na, como del hogar, y la parte femenina, como el estab, el agua y los vegetales;es la estructura del tiempo, jornada, aio agratio, 0 sielo de vida, con los momentos de ruptura, masculinos, y los la. £05 periodos de gestacién, femeninos. El mundo social construye el cuerpo como realidad sexuada y ‘como depositario de principios de visién y de divisién sexuantes El programa social de percepcién incorporado se aplica a todas las cosas del mundo, y en primer lugar al cuerpo en si, en su realidad biolégica: es el que construye la diferencia entre los sexos bioldgi- 6 Se obseva a menudo que, tanto en la percep soil como en la lengua, ¢l.sexo masculino aparece como no marcado, neuto, por decso dealin mode cn relacin al femenino, que esté explicitamentecaractetizado. Dominique Mele ha odido comprobario en el caso de la identifiaciin del sexo» de a seriturs, dont los rasgos femeninos son los tnicos percbidos como preentes © auserees eb D. Met «Le sexe de I'érture, Note sut la perception socale dela Emini das da recherche en sciences rocales, 83, junio de 1990, pp. 40-51), 7, Es digno de atencién, por ejemplo, que apenas s encucntren mits justia: lores de la jerarguia sexual (alvo quizis ef mivo del nacimiento de la cebada [oh P. Bourdieu, Le Sens pratique, op cs, p.128)y el mito que tienda racionalizat la por sicién snormal del hombre y de la mujer en cl acto sexual, que refieo mis adelante, 8; Convendrlarecordataqu todo lands del sitemamiticoiual (por cen Plo, sobre la esrctura del espacio interior dela cass cf. P. Bourdieu, Le Sms pratique, 2. pp. 441-46; sobre la orgaizacion dela jornada: pp. 415-421; sobre le ongant, ‘aci6n del ao agrrio: pp. 361-409). Viéndome obligado a recordar aqui sélo lt ‘mo estictamente necesaro para la construccin del modelo, tengo que invtar al lee, ‘or descoso de dar toda su fuerza al sanalzador»etnogrifico a leer atcntamente Le Sens ‘Pratique 0, por lo menos, el equema sinéptico reproducido en lapigina sguinte, 2 si aobaaba Se or oo nat SIAMEDIODI a a SECO ARRIBA (igs mac) FUERA (amg ben me) WANA PRIMAVERA Hit yh PevTRo. ateo g Sere re 7 LLENO tice BE CERRADO (ail ee) t_~ DENTRO (aa, din et es) DDEBAJO endl, pila cen) ‘matrimonio "Sela aoche, HUMEDO ect Me ite Me, ea cnteat Me nec cman ncnso Soo ey ORTE NOCHE nyt Bay NINO (olcioso, igi» ga) “2QUIERDA ede {AATURALEZA SALVA IMPAR ame, ct pa me so Mer ac inh Esquema sindptico de las oposiciones pertinentes nes vertices Podemos Teer este esquema relacionindolo bien con la oposiciones ver (Gecofhimedo, alto/bajo, derecha/nquierda, masculina/femenino, ec), bien con los process (por ejemplo los del ciclo dela vida: matrimonio, gesacin, nacimiento ‘tc, 0 los dl ao agrario) y con los movimientos (abris/errar,entrarlsalit, tc.) 23 «os de acuerdo con los principios de una visién mitica del mundo arraigada en la relacién arbitraria de dominacién de los hombres sobre las mujeres, inscrita a su ver, junto con la divisién del traba- jo, en la realidad del orden social. La diferencia biolégica entre los sex05, es decir, entre los cuerpos masculino y femenino, y, muy es- pecialmente, la diferencia anatémica entre los érganos sexuales, puede aparccer de ese modo como la justificacién natural de la di- ferencia socialmente establecida entre los sexos, y en especial de la divisién sexual del trabajo. (El cuerpo y sus movimientos, matrices de universales que estin sometidas a un trabajo de construc social, no estin ni completamente determinados en su significa- n, sexual especialmente, ni completamente indeterminados, de manera que el simbolismo que se les atribuye es a la vez conven- cional y «motivado», percibido por tanto como casi natural.) Gra- cias a que el principio de visin social construye la diferencia ana- témica y que esta diferencia social construida se convierte en el fundamento y en el garante de la apariencia natural de la visign social que la apoya, se establece una relacién de causalidad circular que encierra el pensamiento en la evidencia de las relaciones de dominacién, inscritas tanto en la objetividad, bajo la forma de di- visiones objetivas, como en la subjetividad, bajo la forma de es- ‘quemas cognitivos que, organizados de acuerdo con sus divisiones, organizan la percepcién de sus divisiones objetivas. La virilidad, incluso en su aspecto ético, es decir, en cuanto que esencia del vir, virtus, pundonor (nif), principio de la conser- vacién y del aumento del honor, sigue siendo indisociable, por lo menos ticitamente, de la virilidad fisica, a través especialmente de las demostraciones de fuerza sexual ~desfloracién de la novia, abundante progenie masculina, etc.