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Beatriz Sarlo UNA MODERNIDAD PERIFERICA: BUENOS AIRES 1920 Y 1930 Ediciones Nueva Visién Buenos Aires 809.5 Sarlo, Beatriz SAR Una modemnidad periférica: Buenos Aires 1920-1930 - 1" ed. + 3! reimp. - Buenos Aires: Nueva Vision, 2003. 248 p., 23x15 cm - (Cultura y Sociedad) 1.$.B.N. 950-602-163-5 |. Titulo - 1. Critica literaria En la Tapa: Estacién ferroviaria (En la lejania) Grabado sobre linoleum, 0,16 x 0,16 de Félix Eleazar Rodriguez Toda reproduccién total o parcial de esta obra por cualquier sistema -incluyendo el fotocopiado—_que no haya sido expresamente autorizada por el editor constituye una infraccién a los derechos del autor y sera reprimida con penas de hasta seis afos de prisién (art. 62 de la ley 11.723 y art. 172 del Cédigo Penal). © 1988 por Ediciones Nueva V: Republica Argentina. Queda hec en la Argentina / Printed in Arges: n SAIC, Tucumén 3748, (1189) Buenos Aires, e! depésito que marca la ley 11.723. Impreso NTRODUCCION Todo libro comienza como deseo de otro libro, como impulso de copia, de robo, de contradiccién, como envidia y desmesurada confianza. En mi caso, hubo dos: Fin-de-siécle Vienna, de Carl Schorske y All that is solid melts into air, de Marshall Berman. Se mezclaban, sin duda, con mis obsesiones anteriores mas persisten- tes: Barthes, Williams o Benjamin, cuyos textos recorro al azar, en esos momentos en que un material se resiste a organizarse, las no- tas del dia anterior parecen un conjunto de trivialidades, y todas las ideas exhiben la rancia obviedad de una libreria de viejo. A ellos vuelvo precisamente cuando no sé adénde ir, cuando para decirlo con las palabras con que lo pienso, no se me ocurre nada. Schorske y Berman fueron, primero, libros que lef casi fascinada y sin hacer esfuerzos para romper una relaci6n lisa y homogénea, identificatoria y admirativa. Después, me di cuenta de que me im- presionaron precisamente por aquello que los ubicaba fuera de las modas intelectuales (es posible que hoy ya sean, o hayan sido y es- tén dejando de ser, libros de moda). Ambos postulaban un cierto sentido de unidad, de relacion, incluso de causalidad: frente a la crisis de las perspectivas globales, y sin ninguna inocencia, los dos se proponian la reconstruccién de un mundo de experiencias a tra- vés de los textos de la cultura. En este sentido, tanto Schorske co- mo Berman me indicaban una salida en un momento en que yo, li- teralmente, no sabia para dénde tomar. La insatisfaccion frente a mi actividad como critica, de la que a veces hago responsable a la critica y a veces a mf misma, habfa alcanzado un punto que me imponfa alguna decisi6n. Drasticamente, pensaba: dejo la critica li- teraria para salvar mi relacion con la literatura. Pero, después de esta resolucién, ,qué? Renunciaba a lo que creia saber, porque ese saber no me interesaba; me veia en la situacion de no ser ya una critica literaria, en sentido estricto, pero entonces, ;qué era? Volvi a los libros que mencioné antes. Tanto Schorske como Berman me impresionaban por la forma desprejuiciada con la que entraban y salian de la literatura, interrogandola con perspicacia pero sin demasiada cortesia. Lectores ejemplares, sab{an que en la literatura, como en el arte o en el disefio urbano, podian descubrir- se las huellas, y también los pronésticos de las transformaciones sociales. Sabian también que asf como la literatura habla de todo, textos no propiamente literarios recurren a los procedimientos ar- tisticos para dar una forma a sus figuraciones, a sus historias, a sus juicios sobre el presente o sus proyectos de futuro. Desde esta perspectiva lee Berman el Manifiesto