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Apologetics

A Justification of

Christian Belief

John M. Frame

Edited by

Joseph E. Torres
© 2015 by John M. Frame

All rights reserved. No part of this book may be reproduced in any form or by any means, except for brief
quotations for the purpose of review, comment, or scholarship, without written permission from the publisher,
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1962, 1963, 1968, 1971, 1972, 1973, 1975, 1977, 1995 by The Lockman Foundation. Used by permission.

Italics within Scripture quotations indicate emphasis added.

Portions of this work were originally published in John M. Frame’s Cornelius Van Til: An Analysis of His
Thought (P&R Publishing, 1995), The Doctrine of God (P&R Publishing, 2002), and Speaking the Truth in
Love, edited by John J. Hughes (P&R Publishing, 2009). They have been edited and revised for this volume.

Some material in chapter four appears in a similar form in John M. Frame, “Transcendental Arguments,” in W.
C. Campbell-Jack and Gavin J. McGrath, eds., New Dictionary of Christian Apologetics, consulting ed. C.
Stephen Evans (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2006), 716–17. Used by permission of the publisher.

Printed in the United States of America

Library of Congress Cataloging-in-Publicaion Data

Frame, John M., 1939-

[Apologetics to the glory of God]

Apologetics: a justification of Christian belief / John M. Frame ; edited by Joseph E. Torres. -- Second
edition.

pages cm

Revision of: Apologetics to the Glory of God. 1994.

Includes bibliographical references and indexes.

ISBN 978-1-59638-938-0 (pbk.) -- ISBN 978-1-59639-939-7 (ePub) -- ISBN 978-1-59638-940-3 (Mobi)

1. Apologetics. I. Torres, Joseph E., editor. II. Title.

BT1103.F73 2015

239--dc23

2014047572
To all my students,

from whom I have learned much


CONTENIDOS

1. Apologética: Conceptos básicos 1


DEFINICIONES 1
PRESUPOSICIONES 3
¿ARGUMENTO CIRCULAR? 10
LA RESPONSABILIDAD DE DIOS Y LA NUESTRA 15
SOLA SCRIPTURA 18
SOLA SCRIPTURA Y REVELACIÓN NATURAL 21
VALORES 25
PELIGROS 26

2. El mensaje del apologista 31


FILOSOFÍA 31
Metafísica 34
Dios, la Personalidad Absoluta 34
La relación Creador-criatura 39
La soberanía de Dios 42
La trinidad 44
Epistemología 47
Ética 49
BUENAS NOTICIAS 50

3. La apologética como prueba: algunas consideraciones metodológicas 53


FE, ESCRITURA Y PRUEBAS 53
EL CONCEPTO DE PRUEBA 56
LA NECESIDAD DE UNA PRUEBA 58
PUNTO DE CONTACTO 63

4. La apologética como prueba: argumento trascendental 67


ANTECEDENTES 67
ETIQUETA EN ESQUEMA 69
La lógica exige la existencia de Dios 70
La ética exige la existencia de Dios 71
La ciencia exige la existencia de Dios 72
PREGUNTAS 73
TAG Y LA TRINIDAD 80
ARGUMENTOS NEGATIVOS Y POSITIVOS 83
CERTEZA Y PROBABILIDAD ABSOLUTAS 86
UN BOSQUEJO ESTRATÉGICO 90
ALGUNAS CONCLUSIONES: UN PRESUPOSICIONALISMO DE
EL CORAZÓN 91
5. La apologética como prueba: argumentos teístas 95
ATEÍSMO Y AGNOSTICISMO 97
EL ARGUMENTO MORAL 98
EL ARGUMENTO EPISTEMOLÓGICO 110
ARGUMENTOS METAFÍSICOS 111
Propósito: el argumento teleológico 112
Causa: el argumento cosmológico 116
Ser: el argumento ontológico 120

6. La apologética como prueba: prueba del Evangelio 125


DOCTRINA DE LAS ESCRITURAS DE LAS ESCRITURAS 127
PERO ¿QUÉ PASA CON LA CRÍTICA BÍBLICA? 132
FUNDAMENTOS DE LAS ESCRITURAS PARA EL MENSAJE DEL EVANGELIO
138
El argumento de la profecía 138
El testimonio de Cristo en el Nuevo Testamento 142
Milagro y resurrección 144
¿Son posibles o probables los milagros? 145
¿Existe suficiente evidencia para creer en
Milagros bíblicos? 146
¿Los milagros sirven como evidencia de la verdad?
del cristianismo? 149
CONCLUSIÓN 154

7. La apologética como defensa: el problema del mal, parte 1—


Preguntas, principios generales y callejones sin salida 155
¿HAY ALGÚN PROBLEMA DEL MAL? ¿HAY UNA RESPUESTA? 155
ENFOQUE EN LA BIBLIA 159
LO QUE NO DICE LA BIBLIA 161
La naturaleza del mal: la defensa de la irrealidad del mal 161
La contribución del mal 162
La mejor defensa del mundo posible 162
La defensa del libre albedrío 164
La defensa del desarrollo del carácter 167
La defensa del medio ambiente estable 168
El mal y la agencia de Dios 168
La defensa de la debilidad divina 168
La defensa de causa indirecta 169
La defensa Ex Lex 170
Una defensa Ad Hominem 171

8. La apologética como defensa: el problema del mal, parte 2—


Una respuesta bíblica 173
DIOS ES EL ESTÁNDAR PARA SUS ACCIONES 173
LA ESCRITURA NOS DA UNA NUEVA PERSPECTIVA HISTÓRICA 180
El pasado: la espera y la dialéctica 180
El presente: la defensa del bien mayor 184
El futuro: algunas canciones de las Escrituras 186
LA ESCRITURA NOS DA NUEVOS CORAZONES 188

9. La apologética como delito: crítica de la incredulidad 189


LAS ESTRATEGIAS GEMELAS DE LOS INCREDULOS 191
Irracionalismo y Racionalismo 192
Ateísmo 198
La idolatría 199
Ateísmo idólatra 203
RESPUESTAS CRISTIANAS DE DISCAPACIDAD 206
Contra el relativismo ateo 206
Contra el racionalismo idólatra 206
Contra la idolatría atea 206

10. Hablar con un extraño 207


INTRODUCCIÓN 207
ENCUENTRO EN UN AVIÓN 207

Apéndice A: Van Til y el apologético Ligonier 219


INTRODUCCIÓN 219
LIGONIER Y VAN TIL 222
Autonomía, razón y circularidad 222
Los efectos noéticos del pecado 228
EL LIGONIER APOLOGETIC 233
ALGUNOS ASUNTOS FORMALES 237
CONCLUSIONES 238

Apéndice B: Respuesta de Jay E. Adams al cuadro 239

Apéndice C: Fe versus fe: epistemología del pacto


y el fideísmo autónomo por Joseph E. Torres 241
INTRODUCCIÓN 241
DIÁLOGO 241
COMENTARIOS DE CIERRE PARA LOS LECTORES ACTUALES 247

Apéndice D: Entre Escila y Caribdis:


El presuposicionalismo, el razonamiento circular y la acusación
del fideísmo revisitado por Joseph E. Torres 249
OBJETO DE ESTE ARTÍCULO 250
EL "PROBLEMA" DE LA METODOLOGÍA PRESUPOSICIONAL 251
El vínculo entre el fideísmo y la circularidad 251
La Escila del fideísmo 252
La caribdis del razonamiento circular 253
Enunciados de problemas 253
CIRCULARIDAD 255
Círculos viciosos y virtuosos 255
Declaraciones aclaratorias 257
FIDEISMO 260
CONCLUSIÓN 263

Apéndice E: Aseidad divina y apologética 265


ASEIDAD Y LA DISTINTIVIDAD DEL MUNDO CRISTIANO VISIÓN MUNDIAL
267
ASEIDAD Y EPISTEMOLOGÍA BÍBLICA 270
ASEIDAD Y ESTRATEGIA APOLOGÉTICA 274
Metafísica no cristiana 274
Epistemología no cristiana 276
Una estrategia general 277

Apéndice F: Perspectivas epistemológicas y evangélicas


Apologética 279
RAÍCES HISTÓRICAS DEL NÚMERO 280
ALGUNAS CONSIDERACIONES BÍBLICAS 283
ALGUNAS IMPLICACIONES APOLOGÉTICAS 286

Apéndice G: Glosario de apologética 289


Bibliografía 299
Índice de Escritura 309
Índice de temas y nombres 319
Cap. 1- LA APOLOGÉTICA: PRINCIPIOS BÁSICOS
(Página 1-30)

En 1ª Pedro 3:15-16, el apóstol exhorta a sus lectores (y a nosotros) así:

“Sino santificad a Dios el Señor en vuestros corazones, y estad siempre preparados


para presentar defensa con mansedumbre y reverencia ante todo el que os demande
razón de la esperanza que hay en vosotros; teniendo buena conciencia, para que en
lo que murmuran de vosotros como de malhechores, sean avergonzados los que
calumnian vuestra buena conducta en Cristo.”

1.0- DEFINICIONES:

La apologética cristiana busca servir a Dios y a la iglesia ayudando a los creyentes a


cumplir el mandato de 1ª Ped 3:15-16. Podemos definirla como sigue: La apologética es la
disciplina que enseña a los cristianos cómo dar razón de su esperanza.

Podemos distinguir 3 aspectos de la apologética, los que estaremos viendo con más
detalle en capítulos posteriores, y son:

1.1- La apologética como prueba:

Se trata de presentar una base razonada de la fe, o sea, “probar que el cristianismo es
la verdad”. Jesús y los apóstoles con frecuencia ofrecieron a las personas con problemas de
fe, pruebas de que el evangelio era la verdad. “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre
en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn 14:11; ver también Jn 20:24-31 y
1ª Cor 15:1-11). También los creyentes a veces pueden tener sus dudas, por lo que a ellos les
puede servir la apologética, muy aparte del papel que juega en el diálogo con incrédulos. En
pocas palabras, la apologética confronta la falta de fe tanto en el creyente como en el
incrédulo.

1.2- La apologética en su aspecto defensivo:

Se trata de responder a las objeciones de la incredulidad. Pablo describe su misión


con estas palabras: “la defensa y la confirmación del evangelio” (Fil 1:7; compara con el v.
16). La “confirmación” puede quizá referirse más al punto anterior; pero la “defensa” indica
más claramente dar respuesta a las objeciones. Y mucho de lo que Pablo escribe en sus
epístolas es apologético en este sentido. Piensa, por ejemplo, de cuántas veces contesta a los
que anteponen objeciones (sean personas imaginarias o quizá reales) en la carta a los
romanos. Y recuerda con cuánta frecuencia Jesús trata las objeciones de los líderes religiosos
en el evangelio de Juan.

1.3- La apologética en su aspecto ofensivo:

Se trata de atacar la necedad (“Dice el necio en su corazón: No hay Dios...” Sal 14:1;
ver también 1ª Co 1:18-2:16) del pensamiento incrédulo. En vista de la importancia del 2°
inciso, no nos sorprende que algunos definen la apologética simplemente como “la defensa
de la fe”. Pero una definición así puede causar malentendidos. Dios llama a su pueblo, no
sólo a contestar las objeciones de los incrédulos, sino para ir hacia el frente en una ofensiva
en contra de la mentira. Pablo dice, “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo” (2ª Cor 10:4-5). Según la Biblia, el pensamiento no-cristiano es
“necedad” (ver 1ª Cor 1:18-2:16 y 3:18-23), y uno de los papeles de la apologética es el de
revelarlo y dejarlo al descubierto tal cual es.

Estos 3 tipos de apologética están relacionados en su perspectiva. O sea, que cada


uno, cuando bien hecho, incluye los otros 2, pues es una manera de ver el todo de la empresa
apologética. Para poder dar buena razón de la fe (#1), hay que vindicarla contestando
objeciones (#2) y confrontando otras alternativas (#3) ofrecidas por los incrédulos. Por lo
mismo, una explicación completa del tipo #2 tendrá q. incluir los ##1 y 3, y una explicación
completa del tipo #3 incluirá los ##1 y 2. En cierto modo, pues, las 3 formas de hacer la
apologética son equivalentes.

Sin embargo, es bueno que hagamos estas distinciones de perspectiva, pues


representan enfoques realmente diferentes que pueden complementar y fortalecer el uno al
otro. Por ej, un argumento a favor de la existencia de Dios (perspectiva #1) que no toma en
cuenta las objeciones de los incrédulos a ese argumento (perspectiva #2), ni toma en cuenta
las demás maneras en las que los incrédulos buscan su autosatisfacción mediante puntos de
vista del mundo alternativos (perspectiva #3), será en ese mismo grado un argumento
debilitado. Por ello, es siempre útil en la apologética preguntar si un argumento de tipo #1
puede ser suplementado o mejorado con argumentos de tipo #2, o de #3, o de ambos.

2.0- LAS PRESUPOSICIONES:

Nuestro texto clave, 1ª Ped 3:15, comienza con la frase “santificad a Dios el Señor en
vuestros corazones”. El apologeta en principio tiene que ser un creyente en el Señor
Jesucristo, y entregado a su señorío:

--“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rm 10:9).

--“Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede
llamar a Jesús Señor, sino por el Esp. Santo” (1ª Cor 12:3).

--“Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil
2:11).

Algunos teólogos hacen uso de la apologética casi como si fuera una excepción al
compromiso con Cristo. Nos dicen que cuando se discute con los incrédulos, no debemos
basar nuestros argumentos en criterios o normas derivados de la Biblia. Argumentar sobre
esa base, dirían, sería hablar con un prejuicio. Más bien deberíamos presentar a los incrédulos
sólo argumentos sin prejuicios, argumentos sin tendencia religiosa alguna, ni a favor ni en
contra, sino solamente los que sean puramente neutrales. Hay que usar, según este punto de
vista, criterios y normas que los mismos incrédulos pueden aceptar. Entonces, la lógica, los
hechos, la razón, la experiencia, etc., ellos se convierten en las fuentes de la verdad. La
revelación divina, especialmente la de las Escrituras, por definición así quedan excluidas.

Parece muy razonable a simple vista este argumento: puesto que son Dios y las
Escrituras las que están en discusión, obviamente no podemos hacer suposiciones acerca de
ellos cuando argumentamos. A eso se le llama la falacia del argumento en círculo. Además,
pondría un fin al intento de evangelizar, pues si de antemano pedimos a los incrédulos que
presupongan la existencia de Dios y la autoridad de las Escrituras para entrar al debate, nunca
consentirán en ello. Se rompería toda posibilidad de comunicación entre el creyente y el no-
creyente. Por tanto, debemos evitar hacer este tipo de demandas, y en su lugar debemos
presentar nuestros argumentos sobre bases neutrales. Así, inclusive, podemos alardear que
nuestros argumentos presuponen solamente criterios que el mismo incrédulo acepta (sean
éstos en la lógica, los hechos, la consecuencia o lo q. sea).

A esta forma de hacer apologética se le llama a veces el método tradicional, o clásico,


pues ha tenido muchos exponentes a través de la historia de la iglesia, particularmente los
apologetas del s. II (Justino Mártir, Atenágoras, Teófilo y Arístides) y el gran teólogo del s.
XIII, Tomás Aquino, con todos sus seguidores, y en tiempos más recientes, José Butler
(murió en 1752) y sus seguidores, e inclusive la gran mayoría de los apologetas de nuestros
propios días.

Cuando afirmo que la apologética tradicional se pronuncia por “la neutralidad”, no


estoy diciendo que ellos hacen a un lado su fe cristiana por dedicarse a la tarea apologética.
Muchos de ellos en efecto creen que la Biblia avala esta manera de hacer apologética, y por
tanto es una manera en la que ellos pueden “santificar a Dios el Señor en sus corazones”. Con
todo, sí le dicen al incrédulo a que piense en forma neutral durante el encuentro apologético,
y sí tratan ellos de desarrollar un argumento lo más neutral posible, que carece de toda
presuposición bíblica específica.

Lejos estoy de querer descalificar por completo esta tradición, por inservible. Pero
sobre el punto particular que estamos tocando, que es el asunto de la neutralidad,
definitivamente creo que su posición NO va de acuerdo a la Biblia. En el texto lema que
dimos al principio, vemos que el argumento de Pedro es completamente diferente. Para él, la
apologética no se hace una excepción a nuestro compromiso global al señorío de Cristo.

Es todo lo contrario: la situación apologética es una en la que debemos de “santificar


a Cristo como Señor”, o sea, debemos hablar y vivir de una manera que enaltezca su señorío,
y que anime a otros a hacerlo también. En el contexto más amplio, Pedro está diciendo a sus
lectores a que hagan lo que sea correcto y bueno, a pesar de la oposición de los no-creyentes
(vv. 13-14). Nos exhorta a no temerlos. Para nada fue su opinión que en la tarea apologética
presentáramos un argumento que no sea toda la verdad, simplemente por temor a que esa
verdad sea rechazada.

Por el contrario, lo que nos dice Pedro es que el señorío de Jesús (y por ende, la verdad
de su Palabra, pues ¿cómo podemos llamarle “Señor” si no hacemos lo que nos dice, Luc
6:46?) es nuestra presuposición final. Una presuposición final es una entrega fundamental
del corazón, es una confianza final. Tenemos fe en Jesucristo como asunto de vida eterna o
de muerte. Confiamos en su sabiduría más allá de toda otra sabiduría. Creemos más en sus
promesas que en las de cualquier otro. Nos pide que le demos toda nuestra lealtad, y que no
permitamos que ninguna otra lealtad compita con él:

--“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut 6:4-5).

--“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro,
o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”
(Mat 6:24).

--“El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge desparrama”


(Mat 12:30).

--“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí” (Jn 14:6).

--“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech 4:12).

Debemos obedecer su ley, aun cuando entre en conflicto con leyes de menor jerarquía
(“Respondiendo ... los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres” Hech 5:29). Puesto que creemos en él con mayor certeza que a cualquier otra cosa,
él (y su Palabra) viene a ser el criterio, la norma final de la verdad. ¿Qué norma más alta, o
de mayor autoridad, podría haber? ¿Qué norma es la que más claramente nos ha sido revelada
(ver Rom 1:19-21)? ¿Cuál es la autoridad que en última instancia avala a todas las demás?

El señorío de Cristo es final e indiscutible, no sólo por encima de todas las demás
autoridades, sino también en todas las áreas de la vida humana. En 1ª Cor 10:31 leemos: “Si,
pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Compara
también:

--Rom 14:23, “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace
con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”;

--2ª Cor 10:5, “Refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo”;

--Col 3:17 y 23, “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en
el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él; ... Y todo lo
que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”; y
--2ª Tim 3:16-17, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.

Lo que pide el Señor de nosotros es todo-comprensivo. En TODO lo que hagamos,


nuestro propósito debe ser el de agradarle a él. Ningún área de la vida puede ser considerada
neutral.

Este principio por supuesto incluye las areas del pensar humano y del conocimiento.
El autor de los Proverbios nos recuerda: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”
(1:7ª; ver también Salmo 111:10 y Prov 9:10). Los que no han sido traídos al temor de Jehová
por medio del nuevo nacimiento, ni siquiera pueden ver el Reino de Dios (Jn 3:3, “De cierto,
de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”).

El asunto no es que los no-creyentes desconocen la verdad. Antes bien, Dios se ha


revelado a cada persona con toda claridad, tanto en la creación (Sal 19 y Rom 1:18-21), como
en la propia naturaleza humana (Gén. 2:26ss). Existe un sentido de la palabra en el que el no-
creyente sí conoce a Dios (“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios,
ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido”, Rom 1:21). En algún nivel sea de su conciencia o de su inconciencia, ese
conocimiento sigue allí. Pero a pesar de tener ese conocimiento, el incrédulo
intencionalmente distorsiona la verdad, y la cambia por una mentira (Rom 1:18-32; 1ª Cor
1:18-2:16, nota especialmente el v. 14, “Pero el hombre natural no percibe las cosas que son
del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de
discernir espiritualmente”; y 2ª Cor 4:4).

De modo que el no-creyente realmente está “engañado” (Tito 3:3, “Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros”). Conoce a Dios (Rom 1:21) y al mismo tiempo no lo conoce
(1ª Cor 1:21, “ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la
sabiduría...” y 2:14, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura, y no las puede entender...”).

Evidentemente estos datos enfatizan la verdad de que la revelación divina tiene que
gobernar nuestro manejo de la apologética. Al no-creyente le es imposible (porque no quiere,
no desea) creer, sin tener el evangelio bíblico de la salvación. Ni sabríamos cuál es la
condición verdadera del incrédulo, a no ser por la Biblia. Tampoco podremos confrontarla,
al menos que estemos listos y dispuestos a escuchar a los principios apologéticos propios de
la Biblia.

Esto significa no sólo que el apologeta debe “santificar a Jesús como Señor”
personalmente, sino también que SU ARGUMENTO necesariamente tiene que presuponer
dicho señorío. Nuestro argumento debe exhibir dicho conocimiento, dicha sabiduría, la que
está basada en “el temor de Jehová”, y no exhibir la necedad de los no-creyentes. Así las
cosas, el argumento apologético no puede ser más neutral que cualquier otra actividad
humana. Cuando presentamos un argumento apologético, como en cualquier otra cosa q.
hacemos, estamos llamados a presuponer la verdad de la Palabra de Dios. O aceptas la
autoridad de Dios, o no la aceptas; el no aceptarla sería pecado. No importa que a veces
estemos conversando con gente no cristiana. Es entonces, y quizá más (pues es cuando damos
testimonio), que debemos ser fieles a la revelación que nos ha dado nuestro Señor.

Decirle al no-creyente que podemos razonar con él(ella) sobre una base de
neutralidad, aun cuando quizá atraiga mejor su atención, sería mentir. Sería una mentira de
las más serias, pues falsificaría el meollo mismo del evangelio -- la verdad que Jesucristo es
EL SEÑOR. Por un lado, no existe la neutralidad. Nuestro testimonio o es según la sabiduría
de Dios o es según la necedad del mundo. No hay opción intermedia. Por otro lado, aun
cuando hubiera la posibilidad de la neutralidad, esa ruta nos está prohibida.

3.0- ¿UN ARGUMENTO EN CÍRCULO?

¿Significa todo esto que somos llamados a emplear la argumentación en círculo? Sí,
pero sólo en un sentido. No somos llamados, por ejemplo, a utilizar argumentos como éste:
“La Biblia es la verdad; por lo tanto la Biblia es la verdad”. Como veremos más adelante, es
totalmente lícito argumentar sobre base de evidencias, tales como los testimonios de los 500
testigos a la resurrección (“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los
cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” 1ª Cor 15:6). La evidencia de un testigo ocular
se usa así: “Si las apariciones de Jesús después de su resurrección fueron bien atestiguadas,
se puede dar como un hecho la resurrección. Fueron bien atestiguadas las apariciones de
Jesús después de su resurrección; por lo tanto, la resurrección es un hecho.

Esto de ninguna manera es argumentar en círculo. Sin embargo, puede verse cierta
circularidad si alguien pregunta, “¿cuáles son tus criterios finales del buen testimonio? O,
¿Qué concepto general del conocimiento humano te permite razonar de testimonio ocular a
milagro? Sólo por citar un ejemplo, el empiricismo de David Hume no permitiría ese
razonamiento. Pero aquí el cristiano presupone una epistemología cristiana: un concepto de
conocimiento, de testimonio, de testigos oculares, de apariciones y de hechos, que están
sujetos todos a las Escrituras. Dicho en otras palabras, está utilizando normas bíblicas para
probar conclusiones bíblicas.

¿Elimina esto toda posibilidad de comunicación entre un creyente y un no-creyente?


Aparentemente, sí. El cristiano argumenta sobre base de criterios bíblicos, que la resurrección
fue un hecho. El no-cristiano responde que no puede aceptar dicho criterio, y que no aceptará
el hecho de la resurrección hasta que no lo comprobemos mediante las normas (digamos) del
empiricismo de Hume. Nosotros a la vez afirmamos que tampoco aceptamos como válidas
las presuposiciones de Hume. El no-creyente dice no poder aceptar las nuestras. ¿Termina
eso la conversación?

En verdad, no la termina, y por varias razones:

3.1- En primer lugar:

Como he dicho antes, la Biblia nos dice que Dios se ha revelado al no-creyente con
toda claridad, a tal grado de que conoce a Dios (Rm 1:21, “pues habiendo conocido a Dios,
no lo glorificaron como a Dios...”). Aunque suprima este conocimiento, en algún nivel de su
subconsciente guarda la memoria de dicha revelación. Es contra esa memoria que peca, y es
por esa misma memoria que Dios lo responsabiliza por sus pecados. En ese nivel del que
hablamos, él sabe que el empiricismo está equivocado, y que las normas bíblicas son
legítimas. Nuestro testimonio apologético, entonces, se dirige no tanto a su epistemología
empiricista (o de cualquier otra clase que fuere), sino a la memoria que tiene de la revelación
de Dios, y a la epistemología implícita en esa revelación.

Para hacerlo, es decir, para establecer comunicación significativa, no sólo podemos -


- sino debemos -- usar los criterios cristianos, y no los de la epistemología incrédula. De
modo que cuando el no-creyente diga, “No puedo aceptar tus presuposiciones”, respondemos
algo así: “Hablemos un poco más, y luego quizá te sean más atractivas mis presuposiciones
(lo mismo que tú esperas que las tuyas me lleguen a ser más atractivas a mí), conforme
expresemos nuestras ideas con mayor lujo de detalle. En el entretanto, sigamos usando cada
quien sus respectivas presuposiciones, y hablemos de asuntos que aún no hemos discutido.”

3.2- En segundo lugar:

Nuestro testimonio al no-creyente nunca le llega solo. Porque si Dios quiere usar
nuestro testimonio para propósitos que él tiene, entonces siempre añadirá un elemento
sobrenatural a dicho testimonio: el Espíritu Santo, que obra con, y en, la palabra. Ver:

--Rom. 15:18-19, “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio
de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia
de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde
Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de
Cristo”;

--1ª Cor 2:4-5, y 12-14, “y ni mi palabra ni mi predicación fue con palabras


persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder
de Dios; ...y nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu que
proviene de Dios, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido, lo cual también
hablamos, no con palabras enseñadas por sabiduría humana, sino con las que enseña
el Espíritu, ...pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de
Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir
espiritualmente”;

--2ª Cor 3:15-18, “y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobr eel corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se
quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad”;

--1ª Tes 1:5, comparado con 2:13: “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en
palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena
certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros; ...
por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando
recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros
los creyentes”; y,

--2ª Tes 2:13-14, “pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a
vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la
verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de
nuestro Señor Jesucristo”.

Si por alguna razón dudamos de nuestra capacidad de comunicar, pero que nunca
dudemos del poder del Espíritu Santo. Y si nuestro testimonio es el instrumento básico que
usa el Espíritu, entonces la estrategia que seguiremos será la que la misma Biblia nos dicte,
y no nuestras supuestas suposiciones de sentido común.

