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G. del Olmo Lete, J. Pértulas, E. Pellizer, C. Miralles, G. Sissa,
A. Iriarte, M. T. Clavo, M. Camps i Gaset
La dona en l’antiguitat
La mujer en la antigiiedad
La donna nell’antichita
Universidad Internacional Menéndez Pelayo
Seminari: «Deesses i Heroines en les Mitologies antigues»,
Barcelona, 9-13 setembre, 1985
a
Editorial AUSA.1942
Figuras femeninas en la mitologia
y la épica del Antiguo Oriente*
La presencia de la mujer es ubicua en la sociedad y cultura del
Antiguo Oriente (restringido en esta exposicién ‘al dmbito
mesopotamico-anatélico-sirio), como en cualquier otra. Abundantes
y documentados estudios han analizado su significacién en las diver-
sas situaciones y funciones que aquellas sociedades le reservaron,
puesta de relieve en sus documentos literarios, especialmente en sus
cédigos legales. En general debe reconocerse que tales funciones o
«roles» son disctiminatorios’ e implican siempre una posicién de
subordinacién y dependencia de la mujer dentro de tales sociedades
«masculinas». En Jas mismas, ni la actividad de gobierno, ni la pro-
mulgacién de leyes y su aplicacién, ni la conduccién de la guerra son
posibilidades a su alcance. Sus «papeles» basicos son los de «ama de
casa» (madre-esposa-concubina) y de «prostituta», aparte de ser «li-
bre», «esclava», «meteca», de acuerdo con la estructuracién social de
origen; dentro de cada «clase» sus posibilidades funcionales son las
mismas, aunque alguna resultara peculiarmente favorecida por Ia si-
tuacién «social». Se trata de hecho de las posibilidades que dicen
relacién a su funcién «sexual». Dentro de este marco la evolucién de
su papel alcanza notable diversificacién en las diferentes culturas. En
algunas la relacién personal desarrollé una «igualdad» de hecho entre
los dos sexos y otorgé a la «madre» un papel dindmico y creador en el
4mbito familiar y aun social, aunque sélo fuera de manera individual
7y esporadica; igualdad o casi que los cédigos tratan de «regular»,
saliendo en «defensa» de la parte socialmente mas débil y subordi-
nada, y por tanto mds expuesta al abuso del «sefior». Pudo incluso
lograr la mujer papeles decisivos en las esferas del gobierno y la
politica internacional a través de su funcién de «madre dindstica»:
como «regente» e incluso como transmisora de la linea dindstica®, o
bien como «princesa consorte» en matrimonios de estado concerta-
dos entre los diversos imperios. En algunas sociedades, incluso, con
tesiduos de régimen «matriarcal», derivado de su papel como «ma-
dre», pudo Ja mujer asumir funciones sociales decisorias; pero se
trata de casos excepcionales.
Todo este cuadro de realizaciones de la funcién «empirica» de Ja
mujer en el Antiguo Oriente se refleja a su vez en las superestructu-
ras de representaci6n, de proyeccién, de simbolizacién, transmitidas
en lo que hemos dado en lamar la «literatura» de aquellos pueblos:
su mitologia, épica y liturgia. Y va ser a este nivel «metaempitico» de
Ja figura femenina al que vamos a limitar nuestra atencién en la
exposicién presente, es decir, al de la utilizacién de la mujer como
«figura» o modelo de estructuracién del «universo simbélico» de
aquellas culturas, que es en esencia un universo «teligioso» (mitico-
épico o ritual),? sin que falten otros niveles de utilizacién simbélica
ids esporddica, aunque més «literaria», como el género «sapiencial»,
en el que las «figuras» femeninas funcionan como simbolos o incluso
personificaciones de «nociones» abstractas y morales (la «sabiduria»,
Ja «necedad», la «tentacién», la «fortaleza», etc.), resultado asi ya de
una utilizacién «trépica», «metaf6rica», meramente instrumental o
explicativa, que no constituye un «universo operativo» y «transhisté-
rico» en que se «cree», aunque la «personificacién» esté muy ptd-
xima y abierta al nivel mitolégico.4
En consecuencia, aqui nos vamos a fijar en tres espacios literarios
muy precisos en relacién con los «roles» que la mujer asume en ellos:
la mitologia («diosa»), la épica («heroina»), la liturgia («oficiante»).
