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EL CULTO EUCARÍSTICO

DEBERES PARA CON LA SAGRADA EUCARISTÍA. SERVIR (14)


San Pedro Julián Eymard, Apóstol de la Eucaristía

HORA SANTA
Iglesia del Salvador de Toledo (ESPAÑA)
Forma Extraordinaria del Rito Romano

 Se expone el Santísimo Sacramento como habitualmente.


 Se canta 3 de veces la oración del ángel de Fátima.
Mi Dios, yo creo, adoro, espero y os amo.
Os pido perdón por los que no creen, no adoran,
No esperan y no os aman.

LECTURA Del Evangelio según san Juan 12, 1-11

Seis días antes de la Pascua fue Jesús a Betania, donde estaba Lázaro, a
quien Jesús había resucitado de entre los muertos. Allí lo invitaron a una
cena. Marta servía y Lázaro estaba entre los invitados. María, pues, tomó una
libra de un perfume muy caro, hecho de nardo puro, le ungió los pies a Jesús
y luego se los secó con sus cabellos, mientras la casa se llenaba del olor del
perfume. Judas Iscariote, el discípulo que iba a entregar a Jesús, dijo: «Ese
perfume se podría haber vendido en trescientas monedas de plata para
ayudar a los pobres». En realidad no le importaban los pobres, sino que era
un ladrón, y como estaba encargado de la bolsa común, se llevaba lo que
echaban en ella. Pero Jesús dijo: «Déjala, pues lo tenía reservado para el día
de mi entierro. A los pobres los tienen siempre con ustedes, pero a mí no me
tendrán siempre». Muchos judíos supieron que Jesús estaba allí y fueron, no
sólo por ver a Jesús, sino también por ver a Lázaro, a quien había resucitado
de entre los muertos. Entonces los jefes de los sacerdotes pensaron en dar
muerte también a Lázaro, pues por su causa muchos judíos se alejaban de
ellos y creían en Jesús.
§V
DEL CULTO EUCARÍSTICO
CAPÍTULO SEGUNDO
Del servicio y culto eucarísticos

