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RAMON MENENDEZ, PIDAL, LA EPOPEYA CASTELLANA A TRAVES DE LA LITERATURA ESPANOLA ESPASA - CALPE ARGENTINA, 5. 4 MUENOS ALES - MEXICO CAPITULO IV EL CID Y JIMENA El poema de las Mocedades de Rodrigo. — Opiniones sobre su fe- cha, — Cardeter general de Ia ficcién en este pocma: episodio del Cid y el leproso; anéedota del caballo Babieca. — Este poema tiene todos los caracteres de la decadencia del género épico. — Episodio el casamiento de Jimena segin Ia redaccién primitiva del poema un tejido de lugares comunes. Redaceiin posterior del Rodrigo. — Los caracteres de 1a decaden- cia se acentiian, — Variantes introdueidas en el episodio del casa- iento de Jimena. Exito de esta redaccién tardia; da nacimiento a varios romances— Cebalga Diego Laine; la tradicién oral y el estilo épico-lirico; 1a tradicién juglaresea escrita enlaza con la tradicién popular oral. — Dia eva de Ins reyes. — Romance del poma de Zamora: Afuera, afue- 12, Rodrigo. — Romance de nueva inveneién: Ese buen Diego Lain ~ Vieisitudes y éxito extraordinario que aleanza el episodio del ca- samiento de Jimena. La primitiva gesta del Cid (esto es, el conjunto que for- man el poema del Cerco de Zamora y el de Mio Cid), como «m general toda la antigua epopeya, es una poesia que no da cateada @ los temas del amor. El amor ocupaba en la vida re EL Luge bien inferior al que ocupa en la edad moder- a cannes era un asunto de interés familiar en que a rea, Cet individuo entraba por muy poco. Por otra parte, vengansas 2 ue cantaba las conquistas, hazafias, bandos v le ricos hombres e infanzones, no sabia reprimir- cae eee las delicadas intimidades del amor. Los Diblicas esq cett® ea" poesia serial, de guerra y vida Mas, ay aor 8 uedaba para Ia porsia cortés y burgwe=3, ca come emPatES, ega un tiempo en que la poesia heroi- za a perder su imperio en las regiones apartadas 108 de la vida politica y social en que su dominio es siempre ébil; entonces se refugia en el amor como en un apacible retiro, buscando alli el consuelo de su pérdida. Llegé un tiem. po, en efecto, en que el amor, ese gentil ladronzuelo que el] viejo Rodrigo Cota nos representa saltando los cercados mis seguros, entré al fin también en la leyenda del Cid; y, como el amor mojado de Anacreonte, entré humilde para quedar duefo. Esta invasién como a escondidas, timida, ocurre con la apa- nieién en el ciclo del Cid de otro poema que hasta ahora no mencionamos: el de las Mocedades de Rodrigo, que lama- remos simplemente el Rodrigo. La indole de este poema, tal como hoy lo conservamos, es opuesta a la del Mio Cid. En vez de la solemne dignidad, me- ra y profunda emocién que éste respira, vemos en el Ro- drigo arrogancia, arrebato y brutalidad chocantes. ¥ esta cposicién provocé las mas divergentes opiniones de la criti- ca acerca de la fecha relativa de ambos poemas. La opinion més antigua sostiene que el Rodrigo es anterior al Mio Cid ‘Asi lo afirmé Amador de los Rios, el erudito autor de la His- toria critica de la Literatura Espafiola, historia mas estima- ble hoy por su documentacién que por sus juicios, bastante anticuados; y asi lo afirmé el orientalista holandés R. Dozy, ue con el brillo de su erudicién y estilo nos oculta el fre cuente sacrificio de lo exacto en favor de lo atractivo y pin- toresco (!). Por el contrario, la anterioridad del poema dé Mio Cid esta defendida por el eritico mas perspicaz y M¢l0F documentado que ha tenido Espaiia en el siglo xxx, el vent” rable Mila Fontanals, Yo opino como él, y aun creo que ¢! Rodrigo es todavia mas moderno de lo que Milé suponis: Espero que partiendo de este supuesto, el convencimiento $° produciré fécilmente, excusando el revisar 1a argumentacie? que seria impropia para este lugar; un breve anélisis del Rodrigo nos ha de mostrar que en este poema se dan 105 ©? racteres propios de la decadencia del género épico. 