En la esfera mitolégica lo femenino aparece normalmente presen-
te desde el momento «primordial», emparejado con el elemento
«masculino» y subordinado al mismo; indispensable como éste para
poner en marcha el proceso «pro-creador». En este sentido su fun-
8cién corresponde a la de la gran diosa madre (de los dioses), llamese
Ninbursanga, Hannahanna 0 Athirat.5 En el curso de las sucesivas
sincretizaciones de panteones la figura de la diosa-madre pasa a ser
representada por diferentes divinidades femeninas, la «principal» de
cada sistema mitolégico, que accede asi a la posicién de «esposa» del
dios primordial. Pero a su vez éste puede perder significacién, como
es el caso de Anz en Mesopotamia, y transferir su atributo de «padre
de los dioses» a otras divinidades (Enlil, Adad, Marduk, Assur), que
ascienden «politicamente» a la situaci6n de dios «supremo» (del
imperio o ciudad). Se interfiere asi el proceso de estructuracién «fun-
cional» del panteén como sistema mitolégico con el de la significa-
cién «nacional» o «poliade» de cada divinidad. En Mesopotamia am-
bos procesos resultan sumamente complicados por la interferencia de
Ja tradicién sumeria con la acadia, dado su diferente origen configura-
dor (montafia-desierto), asf como por la enorme diversificacién de la
tradicién religiosa «poliade» y su afirmacién politico-militar. La
misma «especulacién» sistematizadora del mito no se siente satisfe-
cha con la aceptada divinidad/pareja «primordial» (Anu/Antum) y le
antepone quince pares de divinidades «previas» (valga la antinomia),
desconocidas cultural y cutualmente en aquella sociedad; en el
Enuma eli§ esas patejas «ptevias» son sdlo tres, con Apsu-Tiamat
como el pat primordial, personificacién de los océanos primordiales.®
En realidad este esquema teogénico es la proyeccién de la estruc-
tuta procreadora humana y de la posicién, natural y social, de la
mujer dentro de la misma, de la mujer del «jefe de familia», se
entiende; mejor, de la mujer del «tey» de la ciudad respectiva, iden-
tificado con su dios. El esquema adquiere asi una enorme movilidad
de organizacién7 y dard lugar al complementario de sxplantacién,
segiin el cual el «nuevo» dios, el que ahora manda, desbanca al pre-
cedente, se convierte en el dios «primero» y toma su «esposa». Este
esquema fue asumido por la mitologia hurrita-hitita® y se aptecia
igualmente en el 4mbito griego (Urano, Cronos, Zeus). En un mito
cananeo-hitita® asistimos incluso a la pretensién de A¥ertv, esposa del
venerable E/-Kuniria, de seducir por su parte al «dios de la tempes-
tad», cuya esposa es tar. Este movimiento de apropiacién de espo-
sas se refleja también en Ja Biblia hebrea, donde al lado del «dios de
la tempestad» Baal aparece mencionada Avera, con preferencia a
Aitarte, después de haber aquél desbancado a El. Incluso en la reli-
9gién popular parece se consideré a tal diosa patedra de Yahweh, el
nuevo «suplantador», aunque a otro nivel, como dios «nacional».1°
Es posiblemente la mitologfa siro-cananea, teflejada inadecuada-
mente en esos mitos «prestados», la que mejor preserva el esquema
pto-creador primordial, centrado en Ja pateja I-Arhirat, que petma-
nece inalterado en Ja misma sin interferencia con el esquema «su-
plantador»."' Athirat es inequivocamente la «procreadora de los dio-
ses», aunque sea El el «padre», el jefe supremo que regula sus rela-
ciones. Proyeccién del esquema social-familiar y polftico-feudal de la
zona, con sus pequefios estados feudatarios del gran emperador hitita
0 egipcio, en el que cabe apreciar la funcién de la «diosa-madre» no
sdlo como la de la procreadota primordial, sino como la de Ja legiti-
madota de la «realeza» del «dios inmediato» como «hijo suyo», se-
gin el esquema binario propio de esta mitologia.1
Cabe, pues, entender esta funcién primordial de la «diosa-ma-
dre» (de los dioses) como proyeccién interpretativa de la génesis del
cosmos segtin el modelo procreador, aunque no falte en este ambito
cultural el modelo de una teo-cosmogonia «sin madre», por ingestién
del semen patetno, como en el caso de Ja «suplantaci6n» Any-Ku-
marbi en la mitologia hitita. El esquema, més o menos partenogénico-
masturbatorio, es plenamente operativo en una de las tradiciones
teo-cosmogénicas de la mitologia egipcia.'*
La nociédn, en cambio, de «diosa-madre» Magna-Mater, tipo Ci-
beles, donadora de la «fecundidad» a la tierra, a los animales y a la
pareja humana, aparece unida, en el Ambito del Oriente Antiguo que
shemos asumido, a otro ciclo mitolégico, aunque intimamente ligado
con el precedente: el de la «fertilidad» estacional en relacién ditecta
con el dios «inmediato», el «dios de la tempestad/lluvia» y su paredra,
diosa igualmente de la fertilidad, en aquellas zonas en que Ja lluvia es
el elemento determinante de la fecundidad de la tierra. En otras
zonas de itrigacién fluvial y canalizada, como Egipto o Mesopotamia,
la garantia de la fertilidad esta mds repartida entre los diversos dioses,
patronos de sus diferentes elementos constituyentes, o adscrita a la
proteccidn de las supremas deidades poliades.
