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Claudia Hilb Matias Sirczuk Gloria, miedo y vanidad El rostro plural del hombre hobbesiano iprometeo? libros CONCLUSION EL ROSTRO PLURAL DEL HOMBRE HOBBESIANO Muchas veces, a lo largo de este trabajo, nos encontramos Ppreguntan- donos cudl era, de todas las que recortiamos, finalmente para nosotros ja interpretaci6n que mejor podia dar cuenta de la tensi6n gloria/ vanaglo- tia/ miedo en la obra de Hobbes. En cada una de ellas encontrabamos, cada vez, elementos que nos Parecian absolutamente convincentes, ideas originales y esclarecedoras, y también, muchas veces, aseveraciones omisiones que nos resultaban problematicas. A medida que fuimos avanzando en la elaboracién del texto una idea se fue afinando para nosotros: la presencia de esos elementos convincen. tes en cada una de las interpretaciones, la correspondencia de las figuras disfmiles que de cada una de ellas se desprendia con los “tipos autorita- tivos” que nosotros habiamos identificado en nuestra lectura puntual del tépico gloria/ vanagloria/ miedo en la obra de Hobbes, debia, ella mis- ma, ser interpretada. Debiamos encontrar la manera de dar cabida, en esa obra, a la pluralidad de figuras que de ella habia emergido. La lectura lateral de algunos escritos no destinados a ser incluidos en nuestra galeria de interpretaciones nos fue proporcionando la llave para abrir ese camino, y para cerrar este texto. A la luz de los trabajos de Renato Janine Ribeiro, de Deborah Baumgold, y de los ya clasicos de Quentin Skinner y de Keith Thomas descubrimos que podiamos en- tender la obra de Hobbes en el cruce del texto y del contexto, para dar de ese modo a nuestros tipos textuales la vitalidad, el rostro, de su encarnadura contextual. SS sO TTT 98] Claudia Hilb y Matias Sirczuk En efecto, a lo largo de nuestra investigacién fuimos consolidando y diversificando una impresién que nos habia llevado a encarar este traba- jo: habiamos partido de la hipotesis de que en el texto de Hobbes cohabi- taban por lo menos dos actores diferenciados que con resonancias ma- quiavelianas identificabamos como “el pueblo” y “los grandes”, y quela acentuaci6n del miedo o del deseo de preservaci6n en algunas lecturas de la obra hobbesiana, de la btisqueda de supremacia en otras, podia tal vez atribuirse a que unas y otras se focalizaban en uno de esos actores, | soslayando la presencia del segundo, : Partiendo de esa idea, la primera parte de este trabajo se propuso ‘ verificar las diferentes maneras en que, a partir del texto de Hobbes, po- 1 dian articularse ias pasiones de la gloria, la vanagloria y el miedo con la ¢ buisqueda de la paz. El resultado de ese recorrido fue la constatacion de que, efectivamente, la obra de Hobbes autorizaba figuras notablemente n diversas, que intentamos sintetizar al final de-esa secci6n: a través de la e lectura del t6pico de la gloria, la vanagloria y el miedo emergian hombres si temerosos interesados en su preservacién, hombres vanagloriosos que en 8 su busqueda de supremacia empujaban a todosa la guerra, hombres que, ta impulsados por el deseo de poder, desarrollaban sus talentos y accedian he al conocimiento de la verdadera situacién de la vida en comuin (frente a de otros que por el contrario, en la misma busqueda, lejos de alcanzar el I conocimiento se nutrian de doctrinas falsas que se crefan en condiciones de de imponer), otros por fin que -conocedores de su superioridad, verifica- So da en acciones pasadas-, imbuidos de una gloria verdadera se orienta- la ban por principios de honor, cumplian la palabra empetiada, hacian gala de de valor frente al peligro y preferfan la muerte al deshonor. La respuesta aé ala pregunta de por qué cada uno de ellos podfa actuar en conformidad go con la Ley natural que manda buscar la Paz'nos permitié completar el far perfil de lo que denominamos nuestras cinco “figuras autoritativas”. pol En ese primer recorrido confirmabamos la razonabilidad de nuestro sin punto de partida: las figuras que emergian de nuestra lectura podian tec