~ que se esperan del hombre que es verdaderamente hombre. Se entiende que el falo, siempre presente metaféricamente pero muy pocas veces nombrado, y nombrable, concentra todas las fantasfas colectivas de la fuerza fe- cundadora.” Al igual que los bufiuelos o de la torta, que se come 9. La tradicién europea asocia el valor fsco o moral con la virlidad (stener- los... et) ys aligual que a tradicin bercber, establee expliciamente un vinculoen- ‘reel volumen de la narz (nif), simbolo del pundonor,y el supuesto tamatio del flo, 24 con motivo de los partos, las circuncisiones o la denticién, «sube» 6 «sale». El ambiguo esquema de la hinchazén es el principio gene- rador de los ritos de fecundidad que, destinados a que se agranden miméticamente (el falo y el vientre de la mujer), por accién sobre todo de unos alimentos que hinchan y hacen hinchar, se imponen cen los momentos en que la accién fecundadora de la potencia masculina debe ejercerse, como las bodas, y también con motivo del comienzo de las labores campestres, ocasién de una accién ho- méloga de apertura y fecundacién de la tierra.!° La ambigiiedad estructural, manifestada por la existencia de tun vinculo morfoldgico (por ejemplo entre abbuch, el pene, y shabbucht, emenino de abbuch, el seno), de un cierto niimero de simbolos vinculados a la feminidad, puede explicarse por el he- cho de que representan diferentes manifestaciones de la plenitud vital, de lo vivo que da la vida (a través de la leche y del esperma, asimilado a la leche:"" cuando los hombres se ausentan durante tun largo periodo, se dice a su mujer- que regresarin con «un ja- ro de leche, de leche cuajada», de un hombre poco discreto en sus relaciones extraconyugales se dice que «ha derramado leche cuajada en la barba», yecca yeswa, sha comido y bebido», significa que ha hecho el amor; resistir a la seduccién es «no derramarse leche cuajada en el pecho»). Idéntica relacién morfoldgica entre thamellats, e\ huevo, simbolo por excelencia de la fecundidad fe- menina, e imellalen, los testiculos; se dice del pene que es el tni- co macho que incuba dos huevos. E idénticas asociaciones reapa- recen en las palabras que designan el esperma, zzel, y sobre todo ladmara, que, pot su ralz ~admmar es lenat, prosperar, ete» cevoca la plenitud, lo que estélleno de vida, el esquema de lenado leno/vacio, fecundolestéril, etc.) se combina regularmente con 10. Sobre ls alimentos que inchan, como los wfyen y que hacen hinchar, cf, P. Bourdieu, Le Sens pratique, op. cit, pp. 412-415, y sobre la funciéa de los actos © de los objetos miticamente ambiguos, sobredeterminados 0 evanescente,p. 426 y's. 1. El tézmino mis evocador es el amdul,lneralmente vejga, salchich6n, pero también flo (cf. T. Yacine-Titoub: «Anthropologie de la peur. Liexemple des rap- ports hommer-femmes, Algris, en T. Yacine-Tirouh [ed.), Amour, phantarmes et socites en Afrique di Nord et au Sahara, Pars, L'armatan, 1992, pp. 3-27: y La Feéminité ou la représentation de la peur dans Vimaginaire social kabyles, Cahiers de literature orale, 34, INALCO, 1993, pp. 19-43). 