3.3- En tercer lugar:

Lo anterior es precísamente lo que hacemos en casos semejantes y que no son


normalmente considerados como “religiosos”. Imaginémonos a alguien viviendo en su
propio mundo de sueños -- quizá un paranoide, que cree que todo mundo está buscándolo
para matarlo. Digamos que se llama Oscar. Digamos que Oscar presupone este horror, de
modo que toda evidencia contraria, la tuerce y la hace que confirme su conclusión. Todo
acción buena, por ejemplo, en su punto de vista sólo es evidencia de un nefasto complot para
hacerle bajar la guardia, y luego alguien le meta el cuchillo entre sus costillas.

Oscar está haciendo los que hacen los no-creyentes según Rom 1:21ss: cambiando la
verdad por la mentira. ¿Y cómo poderle ayudar? ¿Qué le podremos decir? ¿Qué
presuposiciones, qué normas, qué criterios usaremos? Seguramente no los de él, porque así
estaremos aceptando su propio estado paranoico. Seguramente no criterios “neutrales”,
porque no existen. O se acepta sus presuposiciones, o se rechazan.

La respuesta, por supuesto, es que razonamos con él sobre base de la verdad, como la
entendemos nosotros, aun cuando ésta choque con sus creencias más profundas. Quizá de
vez en cuando nos diga, “Parece que estamos discutiendo sobre presuposiciones diferentes,
y así no vamos a llegar a ningún lado”. Pero en otras ocasiones, nuestros razonamientos
verdaderos quizá penetren sus defensas. Porque después de todo, Oscar es un ser humano. Y
en algún nivel de su subconsciente (así lo suponemos) el tiene que saber que en verdad todo
mundo no está buscando matarlo. En ese nivel será capaz de oír y cambiar. Personas
paranoides, después de todo, a veces vuelven en sí y sanan. Por ello le hablamos la verdad,
con la esperanza de que eso suceda, y sabiendo que si palabras le van a ser útiles, tendrán
que ser la verdad y no más mentiras, para que pueda sanar.

Por esto creo que el método de apologética “presuposicional” es algo que no sólo la Biblia
apoya, sino ¡también el sentido común!

3.4- En cuarto lugar:


La apologética cristiana puede asumir muchas formas diferentes. Si el no-creyente
pone objeciones a los argumentos “en círculo” sobre las evidencias, el creyente puede
simplemente cambiar a otro forma de argumentar, como por ejemplo una apologética
“ofensiva” que ataque el punto de vista del mundo o la epistemología del no-creyente. Dicha
apologética también será en círculo precisamente en el mismo sentido que he mencionado
arriba, aunque no será tan obvio. Podríase presentar en forma socrática, como una serie de
preguntas: ¿Cómo explicas tú el que haya leyes lógicas universales? ¿Cómo llegas tú a la
conclusión de que la vida humana vale la pena vivir? O quizá se haga como el profeta Natán
cuando el rey David no quería en un principio arrepentirse de su pecado (2° Sam, cap’s 11 y
12), y contarle al no-creyente una parábola. Quizá pudiéramos contarle la del rico necio (Luc
12:6-21).

En fin, los que piensan que el presuposicionalismo destruye toda comunicación entre
creyentes y no-creyentes, subestiman el poder de Dios para tocar el corazón incrédulo.
Subestiman asímismo la variedad y la riqueza de la apologética verdaderamente bíblica, y la
capacidad creadora que Dios nos ha dado como portavoces suyos, así como las múltiples
maneras en las que se puede dar la apologética cristiana.

3.5- En quinto lugar:

En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God (“Doctrina del conocimiento de


Dios”), y en otros lugares más, distingo entre argumentos en círculo circunscrito, y
argumentos en círculo amplio. Un ejemplo del anterior sería: “La Biblia es la Palabra de
Dios, porque es la Palabra de Dios”. Otra manera de decir lo mismo, quizá sea: “La Biblia es
la Palabra de Dios porque dice serla”. Se está diciendo una profunda verdad, y en forma
vívida, con este argumento muy circunscrito: a saber, que no hay autoridad más alta por la
que se pueda evaluar las Escrituras que las mismas Escrituras, y que en el último análisis hay
que creer en ellas por su propio testimonio.

Sin embargo, el argumento circunscrito tiene desventajas obvias. Específicamente,


un no-creyente lo más probable es que lo rechace sin más, al menos que se dé muchísima
explicación. Estas desventajas las podemos superar si pasamos a utilizar argumentos en
círculo amplio. El argumento amplio sería algo así: “La Biblia es la Palabra de Dios en base
a muchas evidencias” (y luego se pasa a detallarlas). El argumento sigue siendo en círculo
en un sentido, porque el apologeta escoge, evalúa y formula la evidencia en una forma que
la misma Escritura controla. Pero el argumento dado así tiende a mantener por más tiempo
la atención del no-creyente, y tiende a ser más persuasivo para él. Lo “circular” de un
argumento, en el sentido que yo le estoy dando, puede ser tan vasto como el mismo universo,
pues cada dato es testimonio a la verdad de Dios.

4.0- LA RESPONSABILIDAD DE DIOS, Y LA NUESTRA:

La relación entre la soberanía divina y la responsabilidad humana es uno de los


grandes misterios de la fe cristiana. Desde la perspectiva de la Biblia, es claro que ambas son
reales, y ambas son importantes. A la teología calvinista se le conoce por su énfasis sobre la
soberanía divina, por su punto de vista de que Dios “hace todas las cosas según el designio
de su voluntad” (Ef 1:11). Pero también, el calvinismo pone por lo menos el mismo énfasis
sobre la responsabilidad humana.

¿El mismo énfasis? Muchos no dirían así del calvinismo. Pues bien, considera el
énfasis que el calvinismo pone sobre la autoridad de la ley de Dios -- un punto de vista de la
ley mucho más positivo que en cualquier otra tradición de teología evangélica. Todo
calvinista sabe que el hombre tiene que cumplir ciertos deberes para con Dios. Adán fracasó,
no cumplió y hundió a toda la raza humana en el pecado y la miseria. Empero Jesús sí cumplió
el deber humano, y consiguió para su pueblo la salvación eterna.

Aun cuando Dios es soberano, es sumamente importante para él la obediencia del


hombre. Dios llenará y sojuzgará la tierra, pero sólo a través del esfuerzo del hombre:

Gén 1:28-30, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la
tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado
toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay
fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas
las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida,
toda planta verde les será para comer. Y fue así.” Juntará en su iglesia a los
elegidos de entre todas las naciones, pero sólo por medio de la predicación de
hombres:

Mt 28:18-20, “Y Jesús se acercó y les habló diciendo: Toda potestad me es dada en


el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discí-pulos a todas las naciones,
bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo;
enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy
con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén.”

Hech 1:8, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.”

Rom 10:13-15, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies
de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”

La salvación nos viene por la soberana gracia de Dios, sin mediación del esfuerzo
humano; sin embargo, aunque la recibimos por gracia, debemos ocuparnos en ella “con temor
y temblor” (Fil 2:12); y ello -- no a pesar de -- sino porque “Dios es el que en (nosotros)
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v. 13).

Por todo lo anterior, vemos que lo más típico es que la soberanía de Dios no excluye,
sino que involucra, la responsabilidad humana. En efecto, es la soberanía de Dios la que
permite la responsabilidad humana, es la que ofrece libertad y significado a las decisiones y
acciones humanas, y es la que concede al hombre el tener un papel importante dentro del
plan de Dios para la historia.

Es importante para la apologética mantener el equilibrio correcto entre la soberanía


divina y la obediencia humana. Vimos anteriormente que la apologética no puede tener éxito
sin el elemento sobrenatural, a saber: el testimonio del Espíritu Santo. En ese sentido, la
apologética es una obra soberana de Dios. Es él quien persuade a la mente y el corazón de
los no-creyentes. Por supuesto, también hay un lugar para el apologeta humano. Tiene el
mismo lugar que el predicador que se menciona en Rom 10: 14; es más, él es el que predica.

La apologética y la predicación no son dos cosas diferentes. Ambas son esfuerzos por
alcanzar a los no-creyentes para Cristo. La predicación es apologética, en cuanto busca
persuadir. La apologética es predicación, en cuanto presenta el evangelio buscando la
conversión y la santificación. No obstante, las dos actividades se caracterizan por sus
perspectivas o énfasis diferentes. La apologética enfatiza el aspecto racional de la persuasión,
mientras que la predicación enfatiza la búsqueda de un cambio espiritual en la vida de las
personas. Pero si la persuasión racional es una persuasión del corazón, luego es lo mismo que
un cambio espiritual. Dios es quien persuade y convierte, pero lo hace por mediación de
nuestro testimonio. Otros términos relativamente sinónimos (relacionados en perspectiva),
son: testimonio, enseñanza, evangelización, argumentación.

Otra manera de decirlo es: que el Espíritu es quien convierte a la persona, pero
normalmente lo hace por medio de la palabra. La fe que obra el Espíritu es una confianza en
determinado mensaje, o sea, en la promesa de Dios. Así como la tierra fue creada por el
Espíritu y por la palabra juntos (Gén 1:2-3; Sal 33:6, “aliento” = Espíritu), también Dios re-
crea a hombres pecadores, mediante su Palabra y su Espíritu (Jn 3:3ss; Rm 1:16ss; Sant 1:18,
“él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad”; y 1ª Ped 1:23, “siendo renacidos,
no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre”). Como ya visto, el papel del Espíritu es necesario, pero obra por medio de la
iluminación y la persuasión a creer en la Palabra de Dios (1ª Cor 2:4, “Y ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder”; y 1ª Tes 1:5, “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras
solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).

Como ya dije, el papel del Espíritu es necesario, pero también lo es el del


predicador/apologeta. El trabajo del predicador/apologeta es el de presentar la Palabra. No es
sólo el de leerla, sino predicarla: es decir, exponerla; aplicarla a sus oyentes; y mostrar su
hermosura, su verdad, y su racionalidad. Busca contrarrestar las ideas falsas de los no-
creyentes y presentarles la Palabra tal cual es. Es a este testimonio que también el Espíritu da
testimonio.

Sirva esta discusión como respuesta a aquellos que se oponen a la labor apologética,
por temor a que se trata de “jugar a Dios”. No tiene por qué haber rivalidad alguna entre la
obra de Dios y la nuestra, siempre y cuando reconocemos que Dios tiene soberanía final, y
que ha determinado utilizar el instrumento humano para cumplir sus propósitos. La
apologética no es “jugar a Dios”, entendiéndola bien; simplemente es ejercicio de una
vocación humana divinamente establecida.
Sirva también esta discusión sobre la soberanía divina y la responsabilidad humana
como una ayuda para responder a aquellos que insisten que la Biblia no necesita defensa
alguna. A Carlos Spurgeon se le ha citado (¡quién sabe de dónde!) la frase: “¿Defender la
Biblia? ¡Mejor defendería a un león!” Ciertamente la Escritura, cuando acompañada por el
Espíritu, es muy poderosa (Rom 1:16, “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es
poder de Dios para salvación, a todo aquel que cree, al judío primeramente, y también al
griego”; y Heb 4:12, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos,
y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”). Ciertamente también, se
autodefiende, dando razones para lo que dice. Piensa, por ej, en los muchos “así pues”, y “así
que” en la Biblia, como en Rm 8:1 y 12:1. La Biblia no sólo nos dice que debemos creer y
hacer ciertas cosas; nos da los motivos por los que debemos creerlas y hacerlas. Así es como
la Biblia se defiende a sí misma, pues nos expone sus razones. Por supuesto, cuando nosotros
como predicadores hacemos exposición de la Biblia, debemos también incluir esas razones
en nuestra exposición. De manera que defen-demos la Biblia usando los argumentos de la
Biblia misma. Incluso, la Biblia no sólo se defiende, sino que ¡se lanza a la ofensiva en contra
del pecado y de la incredulidad!

Pero llama la atención cómo la Escritura nos exhorta a salir en su defensa: Fil 1:7,
“por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del
evangelio...”; v 16, “los unos anuncian a Cristo por contención...”; v 27, “oiga de vosotros
que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánime por la fe del evangelio”; 2ª
Tim 4:2, “que prediques la palabra; que instes...redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina”; y 1ª Ped 3:15, “estad siempre preparados para presentar defensa con
mansedumbre y reverencia ante todo al que os demande razón de la esperanza que hay en
vosotros”.

Defender la Biblia es en última instancia presentarla tal y cual es: presentar su verdad,
hermosura y bondad; presentar su aplicación a los oyentes de hoy día; y por supuesto,
presentar sus razones. Si se predica este mensaje, y de una manera que la gente lo pueda
entender, la Biblia se defiende a sí misma. En cambio, la Biblia no se defenderá a sí misma
si no se ha oído su mensaje. Por ello, extender su mensaje es tarea humana, tarea de los
defensores humanos. Escucha lo que dijo Pablo: “Te encarezco ...que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina” (2ª Tm 4:1-2).

5.0- SOLA SCRIPTURA:

Algunos usan la frase “la Biblia no necesita que la defiendan” en una manera un
poquito diferente: es decir, les sirve para invocar el gran principio protestante de la “sola
Scriptura”, la suficiencia de la Biblia. Algunos tienen miedo de que la apologética (que a
través de los siglos ha sido notoria por introducir nociones filosóficas no-bíblicas) trate de
someter la Biblia al juicio de algo más allá de la Biblia. Esto sí es un peligro para la
apologética de tipo “tradicional”, y quizá incluso ocurra no intencionalmente con apologetas
que están tratando de ser presuposicionalistas. Pero si la apologética es consistentemente
presuposicionalista, es decir, si reconoce con franqueza que sus propios métodos están
sujetos a las normas bíblicas, entonces es cuando podrá evitar dicho peligro.
El principio de la sola Scriptura, después de todo, no exige que se excluyan datos
extrabíblicos, incluso tratándose de la teología. Lo único que dice es que, en el campo de la
teología como en todas las demás disciplinas, la autoridad más alta, la norma suprema, ha de
ser siempre la Biblia y sólo la Biblia. La Confesión de Fe de Westminster (1.6) reza así:

“Todo el consejo de Dios, tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria y
para la salvación, fe y vida del hombre, o está expresamente expuesto en las Escrituras o se
puede deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia; y a esta revelación de su voluntad,
nada se puede, ni se debe, añadir nunca...”

Nadie debe objetar el que se traigan a colación datos extrabíblicos en la apologética,


siempre y cuando no se presenten esos datos como si fueran “el consejo de Dios”, al mismo
nivel que la Escritura. Pensamiento humano, incluso en el campo teológico, requiere de datos
extrabíblicos, pues tenemos que ver constantemente con el mundo contemporáneo en medio
del cual Dios nos ha puesto. Obviamente, la física, la sociología, la geología, la sicología, la
medicina, etc., responden a datos que no se encuentran en las Escrituras. La teología hace lo
mismo, pues su función no es simplemente la de leer la Escritura, sino de aplicarla a la
problemática humana. La teología corre el peligro de elevar los conceptos del teólogo sobre
la problemática humana hasta un nivel correlativo, o incluso superior, al de la Biblia. Pero
con oración y meditación de la Palabra de Dios, este peligro puede ser evitado.

Por ello, el que defendamos la Biblia, y según sus propias normas aún usando en el
proceso datos extrabíblicos, no significa que estemos añadiendo algo a la Escritura como
nuestra norma suprema. Simplemente estamos exponiendo, como dijimos arriba, la
racionalidad de la Biblia.

A veces se nos hace difícil desprendernos de la idea de que alguien que argumenta
una verdad de la Biblia basándose en datos extrabíblicos eleva esos datos a una posición de
mayor autoridad que la Biblia. Parece que estamos midiendo la Biblia por dichos datos; que
estamos midiendo la Biblia en base a su autoridad (que presumiblemente es mayor). Pero no
es así el caso. Cuando por ejemplo digo, “Hay diseño en el mundo; por tanto, Dios existe”,
podría de hecho estar tomando mi premisa ¡de la propia Biblia! (Porque sin duda la Biblia
enseña que hay un diseño en el mundo.) Y cuando me dirijo a un no-creyente, me dirijo al
conocimiento que según Rm 1:18ss él ha obtenido de la creación. De hecho, cuando digo
eso, estoy muy posiblemente expresando la seguridad que tengo en lo más profundo de mi
corazón de q. el diseño no es inteligible aparte del Dios de la Biblia, y por tanto el que haya
diseño implica la existencia de ese Dios. Y es así, no porque mi concepto de diseño es algo
por el que voy a medir la Biblia; simplemente es que la Biblia me dice que tiene que ser cierto
para que exista el diseño.

¿Y qué diríamos de usar datos históricos o científicos extrabíblicos para confirmar


enseñanzas de la Biblia? El que eso se hiciera, dirían algunos, implica tener mayor confianza
en esos datos que en la Biblia, pues para el que así hiciera tienen más credibilidad que la
propia Biblia. Nuevamente mi respuesta es en lo negativo. Tengo mucha mayor confianza en
la verdad de la historia bíblica que en la credibilidad, por ejemplo, de un Josefo. Pero en
ocasiones Josefo confirma lo dicho en la Biblia, y yo pienso que es perfectamente lícito
mencionar este hecho en la discusión apologética. El asunto no es tanto que Josefo tenga
mayor autoridad que Lucas, por ejemplo. Más bien es que incluso un no-cristiano como
Josefo reconoce en ciertos puntos los datos de la historia que narra la Biblia. Los estudiosos
modernos, muchos tan escépticos que están prontos para creer hasta al historiador no-
cristiano más poco fiable en preferencia a creer el testimonio de la Palabra de Dios, tienen
que aceptar que incluso un historiador no-cristiano del siglo I, escribiendo como se espera de
un historiador, confirma la verdad del testimonio bíblico.

Nuevamente, esta forma de argumentar no añade a la Biblia nada que comprometa el


principio de la sola Scriptura. No añade nada a la suprema fuente de verdad autoritativa, pues
esa fuente está en la Biblia y en ningún otro lugar. Por otra parte, argumentos como el de la
causa última, o el de Josefo, aunque contienen datos extrabíblicos, tienen el único propósito
de comunicar la Escritura “tal y como es”. Después de todo, si quieres mirar correctamente
la Escritura, te ayudará mirarla en sus varios contextos: el contexto de su propia cultura
contemporánea (con autores como Josefo), el contexto del universo entero (con su causa y
propósito). El que mira correctamente la Escritura verá como ella encaja en, e ilumina esos
contextos. En ese sentido, un buen argumento de causa, o de comparación histórica, no iría
más allá de la Escritura. Sólo mostrará cuán aplicable es la verdad bíblica a ciertas áreas del
mundo. Y así se estará demostrando el significado pleno de la Biblia.

La conclusión a la q. llego es q. podemos usar datos extrabíblicos, pero no como


criterios independientes por los que la Biblia sería medida. ¡Qué ridículo es pensar que la
Palabra de Dios se considerará en error por no concordar con Josefo, o Eusebio o Papías, o
con alguna teoría de algún antropólogo acerca de la “antigüedad del hombre”! Precisamente
debe ser lo contrario. Debemos presentar la Biblia tal y como es; es decir, que en ocasiones
concuerda con otros escritos, y en otras ocasiones no. Es lo que esperamos de una Palabra de
Dios que entra a un mundo finito y lleno de pecado. Es más esta consideración, por la gracia
de Dios, puede ser persuasiva. Lo que a nosotros nos corresponde es presentar la Biblia tal y
como es. Y para hacer esto, habrá que hacer frecuente referencia a los diferentes contextos.

6.0- SOLA SCRIPTURA Y LA REVELACIÓN NATURAL:

El relacionar la Biblia con sus contextos equivale a relacionarla con la revelación


natural. La revelación natural es la revelación de Dios en todo lo que ha creado (Sal 19:1ss;
104:1ss; Rm 1:18ss), incluyendo al ser humano, el cual está creado a su imagen:

--“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los
creó” (Gén 1:27);

--“El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada;
porque a imagen de Dios es hechoel hombre” (Gén 9:6); y

--“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que
están hechos a la semejanza de Dios” (Sant. 3:9).

La revelación de Dios nos rodea a todos, incluso está dentro de nuestro ser. En esto
incluyo al no-creyente. Como dije antes, el no-creyente también tiene un conocimiento claro
de Dios (Rom 1:21, “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido”); pero trata en diferentes maneras de suprimir dicho conocimiento.

La revelación natural revela el “eterno poder y deidad” de Dios (Rom 1:20). Revela
sus normas éticas: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales
cosas son dignos de muerte...” (1:32); y revela su ira en contra del pecado (mismo verso;
también el v. 18, “porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e
injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”). No obstante, en la
revelación natural no se revela el plan de salvación de Dios, pues éste se da concretamente
en la predicación de Cristo:

“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?
¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?
Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que
anuncian buenas nuevas! ... Así que la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios” (Rom
10:13-15,17).

Tenemos esa predicación de Cristo en forma definitiva en la Biblia; y con esa


autoridad continuamos predicando el evangelio en todo el mundo.

¿Por qué requerimos de dos clases de revelación? Una razón sería, que cuando Dios
habla directamente, la “curva del aprendizaje” se hace mucho más chica. Aún Adán en su
estado de inocencia necesitaba oir la voz directa de Dios, suplementando e interpretando para
él su revelación en la naturaleza. No lo tenía que descifrar y descubrir todo solito Adán, pues
en muchos casos quizá le hubiese llevado tiempo hacerlo, o quizá hubiera sido imposible
para su mente finita. De modo que Adán, como siervo fiel del pacto que era, acepta con
gratitud la ayuda de Dios. Acepta la interpretación que Dios le da acerca del mundo, hasta el
momento trágico cuando decide aceptar en su lugar la interpretación de Satanás.

Ya después de la caída, son dos las razones por las que se necesita la comunicación
verbal especial de Dios. Una era la necesidad del hombre de tener una promesa salvífica, la
cual nunca se deduciría por sí sola de la revelación natural. Y la otra era para corregir toda
interpretación pecaminosa de la revelación natural. Rom. 1:21-32 explica cómo la gente
maneja la revelación natural cuando no hay otra palabra más de parte de Dios. La “detienen”,
la suprimen, la desobedecen, la cambian por una mentira, la desvirtúan, e incluso honran a
los que se rebelan ante ella.

Por ello, Dios nos ha dado la Escritura, la “revelación especial”, tanto para
suplementar la revelación natural (añadiendo a ella el mensaje de salvación), como para
corregir el mal uso que el hombre hace de la revelación natural. Como dijera Calvino, el
cristiano debe mirar la naturaleza con los “anteojos de la Escritura”. Si al Adán en inocencia
Dios le tuvo que dar revelación verbal para que pudiera interpretar el mundo, ¡cuánto más
nosotros!

El asunto no es tanto que la Escritura pudiera ser más divina o tener mayor autoridad
que la revelación natural. La revelación natural es toditita palabra de Dios y por ende de
autoridad absoluta. La diferencia está en que la Escritura es una comunicación verbal divina
q. Dios dio con el fin de suplementar y de corregir nuestra interpretación de su mundo.
Debemos aceptar con toda humildad esta ayuda. Al hacerlo, no por ello decimos que la
Escritura sea de mayor autoridad que la revelación natural. Más bien, permitimos que esa
Palabra (con su Espíritu siempre presente) corrija nuestras interpretaciones de la revelación
natural.

Para permitir que la Escritura ejerza dicha influencia correctiva, tendremos que
aceptar el principio de que nuestra fe convencida sobre la enseñanza bíblica tiene prioridad
sobre lo que podemos aprender solamente de la naturaleza. Dios nos dio la Escritura como la
constitución del pacto para el pueblo de Dios, y si nos ha de servir como tal, tendremos que
darle la prioridad sobre toda otra fuente del saber. Es un error, por ejemplo, sugerir (como
muchos hacen) que leamos juntos, lado a lado, los “dos libros de la naturaleza y de la
Escritura”, ambos con igual peso en todos los sentidos. Este tipo de argumento ha sido usado
para justificar cristianamente, pero sin mucho sentido crítico, la aceptación de la teoría de la
evolución, la sicología secular, y otras más. Este tipo de argumento no le permite a la
Escritura hacer su labor correctiva, y proteger al pueblo de Dios de la “sabiduría” del mundo
(ver 1ª Cor 2:6-16). Por ello, sola Scriptura.

Con todo, la revelación natural, leyéndola bien a través de los “espejuelos de la


Escritura”, es de tremendo valor para el cristiano, y específicamente para el apologeta
cristiano. Cuando miramos la naturaleza con la ayuda de Dios, entendemos que los cielos en
verdad “cuentan la gloria de Dios” (Sal 19:1). Vemos varias de las maneras muy interesantes
en las que los hombres reflejan la imagen de Dios. Vemos cómo Dios le da al mundo y a la
mente humana una estructura racional, de modo que puedan adaptarse una a otra las dos
estructuras.

Vemos a través de la ciencia la asombrosa sabiduría del plan de Dios (ver el Salmo
104). Vemos a través de la historia y de las artes, cuánto mal resulta cuando la gente abandona
a Dios, y cuánta bendición (¡así con persecuciones, Mc 10:30¡ “que no reciba cien veces más
ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones;
y en el siglo venidero la vida eterna”) se derrama sobre los que le son fieles.

Apologetas tradicionalistas no siempre comprenden que la naturaleza es revelación


de Dios. Aquino, por ej., no hizo distinción entre la revelación natural y la especial; más bien
la hizo entre el razonar con la ayuda de la revelación y el razonar sin esa ayuda. Resulta fácil
entender que estos puntos de vista se hayan calificado como “autónomos” o “neutrales”.
Otros apologetas tradicionalistas, sin embargo, enfatizan más el concepto de la revelación
natural, y describen su método como uno que presenta la revelación natural al no-creyente
de alguna manera como no parte de la revelación especial.

Por supuesto, no hay objeción alguna a que se presente la revelación natural a un no-
creyente. Lo que sí tenemos que cuidar, es que lo que digamos acerca de la revelación natural
esté de acuerdo con la enseñanza bíblica; o sea, que veamos la naturaleza a través de los
“espejuelos de la Escritura”. Mostrarle la revelación natural no es necesariamente una
invitación a q. razone en forma neutral o autónoma, o q. ignore la Biblia. Realmente, en este
sentido, la revelación natural y la especial nunca deben separarse cuando en una conversación
apologética.

Por tanto, el uso de evidencia fuera de la Biblia en la apologética puede ser tenido
como un buen uso de la misma Biblia. Pues será la respuesta obediente al punto de vista que
pinta la Biblia del mundo. Según nos enseña la Biblia, la naturaleza apunta a Dios, de modo
que el apologeta cristiano obediente, mostrará al no-creyente las varias maneras en las que la
naturaleza revela a Dios, pero no presentándolas como pensamiento neutral, ni permitiendo
el uso de criterios no-cristianos de la verdad. De modo que el apologeta cristiano apela a la
revelación natural, y a la vez apela a la Escritura. Pues el propósito mismo de la Escritura
(como enfatizo en mi libro Doctrine of the Knowledge of God) es para hacer aplicación. La
Escritura ilumina las situaciones de vida y las personas inclusive de los que no están en la
Biblia. El “mirar la creación a la luz de la Escritura”, y el “aplicar la Escritura a la creación”,
son una y la misma actividad, vista desde perspectivas diferentes.

Si aceptamos este punto de vista sobre la apologética, no tendremos que hablar de


competencia entre presuposiciones y evidencias. Nuestras presuposiciones bíblicas autorizan
el uso de evidencias, y las evidencias no son otra cosa que la aplicación de la Escritura a
nuestra situación particular. El uso de evidencias no es contrario al principio de sola
Scriptura, sino que lo obedece.