efectivamente reorganizarse, en una primera instancia, en la distincidn pueblo/ grandes, segtin sus pasiones los condujeran principalmente hacia la preservacién de sus vidas y los placeres sensuales, hacia otro bien — gloria, poder, riquezas, Constatamos que en numerosos pasajes de su obra, y principalmente de Leviatén, Hobbes diferenciaba de manera expl- citaa los hombres doctos y poderosos que, favorecidos por el ocio que les daba su posicién en la sociedad y orientados por el deseo de poder y 7 4 L L > 1 y : Gloria, miedo y vanidad: el rostro plural del hombre hobbesiano | 99 honores propio de aquellos que poseen una mayor educacién, promo- vian por sus pasiones la desobediencia y la guerra, de aquellos hombres de poco talento, de escasa educacién y costumbres rudimentarias, que estando principalmente interesados en los placeres sensuales y en la con- servacién de si estén naturalmente interesados en la paz. Poniendo entonces el recorrido de las interpretaciones realizado en la segunda parte del libro al servicio de esta lectura podriamos sostener que habria para Hobbes, por un lado, un grupo minoritario de hombres —"los grandes"~ que guiado por su biisqueda de poder, gloria y riquezas, no orientarfa su conducta de manera esponténea hacia la paz. Serian éstos Jos hombres retratados por Strauss, Schmitt u Oakeshott, pero también en cierta medida por Taylor 0 Hood. Pero ese recorrido nos condujo también a establecer algunas distincio- nes significativas en el interior de lo que ahora podemos reconocer como el grupo de los grandes. En efecto, recordemos que en esa primera incur- sién habfamos identificado una minorfa de irreductibles buscadores de gloria (e), de los que afirmabamos que ninguna experiencia podia apar- tarlos de su deseo primordial. Podriamos reconocer ahora entre ellos a hombres cultivados -a falsos filésofos- que orientados por su biisqueda de poder a interesarse en el conocimiento de las causas habrian sido llevados por sus razonamientos erréneos a pretender el reconocimiento de sus falsas convicciones y a disputar la verdad dictaminada por el Soberano". También a religiosos y hombres de iglesia, que orientados a avez por la vana pretension de un conocimiento superior y por deducir de él un cédigo de conducta ajeno al mandato del soberano, disputarian a éste la supremacta y podrian eventualmente preferir exponerse al ries- go de la muerte terrenal antes que al de su condena eterna. O por fin, también, a hombres deseosos de otras formas de gloria, como el poder politico, que no cederfan en la lucha por la conquista de la supremacta sino ante la derrota bajo la espada ajena. A todos ellos habfamos creido reconocer en inferencias realizadas a partir de los andlisis de Hood, en el caso extremo del diagnéstico schmittiano sobre la naturaleza humana o, ya entre lineas y minoritarios, en el texto de Warrender. Todos estos hombres — ** “Eso sf: quienes carecen de ciencia se encuentran, con su prudencia natural, en anejor y mas noble condicién que los hombres que, por falsos razonamientos 0 por confiar en quienes razonan equivocadamente, formulan reglas generales que son falsas y absurdas. Por ignorancia de las causas y de las normas los hombres no se alejan tanto de su camino como por observar normas falsas o por tomar como causas de aquello a que aspiran cosas que no lo son, sino que, mds bien, son causas de lo contrario.” Leviatén, cap. 5, pp. 37-38 [29]. 100 Claudia Hill y Matias Sirezuk fanaticos, idedlogos, soberbios, aventureros-, podriamos decir, no escucha- rian otras pasiones ni razones: s6lo podrian ser sometidos por la fuerza. Sosteniamos, en la primera parte, que era posible detectar también la presencia de hombres que, aun persiguiendo en una primera instancia poder, gloria o riquezas, accederian -por experiencia o por razén- a la deseabilidad y necesidad de la paz. Nos reencontrarfamos aqui con el argumento de Strauss y con una de las opciones exhibidas por Oakeshott: acceden a la paz por experiencia los hombres que merecen de la mejor manera el apelativo