I
El servicio de nuestro Señor en el santísimo Sacramento debe ser
litúrgico en su espíritu y en su forma.
No hay servicio que no tenga una ley que determine sus deberes, una
regla que prescriba las cosas más menudas y el orden necesario. Así, por
ejemplo, el ceremonial de la corte de un rey obliga de un modo absoluto
a todos sus súbditos y servidores.
Dios mismo, después de haber promulgado en el Sinaí su gran ley
para todos los hombres, quiso también determinar la práctica de su
culto; reguló hasta los deberes más sencillos e impuso el cumplimiento
de las reglas al sacerdocio y al pueblo, bajo severísimas penas. La razón
de todo ello está en que todo es grande y divino en el servicio de Dios.
Y como Dios ha decretado el ceremonial de su culto, no quiere más
obsequios que los que prescribe, ni hechos de otra manera que como los
prescribe. El hombre no tiene otra cosa que añadir sino el homenaje de
su amor respetuoso y de su leal obediencia. Jesucristo no nos dio leyes
ceremoniales para su culto: se contentó con darnos la adorable
Eucaristía como fin y objeto de nuestra religión, y el precepto del amor
para regular nuestros homenajes interiores.
A los apóstoles y a la Iglesia romana confió el encargo de fijar el
orden de su culto exterior y público.
Es, por tanto, soberanamente augusta y auténtica la santa liturgia
romana. Nos viene de Pedro, jefe de los apóstoles y piedra fundamental
de la fe y de toda la religión. Cada papa la ha transmitido con respeto a
los siglos futuros, añadiendo, según las necesidades de la fe, de la
piedad y de la gratitud, con la plenitud de su autoridad apostólica,
nuevas fórmulas, oficios, oraciones y ritos sagrados.
Es santa la liturgia romana por el honor que rinde a Dios, por las
virtudes que pone en ejercicio, por las gracias que de ella manan. Es
católica por ser una en su ley, en su autoridad y en su culto. Esta
uniformidad de rito causa identidad de vida en la Iglesia; por ella se ve
en el mundo entero una misma fiesta y una misma oración.
Cuando oro con la liturgia, oro con toda la Iglesia de Dios. La santa
liturgia romana es, pues, la regla universal e inflexible, del culto
eucarístico. Hay que guardarla con religiosa piedad, estudiar sus reglas
y meditar su espíritu, ya que en la ciencia y acertada práctica de su
deber consiste la perfección de un servidor.
Esta ley litúrgica es el único culto legítimo y agradable a la majestad
de Dios, la única expresión pura y perfecta de la fe y de la piedad de su
Iglesia.
Todo lo que sea contrario a este culto se debe, por tanto, condenar y
cercenar. Todo lo que sea extraño debe considerarse como cosa sin
valor, como quiera que no tiene la gracia de la Iglesia y su sanción. Sólo
lo que sea conforme a la letra y al espíritu o a la piedad del culto
católico merece ser estimado y practicado. Siguiendo esta regla evitarán
los adoradores el error en la fe práctica, la ilusión y la superstición, que
tan fácilmente se deslizan en la devoción dejada a sí misma.
La ciencia más propia para alimentar la fe y la piedad de los
adoradores es indudablemente la ciencia litúrgica que mira al espíritu de
las ceremonias, las cuales honran los misterios de Jesucristo, sus gracias
y sus virtudes. El cristiano que así los honra con el culto sagrado
continúa las virtudes y el amor de los que fueron sus primeros
adoradores, en los días mortales del Salvador. El culto es toda la
religión en acto.
II
Propiedad inherente a la naturaleza del culto eucarístico es ser siempre
festivo. La sagrada Eucaristía es la alegría incesante de la tierra. Mas
este culto debe ser regio cuando el santísimo Sacramento está expuesto,
porque entonces es como una fiesta del Corpus que se renueva; el divino
rey se presenta en su trono de gracia, en todo el esplendor de su amor y
rodeado de los piadosos obsequios de sus vasallos.
La santa Iglesia ha regulado la naturaleza y la cantidad de las luces
que deben arder ante el santísimo. Quiere que todas las velas del altar de
la exposición sean de cera pura y blanca, símbolo de la pureza de un
alma y fruto de la abeja virgen. Es como esencia de todas las flores
olorosas con que el Creador ha hermoseado la naturaleza, flores que a su
vez son imagen perfecta de las virtudes, hermosísimas flores del amor
divino.
Doce velas deben arder siempre delante del Santísimo solemnemente
expuesto. Doce es el número apostólico. Estas luces arden y se
consumen ante el trono del cordero. Así debe lucir, arder y consumirse
la vida de un adorador, que es otro Juan Bautista de quien dijo Jesús que
era luz ardiente y brillante. Y el humilde precursor no tenía más que un
deseo, el encerrado en estas palabras: Es preciso que Jesús crezca y
reine y que yo mengüe y desaparezca ante el sol divino.
La Iglesia ha escogido el color blanco como propio del culto del
santísimo Sacramento. Los ornamentos de los ministros sagrados en las
fiestas eucarísticas, los lienzos del altar, las cortinas del sagrario, el
dosel que cubre el trono de la exposición, todo es blanco como el Dios
de luz y pureza para cuya honra sirven.
Los manteles del altar deben ser de lino o de cáñamo, por respeto al
santo sacrificio, y cuando menos uno de ellos debe pender hasta el
suelo. Son como el sudario sagrado de la tumba del Salvador.
Es regla que en la exposición solemne de las Cuarenta Horas las
reliquias, cuadros y estatuas que no sean de ángeles adoradores
desaparezcan del altar y del santuario. Porque delante de Jesucristo
presente todo culto secundario debe suspenderse. Los ojos del adorador,
como también su corazón, sólo en la sagrada Hostia deben fijarse.
La Iglesia prescribe el mayor respeto delante del santísimo
Sacramento, sobre todo cuando está expuesto, pues entonces el silencio
debe ser aún más absoluto y más respetuosa la compostura.
Quisiera que no se sentara ante el santísimo expuesto, y aunque tolera
esto no debe hacerse sin verdadera necesidad.
Durante la exposición lo que la santa liturgia exige no es genuflexión
sencilla, sino genuflexión doble o de ambas rodillas, a semejanza de los
veinticuatro ancianos delante del cordero celestial.
Por manera que en los actos del culto todo debe ordenarse a la
significación del homenaje íntimo del alma, su respetuosa y profunda
adoración.
Decía santa Teresa que daría su vida por la menor ceremonia de la
Iglesia, porque bien conocía su valor. Que los adoradores le den por lo
menos respeto, devoción y amor.

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