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Ricardo Rodulfo El psicoanalisis de nuevo Elementos para la deconstrucci6én del psicoandlisis tradicional Bs, Ricardo Rodulfo El psicoandalisis de nuevo Elementos para la deconstrucci6n del psicoandlisis tradicional Rodulfo, Ricardo El psiconandlisis de nuevo. - 1a ed. 2a reimp. - Buenos Aires : Eudeba, 2008. | 288 p. ; 23x16 cm. - (Teoria e investigacién) ISBN 978-950-23-1814-6 | 1. Psicoandllisis. I. Titulo | CDD 150.195 | Eudeba Universidad de Buenos Aires ¥ edicién: julio de 2008. ¥* edicién, 2° reimpresién: agosto de 2008 © 2004 Editorial Universitaria de Buenos Aires Sociedad de Economia Mixta Av. Rivadavia 1571/73 (1033) Ciudad de Buenos Aires ‘Tel.: 4383-8025 / Fax: 4383-2202 www.eudeba.com.ar Disefio de tapa: Silvina Simondet Disefio de interior: Félix C. Lucas Correecién de estilo: Laura Gonzdlez Impreso en Argentina. Hecho el depésito que establece la ley 11.723 amrocor, NO Se permite la reproduccidn total o parcial de este libro, ni su SARAPGteS almacenamiento en un sistema informético, ni su transmisién en cualquier q forma porcualquier medio, electrénico, mecdnico, forocopia wotros métodos, sin el permiso previo del editor. Indice AAGRADECIMIENTOS ... PRELUDIO SOBRE LO EFIMERO .. PRIMERA PARTE: CLINICA Y¥ TEORIA GENERAL Carituto T Serie y suplemento ... Cariruto IL Desadultorizaciones. Un pequefie estudio Capiruto II La bolsa de los gatos .. BL CapiruLo IV Algunos pasos en la cura psicoanalitica de nifos autistas. Un informe clinico . Capiruto V La escritura deshojada. (Tres piezas breves.)...= Cariruto VI . El juego del humor .. Carituo VIL Si todo significante lo es del superYo, entonces: (Proposiciones para la formacién del cardcter en la nifiez y adolescencia) .. Capituto VILL El psicoandlisis y los laberintos de lo real... SEGUNDA PARTE: DE ADOLESCENCIAS Capiruto TX. Un nuevo acto psiquico: la inseripcién o la escritura del nosotros en la adolescencia ... 115 CapiruLo X Espejos en el agua (escenas para un estado actual de la cuestién)... . 125 CapiruLo XT 7 La multiplicacin y multiplicidad de paradojas en la adolescencia .. Cariruvo XIT El territorio de las fobias alimentarias Captruto XIII Del cuerpo espectral ... Caviruto XIV El segundo deambulador ... 159 ‘TERCERA PARTE: DECONSTRUCCIONES * .CapituLo XV Mitopoliticas HI: Se quema la comida...... 115 CapiruLo XVI Mitopoliticas III: La Iinea y el cuerpo... CapituLo XVIL Andlisis pertinente e impertinente . CapiruLo XVIII El duelo del padre. Proposiciones para una deconstruccién necesaria ... 223 CapiruLo XIX El segundo adulto... - 235 Capituco XX Amor y transferencia de mujer . .. 243 Cariruto XXI La deconstruccién del (complejo de) Edipo .. CariruLo XXII Psicoandlisis de nifios: un regreso al futuro ... Cariruio XXII De vuelta por Winnicott. Para un estudio sobre la inercia de los principios del Psicoandlisis .... a 275, CapiruLo XXIV Espejos contaminados. Elementos para una deconstruccién necesaria .. 289 Carituto XXV El estudio del juego del nino y el porvenir del psicoandlisis. Un ensayo de deconstruccién ... Capiru.o XXVI Los nifios del psicoandlisis y la necesidad de una revision de su estatuto ... Agradecimientos En estos tiltimos aiios, gracias a Cristina Lattari, el encuentro con la obra de Zeltjko Loparic, de Sao Paulo, proporcioné a mi trabejo con Winnicott el aliento de una confluencia original e independiente, en su caso ligado a la filosofia de Heidegger. Dentro de ese mismo campo, mi “hermano alemén”, el profesor Eckart Leiser, ha cumplido con la fun- cién, entre tantas otras, de obligarme a volver a mis textos concedién- doles un estatuto, precisamente, de tales. Su critica lectura me puso en serie con los Lefort, Sami-Ali y otros. Por su parte, Jessica Benjamin, la persona y la escritora, revolvié profundamente mis puntos de vista acerca de la constitueién de la vida sexual humana. También desde la ciudad de Sao Paulo, Lia Pitliuk me enriquecié con un intercambio profundo en los margenes del psicoandlisis tradicio- nal. En el trabajo de todos los dfas mis compaiieros de las catedras de Clinicas de Nifios y Adolescentes y de Psicopatologia Infanto-Juvenil, asi como del posgrado sobre la misma delimitacién tematica, me apor- iaron esa trama imperceptible que a veces preferimos reprimir en nom- bre de la autoridad del autor. “Arbitrariamente”, tendria que seleccio- nar los nombres de Ménica Rodriguez, Fabiana Tomei, Juan Carlos Fernandez, Tencha de Sagastiz4bal, Adriana Franco y Paul Yorston, por diversos encuentros, lealtades, persistencias-y-efectos-de-disemina- cin. También Marili Pelento y Vicente Galli, en distintos momentos y formas, me transmitieron confianza en el sentido del camino que -sin saber adénde va~ vengo siguiendo. Silvia Goicoa y Georgina Redulfo lidiaron, no sin paciencia, con mi apego a seguir escribiendo a mano; Ursula Rodulfo, por su parte, estu- vo a mi lado trabajando en la reconstruccién de textos un poco abando- nados en el tiempo. Y a Marisa Rodulfo, esposa y copine 0 copine y esposa. {Quién sabe? Preludio sobre lo efimero Dicese que, pasado un tiempo, papers diversos, articulos publicados en revistas estables o fugaces (sin contar las exposiciones escritas inédi- tas, que no encontraron esa oportunidad) se pierden o se olvidan, segin la ley del fulminante envejecimiento de los productos medidticos. Es cierto, claro, pero no basta para legitimar un acto de publicacién, que podria ser sdlo un rejunde, la unidad engafiosa de una pura dispersion. El que firma, entonces, debe poder comprobar que un libro se forma mas alld de sus intenciones. La sinuosidad de una trayectoria es otra cosa que la yuxtaposicién temitica 0 cronolégica: pone en