de vanagloriosos; convencidos de su preeminencia, orientados en una busqueda de gloria que en el momento de peligro se revela mera ensofiacin de superioridad, estos hombres descubren en ese instante que valoran ala vida (y temen a la muerte) por encima del honor y la gloria, La experiencia del miedo a la muerte violenta actiia en ellos como el resorte efectivo de la paz. Podiamos imaginar también, sefialébamos, la posibilidad de que hom- bres que desean bienes distintos a la paz accedieran a la necesidad de ésta por la razon: en la btisqueda de poder los hombres desarrollan sus talentos, su curiosidad y su interés por el conocimiento de las causas; en ese proceso de conocimiento el hombre que busca la gloria entenderia progresivamente que la disputa por la gloria no puede, en condiciones de naturaleza, sino llevar a la destruccién y la muerte. Dos alternativas se nos presentaban una vez mds: en la primera de ellas, podriamos imagi- nar a hombres que, mas profundamente interesados que los anteriores en la gloria y el honor como los medios de la mayor felicidad, descubririan ya no la supremacia de otra pasién, el miedo, sino que, en ausencia de una Ley que regule el combate, la igualdad en la capacidad de dar muerte harfa estéril toda posibilidad de victoria en el terreno del honor y la su- premacia. La ilustracién de la imposibilidad de perseguir de manera exi- tosa el honor en condiciones de naturaleza conducirfa a estos hombres a reconocer la necesidad de un poder que, pacificando el terreno de la dis- puta, garantizara las condiciones de posibilidad para la distincién -y el mismo conocimiento podria revelarse, para ese hombre, como el sustrato de un nuevo poder que s6lo podria hacer valer en condiciones de paz™, ** Recordemos brevemente uno de los problerhas que encontrébamos en Oakeshott y que nos reenviaria a la siguiente pregunta: gpor qué hombres originariamente orgullo- sos depondrian su orgullo frente al miedo? Confrontados a este dilema (hombres orgullosos que no buscan esponténeamente la paz pero que tampoco pueden ser ilustrados por’el miedo ya que siguen prefiriendo Ja competencia por los honores antes que la vida) podriamos responder entonces de esta manera: existe una posibitidad Gloria, miedo y vanidad: e rostro plural del hombre hobbesiano | 10] En la segunda alternativa el deseo de conocimiento, sefalabamos, se manifestaria para ese hombre como un deseo mas intenso que el mismo deseo de poder, y éste-el hombre sabio, no ya el sofista”— desearia la paz porque entendetia que sélo en esas condiciones podria perseguir de ma- nera consecuente su deseo. Coneluyendo con Ja enumeracién de las distinciones en el seno del grupo de quienes buscan poder, honor o riquezas, advertiamos por dlti- mo, como podemos recordar, que la inclinacién del hombre honorable, seguro de su valfa y favorablemente dispuesto en estado de naturale zaal cumplimiento de las promesas ~ese mismo hombre, cuya presen- cia confirmabamos en Goldsmith y nuevamente en Oakeshott, debe- rfa ser, si estuviera bien instruido de sus deberes, favorable a la paz bajo un Soberano™, de morali por el orgullo que no es la del hombre aristocrético (d) sino la del hombre orgulloso (c,) que entiende que s6lo estableciendo un espacio pacificado puede seguir disputando por el orgullo. Habria entonces, entre los hombres buscado- res de supremacia que acceden a la paz por experiencia 0 por ciencia, en primer higar hombres en los que el miedo ala muerte violenta hace surgir la ‘chispa’ de la razon que les ensefia el camino que conduce a la paz y Ia necesidad de que renuncien a la competencia por los honores; y en segundo lugar, hombres mds profundamente inte- tesados en él poder y Ia gloria, en los que el desarrollo de los talentos asociado a esos deseos hace surgir la ‘chispa’ de Ia razén que indica que s6lo van a poder desplegar esa lucha sin riesgo de 1a humillacion més radical (muerte a manos de un competi- dor) en una situacién pacificada, "” El hombre moralizado por el conocimiento cuyo deseo es el poder que este