comunista, como proclama de la modernidad literaria y filosofica. También Schorske somete a una lectura critica, en todos los sentidos, la Interpretacion de los suefios de Freud: psicoanalisis en clave sociohistorica. Ambas lec- turas pueden ser objeto de debate y, sin embargo, tan diferentes, las dos tienen en comun el hecho de que asaltan sus textos por donde menos se piensa, buscando Ja estética en Marx, la politica en Freud. Son lecturas irrespetuosas, que no se ajustan a un reper- torio de preguntas ni responden al paradigma de lo que se puede hacer y lo que no se puede hacer con los textos: los amasan, Jos desordenan, como decia Barthes: les cortan la palabra. Practican una especie de libre juego rabelaisiano, distinto de un disciplinado amor critico. El subtitulo del libro de Berman es “La experiencia de la mo- demidad”, Schorske también se propone el registro practico y sim- bdlico de las transformaciones en los hombres y mujeres que las provocan o las padecen. De algtin modo, se produce una restituci6én del sujeto y también del autor (historiador-ensayista) que incluso, como Berman, utiliza una exasperada primera persona: cuenta la historia de-su barrio, el Bronx, tal como la recuerda cuando sus ca- sas comienzan a caer bajo la piqueta modernizadoray las autopistas dejan a su paso desiertos de escombros. Para Berman, ser moderno es ante todo una experiencia, la de la “la vida como un torbellino, la de descubrir que el mundo y uno mismo estén en un proceso de desintegracién perpetua, desorden y angustia, ambigiiedad y con- tradiccion”. La reconstruccién de una experiencia ordena (0 desor- dena) su lectura del arte. En realidad, podria decirse que el presu- puesto de Schorske y Berman es que una historia se cuenta con tramas compuestas de escenarios, sujetos, discursos y practicas. Pe- ro, ademds y fundamentalmente, que hay una historia para ser contada. De allf la heterogeneidad de enfoques que caracteriza a ambos libros, esos saltos que describen elipsis rapidas para detener- se enseguida en un detalle que adivinan significativo. Cambian, desprejuiciadamente, de perspectiva y de foco. 8 Me preguntaba, para volver a esa perplejidad disciplinaria de la que salié este libro, cudles habfan sido las lineas con que habia venido trabajando en los tltimos afios. El conjunto es dificil de justificar punto por punto y, sin embargo, estoy convencida de que tiene una coherencia subterranea que, por cierto, yo no produ- je. Los nombres que anoté al principio y otros: Barthes, Sartre en muchos de los ensayos de Situaciones y en El idiota de la familia, Benjamin, algunas paginas de Lévi-Strauss junto a otras de Halpe- rin Donghi, Antonio Candido, Hoggart, Williams, Thompson, Ginz- burg, Hayden White. Una mezcla, sin duda, tan compuesta como la que, en mi hipdtesis de este libro, caracteriza a la cultura argentina. Allf esta el campo del saqueo 0, como se decfa antes, de las “deu- das intelectuales”. Como sea, se tienen estos u otros libros en la cabeza cuando se empieza a trabajar y, sobre todo, cuando llega el periodo feliz e in- feliz de la escritura. Creo que, fundamentalmente, instigaron la li- bertad de interrogacién frente a discursos diferentes; sobre la cul- tura, la literatura y el arte se puede hablar de muchos-modos, en contra de las disposiciones de una policia epistemolégica que ope- re en nombre de la estética, el erotismo, el poder del lenguaje y cualquier otra aura moderna o postmoderna. Deliberadamente, entonces, escribf un libro de mezcla sobre una cultura (la urbana de Buenos Aires) también de mezcla. No sé aqué género del discurso pertenece este libro: si responde al régimen de la historia cultural, de la