198 INTRODUCCION AL PENSAMIENTO FILOSOFICO
nuevas y maravillosas invenciones. Por lo que siempre, cada vez mig
y més, debido a las apremiantes y urgentes ocupaciones, los home
bres « medida que se alejaban de su ser bestial, mas répidamente se
iban aproximando al ser divino. De las injusticias y maldades que
‘aumentan junto con el ingenio no debes maravillarie, porque si los
bbueyes y [os simios tuviesen tanta virtud e ingenio como los hom=
bres, tendrian las mismas aprehensiones, 1os mismos afectos y los
mismos vicis... As{ pues, Pereza, si consideras lo que hay que cone
siderar sobre esto, hallards que los hombres no eran virtuosos en tu
edad de oro, porque hay mucha diferencia entre no ser vicioso y ser
virtuoso». (G. BRUNO, «Spaccio de la bestia trionfanten, en Dia-
Toghi Italiani, a cura di G. AQUILECCHIA, Sansoni, Firenze, 1958,
pp. 732-734.)
8. Bruno: La verdad es hija del tiempo
PRUDENCIO: Me parece muy bien, pero yo no pienso alejarme de
Ia opinion de los antiguos, pues, como dice el sabio, en la antigtiedad,
esté la sabiduria,
"TEOFILO: Y afiade: en los muchos afios la prudencia, Si entendéis
correctamente lo que decis, veréis que de vuestro principio se infiere
lo contrario de lo que pensdis; esto e3, nosotros somos més viejos ¥
tenemos mas afios que nuestros predecesores en lo que afecta a cier=
tas cuestiones como la que ahora nos ocupa. No pudo ser tan maduro
el juicio de Eudoxo, que vivié poco después del renacimiento de la
asironomia, que acaso incluso renacié con él, como el de Calipo, que
vivié treinta afios después de la muerte de Alejandro Magno y que,
sumando afios y afios, pudo también afiadir a las suyas las observa-
cciones anteriores. Por la misma razén, Hiparco debia saber més que
Calipo, pues vio la mutacién ocurrida hasta ciento noventa y seis afios
después de la muerte de Alejandro. Es logico que Menelao, geéme-
‘ra romano, entendiera més que Hiparco al haber visto la diferencia de
movimiento cuatrocientos sesenta y dos afios después de la muerte de
Alejandro. Todavia mas ha visto Copérnico, casi en nuestros dias, mil
‘ochocientos cuarenta y nueve afios después de dicha muerte. Pern que.
algunos de los més recientes no hayan sido por eso més avisados que
los anteriores, y que la mayoria de los que viven en nuestros dias no
tengan, sin embargo, mas juicio, se debe a que los primeros vivieron
Y e8tos ltimos no viven los alos ajenos y (Io que es peor) tanto unos
‘como otros vivieron muertos sus propias vidas.
PRUDENCIO: Decid lo que querdis; podéis hacer lo que os dé la
‘gana, que yo soy amigo de la antigiledad, y por lo que respecta a vues
{ras opiniones 0 paradojas, no creo que tantos y grandes sabios hayalt
sido ignorantes, como penséis vos y otros amigos de las novedades.
"TEOFILO: Bien, maestro Prudencio; si esta opiniOn vulgar y vues
tra es verdadera precisamente por ser antigua, no cabe duda de que era
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{alsa cuando resultaba nueva. Antes de que existera esta filosofia con-
corde con vuestro cerebro no hubo lade los caldeos, egipcios, magos,
6rficos, pitagéricos y otros que vivieron en los primeros tiempos, con-
Forme, por el contrario, con nosotros contra la cual se rebelaron estos
insensatos y vanos légicos y matemticos, no tanto enemigos de la
antigiiedad como ajenos a la verdad Dejemos, por tanto, de lado el
argumento de la antigiiedad y de Ia novedad, dado que no hay nada
nuevo que no pueda ser viejo y no kay nada viejo que no haya sido
nuevo, como bien advirtié vuestro Aristételes». (G. BRUNO, La cena
de las cenizas, Editora Nacional, Madrid, 1984, pp. 80-81, trad. de
Miguel Angel Granada.)
9. Bruno: La filosofia debe abrir les claustros de la verdad
«EI Noiano, para causar efectos completamente contrario, ha libe-
rado el énimo humano y el conocimiento que estaba encerrado en la
estrechisima cércel del aire turbulento, donde apenas, como por ciei
tos agujeros, podia mirar las lejanisimas estrellas y le habian sido cor-
tadas las alas a fin de que no volara a abrir el velo de estas nubes y ver
lo que verdaderamente se encontraba allé arriba, liberdndose de las
quimeras introducidas por aquellos que (salidos del fango y cavernas
de la Tierra, pero presentindose como Mercurios y Apolos Bajados del
cielo) con multiforme impostura han llenado el mundo entero de in
nitas locuras, bestialidades y vicios como si fueran otras tantas virt
des, divinidades y disciplinas, aniquilando aquella luz que hacia div
nos ¥ herbicos los dniimos de nuestros padres, aprobando y confirmando
las tinieblas caliginosas de sofistas y asnos. Por eso, la razén huma-
na, desde hace ya tanto tiempo oprimida, en ocasiones—lamentando
‘en‘algtin intervalo de lucidez su condicién tan baja—se dirige a la divi-
xa y provida mente que siempre en el oido intemo le susurra y se queja
con acentos como éstos:
“{Quién subird por mi, sefiora, al cielo
a devolverme mi perdio ingenio?”
Pues bien, he aqui a aquél que ha surcado el aire, penetrado el cielo,
recorrido las estrellas, atravesado los margenes del mundo, disipado
Jas imaginarias murallas de las primeras, octavas, novenas, décimas
y otras esferas que hubieran podido afiadirse por relacién de vanos
‘matematicos y por la ciega visién de los filésofos vulgares. Asi, a la
vista de todos los sentidos y de la raz6n, abiertos con Ia llave dé una
diligentisima investigacién aquellos claustros de la verdad que noso-
tros podemos abrir, desnudada la velada y encubierta naturaleza, ha
dado ojos a los topos, iluminado a los ciegos que no podian fijar los
Ojos y mirar su imagen en tantos espejos que por todas partes se les
enfrentan; ha soltado la lengua a los mudos que no sabian y no se atre-