juego insis- tencias de repeticién, dbsesiones personales, Ia persecucién de un mo- tivo que ronda y asedia espectralmente, la demolicién deliberada de careasas teéricas que vegetan gracias a la inercia de las instituciones humanas (las psicoanaliticas, en este caso), todo lo que a fin de cuentas cuando uno se detiene a sacar las cuentas— urde una trama de hilos cuyo anudamiento no es arbitrario. Entonces vemos los articulos con- vertirse en capitulos, se reescriben péginas enteras més allé de les “correceiones” formales o “literarias”, espontaneamente -con ese cal- culo del_azar— se delimitan territorios tematicos componiendo partes o secciones del libro. Ultimo en aparecer, el titulo inscribe la existencia de este nuevo singular viviente. Que el nombre de Derrida circule por estas paginas con notoria habitualidad no es, por cierto, una mere referencia bibliografica. Las habita en la medida en que, desde hace muchos afios, “mi” practica como psiconalista se desarrolla en el seno de un cruce de su obra con la del psicoandlisis, y con la de Freud muy en particular. Este encuentro se produce en el mismo pensamiento de Derrida; yo lo tomé como pun- to de partida. Quiza sea util, entonces, que precise con algtin detalle qué me inspi- 16, en qué me ayud6, injertar —término caro a Derrida y, por otra parte, no menos capital para la comprensién del modo psicoanalitico de pen- sar: el psicoandlisis es mucho menos un sistema tedrico homogéneo y li icoandlisis de nuevo ado que un montaje de injertos, un collage o un bricolage heterécli- la subjetividac que describe funciona de esa misma manera- Derrida | psicoandlisis. Después de todo, soy un profesor, ¥ mi trato con diantes v colegas jévenes me predispone a creerlo asi. Cuando sé a frecuentar sus textos, a fines de la década del setenta (vale +, cuando aquéllos Hevaban un curse de poco mas de diez afios), el vandilisis local, en lo que podria llamarse su vanguardia —su traba- : acabar con cierta ingenuidad tedrica propia de la entonces tnica tucién oficial legitima su derecho a ese nombre-, se habia endure- tras una década de confrontacién con una nueva “ortodoxia” cturalista 0 con una ortodoxia “estructuralista” no me animo a pre- lo-; todos y cada uno de cuyos motives dominantes yo encontrar‘ spésito de los mas diversos temas y no sélo referido al psicoandlisis © también-, desmontados, desensamblados, disueltos, janalizados!" 21 filésofo no exactamente fildsofo francés, no exactamente francés. en yo habia tenido la buena fortuna de familiarizarme con el pensa- ito estructural con la lectura de Claude Lévi-Strauss y no con la de livulgaciones psicoanaliticas —en cuya notable superficialidad y arismo el riguroso andlisis estructural de aquél se volvia -ucturalismo”, recitado de consignas-, el primer punto de apoyo en ‘ida fue, para mf, tomar cierta distancia, guardar cierta reserva ecto a todo lo que girara en derredor de ese significante, la estruc- (que, como tal, generara tantos recelos en Lévi-Strauss, mismo). como en el ABC del pensamiento de Derrida se encuentra ense- a una deconstruccién de las oposiciones binarias, un trabajo de des- siasmo con su gracia mecdnica, pude hacerlo sin perder mi rela- personal con la obra de Jacques Lacan. Con menos suerte que la otros colegas, tanto de mi generacién como mas jévenes, se hicie- no sin virulencia=“antilacanianos”, izando-el significante “histo- para contraponerlo a “estructura” (Derrida ensefia a ver en ambas itricas opciones metafisicas en una complicidad de fondo demostra- sor el mismo juego de su alternancia): mas all de esto, aprendi a der a ese punto del psicoandlisis en el que las oposiciones binarias conforman el armazén de las teorfas (con la excepeién de Winnicott) ?reud, en Klein, en Lacan y en tantos otros dejan de gobernar el o psicoanalitico de pensar y de leer los fenémenos que caen dentro ora primera parte del volumen de Jacques Derrida, Resistencias del psicoandili- 3uenos Aires, Paidés, 1997. PRELUDIO SOBRE LO EFIMERO de su campo. Nunca se podria agradecer lo bastante, ni exagerar los efectos, lo que significa, para el que trabaja con los pensamientos, libe- rarse -esta palabra debe recuperarse aqui en teda su frescura, en todo su alivio— de las oposiciones binarias, atravesarlas en lugar de tenerlas como estacién ultima de Negada. Me parece de capital importancia el tener en cuenta que estos proce- sos no se desarrollaron en alguna remota galaxia te6rica (en el sentido tradicional, pre-psicoanalitico, pre-existencial y pre-devonstructivo de “teoria”); inmediatamente, comenzaron a incidir en mi trabajo elinico, mordiendo el lugar donde un analista amasa y cocina sus interpretacio- nes, sus construcciones, sus hipétesis diagnésticas. Ni qué hablar de la perspectiva psicopatolégica: la seguridad de una oposicién como la que se estructura entre “neurosis” y “psicosis”, para ir a un cliché tipico, no encontrarfa condiciones présperas en un pensamiento que confia muy poco en’ él orden binario, en su ldgica falica. Precisamente, todo el minucioso desarmado que Derrida hace de lo que “freudianamente” llama falogocentrismo —coalescencia del logocentrismo de la cultura occidental, logocentrismo que le es muy propio, muy especifico de ella,” con el falocentrismo que esta cultura comparte con {todas? las otras, “armonia preestablecida”, dirfase, en- tre estas dos corrientes predestinadas a conjuntarse y cuyo paradigma psicoanalitico Derrida ve en Lacan— gqué efectos y suseitaciones y nue- vos empujes de pensamiento no podia menos que acarrear en un psi- coanalista que, ademds, acostumbra trabajar con nities, debiendo en- tonces familiarizarse con juegos y dibujos y con niiios de condicién tal (“grave” en el campo semiolégico un poco esquematico de nuestra psicopatologia) que no puede uno esperar mucho de lo que digan, y menos atin de asociaciones verbales? A cada paso que traté de dar, la obra de Derrida-me fue abriendo puertas. (Otro tanto-cabe decir-deta concepcién psicoanalitica dominante respecto a la sexualidad femeni- na: como varios otros colegas, ilustres colegas a veces, en la historia del psicoandlisis, yo no me sentia conforme con ella ni bregaba por una subjetividad acorde a ella, pero fue la textualidad deconstructiva la que me procuré elementos para desmarcarme irreversiblemente de la im- pronta fiilica freudiana sin que eso supusiera —éste es otro gran alcance del pensamiento deconstructivo— arrojarla por la ventana, declararla 2. Ver Clande Lévi-Strauss, Antropologia estructural, Tomo I, Buenos Aires, Eudeba, 1967. 