25, fem de la hinchazén en la generacién de los ritos de fet- Al asociar Ia ereccin filica con la dindmica i i inmanente a todo el proceso de reproduccion ware an facion, Sestacién, ete), la consruccién socal de los érganos son, ie relay raifiasirmbslicamente algunas propiedaie ste, indiscutible; contibuye de ese modo, junte eo cone st ie, tats Maite: de: loe-cuiles co tin dade cee, wi sto la insercidn de cada relacion(Ueno/vacton pone’ ls) en su sistema de relaciones homdlogas ¢ ineoeonk ona ranumutar la arbitrariedad del nomor socal en necesidad dc tone turalesa (pss) (Esta légica de la conagraciin umbaicn de vo, Focsosobjtivos especialmente cismicosy bioléicon que inten en el hecho mn, aconteci- Imiento homélogo del renacimiento del abuelo anal Rado pot el retoino del nombre de pila, oftece un fade cael objetivo exe sistema y, con ello, al creenca, nein nn mismo por el acuerdo que suscita, de la que ex objero)) nt Jue ctind® 10s dominados aplican a lo que les donna [BRM aus fon el producto de I dominacién, o, en ours pa ercepciones estén estructu. structuras de la relacién de sus actos de conocimiento son, acién que se les ha impuesto, inevitablemente, 12: Sobre ls esquemas leno/acoy sobre laccén de lenar, Le Sens pratique, op. ti, Pies tM & ets Bp. 452-453, y ambien Ia p 397 (a propia cf P. Bourdieu, 26 simbélica. Asi es como las mujeres pueden apoyarse en los ¢s- quemas de percepcién dominantes (alto/bajo, duro/blando, rec- to/curvo, secofhiimedo, etc:), que les conducen a concebir una re- presentacién muy negativa de su propio sexo,'? para concebir los atributos sexuales masculinos por analogia con las cosas que cuel- gan, las cosas blandas, sin vigor (ladlaleg, asadlag, términos wtiliza- dos también para unas cebollas o el pincho de carne, 0 acherbub, sexo blando, sin fuerza, de anciano, asociado a veces a ajerbub, ha- rapo);" € incluso aprovechar el estado disminuido del sexo mas- culino para afirmar la superioridad del sexo femenino, como se ve en el proverbio: «Todo tu armamento (ladlaleq) cuclga», dijo la mujer al hombre, «mientras que yo soy una piedra soldada.»'® ‘Ast pues, la definicién social de los érganos sexuales, lejos de ser una simple verificacién de las propiedades naturales, directa- mente ofrecidas a la percepcién, es el producto de una construc- cin operada a cambio de una serie de opciones otientadas 0, me- jor dicho, a través de la acentuacién de algunas diferencias o de la escotomizacién de algunas similitudes. La representacién de la va- gina como falo invertido, que Marie-Christine Pouchelle descu- bri en los textos de un cirujano de la Edad Media, obedece a las ‘mismas oposiciones fundamentales entre lo positivo y lo negativo, el derecho y el revés, que se imponen desde que el principio mas- 13. Las mujeres consideran que su sexo sdlo es hermoso cuando esti oculto (la Piedra soldada.),recogido (jimad) 0 colocado bajo la protecién del ser, el encanto (a diferencia del sexo masclino, que no tiene srr, porque es imposible ocultarlo) Una de las palabras que lo designan, takin es utilizada, al igual que nuestro ‘scofloe, como interjeccsn (A takin), para expres la estupider (una sara de sah ‘na es una cara informe, inexpresiva, sin el modelo que proporciona una buena nari). Otra dela palabras bereberes que designan la vagin, y por otra parte una de Jas mis peyoratvas,achormid, significa también vcioso, 14, Es evidente que todas estas palabras estinafectadas por el tabi, ast como algunos términos aparentemente anodinos como duzan los negocios, ls instrumen- tos, laglu la vajilla, Jawa los ingredientes, © azadbuls el pene, que les seven mi- chas veces de sucedineys eufemistcos. En cl caso de las mujeres de la Cabili, al igual que en nuestra propia tradicién, los énganos sexuales masculinos son asimila- dos, por lo menos en lat designacioneseufemisticas, unos enseres, unos inrumentor (artfacton,schismes, etc), cosa que tal ver convenga rclacionar con el hecho de ‘que, incluso actualmens, la manipulacién de los objets técnics sea sistemstica- ‘mente aribuida a los hembres, 15. CET. YacineTitouh, Anthropologie dela peur, lc. cit 7 culino aparece como la medida de todo.'® Sabiendo, por tanto, que el hombre y la mujer son vistos como dos variantes, superior ¢ inferior, de la misma fisiologia, se entiende que hasta el Renaci- miento no se disponga de un término anatémico para describit detalladamente el sexo de la mujer, que se representa como com- Puesto por los mismos érganos que el del hombre, pero organi- zados de otra manera.'” Y también que, como muestra Yvonne Knibichler, los anatomistas de comienzos del siglo XIX (Virey es- pecialmente), prolongando el discurso de los moralistas, intenten encontrar en el cuerpo de la mujer la justficacién del estatuto so- cial que le atribuyen en nombre de las oposiciones tradicionales entre lo interior y lo exterior, la sensibilidad y la razén, la pasivi- dad y la actividad.'