11) Véase cap. IM, a comtenzo. La invencién de los juglares 109 ————_— ees 109 La leyenda del Cid contaba ya dos largos siglos de existen- cia, En el siglo x1r las tradiciones primitivas, las que tenian un amplio fondo histérico, se habian agotado en el poema de Mio Cid y en el del Cerco de Zamora, En el siglo xttr esos peemas, ya envejecidos, habian sido rehechos: se les habia revestido con nuevos adornos. No quedaba a los juglares del uiglo x1v otro recurso, si querian hacer algo nuevo acerca del siempre popular héroe, que inventar de propia cosecha otros temas, otros asuntos nunca pensados antes, El piblico, por su parte, solicitaba estas invenciones con tal que no contradijesen las ya recibidas desde antiguo. De un heroe cualquiera interesan primero sus hechos mds nota- bles, 1os que Hevé a cabo en la plenitud de su pujanza; pero luego que el relato de estas hazafias se difunde y hace vulgar Por varios poemas famosos, se engendra una curiosidad pe- veral por saber multitud de pormenores que antes no inte- resaban. Y para esta curiosidad los poemas viejos eran de una sobriedad desesperante: empezaban cu relato ex abruptu; desde los primeros versos condueian al oyente in medias res, Sin Poner en antecedentes al piiblico, nombrando los perso- tales sin molestarse en hacer de ellos la menor presentacién Los oyentes, que se sentian interesados en esos poemas an- "guos, querfan saber de dénde venian tales personajes, y ‘obre todo, cuales habian sido la infancia del héroe y sts Primeros hechos més oscuros. A esta curiosidad traté de sa- Usfacer el autor de las Mocedades de Rodrigo. El cantar del Cerco de Zamora comenzaba contando que Fernando 1, al momento de morir, hizo a sus hijos jurar que a. Buiasen siempre por el consejo del Cid y que favoreciesen 4 este mientras viviesen. Ahora bien, se conocian como pri sieFas hazafias del Cid las realizadas al lado de Sancho Il, 4 Gaul el padre de Sancho, el rey Fernando, ya consideraba al Cid como el principal personaje de su corte; naturalmente, “surriria a muchos preguntar por dénde el Cid habia lle- 10 Contraste que ofrece con el poema de gado a alcanzar tal prestigio, y por qué el rey Fernando Je amaba tanto, que se preocupaba de él hasta en el lecho de muerte. A esta curiosidad satisface el Rodrigo (*). Nos re. vela cémo el Cid merecié, desde su infancia, el favor rea] gracias a su noble nacimiento, pues descendia de Lain Calvo, e! famoso juez castellano; nos dice cémo el nifio Rodrigo ve habia criado en la corte de Fernando I, con la infanta Urraca, y nos informa sobre varias guerras vencidas por el joven hé- roe, gracias a las cuales habia sacado de grandes apuros a su rey. Lg més famosa de estas guerras es una invasion en Francia, contra el emperador de los romanos, Enrique 111, y contra el papa Urbano, que pretendian imponer un tributo 2 Castilla, Rodrigo Mega con el rey hasta Tolosa, vence al conde de Saboya, logrando que, atemorizados el papa y el emperador, pidan 1a paz; aun el papa llega en su compla- cencia hasta tomar a su cargo la crianza de un hijo bastardo que el rey Fernando tiene con la hija del conde de Saboya Todo esto es absurdamente falso, sin el menor fundamento real, aunque haya querido buscérselo el historiador aleman Steindorf, y tan desenfadada falsedad forma un completo centraste con la exactitud histérica y geografica que hemos notado en el poema de Mio Cid. Por su parte, el poema de Mio Cid habla a menudo de la buena estrella del héroe, 0, con mis cristiana expresién, d¢ «la ayuda del Criador> que continuamente le asiste, y de 14 promesa de ventura que le hace el angel Gabriel; pero nunc habla de que el héroe tuviese ninguna virtud especial que | hubiese hecho merecedor de este favor divino, El autor del Rodrigo lend este vacio y quiso pintar al héroe caritativo grado heroico. Rodrigo no podia menos de ser devoto, ¥ 4 bia hacer su peregrinacion al famoso santuario de Santis? Volviendo de esta romeria, al legar al Duero, en el vado de Cascajar, Rodrigo encuentra a un pordiosero leproso. de a todos se apartaban con temor y asco 1 4 primers redaceiia de Redon nam we enmectia prinetonimante rer summon ent prone Wr el pustn incite tats inate rare BL milagro det leproso us ————— = a todos pidiendo piedad que le pasasen el vado; fos eaballeros escopian —¢ ibanse de L arredranda.., (') El héroe, queriendo consolar al pobre enfermo, se apea del caballo, le abriga con su propia capa, le lleva consiga, le da de comer en su mismo plato y le acuesta en su misrr cama. A medianoche, el repugnante mendigo se transfigura en San Lazaro radiante de gloria, el cual premia al héroc prometiéndole que tendrd victoria cierta siempre que sier una ealentura que, como soplo ardiente, le