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A Justification of
Christian Belief
John M. Frame
Edited by
Joseph E. Torres
© 2015 by John M. Frame
All rights reserved. No part of this book may be reproduced in any form or by any means, except for brief
quotations for the purpose of review, comment, or scholarship, without written permission from the publisher,
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Unless otherwise indicated, Scripture quotations are from The Holy Bible, English Standard Version, copyright
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1962, 1963, 1968, 1971, 1972, 1973, 1975, 1977, 1995 by The Lockman Foundation. Used by permission.
Portions of this work were originally published in John M. Frame’s Cornelius Van Til: An Analysis of His
Thought (P&R Publishing, 1995), The Doctrine of God (P&R Publishing, 2002), and Speaking the Truth in
Love, edited by John J. Hughes (P&R Publishing, 2009). They have been edited and revised for this volume.
Some material in chapter four appears in a similar form in John M. Frame, “Transcendental Arguments,” in W.
C. Campbell-Jack and Gavin J. McGrath, eds., New Dictionary of Christian Apologetics, consulting ed. C.
Stephen Evans (Downers Grove, IL: InterVarsity Press, 2006), 716–17. Used by permission of the publisher.
Apologetics: a justification of Christian belief / John M. Frame ; edited by Joseph E. Torres. -- Second
edition.
pages cm
BT1103.F73 2015
239--dc23
2014047572
To all my students,
1.0- DEFINICIONES:
Podemos distinguir 3 aspectos de la apologética, los que estaremos viendo con más
detalle en capítulos posteriores, y son:
Se trata de presentar una base razonada de la fe, o sea, “probar que el cristianismo es
la verdad”. Jesús y los apóstoles con frecuencia ofrecieron a las personas con problemas de
fe, pruebas de que el evangelio era la verdad. “Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre
en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras” (Jn 14:11; ver también Jn 20:24-31 y
1ª Cor 15:1-11). También los creyentes a veces pueden tener sus dudas, por lo que a ellos les
puede servir la apologética, muy aparte del papel que juega en el diálogo con incrédulos. En
pocas palabras, la apologética confronta la falta de fe tanto en el creyente como en el
incrédulo.
Se trata de atacar la necedad (“Dice el necio en su corazón: No hay Dios...” Sal 14:1;
ver también 1ª Co 1:18-2:16) del pensamiento incrédulo. En vista de la importancia del 2°
inciso, no nos sorprende que algunos definen la apologética simplemente como “la defensa
de la fe”. Pero una definición así puede causar malentendidos. Dios llama a su pueblo, no
sólo a contestar las objeciones de los incrédulos, sino para ir hacia el frente en una ofensiva
en contra de la mentira. Pablo dice, “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales,
sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, refutando argumentos, y toda altivez
que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la
obediencia a Cristo” (2ª Cor 10:4-5). Según la Biblia, el pensamiento no-cristiano es
“necedad” (ver 1ª Cor 1:18-2:16 y 3:18-23), y uno de los papeles de la apologética es el de
revelarlo y dejarlo al descubierto tal cual es.
Nuestro texto clave, 1ª Ped 3:15, comienza con la frase “santificad a Dios el Señor en
vuestros corazones”. El apologeta en principio tiene que ser un creyente en el Señor
Jesucristo, y entregado a su señorío:
--“Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que
Dios le levantó de los muertos, serás salvo” (Rm 10:9).
--“Nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede
llamar a Jesús Señor, sino por el Esp. Santo” (1ª Cor 12:3).
--“Y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor, para gloria de Dios Padre” (Fil
2:11).
Algunos teólogos hacen uso de la apologética casi como si fuera una excepción al
compromiso con Cristo. Nos dicen que cuando se discute con los incrédulos, no debemos
basar nuestros argumentos en criterios o normas derivados de la Biblia. Argumentar sobre
esa base, dirían, sería hablar con un prejuicio. Más bien deberíamos presentar a los incrédulos
sólo argumentos sin prejuicios, argumentos sin tendencia religiosa alguna, ni a favor ni en
contra, sino solamente los que sean puramente neutrales. Hay que usar, según este punto de
vista, criterios y normas que los mismos incrédulos pueden aceptar. Entonces, la lógica, los
hechos, la razón, la experiencia, etc., ellos se convierten en las fuentes de la verdad. La
revelación divina, especialmente la de las Escrituras, por definición así quedan excluidas.