13 icoandlisis de nuevo illamente falsa procediendo a alguna nueva inversién metafisica- te acuiada.) i con Lacan aprendi que respiramos mito, si con Winnicott aprendi otar esos temblores imperceptibles con que un ser humano crece 0 que el manoteo de un jugar emerge,’ con Derrida la ensefianza més sal ha sido —pues atin no estoy seguro de cual habré sido- la de que nuestro pensar, desde el mas vulgar hasta el més especulativo, ta (esta tejido por) un enrejillado de procedencia metafisica donde intramos nombres indicadores como Platén, Aristételes, mds su sto con el pensamiento judeo-cristiano, mas su nueva emanacién ionalista” a partir del siglo XVI- al que es imposible sustraerse por ses” cuya ingenuidad de fondo el paso de andlisis del texto de Derrida 3 de relieve suave pero impiadosamente. Ninguna disciplina, cienti- ono, emerge fuera de él ni libre de él, muy particularmente cuando ina —caso del psicoandlisis, para Derrida no cabe duda de esto— con- e elementos y movimientos propios de su andar textual que exce- o desbordan aquel sistema metafisico, aquel “fondo representativo” ocando ese fértii giro de Aulagnier) que es y que proporciona la afisica occidental, en sf misma otro rasgo singular de nuestra cultu- Teniendo en cuenta que hoy esta cultura, por la via de los Estados dos, amenaza con una expansién globalizante con una capacidad aogeneizadora sin precedentes, aquel trasfondo metafisico, lejos de zuideces en bibliotecas filoséficas, cobra mas peso y més vida que ca, trabajando silenciosamente, por ejemplo, en las trivialidades lidticas pan nuestro de cada dia. A estas alturas, ya no me cabe duda que lo que Derrida tltimamente ha venido diagnosticando como re- encia del psicoandlisis de sf, también de enfermedad autoinmune, que no es sino la manifestacién —en la teoria, la practica y la ética de instituciones analiticas— del conflicto -ambiguo en su fisonomia, la dicotémico o no por mucho tiempo- en su seno més recéndito re lo nuevo que en el psicoandlisis nunca dejé de percibirse, por y diluido que estuviese y, como informan forma y contenido, iificantes y significados, el hecho mismo de su divisién asi, made in netafisica que es como nuestra “psicopatologia” y también nuestra tologia” de la vida cotidiana. Lo mejor de! psicoandlisis va y viene, ‘atiéndose sin por lo general advertirlo, en este conflicto. Por eso olveria a citar aqui D. Winnicott, La observacién de nifios en una situacién fifa, sitos de pediatria y psicoandlisis, Buenos aires, Paidés, 1998. | PRELUDIOSOBRE LO EFIMERO mismo cumple una funcién regresiva, reaccionaria, encubridora, mistificadora, toda declaracién-declamacién que hace de Freud un pa- dre y el nombre de un corte histérico 0 epistemoldgico, ilusiondndose con un antes y un después sin resto e impidiendo analizar —ironia para- dojica suplementaria— la composicién de los postulados y de los concep- tos analiticos, tanto como su genealogia, que suele deberle bien poco al “genio” de Freud o al “primer segundo” (Derrida) que seria para algu- nos Lacan. Pero permitaseme insistir con fines “pedagégicos” sebre un punto caro al psicoanalista por ser un elemento tan singular en su identidad: tratase de cémo la frecuentacién de los textos de Derrida inerementa precisamente la sensibilidad al detalle, la atencién hasta maniatica a lo singular, sin a cual nada de lo psicoanalitico existiria (aunque adoptase su vorabulario): esta potenciacién, sea en la lectura de materiales elfni- cos como en cualquier otra lectura, se explica seguramente por ser Derrida un pensador por excelencia de la singularidad, desviandose de la tradicién filoséfiea de lo universal que informé las nociones de la psicologia general pre-analitica. Por otra parte, se debe tener presente que su escritura, en lo que se conoce como estilo, inconfundible si las hay, es de lejos la escritura filosdfica mas inseminada por el psicoandli- sis y por el modo de escritura especificamente psicoanalitico que tiene su primera culminacién en La interpretacién de los suefios. Y no pienso sélo en los ensayos y en los libros de Derrida directamente consagrados al psicoandlisis, ni tampoco en cémo cualquier texto de Derrida siem- pre piensa con el psicoandlisis -segiin su feliz formula que desplaza el hablar de al hablar con-, pienso sobre todo en los procedimientos mas estilisticos y més técnicos de su escritura, en su arduo trabajo con (y a veces sobre) los signos de escritura mas irreductibles a lo fonético y al mito platénico de una escritura que sdlo duplicarfa-(mal)-la-voz:parén- tesis, comillas, guiones, polifonizacién o musicalizacién del espacio de la hoja, margenes, puestas en abismo (como notas de notas), diversos efectos de espaciamiento: todo esto puede conectarse con el primer tra- bajo emprendido por Freud levantando los “modos de representacién” del suefio, la “consideracién