atravicse des 1 espalda al pecho; y envidndole su aliento, que le pasa ei cuerpo, San Lazaro desaparece. Rodrigo queda maravillado con aquella sefial de victoria, pues se halla en vispera de un gran combate singular. Esta leyenda es una poetizacién feliz del escalofrio que siente el guerrero al acercarse el momento de la lucha; seal fisiolégica del entusiasmo bélico, mas apropiada que la co vulsién de miembros con que anunciaba su valor cn la ba- talla don Garcia el Tembloroso de Navarra. Pero, por pottico que nos parezca este milagro del leproso, hemos de reconocer que no es sino un postizo tardio en la leyenda del Cid y ma! unido a ella; tan mal unido, que en ninguna de las grand: batallas del héroe se vuelve a recordar para nada ese aliento de San Lazaro precursor de victoria. Es un milagro origina- riamente extrafio al Cid. La terrible plaga de la lepra inspi- 16 varias leyendas piadosas cuyo objeto era excitar la cari- dad respecto a los leprosos, La que nos ocupa es del tipo los haggadas judaicos, recogidos en el Talmud; es decir, ui invencién novelesca destinada a declarar un texto biblico En el evangelio de San Mateo dice Cristo que el que albergs y viste a un pobre, alberga y viste al mismo Cristo, y esta ‘comparacién convertida en accién real produjo la leyenda que se aplicé a una porcién de varones 0 mujeres piadosos; por ejemplo, en Italia, el papa Leén VII hospedé a un leproso ave luego se transfiguré en Cristo; en Inglaterra, el rey Eduardo (0) Raton verses pertenecen a 1a redacciin posterior, de nie luego halareee™ ne Elementos que incorpora el nuevo cantar 2. ee el Santo, antes que el Cid, Llevé en su caballo y cubrié con su capa otro leproso, que después se mostré enviado del cielo, En fin, facil es comprender la conversién ulterior del pobre on San Lazaro, abogado contra la lepra. Todo esto nos confirma el cardcter tardio de las inven. ciones acogidas en el poema de Rodrigo, tan malamente te. nido por Rios y Dozy como anterior al Mio Cid. La aventura el leproso se ha querido hacer muy antigua en 1a leyenda del Cid, pues la refieren las actas del Concilio espafiol de Hermedes, que se dice celebrado en el afio 1160, es decir, unos veinte afios después de escrito el poema de Mio Cid. Pero es- tas actas conciliares son evidentemente falsas; y no hay nin- giin otro argumento que quite a la leyenda del Cid y el le- Proso su nota de tardia y mal adherida. Es buena muestra de cémo el nuevo cantar adornaba el vestido poético de su héroe con los despojos recogidos en otros vestuarios. El caballo era compafiero inseparable del caballero en todos los azares de la vida. Las costumbres antiguas dan de ello curiosas pruebas. En Espafa, en tiempo de Sancho el Mayor, los caballeros albergaban los caballos en las mismas cémaras en que tenian el lecho conyugal; la condesa, mujer de Garci Fernandez, era la encargada de dar el pienso al caballo de su marido, En Francia, Renaud de Montauban, antes de ma- tar a su caballo Bayardo, pasaria por matar a sus hijosi Y cuando Elias, el padre de Aiol, sabe 1a muerte de su caballo, se entrega a un acceso de dolor mas intenso que si le anun- ciaran la muerte de un pariente. Y hasta después de muert0 era honrado el caballo: sabido es que el del Cid fué enterr do a la puerta de la iglesia de Cardefia, en cuyo interior yacia el duefio. El caballo y la espada eran como la prolongacio® de las manos y los pies del caballero. eo de Mio Cid daba completa razén de ie ats eshadas del héroe, diciendo dénde las habia ganado ¥ aietabeaca te, ea > famoso ‘caballo Babieca lo empez A aaa, que el Cid lo fad le la accién, advirtiendo, sdlo de oe Sandy Sd ae, ene ee Dee ee Tot Esto no podia quedar asi para el Rodrig? Angedota det caballo Bableca Ne sy autor invents una anécdota que explicase a In vex el orte vay et nombre del caballo, Asi cuenta que cuando el Cid or de pocos affos, su padtrino le dié a escoger un potro de la yeguada, y como el nifio escogiese uno sarnoso, el padrino, enojado por tan mal acierto, dijo a su ahijado: «;Bableca, mal escogiste!»; pero el nifio sin vacilar persistié en au elec, cién: «Este seré buen caballo, y Babieca se lamaris. ‘f; cuentecillo da inverosimil longevidad al caballo, pues le hace companero de la nifiez del Cid a quien habra de sobrevivir; pero el Rodrigo no reparaba en estas