Parece muy razonable a simple vista este argumento: puesto que son Dios y las
Escrituras las que están en discusión, obviamente no podemos hacer suposiciones acerca de
ellos cuando argumentamos. A eso se le llama la falacia del argumento en círculo. Además,
pondría un fin al intento de evangelizar, pues si de antemano pedimos a los incrédulos que
presupongan la existencia de Dios y la autoridad de las Escrituras para entrar al debate, nunca
consentirán en ello. Se rompería toda posibilidad de comunicación entre el creyente y el no-
creyente. Por tanto, debemos evitar hacer este tipo de demandas, y en su lugar debemos
presentar nuestros argumentos sobre bases neutrales. Así, inclusive, podemos alardear que
nuestros argumentos presuponen solamente criterios que el mismo incrédulo acepta (sean
éstos en la lógica, los hechos, la consecuencia o lo q. sea).
Lejos estoy de querer descalificar por completo esta tradición, por inservible. Pero
sobre el punto particular que estamos tocando, que es el asunto de la neutralidad,
definitivamente creo que su posición NO va de acuerdo a la Biblia. En el texto lema que
dimos al principio, vemos que el argumento de Pedro es completamente diferente. Para él, la
apologética no se hace una excepción a nuestro compromiso global al señorío de Cristo.
Por el contrario, lo que nos dice Pedro es que el señorío de Jesús (y por ende, la verdad
de su Palabra, pues ¿cómo podemos llamarle “Señor” si no hacemos lo que nos dice, Luc
6:46?) es nuestra presuposición final. Una presuposición final es una entrega fundamental
del corazón, es una confianza final. Tenemos fe en Jesucristo como asunto de vida eterna o
de muerte. Confiamos en su sabiduría más allá de toda otra sabiduría. Creemos más en sus
promesas que en las de cualquier otro. Nos pide que le demos toda nuestra lealtad, y que no
permitamos que ninguna otra lealtad compita con él:
--“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es: Y amarás a Jehová tu Dios de
todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Deut 6:4-5).
--“Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro,
o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”
(Mat 6:24).
--“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino
por mí” (Jn 14:6).
--“Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a
los hombres, en que podamos ser salvos” (Hech 4:12).
Debemos obedecer su ley, aun cuando entre en conflicto con leyes de menor jerarquía
(“Respondiendo ... los apóstoles, dijeron: Es necesario obedecer a Dios antes que a los
hombres” Hech 5:29). Puesto que creemos en él con mayor certeza que a cualquier otra cosa,
él (y su Palabra) viene a ser el criterio, la norma final de la verdad. ¿Qué norma más alta, o
de mayor autoridad, podría haber? ¿Qué norma es la que más claramente nos ha sido revelada
(ver Rom 1:19-21)? ¿Cuál es la autoridad que en última instancia avala a todas las demás?
El señorío de Cristo es final e indiscutible, no sólo por encima de todas las demás
autoridades, sino también en todas las áreas de la vida humana. En 1ª Cor 10:31 leemos: “Si,
pues, coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”. Compara
también:
--Rom 14:23, “Pero el que duda sobre lo que come, es condenado, porque no lo hace
con fe; y todo lo que no proviene de fe, es pecado”;
--2ª Cor 10:5, “Refutando argumentos, y toda altivez que se levanta contra el
conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a
Cristo”;
--Col 3:17 y 23, “Y todo lo que hacéis, sea de palabra o de hecho, hacedlo todo en
el nombre del Señor Jesús, dando gracias a Dios Padre por medio de él; ... Y todo lo
que hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres”; y
--2ª Tim 3:16-17, “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para
redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea
perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”.
Este principio por supuesto incluye las areas del pensar humano y del conocimiento.
El autor de los Proverbios nos recuerda: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová”
(1:7ª; ver también Salmo 111:10 y Prov 9:10). Los que no han sido traídos al temor de Jehová
por medio del nuevo nacimiento, ni siquiera pueden ver el Reino de Dios (Jn 3:3, “De cierto,
de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”).
De modo que el no-creyente realmente está “engañado” (Tito 3:3, “Porque nosotros
también éramos en otro tiempo insensatos, rebeldes, extraviados, esclavos de
concupiscencias y deleites diversos, viviendo en malicia y envidia, aborrecibles, y
aborreciéndonos unos a otros”). Conoce a Dios (Rom 1:21) y al mismo tiempo no lo conoce
(1ª Cor 1:21, “ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la
sabiduría...” y 2:14, “el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios,
porque para él son locura, y no las puede entender...”).