En este sentido la mitologia mds orgdnica y coherente.es de nuevo
la cananea, que gira toda ella en torno al papel de Baal como dios de la
fertilidad y la vida en lucha con sus enemigos y antagonistas que la
ponen en peligro: el dios del Mar/Caos y el dios de la Muerte. La
10mitologia badlica es la mitologia de la contienda vida-muerte y en la
misma ocupa un lugar preeminente la figura de la diosa ‘Anat/‘Athtart.
Esta divinidad aparece en el 4mbito cananeo ampliamente sincre-
tizada, con predominio de la figura de ‘Anat; mds tarde se desdoblara
netamente y adquirird el predominio ‘Athfart, para acabar de nuevo,
en total sincretismo, en la figura helenistica de Atargatis.14 En su
forma clasica se presenta bajo dos catacteristicas netamente diferen-
ciadas, que la equiparan del todo a la Inanna-Istar mesopotamica y ala
a Sauska-Istar anatolica, de diosa del amor y diosa de la violencialgue-
rra,'® constituyendo la figura femenina mds preeminente de todos los
panteones orientales mentados.
A primera vista, la combinacién de ambas caracteristicas puede
resultar sorprendente, como proyecciones femeninas, pero vistas
desde el ciclo badlico cananeo resultan plenamente inteligibles. En el
mismo ‘Anat aparece como la hermana-esposa de Baal, presente y
colaborante en toda su larga lucha por afirmarse como «rey de los
dioses y de la tierrafhombres» en cuanto dispensador de la vida;
colaboradora en una «lucha por la vida», pues, en la que participa
tanto en cuanto «luchadora» como en cuanto «vitalizadora». Libra a
Baal de sus enemigos, sobre todo de la Muerte/Mot, y colabora ar-
dientemente en devolverle a la vida a él y con él a todos los vivientes.
El mito badlico resalta asi sobre todo el aspecto belicoso, guerrero o
violento de la diosa ‘Anat: es ella la que se gloria de haber aniquilado
a los monstruos colaboradores de Yam (KTU 1.3 III 38ss), que se
oponian a la supremacia de Baal;'® es ella la que apatece descrita
hundiéndose en una orgia de sangte, real y miméticamente, para ce-
Jebrar probablemente (el contexto es deficiente) o completar el triun-
fo de aquél (KTU 1.3 II 5ss); es ella sobre todo la que descuartiza al
dios Muerte que ha devorado a Baal, en un intento de arrebatarlo de
sus fauces, pues aunque ha sido ella misma quien le ha «sepultado»,
sabe que Baal «vive», que puede volver a vivir (KTU 11.6 II 30ss).
Es curioso advertir a este respecto que frente al contraste con el dios
Yam|Caos, donde fue la magia del dios Kothar su ayuda decisiva, en el
que enfrenta a Baal con Mot/Muerte es la furia de su hermana-esposa
y la sagacidad de la diosa Sol las que le dan la victoria. Es como si
frente a la muerte sdlo el amor y Ja sabiduria, las dos fuerzas femeni-
nas, fueran armas validas para paliar su insoslayable insistencia, mien-
tras las demas, incluida la fuerza suprema de Ja magia, que se impone
1incluso a los mismos dioses, se muestran inadecuadas. De hecho, la
«muerte» no queda aniquilada en el mito badlico, sdlo se retira de
momento frente a Baal, para preparar su ciclica apaticién anual; est,
pues, siempre ahi, al acecho. Se podria decir incluso que ésta es una
retitada estratégica: la muerte necesita de la vida pata «morir»...
En las mitologias mesopotamica y anatdlica este aspecto comba-
tivo de la diosa Iitar aparece desligado de su implicacién badlica, de
fertilidad, y por él la diosa se muestra como «diosa de la guerra», de
Ja violencia sin més; también en relacién con los desahogos de su
pasién amotosa, desligada igualmente de la preocupacién fertiliza-
dora y convertida en una actitud social o urbana, despliega una beli-
cosidad caprichosa y dominante. Mucho antes, pues, que el psicoana-
lisis moderno hubiese descubierto los rasgos libidinosos de la violen-
cia y los violentos o destructivos del amor, ambos elementos ya
fueron ligados en estas culturas y elevados a la categoria de paradig-
mas. Nosotros mismos continuamos hablando de la «conquista amo-
rosa», del amor como una guetra, a la vez que nuestras contiendas se
creen nuttidas de profundos amores.