por la figurabilidad”, ete., asi como el lugar -inédito para un filésofo académico— concedido al doble sentido, al re- iruécano, al oximoron. Dirfamos que la escritura en Derrida hace su juego entre el proceso primario y el proceso secundario tal como el psicoanilisis los coneibe. (Amor por la escritura no siempre guardado por los psicoanalistas, demasiados de los cuales retrocedieron a una concepeién instrumental 15 psicoandlisis de nuevo 4s propia del paper cientifico, donde la escritura es un simple, y 2 enudo bombastico, medio para vehiculizar ideas o narraciones clini- s ya no tocadas por la vara de alguna gracia ficcional.) Toda la seccién delimitada por el titulo “Deconstrucciones” ~si se tiere, centro de gravedad de este libro~ procura un testimonio de lo ze acabo de contar; un testimonio del trabajo concreto, sobre temas 0 otivos puntuales, es decir, una prdctica psicoanalitica de la sconstruccién, no un citarla “por arriba” para ornamentacién bibliogré- va, En ese paso de cosas se inscribe otra facilitacién: lo que la practica seonstructiva me abrié en relacién a los textos de Winnicott, de los que, 1 venia inquieto por el casi nulo trabajo de lectura que el medio psicoa- alitico (0 el psicoanalista medio) se ha tomado con ellos. Derrida me ‘indé recursos y precauciones de método para penetrar en lo mas nue- > que hay en Winnicott, para detectar el manejo de puntos sensibles en 1 textualidad que desencajan (d)el psicoandlisis tradicional. Empezando por el postulado cero, el archi-postulado de la teoria eudiana —no siempre del pensamiento de Freud-, enunciado apenas : inieia el Proyecto de una psicologia con el nombre de principio de ercia: una vez que Freud retine las dos unidades significativas a las ae va a cefiirse, a autolimitarse: neuronas y eantidad, aquel principio ystulado plantea que la aspiracién basica de aquellas no es otra que ssembarazarse cuanto antes de toda la cantidad (si es) posible: Q = ro, escribe entonces Freud. No se trata de bajar el nivel displacentero que podria eualificar a aa sensacién, no se trata tampoco de librarse o de regular el exceso de mntidad: la cantidad en si misma es un exceso, la excitacién en si trae splacer (Freud “sabe” tan bien como cualquiera que “jesto no puede tr asi!”,’ pero su ciega lealtad a este postulado lo encamina ligadamente a mantener respecto de toda esta problematica una acti- id caracteristicamente renegatoria, en el mejor sentido del “ya lo sé, wre atin asi...” que consagrara Octave Mannoni. De este modo queda anteada, en el estrato mas de cimiento de la teorfa psicoanalitica, 4s avin, queda fijada, grabada a fuego en el fondo de toda direccién Grica posible y pertinente —al menos, en el horizonte clasico del psi- ‘andlisis, pero, gcudntos lo han verdaderamente sobrepasado?— una ala, muy mala relaci6n, una relacién de hostilidad radical con la “can- dad”, dicho de una manera mas precisa y conceptual, con la diferencia La exclamacién corresponde a las paginas finales de “Més alla...", en S. Freud, bras Completas, Tomo XVII, Buenos Aires, Amorrortu, 2001. e PRELUDIO SOBRE LO-EFIMERO (de hecho, Freud esta siempre interesado en la diferencia de cantidad, por ejemplo, a propésito de un estado psiquico en relacién con otro). Largas consecuencias, atin para nada despejadas, se derivan de esta toma de posicién “originaria”, que tanto podria invocar referencias mecanicistas como al romanticismo filoséfico, en una de esa conjuncio- nes que hacen muy discutible tratar al psicoandlisis como un sistema terico en lugar de abrirse a lo que hay en él de injertos en injertos, suplementos que se agregan sin sustituir nada.” Mi idea es que, si no se desaloja de su ‘ugar a este archiprincipio mucho més radical que cualquier vuelta de Ja teoria de las pulsiones, es muy relativo lo que puede hacerse para una transformacién del psicoa- nélisis que lo cure de su propia resistencia y lo mantenga a la altura de eventuales metamorfosis subjetivas, lo mismo que para una problematizacién de su eficacia terapéutica nada desdefiable, aun apli- cando los parémetros mds convencionales 0 mds anaerénicos 0 mds rigidamente académicos de “curacién— con el objetivo de intensificarla. Es de relativa utilidad, por ejemplo, invocar los “nuevos paradigmas” si permanece intocado ese nticleo de inercia que en el pensamiento psi- coanalitico produce el principio de inercia. Incluso es bastante super- fluo “no creer” en la pulsién de muerte si uno va a suscribir sin mayor inquietud aquel. Mi trabajo deconstructivo tiene en él uno de sus blan- cos fundamentales. {Para proponer otro, nuevo, fundamento, acaso un principio de diféricidn, de diferencialidad? Pero, con Derrida, {la problematica de la diferencia no nos leva un paso mds alld, a, preguntarnos si es necesario ya poner un principio como fundamento, un principio en el principio? 5. Remito a “Orlas”, en Derrida, La verdad en pintura, Buenos Aires, Paidés, 2001. li Primera parte Clinica y teoria general Capitulolt Serie y suplemento* La disyuncién entre historia y estructura —que ha asolada de un modo muy particular al psicoandlisis entre nosotros en las tltimas décadas, especialmente en los pliegues de su prdctica~ responde, fundamental- mente (lo cual tiende a ocultarse bajo léxieos renovadores revoluciona- rios), a una escisién metafisica entre tantas otras existentes, teniendo en cuenta que [a escisién es el mecanismo por excelencia de la cultura occidental. El mito de la estructura es prometer variaciones de siempre Jo mismo, cin suplemento posible; el de la historia, un sentido que al fin se alcanzard o se revelaré, aun cuando este sentido resultase ser el del fin de la historia (sus entusiastas apenas parecen advertir el inmediato. deslizamiento del doble sentido, la ambigiiedad imborrable de todo fin). Refiriéndonos al psicoandlisis, no es ninguna casualidad que los avata- res del estructuralismo redujeran el complejo de Edipo, una formacién en principio compleja, a “el Edipo”, como esencia invariante ya sin me- diacién, sin el paso por el psiquismo de alguien que se mantenia en reserva escribiendo “el complejo de...”