inverosimilitudes, ni en otras mayores. Por iltimo, el earacter que domina en todo este poema, slosa 0 prélogo a los cantares viejos, se manifiesta también en el episodio mas importante del Rodrigo. El poema de Mio Cid habla a cada momento de dofia Jime- va, la mujer del héroe, sin decir de qué familia era ni cémo se habia casado. El autor del Rodrigo no dejara de dar estas noticias, y las dara todas de propia invencién, pues el viejo Poema sélo le suministraba el nombre de Jimena, sin afadir Siquiera el apellide paterno, que era Diaz; esto es, «hija de Diego». El Rodrigo, puesto a inventar un apellido, la supuso Jimena Gémez, hija de un conde don Gémez de Gormuz, y Cuenta luego cémo el joven Rodrigo, después de haber ma- tudo a este conde, llegé a casarse con la huérfana, Sobre csla invencién fabulosa volveremos en seguida. Pero antes insistamos atin en el cardcter general que ofrecen las ficcio- nes del Rodrigo. La anéedota de 1a infancia de Babieca unida a la infancia del héroe, y la historia del casamiento de éste, son la mis clara muestra del prurito que hay en el Rodrigo por preparar ¥ explicar los pormenores de la leyenda ya formada, tal co- ‘mo era conocida en su tiempo. Pero es que el pocma entero Po es mas que una introduccién a los cantares viejos; sewn venimos indicando, trata de enterar al piblico de los ante cedentes del héroe y de dar cuenta de una porcién de porme- vores descuidados 0 despreciados por los juglares de la edad aurea de la epopeya. Claro ea que, como obra tardin, escrits 14 Muestra ta decadencia det género épico cuando ya el recuerdo vivo de los sucesos cidianos so habs ia perdido, no tiene el cardcter histérico de los viejos cantare es una obra de pura imaginacién; ninguno de sus episodins tiene el menor fundamento en la vida real del héroe, Bs deci, que mientras los pocmas de los siglos x1 y x1 hunden sus raices en la realidad hist6rica, el Rodrigo toma su savia en ‘esos poemas viejos, a los cuales quiere servir de glosa. Esta transformacién en la naturaleza de los poemas no se da sélo en el caso que nos ocupa, sino que es Iey general de Ja poesia épica, Se observa més claramente que en la epo- peya castellana en la francesa, porque la decadencia de ésta fué muy larga y muy marcada con todos los caracteres de tal, en tanto que la decadencia de la epopeya castellana fué més répida y menos acentuada, Se comienza cantando las ha- zaiias mas notables de Guillermo de Orange en los poemas de Aliscans y del Couronnement de Louis, después, cuando estos poemas se vulgarizaron, un ;uglar pens6 en escribir las Enfances Guillaume (la palabra enjances equivale a la cas- tellana mocedades), en que se cuentan las primeras hazaiias de Guillermo, y entre otras, cémo gané en batalla su famoso caballo Baucent, y como se casé con Orable o Guiboure, la mujer que el antiguo poema de Aliscans habia dado a con0- cer como mas heroica que Guillermo, avergonzando al marido porque abandoné el campo de batalla, En suma, son unss Enfances Guillaume con caracteres analogos a las Mocedades de Rodrigo, dando las primeras ncticias del héroe, de su ca- ballo y de su mujer. Pero en Francia la decadencia agoté mas este procedimien to de prélogo y antecedentes. Cuando ya en una serie de poe- mas se habian aprovechado los incidentes de la vida de Gu'- Vermo, desde la cuna hasta el monacato y muerte, cuando ya el piblico se cansaba de Enfances Guillaume, Couronne- ment de Louis, Aliscans, Covenant Vivien, Moniage Guillau- , los juglares no querian dar por agotada la tierra que cultivaban, y acudian a cambiar su cultivo; entonces Fonian a inventar las hazafias del padre de Guillermo, Aim’ 11 de Narbonne, y luego las de su abuelo, Hernaut de Beau- me Primera noticia del «Rodrigos 116 Jande, ¥ las de su bisabuclo, Garin de Montglane; hazafiay de novisimo cuio, tan sin arraigo en Ia tradicién francesn que, por ejemplo, las del abuelo estin eopiadas en parte del poema castellano sobre el conde Fernan Gonzilez, Estas consideraciones_generales invalidan 0 redarguyen el argumento de Amador de los Rios en favor de la prioti- gad del Rodrigo sobre el Mio Cid, Segin Rios, el héroe en #8 mocedad, altivo, insolente y desmandado que nos pinta el Rodrigo, tuvo que ser cantado antes que el héroe desenga- Fado, prudente y comedido que nos ofrece el Mio Cid, pues: cree que en 1a vida literaria, como en a del hombre, la ju- ventud precede a la edad madura. Pero muy lejos de ser exacta esta semejanza, es de absoluta evidencia que ningin herve nitio fué cantado en profecia; es ley gencral a todos tos ciclos épicos, tanto a los de 1a epopeya espafola como a Jos de la francesa 0 a la de los pueblos del Norte, que cl curso el tiempo tratado en los diversos poemas del ciclo es inver. so al de la vida humana; el tiempo corre hacia atré hétoe antes desarrolla su edad madura, envejece y muc ¥ solo después nace y distruta los aiios juveniles. La gene. Tein también es inversa: el hijo con su renombre da vida Fostiea al padre y al abuelo, que sin él no serian conocidos, Pues no interesarian a nadie. ‘Tengamos, pues, por sentado que el Cid de la poesia vivin Primero su edad madura en el cantar de Mio Cid, y sélo muy tarde, al fin casi de su vida épica, lleg6 en el Rodrigo a dis frutar de la juventud y a celebrar sus bodas. Es simplemen- ‘= un absurdo literario colocar el Rodrigo en el periodo de Stigenes de 1a poesia castellana, como hacen todavia muchos Manuales y muchas Antologias. La primera noticia que del Rodrigo tenemos se halla en a Crénica General de 1344, crdnicn desconocida de Amador de los Rios y de Mild, pues s6lo hacia 1895 tuve lu fort nae identificarla y empezar a darla a conocer, los estudios ae Varios tipos de Crénicas Generales que entonces pile ate tran que el Rodrigo exa desconocide por los autores de Primera Crénica General, que, mandada componer P ug Episodio del casamiento de Jimena fonso el Sabio, se continuaba en el afio 1289; por lo tanto, con. tra lo que Mila afirmaba, la primera aparicién del Rodrigg en las crénicas no pertenece al siglo xm, sino al xav, al aho 1344, Esa Crénica de 1344 incluye, reducido a prosa, el relato en- ero del Rodrigo, del cual vamos a entresacar Jo que refiere tespecto al casamiento del héroe con Jimena. Pero desde luc- go sera conveniente una adverten no esperemos hallar en este relato alguna escena de amor impregnada de caba- Meresco espafiolismo, porque no hallaremos sino una confir- macion de la inhabilidad con que la epopeya antigua solia tratar los afectos del corazén; slo hallaremos un germen que apenas eché su primer tallo; en tan pobre desnudez nadie podré sospechar las perfumadas flores que brotaran andando el tiempo. Cuenta la primera redaccién del Rodrigo contenida en la Crénica de 1344, que enemistada la casa de Vivar con el conde D. Gémez, sefior de Gormaz, vinieron ambos bandos a una lid en la que Rodrigo maté al conde. Una hija del muerto, dofia Jimena Gémez, se presenta ante el rey, e hincadas las rodillas, le dice: «Rey, yo soy 1a hija menor del conde D. Gé- mez, al cual maté Rodrigo de Vivar; dame a éste por marido, pues bien sé que Megara a ser el mayor vasallo de vuestro reino, y si me otorgais este casamiento, yo le perdonaré el homicidio que ha cometido» El rey, acogiendo este ruego, envié cartas a Rodrigo para que viniese a Palencia; y cuan- do Megé el joven, le enteré de la demanda y del perdén de Jimena, cosas ambas que fueron acogidas con gratitud por Rodrigo. Entonces el rey hizo venir al obispo de Palencia y el desposorio se celebré inmediatamente. Recibidos mul- titud de dones del monarca, Rodrigo torna a su casa con sv esposa; alli jura que nunca se vera con su mujer en yermo ni en poblado hasta que venza cinco batallas campales) y- encomendando a su madre el cuidado de Jimena, él se Va a la frontera de los moros. Esta anécdota no tiene el menor fundamento histérico en ta vida del Cid. La doa Jimena que nombra el cantar de Es un tejido de lugares comunes 417 Mio Cid no contradice en nada la doa Jimena histérica, que era Jimena Diaz, hija del conde Diego de Asturias y mujer de estirpe real, sobrina de Alfonso VI. El Rodrigo yerra, co- mo hemos dicho, en lamarla Jimena Gémez y en suponerla hija de un don Gémez de Gormaz, personaje que jamais exis- ti6. Por lo demas, todos los pormenores de la anéedota que scabamos de referir son lugares comunes de la literatura narrativa. Segin veremos en la refundicién versificada de que hablaré en seguida, cuando la gente de Diego Lainez aplaza una lid con la del conde de Gormaz, Rodrigo, que no tenia sino 12 afios y nunca habia estado en batalla, siente Su corazon inquieto que le lama