intellectual history, de la historia de los in- telectuales o de las ideas. Esto me preocupé poco mientras estaba trabajando; pero, al mismo tiempo, tenfa una certeza: usaba algu- nas de las estrategias de la critica literaria, desentendiéndome de sus regulaciones mds estrictas: habfa aprendido a leer de cierto modo y no podfa, ni querfa olvidarlo, Eso era todo. Quisiera que el libro resultara un conjunto tan poco ortodoxo como mi actitud durante su escritura. Me habia propuesto entender de qué modo los intelectuales argentinos, en los afios veinte y treinta de este siglo, vivieron los procesos de transformaciones urbanas y, en medio de un espacio moderno como el que ya era Buenos Aires, experimentaron un elenco de sentimientos, ideas, deseos muchas veces contradictorios. Me importaba responder las preguntas que, en este sentido, le hacia a los textos y practicas culturales; me im- portaba tanto como comprobar y demostrar, imaginar razones, re- construir aquellas dimensiones de la experiencia frente al cambio cuyas huellas, muchas veces cifradas, enigmaticas 0 contradictorias aparecen como trazos y recuerdos en Jos textos de una cultura. AGRADECIMIENTOS Bajo este titulo convencional, figuran personas e instituciones que en verdad me ayudaron, de maneras muy variadas, desde el co- mienzo de este trabajo: dentro del CISEA, un espacio donde es posi- ble sentirse integrado y diferente, mis compafieros del PEHESA: Leandro Gutiérrez, Juan Carlos Korol, Luis Alberto Romero e Hil- da Sabato. El Woodrow Wilson Center, de Washington, me permi- tid, durante cuatro meses, dedicarme completa y pacificamente a mis borradores, con el beneficio suplementario de un contacto co- tidiano con Richard Morse, secretario del programa latinoamerica- no de ese centro. Como investigadora del CONICET, éste fue mi primer proyecto, cosa que no debe extrafiar ya que recién en 1984 muchos de nosotros pudimos entrar a formar parte de ese organis- mo. Intelectual y afectivamente siguen siendo imprescindibles mis amigos e interlocutores de] Club de Cultura Socialista, Punto de Vista y La ciudad futura, entre quienes estan Carlos Altamirano, que ley6 y criticé algunos capitulos; y Rafael Filippelli, a quien quisiera dedicar, en particular, todo lo que aqui se dice sobre las vanguardias. Capitulo I BUENOS AIRES, CIUDAD MODERNA “Brizada de torres, la ciudad proclama en la altura el vigor de un pueblo. Ya tiene la corona gris de las grandes metropolis, gris de humo “fundido con gris de nubes—, como Londres, como Paris, como las gigantescas urbes del mundo; ese humo que se cierne hasta sobre las barriadas aristocraticas, hoy sacudidas también por el dinamismo caracteristico del pueblo por- tefio.” Caras y Caretas, octubre de 1930 Las figuras masculinas y femeninas suman elementos geométricos planos: circulos para las cabezas, rectangulos para los cuerpos y las extremidades. Cuatro arriba, tres abajo, flotan en un espacio abs- tracto, donde se distribuyen sin efectos de perspectiva, excepto en lo que concierne a su tamafio. Las siete cabezas tienen un remate distinto: bandas angostas, medias lunas, flechas, 6valos, ondas rigi- das que caen hasta el filo de los hombros, insignias. Los cuerpos también exhiben bandas coloreadas y transparentes que los dife- rencian, por las formas y los tonos. En el espacio donde navegan, sin apoyarse en ningtin plano sélido, en ninguna linea, hay estrellas de David, cruces gamadas, soles partidos por la mitad. Dos de las figuras Hevan banderas irreconocibles. En otro espacio marino o interestelar ondula el drag6én, entre estrellas de cinco puntas. Sobre su lomo hay transatlanticos, faros iluminados, pescados con banderas, figuras