. No es lo mismo “tener” 0 “su- frir” el complejo de Edipo que ingresar 0 ser ingresado “al” Edipo, como no es lo mismo hablar de “la virtud” de los medicamentos que pensar una medicacién en un vinculo conflictivo con la subjetividad que debe metabolizarla. En cuanto a Ja ontologia volcada a un sentido de la histo- ria es todo un paradigma la nocién, tan vacia como idealizada, de genitalidad, cuyos estragos en la trama intima de la psicopatologia psicoanalitica ain no se han desvanecido. No podemos, ya no disponemos ~me inclinarfa a decir que gracias a Dios- de las facilidades del “corte” y la “ruptura” que sofiaron Althusser * Versién modificada del texto publieado en Diarios Clinicos, N° 7, 1994, Buenos Aires. 21 PRIMERA PARTE. CLINICA Y THORIA GENERAL. y Bachelard. No podemos; ya no disponemos, entonces, del recurso de eludir sin arafiazos el peso de semejantes escisiones cuya muerte siem- pre se declara hasta la siguiente resurrecein. Lo que s{ podemos, en todo caso, es tachar, retachar y re-signar las polaridades en cuestién; no es lo mismo escribir historia y estructura que “historia” y “estructu- ra”. También podemos borrar (un poco de) la barra: no es igual historia/ estructura que historia (/) estructura. Y atin menos, “historia” () “es- tructura”. Entre nosotros y recientemente, un notable texto de Luis Hornstein se ocupa con el mayor esmere de algunas de estas cosas.’ Clinicamente hablando —que es como estoy hablando, aunque no esté hablando “de” clinica, lo cual tiende a rebajarse al ras de un. aneedotario— lo peor de todo esto radica en los efectos de globalidad y de disyuncién paralizadora. Asi, el analista diré de “la estructura”, al par que no reco- noce el simple hecho de que la familia del nifio que atiende esta concu- rriendo a su estrueturacién en la historia de todos los dias. La estructu- ra se estructura ahi, en los dispositivos de la casa. Pero, al no advertir- lo (‘la estructura” ha devenido una abstraccién demasiado importante para encarnarse en sitios tan vulgares), trata de hecho a los padres en el corazén de sus intervenciones, como si fueran una superestructura de la verdadera estructura. Y, de este modo, se pierdon oeasiones de intervencién, a su vez -estando con un nifio pequefio, con un adoles- cente plagado de indecisiones estructurandes estructurales-, de un modo histérieamente (re) estructurador. i (O bien el nifio, el adolescente mismo, es tratado-como una superes- tructura complementaria del mito familiar.) El mejor espacio del que los analistas disponemos para no ser devo- rados por estas disyunciones es el dispositivo de las series complemen- tarias, ideado por Freud para dar cuenta, del modo menos reductor posible, de la causacién y gestacién de las neurosis. Del-modo-menos reductor posible: al abrir espacios que existen y consisten aunque de momento queden vacios (la herencia en dichas neurosis), el esquema funciona como en su momento las tablas de Mendeleiev, dejando la posibilidad abierta a la inscripcién de nuevas informaciones y al acontecimiento de lo nuevo, dentro de ciertos limites (limites que, pre- cisamente, hay que replantear). ; 1. Luis Hornstein, Prdctica psicoanalitica e h s He "i ‘ae historia, Buenos Aires, Paidés, 1993. ae indispensable para todo retome no pedestre de las cuestiones involucradas por el término “historia” en el psicoandlisis. = 22. 7ULO I. SERIE YSUPLEMENTO Cualquier discusién, entonces, de las relaciones entre “historia” y “estructura” debe, en dos movimientos: a) ubicarse en ese lugar; b) plantear si el espacio mismo de ese lugar no debe renovarse profun- damente, entre otras cosas, para acoger todo lo que no es neurosis de lo cual el psicoandlisis, hoy, se ocupa. Es lo que procuraremos indicar en lo que sigue. La acotacidn original freudiana ha sufrido un desplazamiento. Este es uno de los problemas que hoy espera ser encarado. Freud armé el montaje de su dispositive con una doble constriceién: dar cuenta de la formacién de una psiconeurosis (el dispositivo explicitamente no pre- tende tener vigencia para las neurosis actuales) en sujetos adultos. Con el tiempo, insensiblemente (y en buena medida a causa de la riqueza del esquema) hemos ido usndolo para todo, sin consideraciones espe- ciales respecto del proceso que se procure explicar, ni por el tipo de patologia, ni por la edad. Sin embargo, esto es saltearse demasiadas cosas. Por ejemplo, una muy importante: tratandose de las psiconeurosis, Freud podia dejar relativamente inactivada la primera de las series, el factor constitucio- nal (lo hereditario més lo congénito). Pero esto varia mucho segin las patologias, como lo muestran las recientes investigaciones relativas a la incidencia de factores genéticos en las psicosis esquizofrénicas y en el autismo primario.” Un factor inercial empuja a que hoy sea demasia- do comin encontrar psicoterapeutas psicoanalistas que estén atendien- do nifios y adolescentes involucrados en aquellas patologias 0 en diver- sas modalidades de trastornos narcisistas no psicdticos sin requerir in- formacién clara sobre la presencia o ausencia de alteraciones neurometabélicas © sobre el estado neuroldgico general del paciente, incluyendo lo que ya se conoce sobre los neurotransmisores euya com- posicién y funciones han podido identificarse. A lo sumo, el eolega ten- dra alguna somera noticia de algiin “electro” que en algtin momento se le hizo al nifio en alguno de los numerosos agucntaderos de pacientes que campean en Buenos Aires. Inequivocamente, esto revela un manejo anacrénico de las series complementarias, un manejo inercial, sin diri- girles las interrogaciones que su puesta al dia esté esperand| Al respecto, la interrogacién capital pasa, eu nuestra opinién, por dos planos cuyo espacio de envolvimiento es diferente: 2, Para una puesta al dia en estos érdenes, una resefa tlil se encontrara en Revista Vertex, N° 9, Buenos Aires, 1990. 