al combate, y, aunque su Padre no queria, él formé parte de los lidiadores de Vivar. Este primer ardor bélico del héroe hallase en varias Enfan- ces; por ejemplo, en la Chanson d’Aspremont, Roldan ni * escapa a la pelea burlando Ja vigilancia de los que le cui- daban; y en el Covenant Vivien, el nifio Guichardet, sobrino Ge Guillermo de Orange, dejado solo en casa, cuando todos van a la batalla, se hace armar caballero por su tia, y marcha 4 lidiar contra los paganos. En segundo lugar el rasgo|eseneial de la. anéedota del Ro- arigo consiste en que Jimena se presente en Ia corte del rey 4 Pedirle marido, Segin las costumbres antiguas, cuando una Goncella noble quedaba huérfana, se dirigia al rey, solicitan- o un matrimonio que le compensase In pérdida del padre. Asi sueede en la chanson del Depart des enfants Aimeri: en el palacio del rey Carlos entra Elisende, la hija de Yon de Gascufia, recién muerto, y dice al rey: «Setior, mi padre ha Muerto y vengo a pediros marido>; entonces el rey, dirigtién “ose a Beuves, hijo de Aimeri, pretendiente de feudos y tie- tras, le dice: «Toma a esta doncella por mujer y vete>; eh “eguida Uama al obispo, quien alli mismo los casa. Ln esceno © bien semejante a la del casamiento de Rodrigo y Jimena Por el obispo de Palencia, pero en la chanson francesa falta 'o mas caracteristico de la castellana: que el novio sea lv micida ofensor de la novia. Esta situacion se halla en la le Yenda del apéstol traidor, en la sombria leyenda de Judas 118 Un germen de conflicto dramético Pste mata a su propio padre sin conocerle; la viuda del muer- to acude a pedir justicia, y Pilatos (0 la mujer de Pilato) la casa con el matador, para que éste compense el homicidio que cometié, La situacién es la misma en la leyenda de Ro igo que en la de Judas, si bien en ésta se complica con | racesto, copiado de la fabula de Edipo. Asi, pues, el episodio del casamiento de Rodrigo y Jimena se compuso orginariamente de la simple combinacién de va rios lugares comunes: la mujer que pide remedio a su orfan- dad; el matrimonio como compensacién de un homicidio; el omicida ofensor de su nov Dificilmente se podra descu- brir en el poema de las Mocedades de Rodrigo el germen de toda la poesia con que después florecié este episodio en el teatro; sin embargo, no creamos que cl juglar desconocia e! ulcance artistico de la anécdota que inventaba. Aunque no se paré a desarrollar su invencién, se ve que, sin necesidal de haberlo aprendido en Aristételes, percibia bien lo dra- matico del conflicto suscitado en el alma de Jimena por la suma de afectos y deberes tan opuestos como el rencor de tn homicidio y el deudo del matrimonio. Igual falta de des: srrollo encontramos en otra invencién algo semejante de 1 leyenda de Fernén Gonzalez; cuando éste fué preso en Na- varra ya tenia hijos de la princesa de ese reino, pero los ju- glares supusieron que estando en la prisién, habian empe7a- Co sus amores con la princesa, y supusieron también que ¢! padre de ésta habia sido muerto por el conde. Y, sin embar- go, el autor del poema no sacé tampoco ningiin partido de esta dltima circunstancia, que no podemos suponer invents Ca sin intencién artistiea, por simple capricho de apartars* oe las noticias histéricas. Reconozcamos, pues, que el autor del Rodrigo tuvo el mérito de haber depositado un germen ve conflicto dramatico en el episodio del casamiento de s¥ éroe. Veamos ahora cual fué la suerte ulterior de tal invenci: Nie este poema de Rodrigo, prosificado en la Crénica de 1344 Redaceién posterior det «Rodrigo> 119 ceeemas ademas una redaceién posterior aa verso (1), que psrribuyo a comienzos del siglo xv. En ella el argumento Sufre algunas variaciones. peeeil preocupacién del refundidor fué la de agrandar las hazafias del héroe; por ejemplo, aunque ya era una de més que mediana importancia la derrota del emperador y el ropa, segiin la antigua redaccion, cuando Rodrigo entraba, Francia adentro, hasta Tolosa, parecié esto poco al refundi- dor, ¢ hizo avanzar al héroe hasta Paris, donde se encuen- tran reunidos el emperador, el papa y el rey de Francia; ante todos Rodrigo se llega a golpear con la mano las puertas se la ciudad, desafiando a los doce pares; atemorizados los ae adentro, piden la paz. Debemos de reconocer que si es muy lamentable ver el sspiritu