® Y bastaria con seguir la historia del udescubri- ‘miento» del clitoris tal como la refiere Thomas Laqueur,” prolon- gindola hasta la teoria freudiana del desplazamiento de la sexualidad femenina del clitoris a la vagina, para acabar de con- vencer de que, lejos de desempefiar el papel fundador que se le | atribuye, las diferencias visibles entre los érganos sexuales masculi- j no y femenino son una construccién social que tiene su génesis en | los principios de la divisién de la razén androcéntrica, fundada a | su ver.en la divisién de los estatutos sociales atribuidos al hombre yala mujer” Los esquemas que estructuran la percepcién de los érganos se- 16. MC, Pouchelle, Corps et Chirurgie a Lapogée du Moyen Age, Pari, Flam- ‘marion, 1983, 17. C&T. W. Laqueut, «Orgasm, Generation and the Politics of Reproductive Biology», en C. Gallagherand, T. W. Laqueur (eds), The Mating of the Moder Bods: Sesuaity and Sacer in the Ninetenth Century, Berkeley, University of Califor ‘ia Press, 1987. 18. Y. Knibiehler, «Les médecins ela “nature fémenine” au temps du Code c= vith, Annales 31 (4), 1976, pp. 824-845. 19. T. W. Laqueur, «Amor Veneris, vel Dulcedo Appele R. Naddaf y N. Taz (eds), Zone, Pat II, Nueva York Zone, 1989, 20. Entre los innumerable estudios que demuestra la contibucién de la his- {oria natural y de los nauralistas a la naturaizacién de las diferencias sexales ( ra- sials, tienen la misma légica), podemos citar el de Londs S. (Natures ‘Bods, Boston, Beacon Press, 1993) que muestra cémo los naturalists satibutans las hhembras de los animales el pudor (modes) que esperaban encontaren ss esposas Inia (p. 78); al igual que, al eérmino de su invesigacion del mit deciden que a M. Feher, con 28 xuales y, més atin, de la actividad sexual, se aplican también al cuerpo en si, masculino 0 femenino, tanto a su parte superior como a la inferior, con una frontera definida por el cinturén, sefial de cierre (la mujer que mantiene el cinturén ceftida, que no lo de- sanuda se considera virtuosa, casta) y limite simbélico, por lo me- nos en la mujer, entre lo puro y lo impuro. El cinturén es uno de los signos del cierre del cuerpo femeni- hs od hid hin pose lsd ela. seo chado, que, como tants analistas han sefalado sigue imponien- dose a las mujeres en las sociedades euroamericanas actuales. Simboliza también la barrerasagrada que protej la vagina, social- mente constituida en objeto sagrado, y por tanto sometido, de acuerdo con el analisis durkhemiano, a unas reglas estrictas de evitacién o de acceso, que determinan muy rigurosamente las condiciones del contacto aceptado, es decir, los agentes, los mo- mentos y los accos legitimos o profanadores. Estas reglas, sobre todo visibles en los ritos matrimoniales, también pueden obser- varse, incluso en Estados Unidos, en situaciones en las que un médico masculino tiene que practicar un reconocimiento vaginal. Como si se tratara de neutralizarsimbélica y précticamente todas Jas connotaciones potencialmente sexuales del examen ginecol6gi- co, el médico se somete a un auténtico ritual que tiende a mante- nice Ia barrera, simbolizada por cl cincurén, entre la persona y la vagina, jamés pecibidassimulténeamente: en un primer momen to, se dirige a ura persona, cara a cara; después, en cuanto la per- sona a examinar se ha desnudado, en presencia de una enfermera, Ja examina, tencida y cubierta por una tela en la parte superior, ‘observando una vagina disociada en cierto modo de la persona y reducida de ese modo al estado de cosa, en presencia de la enfer- mera, a la que destina sus observaciones, hablando de la paciente {atl Tas majeres eatin providencislmentedotads (are bled with) de un himens, ‘uudiin dem casa, cvertbuo de a vanmsatoe (op. 9594) y quel bara, tenudo atociada al honor masclio, diferencia los hombres de ls mujeres, me- toe nobles p15) yds demise, "21. CE