7.0- LOS VALORES:

¿Qué uso tiene la apologética, qué propósito, qué valor? Debido a que la apologética
y la predicación tienen perspectivas similares, los beneficios de ambas son las mismas. Si la
predicación busca la conversión de los perdidos y la edificación de los santos, lo mismo la
apologética.

El esfuerzo por ofrecer una razón intelectual satisfactoria tiene su beneficio dentro de
estos contextos más amplios. Para el creyente, la apologética confirma su fe, mostrando la
racionalidad de las Escrituras. Esa racionalidad también ofrece al creyente un fundamento
intelectual, una base para su fe, y una base para la toma de decisiones sabias en su vida. La
apologética en sí no es ese fundamento; pero lo que sí hace es mostrar y describir el
fundamento que presenta la Escritura, y mostrar y describir la manera en la que debemos
edificar sobre ese fundamento.

Para el no-creyente, Dios puede usar razonamientos apologéticos para eliminar de


tajo la racionalización, o sea los argumentos que aquel usa para resistir la conversión. La
apologética puede ofrecer la evidencia que conduce a un cambio de convicción. No estoy
diciendo que el no-creyente carece de evidencia. En verdad está rodeado de evidencia: en la
creación (Sal 19:1ss; Rom 1:18ss) y en su propia persona (Gén 1:26ss) a favor de la existencia
de Dios. Y hay bastante evidencia en la Escritura a favor de otras doctrinas cristianas. Pero
lo que hace el apologeta es formular la evidencia, y hacerlo de una manera provocativa a fin
de atraer la atención del no-creyente a ella. Y también, puede aplicarla a las objeciones muy
particulares que pudiera tener el no-creyente.
Y para los que nunca llegan a creer, la apologética aún puede seguir haciendo la obra
de Dios. Es como la predicación, añade a su condenación. El que no quiere arrepentirse y
creer, a pesar de una presentación fiel de la verdad, tendrá que sufrir una condenación más
severa:

“Aquel siervo que conociendo la voluntad de su señor, no se preparó, ni hizo


conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes. Mas el que sin conocerla hizo
cosas dignas de azotes, será azotado poco; porque a todo aquel a quien se haya
dado mucho, mucho se le demandará; y al que mucho se le haya confiado, más se le
pedirá” (Lc 12:47-48).

8.0- LOS PELIGROS:

Santiago nos advierte (3:1): “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de


vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación”. Si no enseñamos, nuestros errores
afectarán sólo a nosotros; pero si enseñamos, nuestros errores podrían afectar también a otros.
Por ello, se condena con mayor severidad a los errores en quienes son maestros. Como
indiqué anteriormente, el apologeta es un maestro; por ende la advertencia de la Escritura es
aplicable también a él.

¿Quieren que sea más específico? Bueno, en el pasaje lema de este capítulo, 1ª Pedro
3:15-16, Pedro exhorta a los apologetas a que mantengan “buena conciencia”, de modo que
los que murmuran puedan ser avergonzados. Es de interés notar que Pedro no pide a los
apologetas ser inteligentes o de mucho estudio y conocimiento (aunque esas cualidades
definitivamente son de ayuda); más bien les pide q. lleven una “buena conducta en Cristo”.
Nos da, pues, una norma práctica para una disciplina que la tendemos a ver como teórica.

De hecho, toda presentación apologética tiene contextos prácticos importantes.


Nuestra comunicación con los no-creyentes no sólo consiste en lo que decimos, sino también
en cómo vivimos ante ellos. Si lo que hacemos desmiente lo q. decimos, o sea, si nuestra vida
contradice nuestra doctrina, nuestra apologética se verá como llena de hipocresía, y perderá
credibilidad. Pero si nuestra vida es consistente con la doctrina, los que nos quieran hacer ver
mal entonces serán los que pierdan credibilidad. En el día final, si no antes, serán
avergonzados.

Para ser un poco más específico, los apologetas son sujetos a los mismos pecados que
todos los demás, pero en el correr de los años, se han visto más propensos a pecar en dos
áreas específicas. Efesios 4:15 nos insta a seguir la verdad en amor; pero podemos afirmar
que apologetas hay que han sido culpables de decir mentiras; como los hay que son culpables
de hablar sin amor.

8.1- La falta de verdad:

El primer error es muy criticado en la polémica del N.T. que levanta en contra de toda
enseñanza falsa (ver 2ª Timoteo 3 y 2ª Pedro 3, etc.). Nos admiramos de ver cuántas herejías
se deben a móviles apologéticos. El apologeta piensa, “Para presentar con mayor persuasión
el cristianismo, tendré que mostrar que es compatible con los movimientos intelectuales de
nuestro día. Por ello, debo presentar el cristianismo como una fe de mucha ‘seriedad
intelectual.’” Así, varias de las doctrinas cristianas podrían quedar comprometidas,
reemplazadas por las doctrinas de la filosofía popu-lar vigente.

Los apologetas del siglo II (Justino, Arístides, Atenágoras) fueron personas muy
entregadas a la fe cristiana en términos generales. Pero comprometieron la doctrina cristiana
de la creación, acomodándola a la idea filosófica de los gnósticos de una línea continua de
ser entre Dios y el mundo. Esto indujo a que tuviesen un concepto de Dios casi impersonal
(estando el ser incomprensible en la punta superior de la línea), y una doctrina
subordinacionista de la Trinidad (que el Hijo y el Espíritu están subordinados al Padre, de
modo que pudieran interrelacionarse con el mundo de una manera que el Padre no podía).

Así se ven móviles similares en Clemente de Alejandría y en Orígenes como también


en Tomás de Aquino, y más recientemente con Schleiermacher en su obra Speeches to the
Learned Despisers of Christianity (“Discursos a los eruditos despreciadores del
cristianismo”), y con los muchos teólogos modernos desde Bultmann hasta Tillich y
Pannenberg, que quieren mostrar al “hombre moderno” el valor intelectual del cristianismo.
Pero con harta frecuencia su móvil apologético conduce al desvío doctrinal. Esto no quiere
decir que el móvil apologético sea malo; pues como hemos dicho antes, el móvil en sí es muy
bíblico. Pero los modelos históricos, así como la misma admonición de la Escritura, nos debe
hacer cautelosos en extremo. No seas, pues, apologeta al menos que tu lealtad sea
primeramente con Dios -- antes que con el respeto intelectual de los demás, antes que con la
verdad en el abstracto, antes que con los no-creyentes como tales, y antes que con alguna
tradición filosófica.

Otros pecados podrían también contribuir a esta falla: el amor mal dirigido, la
subestima del pecado en el hombre (como si lo que más necesitara el no-creyente es
simplemente un mejor argumento), la ignorancia de la revelación de Dios (especialmente en
lo que concierne al presuposicionalismo bíblico), y el orgullo intelectual.

8.2- La falta de amor:

El error contrario sugerido por Ef 4:15 es el de hablar sin amor. Desafortunadamente,


la disciplina de la apologética atrae a muchas gentes contenciosas y amantes de las
discusiones. Hasta no esta estar inmersas en alguna controversia, no pueden estar contentas.
Si no hay controversia, se la crean, buscando pleito sobre asuntos que fácilmente podrían
pasarse de alto, o bien arreglarse en santa paz. La Biblia comenta acerca de esta clase de
persona, y siempre es en términos negativos; por lo que si hay alguien que quiera hacer de la
apologética su carrera, que medite bien los textos siguiente:

“Ciertamente la soberbia concebirá contienda; mas con los avisados está la


sabiduría” (Prov 13:10).

“Los labios del necio traen contienda; y su boca los azotes llama” (Prov 18:6).

“El carbón para brasas, y la leña para el fuego; y el hombre rencilloso para
encender contienda” (Prov 26:21).
“¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y
violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan” (Hab 1:3).

“(Pagará) ... ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino
que obedecen a la injusticia” (Rom 2:8).

“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé,
que hay entre vosotros contiendas” (1ª Cor 1:11).

“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal
costumbre, ni las iglesias de Dios” (1ª Cor 11:16).

“Los unos anuncian a Cristo por contención, no sinceramente, pensando añadir


aflicción a mis prisiones” (Fil 1:16).

“Pero evita las cuestiones necias, y genealogías, y contenciones, y discusiones


acerca de la ley;...son vanas y sin provecho” (Tit 3:9).

Este espíritu de contención procede de la soberbia, según Prov 13:10. Cuando una
persona es tan vanidosa que no puede “recibir consejo” de otras personas, termina insistiendo
en su propio camino, hasta no verse forzado a desistir. Lejos de ser sabio, esta persona es
necia (Prov 18:6), e incluso se halla bajo el control del mismo diablo:

“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras
en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os
jactéis ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto,
sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación
y toda obra perversa” (Sant 3:13-16).

Luego sigue diciendo Santiago así: (vv. 17-18)

“Pero la sabiduría que es de lo alto es primeramente pura, después pacífica,


amable, benigna, llena de misericordia y de buenos frutos, sin incertidumbre ni
hipocresía. Y el fruto de justicia se siembra en paz para aquellos que hacen la paz.”

Pablo inclusive llega a decir que la “conocimiento” sin amor no es verdadero conocimiento:

“El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe
algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido
por él” (1ª Cor 8:1b-3).

Defender la fe cristiana con un espíritu contencioso es defender el cristianismo y la


contención al mismo tiempo; lo cual resulta un híbrido de autodestrucción. El cristianismo
verdadero -- el cristianismo al que estamos llamados a defender con la palabra y con la vida,
es el que dice: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de
Dios” (Mt 5:9); y, “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los
hombres” (Rom 12:18).

Escuche también a Pedro, nuevamente en nuestro texto temático, exhortando las


virtudes de la "gentileza" y el "respeto". La mansedumbre es el camino del amor y la
pacificación, un rasgo bastante opuesto al espíritu contencioso. En círculos como el mío, que
enfatizan (con razón, en mi opinión) una ortodoxia militante, la gentileza es la más
descuidada de las virtudes bíblicas. ¿Es posible ser militante y gentil al mismo tiempo? Por
supuesto. Que el mismo Señor Jesús y sus apóstoles nos muestren el camino.

"Respeto" es la traducción de la ESV de la palabra griega phobos, "miedo". Las


traducciones que usan el término miedo quizás pretenden que se tome como el temor de Dios
(la NASB dice "reverencia"), o al menos la percepción del apologista de los peligros
espirituales de la situación. El respeto significaría tratar al incrédulo como lo que es: una
persona creada a imagen de Dios. Significaría no menospreciarlo, sino escucharlo, no
menospreciarlo, sino tomar en serio sus preguntas e ideas. Cualquiera de las dos ideas estaría
de acuerdo con otras enseñanzas de las Escrituras. La conclusión es que debemos relacionar
el encuentro apologético con Dios y sus propósitos, en lugar de permitir que nuestra propia
evaluación emocional del incrédulo dicte nuestro acercamiento a él.
Cap. 2- EL MENSAJE DEL APOLOGETA
(página 31-52)

INTRODUCCIÓN:

El mensaje del apologeta es, a fin de cuentas, nada menos que la revelación entera de
las Escrituras, aplicada a las necesidades de los oyentes. Ahora bien, en un libro de texto
sobre la apologética como el presente, creemos importante ofrecer un resumen breve del
contenido de las Escrituras, con el fin de darle una mejor dirección a nuestro testimonio como
apologetas. No es difícil la tarea. Las enseñanzas de la Biblia sí pueden ser resumidas. Es
más, existen dentro de las mismas Escrituras resúmenes de su enseñanza, como por ejemplo
los pasajes siguientes:

--Juan 3 6:23
--1ª Corintios 15:1-11
--2ª Cor:16
--Romanos intios 5:17 - 6:2
--Efesios 2:8-10
--Filipenses 2:5-11
--1ª Timoteo 2:5-6
--Tito 3:3-8, y
--1ª Pedro 3:1

Estos textos nos muestran que hay diferentes maneras de resumir el mensaje bíblico,
cada una con su énfasis particular un poco diferente. A estos énfasis los podríamos llamar
“perspectivas”. Con respecto a los propósitos de la obra presente, será útil resumir el mensaje
Escritural desde dos perspectivas: a)- la primera, el cristianismo como una filosofía; y b)- la
segunda, el cristianismo como buenas nuevas.

1.0- ES FILOSOFÍA:

Al decir “el cristianismo como una filosofía”, quiero decir que el cristianismo ofrece
un punto de vista comprensivo sobre el mundo. Nos ofrece un relato, no sólo de Dios, sino
del mundo que Dios creó, la relación que guarda el mundo con Dios, y el lugar del ser humano
dentro de ese mundo, o sea, su relación con la naturaleza y su relación con Dios. El
cristianismo trata de:

--la metafísica (la teoría de la naturaleza fundamental del universo)


--la epistemología (la teoría del conocimiento) y
--los valores (la ética, la estética, la economía, etc.)

Como tal, el cristianismo ofrece un punto de vista sobre todo. Creo que hay un punto
de vista particular que el cristianismo ofrece sobre la historia, la sociología, la educación, las
artes, los problemas filosóficos, etc. Y como vimos con anterioridad, la autoridad de nuestro
Señor es comprensiva; todo lo que hagamos tiene que estar relacionado a Cristo (“Si, pues,
coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”, 1ª Cor 10:31).
Entonces, el cristianismo entra en competencia con el platonismo, el aristotelianismo,
el empirismo, el racionalismo, el escepticismo, el materialismo, el monismo, el pluralismo,
el humanismo secular, el marxismo el pensamiento de la teología de proceso, el pensamiento
de la Nueva Era, y con cualquier otra filosofía habida y por haber; compite también con otras
religiones, como el judaísmo, el islam, el hinduismo, el budismo.

Una de las repercusiones más desafortunadas de la idea distorsionada que hay sobre
“la separación entre la iglesia y el estado”, es que los educandos pueden escuchar a los
proponentes de cualquier sistema de pensamiento, excepto aquellos que son arbitrariamente
calificados como de una “religión”. Pues ¿quién puede decir que no se puede hallar algo de
verdad en algunas de estas posturas religiosas, o incluso alguna verdad exclusiva de esa
postura? Y hablando en términos de la libertad de pensar y de creer, ¿es justo limitar la
educación pública a los puntos de vista llamados “seculares”? ¿No es también esto un gran
lavado de cerebro?

Además, los separacionistas extremos (Frame aquí reflexiona sobre el panorama


estadounidense) con frecuencia se oponen en particular a las expresiones que se dan en
público del cristianismo; no así con las de las religiones en general. Con harta frecuencia
admiten sin objeción alguna, presentaciones en las escuelas que favorecen el misticismo
oriental o incluso la brujería moderna; lo que sí objetan es cuando se trata del cristianismo.
Por inconsecuente que parezca, este proceder específicamente anticristiano realmente tiene
sentido. Pues como veremos más adelante, es el cristianismo, y no el misticismo oriental o la
brujería o los ritos de los nativos americanos, el que se planta firmemente en contra de las
tendencias de la mente humana no-regenerada. Al cristianismo se le excluye de las escuelas
a pesar de que (o quizá precisamente porque) ofrece la única alternativa válida a la “sabiduría
de moda” del aparato político y de la sociedad modernos.

Sin embargo, esa “sabiduría de moda” nos ha legado un vasto aumento en los índices
del divorcio, del aborto, de familias con padres (madres) solteros(as), niños de la calle, la
farmacodependencia, las pandillas, el crimen, el Sida (y otros problemas más de salud, p.ej,
el resurgimiento de la tuberculosis), la falta de vivienda, la falta de alimentos, los déficits
gubernamentales, los altos impuestos, la corrupción política, la degeneración en las artes, la
mediocridad en la educación, la falta de competitividad en la industria, grupos de intereses
particulares exigiendo toda clase de “derechos” (derechos que no tienen sus
responsabilidades correspondientes, y que vienen a costa de los demás), la contaminación del
medioambiente, etc.

Nos ha legado un gobierno “mesiánico”, que reclama para sí autoridad plena, y ofrece
solucionar todos nuestros problemas (“salvación” secular), pero que generalmente termina
dejando las cosas peor. En las instituciones de enseñanza superior, anteriormente bastiones
de la libertad intelectual, ahora cunden ideas de lo “políticamente correcto”. La cultura en
general ahora permite el uso de vocabulario anteriormente considerado vulgar, ofensivo y
blasfemo. Ha creado un ambiente en que la música popular (de estilo “rap”) insta a la gente
a matar a los guardianes del orden.

Siendo así las circunstancias en las que vivimos, ¿no deberíamos estar pensando de
otras alternativas a esta supuesta “sabiduría de moda”? ¿O será que sólo una alternativa
existe? De ser así, -- y la tesis que aquí sustento es que así es -- entonces nos urge tomar dicha
alternativa mucho muy en serio.

Con el fin de mostrar que el cristianismo es la alternativa, o sea, la única opción


viable, permítanme exponer el contenido del cristianismo como filosofía: es decir, como
metafísica, como epistemología y como sistema de valores (con énfasis particular en la ética).
En relación a esto, también creo de importancia decir que el cristianismo es evangelio (o sea,
buenas nuevas), y quizá sea más importante este aspecto que los anteriores. Pero esto lo
diremos a su tiempo.

Reconocemos que en nuestros tiempos modernos, por así decir, en comparación con
la sociedad de hace 600 años, la gente de hoy día ignora el punto de vista cristiano sobre el
mundo. Por ello deben de entender el punto de vista cristiano sobre el mundo (la filosofía
cristiana), de modo que pueda cobrar sentido para ellos el aspecto llamado evangelio, las
buenas nuevas.

Primero, pues, presento el cristianismo como filosofía, para luego presentarlo como
evangelio:

2.0- ES METAFÍSICA:

Las 4 cosas más importantes que debemos recordar acerca de la forma cristiana de
entender el mundo, son: a) la personalidad absoluta de Dios; b) la distinción entre el Creador
y la criatura; c) la soberanía de Dios; y d)- la Trinidad.

2.1- La personalidad absoluta de Dios:

Dios es “absoluto”, en el sentido de que es el Creador de todas las cosas, y por ende,
la base de todo lo que existe. Como tal, no necesita de ningún otro ser para existir (“ni es
honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida
y aliento y todas las cosas”, Hech 17:25). Nada ni nadie lo hizo existir; siempre ha sido
(“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el
siglo, tú eres Dios”, Sal 90:2; “Firme es tu trono desde entonces; tú eres eternamente”, Sal
93:2; “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” Jn 1:1).

Tampoco pueda haber nadie que lo destruya; siempre existirá (“Porque yo alzaré a
los cielos mi mano, y diré: Vivo yo para siempre”, Deut 32:40; “Ellos perecerán, mas tú
permanecerás; ...pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” Sal 102:26-27 y citado en
Heb 1:10-12; “el único que tiene inmortalidad...” 1ª Tm 6:16; “y juró por el que vive por los
siglos de los siglos...” Ap 10:6). Su existir es atemporal, pues es el Señor del tiempo (Sal 90,
especialmente el v. 4, “porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó,
y como una de las vigilias de la noche”; Gál 4:4, “pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a su Hijo...”; Ef 1:11, “...que hace todas las cosas según el designio de su
voluntad”; 2ª Ped 3:8, “...para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un
día”.
Dios conoce con la misma perfección de siempre todos los tiempos y todos los
espacios (Is 41:4: “¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová, el primero,
y yo mismo con los postreros”; Is 44:7-8: “¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y
lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo?
Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir. No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo
hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? ... No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco
ninguno.” Como lo dijera el Catecismo Menor (preg. #4: “Dios es espíritu, infinito, eterno e
inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad.”

Esta definición enfatiza no sólo que Dios es absoluto, sino también que es una
persona. En la Biblia, “Espíritu” es personal, y Dios es Espíritu (Jn 4:24). Como Espíritu que
es, Dios: habla “y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres
hombres te buscan” (Hech 10:19); dirige, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom 8:14); da testimonio, “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8:16); ayuda, “...el Espíritu
nos ayuda en nuestra debilidad (Rm 8:26); intercede, “...pero el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos indecibles” (mismo versículo); ama, “os ruego, hermanos, por
nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu...” (Rom 15:30); revela, “Pero Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu...” (1ª Cor 2:10); y escudriña, “porque el Espíritu todo
lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (mismo versículo).

Aunque la voz griega para “Espíritu” (pneuma) es de género neutro, el N.T. a veces
enfatiza que el Espíritu es una persona, en que se refiere a él con un pronombre masculino
(por ej, Jn 16:13,14). También son de orden personal las referencias del Catecismo a los
atributos de sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. La Biblia con frecuencia
atribuye estas cualidades a Dios.

La gran pregunta q. confronta a la humanidad moderna es esta: siendo que en el


universo existen tanto personas (por ej, tú y yo) como estructuras impersonales (por ej, la
materia, el movimiento, el azar, el tiempo, el espacio y las leyes físicas), ¿cuál es
fundamental? ¿Está basado el aspecto impersonal del universo en las personas, o es todo al
revés?

La idea secular generalmente presupone que es lo último, es decir, que las personas
son el producto de la materia, del movimiento, del azar, etc. Sostiene que el explicar un
fenómeno en términos de intención personal (por ej, esta casa está aquí porque alguien la
construyó para vivirla) no llega a ser una explicación final y última. La última explicación,
en esta manera de pensar, se encuentra en lo impersonal (por ej, la persona construyó la casa
porque los átomos de su cerebro se movieron en ciertas formas). Pero, ¿es necesaria una
presuposición así?

Pensemos más sobre cuáles serían las consecuencias, según cada uno de estos puntos
de vista. Si lo impersonal tiene prioridad, luego en el origen absoluto de las cosas no hubo ni
consciencia, ni sabiduría, ni voluntad. Lo que nosotros llamamos “la razón” y “los valores”,
no son más que consecuencias accidentales, carentes de intención, de eventos azarosos
(Entonces, si la razón sólo es el resultado de sucesos irracionales, ¿por qué confiar en ella?)
Al final de todo, la virtud moral no se premiará. La amistad, el amor y la hermosura no
tendrán ninguna consecuencia final, pues quedan reducidos a un proceso ciego, sin cuidado
alguno. Bertrand Russell fue por demás elocuente sobre las consecuencias de esta forma de
pensar, a pesar de que él la sostuvo, pues es “el mundo que la ciencia nos presenta para creer
en él”. Dice así:

“El hombre es el producto de causas que no podían prever el fin que alcanzarían; su
origen y desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus credos, no son otra cosa más
que el fruto de colocaciones accidentales de átomos; ningún ardor, ningún heroísmo, ningún
pensamiento o sentimiento intenso, pueden preservar una sola vida particular más allá de la
tumba; pues todo el trabajo hecho a través de las edades, toda la devoción, toda la brillantez
como del mediodía del genio humano, todo está destinado a desaparecer en la vasta muerte
del sistema solar; y el templo entero del logro humano inevitablemente quedará enterrado en
los escombros de un universo en ruinas. Sólo sobre base de estas verdades, sobre el cimiento
firme de una inflexible desesperación, se podrá construir la habitación segura del alma
humana.”

Pero por otra parte, si lo personal es lo que tiene prioridad, luego el mundo fue hecho
según un plan racional que puede ser entendido por mentes racionales. La amistad y el amor
no son simplemente experiencias humanas profundas, sino ingredientes fundamentales del
orden universal. Pues hay alguien que quiere que exista la amistad, que desea que exista el
amor. El bien moral es, también, parte del gran plan del universo. Si la personalidad es
absoluta, luego hay alguien a quien le interesa lo que hacemos, que aprueba o desaprueba
nuestra conducta. Y esa persona tiene también un propósito para el mal, por más misterioso
que ello nos parezca.

La hermosura tampoco es algo que sólo aparece en forma fugaz; es el arte de un gran
artesano. Y si en verdad el sistema solar tendrá su desenlace en “una vasta muerte”, existe
una persona que nos puede librar de esa muerte, si le place. De modo que quizá, después de
todo, algunos de nuestros pensamientos, planes, confianzas, amores y logros sí tienen
consecuencias eternas, consecuencias tales que imparten a estas cosas una gran seriedad, y a
la vez humor. Humor, digo, por la comparación irónica que tienen nuestros pobres esfuerzos
tan pequeños con esas “consecuencias eternas”.

¡Qué diferencia! En lugar de ser el mundo un lugar gris lleno de materia, movimiento
y casualidad, un mundo en el que cualquier cosa puede suceder, pero en el que casi nada
sucede jamás (q. sea de interés humano), el mundo sería la creación artística de la mente más
grande que se puede imaginar, un mundo lleno de una hermosura que deslumbra y de una
lógica que fascina. Tendría una historia que es a la vez un drama, con un interés humano, una
profunda sutileza y alusiones más iluminadoras que cualquiera que pudiera inventar el
novelista más grande. Esa historia divina tendría una grandeza moral que cambia todo el mal
del mundo a bien. Y lo más admirable de todo, ese mundo estaría bajo el control de un ser
que, de alguna manera maravillosa, resulta... ¡semejante a nosotros!

¿Podríamos orar a él? ¿Lo podríamos tener como amigo? ¿O por ser él nuestro
enemigo tendríamos que huir de él? ¿Qué esperaría él de nosotros? ¿Qué experiencias
increíbles tendría él reservadas para nosotros? ¿Qué nuevos conocimientos? ¿Qué
bendiciones? ¿Qué maldiciones?
Sospecho que muchos de los que están en la incredulidad secretamente quisieran que
algo así pudiera ser cierto. Es el trabajo del apologeta no sólo el de defender la verdad con
argumentos, sino el de mostrar la verdad tal y como ella es, en toda su hermosura, sin encubrir
sus tonos más oscuros. Cuando así la describimos, como atractiva pero con sus retos,
cumplimos con nuestro misión apologética. Pues con frecuencia sucede que, antes de que
alguien acepte y confiese la verdad, llega al punto de querer que ella sea la verdad. Y eso es
bueno. Desear algo no hace que sea ni cierto ni falso, y sería una calumnia asegurar que el
cristianismo sólo es el cumplimiento de los deseos humanos. Pero una persona que desea
algo, y que quisiera verlo cumplido, esa persona muchas veces ya está en el camino hacia la
fe. Un incrédulo consecuente con su propio sistema de fe no ve nada de atractivo en el punto
de vista de la Biblia sobre el mundo; más bien le da la espalda.

¡Una persona absoluta! ¡Un absoluto personal! No he estudiado bien todas las
religiones no cristianas, por lo que no quiero decir que es sólo el cristianismo la única religión
que afirma un absoluto personal. Existen variantes del hinduísmo y budismo que se clasifican
a veces como “teístas” y de acuerdo a algunas religiones animistas de Africa y de las
Américas, detrás del mundo de los espíritus existe un ser personal que les ha de pedir cuentas
a todos esos espíritus. Con todo, es cierto que la religión bíblica es el candidato más fuerte
hoy día para ser el “teísmo de persona absoluta”.