altamente histérico de la antigua epopeya castellana alropellado por la irrupcién de tan fabulosas aventuras, gra- cas a ellas los antiguos temas, narrados en forma demasiado sobria y deslucida, se habilitaban para ser saboreados por las ruevas generaciones, avidas de mas extraordinarias proczas, lectoras de libros de caballerias; ‘téngase en cuenta que el Amadis, aunque no se habia propagado por todas las literatu- fas: de Europa, era ya lectura favorita de los jovenes caste *@nos, aun de los que después habian de ser hombres tan sesudos como el Canciller Pero Lépez de Ayala. Ademas, el autor de la refundicién del Rodrigo, no sdlo hizo ‘nds novelesea la trama del poema, sino que modified profun- damente el caracter del héroe. Preocupése de hacer resaltar el valor personal de Rodrigo *xaltndole exageradamente sobre cuantos le rodean; pero lo hizo, mas que en nada, dando siempre al héroe un lenguaje descomedido y altanero. Apenas abre la boca Rodrigo sino Para decir una insolencia, una baladronada o un insulto; y menos mal si esto fuera sdlo cuando habla con cl emperador de Alemania 0 con el Papa; pero igual tono emplea con sus: Parientes, y, mas atin, con el rey de Castilla. Este hace siempre 1) Puuiteada en ta Bibtoteca de Autores Rspaoter, toms XVI nH 120 Brito de esta redaceién tardia tun papel desairado junto al impetuoso joven, que ofa meri, precia a su rey, teniéndose por deshonrado en besarle ia many, ora le niega el quinto del botin, debido por derecho al suize iano; ora le aconseja y manda como a un mentecato, a quicr, se trae y se lleva sin miramiento; y el pobre rey pasa por tid, y acepta cada imposicién diciendo humildemente «Yo lo fago Rodrigo por non te salir de mandados Por afable que el rey se muestre, Rodrigo siempre le habla con altivez; y hasta cuando le va a dar un buen consejo, lo introduce con palabras descorteses: «Rey, mucho me place porque no s6 tu vasalloy En suma, exagerando de tal modo la caracterizacién del héroe, el autor de la refundicién no estuvo afortunado; per cu tipo hizo fortuna, Fué el Cid joven grato al Romancero, que amenazado por el Papa con excomunién le contestard Si no me absvlveis el papa seriaos mal contado, que de vuestras ricas ropas _cubriré yo mi caballo, Y el Papa al oirle, le da una ridicula absolucion: Yo te absuelvo Don Rodrigo, yo te absuelvo de buen grado Este mismo tipo introdujo el refundidor del Rodrigo en nuestro episodio del casamiento, aunque parezca dificil que en tal episodio puedan tener cabida tales desplantes. Segin la primera redaccién del poema contenida en |a Crénica de 1344, el rey, a la demanda de Jimena, escribe carta» a Rodrigo para que venga a Palencia, a tratar cosas de 6! provecho; a Rodrigo le plugo mucho con las cartas, y se dir!- £i6 alld con doscientos caballeros sus parientes; el rey le sale a recibir con tanta honra que desperté la envidia en algunos condes enemigos del héroe. La redaceién versifieada cambla totalmente el tono de esta tranquila eseena, en otro de vy lencia y desacato; porque, como acabamos de decir, el joven héroe no puede ni un momento dejar de ser insolente y rebelde. Supone, pues, que cuando el rey llama a Rodrigo penss: casarle con Jimena, Diego Lainez, el padre del joven, so cha que es para castigar la muerte del conde Lozano: Témome de aquestas cartas que anden con falzedad, edesto los rreys muy malas cortumbres han. Al rey que vos servides _—_servidlo muy sin art, mas asi vos guardat de él como de enemigo mortal. Para los nobles rebeldes y levantiscos, estos Uamamientos del rey era siempre de recelar que encubrian la intencién de un castigo. Famoso era en las crénicas el iamamiento de Ordofio IT a los cuatro condes castellanos, a quienes hizo venir 2 su palacio para matarlos; en la memoria del juglar y de sus cyentes estaba atin bastante reciente el recuerdo del compor- tamiento semejante que Alfonso XI tuvo con Don Juan e! Tuerto, o don Pedro el Cruel con el infante don Fadrique. Mas era deber preciso del vasallo acudir a todo llamamien del rey, y asi Diego Lainez obedece las cartas; Rodrigo, e Pero, quiere que su padre vaya bien acompafiado, para lo cual, no creyendo bastantes los doscientos acompafiantes de la redaccién primitiva, toma trescientos, y con ellos, en son de guerra, se dirige a ver al rey, profiriendo amenazas