conoci- miento otorga, es, podrfamos decir, un sofista. Como et sabio (que desea ante todo el conocimiento, y no el poder que otorga), el sofista se diferencia de la figura del fanatico o del falso filésofo en tanto recomoce la necesidad de un poder que instituya ¥ Pacifique el espacio de la disputa ideolégica. En nuestro recorrido por las distintas interpretaciones hemos vuelto a encontrar la figura del hombre sabio, que detectaba- mos en nuestra lectura puntual de las pasiones de gloria, vanagloria y miedo, en el libro de Renato Janine Ribeiro (Ao leitor sem medo, Editora Brasiliense, Sao Paulo, s/ &), y de manera muy marginal, en Goldsmith. Como vefamos més arriba, podriamos también aventurar, si aceptiramos la Iectura de Taylor y de Hood, que si la Ley natural fuera Ley divina, en el hombre sabio~que descubriria en ese caso a Dios como autor de la Ley natural- conocimiento y obediencia deberian coincidir en el cumpli- miento de la Ley. Como veiamos, si consideramos que la Ley natural manda algo més qué respetar los pactos, entonces el cédligo del hombre de honor puede coincidir 0 no con aquélla. Es tarea del soberano educar al hombre de honor en la coincidencia de su eédigo moral con la Ley. Como sefalébamos también, forzando tal yez la interpretacién de Hood y de Taylor, el hombre justo podria corresponderse con el hombre de honor si adscribiéramos el cdigo de honor no a una moral aristocrdtica sino a una moral piadosa, 102 Claudia Hib y Matias Sirezuk Frente a los grandes, minoritarios, buscadores de poder, riquezas y dinero, que en medidas diferentes podran ser dirigidos a la obediencia y ala paza través del miedo, de la raz6n o de la espada, se alza, mayorita- rio, el pueblo: son ellos, los hombres del pueblo, quienes desean~y saben que desean- ante todo la preservacién. Son los hombres retratados por Watkins y Gauthier, aquellos de los que Goldsmith y Warrender predican que si bien no son todos son por cierto la mayorfa. Hombres modestos, se contentarfan-de buen grado con la vida que llevan y los bienes que po- seen, pero se ven llevados a anticipar la guerra por necesidad de prote- gerse de los hombres vanagloriosos™, Mas interesados en los bienes sen- suales que en los bienes intelectuales, sefial4bamos en nuestra primera incursién, aparecen incluso por momentos como estuipidos'e indiferen- tes, Pero esa estupidez, ese vacio de caracter —restituida por Hobbes en la imagen de una hoja en blanco™*- es a Ja vez lo que los hace susceptibles de ser seducidos por los grandes; crédulos, ignorantes, no representan por si mismos un peligro para la paz pero constituyen una masa en dis- ponibilidad para la prédica sediciosa de los ambiciosos. “Las pasiones que inclinan a los hombres a la paz” sostiene Hobbes al final del capitulo 13 de Leviatén “son el temor a la muerte, el deseo de as cosas que son necesarias para una vida confortable, y la esperanza de obtenerlas por medio del trabajo”™". Si entre los grandes slo una minorfa se conduciria esponténeamente hacia la paz. impulsada por estas pasio- nes, podemos decir en cambio que la mayorfa del pueblo se orientard por ellas. Si como advertiamos a lo largo de este trabajo muchos intérpretes Jeen en este pdrrafo de Leviatén la primacia aproblematica del miedo ala muerte por sobre la busqueda de gloria, es porque la mayorfa deloshom- © Como sefialabamos, la universalizaci6n de este tipo en Gauthier y Watkins tiene por efecto hacer desaparecer el peligro que representa la existencia de otros hom- bres con deseos diferentes. Segdn advertiamos, estos autores leen la necesidad ineluctable de anticipacién y competencia en la obra de Hobbes como el resultado no de ia presencia de hombres deseosos de gloria sino como consecuencia de la escasez material. 