El aspecto «amoroso» queda, sin embargo, velado en el mito bad-
lico canénico y se explicita en ottos mitos menores. ‘Anat ejerce alli
de hermana-esposa de Baal como mediadora ante El, al que amenaza
setiamente, a su padre, el dios supremo, si se resiste a conceder a
Baal la realeza divina (KTU 1.3 V 22ss); es la que lo enterrard,
amorosamente llorard y honrar4 con un banquete fiinebre (KTU 1.6
I Iss). Pero no se explicita en el ciclo normativo la relacién amorosa.
. Mas atin, a la diosa se le denomina «la virgen ‘Anat»,’” lo que mas
parecerfa excluirla, aspecto que también se constata en las otras dos
mitologias paralelas. Esto hace que no aparezca clara su relacién es-
ponsalicia con su(s) consorte(s) divino(s) y desde luego nada se sabe
en ellas de su descendencia, aparte posteriores derivaciones que la
hacen esposa del dios supremo-creador Anw y le atribuyen algin
oscuro hijo.
En este sentido la mitologia badlica esta acertada cuando la deno-
mina «la pretendida de los divinales/pueblos», es decir, la «novia» de
todos sin ser la «mujer» de ninguno. Sélo con Baal la vemos en esta
mitologia en una relacién no consumada de «hetmana-esposa». El
producto de la misma no es ningiin «hijo» concreto, en el mito
normativo, sino la «vida» misma, que ‘Amat garantiza en el ardor
12pasional y salvador por Baal: «Como el corazén de la vaca por su
ternero, como el coraz6n de la oveja por su cordero, asi (bata) el
coraz6n de ‘Anat por Baal» (KTU 1.6 II 6-9, 28-30). Sia embargo, la
mitologia cananea menor nos la presenta «jugando» eréticamente
con su «hermano» (KTU 1.11:3) y promoviendo su fertilidad de
«novillo» divino (KTU 1.10 Il 24ss; III 1ss, 198s), acaso déndole un
«ternero», ella, a la vez la «virgen» y «novilla» de Baal (KTU
1.13:19, 29-30).18
De nuevo este aspecto amoroso aparece netamente diferenciado
en la figura de la Inanna-Iitar mesopotamica. Diosa tan peligrosa‘en el
amor como en la guerra, persigue con seduccién a héroes como
Gilgame’, que la rechazan, pues ya se sabe que su amor es trdgico. Y si
no, que se lo pregunten a Dumuzi-Tammuz-Adonis,'® rey-héroe divino
a quien el amor de Iitar le costé el «cielo», a pesar de Ja ayuda que le
prest6 su «cufiado» Samas: hubo de bajar al «infierno» para servir de
«sustituto» a su amante, que sélo bajo esa condicién fue autorizada a
salir de él y a donde se habia dirigido probablemente con la intencién
imperialista de ampliat su 4mbito de poder. Durante su estancia en el
infierno toda la naturaleza ha sufrido de muerte, la vegetacién se ha
secado, la vida se ha parado. Iitar, y con ella Dumuzt, aparecen asi
como deidades de Ja fertilidad que, articuladas de manera clasica en el
mito «griego» de Adonis, serviran de garantia de la «vida», con lo que
de maneta indirecta se pone de relieve el cardcter de «divinidad de la
fertilidad estacional» que la diosa posee tan nitidamente en la mitolo-
gia cananea y que se habia obnubilado en la mesopotamica, al fusio-
arse con otro sistema mitolégico distinto. El destino de Dumuzi-
Adonis es el fruto del peligroso juego del amor que puede abocar al
despecho vengativo: Iitar hace cazar a su amante y lo envia al «in-
fierno» por comprobar que «no Ja ha echado de menos» ni le ha afli-
gido mucho el riesgo de quedar atrapada alli para siempre, que ella ha
cortido. En el ciclo badlico, en cambio, el «descenso» de ‘Anat al
infierno y su encuentro con el dios Mot (KTU 1.61 7ss; II 9ss) no lleva
consigo este compottamiento, antes bien ella va en busca de su «her-
mano-esposo» para sacarle de las fauces de Mot, mientras el elemento
«sustitutivo» se procuré antes de que Baal fuera devorado, agotando
toda su fertilidad sobre una «novilla», que le pare el «ternero» susti-
tuto, garantia de la continuidad de la vida. El texto no lo asegura, pero
por otros lugares podemos inferir que tal «novilla» tenfa mucho que
13)ver con ‘Anat o al menos, asi lo entenderfan los fieles de Ugarit. Estos
ciclos mitolégicos articulan, pues, con algunas diferencias, los temas
del amor-fertilidad-vida/violencia-muerte-infierno en un todo cohe-
rente en el que la fuerza del «eterno femenino» despliega sus mejores
potencialidades simbdlicas,
Hemos seleccionado estos dos «tipos» de divinidades femeninas
como los més significativos de la mitologia oriental, dejando de lado
ottos muchos de tipo astral (la misma Iter posee este aspecto, equipa-
rada al planeta Venus), infernal, cultural (diosas del parto, de la escri-
tura y de otras mil actividades), normalmente acompafiadas de su con-
trapartida masculina. Pero el inventatio seria demasiado prolijo.