Las religiones principales del mundo, en sus formas más típicas (diríamos en sus
formas más auténticas) son: o panteístas, como los hinduistas y los taoístas; o bien son
politeístas, como los animistas, algunas formas del hinduísmo, los sintoístas y las religiones
tradicionales de Grecia, Roma y Egipto, etc. El panteísmo tiene un absoluto, pero no un
absoluto personal; y el politeísmo tiene dioses personales, pero ninguno de ellos es absoluto.
Inclusive, aunque la mayoría de la religiones tienden a enfatizar ya sea el absolutismo
panteísta o el no absolutismo personal, generalmente se pueden hallar elementos de ambos
debajo de la superficie. En el politeísmo griego, por ejemplo, los dioses son personas, pero
no son absolutos. Sin embargo, esta clase de politeísmo tiene un suplemento en su doctrina
del destino, que es una forma de un absoluto impersonal. Algo similar encontramos en el
animismo, pues detrás de sus dioses está Mana, una realidad impersonal. El budismo es difícil
de clasificar, pues en su forma original pudo haber sido atea, y también porque su concepto
de “la nada” tiene muchos problemas. Pero sí, en el budismo más conocido, no existe un
absoluto personal. La gente parece sentir la necesidad o el deseo de tener ambos: una persona
y un absoluto; pero en la mayoría de las religiones, estos dos elementos se mantienen
separados, por lo que se comprometen (se contradicen), en lugar de poderse reforzar el uno
al otro. Por ello, entre todos los movimientos religiosos principales, el único que nos insta a
adorar a un absoluto personal es la religión de la Biblia.

Piensa un momento sobre este hecho: el punto de vista cristiano del mundo es único
entre todas las religiones habidas y por haber. ¿Por qué lo sería? Se podría, en teoría, pensar
que la gente de buen criterio y sano juicio (cuando carentes de evidencia y obligados a la
especulación), y confrontados con la pregunta de cuál es primordial: lo personal, o lo
impersonal, estarían divididos y más o menos parejos en su división. Pero resulta que no:
casi siempre se inclinan hacia el punto de vista de que, si existe un absoluto de alguna clase,
ese absoluto ha de ser impersonal. (Y si no existe el absoluto, equivale a decir que el azar, o
el “destino” es absoluto, que es lo mismo que un absoluto impersonal.)
La ciencia moderna no es la excepción (como tampoco la fue en tiempo de Russel).
Cuando los científicos buscan las causas de todo, casi siempre presuponen que los elementos
personales del universo se explican por los impersonales (la materia, las leyes, el
movimiento), y no lo contrario. Y cuando los científicos buscan absolutos, por ej, el “origen
del universo”, buscan “la partícula elemental”, una ley universal (la “teoría del todo”), un
movimiento inicial (el “Big Bang”), o bien una combinación de éstos.

Y ¿por qué piensan así? ¿No sería igualmente razonable el que la materia, el
movimiento y la fuerza impersonales sean explicados por las decisiones de una persona?
Todos hemos observado cómo personas crean y luego manejan objetos impersonales para su
propio beneficio. En fábricas, los trabajadores ensamblan, por ej., tractores (diseñados y
planeados por personas); y en los campos los agricultores los usan para arar la tierra. Pero
jamás hemos visto que un campo arado produzca a un agricultor, o que un tractor produzca
un grupo de trabajadores. La idea es inverosímil.

Pero muchos científicos, y muy educados, dan por sentado que lo impersonal tiene
prioridad en el universo. Es, por así decir, su presuposición. Y la adoptan, no en base a la
evidencia (pues ¿qué evidencia podría probar la proposición negativa que no existe Dios?),
sino en base a una fe irracional que está opuesta al cristianismo.

La única explicación ante esta situación es la que da la Biblia: que aunque la


existencia de Dios ha sido claramente revelada a todos (Rom. 1:18-20), el hombre en su
rebeldía trata de suprimir esa revelación, y por ello opera sobre el principio de que el Dios
de la Biblia ni existe. ¿No será ésta la razón más lógica de que haya una preferencia casi
universal-- aun cuando--irracional, por lo impersonal y en contra de lo personal?

Por supuesto, no he probado en esta sección que el personalismo bíblico sea verdad.
Simplemente lo he expuesto en contraste a su antítesis, para mostrar al amable lector una de
las tareas fundamentales de la apologética. Dios nos llama a tomar una posición firme en
contra de la presuposición casi universal de que el universo es en su base impersonal. No
podemos dejar que el incrédulo suponga lo que por supuesto supone: que por supuesto lo
impersonal tiene primacía. Tenemos q. retarle a que por lo menos considere la posición
alternativa. Y si nos dice que está seguro de su posición pro-impersonalidad, y que todos los
que piensan diferente son supersticiosos o estúpidos, tenemos que pedirle nos dé la misma
evidencia a favor de su posición que nos exige de la nuestra. Y una vez que le hayamos
demostrado que su posición pro-impersonal es el producto de una fe irracional, estaremos en
una buena posición como para presentarle la única alternativa a esa posición, la alternativa
que presenta la Biblia.

2.2- La relación Creador/criatura:

De acuerda a la enseñanza de la Biblia, Dios es tanto trascendente como inmanente.


Su trascendencia estriba sencillamente del hecho de que es radicalmente diferente a nosotros.
El es el Creador, y nosotros sus criaturas. El es absoluto, como dijimos en la sección anterior.
Nosotros no lo somos. Incluso su personalidad es diferente a la nuestra, porque la suya es
original, y la nuestra es derivada. Dios es absolutamente persona en lo absoluto depende de
lo impersonal; en cambio nosotros sí dependemos de la materia impersonal (del “polvo”, Gén
2:7), y de fuerzas impersonales para mantenernos con vida.

La inmanencia de Dios es su involucramiento en todas las áreas de su creación.


Porque él es absoluto, luego él controla todas las cosas, él interpreta todas las cosas, él evalúa
todas las cosas. Porque es omnipotente, ejerce su poder en todo lugar. Tan es así, que nadie
puede escapar de él, de modo que es omnipresente. El que sea un ser personal lo mueve a
involucrarse con su creación de otras maneras. Pues a pesar de las grandes diferencias que
existen entre Dios y nosotros, somos similares a él. Somos creados a su “imagen”.

Según la Biblia, Dios constantemente busca tener conversaciones, estar en comunión,


y vivir con su pueblo. Habló con Adán en el huerto del Edén, y cuando cayeron nuestros
primeros padres en pecado, siguió Dios visitando al ser humano, para hacer pactos con él y
para adoptar familias enteras (como las de Noé, de Abraham, de Israel) como suyas. En varios
puntos de la historia Dios (de alguna manera misteriosa que no menoscaba en nada su
omnipresencia general) ha puesto su presencia dentro del tiempo y del espacio, y morando
en ciertos lugares particulares (como por ejemplo en la zarza ardiente, en el monte Sinaí, en
el tabernáculo, en el templo, en la persona de Jesús, y en la iglesia como templo del Espíritu
Santo).

Dios es el Gran Orquestador de así como el Actor Principal en la historia humana. En


última instancia, es con él que tendremos que ver. Desde Génesis hasta el Apocalipsis, la más
grande pregunta al que se tiene que enfrentar el ser humano es, ¿cómo responderemos a Dios
y a su mundo? Lo mismo sucede hoy en día: detrás de todos los retos y las dificultades de
esta vida, nuestro reto final es: ¿honraremos a Dios y obedeceremos su Palabra, o no?

Es importante mantener puntos de vista bíblicos acerca de la trascendencia y de la


inmanencia de Dios. La trascendencia trae a la mente la distinción Creador/criatura. Dios es
el Creador, nosotros sus criaturas. Jamás podremos llegar a ser Dios y perder nuestra
condición de criatura; así como jamás podrá Dios perder su condición de ser divino. Teólogos
cristianos a veces han errado en esta área, diciendo que la salvación convierte a los hombres
en Dios.

Los no cristianos de toda persuasión terminantemente niegan la distinción que pinta


la Biblia entre el Creador y su creación. Los ateos lo niegan, por supuesto, pero también los
panteístas que afirman que el mundo en sí es de carácter divino. Lo niega el humanismo
secular, pues adora en su lugar la mente humana, colocándola como la norma final de toda
verdad y justicia. Lo niega también la filosofía kantiana, que dice que la mente humana es la
fuente de las formas de su experiencia. Lo niega el existencialismo, que afirma que el hombre
define su propio significado. Lo niegan todas las formas de la ciencia naturalista, que en
efecto dicen que el universo es su propio creador. Lo niegan las religiones orientales y el
recién movimiento occidental de la Nueva Era, la que insta a la gente a buscar “al Dios dentro
de uno mismo”, y “a crear su propia realidad mediante la visualización.

Los teólogos de corte liberal, en cuanto no se someten a la Biblia, e incluyen


libremente ideas no cristianas en sus teologías, también niegan sistemáticamente la distinción
bíblica entre el Creador y la creación. Insisten en pensar en forma autónoma (o sea, no
reconocen ninguna norma absoluta fuera de sí mismos), por lo que niegan la autoridad del
Creador sobre ellos. Para ellos, la trascendencia de Dios consiste no tanto en que sea un ser
absoluto (como hemos definido arriba), sino porque es un ser remoto, “distante”. En la
teología liberal (incluyendo la neo-ortodoxia) Dios es “totalmente otro” tan es así que ni con
la ayuda de la revelación podemos hablar o pensar correctamente de él. De manera que el
teólogo de corte liberal no sólo evade la autoridad de las Escrituras, sino que le da a dicha
evasión una racionalización teológica.

Será de igual importancia sostener el punto de vista bíblico sobre la inmanencia de


Dios. De nuevo, el asunto no es el que Dios pierde su deidad o que el hombre se diviniza.
Pensadores no cristianos, incluyendo a los de teología liberal, con frecuencia hablan de la
inmanencia para dar la idea de que el mundo en cierto sentido es verdaderamente divino, o
que Dios es igual q. el proceso de la historia (así Hegel, la teología secular y la teología de la
liberación). La teología del proceso usa la retórica de la inmanencia (por ej, “Dios está
realmente relacionado”) para negar la soberanía divina, la eternidad y la omnisciencia, a
como la Biblia las define. Y Karl Barth, el padre de la neo-ortodoxia, añade a la noción de
un Dios “totalmente otro” la noción contradictoria de que Dios en Cristo es “totalmente
revelado”.

Esta versión de una inmanencia “totalmente revelada” contradice la doctrina bíblica


de la transcendencia de Dios; y la versión de un Dios “totalmente otro” contradice la doctrina
bíblica de la inmanencia de Dios. Ambas falsificaciones nacen de la incredulidad, su origen
está en el deseo de suprimir la verdad descrita en Rom 1:21ss, pues ambas ideas intentan
evadir su responsabilidad ante la Palabra de Dios. Si Dios es “totalmente otro”, entonces por
supuesto, no nos puede hablar. Y si es “totalmente revelado”, entonces está en nuestro nivel
y no puede hablar con autoridad.

Como lo dijera Van Til, el punto de vista cristiano del mundo es el de un concepto de
realidad en 2 niveles. Van Til solía entrar al salón de clase y dibujar en la pizarra dos círculos,
uno debajo del otro, conecta-dos por una línea vertical de “comunicación”. El círculo más
grande, el de arriba, representaba a Dios; el más pequeño, el inferior, representaba la
creación. El decía que todo pensamiento no cristiano es pensamiento de un solo círculo. O
bien eleva al hombre al nivel de Dios, o baja a Dios al nivel del hombre. En cualquiera de los
casos, Dios (si es que siquiera lo toman en cuenta) es el igual del hombre, simplemente una
parte más de lo que compone el universo. La apologética cristiana no puede entrar en
componendas de ninguna manera con semejantes formas de pensar.

La Biblia enseña una relación Creador-criatura que es tan linda, como la doctrina de
la personalidad absoluta de Dios. No tenemos que sufrir bajo la carga intolerable de estar
jugando a Dios; de estar tratando nosotros mismos de ser la norma absoluta de la verdad y
de lo bueno, con todas las preocupaciones que hacer esto conlleva. En lugar de ello, podemos
descansar en el seno de nuestro Creador y aprender de él cosas maravillosas sobre cómo fue
creado el mundo, y cuáles son sus propósitos para nosotros. Luego podemos integrar nuestra
breve experiencia con su revelación, y tratar de aplicar esa revelación a nuestra situación. Y
lo que aún no alcanzamos a entender no resulta para nosotros una amenaza, pues lo tomamos
como el buen secreto de un Padre que nos ama.
2.3- La soberanía de Dios:

En mi libro, Doctrine of the Knowledge of God, escribí ampliamente sobre el tema


del señorío de Dios, y que entiendo es su control, autoridad y presencia. Creo que el término
tradicional soberanía es sinónimo de señorío en los 3 aspectos mencionados. He aludido
arriba sobre la presencia y la autoridad de Dios; sólo falta versar sobre su control.

Es importante para el punto de vista cristiano, el que Dios esté en control de todo; Ef.
1:11, él “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La relación entre Jacob y
Esaú ya estaba preordenada desde antes que nacieran (ver Rom 9:10-25). Pablo toma esta
relación, y la aplica a la relación más general que existe entre judíos y cristianos. Dios obra
todas las cosas para bien de los que le aman (Rom 8:28).

A la doctrina que afirma que Dios pre ordena y dirige todos los eventos se le llama
doctrina calvinista. No tengo empacho alguno en ser conocido como calvinista. Pero otras
tradiciones cristianas también creen en esta doctrina, aunque a veces muy a pesar de ellos
mismos. Por ej., el arminianismo: este sistema enfatiza la “libre voluntad” e insiste que
nuestras decisiones (especialmente las que tienen significado religioso) son libres, no
preordenadas ni de alguna otra forma determinadas por Dios. El arminianismo busca reforzar
el concepto de la responsabilidad humana (doctrina con la que en sí el calvinismo no está
peleado). Pero sabe que: (1) Dios conoce de antemano y en forma exhaustiva el futuro; y
(2) Dios creó el mundo sabiendo lo que en el futuro sucedería.

Por ejemplo, Dios sabía que Venustiano tomaría la libre decisión de aceptar a Cristo.
De alguna manera lo supo, y lo supo antes que naciera Venustiano. De modo que aún desde
entonces, la decisión “libre” de Venustiano era inevitable. ¿Por qué era inevitable? No en
razón de la voluntad libre de Venustiano, pues éste aún ni había nacido. Tampoco en razón
de la predestinación, pues el arminiano niega desde el principio esta posibilidad. Pareciera,
pues, que la inevitabilidad tiene otra fuente aparte tanto de Venustiano como de Dios. Pero
al final, la predestinación divina siempre es el elemento clave, pues Dios: (1) conoce de
antemano la decisión de Venustiano, y (2) crea el mundo de tal manera que se dé esa decisión
de Venustiano. El factor decisivo es la creación de Dios con conocimiento previo. Es la
creación la que pone en marcha todo el universo. ¿Sería mucho afirmar que la creación de
Dios con conocimiento previo es--efectivamente--la causa de la decisión de Venustiano?

De esta manera el arminiano permite el concepto calvinista, sin que lo admita


conscientemente. Por ello, algunos arminianos han abandonado la premisa de que Dios
conoce todas las cosas de antemano, y han tomado una posición que más se asemeja a la
teología del proceso. Aunque esto es muy dudoso, de acuerdo a las Escrituras.

El asunto principal es: los cristianos que honran las Escrituras como la Palabra de
Dios que son, reconocen a pesar de sus formulaciones teológicas que dicen lo contrario que
Dios gobierna toda la naturaleza y toda la historia. Esta doctrina de la soberanía divina es el
tesoro de la iglesia cristiana entera.

El gobierno divino es un concepto importante para la apologética, pues le destruye al


incrédulo su pretensión de autonomía. Si Dios crea y gobierna todas las cosas, luego él
interpreta todas las cosas. Su propio plan es la fuente última de todos los eventos, tanto en la
naturaleza como en la historia, y su plan nunca falla. Por ende, su plan determina lo que las
cosas son, lo que es verdadero o falso, lo que es bueno o malo. Para nosotros juzgar en alguna
de estas áreas, nos será necesario consultar su revelación (en la naturaleza, así como en las
Escrituras), buscando con humildad pensar los pensamientos de Dios así como él los piensa.
Nunca podremos poner a nuestra mente, o ninguna otra cosa creada, como la norma final del
ser, de la verdad o de la virtud.

2.4- La Trinidad:

Finalmente, el Dios cristiano es tres en uno. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo hay
un Dios (Dt 6:4-5, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu
Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”; Is 44:6, “Así dice Jehová
Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero,
y fuera de mí no hay Dios”).

Pero el Padre es Dios (Jn 20:17, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido
a mi Padre; más ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y
a vuestro Dios”); el Hijo es Dios (Jn 1:1, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios”; Rm 9:5, “de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la
carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”; Col
2:9, “porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”; Hb 1:10-12, “Tú, oh
Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán,
más tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los
envolverás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”); y el Espíritu
es Dios (Gn 1:2, “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”; Hechos 2;
Romanos 8; y 1ª Tes 1:5, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente,
sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).

De alguna manera son 3, y de alguna manera son (o es) uno. El Credo Niceno dice
que son una “esencia” pero 3 “substancias”; o en otra traducción, una “substancia” y 3
“personas”. En lo particular, prefiero decir, “un Dios, 3 personas”. Los términos técnicos no
deben tomarse en ningún sentido preciso o descriptivo. La pura verdad es que no conocemos
cómo los 3 pueden ser uno, y el uno ser 3. Lo que sí sabemos es, que los 3 son Dios, son
iguales, no existe ninguna superioridad o inferioridad dentro de la Deidad. El ser Dios es
superior a cualquier otra cosa. Los 3 tienen todos los atributos divinos. Los 3 son “Señor”.
Los 3 guardan la relación con la creación que anteriormente habíamos imputado a Dios. Los
3 pertenecen al círculo superior del dibujo de Van Til.

Aun cuando hubiere duda sobre las doctrinas discutidas anteriormente es indiscutible
q. la Trinidad es una doctrina exclusiva del cristianismo. Hay tríadas interesantes
(distinciones que se dan en 3 partes) en otras religiones, tales como en los dioses hindúes
Brahma, Visnu y Siva. Muchas personas instintivamente piensan que hay algo especial en el
número 3. Pero los dioses hindúes son 3 dioses, no un Dios en 3 personas; y así, todas las
demás comparaciones que se traen a colación de otras religiones, pierden su fuerza al ser
examinadas. Las religiones rivales del cristianismo de hecho ignoran, o bien niegan, la
Trinidad. A pesar de las tríadas de Hegel, no hay nada semejante en la filosofía secular. No
hay nada semejante en las demás religiones principales del mundo. Y aún en las herejías
cristianas se habla muy poco de una Trinidad. De hecho, dicha doctrina es con frecuencia la
primera que niegan estas herejías.

¿Y por qué es importante para la apologética la Trinidad? Bueno, ¿qué sucede cuando
el trinitarianismo se sustituye por el unitarianismo (la creencia de que Dios sólo es uno)? Un
resultado es que al definirse Dios así, tiende a perder la definición y las marcas de
personalidad. En los primeros siglos de la era cristiana, los gnósticos, arrianos y
neoplatonistas adoraban a un Dios no trino. Dios era unidad pura, sin pluralidad de ninguna
clase. Pero, ¿de qué es la unidad)? No hay respuesta a esa pregunta; no se puede decir nada.
Cualquier cosa que diríamos de Dios sugeriría una división, una pluralidad, por lo menos
entre el sujeto y el predicado. Decir “Dios es x” crea (según ellos) una pluralidad entre Dios
y el “x”. Así no podemos decir nada acerca de Dios. Para éstos, la naturaleza de Dios es el
“totalmente otro” (término más moderno). No se podía describir en lenguaje humano, pues
(entre otras razones) la mente humana no puede concebir de una “entidad vacía”. La
conclusión lógica a la que aparentemente se llega, pues, es la de no poder decir nada acerca
de Dios.

Pero los unitarios antiguos no aceptaban la conclusión. En respuesta a la pregunta,


¿un qué?, señalaban a la creación: Dios es la perfecta unidad de todas aquellas cosas que en
la creación están separadas. Pero el problema es que si a Dios se le define sólo en términos
de la creación, luego es relativo a la creación. Y de hecho, los unitarios primitivos veían el
universo como una “cadena del ser” entre el Dios no conocible y el mundo conocible (un
mundo que era una emanación divina: Dios en su pluralidad). De esta forma, Dios es relativo
al mundo, y el mundo a Dios.

Ideas antitrinitarias siempre tienen ese efecto. Conducen a pensar en un Dios


“totalmente otro”, en lugar de un Dios que es trascendente en la forma en la que dice la Biblia.
Y paradójicamente, conducen a pensar al mismo tiempo en un Dios que es relativo al mundo,
en lugar del Soberano Señor como lo revela la Biblia. Conduce a pensar en un “Uno” vacío,
en lugar de la persona absoluta que enseña la Biblia. Hace que la distinción Creador-creatura
sea una distinción más bien de grado, no una diferencia de ser.

Por ejemplo, el Islam enseña una doctrina de predestinación que con frecuencia suena
a un determinismo impersonal, en lugar del sabio y buen plan del Señor que enseña la Biblia.
Y el Alá del Islam es capaz de sufrir cambios arbitrarios en su misma naturaleza, no como el
carácter personal permanente y confiable del Dios de la Biblia. O sea, la doctrina de la
Trinidad viene a reforzar los puntos que anteriormente hemos dicho sobre Dios y sobre el
mundo.

El N.T. nos da una respuesta sorprendente a la pregunta: ¿Un Qué? Nos dice: ¡“Una
unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo”! Resulta por demás interesante que el N.T., cuando
quiere enfatizar más el aspecto de la unidad de Dios, parece no poder resistir mencionar más
de una de las personas Trinitarias. Como ejemplo de esto, veamos 1ª Cor 8:4-6:

“Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos q. un ídolo nada
es en el mundo, y q. no hay más q. un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses:
sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin
embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos
para él; y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio
de él.”

Otro ejemplo es Ef 4:4-6, “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre
de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” Noten también q. 1ª Cor 12:4-6
enseña que la unidad de la iglesia depende de la unidad que existe en Dios: “Ahora bien, hay
diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el
Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en
todos, es el mismo”.

Otros pasajes relevantes serían Jn 17:3 “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; y Mt 28:19ss (la “Gran
Comisión”).

Resistimos de instinto a este estilo de expresión. Si hubiera sido yo el autor de estos


textos, seguramente hubiera evitado hacer alusiones a la Trinidad en contextos donde más
bien quiero enfatizar la unicidad de Dios. Pero los autores bíblicos pensaban diferente, pues
para ellos la Trinidad confirma, no compromete, la unicidad de Dios. La unicidad de Dios
es, precisamente, una unicidad de tres personas.

Ya que Dios es 3 y uno, puede ser descrito en términos de persona, sin que ello lo
relativice al mundo. Por ej., Dios es amor (1ª Jn 4:8). Pero, Amor ¿de qué? Podríamos
contestar inmediatamente, “amor del mundo”. Mas entonces tendríamos un problema, pues
de esta manera el atributo divino del amor depende de que exista el mundo. Y decir que los
atributos divinos dependen del mundo es decir que Dios mismo depende del mundo. Este
camino nos lleva al concepto del Totalmente Otro. Entenderíamos la lógica del gnosticismo,
del arrianismo y del neoplatonismo: pues si Dios es simplemente uno, o bien es un
“Totalmente Otro”, o bien es relativo al mundo -- o quizá, de alguna manera ambas cosas.

Pero Dios no es simplemente uno. Es uno en 3. Su amor en principio es el amor que


el Padre, el Hijo y el Espíritu tienen el uno al otro (Juan 17). De modo que su amor, al igual
que su ser, es autoexistente y auto-suficiente. No depende del mundo (aunque sí llena el
mundo), y no tiene porqué ser absorbido por el agnosticismo religioso.

La Trinidad también significa que la creación de Dios puede a la vez ser una y
múltiple. La filosofía secular oscila entre los extremos del monismo (que el mundo realmente
es uno, y la pluralidad es una ilusión) y del pluralismo (que el mundo está totalmente
desunido, la unidad es una ilusión). La filosofía secular se mueve de un extremo al otro,
debido a su falta de recursos para encontrar una definición intermedia; y también porque
busca un absoluto en alguno de los extremos -- como si tuviese que existir una unicidad
absoluta (sin pluralidad), o de lo contrario un universo insólito, de elementos desconectados,
un pluralismo absoluto que destruye cualquier unicidad universal. Para el filósofo, es
importante poder tener un absoluto en cualquiera de estas direcciones, pues le daría una
norma adecuada fuera del Dios de las Escrituras. Y en esto detectamos que la búsqueda del
filósofo tiene una dimensión religiosa: trata de hallar en el mundo un absoluto, un dios.

Pero el cristiano sabe que no existe ninguna unidad absoluta (unidad carente de
pluralidad), como tampoco existe ninguna pluralidad absoluta (pluralidad carente de unidad).
No existen, ni en el mundo, ni en el Creador del mundo. Si en el mundo existiera cualquiera
de estas cosas, sería una especie de dios unitario. Pero no existe más que el Señor Trinitario.
Un dios unitario así sería desconocido, pues no podemos conocer un “uno” vacío, ni tampoco
un absolutamente “único”. Y si esta unicidad perfecta o este “único absoluto” es la esencia
metafísica de la realidad, entonces no podemos saber absolutamente nada.

Pero el cristiano sabe que Dios es el único absoluto que hay, y que es un absoluto
tanto del uno como de los muchos. Por ello, estamos libres de la necesidad de tratar de hallar
en el mundo una unidad absoluta o una desunión absoluta. Si buscamos criterios (o normas)
absolutos, buscamos no en algún concepto de “unidad máxima”, o de un “único absoluto”
dentro del mundo, sino al Dios vivo y verdadero, el único que ofrece un criterio para el
pensamiento humano. De esta manera, la doctrina de la Trinidad tiene implicaciones también
para la epistemología.

3.0- LA EPISTEMOLOGÍA:

He discutido extensamente la epistemología en mi libro Doctrine of the Knowledge


of God (“La doctrina del conocimiento de Dios”), y también he bosquejado en el cap. 1 de
este tomo mis preocupaciones epistemológicas principales. Recuerden también lo dicho
arriba bajo el tema de “Soberanía divina” -- de que Dios, como Señor que es, interpreta todas
las cosas en forma definitiva; de modo que cuando nosotros queremos saber algo de cualquier
cosa, estamos obligados a pensar sus pensamientos como él los piensa. Además, y debido a
la epistemología trinitaria que acabo de exponer en los párrafos inmediatamente anteriores
contiene lo más importante de lo que se puede decir sobre el tema, esta sección va a ser
relativamente breve.

Dios no sólo es omnipotente, sino también es omnisciente. Como hemos dicho ya, él
controla todas las cosas mediante su plan sabio. Por ende, él conoce todas las cosas (Heb
4:12-13, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos
filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en
su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta”; y 1ª Jn 3:20, “Porque si nuestro corazón nos reprende, mayor que
nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”). Por ello, todo conocimiento humano
tiene su origen en Dios; y por lo mismo, “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová”
(Prov 1:7).