2 “Los hombres poderosos dificilmente toleran nada que establezca un poder capaz de limitar sus deseos; y los hombres doctos, cualquiera cosa que descubra sus erro- res, y, por consiguiente, disminuya su autoridad: el entendimiento de las gentes vulgares, a menos que no esté nublado por la sumisién a los poderosos, 0 em- brollado por las opiniones de sus doctores, es, como el papel blanco, apto para recibir cualquiera cosa que la autoridad publica desee imprimir en él.” Leviatin, cap. 30, p. 277 [221]. ™ Leviatén, cap. 13, p. 105 [84]. Gloria, miedo y vanidad: el rostro plural de] hombre hobbesiano | 103 bres, podemos concluir ahora, se orientan para Hobbes de esta manera. EI miedo seria entonces uno de los fundamentos principales del orden. Politico. Pero siel miedo de los muchos es sobre todo factor de estabiliza- cién del orden y s6lo secundariamente la causa del desorden y de la guerra ello no debe tampoco llevarnos a ignorar la relevancia politica del miedo de los mas: quien, manipulandolo o protegiéndolo, tenga bajo su control el principio de accién del pueblo -el miedo-tendré en sus manos un resorte fundamental de la guerra o la paz*”. La vinica manera de ase- gurar la paz, nos recordarian Bobbio o Polin, avin sobre quiénes tende- rian naturalmente a preferir la paz por sobre la guerra, es la administra- cién publica del miedo. tas Para concluir, ubiquemos a estos caracteres sobre el tablero de la si- tuacién politica inglesa: las guerras civiles y religiosas han sido desenca- denadas por la ambicién de hombres que consideran estar en condicio- nes de imponer sus creencias a los demas, en la ignorancia de que una igualdad més determinante los equipara: en ausencia del reconocimiento de un poder comuin por encima de todos, unos y otros pueden, de manera incesante, recomenzar a guerra y poner en peligro la vida de los de- més. La mayoria de los hombres ~el Ppueblo—sdlo desea vivir tranquila- mente; 1a lucha por el poder y el reconocimiento es potestad de la minoria rica y ambiciosa. Instalado un nuevo Soberano el pueblo, esa masa iletra- da, disponible como una hoja en blanco, deberé ser apartado de la propa- ganda de los sediciosos e instruido en la necesidad de la paz, conforme a su interés por una vida tranquila, que s6lo puede ser asegurada por un soberano munido de un poder indisputable. También, entre los sectores poderosos, aquellos hombres que comprendan el cardcter futil de la lu- cha pueden ser Ilevados a la paz: los hombres con ambicién de riquezas, los hombres interesados en el ‘conocimiento, los hombres deseosos de un as “Si este temor supersticioso a los espiritus fuese eliminado, y con éste los presagios basados en ensuefios, falsas profecias y muchas otras cosas concomitantes mediante las cuales personas astutas y ambiciosas abusan de las gentes sencillas, los hombres serfan mucho més aptos para la obediencia civil de lo que lo son.” Leviatin, cap. 2, p. 44 [12-13] (trad. mod,). ® El mayor enemigo de la paz, sostiene Deborah Baumgold en “Hobbes's political sensibility” no es para Hobbes 1a aristocracia como tal sino Ja minoria de presbiteria- nos y de parlamentarios, es decir, una elite politicamente ambiciosa. Baumgold, D., “Hobbes's political sensibility’, en Dietz, Mary, Thomas Hobbes umd Political Theory, University Press of Kansas, Lawrence (Kansas), 1990. 104 Claudia Hilb y Matias Sirezuk espacio pacificado para el despliegue de su deseo de gloria, podran ser ilustrados de manera que comprendan que sélo bajo la autoridad del Soberano su deseo puede encontrar satisfaccién™..A los indivicuos se- ducidos por la idea de que el resultado de la lucha podria favorecerlos, habra que demostrarles a través del ejercicio del Terror sabiamente admi- nistrado que ese cdlculo es errado. Y habrd, por fin, una minoria de hom- bres irreductibles, que negandose a aceptar la evidencia sélo podra ser sometida por el poder de la espada”™®. Estentador suponer que a todos ellos, y también al Soberano mismo, estd destinado el Leviatdn**: al pueblo el Leviatan le ensefia que debe, por interés en la proteccién de su vida, obedecer al soberano. Al Soberano, simulténeamente, le indica cémo educar al pueblo, que como el popolo maquiaveliano, sdlo desea no ser dominado””. A los hombres interesa- dos en la riqueza les advierte que sélo en condiciones de paz