por ejemplo N. M. Henley, Body olin, Power, Sex and Non-verbal Comminiion, Englvood Cliffs (Nace Jey), Prentice Hall, 1977, spa mene pp 89 29 fen tercera persona; finalmente, en una tercera fase, se dirige de nuevo ala mujer que, en su ausencia, ha vuelto a vestise.2? Evi- dentemente, el que la vagina siga siendo un fetiche y se la trate como algo sagrado, secreto y tabi, es la razén de que el sexo per- ‘maneaca estigmatizado, tanto en la conciencia comiin como en la letra del derecho, pues ambas excluyen que las mujeres puedan decidir entregarse a la prostitucién como si fuera un trabajo.23 Al hacer intervenir el dinero, un determinado erotismo masculino asocia la biisqueda de la fuerza al ejercicio brutal del poder sobre los cuetpos reducidos a la condicién de objeos y al sacrilegio que consiste en transgredir la ley segin la cual (al igual que la sangre) sélo puede ser dado en un acto de oftenda exclusivamente gratui- to, lo que supone la exclusién de la violencia.”* El cuerpo tiene su parte delantera, lugar de diferencia sexual, y su parte trasera, sexualidad indiferenciada, y potencialmente feme- nina, es decir, pasiva, sometida, como lo recuerdan, mediante el gesto o la palabra, los insultos mediterrineos (especialmente el fa- ‘moso «corte de mangass) contra la homosexualidad,”5 sus partes piblicas, cata, frente, ojos, bigote, boca, drganas nobles de preventa- iin de uno mismo en los que se condensa la identidad social, el pundonor, el nf que impone enfrentarse y mirar a los demés a la 22. J, M, Henin, M.A. Bigs «The Sociology ofthe Vaginal Examination» a J. M. Hensin (ed), Down t Earth Saieg, Nara York Oxford, The Free Pres, 1991, p. 235-207 23. La ey noneamericina prohibe vivir de ganancisinmorales, lo que sgn fea que slo donaign be dl sexo elegtimay que el ama vel cl aes por exclencia en a media en que comer conf ns sada que cl cuerpo 14 ( G. Pheteson, «The Whore Signa, Female Dishonor and Male Uno nes Soil Tet 37, 1993, pp 39-64 24 «El dinero forma par intgante del modo represnatio del perveni, Porque el fanasma perc cen mismo inineligibee nmusbe, numero Pers ces abstc connec inreainee iie wows Sa our, Par, Pata Morgans, 1974, p. 59-0), Por ea perc de des Sade demuestra preciamene que la nocién de valor y de precio ed i, Si la relacién sexual aparece como una relacién social de do- minacién es porque se constituye a través del principio de divisién fundamental entre lo masculino, activo, y lo femenino, pasivo, y ese principio crea, organiza, expresa y dirige el desco, el deseo masculino como deseo de posesién, como dominacién erética, y el deseo femenino como deseo de la dominacién masculina, como subordinacién erotizada, o incluso, en su limite, reconocimiento erotizado de la dominacién, En un caso en el que, como en las re- laciones homosexusles, la reciprocidad es posible, los vinculos en- tre la sexualidad y el poder se desvelan de manera especialmente clara y tanto las posiciones como los papeles asumidos en las rela- ciones sexuales, activos © sobre todo pasivos, aparecen como in sociables de las relaciones entre las condiciones sociales que deter- minan tanto su posbilidad como su significacién. La penetracién, sobre todo cuando se ¢jerce sobre un hombre, es una de las afir- maciones de la libido dominandi que nunca desaparece por com- pleto de la libido masculina. Sabemos que, en muchas sociedades, lh posesién homosexual se concibe como una manifestacién de «poder», un acto de dominacién (ejercido como tal, en determina- dos casos, para afirmar la superioridad «feminizindola»), y que por ese motivo, entre los griegos, se condenaba al que la suftia al deshonor y a la pérdida del estatuto de hombre completo y de ciu- dadano® mientras que, para un ciudadano romano, la homose- 34. C. A. MacKinnon, Feminism Unmodified, Discourses on Life and Law, (Cambridge (Massachusets) y Londres, Harvard University Pres, 1987, p. 58, 35. CER. Christin, «La possessions, en P. Bourdieu etal, La Mitre du monde, Paris, Editions du Seuil, 1993, pp. 3 36. CE, por ejemplo, KJ. Dover, Homosealitégrecque, Pats, La Pensée st- ‘age, 1982, p. 130 ys. 