23 PRIMERA PARTE. CLINICA Y'TEORIA GENERAL 1) En el corazén de las series complementarias concebidas por Freud esté el evaluar la incidencia y la vigencia de lo infantil en el adul- to, incidencia y vigencia medible por la fuerza de los sintomas, por el alcance de las inhibiciones, por los complejos itinerarios de Ja angustia y las defensas levantadas para su evitacién. Es un desplazamiento considerable el que lleva desde ese infantil mediatizado al uso de dichas series en el nifio y el adolescente ae tales, no el objeto de un relato cuanto el sujeto de un juego. Seria muy extrafio que tatnafia extrapolacién no plantease pro- fundas transformaciones al dispositivo. 2) Si bien una de las complejidades mds interesantes en aquél es su relativa descentracién: tres series independientes en el sentido de su irreductibilidad una a otra y en el sentido de su no contin- gencia: hacen falta las tres (siendo el grado cero 0 el grado cien en una cualquiera un punto de fiecién de elevadisima improbabili- dad); por otro lado, algunas de ellas son més series que otras. En efecto, hay una disimetria en el esquema. Debemos recordar que, por lo demés, aquél no nacia en un vacio de contexto; su refaren- cia es el peso que, en la segunda mitad del siglo XIX, tenfan las eoncepciones centradas en lo hereditario para el caso de las en- fermedades “nerviosas”. Disponemos de abundantes huellas en los primeros textos freudianos de la gravitacién de esa postura como para comprender que el dispositivo de las series comple- menitarias se forja en el debate con aquella. Al mismo tiempo, no esta en los planes ni en el tipo de pensamiento de Freud recurri ama: simple inversién que no dejara espacio alguno a lo heredi- tario (contrariamente, a veces, le pedird apoyo en cireunstancias més que dudosas). Pero la “estrella” del dispositivo, la serie mas estrechamente comprometida con lo nuevo que Freud_propone. lo que lo especifica en tanto teérico y en tanto deseubridor, es la de las experiencias infantiles. ; Esta es la primera disimetria en el esquema. Existe una segunda, entre lo que Freud engloba bajo el término “disposicion a las neurosis” (lo constitucional sumado a las experiencias infantiles, vale decir, la articulacién de las dos primeras series) y el factor desencadenante a 3. Estoy refiriéndome, claro, a los préstamos filogenéticos en que Freud se compro- mete para dar sustento a algunas hipstesis, como es el caso en lo atinente a las pe 1 24 Captruto I. Serie ¥ SUPLEMENTO que se reduce la tercera, y que estard a cargo de representar “los dere- chos” de lo actual, de lo accidental, del acontecimiento en su sesgo menos previsible. Desencadenar una disposicién es un poder, pero no dispone del poder de la disposicién (y se entiende que es substancial para la apuesta freudiana que ni lo actual ni lo prehistorico -en el sentido de lo biolégico- tengan el mismo primer plano que las experiencias infantiles).” Existe una vuelta, una via de entrada, para‘asir a un mismo tiempo y de un solo golpe los dos planos en cuestién: si no queremos aplicar (vale decir, usar sin reflexién alguna) las series complementarias tal como estén a un nifio oa un adolescente con quien estemos trabajando, el eslabén mas cuestionable de la cadena es el del factor desencadenante. Supongamos que los padres de nuestro hipotético paciente (mas que hipotético me valgo de una suerte de persona mixta o eolectiva) se han divorciado; y supongamos también que, por el modo y las circunstan- cias en que ello se produce, esto acarrea una serie de efectos reconocibles en el paciente (vuelve, por ejemplo, a una abandonada enuresis noctur- na, 0 ineurre en una seguidilla de actings out, que culminan en abando- nar sus estudios): es imposible, por esquemético y simplificador, categorizar dicha rotura de la familia como un factor desencadenante Pues se trata de una subjetividad con un “aparato” en plena y fluida formacion, formacién en la cual las cosas que el inconsciente de los. padres hagan tendrén un valor estructurante, encadenante en todo caso. Por ejemplo, el modo de ocurrir y tramitarse la separacién puede sellar para ese paciente la imago de la pareja heterosexual con una pauta gado-masoquista o de encarnizamiento paranoico. Esto va mucho més allé de desencadenar lo preexistente, va en la direccién de encadenar (ligar, conectar, hacer banda, asociar) lo que habré de existir a destiem- po (pongamos por caso, al tiempo de su primera gran elecci6n amoro- sa). Sin operar este desplazamiento de factor desencadenante a factor eneadenante, entre otras cosas, es imposible no incurrir-en-un-uso-aplé cado y reductor del dispositivo, reductor de la diferencia que media entre un nifo, ni siquiera terminada su mielinizacién, y un adulto zado.° A menos que se quiera proceder como (pretendidamente) esta 4. Mas adelante, a través de los préstamos mencionados, Freud elevaré el peso de lo hereditario, bien que de un modo mds mitobioldgico que acorde a la marcha de Jas ciencias naturales. En cambio, no habré una revisién similar para la tercera de las series: antes bien, el recurso a lo filogenético recorta atin més su incidencia y su gravitacion. 