El mito de Inanna-Iitar y Dumuzi nos aproxima ya a otro géneto
literario, la «épica», en el que también juegan su papel, aunque menos
relevante, personajes femeninos.
La pica mesopotémica, aparte composiciones menores o fragmen-
tatias como las epopeyas de Etana y Adapa, ha cristalizado basicamente
en.el ciclo de Gilgamei,?° cuyos protagonistas son indefectiblemente
personajes «masculinos». Dentro de esa epopeya enconttamos, con
todo, una figura femenina «empitica», dejando de lado ala diosa Inan-
na-Istar, que constituye un «atquetipo» cultural de la antigiiedad
oriental (y moderna): /a prostitute civilizadora (del templo).”" Ella sera
Ja encargada de amansar y civilizar, «urbanizar» a Enbédu, el personaje
que la diosa Arury ha destinado a ser el ayudante y amigo de Gilgames
en sus miltiples aventiras. Aquella logra «seducitle», despertar en él
la ambicién «humana» de gloria, introduciéndole asi en la «ciudad»,
en el otden civilizado, a cuyo servicio, al de su rey Gilgamet, él se
someterd hasta dar la vida por su causa, Esta relacién entre sexo y
cultura pone de manifiesto un importante rasgo antropolégico que no
deja de tener su reflejo en relatos de otras culturas préximas. Cono-
cida es Ja significacién de la prostituta-concubina extranjera en todo el
Oriente y su incidencia en la vida comercial (cosmética y bisuteria) y
politica (espionaje), aparte de su presencia en el Ambito cultico (prosti-
tucién sacra) de que hablaremos luego.?? Curiosamente también en la
Biblia hebrea, prescindiendo de la posibles connotaciones sexuales (!)
del relato del «pecado original» que inicia la historia humana, ésta en
cuanto desartollo técnico-cultural (urbanismo, metalurgia, artes, etc.),
14i
se atribuye al descendiente de Cain Lamec (y a sus hijos; Gn 4, 19ss),
que aparece al mismo tiempo como el introductor oficial de la «poliga-
mia», con sus dos mujeres expresamente nombradas, mientras tal «de-
sarrollo» sexual en la linea de Set no es constatable hasta la época
patriarcal (Noé y sus hijos tienen una sola mujer al final del periodo
prediluviano; cf. Gn 6, 13). En la época patriarcal, en el Ambito ya del
urbanismo cananeo, la prostitucién (Gn 38,15), elincesto (Gn 19,31ss),
la sodomia (Gn 19,5) y otras «variedades sexuales» se dan por su-
puestas, a la vez que se asume la poligamia como normal. Recuér-
dese, en fin, el papel determinante que Ja tradicién épica hebrea
reserva a la «cabaretera» Rahab en la conquista de la «Tierra prome-
tida» (Jos 2, 1ss).
La civilizacion aparece asi en las tradiciones épicas como un 4m-
bito de desarrollo sexual, més alla de lo que denominarfamos la nor-
malidad «primitiva» o «salvaje», que actiia como incentivo del desa-
rrollo cultural, de su ambicién de poder y gloria, de su capacidad de
victoria. De nuevo esta correlacién entre cultura, poder y sexo re-
sulta otro arquetipo que, nuestra moderna inteleccién del hombre y
su desarrollo histérico ha puesto de manifiesto y que la épica antigua
habia ya captado en su elementalidad original. Captacién que a su vez
proyecta «divinamente», haciendo de Iitar la diosa de la bellezay del
amor, la absolutizacién de Ja libertad sexual, del sexo en si mismo, la
«diosa seductota»-(de Gilgames y de Dumuzi), la «prostituta» inmar-
cesible a la caza de cualquier bella figura viril, divina o humana.