Dios no solamente es el origen de la verdad, sino que es también la autoridad suprema


del conocimiento. La autoridad es parte de su señorío. Dios tiene el derecho de dar órdenes,
así como el de ser obedecido. Dios tiene, por tanto, el derecho de decirnos qué es lo que
debemos creer.
Cuando gente pecadora intenta obtener conocimiento, mas lo quiere sin el temor de
Dios, ese conocimiento se distorsiona:

“Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron


gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del
Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de
cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en
las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios
cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto
a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén.” (Rom
1:21-25)

“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan,
esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y
desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba?
¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?
Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden
señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para
los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así
judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios
es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad,
hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos pode-
rosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los
sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y
lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se
jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El
que se gloría, gloríese en el Señor. Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros
el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no
saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre
vosotros con debilidad, y con mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue
con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”
(1ª Cor 1:18-2:5)

Con esto no estamos diciendo que nada de lo que dicen es verdad. Lo que sucede es
que su punto de vista del mundo está distorsionado y no es de confiar. Epistemológicamente
hablando, su más grave error es el de proclamar su propia autonomía, de hacerse ellos mismos
(o alguna otra cosa que no sea el Dios de la Biblia) la norma final de la verdad y de la virtud.

Así las cosas, la filosofía racionalista declara que la razón humana es la norma final.
El empiricismo, reconociendo los vuelos especulativos que la “razón” desenfrenada tiende a
tomar, exige que todas las ideas sean en ultimada instancia probadas por la experiencia de
los sentidos humanos. Y el escepticismo, reconociendo q. tanto la razón humana como los
sentidos humanos tienden a errar, declara (¡por su propia autoridad!) que la verdad es algo
inalcanzable. El pensamiento kantiano y existencialista hace que el hombre sea en efecto la
fuente misma del significado de las cosas, por su propia experiencia. Los teólogos de corte
liberal están muy ansiosos de seguir en estas líneas y tradiciones, y en consecuencia “herejías
cristianas” siguen manipulando el mensaje bíblico según su propio antojo.

Así como vimos en el apartado de “Metafísica”, aquí también queda evidente


que la alternativa ante la sabiduría convencional, el consenso de los filósofos y de los
religiosos, de los de teología liberal y pensadores populares, es únicamente el cristianismo
verdadero. Los tiempos en los que vivimos parecen ser tiempos en que todo mundo proclama
su autonomía, su derecho de “hacer lo que te guste”. Y Dios califica a todo ello como necedad
(1ª Cor 1:18-2:5). Dice que proviene del diablo (“en los cuales el dios de este siglo cegó el
entendimiento de los incrédulos, para que no les resplandezca la luz del evangelio de la gloria
de Cristo, el cual es la imagen de Dios”, 2ª Cor 4:4).

El apologeta no sólo debe rechazar toda componenda con semejantes epistemologías


distorsionadas, sino que debe llamar a los incrédulos a abandonarlas. Pues dichas
epistemologías forman parte de la manera en la que los ellos suprimen la verdad. Al igual
que la distorsión en el área de la metafísica, ésta representa un deseo de evadir su
responsabilidad ante Dios, y para no atender a la voz de Dios diciéndole qué debe hacer.

No podremos hacerles semejante reto si construimos, como tantas veces


tradicionalmente se ha hecho, nuestra propia apologética sobre base de algunas de esas
opciones epistemológicas no cristianas.

4.0- LA ÉTICA:

La ética es el campo donde se estudia asuntos como el bien y el mal, lo debido y lo


indebido. Y como en la metafísica y en la epistemología cristianas, también la ética cristiana
es distinta a las demás.

Dios es perfectamente bueno y justo (Gn 18:25, “Lejos de ti el hacer tal, que hagas
morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez
de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”; y Sal 145:17, “Justo es Jehová en todos
sus caminos, y misericordioso en todas sus obras”).

Como hemos visto arriba, por cuanto es el Señor, tiene autoridad suprema sobre toda
su creación. En lo que respecta a la epistemología vimos que Dios es el criterio supremo de
la verdad y la mentira. Ahora bajo el rubro de la ética, hemos de observar que Dios también
es la norma suprema del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Además, él nos ha
expresado sus normas en sus palabras que nos ha dirigido:

“Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los
ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres
os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que
guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno. ...Mirad, yo os
he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis
así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos,
pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia
ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán:
Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ... ¿qué nación
grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo
hoy delante de vosotros?” (Deut. 4:1-2,5-6,8).

“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo
tu corazón y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te
mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas
estando en tu casa; ...Guardad celosamente los mandamientos de Jehová vuestro
Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto y bueno ante
los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena tierra que Jehová
juró a tus padres" (Deut. 6:4-7).

La Biblia además afirma que los incrédulos no sólo saben que Dios existe, sino que
también conocen sus normas y sus requerimientos: “quienes habiendo entendido el juicio de
Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte...” (Rom 1:32). Sin embargo,
desobedecen esas leyes, y todavía más, tratan de evadir su responsabilidad:

“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron
el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres,
dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros,
cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la
retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios,
Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando
atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de
envidia, homicidios contiendas, engaños y malignidades; murmuradores,
detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de
males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables,
sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican
tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen
con los que las practican” (Rom 1:26-32).

De nuevo, la historia de la filosofía ilustra cómo los pensadores humanos tratan de


evadir su responsabilidad a Dios, reclamando para sí su propia autonomía. Como no quieren
obedecer las leyes divinas, se erigen a sí mismos como los jueces finales de lo que es justo.
La ética teleológica trata de basar los valores sobre la experiencia de los sentidos, pero no
puede tender un puente entre el “es” de la experiencia y el “debe ser” de los valores. Y la
ética ontológica afirma una fuente del deber más allá de la experiencia, pero en realidad esa
fuente es en final instancia un misterio -- tan es así que totalmente pierde toda efectividad.
Por otro lado, la ética subjetivista basa sus juicios sobre los puros sentimientos; pero ¿por
qué el sentimiento de una persona llamará la atención de otra persona, o tendrá alguna
influencia en su conducta?

Después de los filósofos, los teólogos de la teología liberal entran corriendo,


enhestando la bandera de la autonomía. La teología situacional de Joseph Fletcher pertenece
a esta categoría, modelo para toda una pléyade de eticistas modernos: los Callahan, Childress,
Gustafson, Kervor-kian, Spongs. Las páginas editoriales de los periódicos, así como los
conductores de los programas de radio de tipo entrevistas, y los mismos políticos, todos
siguen el mismo hilo. El aborto se convierte en algo lícito, simplemente por la razón de que
la gente así lo desea. Es la “opción” que manejan. Así se desarrolla la “sabiduría de moda” -
- y así se van desarrollando los males en la sociedad que se deja gobernar por esa sabiduría.
Si la autonomía ética realmente es cierta, entonces podremos justificar la existencia de las
pandillas, de la drogadicción, del “rap” sádico y de todo lo demás. Pero si realmente somos
responsables ante Dios, tendremos que abandonar todas estas “modas societales” con
alacridad.

Cristianismo es la alternativa ante todo esto. Sólo el cristianismo puede confrontar


varonilmente la fe humanista en su propia autonomía. Por ende, sólo el cristianismo tiene las
respuestas para la anarquía.

5.0- LAS BUENAS NUEVAS:

Pero el cristianismo no es sólo una alternativa a las filosofías seculares, o un conjunto


de normas éticas mejor que el que tiene en su momento la sociedad actual. Es que es
evangelio, es buenas noticias. Y también en este orden de cosas es único -- es una alternativa
real a la forma tradicional de pensar del mundo.

La Biblia enseña que el hombre fue creado a la imagen de Dios, pero que pecó en
contra de Dios (Gén. 3:1ss). Hoy día llevamos la culpa del primer pecado de Adán (Rom
5:12-19), así como el peso de nuestros propios pecados en contra de Dios (Rom 3:10ss).
Nuestro problema, entonces, no es nuestra finitud como dicen algunos panteístas, pensadores
de la Nueva Era y otros), como tampoco la solución es q. nosotros nos convirtamos en Dios.
Ni es que nuestro problema sea la herencia, o el medioambiente, o nuestra naturaleza
emocional, o la pobreza, o nuestras enfermedades, etc. Más bien, el problema es el pecado:
es la transgresión deliberada de la ley de Dios (1ª Jn 3:4, “Todo aquel que comete pecado,
infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”). De acuerdo a la Biblia, los
males que nos acarrean la herencia, el medioambiente, las enfermedades, etc., provienen
todos de la caída:

“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de
que te mandé diciendo: No comerás de él; maldito será la tierra por tu causa; con dolor
comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas
del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de
ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gén. 3:17-19).

“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables
con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la
creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada
a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque
también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa
de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores
de parto hasta ahora” (Rom. 8:18-22).
Y, ¿cuál será la solución? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Jn 3:16). Jesús murió por nuestros pecados y fue resucitado por nuestra justificación (Rm
3:20-8:11; 1ª Cor 15:1-11). La exhortación bíblica no es q. nos esforcemos más por obtener
el favor de Dios (“ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante
de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” Rom 3:20). Más bien la
instrucción es que aceptemos la misericordia de Dios ofrecida como regalo gratuito por
medio de Cristo (“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas”, Ef 2:8-10).

Ninguna filosofía, ni la teología liberal, ni ninguna herejía cristiana ofrece solución


alguna para el pecado del hombre, más allá de poner mayor empeño en la superación propia.
Por más persuasivos que sean en otros respectos, estas ideologías concuerdan en que no hay
regalo gratuito como el perdón divino a través del sacrificio de Jesús. El empiricismo, el
racionalismo, el idealismo, el judaísmo, el islam, el mormonismo, los testigos de Jehová,
todas son religiones de justicia por obras, que es igual a decir auto justificación. Lo único
que pueden ofrecernos es la exhortación hueca al esfuerzo por lograr la superación propia, o
bien, la idea éticamente dañina de que Dios nos perdonará sin pedirnos nada.

Permítaseme hacer la aplicación, en el sentido de que el evangelismo es parte de la


apologética (y también viceversa, ¡en nuestra perspectiva)! El apologeta siempre debe estar
preparado para presentar el evangelio. No debe enredarse tanto en argumentos, pruebas,
defensas, discusiones y críticas que termina sin dar al incrédulo lo que él más necesita.

Vemos, pues, que el cristianismo como filosofía y como buenas nuevas es la


alternativa -- la única -- a la “sabiduría de moda”. Esta cualidad única del cristianismo es en
sí de mucho significado apologético. Sabemos que algo que es único no necesariamente
implica la verdad; pero cuando todas las demás alternativas van entre el azul y la medianoche,
todas pro- clamando lo imposible: poder explicar lo personal mediante lo impersonal; todas
proclamando su autonomía (negando de paso la soberanía de Dios); todas afirmando que lo
absoluto se halla no en Dios sino en la creación; todas ofreciendo como solución a nuestro
gran problema moral solamente una justificación por obras -- y realmente no hay ni quinto
de diferencia entre todas estas ideologías convencionales; sabiendo todo esto, pareciera ser
cosa de sentido común conceder una alta prioridad a la investigación del cristianismo y lo
que él enseña. Ser indiferente a su unicidad no es cosa de sabios.
Capítulo 3 - DISPOSICIONES COMO PRUEBA: ALGUNAS CONSIDERACIONES
METODOLÓGICAS

(Página 53-66)

En los capítulos restantes, pretendo discutir más a fondo las tres formas de apologética
definidas en el primer capítulo: prueba, defensa y ofensa. En este capítulo y los tres
siguientes, el tema será la prueba o la búsqueda de una base racional para la fe.

Fe, Escritura y Evidencia

La fe no es un mero pensamiento racional, pero tampoco es irracional. No es "creer


en ausencia de evidencia"; más bien, es una confianza que se basa en pruebas suficientes.
Este hecho es evidente en las Escrituras. La voluntad de Abraham de sacrificar a su hijo Isaac
(Génesis 22) se presenta a menudo como un ejemplo de una fe que contraviene las normas
morales y racionales. Pero este análisis a menudo no toma en cuenta el hecho de que Abraham
tenía una base muy firme para hacer lo que hizo, es decir, el mandato de Dios. Lo que Dios
dice no puede ser irracional ni inmoral, porque su Palabra define la racionalidad y la
moralidad para nosotros. Cuando Dios nos dice que hagamos algo, no necesitamos una base
racional mayor para hacerlo. De modo que la fe no cree a pesar de la ausencia de pruebas;
más bien, la fe honra la Palabra de Dios como evidencia suficiente. Romanos 4: 20-21
describe la fe de Abraham, siempre en el Nuevo Testamento un modelo de fe cristiana, de la
siguiente manera: “Ninguna desconfianza lo hizo vacilar en cuanto a la promesa de Dios,
sino que se fortaleció en su fe al dar gloria a Dios, plenamente convencido de que Dios podía
hacer lo que había prometido ".

Otro ejemplo: a menudo les he pedido a los alumnos que parafraseen el argumento
de Pablo a favor de la resurrección en 1 Corintios 15: 1–11. A menudo mencionan las
apariciones posteriores a la resurrección, especialmente a los quinientos testigos presenciales,
la mayoría de los cuales aún estaban vivos cuando Pablo escribió (v. 6). Pero casi siempre
pasan por alto la idea central del argumento del apóstol.105 La idea central es perfectamente
clara a partir de la estructura y el contenido del pasaje: ¡debes creer en la resurrección porque
es parte de la predicación apostólica! Observe los versículos 1 y 2: “Ahora, hermanos,
quisiera recordarles el evangelio que les prediqué, el cual recibieron, en el cual están y por el
cual están siendo salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. usted, a menos que haya
creído en vano ". Y el versículo 11: “Si, pues, era yo o ellos, así predicamos y así creísteis”.

Pablo les está diciendo a los corintios que llegaron a la fe a través de su predicación,
que incluía la predicación de la resurrección. Les advierte que no pongan en duda la
resurrección, porque si Cristo no ha resucitado, su fe será en vano. Si la resurrección está
sujeta a duda, todo el resto del mensaje también estará sujeto a duda, y entonces "somos los
más dignos de lástima de todos los pueblos" (1 Cor. 15:19; véanse también los vers. 14-18).

La prueba definitiva, la evidencia definitiva, es la Palabra de Dios. Los testigos


oculares son importantes, pero mueren y los recuerdos de ellos se desvanecen. Solo si su
testimonio se conserva en la Palabra escrita de Dios, ese testimonio tendrá un valor continuo
a lo largo de la historia del mundo.
Confiar en la Palabra de Dios como prueba definitiva no es negar la importancia de
las razones. Dios no siempre revela las razones de lo que dice y hace, pero como un Dios
sabio, verdadero y fiel, y como la norma misma de la racionalidad, siempre tiene una razón:
en la que podemos estar seguros. A menudo nos revela sus razones. Abraham sabía que Dios
tenía una razón para ordenarle que sacrificara a su hijo, aunque esa razón estaba oculta al
principio. Más tarde, llegó a saber en cierta medida cuál era esa razón: probar su fe (Génesis
22: 16-18). A la luz del canon completo, podemos ver más razones: Dios nos estaba
enseñando a experimentar algo de su propia agonía al entregar a su propio Hijo a la muerte
por nosotros.

Las Escrituras a menudo contienen sus propias razones para las cosas que dicen.
Cuando Pablo nos dice en Romanos 8: 1 que “ahora no hay condenación para los que están
en Cristo Jesús”, agrega la palabra por lo tanto. Por lo tanto, indica una razón.
Específicamente, Pablo está diciendo que debido a la obra salvadora de Cristo ya descrita,
no hay condenación. Debemos creer que no estamos condenados y debemos creerlo por los
motivos o razones que se ofrecen en los capítulos 1 a 7. Aquí la Escritura no solo proclama
la verdad; también proclama razones para creer en la verdad. Y así como sus verdades tienen
autoridad, también lo son sus razones. Tenemos la obligación no solo de creer la verdad
bíblica, sino también de creerla por razones bíblicas.

Por tanto, abundan las Escrituras, junto con muchas otras indicaciones de
razonamiento autorizado. Cuando proclamamos las Escrituras, por lo tanto, podemos (y
debemos, si queremos ser completos en nuestra exégesis) también proclamar ese proceso de
razonamiento autoritario, el fundamento bíblico.

Mostrar razones bíblicas para la verdad bíblica es una parte muy importante de la
apologética. Un incrédulo pregunta: “¿Por qué maldijo Jesús a la higuera en Mateo 21: 19?
¡Eso parece algo tan cruel y mezquino! " El creyente debe responder mostrando de la
Escritura misma el simbolismo del juicio que se aproxima y por lo tanto el punto de la lección
objetiva de Jesús.

Sin embargo, esto no significa que la prueba escritural directa sea la única evidencia
apologética que Dios nos permite usar. Como hemos visto, la Escritura misma nos dirige a
considerar evidencia fuera de sí misma.108 Para los creyentes del primer siglo, al menos, los
quinientos testigos presenciales de 1 Corintios 15: 6 fueron un recurso valioso, incluso un
complemento de la palabra del apóstol. Ciertamente, el argumento de Pablo en el capítulo 15
implica que si las personas tienen dudas, pueden buscar a los testigos. Por supuesto, el
testimonio de los testigos debe evaluarse mediante una visión bíblica de la evidencia, no
mediante teorías como las de David Hume y Rudolf Bultmann, que rechazan todas las
afirmaciones sobrenaturales desde el principio.

Pablo argumenta, como hemos visto, que Dios se revela claramente en la creación
(Rom. 1: 18-21). Podemos inferir que hay evidencia en la creación, la "revelación general"
de Dios, que, de una manera similar a la evidencia proporcionada por los testigos
mencionados en 1 Corintios 15, complementa la evidencia de la Escritura misma. Pero esa
evidencia también debe evaluarse con criterios bíblicos. Como sostuve en el capítulo 1,
podemos usar libremente evidencia extrabíblica siempre que la usemos de maneras
aceptables para las Escrituras.

El concepto de prueba

Cornelius Van Til dice que “hay pruebas absolutamente seguras de la existencia de Dios y la
verdad del teísmo cristiano”. Continúa:

El apologista reformado sostiene que hay un argumento absolutamente válido a favor


de la existencia de Dios y de la verdad del teísmo cristiano. No puede hacer menos
sin admitir virtualmente que la revelación de Dios al hombre no es clara. Es fatal
para el apologista reformado admitir que el hombre ha hecho justicia a la evidencia
objetiva si llega a cualquier otra conclusión que la de la verdad del teísmo cristiano.

¿Qué entendemos por prueba en este tipo de discusión? Los ejemplos de prueba
menos controvertidos son los de las matemáticas, donde las proposiciones se derivan por
inferencia estrictamente lógica de axiomas. Los axiomas son proposiciones que se consideran
evidentes por sí mismas o, al menos, se asumen a los efectos de la discusión. En este
entendimiento, una prueba de la existencia de Dios podría ser algo así:

• Premisa 1: Lo que dice la Escritura es siempre cierto.

• Premisa 2: La Escritura dice que Dios existe.

• Conclusión: Por tanto, Dios existe.

Aquí, la veracidad de las Escrituras sería un axioma, y la enseñanza de las Escrituras


de que Dios existe sería otro. La conclusión sigue entonces por lógica estricta.

En nuestro análisis anterior, este argumento es sólido. La primera premisa es cierta


porque las Escrituras son la Palabra de Dios y, por lo tanto, son infalibles. La segunda premisa
es obvia y no controvertida. El camino lógico desde las premisas hasta la conclusión es
igualmente impecable. En cierto sentido, entonces, este argumento es una forma de "prueba
absolutamente cierta de la existencia de Dios".

Pero hay algo que falta aquí. Hablando en términos prácticos, no es probable que
usemos esta prueba en nuestro testimonio a los no cristianos. La mayoría de los incrédulos
inteligentes de hoy la descartarían simplemente negando la autoridad bíblica en la que se
basa. El círculo es demasiado estrecho. En cierto sentido, el problema no está en la prueba,
sino en el incrédulo: debe aceptar la autoridad bíblica y, por lo tanto, debe aceptar nuestra
prueba. Pero por supuesto que no.

Una forma de abordar este problema es revisar un poco nuestro concepto de prueba
incorporando la respuesta del incrédulo. Es decir, no basta con que una prueba se base en
premisas verdaderas y lógica sólida; también debe ser persuasivo. Podríamos decir que un
argumento, para que sea una prueba, debe ser persuasivo para toda persona racional.
Creo que la persuasión es un concepto importante, pero no estoy de acuerdo con que
deba incorporarse al concepto de prueba. Eso limitaría nuestras pruebas a aquellas que
realmente persuaden a la gente. Pero, de hecho, las Escrituras enseñan que las buenas pruebas
no siempre persuaden, porque los incrédulos reprimen la verdad. Esta represión no siempre
tiene éxito; a veces los incrédulos reconocen verdades, incluso verdades acerca de Dios. Pero
es casi imposible predecir lo que un incrédulo determinado reprimirá y lo que admitirá a
pesar de sí mismo. En última instancia, la única cura para la represión es la obra regeneradora
del Espíritu Santo. Por lo tanto, a medida que construimos argumentos, tenemos poca idea
de qué tipo de argumento será persuasivo para cualquier individuo o audiencia en particular.
No se garantiza que ningún argumento sea persuasivo para todas las personas. Ni siquiera los
argumentos de las Escrituras están garantizados de esa manera, aunque sabemos por la
discusión anterior que agradan a Dios. Para tener tal garantía, tendríamos que poder predecir
tanto el tortuoso proceso de supresión como el misterioso funcionamiento del Espíritu Santo.

Se podría notar que este proceso de represión no es racional. Por lo tanto, los
incrédulos no entran en la categoría de persona racional en la definición propuesta de prueba.
Entonces esa definición no tiene ningún significado apologético. Porque el objetivo de la
apologética es presentar la verdad a los incrédulos. La pregunta entonces es: ¿Cómo
deberíamos presentar la verdad a personas no racionales? ¿Qué constituye una prueba en la
situación apologética?

Quizás podamos remediar la situación definiendo la prueba como aquello que debería
persuadir, más que como algo que realmente persuade. Pero esta definición nos devuelve a
la prueba circular estrecha que consideramos originalmente. El incrédulo debe aceptar esa
prueba junto con la autoridad bíblica que presupone. De hecho, debería creer en Dios sin
ningún argumento de ese tipo, simplemente sobre la base de la revelación de Dios en la
creación (Romanos 1: 18-21, nuevamente). Si nuestra tarea es simplemente poner al
incrédulo en una posición en la que debería creer, entonces es mejor que no hagamos nada,
porque él ya está en esa posición.

Creo que es correcto definir la prueba como aquello que debe persuadir. Pero eso no
nos ayuda a mostrar lo que falta en el tipo de argumento estrechamente circular, ya que tales
argumentos se ajustan a esa definición de prueba. En este punto debemos invocar un
pragmatismo piadoso dentro de la enseñanza general de las Escrituras. Los argumentos más
amplios parecen funcionar mejor. Muchos incrédulos exigen que consideremos los hechos
de su experiencia, que les parecen refutar el cristianismo. El apologista no está obligado a
rechazar tales peticiones, porque Dios se revela en toda la creación. Incluso los hechos que
los incrédulos usan para oponerse al cristianismo pueden tener la marca de Dios en ellos.
Incluso el mal es bastante inexplicable aparte de una cosmovisión teísta cristiana (véanse los
capítulos 7 y 8). Por lo tanto, es útil para el apologista lidiar con tales demandas en sus propios
términos, presentando un caso basado en datos tanto de la revelación general como de la
especial.

Las únicas restricciones al argumento apologético que emergen de nuestra discusión


hasta ahora son las siguientes: (1) Las premisas y la lógica del argumento deben ser
consistentes con la enseñanza bíblica (incluida la epistemología bíblica). (2) Las premisas
deben ser verdaderas y la lógica válida. (3) El tema específico del argumento debe tener en
cuenta la situación específica del investigador: su educación, sus intereses, sus preguntas,
etc. Este tercer punto significa que el argumento apologético es "variable de persona".
Ningún argumento único está garantizado para persuadir a todos los incrédulos o aliviar todas
las dudas en el corazón de un creyente. Pero como cada hecho da testimonio de la realidad
de Dios, al apologista no le faltan recursos, sino una gran abundancia.

La necesidad de una prueba

En cierto sentido, no todo el mundo necesita una prueba teísta. Algunas personas,
como W. K. Clifford, han dicho que está mal creer algo sin pruebas. Pero esa visión
inicialmente plausible ha sido efectivamente contrarrestada en nuestro tiempo por los
filósofos Alvin Plantinga y Nicholas Wolterstorff. Señalan que creemos muchas cosas que
no necesariamente podemos probar. Que otras personas tienen mentes como la mía, por
ejemplo, es una proposición muy difícil de demostrar a alguien dispuesto a desafiarla. O
piense en mi creencia de que Violet Frame es verdaderamente mi madre, o mi creencia de
que mi esposa realmente me ama, o mi creencia de que 2 + 2 = 4. Tales creencias "básicas"
(como las llama Plantinga) son fáciles de aceptar como obviamente cierto, especialmente
cuando las supuestas pruebas para ellos son complicadas y difíciles de seguir.

Estoy de acuerdo con Clifford en que no debemos creer en nada sin tener pruebas en
el sentido objetivo. Es decir, no se debe creer en nada a menos que exista evidencia objetiva
que lo respalde. Clifford, sin embargo, tiene la intención de decir más, a saber, que no
debemos creer en nada sin pruebas, es decir, sin poder formular un argumento basado en la
evidencia. (Esto es tener evidencia en un sentido subjetivo). Creo que hay evidencia más que
adecuada para la verdad del cristianismo, pero no creo que alguien deba ser capaz de formular
una prueba usando esa evidencia para justificar su creencia en Cristo.

La evidencia tiene su propio valor persuasivo, aparte de nuestras formulaciones


verbales de la misma. Cuando veo a alguien conducir a mi casa en un camión del Servicio
Postal, vestido con uniforme, infiero que esa persona me va a traer correo. Yo sé eso; es una
especie de proceso lógico. Podría formular un silogismo: cuando las personas en camiones y
uniformes del Servicio Postal conducen a mi casa, es con el propósito de entregar correo; El
Sr. P. ha ido a mi casa en un camión del Servicio Postal y usa uniforme; por lo tanto, puedo
esperar que me traiga correo. Pero, ¿por qué molestarse con el silogismo? La evidencia
objetiva es suficiente; formular un argumento subjetivo solo será una pérdida de tiempo.

Cuando consideramos los cielos (Sal. 8: 3) y observamos la increíble inmensidad del


universo y la magnificencia de su orden, esa experiencia tiene un valor persuasivo igual, y
quizás más allá, que cualquier argumento verbal teleológico o cosmológico.

De hecho, las Escrituras enseñan que la existencia de Dios es obvia, y muchos de


nosotros testificaríamos que su existencia también es obvia para nosotros. La Escritura nunca
discute la existencia de Dios; más bien, declara que él está claramente revelado (Rom. 1:18
y sig.), y ridiculiza a quienes lo niegan (Sal. 14: 1). El "necio" en el salmo que dice "No hay
Dios" lo dice no por error intelectual, sino por ceguera moral (ver los siguientes versículos).
Ha reprimido la verdad, como lo han descrito los incrédulos en Romanos 1:21 en adelante.
O, para decirlo de otra manera, Satanás lo cega (2 Cor. 4: 4).
En contraste con esos necios, muchas personas crecen con Dios y lo reciben con
alegría. Escuchan acerca de Dios en la iglesia, en la escuela dominical, alrededor de la mesa
de la cena familiar y en la escuela cristiana. Ven a sus padres tomando decisiones basadas en
la Palabra de Dios. Aprenden los versículos de las Escrituras y el catecismo de memoria.
Dios es literalmente la cabeza de su hogar. No podrían dudar más fácilmente de la existencia
de Dios que dudar de la existencia de su propio padre o madre.