vagamente humanas, cuyas cabezas rematan en insignias: la chilena, la peruana, la brasi- lefia, la uruguaya, la argentina. Un paisaje urbano ordena sus edificios rectangulares en dos grandes bloques; tres edificios tienen ojos y nariz; de otros cuatro salen banderas no identificables, excepto la que lleva los colores de Espafia. En la parte inferior, un reptil geométrico y metalico, con cuatro pies y cabeza humana, lleva sobre su créneo un hominculo de varias piernas. La cola expele circulos negros hacia un recténgu- lo verde, donde apoya una cabeza de mujer. Sobre un paisaje fracturado vuelan las modernas quimeras: hom- 13 bres-aeroplano, con cabezas de pdjaro y chimeneas por cuerpo; brazos y patas embutidos en planos transparentes dan impulso a las mdquinas humanas, cuyos pies se han transformado en ruedas; de los vientres se proyectan escaleras y anclas; en los cuellos se insertan las hélices. El paisaje urbano esté formado por rectangulos superpuestos; algunos tienen un enorme ojo abierto en el angulo superior; de otros salen veredas 0 calles, que arrancan de arcos tradicionales de medio punto. Sobre cilindros, dos hombrecitos sentados y, en primer plano, un icono semihumano muestra su cola de drag6n 0 de serpiente. Todas las superficies, perfectamente definidas, estan atravesadas por I{neas horizontales. Un rostro, mitad hombre, mi- tad mujer, se recorta contra el espacio transparente donde flotan grafismos; salen cintas de la parte superior de la cabeza y otras cin- tas suben desde la base del cuadro. Hay un rastro de caricatura en las dos medias sonrisas y una cualidad plana evoca al mismo tiem- po la pintura de los primitivos y las historietas.+ Xul Solar expone algunos de estos cuadros en Buenos Aires. En 1924, en el Salon Libre; en 1925, en el Salon de los Independien- tes; en 1926, en Amigos del Arte, junto con Petorutti y Norah Bor- ges; en 1929, en Amigos del Arte, nuevamente, esta vez con Berni. Invent6 el neocriollo, la panlingua, la escritura pictérica; trajo a Buenos Aires, segtin Borges y Pellegrini, el expresionismo aleman y Paul Klee; piensa que la astrologia puede explicar la jerarquia y el movimiento oculto del mundo. Los drdenes lo obsesionan: modifi- car el juego de ajedrez o el tarot, cambiar el disefio de las notas musicales 0 el de la casa funcional moderna. Como en sus cuadros, Xul sefiala, identifica, combina, geometriza y mezcla. Siempre vi estos cuadros de Xul como rompecabezas de Buenos Aires. Mas que su intencién esotérica o su libertad estética, me impresionaron su obsesividad semi6tica, su pasion jerérquica y geo- metrizante, la exterioridad de su simbolismo. Buenos Aires, en los veinte y los treinta, era el anclaje urbano de estas fantasias astrales y en sus calles, desde el ultimo tercio del siglo XIX también se ha- blaba una panlingua, un pidgin cocoliche de puerto inmigratorio. 1 Xul Solar, “Ronda” (1925), “Otro drago” (1927), “Dos mestizos de avion y hombre” (1935), “Pais duro en noche clara” (1923), “Una pareja” (1924), reproducidos en Xul Solar; 1887-1963, Paris, Musée d’Art Moderne de la Vi- lle de Paris, 1977, prologo, “Xul Solar, explorateur d’arcanes”, por Aldo Pellegrini. Jorge Sarquis une a Xul Solar con el espiritu moderno en arquitec- tura que comienza a desplegarse en Buenos Aires en la década del veinte. Véa- se: Jorge Sarquis, “El momento de la modernidad; 1920-1945”, Buenos Ai- res, 1986, mimeo. También es interesante el ensayo de Alfredo Rubione: “Xul Solar: utopia y vanguardia”, Punto de Vista, ne 29, abril de 1987. 