5. Deseo limitarme aqui -para no entrar en la consideracién de si tal conceptualizacién de la tercera serie como (slo) desencadenante no merece los mas serios reparos también- 25 Pima PARTE. CLINICA ¥ TEORIA GENERAL . Melanie Klein —la mds ortodoxa en este sentido y hacer retroceder todas las fechas de un modo tal que todo cuanto ocurra tras unos pocos meses de vida ya sélo sera desencadenante de ansiedades y defensas configuradas en posiciones en lo substancial ya estrueturadas. Poco ; - de propiamente nuevo una larga vida humana podré agregar Pero, a la vez, la cuestion de si o no producir este paso del concepto clasico de factor desencadenante a un concepto mds contempordneo como el de factor de encadenamiento o factor encadenante desemboca en un segundo plano de mas amplios alcanees (y que, subterraneamen- te, a nivel de los postulados silenciosos, gobierna el primero): la cues- tién de lo complementario, la cuestién de que las relaciones entre las series sean planteadas y definidas como de complementacién. Si ello es asi, es sobre todo por el estatuto desigual que hemos sefialado y que afecta particularmente la serie actual: en tanto su funcién excluyente es desencadenar lo pre-parado, pre-dispuesto, la disposicién dispuesta en otra parte (sélo) complementa lo entretejido entre las otras dos. Le esta precluida la posibilidad —més atin 0 peor atin: la potencialidad.- de agregar, engendrar, afiadir, causar, hacer emerger, algo nuevo, inédi- to, algo no pre-dispuesto en aquellas. Por cierto que, dlinieansnte, es facil comprobarlo en la lectura: Freud no descuida nunca el factor ac- tual, “accidental”. Al contrario, abundan ejemplos de con qué sutileza establece los puntos de emergencia coyunturales de una irrupeidn pa- tolégica. Si se tratara de “reprocharle” algo ~actitud propia de quihas lo quisieran un Otro absolutamente absoluto-, entonces habria que objetarle que cuide demasiado de |o actual, del lugar de lo actual como factor gatillo y sélo eso. Puede vérselo medirse con lo més actual del saundo que le toca a todo analista enfrentar, la (neurosis de) transfe- rencia. E] modelo que Freud encuentra mds apropiado para pensarla es un modelo de escritura: el cliché tipografico. Nada mas adecuado par: excluir toda demasia de rebasamiento de lo que en fisica se ‘lenomiaan “las condiciones iniciales”. Asi, la no invitada transferencia -en si mis- ma un emergente espontaneo e inesperado en lo que se queria tranquila labor de desciframiento- es reducida de un solo golpe a complemento de Jo que la desencadens para que, a su vez, fuera un factor desencadenante al terreno del trabajo con pacientes adultos. P: rn -refiero no adel: cuestién de un modo que sonard como global y polemic, o mejor dicho alo oolecres he mas prudente y sdlido avanzar por el costado de investigaciones eliniess de detalle. Ge 26 Caprruvo I. Seeie ¥ suPLeMexro més 0 menos utilizable en el andlisis, Tan es asf que Freud conjurara el fantasma metafisico de la presencia plena (la transferencia permitiria operar “in vive” como no se podria hacerlo “in vitro”; “en vivo y en directo”) con tal de conjurar los poderes demonfacos de la transferencia en tanto eventuales productores de algo mas alld de la reproduccion de un patrén neurético. Por supuesto, este cliché en la teorfa psicoanalitica de la transferencia como cliché -al dia de hoy, el florecimiento de una nueva escritura, la de las computadoras, facilita una reconsideracién a fondo de aquella figura de fijeza tipogréfica— dificult mucho a Freud y a sus sucesores (por lo menos, hasta Lacan y Winnicott)’ elucidar los resortes de su poder y darle un sitio claro en la metapsicologia. Como cada vez que Freud se ve en el apuro de pensar algo en la perspectiva de lo nuevo, aun cuando, y sobre todo eso: lo nuevo que su propia pujancia textual ha generado., Las paginas en blanco de la metapsicologia, por esto, corresponden a la sublimacién. He aqui una aporia: geémo avanzar en su conceptualizacién, en el marco de una teorfa de lo com- plementario, de dimensiones y relaciones de complementariedad? Otro tanto cabria decir, irénicamente, de la categoria de la genitalidad (que, ademds de aplicarse a rajatabla en el sistema freudiano de determina- ciones (pre) histéricas, quedaria excluida de tener cualquier ineidencia estructurante en la experiencia subjetiva). Cada ocasién en la que Freud debe dar cuenta a fondo del rasgo diferencial de un fenémeno sin el recurso de la remisién a un anterior, se encuentra privado por su pro- pia mano de herramientas teéricas para hacerlo. Otro indice textual: el sepultamiento del complejo de Edipo, su “desintegracién” en el incons- ciente, idea que llevaria a renovar los clichés analiticos en cuanto a “el hallazgo de objeto”, se enuncia en un par de lineas... Los mismos postu- lados freudianos impiden procesarlo. Escribiendo las palabras mas precisas, en la teorfa psicoanalitica freudiana y post-freudiana, salvo muy contadas-exeepeiones (habitual- mente en posiciones nada oficiales), falta, y est haciendo falta, intro- ducir'la dimensién, la categoria, de lo suplementario.’ El suplemento es 6. Némina a la cual habria que agregar a Enrique Pichon-Rivitre, quien entre noso- tros se esforz6 por forjar categorias psicoanaliticas para un tratamiento menos reduc- tor de lo nuevo en la existencia humana. Ain y hasta en articulos de divugacién (como los que escribiese para Primera Plana, allé por 1964-65). 