De hecho, para personas de este tipo, tratar de probar la existencia de Dios sería, en
el mejor de los casos, un ejercicio teórico, y en el peor, una forma de descaro. ¿Qué
deberíamos pensar de un niño que exige pruebas de que su padre realmente es su padre antes
de aceptar obedecer? Claramente, ¡en la mayoría de los casos! Está evitando la
responsabilidad. Simplemente debe creer y obedecer, sin "pruebas".

La Escritura nunca reprende la fe infantil; de hecho, Jesús hace de esa fe un modelo


a seguir por los adultos (Lucas 18: 16ss.). Aquel que requiere pruebas puede que lo esté
haciendo con una arrogancia impía, o puede que por eso esté admitiendo que no ha vivido en
un ambiente piadoso y que ha recibido el consejo de los necios. La norma de Dios para
nosotros es que vivamos y criemos a nuestros hijos de tal manera que las pruebas sean
innecesarias.

Aún así, como vimos en la sección anterior, hay quienes afirman que la prueba es
necesaria para ellos. Como hemos visto, las Escrituras hacen más que simplemente
reprenderlos. Proporciona un testimonio muy persuasivo de la realidad de Dios y también
nos indica fuentes externas a él donde se pueden encontrar más testimonios. A menudo, lo
más eficaz es que el investigador simplemente lea la Biblia. La Palabra de Dios es poderosa
cuando el Espíritu la impulsa al corazón. Otro consejo valioso para un investigador es
simplemente estar lo más abierto posible a la creación misma. Eso también revela claramente
a Dios, como hemos visto, incluso cuando esos datos no se formulan en un argumento. Piense
en cuántas, muchas personas han mirado las estrellas o las maravillas de la tierra y el mar y
han llegado a la conclusión de que alguien debe haberlo planeado y hecho todo. Esa
conclusión, por vaga que sea, es una confesión de nuestro Dios de personalidad absoluta. Y
de alguna manera, va más allá de cualquier argumento teleológico o cosmológico. Es como
si un argumento teleológico basado en la formación de estrellas se repitiera miles de millones
de veces, una por cada estrella.

Pero, como hemos visto, es posible ir más allá de estas recomendaciones generales y
producir argumentos específicos a favor de la existencia de Dios. Un hombre sabio realmente
no los necesita; son para tontos. Pero Dios es muy paciente y misericordioso con los tontos
que todos fuimos una vez.

Una vez que vamos más allá de señalar al incrédulo la creación y las declaraciones
de las Escrituras, la prueba se vuelve un asunto bastante complicado. Dado que todo es creado
y dirigido por Dios, nada puede entenderse correctamente fuera de él. Eso significa que
cualquier hecho puede convertirse en el punto focal de una apologética; el apologista puede
mostrar cómo ese hecho deriva su inteligibilidad de Dios. Podemos utilizar una amplia
variedad de enfoques y métodos, de acuerdo con nuestro compromiso presuposicional
general. Dado que la prueba es variable entre personas, estamos particularmente interesados
en elegir un enfoque argumentativo que haga contacto con el individuo o grupo con el que
estamos hablando. Esa decisión no es fácil.

A este respecto, es interesante preguntarse cómo la gente llega realmente a la fe en


Cristo. No he hecho un estudio científico de los testimonios de conversión de los cristianos,
pero he escuchado muchos de ellos en mi vida y puedo hacer algunas generalizaciones
aproximadas. Por un lado, pocos cristianos, cuando se les pide que enumeren los factores que
los llevaron a confiar en Cristo, enumeran algún argumento o prueba. Para la mayoría, el
problema no es intelectual; para ellos, el cristianismo era, en un sentido intelectual, bastante
creíble. El problema era, más bien, que la persona aún no estaba motivada para arrepentirse
del pecado, buscar el perdón y obedecer la revelación cristiana. Esa motivación, de origen
sobrenatural, vino a través de varias experiencias, a menudo simplemente un recuento muy
vívido del evangelio de Jesús, especialmente un recuento de este tipo conectado por un
comportamiento amoroso y encantador. (Como indiqué anteriormente, el comportamiento es
parte de la comunicación; nuestras vidas son parte de nuestra disculpa).

Luego viene una prueba teísta, posiblemente no declarada, pero que representa el
siguiente tipo de proceso de pensamiento:

• Premisa 1: Si Jesús es Señor y Salvador, entonces es confiable.

• Premisa 2: Si es confiable, entonces Dios existe.

• Premisa 3: Él es Señor y Salvador.

• Conclusión: Por tanto, Dios existe.

Este es un argumento un tanto circular, pero es muy persuasivo para muchas personas;
representa el proceso de pensamiento real que lleva a muchos a la fe en Dios. Los apologistas
a menudo asumen rutinariamente que un investigador debe considerar las pruebas teístas
antes de considerar el caso específico del cristianismo, pero en la vida real el orden inverso
suele ser el caso: es Jesús quien nos asegura que Dios es real.

Son posibles muchos órdenes diferentes de argumentación, por tres razones. Primero,
el cristianismo es un paquete; sus doctrinas están interrelacionadas; cada uno, correctamente
entendido, conducirá a los demás. En segundo lugar, en algún nivel todos saben que el Dios
cristiano existe, aunque cada persona requiere ayuda sobrenatural para abrazar esa verdad
con amor. El Espíritu trabaja de maneras misteriosas, y el uso que hace de nosotros los
apologistas no se limita a las estrategias descritas en los libros de texto de apologética. En
tercer lugar, la prueba varía según la persona y diferentes personas responden a diferentes
enfoques.

Para algunos interesados, parece necesario discutir la existencia de Dios antes de


hablar de Jesús. Simplemente insisten en ello y no tenemos ninguna razón para negarnos.
Cuando hacen una pregunta, debemos estar listos para responderla, incluso si esa pregunta
es "¿Cómo puedo creer que Dios existe?" (Recuerde 1 Pedro 3: 15-16.) Y de hecho, hay
algunos cristianos, no muchos, pero sí algunos, que testificarán que una prueba de la
existencia de Dios les ayudó a creer en Cristo, o al menos que una prueba les quitó la vida.
una de sus excusas para la incredulidad. El gran escritor y erudito C. S. Lewis describió su
búsqueda de Dios como un viaje intelectual, y en su caso no tengo ninguna duda de que lo
fue. Sus escritos, a su vez, dieron muchos frutos espirituales. Quizás hay algunos a los que
podemos ayudar hoy defendiendo la existencia de Dios.

Mientras hacemos el difícil trabajo de seleccionar la estrategia apropiada para nuestra


situación, queremos encontrar un enfoque que (1) sea intelectualmente comprensible para
nuestros investigadores, (2) despierte y mantenga su interés, (3) quizás interactúe con alguna
área en la que admitan debilidad o incertidumbre, presionándola más fuerte, (4) contendrá
algún elemento de sorpresa, por lo que sus respuestas preparadas serán anuladas y se verán
obligados a pensar, (5) expondrán la verdad sin compromiso , y (6) comunicará a su manera
el amor de Cristo.

Punto de contacto

La frase punto de contacto es bastante ambigua. Algunos lectores pueden suponer que
simplemente se refiere a algún interés común que el apologista podría compartir con un
investigador por el bien de la amistad y la conversación, un interés que eventualmente podría
conducir a una oportunidad de presentar el evangelio. Pero en teología (principalmente con
Barth y Van Til), la frase tiene un significado algo más técnico.

El tema que provoca el uso de esta frase es este: Concedido que el incrédulo es
totalmente depravado, ¿qué hay en él, si es que hay algo, que sea capaz de recibir la gracia
de Dios? El arminiano responde: "La razón y el libre albedrío del hombre". Karl Barth
responde: "Nada en absoluto". En opinión de Barth, la gracia de Dios crea su propio punto
de contacto. Esta posición es coherente con la opinión de Barth de que la recepción de la
gracia no tiene ningún elemento intelectual. La gracia no nos trae ninguna “revelación
proposicional” que el incrédulo por gracia llegue a comprender y confiar. Es más bien un
"rayo de la nada", que no hace ningún contacto con el pensamiento o la voluntad del
incrédulo.

Los calvinistas ortodoxos, sin embargo, recuerdan que Dios hizo al hombre a su
imagen, una imagen que está estropeada por el pecado, pero no destruida. Van Til sostiene
que parte de esa imagen es el conocimiento de Dios, que, aunque reprimido (Rom. 1), todavía
existe en algún nivel del pensamiento del hombre. Ese es el punto de contacto al que apela el
apologista. No apela simplemente a la razón y la voluntad del incrédulo, porque su voluntad
está sujeta al pecado y su razón busca distorsionar, no afirmar, la verdad. No le pedimos al
incrédulo que evalúe el cristianismo a través de su razón, porque busca operar su razón de
manera autónoma y, por lo tanto, está profundamente equivocado desde el principio. Más
bien, dice Van Til, apelamos al conocimiento de Dios que él tiene (Rom. 1:21) pero reprime.

Pero, ¿cómo suprime la gente la verdad de la revelación de Dios? Podríamos sentirnos


tentados a pensar en la represión en términos psicológicos, como cuando alguien relega una
verdad no deseada a su subconsciente o inconsciente. Pero ese no es el cuadro bíblico. Los
enemigos de Dios en la Biblia, desde los egipcios (Éxodo 14: 4) hasta los fariseos y el mismo
Satanás, a menudo reconocen conscientemente la existencia de Dios. En Romanos 1, la
supresión se ve en la adoración idólatra y el comportamiento sexual ilícito. Los no
regenerados niegan su conocimiento de Dios mediante su rebelión ética.

En contraste, cuando la Biblia describe el conocimiento del creyente, ese


conocimiento siempre va acompañado de obediencia y santidad. Juan dice: “Y en esto
sabemos que lo conocemos, si guardamos sus mandamientos” (1 Juan 2: 3). La Escritura
relaciona estrechamente la epistemología con la ética.

De modo que la diferencia entre el conocimiento de Dios no regenerado y regenerado


puede describirse como ética. El no regenerado reprime su conocimiento de Dios
desobedeciendo a Dios. Esta desobediencia puede conducir en algunos casos a la represión
psicológica o al ateísmo explícito, pero no siempre es así. El apologista debe reconocer, por
lo tanto, que el problema del incrédulo es principalmente ético, no intelectual. Rechaza la
verdad porque desobedece las normas éticas de Dios, no al revés.

Esta rebelión ética, sin embargo, siempre inyecta un elemento de irracionalidad en el


pensamiento de los no regenerados. Conocer a Dios y sus mandamientos, incluso su "poder
eterno" (Rom. 1:20), y sin embargo rebelarse contra él, es sumamente inútil. En este sentido,
la incredulidad es locura (Sal. 14: 1). Considere a Satanás, que conoce a Dios en algunos
aspectos mejor que nosotros, pero que busca reemplazar a Dios en el trono. De alguna
manera, Satanás es muy inteligente y conocedor. Pero en el sentido más importante, es
sumamente irracional. Es importante que el apologista comprenda que, en el análisis final, la
posición del no cristiano es así: a menudo intelectualmente impresionante, pero en un nivel
más profundo ridículo.

Además, como hemos visto, la gracia común de Dios refrena las distorsiones de la
verdad de los no cristianos. Entonces, incluso Satanás usa la verdad para su propio propósito,
y hay algunos seres humanos no regenerados, como los fariseos, que son relativamente
ortodoxos. De modo que esa supresión nunca es completa. Al incrédulo le gustaría apagar su
conocimiento del Dios verdadero, pero no puede. De hecho, es este conocimiento, sin
importar cómo lo distorsione, lo que le permite seguir viviendo en el mundo de Dios. Así, el
incrédulo, contrariamente a sus propias suposiciones, a menudo dice cosas que concuerdan
con la verdad tal como la ve el cristiano. El efecto del pecado sobre el razonamiento no
significa que el cristiano y el no cristiano estén en desacuerdo en todo, aunque si ambos
fueran consistentes con sus presuposiciones, ese sería el caso. Es difícil definir el posible
alcance de ese acuerdo. Los fariseos reconocieron tanta verdad de Dios que Jesús realmente
elogió sus enseñanzas (Mat. 23: 3), mientras deploraban sus obras (vv. 3-39). Por lo tanto,
cuando apelamos al conocimiento nativo de Dios del incrédulo, podríamos encontrarlo de
acuerdo con nosotros, al menos parte del tiempo.

Entonces, ¿cómo podemos saber si un apologista está utilizando un punto de contacto


correcto o incorrecto? Cuando alguien argumenta "Causalidad, por lo tanto, Dios", ¿está
apelando a la pretensión de conocimiento autónomo del incrédulo, o está hablando al
conocimiento reprimido de la verdad del incrédulo? No es fácil de decir, sin saber mucho
más del trabajo de ese apologista. Si nos lo dice, por supuesto, lo sabremos, asumiendo que
es digno de confianza. Si conocemos algo de sus puntos de vista sobre la epistemología, al
menos podemos hacer una buena conjetura. ¿Podemos saberlo por lo que le dice al incrédulo?
Bueno, sí, si le dice al incrédulo cuál es su punto de contacto. Pero es posible que nunca lo
haga.

Por cierto, ¿es necesario en un encuentro de disculpas decirle al incrédulo cuál es


nuestro punto de contacto? Ciertamente, el punto puede hacerse si surge de forma natural, y
no recomendaría el ocultamiento intencional; pero no puedo pensar en ninguna razón por la
que deba ser parte de un encuentro de disculpas. Seguramente podemos apelar al
conocimiento reprimido del incrédulo incluso cuando no decimos que esto es lo que estamos
haciendo.

En ausencia de una declaración tan explícita, es difícil saber a qué apela un apologista.
¿C. S. Lewis estaba apelando y por lo tanto comprometiéndose con la autonomía de los
incrédulos en el argumento de su Mere Christianity? ¿O estaba apelando al conocimiento
reprimido de Dios por parte del incrédulo? Probablemente no estaba haciendo ninguna de las
dos cosas conscientemente, porque no estaba al tanto, que yo sepa, de ese problema en
particular.

Quizás el problema principal al evaluar una apologética es simplemente si es verdad.


Si es cierto, independientemente de lo que piense el apologista sobre el problema del punto
de contacto, su argumento, no obstante, se dirigirá al incrédulo en el lugar correcto. Si lo que
dice el apologista es cierto, se referirá al conocimiento reprimido de Dios por parte del
incrédulo, ya sea que el apologista tenga la intención específica de hacerlo o no. Y si el
incrédulo busca, como a veces lo hará, integrar esa verdad con su cosmovisión incrédulo,
encontrará que no es tan fácil de domesticar. Una verdad, cualquier verdad, introducirá
torpeza, si no contradicción, en un sistema incrédulo. Eso sucederá sin importar cuáles sean
las opiniones e intenciones del apologista con respecto al punto de contacto.

Las intenciones del apologista con respecto al punto de contacto no son, por lo tanto,
particularmente relevantes para la descripción o evaluación externa de su apologética. Sin
embargo, estas intenciones son relevantes para su descripción y evaluación internas. Porque
la cuestión del punto de contacto se reduce a esto: ¿estamos aceptando y, por lo tanto,
abordando la cosmovisión distorsionada del incrédulo, o estamos aceptando y abordando así
la revelación no distorsionada que tiene dentro de sí mismo a pesar de su cosmovisión
distorsionada?

Una vez más, Van Til ha identificado un problema espiritual que no se define
fácilmente mediante métodos u otros factores externos. Van Til pudo haber pensado que usar
un argumento positivo o "meramente probable" era una señal segura de que el apologista no
estaba apuntando al punto de contacto correcto. Pero no podemos evaluar tan fácilmente a
otros a este respecto. Lo que podemos evaluar somos nosotros mismos: nuestros motivos,
nuestras lealtades. ¿Estamos tan impresionados por la “sabiduría” incrédula que buscamos
obtener la aprobación de los intelectuales incrédulos en base a sus propios criterios? Ese
peligro, como vimos en el capítulo 1, ha sido muy real en la historia de la apologética.
Podemos protegernos de ello recordándonos a nosotros mismos que nuestro trabajo es
reprender los criterios de los incrédulos, no afirmarlos. Nuestro llamado no es a esos criterios,
sino a ese conocimiento de Dios que el incrédulo tiene "en el fondo", como le gustaba decir
a Van Til. El tema del punto de contacto, por lo tanto, es espiritual, uno por el cual
examinamos nuestros motivos, no uno por el cual podemos evaluar rápidamente las
intenciones de nuestros compañeros apologistas.
Cap. 4- LA APOLOGÍA COMO PRUEBA:
ARGUMENTO TRASCENDENTAL

(Página 67-94)

En este capítulo, dedicaremos algún tiempo a discutir el argumento trascendental de


la existencia de Dios (en adelante TAG), una forma de argumentación que se ha convertido
en algo del pan y la mantequilla de los presuposicionalistas. Cornelius Van Til entendió la
necesidad de exponer la verdad sin compromiso para requerir un tipo específico de
argumentación, que llamó presuposicional y, a veces, trascendental. Muchos de sus
seguidores se han centrado en este último nombre.123 Vimos en el capítulo 1 la importancia
de razonar sobre la base de presuposiciones cristianas. Pero Van Til llevó su
presuposicionalismo un paso más allá, argumentando que tal razonamiento requiere el uso
de un tipo particular de argumento y el rechazo de todos los demás. Discutiremos TAG en
términos de sus antecedentes, presentando los contornos del argumento en líneas generales y
planteando algunas preguntas.

Fondo

El término trascendental se convirtió en un concepto filosófico importante primero


en los escritos del pensador sumamente influyente Immanuel Kant (1724-1804). Kant creía
en una especie de Dios, pero no era un cristiano ortodoxo; de hecho, defendió la autonomía
del pensamiento humano —su independencia de cualquier revelación supuestamente
autorizada— en los términos más enérgicos posibles. Kant estaba consternado por las
implicaciones escépticas de la filosofía de David Hume (un defensor igualmente fuerte de la
autonomía intelectual). En el empirismo de Hume, toda prueba (excepto en matemáticas y
lógica) es reducible a la experiencia sensorial. Pero Hume descubrió que sobre esa base no
se podía probar ninguna proposición sobre causas físicas, valores morales, Dios, la libertad
humana o el yo humano.125 Kant no estaba dispuesto a aceptar el empirismo puro de Hume
(aunque admitió que no podíamos saber nada más allá de nuestra experiencia), porque vio
que destruiría todo el conocimiento humano. Pero como tampoco pudo aceptar los métodos
de su maestro racionalista Christian Wolff, Kant llegó a defender el argumento trascendental
como un nuevo medio de fundamentar la certeza de las matemáticas, la ciencia y la filosofía.
Ese método no intenta probar que el conocimiento genuino sea posible; más bien, presupone
que lo es. Si no es así, no tiene sentido discutir o investigar. Ahora bien, dado que el
conocimiento es posible, dijo Kant, deberíamos preguntarnos cuáles son las condiciones que
hacen posible el conocimiento. ¿Cómo deben ser el mundo, la mente y el pensamiento
humano para que el conocimiento humano sea posible? El método trascendental pasa
entonces a preguntarse cuáles son las condiciones necesarias del conocimiento humano.

Hegel y otros de la tradición idealista siguieron a Kant en este método trascendental, aunque
llegaron a conclusiones muy diferentes. Van Til estudió con idealistas en la Universidad de
Princeton en la década de 1920 y emergió defendiendo una especie de método trascendental
que era distintivamente cristiano. Como Kant, Van Til estaba descontento con el empirismo
y el racionalismo, y con las formas tradicionales de combinar la razón y la experiencia
sensorial como la de Aquino. Kant encontró estos enfoques del conocimiento lógicamente
inválidos. Pero para Van Til, también estaban equivocados de una manera claramente
teológica. Las metodologías tradicionales aplicadas a la apologética, dijo Van Til, asumen
que la experiencia sensorial humana, la razón humana o ambas pueden funcionar
adecuadamente sin Dios, es decir, "autónomamente" o "neutralmente". Entonces, desde el
comienzo de una discusión de disculpa, conceden todo el juego. Adoptan una presuposición
contraria a la conclusión que desean argumentar. Buscan obtener conocimiento de Dios
adoptando una epistemología no teísta. La única alternativa, argumentó Van Til, es adoptar
una epistemología teísta cuando se defiende la existencia de Dios. Kant respondió a la
pregunta "¿Cuáles son las condiciones requeridas para un universo inteligible?" con su
distinción fenómeno-noumena y su trascendental estética y analítica. Van Til respondió a la
misma pregunta, pero respondió de manera diferente: la condición de la inteligibilidad
universal es el Dios bíblico. Pero ese enfoque parece ser viciosamente circular: presupone a
Dios en nuestra epistemología y luego usa esa epistemología para probar su existencia. Van
Til respondió a la acusación de circularidad afirmando que el círculo cristiano es el único
tipo que hace que la realidad sea inteligible en sus propios términos.

TAG en esquema

Este principio no era solo un hecho, sino un argumento a favor de la existencia de


Dios. Sin Dios no hay sentido (verdad, racionalidad, etc.); por tanto, Dios existe. Para Van
Til, esta era la única prueba legítima de la existencia de Dios. Dijo que toda prueba teísta
legítima se reduce a la "prueba de la posibilidad de predicación". Dios existe, en otras
palabras, porque sin él no sería posible razonar, pensar o incluso adjuntar un predicado a un
sujeto (predicación). Una prueba con una conclusión menor, argumentó Van Til, hace que
Dios sea algo menos de lo que es. No deberíamos usar argumentos, dijo, que prueben que
Dios es, por ejemplo, simplemente una primera causa o un diseñador inteligente o un
legislador moral.

Van Til señaló que en las Escrituras Dios es la fuente de toda la realidad y, por lo
tanto, de toda la verdad, todo el conocimiento, toda la racionalidad, todo el significado, toda
la actualidad y toda la posibilidad. La Biblia hace este tipo de afirmación radical, que la
creación no solo implica sino que presupone a Dios. Porque Dios es el Creador de todo y,
por lo tanto, la fuente de todo significado, orden e inteligibilidad. Es en Cristo que todas las
cosas se mantienen unidas (Colosenses 1:17). Entonces, sin él, todo se derrumba; nada tiene
sentido. Cuando atribuimos existencia a algo en el mundo, debemos atribuir existencia a
Dios. Por tanto, debemos considerar la existencia de Dios como más segura, más cierta, que
la existencia de cualquier otra cosa. Por eso la Escritura enseña que la incredulidad es necedad
(Sal. 14: 1; 1 Cor. 1:20). Entonces, si uno pregunta con Kant cuáles son las condiciones que
hacen posible el conocimiento, la respuesta debe ser ante todo la existencia del Dios de la
Escritura.

Incluso cuando alguien argumenta contra el teísmo cristiano, dijo Van Til, lo
presupone, porque presupone que el argumento racional es posible y que la verdad se puede
transmitir a través del lenguaje. El no cristiano, entonces, en la famosa ilustración de Van
Til, es como un niño sentado en el regazo de su padre, abofeteándole la cara. Ella no podría
abofetearlo a menos que él la apoyara. De manera similar, el no cristiano no puede llevar a
cabo su rebelión contra Dios a menos que Dios haga posible esa rebelión. Contradecir a Dios
supone un universo inteligible y, por lo tanto, teísta.
Mi propia exposición “en pocas palabras” de TAG sería algo como esto: Dios debe
existir para que el mundo tenga algún significado. En una cosmovisión bíblica, Dios es la
base de toda la realidad y, por lo tanto, de toda la racionalidad, la verdad, la bondad y la
belleza. A menos que Dios exista, no hay razón para asumir la posibilidad de una
comunicación significativa. Esta afirmación se puede conjugar aún más en argumentos
específicos sobre (1) la lógica, (2) la uniformidad de la naturaleza y (3) los estándares
morales. Entonces, a menos que Dios exista, no hay razón para asumir la validez de la lógica,
la uniformidad de la naturaleza, la obligatoriedad de las normas morales. Por supuesto,
además de estos, se pueden desarrollar argumentos específicos a partir de cualquier dato de
la experiencia: lenguaje, experiencia estética, psicología humana y similares. Van Til sostuvo
que el teísmo cristiano es la presuposición de todo significado, todo significado racional, todo
discurso inteligible.

A continuación, se muestran algunas de las afirmaciones más específicas de TAG.

La lógica exige la existencia de Dios

Dios es lógicamente necesario en el sentido de que sin él, el uso de la lógica sería
imposible. Él es la fuente de todo orden en el mundo y en la mente humana, incluido el orden
lógico. Entonces Dios actúa y piensa de acuerdo con las leyes de la lógica. Esto no significa
que él está "obligado por" estas leyes, como si fueran algo "por encima" de él que tenía
autoridad sobre él. Las leyes de la lógica y la racionalidad son simplemente los atributos de
su propia naturaleza, y la estructura lógica del mundo y la mente humana se basa en el hecho
de que la racionalidad de Dios, su sabiduría, se refleja en la creación. Como es justo, es
lógico. Ser lógico es su deseo y placer natural. Tampoco crea las leyes de la lógica, como si
fueran algo que pudiera cambiar a voluntad. Más bien, son atributos necesarios, cualidades
inalienables, de todo su pensar y actuar.

Entonces, si la lógica misma se basa en la naturaleza y la existencia de Dios, él es, en


ese sentido, lógicamente necesario. Sin él, por lo tanto, ni siquiera podríamos hablar
racionalmente. Los sistemas lógicos humanos no siempre reflejan perfectamente la lógica de
Dios. Pero en la medida en que lo hacen, son necesariamente verdaderas. Si la lógica no
puede existir sin Dios, entonces negar que Dios existe mientras se afirma la ley de la no
contradicción es como negar la existencia del sol mientras se afirma la existencia de sus
rayos. Por supuesto, un incrédulo podría negar este punto de vista de que la lógica no puede
existir sin Dios, pero dado que ese es el mismo punto en disputa, esa pregunta se plantearía.

Mi punto aquí no es simplemente que si Dios no existe, por ejemplo, la ley de la no


contradicción fallará. Más bien: ni siquiera tiene sentido hablar de un mundo en el que Dios
no existe. Si Dios no existe, no podemos argumentar ni la presencia ni la ausencia de lógica
en el mundo. Concedo, por supuesto, que en tal suposición es más natural creer que la lógica
está ausente. Pero el teísmo trascendental es aún más radical que eso. Porque si Dios es
nuestra presuposición trascendental, entonces sin él los argumentos tanto a favor como en
contra de la existencia de la lógica no tienen sentido. Esto no quiere decir que la existencia
de Dios pueda ser probada únicamente por axiomas lógicos, o que se pueda demostrar que
"Dios no existe" sea contradictorio (aunque creo que es contradictorio en cierto sentido). El
punto, más bien, es que la existencia de Dios es necesaria para la existencia misma de la
lógica, porque Dios es la fuente misma de la verdad lógica. De modo que no hay un mundo
lógicamente posible en el que Dios no exista.