14 Xul habia aprendido en Europa, adonde viajé en 1903 y de donde tegresa en 1924, el lenguaje y las experiencias de la vanguardia. Buenos Aires era un espacio donde esas formas de mirar podfan seguir despleg4ndose. Muchas cosas habfan sucedido en esos veinte afios que ocupan el viaje europeo de Xul y averiguar cudles fueron algunas de las respuestas frente al cambio es el propésito de este li- bro. Lo que Xul mezcla en sus cuadros también se mezcla en la cultura de los intelectuales: modernidad europea y diferencia rio- platense, aceleracién y angustia, tradicionalismo y espiritu renova- dor; criollismo y vanguardia. Buenos Aires: el gran escenario lati- noamericano de una cultura de mezcla. “Caida entre los grandes edificios cibicos, con panoramas de pollo a ‘lo spiedo’ y salas doradas, y puestos de cocaina y vestibulos de teatros, jqué maravillosamente atorrantaes por la noche la calle Corrientes! jQué linda y qué vaga! (...) la calle vagabunda enciende a las siete de la tarde todos sus letreros luminosos, y enguirnaldada de rectdngulos ver- des, rojos y azules, lanza a las murallas blancas sus reflejos de azul de metileno, sus amarillos de acido picrico, como el glorioso desaffo de un. pirotécnico. Bajo esas luces fantasmagoricas, mujeres estilizadas como las que dibu- ja Sirio, pasan encendiendo un volcan de deseos en los vagos de cuellos duros que se oxidan en las mesas de los cafés saturados de jazz band’. Vigilantes, canillitas, ‘fiocas’, actrices, porteros de teatros, mensajeros, revendedores, secretarios de compafiias, comicos, poetas, ladrones, hombres de negocios innombrables, autores, vagabundos, criticos tea- trales, damas del medio mundo; una humanidad unica cosmopolita y extrafia se da la mano en ese desaguadero de la belleza y la alegria (...) Porque basta entrar a esa calle para sentir que la vida es otra y més fuer- te y mas animada. Todo ofrece placer. (...) ¥ libros, mujeres, bombones y cocaina, y cigarrillos verdosos, y asesinos inc6gnitos, todos confrater- nizan en la estilizacion que modula una luz supereléctrica.” “Algunos purretes que pelotean en el centro de la calle; media docena de vagos en la esquina; una vieja cabrera en una puerta; una menor que soslaya la esquina, donde est la media docena de vagos; tres propieta- rios que gambetean cifras en didlogo estadistico frente al boliche de la esquina; un piano que larga un vals antiguo; un perro que, atacado repentinamente de epilepsia, circula, se extermina a tarascones una co- lonia de pulgas que tiene junto a las vértebras de la cola; una pareja en Ia ventana oscura de una sala: las hermanas en la puerta y el hermano contemplando la media docena de vagos que turrean en la esquina. Eso es todo y nada més, Fuleria poética, encanto misho, el estudio de Bach o de Beethoven junto a un tango de Filiberto o de Mattos Rodriguez.”? 2 Roberto Arlt, “Corrientes por la noche”, en Daniel Scroggins, Las aguafuer- tes portenas de Roberto Arlt, ECA, Buenos Aires, 1981, pp. 147-8. “Silla en 15 Buenos Aires ha crecido de manera espectacular en las dos pri- meras décadas del siglo XX. La ciudad nueva hace posible, litera- tiamente verosimil y culturalmente aceptable al flaneur que arroja la mirada anénima del que no sera reconocido por quienes son observados, la mirada que no supone comunicacién con el otro, Observar el espectdculo: un fidneur es un mir6n hundido en la es- cena urbana de la que, al mismo tiempo, forma parte: en abismo, el flaneur es observado por otro flaneur que a su vez es visto por un tercero, y... El circuito del paseante anénimo sélo es posible en la gran ciudad que, mds que un concepto demogréfico o urban{stico, es una categoria ideologica y un mundo de valores. Arlt produce su personaje y su perspectiva en las Aguafuertes, constituyéndose él mismo en un flaneur modelo. A diferencia