7. Para lo suplementario, hay que seguir el hilo de Jacques Derrida. Bl texto que no sélo lo tematiza sino que lo pone en accién. es Glas. No habiendo traduccién castella- na, y no disponiendo aqui de la francesa, remito la excelente traduccién norteameri- cana de J. Leavey dr. y R. Reud, University of Nebraska Press, 1974. Primera Parte, CLUINICA Y'THORIA GENERAL Jo que no estaba antes, no estaba pre-moldeado en ningiin tejido secre- to ni en las astucias significantes de ninguna combinatoria. Tampoco se lo puede cernir, en lo que tiene de especifico, como “efecto” de una Jugada estructural: antes bien, es lo que suple (y a la vez resiste), lo que una estructuracién cualquiera no tendria para dar. Se lo entiende me- jor, al menos para empezar, bajo la especie del pedazo de sobra, del afiadido, lo que esta de mas. En ese sentido es que me he referido al Jugar como muy esencialmente del lado del suplemento. Para la pers- pectiva “hegeliana” de los grandes, de los cuidadores, jugar es lo que siempre esté de mas en una cualquiera operacién cotidiana (v. el bebé comiendo o bafidndose). El paso que estoy insinuando es, entonces, desbordar el dispositive de las series complementarias en lo que tiene de cerrado, complejo pero cerrado, sobredeterminado (subrayamos sus méritos) pero cerra- do, y proceder a una reformulacién en términos de series suplementa- rias, Io cual no perjudica lo diferencial de ninguna y permite, en cam- bio, liberar la poteneia reprimida de cada serie. Por ejemplo, ello per- mitirfa, también, licuar una cantidad de pseudo-problemas, de los que devanan los sesos de nuestros colegas. Muchas veces he escuchado, con la perplejidad un poco zozobrada del que estd timidamente interpelan- do un dogma cliché desde la humilde artesanalidad de su experiencia cliniea: glos afios de la adolescencia tienen algin valor propio en la estructuracién del psiquismo —es lo que ellos han de hecho registrado atendiendo pacientes en esa condicién— o se limitan a “reeditar” con variantes de detalle lo que ya est, lo dis-puesto? Es éste un perfecto ejemplar, mas un ejemplar de lo ejemplar que un mero “ejemplo”, de falso problema, produeido al meter esa rica zona de transicionalidad suplementaria que llamamos “adolescencia” en el lecho de Procusto, de una complementariedad que no le dejarfa otro papel que el de “desenca- denar”. Desgraciadamente, son demasiados los analistas que tienen ‘su pensamiento encadenado al sistema mecaniscista del factor desencadenante. Nada puede haber de mas peligroso para el futuro de una disciplina relativamente joven (aunque infiltrada de motives mu vetustos),-como lo es el psicoanilisis, que encontrarse sin categeriag conceptuales de base, no ad hoc, en el plano de los postulados silencio- soe fundamentales, para pensar e inseribir lo nuevo. Lo eual no signi- Ca pars i i ae - Soe: todo lo investigado en el terreno de la compul- Pero la teorfa psicoanalitica también sufre de compulsin de repeticién. 28 Captruto I. Semi Y SUPLEMENTO Apoyos suplementarios: en las regiones més remotas e imaginativas de la fisica contempordnea, la cudntica (Ia “filosofia experimental”, como gustan Hamarla algunos de sus exponentes mds hicidos),” se ha produ- cido un replanteo y una modificacién de consecuencias epistemolégicas muy trascendentes en lo que hace al estatuto de las condiciones inicia- les de un proceso. Tradicionalmente, la vigeneia de estas condiciones iniciales (caso paradigmitico, el de la mecdnica clasica donde Freud tanto abrevara) se mantenia inalterada a lo largo de todo el proceso que presidian, al punto de que este proceso fuera pensable como una combinatoria encerrada en el marco de dichas condiciones iniciales. Tanto Freud en su concepcién del determinismo de los primeros afios de la vida como el estructuralismo psicoanalitico en sus inflexiones més formalistas —no siempre las de Lacan, sobre todo no siempre las de Lacan texto— se hacen eco -el primero de una manera mas directa, pues la tematica de las condiciones iniciales en la mecdnica y en la termodin4mica le son una referencia y un ideal explicito— de esta forma de neutralizar el acontecimiento posterior, segundo, que se ve categorizado como puro derivado de dichas condiciones iniciales. Esto se traduce patética y casi caricaturescamente en el modo en que algu- nos analistas no pueden encontrar en el material del nifio otra cosa que una vineta ilustrativa de lo que han “escuchado” -el logocentrisme hace aqui una muy caracteristica aparicién— durante las entrevistas con los padres. © bien nos sorprende la facilidad con que algtin colega hace derivar —rectilineamente, el tiltimo destino de las series complementa- rias, como el de esas vidas en declinacién, es terminar en series rectilineas, pero es el colmo achacar esto a.un “ser” freudiano o lacaniano- un complejo y grave estado de cosas actual de un improba- ble trauma de unas décadas atras. Pues bien, lo que la cudntica descu- bre es que en su campo -harto mds afin al del psicoandlisis que el de la macrofisica—, las condiciones iniciales tienen un poder-y-un-aleance— limitado en el tiempo; transcurrido cierto lapso caducan, lo que sobre- viene en el proceso ya no depende de ellas. Han muerto. “Traducido” al psicoandlisis, esto implica que un primer ano de vida dichoso y sin eon- trariedades puede desembocar, contra lo postulado por Melanie Klein, 8. Por supuesto, no cabe aqui sino referirse a La nueva alianza (Madrid, Alianza, 1983) y a Entre el tiempo y Ja eternidad (Madrid, Alianza, 1990) de Prigogine y Stengers. Obras especialmente aconsejables para aquellos psicoanalistas que ain esperan algo de no se sabe qué remozamiento 0 recombinatoria o vuelta a las fuentes de la metapsicologia freudiana, muchos de ellos comprometidos en una critica més regresiva que productiva de la textualidad de Lacan. 29

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