La ética exige la existencia de Dios

Como dice Iván en Los hermanos Karamazov de Dostoievski, si Dios no existe, "todo
está permitido". Esta es una forma de decir que las nociones del bien y del mal pierden fuerza
cuando la gente deja de reconocer a Dios. Nuestro clima cultural actual ha confirmado
especialmente la veracidad de la afirmación de Dostoyevsky: nos hemos vuelto notablemente
más seculares en los últimos treinta años, prohibiendo a Dios en la educación pública y el
mercado de ideas, y el tono moral de nuestra cultura ha declinado. ¿Se trata de una mera
coincidencia histórica o existe una relación profunda entre la ética y la fe en Dios? TAG
sostiene que esta relación es mucho más fuerte que una correlación pasajera entre el
comportamiento ético y la creencia teísta. El comportamiento y las normas éticas no solo
exigen la creencia en Dios, sino que presuponen su existencia.

Todos los sistemas de pensamiento ético no cristiano están plagados de problemas


que los descalifican de la consideración como código de conducta ética. Por ejemplo, las
teorías seculares no pueden mostrar por qué las normas morales obligan. Los filósofos han
intentado demostrar esto basando la obligación moral en ideas abstractas (Platón), la
deducción lógica (Kant), la idea de utilidad (Bentham, Mill), la intuición (Moore), el
sentimiento (Hume). Todos estos filósofos se han refutado adecuadamente unos a otros. Las
normas morales pueden ser obligatorias solo si su fuente es una persona que merece
obediencia absoluta y revela su voluntad a los seres humanos. Pero eso nos deja con la
responsabilidad de presentar un caso positivo a favor del cristianismo. Como la afirmación
se hace de acuerdo con el argumento moral tradicional, una ley moral suprema exige un
legislador moral supremo. Esta afirmación es ciertamente cierta. Pero se puede decir más que
eso. Vea mi discusión en el capítulo 5 para más detalles. Lo que podemos decir ahora es esto:
la cuestión de la moralidad es como la de la lógica. La moralidad se basa primero en la
naturaleza de Dios, no en su mandato arbitrario, ni en algún principio independiente de él.
Dios no podría querer que la crueldad sea buena, porque la crueldad no es buena; es
incompatible con la propia naturaleza de Dios.

Cuando digo que la ética exige, y de hecho requiere, a Dios, no quiero decir que los
ateos y agnósticos nunca reconozcan las normas morales. Incluso la Biblia reconoce que sí
(Rom. 1:32). De hecho, algunos dicen que creen en principios absolutos, aunque eso, por
supuesto, es raro. Sostengo, más bien, que un ateo o un agnóstico no es capaz de dar una
razón adecuada para creer en principios morales absolutos. Y cuando la gente acepta los
principios morales sin una buena razón, se aferran a ellos de manera algo más laxa que otros
que los aceptan de una manera más clara. base racional. Tampoco deseo sugerir que las
personas que creen en Dios sean moralmente perfectas. Las Escrituras nos dicen que esto no
es así (1 Juan 1: 8-10). Los demonios son monoteístas (Santiago 2:19), pero creer en el único
Dios no mejora su moral. Se necesita algo más para llegar a ser bueno, y eso, según la Biblia,
es un corazón nuevo, dado por la gracia de Dios en Jesucristo (2 Cor. 5:17; Ef. 2: 8-10).

Dios ha ordenado una uniformidad básica a la naturaleza. Estas regularidades en el


mundo natural son las que los científicos buscan describir con fórmulas y teorías. El llamado
método científico asume la regularidad y repetibilidad general de un procedimiento
experimental para validar una hipótesis dada. A menos que asumamos previsibilidad y
regularidad en la naturaleza, es imposible que la ciencia experimental lleve a cabo su trabajo.
Teológicamente, estas regularidades en el mundo natural son expresiones del pacto de Dios
con Noé de mantener las estaciones regulares “mientras la tierra permanece” (Génesis 8:22).
Sin Dios, no hay base para asumir ninguna uniformidad. Y sin esta uniformidad, no
podríamos tener la seguridad de que las antitoxinas que se usan hoy no nos envenenarán
mañana.

Muchos creen que las “leyes naturales” en este sentido son absolutas y operan sin
excepción. Sin embargo, las Escrituras no nos aseguran que estas leyes siempre se
mantengan. Pero la ciencia no presupone una uniformidad absoluta de la naturaleza; de
hecho, la ciencia moderna permite áreas aleatorias en el universo. Hay excepciones a esta
uniformidad, porque Dios es, después de todo, una persona y, como las personas humanas,
trabaja de acuerdo con sus intenciones personales, no de acuerdo con patrones rígidos. Dios
es libre de trabajar a través o fuera de estas leyes naturales. A estos sucesos inusuales
normalmente los llamamos milagros. Los milagros no son necesariamente violaciones o
excepciones a la ley natural; a veces incluso tienen explicaciones naturales. (Véase, por
ejemplo, Éxodo 14:21, donde Dios secó una porción del Mar Rojo enviando "un fuerte viento
del este".) 128 No hay consenso científico de que las explicaciones científicas nunca deben
presuponer a Dios. Por supuesto, la providencia divina no es en sí misma una explicación
científica.129 Pero no existe una regla científica en el sentido de que las explicaciones
científicas adecuadas no puedan, a su vez, presuponer la providencia divina.

¿Esta admisión socava la ciencia? Tales irregularidades significan que los científicos
deben ser lo suficientemente humildes como para reclamar algo menos que la universalidad
absoluta para sus formulaciones de leyes naturales. Pero creo que ese no debería ser un precio
demasiado alto para ellos, ya que la alternativa no es una base para la ciencia en absoluto.130

Preguntas

Estoy de acuerdo con Van Til en que el argumento teísta debería tener un objetivo
trascendental. Para resumir el TAG de Van Til:

1. Suponga una epistemología bíblica en todo su razonamiento.

2. Argumenta que Dios es la presuposición de todo significado e inteligibilidad, por


lo que debes presuponerlo para probarlo. [Responda, entonces, a la acusación de
circularidad, como lo he hecho yo.]

3. Demuestre que cualquier sistema que rechace al Dios bíblico pierde inteligibilidad
porque está atrapado en la dialéctica del racionalismo y el irracionalismo.

Ahora, observe que la formulación de TAG de Van Til establece un conjunto de


conclusiones que deben alcanzarse, pero no una estrategia argumentativa para llegar a esas
conclusiones. Aunque Van Til lo llama un "argumento", en realidad es una conclusión más
que un argumento. Ciertamente, nuestro propósito es probar nada menos que la enseñanza
bíblica completa acerca de Dios: que él es personalidad absoluta, trascendente e inmanente,
soberano, trinitario. Y de hecho, parte de esa enseñanza es que Dios es la fuente de todo
significado. Ciertamente, no debemos argumentar de una manera que induzca a error al
investigador a pensar que Dios es algo menos que esto. Pero tengo algunas preguntas.

1. Primero, dudo que TAG pueda funcionar sin la ayuda de argumentos subsidiarios
de tipo más tradicional. Aunque estoy de acuerdo con la premisa de Van Til de que sin Dios
no hay significado, debo admitir que no todos estarían de acuerdo inmediatamente con esa
premisa. . ¿Cómo, entonces, probar esa premisa? Si digo, "La existencia de leyes físicas
presupone un Dios personal", esa afirmación no puede ser el final del argumento. El incrédulo
tiene derecho a preguntar: "¿Por qué piensas eso?" Así que el mismo Bahnsen, en el debate
de Stein, compara una visión teísta de la ley física (y la lógica y la moralidad) con tantas
teorías no cristianas para las que tiene tiempo, y sostiene que la visión cristiana es
convincente y las otras no. Pero ese es simplemente un argumento apologético tradicional de
la causalidad, similar a los dos primeros "caminos" de Tomás de Aquino: la ley física existe,
por lo tanto Dios existe. ¿Es que el carácter cargado de significado de la creación requiere
una especie de diseñador? Pero ese es el argumento teleológico tradicional. ¿Es que la
estructura de significado de la realidad requiere una causa eficiente? Ese es el argumento
cosmológico tradicional. ¿Es que el significado conlleva valores, que a su vez implican un
valuador? Ese es un argumento de valores tradicionales. Me parece que si Aquino argumentó
correctamente al mostrar que Dios es la primera causa de todo, entonces Dios es la condición
trascendental de todo: de significado, pensamiento coherente y predicación, así como
movimiento, causalidad y contingencia. En ese entendimiento, el argumento de Aquino,
como el de Van Til, es trascendental y presuposicional. Si eso es cierto, entonces el
argumento de Van Til podría no ser tan original como él pensaba. Ciertamente rechazo la
visión de Aquino del conocimiento natural autónomo. Pero su argumento cosmológico es
legítimo como parte de un TAG legítimo.

Algunos presuposicionalistas han defendido la singularidad del argumento de Van Til


señalando que para Van Til no es suficiente decir con Aquino que la causalidad prueba a
Dios. Para Van Til, es importante que incluso la negación de la causalidad pruebe a Dios.
Porque si Dios es el fundamento trascendental de la inteligibilidad, la causalidad no se puede
afirmar o negar de manera significativa a menos que Dios exista. Entonces Van Til
argumentó que incluso el ateísmo presupone el teísmo; incluso la negación de Dios presupone
a Dios. Este doble argumento, de que o la afirmación o la negación de algo presupone a Dios,
encaja bien con algunas definiciones de presuposición en la filosofía analítica moderna. Para
P. F. Strawson, Bas van Fraassen y otros, decir que A presupone B es decir no solo que A
implica B, sino también que no-A implica B. Van Til modificaría el argumento de Aquino
para decir no solo que la causalidad implica a Dios, pero también que la negación de la
causalidad implica a Dios. Construir un argumento con esa doble premisa es argumentar por
presuposición, argumentar trascendentalmente.

En mi discusión en curso con Don Collett sobre este tema, por ejemplo, he estado
dispuesto a usar esta definición de presuposición al describir la posición de Van Til, en lugar
de describir su argumento como una mera implicación, un modus ponens. Pero todavía me
pregunto si Collett no está exagerando la diferencia entre presuposición (el sentido de
Strawson) e implicación. ¿No es más así, que la presuposición de Strawson abarca dos
implicaciones? A presupone B = si A, entonces B, y si no-A, entonces B. "Si A, entonces B"
es una implicación tradicional. "Si no-A, entonces B" es otro. Entonces, ¿por qué no
deberíamos considerar "A presupone B" como una forma abreviada de hablar de dos
implicaciones tradicionales al mismo tiempo?

Collett diría que he perdido el punto aquí. Lo que es único acerca de los argumentos
presuposicionales en el modo Strawson / van Fraassen es que puede hacer esto:

• Si A, entonces B. (Lo que significa que B es la presuposición de A.)

• No - A.

• Por lo tanto B.

Aunque esto es "análogo" a los argumentos tradicionales de modus ponens y modus


tollens, no es una de esas formas tradicionales. De hecho, la mayoría de los observadores que
no están en la discusión de presuposiciones descartarían este argumento como una falacia
formal.

Estoy dispuesto a conceder que el argumento anterior es válido, dada la comprensión


de la presuposición de Strawson / Van Til. Pero tenemos que volver a lo básico aquí. Un buen
argumento deductivo, en apologética, debe tener tres cualidades. Debe ser válido (es decir,
sigue las leyes de la lógica), sólido (sus premisas son verdaderas y, por lo tanto, su conclusión
es verdadera) y persuasivo (es eficaz para hacer que la gente crea la conclusión). Muchos
argumentos son válidos y sonido, pero no persuasivo, como este:

• La Palabra de Dios nunca se equivoca.

• La Biblia es la Palabra de Dios.

• Por lo tanto, la Biblia nunca se equivoca.

Este argumento es ciertamente válido, y la mayoría de los cristianos evangélicos lo


considerarán sólido, como yo. Pero los escépticos normalmente no lo encontrarán persuasivo.
Tendrán muchas preguntas y objeciones a las premisas, y hasta que no se resuelvan, no
considerarán adoptar la conclusión. Lo mismo puede decirse de la versión Collett de TAG.
Tome este argumento sobre la causalidad:

• Si existe causalidad, Dios existe (en el sentido de que Dios es la presuposición o


fundamento trascendental de la causalidad).

• No hay causalidad.

• Por tanto, Dios existe.


Dado el análisis de Collett, este es un argumento válido. La verdad de las premisas la
podemos asumir aquí por el bien de la argumentación, y sobre esa suposición el argumento
es sólido. Pero no resultaría convincente para nadie inclinado al escepticismo. Creo que la
mayoría respondería que es necesario argumentar la primera premisa142. ¿Por qué debería
alguien admitir que el Dios de la Biblia es la presuposición de la causalidad?

Por tanto, el argumento de Collett necesita muchos subargumentos para ser


persuasivo. Y creo que esos subargumentos utilizarán formas argumentales tradicionales,
principalmente modus ponens y modus tollens. ¿Cómo podemos probar que Dios es el
fundamento trascendental de la causalidad? No repitiendo el Collett TAG una y otra vez,
porque eso es lo problemático. Necesitamos establecer la primera premisa. ¿Como hacemos
eso? Mostrando que no tiene sentido hablar de causalidad a menos que Dios exista. ¿Como
hacemos eso? Quizás mostrando (con los apologistas tradicionales) que una serie infinita de
causas es ininteligible, y que negar esa serie infinita es afirmar a Dios. O tal vez haya otras
formas. Pero en cualquier caso, estamos tratando de probar la primera premisa de TAG
utilizando argumentos tradicionales, que fue mi punto desde el principio.

El siguiente paso, después de haber probado que Dios es el fundamento trascendental


de la causalidad (o cualquier otra cosa), será un argumento como este:

• Si Dios es el fundamento trascendental de X, existe.

• Dios es el fundamento trascendental de X.

• Por tanto, Dios existe.

Eso, como los argumentos que apoyan la segunda premisa, es un argumento


tradicional, en este caso un modus ponens. Entonces, de estas dos formas (1) los argumentos
de apoyo de que Dios es el fundamento trascendental, y (2) el argumento de que Dios es el
fundamento trascendental de la existencia de Dios, los argumentos tradicionales son
legítimos y de hecho necesarios.

Para ver esto desde otra perspectiva: el TAG de Van Til me parece que dice esto:

• Si algo es inteligible (coherente, significativo), Dios existe.

• Algo (causalidad, movimiento, cáscaras de plátano, Agustín) es inteligible


(coherente, significativo).

• Por tanto, Dios existe.

Pero este es un modus ponens tradicional. Para ponerlo en el modo de Collett, tendrías
que poder decir:

• Si algo es inteligible, Dios existe.


• Nada es inteligible.

• Por tanto, Dios existe.

Pero Dios no es simplemente el fundamento trascendental de la inteligibilidad; él es


el fundamento trascendental de la inteligibilidad y la no inteligibilidad, la significación y la
falta de sentido. Esto disuelve, para mí, el significado original y el atractivo de TAG. Una
vez más, quiero retirarme al sentido común. ¿Realmente queremos decir que incluso un
mundo sin sentido e ininteligible presupondría a Dios? ¿Qué significaría incluso presuponer
en un mundo sin sentido? De hecho, si "nada es inteligible" (la segunda premisa anterior),
entonces ni siquiera Dios es inteligible, ni siquiera para él mismo. ¿Y entonces qué clase de
Dios sería? Debo concluir a regañadientes que en este punto la trascendentalización de la
apologética implosiona en un disparate.

2. Segundo, no estoy de acuerdo en que los argumentos tradicionales necesariamente


concluyan con algo menos que el Dios bíblico. Tomemos el argumento teleológico de que la
determinación del mundo natural implica un diseñador. Bueno, ciertamente el Dios de las
Escrituras es más que un mero diseñador. Pero el argumento no dice que sea simplemente un
diseñador, solo que es un diseñador, lo que ciertamente lo es. Se pueden decir cosas similares
sobre las otras pruebas teístas tradicionales. Sería incorrecto pensar en Dios simplemente
como una primera causa, pero el argumento cosmológico no implica tal conclusión.

3. También conviene recordar que los argumentos tradicionales suelen persuadir.


Funcionan porque (ya sea que el apologista lo reconozca o no) presuponen una cosmovisión
cristiana. Por ejemplo, el argumento causal asume que todo en la creación tiene una causa.
Esa premisa es cierta según una cosmovisión cristiana, pero no es cierta (al menos en el
sentido tradicional) en una cosmovisión como la de Hume o Kant. Así entendida, la prueba
es parte de una comprensión cristiana general de las cosas, y no puede haber ninguna objeción
legítima a ella. Sin embargo, una vez que se define la causa como lo hacen Hume o Kant, el
argumento no llega a ninguna parte. Ahora, muchas personas pueden ser inducidas a aceptar
la existencia de Dios a través del argumento tradicional porque están de acuerdo con un
concepto cristiano de causa. Esto es parte de la revelación de Dios que no han reprimido, lo
que Van Til llama "capital prestado". Pero una vez que se vuelven más sofisticados y
filosóficos (es decir, más conscientes de la supresión de la verdad), es probable que planteen
objeciones a tales pruebas sobre la base de un marco de referencia no cristiano más coherente.
En ese punto, el apologista debe ser más explícito sobre las diferencias de presuposición, las
diferencias de cosmovisión, las diferencias en conceptos como la causalidad. Entonces el
argumento se vuelve más explícitamente trascendental. Pero no todos los que preguntan lo
requieren, y para muchos, en realidad, dificulta la comunicación. Por lo tanto, uno debe
reconocer la "variabilidad de la persona" de la apologética y tratar con cada investigador de
acuerdo con sus luces. Para algunos investigadores (generalmente poco sofisticados), uno o
más de los argumentos tradicionales pueden ser suficientes.

4. El lema de Van Til "El teísmo cristiano es una unidad" debe entenderse con tales
calificaciones. Estoy de acuerdo en que el lema es verdadero en el sentido de que uno no
puede comprometer una doctrina sin comprometer otras, y en el sentido de que aceptar una
doctrina proporciona una motivación lógica para aceptar otras. ¡Pero no creo que todo el
teísmo cristiano pueda establecerse con un solo argumento, a menos que ese argumento sea
muy complejo! No creo que un argumento deba ser criticado porque no prueba todos los
elementos del teísmo cristiano. Tal argumento podría ser parte de un sistema de apologética
que en su conjunto establece todo el organismo de la verdad cristiana.

5. Si aceptamos el punto de Van Til de que un argumento teísta completo debería


probar toda la doctrina bíblica de Dios, entonces debemos probar más que Dios es el autor
del significado y la racionalidad. Irónicamente, en este punto, ¡Van Til no es lo
suficientemente holístico! Porque además de probar que Dios es el autor del significado,
debemos (o podemos en algunos casos) probar que Dios es personal, soberano, trascendente,
inmanente y trinitario, sin mencionar infinito, eterno, sabio, justo, amoroso, omnipotente,
omnipresente, etcétera.144 Así, por otra razón (además del hecho, ya discutido, de que no
puede funcionar sin la ayuda de argumentos subsidiarios de tipo más tradicional), el TAG
requiere ser complementado con otros argumentos.

6. Todo esto sugiere una razón más por la que ningún argumento probará toda la
doctrina bíblica de Dios. Para generalizar: cualquier argumento puede ser cuestionado por
alguien que no esté dispuesto a aceptar la conclusión. Tales preguntas pueden requerir más
argumentos para defender los argumentos originales, etc. Dado que ningún argumento está
garantizado para persuadir a todas las personas racionales, ningún argumento es inmune a
ese cuestionamiento adicional.

Por lo tanto, el TAG de Van Til (como cualquier otro argumento) no es suficiente,
por sí solo, para probar la existencia del Dios bíblico a satisfacción de todos. Las
consideraciones trascendentales tampoco excluyen los argumentos que pretenden probar solo
una parte de la doctrina bíblica de Dios.

Sin embargo, mucho de lo que dice Van Til sobre estos asuntos es bíblicamente
verdadero e importante. Probablemente no exista un "argumento trascendental" distintivo
que descarte todos los demás tipos de argumentos. Pero ciertamente el objetivo general de la
apologética es trascendental. Es decir, el Dios que buscamos probar es de hecho la fuente de
todo significado, la fuente de la posibilidad, de la actualidad y de la predicación. El Dios
bíblico es más que esto, pero ciertamente no menos. Y ciertamente no debemos decirle nada
a un investigador que sugiera que podemos razonar, predicar, evaluar probabilidades, etc.,
aparte de Dios.

TAG y la Trinidad

Algunos han afirmado que el enfoque presuposicional es meramente teísta, en


oposición a claramente cristiano. De modo que, como dice el argumento, un musulmán
podría emplear el TAG de Van Til con la misma facilidad que un cristiano. Steve Hays y yo
hemos respondido a esta afirmación en detalle en otro lugar, pero es necesario aclarar algunos
puntos aquí.

En el próximo capítulo, presentaré a los lectores el argumento epistemológico de la


existencia de Dios.
Allí argumentaré que el argumento epistemológico se reduce a lo ético, y el
argumento ético muestra que debe haber una persona absoluta. Persona aquí incluye atributos
interpersonales, como el amor. Entonces, el Dios que presuponen la ética, la epistemología y
la lógica debe ser multipersonal. (Y, por supuesto, existe el argumento que presentamos en
el capítulo 2 de que Dios debe ser uno y muchos si quiere dar cuenta de la naturaleza uno y
muchos del mundo). Entonces, mi argumento muestra que Dios es multipersonal. Si uno
pregunta por qué este Dios debe ser precisamente tres personas, no tengo ningún argumento
apologético en ese sentido. Pero la teología reformada (como otras teologías tradicionales)
siempre ha dicho que la doctrina de la Trinidad proviene de una revelación especial, no
natural. Entonces, la doctrina de la Trinidad como tal podría no ser tema de apologética.
Quizás lo máximo que puede hacer la apologética es establecer la existencia de un Dios que
es uno y muchos.

¿Podemos ser más específicos? ¿Cómo defendería un cristiano su fe contra un teísmo


rival como el Islam? Para resumir brevemente mi enfoque del Islam: (1) Los musulmanes y
los cristianos están de acuerdo en que la Biblia está inspirada por Dios, pero los musulmanes
argumentan que la Biblia ha sido mal traducida y distorsionada, y que Dios ha corregido esas
distorsiones en el Corán. (2) Pero no hay base histórica para la afirmación de que la Biblia
ha sido distorsionada de esta manera. (3) Por lo tanto, las diferencias entre la Biblia y el
Corán deben resolverse a favor de la Biblia. (4) En la medida en que el Islam compromete la
doctrina bíblica de Dios, pierde el único fundamento trascendental posible de ciencia, lógica
y ética. Entonces TAG no apela al teísmo desnudo. Presupone los distintivos de la doctrina
cristiana de Dios. La estructura lógica del cristianismo no es formalmente paralela a la
incredulidad en la forma en que el shadokismo es formalmente paralelo al gibiismo en la
parábola de Montgomery. El Islam, o cualquier otro sistema no cristiano, no cree en un Dios
Creador trinitario, soberano, que redimió a su gente del pecado a través de la obra de su Hijo
y reveló su voluntad en un libro sagrado. El judaísmo y el islam tienen algunos paralelos
formales, ya que estos movimientos han sido influenciados, como he argumentado
anteriormente, por la Biblia. Y, por supuesto, existe el paralelo formal de que tanto los
cristianos como los no cristianos tienen presuposiciones. Pero ningún sistema no cristiano
contiene todo el contenido del mensaje cristiano. Y si alguno de ellos lo hiciera, ¿qué
diríamos al respecto? Solo que era el cristianismo, expresado en un idioma diferente.

¿Debemos mencionar el TAG explícitamente en cada encuentro de disculpas? Yo


diría no. Sin duda, parte del señorío de Cristo es su señorío sobre nuestra vida intelectual.
Seguramente la apologética evangelística nunca está completa sin una presentación de Cristo
como Señor y Señor de todo. A partir de aquí, bien podemos pasar a enfatizar su señorío
sobre ciertas áreas específicas de la vida. Jesús le dijo al joven rico que vendiera todos sus
bienes y siguiera a Jesús (Mat. 19: 16-30), declarando de hecho su señorío sobre nuestra
riqueza y vida económica. Mostró su omnisciencia al contarle a la mujer samaritana de sus
múltiples matrimonios e inmoralidad (Juan 4: 7–18), y luego describió un cambio inminente
en la mismísima adoración de Dios (vv. 19–26), declarándose Señor de nuestra vida. vidas
maritales y sexuales e incluso sobre nuestra relación con Dios. Para los fariseos, se declaró
Señor del sábado (Marcos 2:28). Pero no describió específicamente todas las áreas de su
señoría a cada investigador; se limitó a mencionar aquellas áreas que eran de particular
tentación para cada individuo. Ahora, no debemos dudar en declarar el señorío intelectual de
Cristo (en la forma, por ejemplo, de 1 Corintios 1: 18-2: 16) para -ser intelectuales, u otros
que estén particularmente afligidos por el deseo, la ambición orgullosa, de pensar de forma
autónoma. Pero la mayoría de los interesados probablemente no necesitarían escuchar este
punto específicamente. “Cristo es el Señor” cubre este campo, y muchos más,
implícitamente. Si alguien tiene un problema particular para reconocer el señorío intelectual
de Cristo, entonces deberíamos darle importancia; de otra forma no.

Aún así, los “apóstoles de los intelectuales” modernos encontrarán muchas ocasiones
para enfatizar la dirección trascendental de la apologética. La autonomía se ha asumido
rutinariamente en el pensamiento secular desde los días de la filosofía griega (y sus
contrapartes orientales) .150 Los intelectuales a menudo se enorgullecen de su autonomía (a
veces llamada neutralidad, objetividad imparcial, etc.), y ese orgullo debe ser rebajado. Un
intelectual a menudo estará de acuerdo en someterse a Cristo como Señor en todas las áreas
excepto en la mente. Sacrificium intellectus, "sacrificio del intelecto", es un concepto temido
entre los pensadores modernos. “Oh, sí, Jesús es el Señor; pero debemos creer en la
evolución, porque todos los mejores estudiosos lo hacen ". "Jesús es el Señor, pero los
mejores eruditos de la Biblia niegan la autoridad bíblica y la infalibilidad". En respuesta, es
importante para nosotros decirles a quienes preguntan que Jesús exige toda nuestra lealtad,
no parte (Deut. 6: 4ss .; Marcos 8: 34-38). Y eso incluye amarlo con la mente, lo que bien
puede implicar tener algunos puntos de vista impopulares sobre asuntos académicos (1 Tim.
6:20).

Argumentos positivos y negativos

Van Til no solo enfatiza el uso de argumentos trascendentales o presuposicionales.


También insiste en que para que los argumentos sean auténticamente presuposicionales,
deben ser "negativos" en lugar de "positivos". Un argumento negativo o "indirecto" a veces
se denomina reductio ad absurdum. Una prueba indirecta o reductio en matemáticas es una
prueba en la que uno asume una proposición ("por el bien de la argumentación", como dice
Van Til) para refutarla. Uno adopta tentativamente, digamos, la proposición A y luego
deduce de ella una contradicción lógica o alguna proposición que es obviamente falsa. Eso
muestra que A es falso. (Hay que tener cuidado aquí: la contradicción o falsedad en la
conclusión puede deberse no a la falsedad de A, sino a alguna falacia lógica o premisa
adicional utilizada en el curso del argumento).