de los costumbristas anteriores, se mezcla en el paisaje urbano como un ojo y un oido que se desplazan al azar. Tiene la atencion flotante del flaneur que pasea por el centro y los barrios, metiéndose en la pobreza nueva de la gran ciudad y en las formas mas evidentes de la marginalidad y el delito. En su itinerario de los barrios al centro, el paseante atraviesa una ciudad cuyo trazado ya ha sido definido, pero que conserva todavia muchas parcelas sin construir,3 baldios y calles sin vereda de enfrente. Sin embargo, los cables del alumbrado eléctrico, ya en 1930, habfan reemplazado los antiguos sistemas de gas y kerosene. Los medios de transporte modernos (sobre todo el tranv{a, en el que viaja permanentemente el paseante arltiano) se habian expan- dido y ramificado; en 1931, en medio de un escdndalo denunciado por algunos periédicos, se autoriza el sistema de colectivos. La ciu- dad se vive a una velocidad sin precedentes y estos desplazamien- tos rdpidos no arrojan consecuencias solamente funcionales. La experiencia de la velocidad y la experiencia de la luz modulan un nuevo elenco de. imagenes y percepciones: quien tenfa algo m4s de veinte afios en 1925 podia recordar la ciudad de la vuelta del siglo y comprobar las diferencias. Sin duda, las cosas habian cambiado menos en Floresta que en el centro, Pero la actividad del fomentis- la vereda”, en Roberto Arlt, Obra completa, Carlos Lohié, Buenos Aires, 1981, tomo 2, p. 90. 3 Véase al respecto la excelente sintesis de las transformaciones urbanas rea- lizada por Leandro Gutiérrez y Luis Alberto Romero, La cultura de los secto- res populares en Buenos Aires, 1929-1945, (trabajo en el que también colabo- raron Juan Suriano y Ricardo Gonzalez), PEHESA-CISEA (mimeo), Buenos Aires, La ciudad extiende sus superficies pavimentadas, duplicandolas entre 1920 y 1938: “Tres temas centrales al crecimiento urbano aparecen en lo an- teriormente afirmado: pavimentacibn, edificacion y crecimiento de centros dispersos”, op. cit., p. 41. 16 mo, las uniones vecinales y cooperadoras, el crecimiento de cen- tros comerciales en los barrios relativamente alejados como Villa Urquiza o Boedo, trasfadaban hacia fa periferia, atenuados, fos ras- gos del centro. Creo que el impacto de estas transformaciones tiene una dimen- sion subjetiva que se despliega en un arco de tiempo relativamente breve: en efecto, hombres y mujeres pueden recordar una ciudad diferente a aquella en la que estan viviendo. Y ademas esa ciudad diferente fue el escenario de la infancia o la adolescencia: el pasa- do biografico subraya lo que se ha perdido (0 lo que se ha ganado) en el presente de la ciudad moderna. “La Argentina se ubica en el segundo jugar entre las naciones que han recibido mayor inmigracién europea en la centuria que abarca desde aproximadamente mediados del siglo XIX hasta la década del 50 de es- te siglo. Si se toma en cuenta el volumen inmigratorio en relaci6n con el tamafio total de la poblacién que lo recibe, el caso argentino es aun mas sobresaliente, ya que fue el pafs que tuvo mayor impacto inmigratorio europeo en el periodo de referencia. Por otra parte, la Argentina es en la actualidad uno de los paises mas urbanizados del mundo con aproxi- madamente el 80 por ciento de su poblaci6n residiendo en aglomeracio- nes urbanas y fueron las migraciones internacionales en primer lugar y las migraciones internas més tarde, los principales factores demograficos determinantes del proceso de urbanizacion.”4 Buenos Aires era una ciudad cosmopolita desde el punto de vis- ta de su poblacion. Lo que escandalizaba o aterraba a muchos de los nacionalistas del Centenario influye la vision de los intelectua- les