contra él si intenta algiin castigo. Tan airado va el joven, que al entrar én la ciudad todos se alejan espantados, reconociendo en él al ‘que maté al conde Lozano: Todos dicen: ahé aqui el que maté al conde Lozano. Habien muy gran pavor de él —-€ muy gran expanto. Al llegar a palacio, Diego Lainez besa la mano al rey, com’ estaba obligado a hacer todo vasallo a su sefior; Rodrigo, © Pero, no quiere dar esta debida muestra de acatamiento A! 122 ujBste no es un hombre sino un demonio!y fim, sin duda amonestado por su padre (aqut faltan versoy go el manuserito), el joven hinea la rodilla para besar la mare Fero su espada larga asusta al rey, que le rechaza, y Rodrig, le desprecia piblicamente: eme importa un ardite ser vue, vasallo, porque os besé 1a mano mi padre me siento pesaroga, Porque vos la besé mi padre soy yo mal amancellado, Entonces el pobre rey, echindolo todo a buena parte, dijo +1 conde Osorio: «traedme acd esa doncella y desposaremos a este insolente», El conde trajo de la mano a la doncella, la cual buscando con su mirada a Rodrigo, dijo gozosa al rey: sSefior, gracias muchas os doy, pues éste es el que yo os he pedido». Y alli mismo fueron desposados. Pero el joven héroe ni aun con Jimena sabe ser comedido, y en vez de recibir con agrado a la hija de su victima (segtin hace la antigua redae- cién prosificada en 1344) paga muy mal la alegria de la novia. Rodrigo respondié safiudo contra el rey don Fernando: Sefior, vos me desposastes mds a mi pesar que de grado; ‘mas prométolo a Cristus que non vos bese la mano, nin me vea con mi esposa en yermo ni en poblado, fasta vencer cinco batallas, en buena lid en el campo. El rey, maravillado al oir esto, exclama; «jéste no es un hombre sino un demonio!> Tal es 1a mejor alabanza que el juglar concibe para su héroe y de igual modo todos los venci- dos por éste expresan también su admiracién repetidas veces: «éste es un diablo», Este endiablado mozo, a quien ni ley ni rey imponen el me- nor respeto, seria de desear que fuese menos inoportuno en tus desplantes, y que los prodigase menos, pero queramos 6 no, domina y encanta la imaginacién. El pueblo se encarifid con la figura de este joven altive y la conservé en la tradicién Gel romancero, segiin ya hemos notado. En especial recordé algo del trozo que acabamos de analizar El piiblico ante el cual se cantaba esta larga refundicién Gel Rodrigo, debia saborear el brio y la emocién que el poeta Cabalga Diego Lai a= - 123 puso en el mal pergenado episodio del casamiento; interrumpi- Fa con aplausos la singular escena del besamanos frustrado, ¢ insistentemente se haria repetir el trozo aplaudido; acabada Ja recitacion, la gente, después de despedir al juglar, con la generosidad posible de dinero y algunas ropas 0 alhajas, se cispersaba canturreando los versos repetidos, propagandolos por todas partes. ¥ he aqui que estos versos popularizados forman la base de lo que se lama un romance popular o viejo, que trasmitido, luego de generacién en generacion nos trae hasta hoy el cao! de los aplausos mas asiduos que lograba el canto de los juglares, levado por el viento cinco siglos ha. He aqui qué forma tan brillante conservaba atin este frag- mento en la memoria del’ pueblo espafiol a principios del siglo xvi: Cabalga Diego Lainez al buen rey besar la mano, consigo se los Wevaba _los trescientos hijosdalgo; eatre ellos iba Rodrigo, _ el soberbio castellano. Todos cabalgan a mula, _solo Rodrigo a caballo; todos visten oro y seda, Rodrigo va bien armado; todos guantes olorosos, Rodrigo guante mallado; todos con sendas varicas, Rodrigo estoque dorado; todos sombreros muy ricos, Rodrigo casco afinado, yencima del casco leva un bonete colorado. Andando por su camino unos con otros hablando, allegados son a Burgos, con el rey han encontrado. Los que vienen con el rey entre si van razonando; unos lo dicen de quedo, _ otros lo van publicando: —Aqui viene entre esta gente quien matd al conde [Lozano. Como to oyera Rodrigo en hito los ha mirado con alta y soberbia voz _— de esta manera ha hablado® Si hay alguno entre vosotros su pariente o adeudado que le pese de su muerte, salga luego a demandallo; yoselodefenderé quieraa pié quiera a caballo, - Todos dicen para si: jQue te lo demande et diablo

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