En el argumento teísta, el argumento indirecto sería así: “Dios no existe; por lo tanto,
la causalidad (o lo que sea, en última instancia todo) no tiene sentido ". Dado que no estamos
dispuestos a aceptar la conclusión, debemos negar la premisa y decir que Dios existe.
Ciertamente, los argumentos de esta forma a menudo son útiles.151 Pero tengo una pregunta
sobre ellos:

¿Son los argumentos indirectos realmente distintos de los argumentos directos? En el


análisis final, no importa mucho si dices "Causalidad, luego Dios" o "Sin Dios, no hay
causalidad, luego Dios". Cualquier argumento indirecto de este tipo puede convertirse en un
argumento directo mediante una reformulación creativa. La forma indirecta, por supuesto,
tiene algunas ventajas retóricas, al menos152. Pero si la forma indirecta es sólida, la forma
directa también lo será, y viceversa. De hecho, si digo, "Sin Dios, no hay causalidad", el
argumento está incompleto a menos que agregue la formulación positiva "Pero hay
causalidad, por lo tanto Dios existe", una formulación idéntica al argumento directo. Así, el
argumento indirecto se convierte en nada más que un prolegómeno al directo.

En defensa de la fe, Van Til dice:

Se puede decir que el método de razonamiento por presuposición es más indirecto


que directo. El problema entre creyentes y no creyentes en el teísmo cristiano no puede
resolverse apelando directamente a "hechos" o "leyes" cuya naturaleza e importancia ya han
sido acordadas por ambas partes en el debate. La pregunta es más bien cuál es el punto de
referencia final requerido para hacer inteligibles los "hechos" y las "leyes". La pregunta es
qué son realmente los "hechos" y las "leyes". ¿Son lo que la metodología no cristiana supone
que son? ¿Son lo que la metodología cristiano-teísta presupone que son?

No debemos pasar por alto las declaraciones de modificación de Van Til. Van Til no
parece estar en contra de la apelación a los hechos per se, solo a los hechos o leyes "cuya
naturaleza e importancia ya han sido acordadas por ambas partes en el debate". Cuando un
cristiano apela a hechos o leyes, debe presentarlos como "realmente son". ¿Podría esto
implicar que Van Til pensó que era posible presentar una prueba directa que no asuma
autonomía, neutralidad o hecho bruto? No estoy completamente seguro de que Van Til
siempre haya sido coherente en este punto.

Por lo tanto, creo que la restricción de Van Til del apologista al uso exclusivo de
argumentos negativos no es razonable. Me atormenta una analogía (aunque sea una analogía
débil) de un niño que mete la mano en una bolsa de canicas, saca una y luego demuestra la
supremacía de su canica al criticar las otras canicas en la bolsa. Seguramente ella debe ofrecer
una argumentación positiva para el mármol que tiene en la mano. Incluso si uno admite que
las diversas manifestaciones del pensamiento no cristiano conocidas por el hombre no pueden
explicar la inteligibilidad de la experiencia, uno todavía puede preguntarse si el pensamiento
cristiano puede y, de ser así, , como puede. Por lo que sabemos, existe una tercera alternativa.

Por supuesto, los oponentes intentan demostrar que no existe una tercera alternativa.
O el Dios de la Biblia existe o no. O la Biblia es verdad o no lo es. Suponga la alternativa de
los incrédulos, y debe abrazar el racionalismo y el irracionalismo. Dado que ambos destruyen
el significado, el teísmo bíblico debe ser correcto. Me conmueve esta línea de argumentación.
Pero sigo pensando que es más complicado de lo que imaginan mostrar esto en todos los
casos. Y cuando se llega a los detalles, las alternativas se vuelven más diversas.156

En otras palabras, no se trata simplemente de afirmar que la cosmovisión cristiana


puede dar cuenta de las leyes de la lógica, la ciencia, la moralidad, etc. Si ese fuera el caso,
el ateo tendría todo el derecho de afirmar que la cosmovisión atea puede dar cuenta de las
leyes de la lógica, etc. Es decir, el cristiano estaría meramente pidiendo la pregunta. Tengo
la impresión de que la argumentación positiva es ineludible. También rechazo la tendencia
entre algunos Van Tillianos de equiparar los argumentos negativos con los trascendentales.
Los argumentos positivos pueden ser tan trascendentales en su impulso como los negativos,
y los argumentos negativos tienen la misma probabilidad que los positivos de expresar un
espíritu de autonomía157.
Van Til tenía un ojo maravilloso para los problemas espirituales en los encuentros de
apología. Vio la necesidad de reprender el orgullo intelectual, rechazar el espíritu de
autonomía, aferrarse al señorío universal de Cristo sobre todas las estructuras de significado.
Pero Van Til tendía a pensar que estos problemas se manejaban mejor restringiendo la
apologética a ciertos métodos formulados. Desafortunadamente, los métodos sugeridos,
incluso aparte de sus otras dificultades, no eliminan necesariamente el problema espiritual:
la actitud pecaminosa del aspirante a intelectual. Las actitudes pecaminosas pueden estar
presentes sin importar el tipo de argumento que empleemos. De hecho, debemos ser
diligentes para reprender estos pecados. El señorío de Jesús debe expresarse claramente en
palabras y hechos. Pero ese resultado espiritual no está garantizado por un énfasis
trascendental (en realidad epistemológico) o un argumento negativo. Confiar en cañas tan
frágiles es cortejar el desastre. Nada menos que toda la armadura de Dios (Efesios 6: 10-18)
nos permitirá obtener la victoria sobre las artimañas intelectuales de Satanás.

Certeza y probabilidad absolutas

¿Qué sucede ahora con la afirmación de Van Til de que existe un "argumento
absolutamente seguro" para el teísmo cristiano? Parece pensar que los argumentos
trascendentales, que son argumentos negativos, son absolutamente ciertos. Pero creo que he
arrojado algunas dudas sobre la claridad de estos conceptos y la legitimidad del intento de
Van Til de limitar la apologética a este tipo de argumentos.

La certeza es un concepto algo problemático. Lo he discutido en DKG en términos


de la psicología creyente y la seguridad de la salvación. Debemos comenzar con la convicción
bíblica de que Dios quiere que estemos seguros de la verdad de Cristo (Lucas 1: 4) y de
nuestra propia salvación (1 Juan 5:13). El conocimiento regenerado de Dios es un
conocimiento que, como hemos visto, presupone la Palabra de Dios. Una presuposición se
sostiene con certeza por definición, ya que es el criterio mismo de certeza. Además de este
hecho lógico, el creyente está asegurado por el factor sobrenatural del Espíritu de Dios con
respecto a la verdad del evangelio (1 Cor. 2: 4-5; 1 Tes. 1: 5) y su propia relación con Cristo
(Rom. 8 :dieciséis). Es cierto que los creyentes a veces dudan tanto de la verdad de Dios
como de su propia salvación, pero tienen los recursos y el derecho, tanto lógicos como
sobrenaturales, para llegar a tener plena certeza al menos en los puntos principales del
mensaje del evangelio.

Ésta es la certeza que buscamos comunicar en la apologética, como en la predicación


y el testimonio. Es la certeza de una persona acerca de la revelación de Dios.

Pero la palabra certeza se ha agregado no solo a las personas, sino también a las
pruebas. "Cierta" evidencia es evidencia que garantiza certeza de creencia. La evidencia
“probable” garantiza un nivel o grado de creencia menor que la certeza, pero posiblemente
de gran importancia. La Escritura habla de la certeza de la evidencia que Dios nos ha dado
de su verdad. La revelación general es tan simple y clara que obliga a creer y obedecer,
dejándonos sin excusa (Rom. 1: 19-20). Juan habla de los milagros de Jesús ("señales") como
una garantía de fe (Juan 20: 30ss.), Y Lucas habla de las "pruebas convincentes" (Hechos 1:
3 NVI) que Jesús presentó a los discípulos después de la resurrección. La evidencia del
teísmo cristiano, por lo tanto, es "absolutamente cierta". O, para decirlo en términos morales,
no hay excusa para la incredulidad. La evidencia obliga a creer.

Hemos visto que la certeza puede aplicarse tanto a los seres humanos como a las
pruebas. Pero Van Til también lo aplica al argumento. ¿Qué podría entenderse por
"argumento absolutamente cierto"? Quizás nos inclinamos a asimilar la frase a uno de los
otros dos usos: un cierto argumento es aquel que transmite cierta evidencia (certeza objetiva)
o crea necesariamente certeza en las personas que lo escuchan (certeza subjetiva). En cuanto
al segundo sentido: vimos antes que ningún argumento único garantiza la creación de certeza
en todos sus oyentes. Y si modificamos nuestro concepto para decir que el argumento
"debería" traer certeza, debemos recordar que las personas tienen la obligación de creer en
Dios, de hecho, en algún nivel creen en él, solo por la evidencia, aparte de cualquier
formulación argumentativa de la evidencia. Entonces, ningún argumento crea una obligación
de creer. En el sentido subjetivo, entonces, no hay ciertos argumentos.

¿Qué pasa con el sentido objetivo? Podemos pensar en argumentos que transmiten
evidencia en la forma en que pensamos en predicar transmitiendo la Palabra de Dios. Como
vimos en el capítulo 1, la apologética es una forma de predicación y, por supuesto, también
podemos equiparar la "evidencia" con la "Palabra de Dios", ya que la evidencia es nada
menos que la ("cierta") autorrevelación de Dios. Ahora, la Segunda Confesión Helvética dice
que "la predicación de la Palabra de Dios es la Palabra de Dios". Esta es una ecuación
peligrosa si lleva a los predicadores a presumir su propia infalibilidad. Pero, por supuesto, la
sentencia no fue tan intencionada. Más bien, el punto es que cuando un predicador expone la
Palabra de Dios verdaderamente, esa Palabra no pierde su autoridad al ser colocada en los
labios de un predicador. El contenido de las Escrituras siempre es fidedigno, ya sea escrito
en páginas, grabado en piedra, grabado en cinta magnética o disco de computadora,
ejemplificado en una vida (2 Cor. 3: 2-3), o hablado a través de la boca de un predicador. Lo
mismo puede decirse del apologista cuando presenta evidencia a través de sus argumentos.
En la medida en que su argumento comunica verdaderamente la evidencia que Dios ha
revelado en la naturaleza y las Escrituras, se puede decir que transmite la certeza de esa
evidencia. Pero en la medida en que el argumento oscurece, malinterpreta o distorsiona la
evidencia, en la medida en que falla (ya sea por pecado o por alguna mera insuficiencia) para
presentar esa evidencia tal como es, carece de autoridad y, por lo tanto, no puede presumir
de certeza absoluta.

Un argumento, por tanto, es absolutamente cierto en el sentido objetivo en la medida


en que es una clara comunicación de la revelación de Dios. Ahora, Van Til tendía a describir
como "absolutamente ciertos" aquellos argumentos (y sólo aquellos) que eran
presuposicionales o trascendentales en su empuje y negativos en su forma. En vista de nuestra
discusión anterior sobre TAG y la forma negativa, me resistiría a esa restricción del concepto.
La certeza absoluta se refiere a todos aquellos argumentos que transmiten la verdad, ya sea
positiva o negativa, ya sea centrada en la predicación o en algún otro dato.

En un momento me incliné a argumentar de manera diferente a favor de la "certeza


absoluta" de Van Til, es decir, apelando a la circularidad misma (incluso la circularidad
amplia) de los argumentos en cuestión. Por ejemplo, si al usar un argumento causal
presuponemos la existencia de Dios, ¿no se reduce el argumento a "Dios existe, luego Dios
existe", un argumento circular estrechamente que, dado que su premisa es bíblica y su lógica
incontrovertible, es, en nuestro criterio anterior, "absolutamente cierto"? Una vez dije que sí,
pero ahora rechazaría este enfoque. Como indiqué en el capítulo 1, los presupuestos de un
argumento no se encuentran entre las premisas del argumento. Por lo tanto, la circularidad a
la vista no es lo que normalmente se llama circularidad en los libros de texto de lógica.
Además, la afirmación precisa de este tipo de argumento no es "Deberías creer que Dios
existe porque Dios existe". Más bien, es “Deberías creer que Dios existe porque (sin duda,
en una epistemología compatible con el teísmo) la causalidad implica la existencia de Dios,
y puedo demostrar eso por las razones A, B, C, D. . . " En otras palabras, estamos ofreciendo
un argumento más o menos complicado a favor de la existencia de Dios. Pero cuando
hacemos esto, incluso asumiendo una epistemología bíblica, hay espacio para que entre el
error y para una posible pérdida de la "certeza absoluta".

Ahora bien, ¿hay lugar para argumentos que afirmen solo una probabilidad de ser
ciertos? Van Til pensó que si afirmamos algo menos que la certeza absoluta, estamos ``
admitiendo virtualmente que la revelación de Dios al hombre no es clara ''. 162 Sin embargo,
nuevamente, es importante para nosotros distinguir entre evidencia, argumento y certeza
subjetiva. El punto de Van Til es fuerte en el área de la evidencia. Como señalamos
anteriormente, la evidencia del teísmo cristiano es absolutamente convincente; no puede
describirse como simplemente probable. En cuanto a la certeza subjetiva, nuevamente
debemos notar que Dios ha provisto los medios para ello en las áreas más amplias y claras
de la verdad bíblica, pero a veces se nos escapa en esas u otras áreas. Nuestra falta de certeza,
entonces, a veces nos lleva, con toda honestidad, a decir "probablemente".

En cuanto al argumento, se pueden calificar de “probables” aquellos argumentos que,


debido a su presentación inadecuada o incompleta de las pruebas, no logran ser
absolutamente ciertos. La insuficiencia puede deberse al pecado o a una falta de comprensión.
Por ejemplo, podría considerar formular un argumento a favor de la existencia de Dios basado
en la segunda ley de la termodinámica. Pero dado que mi comprensión de esa ley es bastante
imperfecta, no confiaría en mí mismo en esa situación para transmitir adecuadamente la
verdad absoluta de la evidencia de Dios. Entonces, en ese caso, me inclinaría a usar la palabra
probablemente mucho. Mi relato de la falibilidad cristiana es el siguiente: (1) No somos Dios,
por lo que no podemos conocer nada de manera exhaustiva, ni siquiera la revelación de Dios.
(2) Como pecadores, reprimimos la verdad. (3) En la regeneración, esa represión se supera
solo gradualmente. (4) Aunque tenemos derecho a la certeza psicológica sobre las verdades
básicas de la fe (arriba), siempre es objetivamente posible que podamos estar equivocados.
(5) Por lo tanto, debemos ser humildes incluso en cuanto al conocimiento que tenemos como
cierto.

TAG articula la certeza cristiana de manera argumentativa. Estoy seguro de las


verdades básicas del cristianismo y, de hecho, las considero el estándar de certeza. Así que
nada puede ser seguro si esto no es cierto. TAG busca mostrar que no hay conocimiento,
significado, predicación, etc., a menos que estos sean verdaderos. Sin embargo, los TAG son
argumentos formulados humanamente y, por lo tanto, son falibles. Hablar de "probabilidad"
es reconocer esa falibilidad. En la práctica, esto significa: (1) Deberíamos estar dispuestos a
confesar que gran parte de lo que creemos y muchos de los argumentos que ofrecemos ni
siquiera son psicológicamente seguros, ya que tratan asuntos distintos de las "verdades
básicas". (2) Incluso nuestros argumentos sobre las verdades básicas podrían estar
equivocados, ya que esos argumentos no suelen ser verdades básicas en sí mismos. (3)
Incluso nuestras creencias acerca de las verdades básicas podrían ser objetivamente erróneas,
aunque tenemos derecho a estar psicológicamente seguros acerca de ellas.

No creo que las Escrituras nos prohíban explorar áreas que no entendemos del todo;
todo lo contrario (Génesis 1: 28ss.). Tampoco creo que las Escrituras nos prohíban formular
ideas provisionales sobre cómo los fenómenos relativamente desconocidos se relacionan con
Dios. Hacerlo, y usar la palabra probablemente en este sentido, no significa que la evidencia
revelada de Dios sea meramente probable; es más bien decir que una parte de la evidencia,
no bien entendida por un apologista en particular, le brinda un argumento que es, en el mejor
de los casos, posible o probable. El mismo Van Til reconoce algo como esta distinción: “No
debemos atenuar la validez de este argumento al nivel de probabilidad. El argumento puede
estar mal expresado y puede que nunca se exprese adecuadamente. Pero en sí mismo, el
argumento es absolutamente sólido ".

¿Qué es este "argumento" que es "absolutamente sólido", aunque las declaraciones


del mismo puedan ser inadecuadas? Evidentemente, Van Til tiene en mente una especie de
"argumento ideal" que tal vez nunca sea expresado adecuadamente por un apologista real. Lo
que parece estar diciendo es que si pudiera haber un argumento que reprodujera
perfectamente la claridad inherente de la revelación de Dios, ese argumento sería
absolutamente sólido, válido, cierto. Pero es posible (!) Que ningún argumento real,
incluyendo Van Til's, alguna vez ha estado a la altura de ese estándar.

Pero entonces es ilegítimo para él exigir que todos los argumentos apologéticos reales
(en oposición a los ideales) reclamen certeza para sus conclusiones. Más bien, un apologista,
reconociendo que no está presentando toda la fuerza evidencial de la revelación divina, debe
ser honesto y admitir que su argumento transmite algo menos que una certeza absoluta. Otra
forma de admitirlo es afirmar que el argumento es "probable". Preferiría decir que la
evidencia es absolutamente sólida y que el argumento transmite esa evidencia con más o
menos adecuación. En la medida en que el argumento transmite la evidencia verdaderamente,
también transmite la certeza absoluta inherente a la evidencia.

Un bosquejo estratégico

Para resumir las cosas en esta etapa de nuestra discusión, aunque no estoy de acuerdo
con la insistencia de Van Til de que solo los argumentos negativos (reductios) son legítimos,
la reductio es un excelente tipo de argumento en su apertura y adaptabilidad. Con un
empirista, el empirismo se reduce al absurdo. Con un posmodernista, se reduce el
posmodernismo al absurdo, etc., etc. Y con una reductio, es más fácil plantear cuestiones
presuposicionales.

Pero si tuviera que sugerir un enfoque paso a paso, con gente universitaria algo típica
en mente, sería algo como esto:

1. El universo es, en última instancia, personal o, en última instancia, impersonal.


2. Si en última instancia es impersonal, no puede justificar el discurso racional,
incluido lo que sea que me esté diciendo.

3. Por lo tanto, si desea llevar a cabo un discurso racional, debe presuponer que el
universo es, en última instancia, personal.

4. Solo la Biblia y los puntos de vista derivados de la Biblia contienen un relato del
mundo consistentemente personalista.

5. Por lo tanto, debemos considerar cuidadosamente la Biblia y evaluar su verdad


asumiendo que un Dios personal puede haberla inspirado.

6. Ore para que el Espíritu de Dios abra los ojos ciegos a esa verdad.

Los puntos 1 a 2 se han establecido en nuestra discusión sobre el personalismo


absoluto en el capítulo 2. Los puntos 3 a 4 son el eje de los argumentos trascendentales que
he desarrollado en este capítulo y continuaré desarrollándolos en el siguiente.

Algunas conclusiones: un presuposicionalismo del corazón

En esta cuenta de dirección trascendental, argumentación negativa, certeza y punto


de contacto, hay menos distancia entre la apologética de Van Til y la apologética tradicional
de lo que la mayoría de los partidarios de ambos lados (incluido el propio Van Til) han estado
dispuestos a conceder. No me entristece en absoluto esta implicación. Esta forma de pensar
abre al apologista presuposicional muchos, y quizás todos, los argumentos generalmente
asociados con la apologética tradicional en el pasado. Ya no deberíamos sentirnos
avergonzados, por ejemplo, de defender la existencia de Dios sobre la base de la causa, el
propósito y los valores. Estos pueden ser elementos de un argumento general que tiene un
propósito trascendental (de hecho, que tiene más que un propósito meramente trascendental).

También concluiría que la palabra probabilidad merece ser rehabilitada en la


apologética reformada. No nos atrevemos a admitir que la evidencia de la existencia de Dios
o la justificación para creer en la existencia de Dios es simplemente probable. Hacer eso
sería, como dice Van Til, negar la claridad objetiva de la revelación. Pero, para ser honestos,
debemos admitir que muchos de nuestros argumentos son sólo probables, aunque sólo sea
porque hay mucho margen de error en su formulación.

Ciertamente, sin embargo, no he eliminado todas las diferencias entre Van Til y sus
críticos. El tema de la neutralidad (discutido en el capítulo 1) sigue siendo una gran barrera
entre las dos escuelas de pensamiento, y en ese asunto Van Til definitivamente tiene razón.
El argumento apologético legítimo presupone la verdad de las Escrituras y renuncia a la idea
de la independencia o autonomía intelectual humana. Su objetivo, como dice Van Til, no es
enseñar algún tipo de teísmo desnudo, sino confirmar todas las riquezas de la doctrina bíblica,
incluida la enseñanza de que Dios es la fuente de toda predicación significativa.
También hay un punto residual de Van Tillian que debe hacerse con respecto a la
prueba. Van Til dice: “Si, por lo tanto, él [el cristiano] apela al incrédulo sobre la base de que
la naturaleza misma revela a Dios, debe hacerlo de tal manera que al final parezca que está
interpretando la naturaleza en el luz de la Escritura. ”

Hemos visto que Van Til se equivoca al rechazar los argumentos directos sobre la
base de que presuponen una comprensión autónoma de las premisas. Un argumento directo
puede, tan fácilmente como uno indirecto, surgir de la convicción de que nada es inteligible
excepto a través de Dios. En la cita anterior, Van Til casi parece reconocer esa posibilidad.
Sin embargo, agrega una advertencia, y una importante. Siempre existe el peligro de
comunicar al incrédulo —a través del lenguaje corporal, un tono de voz arrogante u
omisiones de puntos importantes— que uno ha adoptado una postura autónoma. En la cita
anterior, Van Til nos insta a encontrar alguna manera, ya sea en el argumento mismo o en el
comportamiento / lenguaje que acompaña al argumento, para comunicar que nuestra postura
no es neutral.

A Van Til le gustaría más que comuniquemos esa idea utilizando argumentos
indirectos en lugar de directos.169 Hemos visto que este es un requisito ilegítimo. Pero hay
otras formas de comunicar nuestro "sesgo" cristiano. Toda nuestra actitud como apologistas,
nuestra piedad personal, nuestra manera de hablar, todo esto puede mostrar al incrédulo que
estamos comprometidos con el Dios de las Escrituras y no con el avance de nuestro propio
estado intelectual o con la “búsqueda de la verdad” en lo abstracto o la victoria en una batalla
de ingenio. Todo esto es parte del proceso de comunicación y afecta el contenido de lo que
realmente comunicamos. No fue fácil para Van Til hablar de tales sutilezas, pero estas cosas,
no algunas restricciones rígidas en la forma de disculpa, representan la forma en que Dios
trata con lo que es esencialmente un problema espiritual. Podemos comparar mi enfoque con
el de Van Til usando el cuadro de la página siguiente.

Puede que ya no sea posible distinguir la apologética presuposicional de la


apologética tradicional simplemente por lo externo: por la forma del argumento, la
afirmación explícita de certeza o probabilidad, etc. Quizás el presuposicionalismo es más una
actitud del corazón, una condición espiritual, que un fenómeno empírico fácilmente
descriptible. Ciertamente, llamarlo espiritual no significa que no sea importante, sino todo lo
contrario. Nuestra mayor necesidad en apologética (como en todas las demás áreas de la vida)
siempre ha sido espiritual en el centro. Y nuestro “presuposicionalismo del corazón” no es
algo vago e indefinible. El presuposicionalismo del que estamos hablando es (1) una
comprensión clara de dónde se encuentran nuestras lealtades y cómo esas lealtades afectan
nuestra epistemología, (2) una determinación sobre todo de presentar la enseñanza completa
de las Escrituras en nuestra apologética sin compromiso, en su totalidad atractivo y su total
ofensividad, (3) especialmente la determinación de presentar a Dios como completamente
soberano, como la fuente de todo significado, inteligibilidad y racionalidad, como la
autoridad suprema de todo pensamiento humano, y (4) una comprensión del conocimiento
del incrédulo de Dios y la rebelión contra Dios, particularmente (aunque no exclusivamente)
ya que afecta su pensamiento. Y si algunos apologistas mantienen estos entendimientos y
actitudes sin querer ser llamados Van Tillianos o presuposicionalistas, estoy feliz de unirme
a ellos.
Van Til Frame

Prueba Hay una "prueba Necesitamos distinguir


absolutamente cierta" del entre la certeza de la
teísmo cristiano. evidencia del teísmo
cristiano (que es absoluto)
y nuestros argumentos
humanos (que son falibles y
a menudo inciertos).

Neutralidad Todo razonamiento debe Estoy de acuerdo con


presuponer la revelación entusiasmo.
divina. El razonamiento
nunca es religiosamente
neutral.

Presuposiciones Todo razonamiento debe Una vez más, estoy de


presuponer al Señor acuerdo con entusiasmo.
Trinitario absoluto-
personal que ejerce el
dominio total y absoluto
sobre su creación.

Antítesis y gracia común Nuestro razonamiento Estoy de acuerdo, pero se


debe tener en cuenta necesitan matices.
tanto los efectos noéticos
del pecado como la
influencia restrictiva de
la gracia común.

Supresión El incrédulo suprime la De acuerdo


verdad mediante una
dialéctica de
racionalismo e
irracionalismo.

Evidencia Podemos usar libremente De acuerdo, con la


argumentos lógicos y condición de que se nos
presentar evidencias de permita variar nuestro
la verdad de las enfoque en función de la
Escrituras. Pero no naturaleza y las preguntas
deberíamos hacer esto de nuestra audiencia. No
"interminablemente" sin siempre necesitamos hablar
desafiar la filosofía de explícitamente de
hecho del incrédulo. epistemología.

Demostrando el teísmo Siempre debemos buscar Si . . . pero. Hasta cierto


cristiano probar el teísmo cristiano punto, es legítimo probar
"como una unidad". un hecho sobre Dios a la
vez, teniendo cuidado de no
distorsionar el todo al
exponer las partes.

Certeza o ¿Probabilidad? Nuestros argumentos Vea el primer punto arriba.


deben reclamar una Es legítimo en algunos
certeza absoluta, nunca casos, e incluso inevitable,
una mera probabilidad. utilizar argumentos que
afirmen solo probabilidad.

¿Deberíamos No debemos producir Si rechazamos una visión


"complementar" el argumentos que extrema de la antítesis,
conocimiento del simplemente debemos reconocer que
incrédulo? "complementen" el habrá elementos de verdad
conocimiento del en el pensamiento
incrédulo. Deberíamos incrédulo. Esto no es para
buscar derribar los negar la importancia de
fundamentos mismos de derribar los fundamentos
su pensamiento. del pensamiento incrédulo,
porque los elementos de
verdad en el pensamiento
incrédulo están en
desacuerdo con su
compromiso fundamental.

¿Argumentos directos o Un enfoque Cualquier argumento


indirectos? verdaderamente indirecto de este tipo puede
trascendental es más convertirse en un
indirecto que directo. argumento directo
mediante una
reformulación creativa. Si
la forma indirecta es sana,
la forma directa también lo
será, y viceversa.

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