podran, efectivamente, poseer de manera segura sus propiedades e incrementar- las en la competencia™; a los hombres interesados en la ciencia les indica que sélo bajo el poder de un soberano estaran garantizadas las condicio- nes para perseguir su deseo. Al Soberano, ala vez, le indica también aqui 2% Véase al respecto Ribeiro, Ao leitor sem medo, pp. 59-6. ** Tanto Baumgold como RJ. Ribeiro destacan la distincién que, segiin Hobbes, debe hacerse entre seductores y seducidos, entre cabecillas y seguidores. Véase entre otros Leviatin, cap. 30 (p. 287 {228-229)): “El castigo de los cabecillas e inductores en una rebelién, y no el de las pobres gentes que han sido seducidas, puede ser provechoso al Estado, con su ejemplo. Ser severo con el pueblo es castigar la ignorancia que en gran parte puede imputarse al soberano, cuya es Ja falta de que no estuvieran mejor instruidos”. © Apoyandose en Oakeshott y en Strauss, R. J. Ribeiro sostiene que Leviatén es una obra esotérica, que contiene varios discursos dirigidos a publicos diferentes. Por su parte, en Reason and Rethoric in the Philosophy of Hobbes Quentin Skinner defiende con fuerza el argumento de que, contrariamente a lo que afirma el propio Hobbes, Le- viatdn es un texto en el que la retorica juega un papel fundamental. Skinner, Q., Reason and Rethoric in the Philosophy of Hobbes, Cambridge University Press, 1996. 2 $i bien la no-dominacién podria entenderse en’ Maquiavelo como libertad y en Hobbes como seguridad, en ambos autores este deseo se destacarfa por su cardcter de evitacién: si en Maquiavelo el Principe ilustrado deberia, para conservar el favor del pueblo, proteger a éste de la opresién de los grandi, en Hobbes la misi6n del Soberano seria asegurar la proteccién del pueblo contra el miedo a la opresi6n (y, en el limite, contra el miedo a la muerte anticipada), 28 La interpretacién de Macpherson hace hincapié en el interés que tendrian hombres inclinados sobre todo hacia la apropiacién de contar con la presencia de un Arbitro por encima de las partes en un tipo de sociedad que destina a sus ciudadanos de manera ineluctable a una fuerte competencia. Gloria, miedo y vanidad: el rostro plural dei hombre hobbesiano | 105 los limites prudenciales del ejercicio absoluto de su poder. A todos estos hombres Hobbes les indica que cualquiera sea el origen del poder en plaza, la existencia y la obediencia al poder es siempre preferible a la guerra®. Y les indica también que quienes asi no lo comprendan habran de ser reducidos a la obediencia por el poder desproporcionado del Le- viatdn, sefior de los soberbios. * En “The context of Hobbes's theory of political obligation” y “Conquest and Con- sent: Hobbes and the engagement controversy” Quentin Skinner sostiene que la obra politica de Hobbes debe comprenderse en el contexto del “engagement controversy”: ~de la justificacion a favor de la adhesién al poder de facto surgido de la Revolucion de Cromwell-, Skinner, Q,, Vision of Politics: Hobbes and civil science. Voll, Cambridge University Press, 2002. pp. 265-286 y 287-307. El libro de Claudia Hilb y Matias Sirezuk parte de constatacion de que existe en la obra de Hobbes ti proce arecleatconton center RUE iano Oane caracter naturalmente vanaglorioso de los otic ql Ferkectte es BCect (eee Me @CENstreaataut sent lente asf primacia en ellos de la. pasion del miedo’a la-muei violenta, que abre el camino a la paz. El libro despli. Cretrab uetomritenn oa coN Ro Clalit or ReCR cs cage (oa nos De oie ies m er Blane oe Uo ema una suerte de inventario de los distintos modos en ésta ha sido encarada, résuelta o everituialmente sosla- NEEM MM CCBT Cory ssaaeta ele Ree act eacCoccne (Be Wolosst ‘Thomas Hobbes. Asi, se propone mostrar que las cont Roe CUs reyes eke becitle oR SUM etre me(cr obligacién politica en Hobbes puede:ser ilumina observando el modo en que cada una de: aquel Paige Cane mmeO ner LC me mee MNS te Cola aice Pallas CSR ALT eeC Kou eeleceielosca lila Pea on libros www. prometeoeditorial.com

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