Descubre a Ja vez el enigma de tal seduccién y hace a los héroes
reacios a las insinuaciones de Istar, apasionada pero cruel amante. La
ambivalencia del amor-sexo queda asj al descubierto: puede poner en
marcha la cultura, peto también llevar a la autodestruccién. En este
sentido son igualmente patadigmaticos el destino y los avatares amo-
rosos de los héroes griegos.?3
La épica cananea (Ja hitita es muy fragmentatia)®* nos oftece, por
‘su parte, dos nuevos arquetipos femeninos que se repiten en otras
culturas, En la Epopeya de Kirte aparece la figura de la esposa deseada
y buscada por encima de todo y finalmente arrebatada a su medio
propio, provocando una campafia guerreta para conseguitla. El tema
es similar, aunque no idéntico, al de Helena en Grecia 0 al de Jas
matriarcas hebreas (Gn 12,10ss; 20,1ss; 26,1-11),? arrebatadas a sus
esposos. En nuestro caso no consta que la esposa que desea y reclama
15Kirta le haya sido previamente arrebatada, sino que ésta, Hurray, se
Presenta como la preciosa hija de otro rey, que no le ha hecho nadaa
Kirta que sepamos, y que éste solicita para sia pesar de la oposicién
de su padre (no de su nuevo esposo) y de todo el teino, cuyo consen-
timiento habré de lograrse por la fuerza. No tenemos idea, de todos
modos, de cémo Kirta lleg6 a saber de aquella moza por la que
confiesa un amor que nada puede igualar (tiene de todo, sdlo ella.le
falta [KTU 1.14 III 33ss]) y de la que él aseguta que «su gracia es
como la de ‘Anat, como la belleza de ‘Athiart su belleza; las nifias de
sus Ojos son gemas de lapisl4zuli, sus pupilas péteras de alabastro... yo
encontraré descanso en la mirada de sus ojos». Ser4 sobre todo la
madre fecunda que salvard la dinastia, proporcionandole 7/8 hijo/as
con la bendicién divina (KTU 1.15 II 21ss).
El tema resulta, asi, complejo. De nuevo la guerra es inducida por
el amor, aunque con otro sentido: en este caso por el amante. Se es-
boza en este tema el motivo netamente épico de la «dama» por la que
el guerrero asumird indecibles fatigas, en el caso concreto de Kirta
bajo el aspecto especifico de reina-esposa-madre que salvard la dinas-
tia amenazada de extincién: Ha sido elegida para ello, concedida por
los dioses y lograda en una mitica campafia llevada a cabo bajo su
proteccién. En todas las épicas aparecen estas «madres ancestrales»
de belleza indecible y fecundidad garantizada que han iluminado los
esfuerzos de sus consortes regios y los anhelos de sus stibditos. Esta
«teina-madre» ideal asumira incluso la funcién de «regente» y porta-
voz del rey, cuando éste caiga gravemente enfermo, ante los magna-
tes y en defensa de los intereses del reino (KTU 1.15 IV 3ss). El
paralelismo con figuras femeninas «regias» en las antiguas monar-
quias feudales griegas de la época micénica no es dificil de estable-
cer,?6
En esta misma epopeya de Kirta se nos dibuja otra figura feme-
nina significativa: la de la hija menor, que es la predilecta del padre,
quien le otorga el «derecho de primogenitura» (de «mayor»); la que
le Hora en su agonia y quizd consigue de El su curaci6n, frente a las
ptetensiones del hijo «mayor», que en iguales circunstancias adelanta
sin ninguna consideracién su «derecho de primogenituray mentado,
intentando desbancar a su padre, obligdndole a abdicar. El tema del
«menor que desplaza al mayor», que por lo general es presentado
peyorativamente, es frecuente en la épica hebrea, desde la época
16patriarcal hasta Ja instauracién de la monarquia, que con el principio
«dindstico» anula su funcionalidad.?” El modelo nos remite a situa-
ciones de sociedades no dindsticas, carismaticas y electivas, y en tal
sentido es frecuente en épicas nacionales en las que jévenes héroes,
frecuentemente «segundones», adquieren prestigio y poder frente a
sus «pérfidos» hermanos mayores. Lo curioso en el caso de Ja épica
cananea es que el prototipo sea asumido por una «hija», reflejo de la
peculiar posicién de la mujer en esta cultura y que encontrara su eco
en la «herofna» biblica.