35 xualidad «pasivay con un esclavo eta visto como algo «monst so».”” De igual manera, segiin John Boswell, pe y ne formaban parte de ls prerrogativas de la dite dirigente mascaling ceder ala penetracién era una abrogacién simbdlea dl poder y de Ie autoridads Se enviende que, desde ea perspectiva, que vinous 'a sexualdad y poder, la peor humillacin para tun hombre conga, ta en verse convertido en mujer. Y aqui podriamos recordar ing testimonios de aquellos hombres a quienes las torturas deliberada ‘mente organizadas con Ia intencién de fominizarlos,especialmenie a través dela humillacin sexual, las chanzas sobre su vrlidad, le acusaciones de homosexualidad, etc., 0, més sencillamente, la ne, czsidad de comportarse como si fueran mujeres, han hecho desea, brit lo que significa el hecho de seren todo momento consciewas ae cue, de era sempre expuestos ala human oa .¥ de encontrar su consuelo en las ta obec Tees suelo en las tareas domésticas 0 en la LA ASIMILACION DE LA DOMINACION ha sido defendida por toda la tradicién antropoldgica, l meat mo de la inversin dela relacin entre la causas y los efectos que intento demostrar aqui, y gracias a la cual xe ha opersd la natin lizacién de esta construcién social, creo que no a sido completa ‘mente desctito. La paradoja consiste en que son la diferench vt 57. Yous Wea 26337 YOM, omc} Rane, Communion, 38, 198, gp. Sis pied pea es alc thal Cari in Premoden Europe, en Mtn Sde |: Renal, Honowcllarscsaie Ceo ee ‘York, Oxford University Press, 1990, e aca Gendt, Deh and Recoce aig the Ek caus en. Ca Wes Ege, MA Can ee Ve and Renan Lats Ane Bey Ua oh aR tee 36 sibles entre el cuerpo femenino y el cuerpo masculino las que, al ser percibidas y construidas de acuerdo con los esquemas pricticos de la visién androcéntrica, se convierten en el garante més indis- cutible de significaciones y de valores que concuerdan con los principios de esta visién del mundo; no es el falo (o su ausencia) el fundamento de esta visién, sino que esta visién del mundo, al es- tar organizada de acuerdo con la divisién en géneros relacionales, masculino y femenino, puede instituir el falo, constituido en sim- bolo de la viriidad, del pundonor (nif) propiamente masculino, y |a diferencia entre los cuerpos biolégicos en fundamentos objeti- vos de la diferencia entre los sexos, en el sentido de géneros cons- truidos como dos esencias sociales jerarquizadas. No es que las ne- cesidades de la reproduecién biolégica determinen la organizacién simbélica de la divisién sexual del trabajo y, progresivamente, de todo el orden natural y social, més bien es una construccién social arbitraria de lo biolégico, y en especial del cuerpo, masculino y fe- menino, de sus costumbres y de sus funciones, en particular de la reproduccién biolégica, que proporciona un fundamento aparen- temente natural ala visién androcéntrica de la divisién de la acti- vidad sexual y de la divisién sexual del trabajo y, a partir de ahi, de todo el cosmos. La fuerza especial de la sociodicea masculina pro- cede de que acumula dos operaciones: legitima una relacién de do- minacién inseribiéndola en una naturaleca biolégica que es en sf mis- ‘ma una construccién social naturalizada. El trabajo de construccién simbélico no se reduce a una ope- racién estrictamente performativa de motivacién que orienta y es- tructura las representaciones, comenzando por las representacio- nes del cuerpo (lo que no es poca cosa); se completa y se realiza en una transformacién profunda y duradera de los cuerpos (y de los cerebros), 0 sea, en ya través de un trabajo de construccién pricti- co que impone uni definicién diferenciada de los usos legitimos del cuerpo, sexuales sobre todo, que tiende a excluir del universo de lo sensible y de lo factible todo lo que marca la pertenencia al otro sexo ~y en particular todas las virtualidades biolégicamente inscritas en el «perverso polimorfo» que es, de creet a Freud, cual- 4quier nifio-, para producir ese artefacto social llamado un hombre viril © una mujer femenina. El nomos arbitrario que instituye las 37

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