en los afios veinte y treinta. En verdad, el proceso habia comen- zado mucho antes, pero su magnitud y profundidad sigue impre- sionando a los portefios en este periodo. El ensayo traduce en términos ideoldgicos y morales las reacciones frente a una poblacion diferenciada segin lenguas y orfgenes nacionales, unida a la expe- riencia de un crecimiento material rapido de la ciudad misma. Ya en 1890 se habia quebrado la imagen de una ciudad homogénea, pero treinta afios son pocos para asimilar, en la dimensi6n subjeti- va, las radicales diferencias introducidas por el crecimiento urbano, Ja inmigracion y los hijos de la inmigracion.5 Una ciudad que du- 4 Alfredo R. Lattes y Ruth Sdutu, Inmigracién, cambio demogrifico y desa- rrollo industrial en la Argentina, Cuadernos del CENEP, ne 5, Buenos Aires, 1978, pp. 2-3. 5 “En efecto, la migracion de no nativos fue el principal componente del cre- cimiento de la poblacion hasta 1935. Esta situacion puede ser peculiar a Bue- nos Aires, haciendo de esta ciudad un caso particular, aun entre las ciudades 17 plica su poblacién en poco menos de un cuarto de siglo® sufre cambios que sus habitantes, viejos y nuevos, debieron procesar. Junto con ello, dos datos mas: todavia en 1936 el porcentaje de extranjeros superaba e1-36,10 y el indice de masculinidad alcanza- ba el 120,90 para los no nativos: la ciudad que Miguel Cané temia en 1890 segufa siendo Buenos Aires en la década del treinta. Los no nativos, por otra parte, se agrupaban en las franjas de adultos jévenes de la piramide poblacional y sus mujeres eran mas fértiles. Inmigrantes e hijos de inmigrantes contribuyen de este modo, se- guin estimaciones, al 75 por ciento del crecimiento de Buenos Aires.7 Los extranjeros aunque ya no se agrupan mayoritariamente en el centro, como sucedia hasta principios del siglo XX, son visibles también allf. Por otra parte, sus hijos forman parte del contingente beneficiado por el aumento de la tasa de alfabetizacion y escolari- dad; muchos comienzan el trabajoso camino del ascenso a través del capital y las inversiones simbélicas. Ingresan a las universidades © comienzan a disputar lugares en el campo de la cultura y en las profesiones liberales, A mediados de 1930, en Buenos Aires, los analfabetos nativos alcanzan s6lo al 2,39 por ciento sobre un total porcentual del 6,64. Es cierto que, como Io sefialan Gutiérrez y Romero, no necesaria- mente “Jos considerados letrados estuviesen capacitados para la lectura sosteni- da y comprensiva de textos aun elementales. Pero indica que una mayor cantidad de personas estaban en condiciones de acceder a otro instru- mento de conocimiento que no fuera la mera experiencia”. Se define asi el area social ampliada de un piblico lector potencial, no s6lo de capas medias sino de sectores populares. El crecimiento de la educacién secundaria, también notable en Jos niveles nacio- nal, normal y comercial, en poco mas de una década entre 1920 y 1932, duplica el nimero de alumnos encuadrados dentro del siste- ma. Jatinoamericanas. La literatura relativa al crecimiento de la ciudad sugiere que Jos grandes centros urbanos han crecido a través de la migracién interna.” Zul- ma Recchini de Lattes, La poblacién de Buenos Aires; componentes demogrd- ficos del crecimiento entre 1855 y 1960, Centro de Investigaciones Sociales Torcuato Di Tella, Centro Latinoamericano de Demografia, Editorial del Ins- tituto, Buenos Aires, 1971. ® En 1914 Buenos Aires tiene 1.576.000 habitantes; en 1936, 2.415.000. Véase Recchini de Lattes, op. cit., p. 30. 7 Recchini de Lattes, ibid., p. 134. § Gutiérrez y Romero, op. cit., p. 36. 18

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