El otto poema épico cananeo, la leyenda de Aghat, que artanca
del mismo tema de la privaci6n de descendencia que aqueja a su
protagonista regio, nos ofrece en primer lugar Ja figura de la «mujer
infecunda» que por bendicién-promesa divina concibe y da a luz al
hijo deseado, al principe dindstico. Es curioso oir al rey Daniel, en el
momento de la consecucién del hijo, prorrumpir en exclamaciones
similares a las que emplea el profeta Isaias para celebrar el nacimiento
del principe regio, verosimilmente Ezequias, que pone a salvo la
dinastia davidica en un momento de grave riesgo de extincidn (Is
9,5): «Me sentaré y descansaré, y reposard en mi interior mi alma,
porque un hijo me vaa nacer...» (KTU 1.17 I 12-14), Es conocida,
por lo demas, la importancia que el tema de la «mujer estéril-madre
por promesa divina» tiene en toda la épica patriarcal hebrea y en
otros relatos biblicos.?8
Sin embargo, este motivo es esporddico y meramente introducto-
rio en el conjunto del poema épico de Daniel-Aghat. La gran figura
femenina que éste nos aporta es la de la hermana, vengadora de la
sangre, de Aghat, alevosamente asesinado en una trama urdida por la
diosa ‘Anat,?° a cuyas exigencias, y quiz4 seducciones, el joven prin-
cipe, diestro cazador y poseedor de un arco divino con el que hace la
competencia a la diosa, no se ha rendido, Una vez descubierto el
crimen, la hija de Daniel, fortalecida con la bendicién paterna, se
disfraza de diosa ‘Anat, oculta una daga bajo sus vestidos y se dirige al
campamento del soldado de fortuna, del mercenario, que ha ejecu-
tado los planes de la diosa. Este la recibe regocijado, Ja invita a beber
y se gloria ante ella de su accién criminal contra Aghat. Todo hace
pensat que el texto acababa con la muerte del felén a manos de la
hermana vengadora, por envenenamiento, pero es defectuoso.
Tenemos ejemplificada aqui, de todas maneras, una de las institu-
iyciones més atraigadas en las sociedades seminémadas y némadas, que
ha pervivido hasta nuestros dias en el Islam: el tha’ar. Baste recordar
su escenificacién en el drama moderno de Tawfig Al-Hakim ’Ugniya-
ta-I-mawti. Su fancionamiento es regulado también por el derecho
hebreo antiguo (Dt 19) a través de Ia figura del gé’#/. Responde a una
elemental exigencia de justicia «vindicativa», de equilibrar la balanza,
que subsiste en toda pretensién de tomarse «la justicia por su mano»
en vez de someterla a unas reglas sociales mds racionalizadas,
De nuevo lo curioso de esta tipificaci6n cananea es la aparicién de
una mujer como ptototipo del «vengador», una mujer presentada a
lo latgo del poema como hacendosa y atenta al bienestar del hogar
Paterno. De todos modos, tal personificacién no es tinica; en cierta
manera anticipa la presencia de las heroinas biblicas, tan celebradas y
exaltadas, desde las de cardcter épico-histérico (de Débora a Yael) a
Jas de creacién literaria tardia, como Judit o Ester.5° La diferencia més
lamativa radica en que estas heroinas biblicas actiian siempre para
«salvat/vengar» al pueblo, no como vengadoras de agtavios familia-
res, funcién que como tal cortesponde siempre a los miembros mas-
culinos de la familia.
Pasamos finalmente al universo de Ja «representacién simbé-
lica», no sdlo de la «significacién», que es el «culto». Este es a la
mitologia lo que el teatro es a la literatura. Se transmite también
como «texto», pero sdlo instrumental y subsidiariamente. En si es
representacién, reencarnacién; en este caso, de los tipos y figuras
femeninas que aparecen en Ja mitologfa. El rico reencarna, actualiza
el universo del mito,21 que se hace asi «empitico», pero con valor
absolutamente «simbélico». Apatte de éste su empeiria es absurda y
cémica, plenamente «iniitil», y por tanto condenada a desaparecer.
Cuando se deja de creer, de tomarlo por verdadero o significativo,
el rito se convierte en conyencién social, que perdura por mera
inercia mimética y se transfiere a otros sistemas de simbolizaci6n,
opuestos acaso al de su original valor y sentido. También la mujer
aparece actuando en el culto oriental como parte de su universo
simbélico. De hecho son muchas las categorias de «oficiantes» y
«hierédulas»* que enumera la literatura ritual mesopotémica (é-
tum, naditum, Sugitum, qadistum...) e hitita; menos, la cananea. De
18sus derechos y obligaciones civiles informan amplia y detallada-
mente los cédigos orientales, pero de sus funciones culturales sabe-
mos muy poco.
De todas maneras, hay un rito, intimamente ligado al mitema de
Inanna-Istar-Anat como «diosa del amor», en el que la oficiante
Jemenina cample un papel determinante de actualizacién mitica; rito
que por otta parte se sittia en el coraz6n mismo de la concepcién re-
ligiosa de la fertilidad y de la «ideologia regia» que la incorpora.
Podemos decir en cierto sentido que es Ja traduccién e instrumentali-
zacién politico-sactal de tal religién, que hace del rey el mediador
directo de la misma para todo su reino (plantas, animales y hombres).
Se trata.de un rito que tendrd luego su «democtatizacién» en la
«prostitucién sacra», atestiguada en multiples santuarios orientales y
griegos.°3 Nos referimos al rito de la «hierogamia»* en su acepcién
original sumero-acddica, En Sumer aparece ligado a la figura del rey
de Uruk, Dumuzi, figura legendaria pero posiblemente «empitica»,
como la de otros «hétoes» de la época: Enmerkar, Lugalbanda, Gilga-
mes, Su persistente relacién con tal rito hace de alguna manera supo-
ner que fue su iniciador hist6rico (asi Kramer), para convertirse luego
en la figura «mitica» que todo rey sumerio encarna como «esposo
divino» de Inanna-Iitar.
Aunque no muy explicitas, son varias las «descripciones» que
poseemos del ritual, provenientes de la primera época post-sumeria
(finales del 111 milenio a. C.), pero que sin duda remiten a formulacio-
nes, quiz4.a copias, anteriores. En una de ellas Inanna, luego de haber
seleccionado a Dumuzi como su «divino esposo», se lava, se enja-
bona, se viste las «ropas del poder» y le hace traer a su templo para
que se regocije a su lado. Su presencia la Ilena de pasién, prorrum-
piendo en un canto asu propia vulva, el «campo» y «colina» que Du-
muzi es invitado a «labrar». Después de bafiar su sagrado regazo,
ambos cohabitan y toda la naturaleza florece a su alrededor. Estable-
cida a continuaci6n en el palacio regio como «esposa de Dumuzi», le
ruega que la provea de abundante leche fresca, prometiéndole en
compensacién velar por la plenitud de sus depésitos y establos, por la
seguridad de la «casa de vida», el palacio real del que todo el reino
depende.*® 2
Otro texto nos describe el ritual de hiecogamia llevado a cabo por
el rey Sulgi de Ur después de haberse dirigido al templo de Inanna en
19Uruk, provisto de abundantes victimas sactificiales. Una vez llegado
se pone la veste y peluca ritual, impresionando tanto a la diosa con su
Pprestancia que ésta prorrumpe en un canto apasionado, que termina
con la promesa de victoria y larga vida.°® También de I: (ddin-Dagan de
Isin tenemos un relato de hierogamia en la vispera de Afio Nuevo,
fecha en la que se ha supuesto se celebrarfa el ricual posteriormente
en Babilonia, como parte del festival de Aitu.3” Esta vez el ritual se
desarrolla en el palacio, al parecer, de acuerdo con estos elementos:
se prepara un lecho espléndido, la diosa es lavada'y colocada en él, el
rey «accede al divino tegazo» con «la cabeza alta» en una atmésfera
llena de fragancia y cohabita gozosamente con Ja diosa. Al dia si-
guiente se da un banquete suntuoso en palacio, donde entre mnisicas
y vino la gente puede contemplar a la «divina pareja» sentada en sus
tronos.%#
Otra versién més desarrollada y ciltica explicita la preparacién
del lecho «fructifero» por los sacerdotes del templo, la disposicién.
de un banquete, a la vez que el rey es invitado, de manera «misté-
fica», a acercatse a la diosa en la «capilla» en que esta instalado el
dios Enlil, quizd en calidad de tal. Luego Ia diosa le bendice y él
suplica le otorgue su pecho, su «campo», que hace florecer la natuta-
leza.99
Una tiltima composicién poética del ritual describe asf la escena:
después de comunicar a la diosa que su «lecho fructifeto» ha sido
purificado y que el rey mismo ha Ilevado también a cabo los corres-
pondientes ritos de purificacién, se le pide que le bendiga durante la
noche de amor, mientras el poeta canta exaltado el ardiente deseo del
tey por el lecho nupcial, que ha adobado para que Inanna pueda en él
«regocijar el corazén». El «visir» de la diosa conduce al regio novio
al regazo de la divina novia, togandola le bendiga con toda suerte de
felicidad en su reinado: poder politico, fertilidad del suelo y del seno,
abundancia universal.4¢
Ninguna de estas descripciones, en todo caso, desvela un dato:
quién es de hecho «esta» diosa Inanna Que celebra su enlace sagrado
con Dumuzi o el rey de turno. La diosa «misma» es la que se cita
siempre, pero més que de ‘una escena-experiencia mistico-teofnica
cabria suponer que se trata de una «accién simbélico-ritual» estili-
zada, en la que aquélla estatia representada por su «estatua». No hay
que perder de vista Ja suma importancia que ésta, el «idolo», tiene en
20aquellas religiones, como reincorporacién de Ja divinidad misma: es
el elemento més sagrado que hay en el «santuario», en su cela inte-
tior, en la que «habita la divinidad». La tensién sacra que un acerca-
miento a la misma tendtia, seria altisima. Pero dado el realismo del
culto de la fertilidad y su posterior desarrollo igualmente realistico, lo
més normal es suponer que la diosa esta representada, «encarnada»,
por una «