Evidentemente estos datos enfatizan la verdad de que la revelación divina tiene que
gobernar nuestro manejo de la apologética. Al no-creyente le es imposible (porque no quiere,
no desea) creer, sin tener el evangelio bíblico de la salvación. Ni sabríamos cuál es la
condición verdadera del incrédulo, a no ser por la Biblia. Tampoco podremos confrontarla,
al menos que estemos listos y dispuestos a escuchar a los principios apologéticos propios de
la Biblia.
Esto significa no sólo que el apologeta debe “santificar a Jesús como Señor”
personalmente, sino también que SU ARGUMENTO necesariamente tiene que presuponer
dicho señorío. Nuestro argumento debe exhibir dicho conocimiento, dicha sabiduría, la que
está basada en “el temor de Jehová”, y no exhibir la necedad de los no-creyentes. Así las
cosas, el argumento apologético no puede ser más neutral que cualquier otra actividad
humana. Cuando presentamos un argumento apologético, como en cualquier otra cosa q.
hacemos, estamos llamados a presuponer la verdad de la Palabra de Dios. O aceptas la
autoridad de Dios, o no la aceptas; el no aceptarla sería pecado. No importa que a veces
estemos conversando con gente no cristiana. Es entonces, y quizá más (pues es cuando damos
testimonio), que debemos ser fieles a la revelación que nos ha dado nuestro Señor.
Decirle al no-creyente que podemos razonar con él(ella) sobre una base de
neutralidad, aun cuando quizá atraiga mejor su atención, sería mentir. Sería una mentira de
las más serias, pues falsificaría el meollo mismo del evangelio -- la verdad que Jesucristo es
EL SEÑOR. Por un lado, no existe la neutralidad. Nuestro testimonio o es según la sabiduría
de Dios o es según la necedad del mundo. No hay opción intermedia. Por otro lado, aun
cuando hubiera la posibilidad de la neutralidad, esa ruta nos está prohibida.
¿Significa todo esto que somos llamados a emplear la argumentación en círculo? Sí,
pero sólo en un sentido. No somos llamados, por ejemplo, a utilizar argumentos como éste:
“La Biblia es la verdad; por lo tanto la Biblia es la verdad”. Como veremos más adelante, es
totalmente lícito argumentar sobre base de evidencias, tales como los testimonios de los 500
testigos a la resurrección (“Después apareció a más de quinientos hermanos a la vez, de los
cuales muchos viven aún, y otros ya duermen” 1ª Cor 15:6). La evidencia de un testigo ocular
se usa así: “Si las apariciones de Jesús después de su resurrección fueron bien atestiguadas,
se puede dar como un hecho la resurrección. Fueron bien atestiguadas las apariciones de
Jesús después de su resurrección; por lo tanto, la resurrección es un hecho.
Esto de ninguna manera es argumentar en círculo. Sin embargo, puede verse cierta
circularidad si alguien pregunta, “¿cuáles son tus criterios finales del buen testimonio? O,
¿Qué concepto general del conocimiento humano te permite razonar de testimonio ocular a
milagro? Sólo por citar un ejemplo, el empiricismo de David Hume no permitiría ese
razonamiento. Pero aquí el cristiano presupone una epistemología cristiana: un concepto de
conocimiento, de testimonio, de testigos oculares, de apariciones y de hechos, que están
sujetos todos a las Escrituras. Dicho en otras palabras, está utilizando normas bíblicas para
probar conclusiones bíblicas.
Como he dicho antes, la Biblia nos dice que Dios se ha revelado al no-creyente con
toda claridad, a tal grado de que conoce a Dios (Rm 1:21, “pues habiendo conocido a Dios,
no lo glorificaron como a Dios...”). Aunque suprima este conocimiento, en algún nivel de su
subconsciente guarda la memoria de dicha revelación. Es contra esa memoria que peca, y es
por esa misma memoria que Dios lo responsabiliza por sus pecados. En ese nivel del que
hablamos, él sabe que el empiricismo está equivocado, y que las normas bíblicas son
legítimas. Nuestro testimonio apologético, entonces, se dirige no tanto a su epistemología
empiricista (o de cualquier otra clase que fuere), sino a la memoria que tiene de la revelación
de Dios, y a la epistemología implícita en esa revelación.
Nuestro testimonio al no-creyente nunca le llega solo. Porque si Dios quiere usar
nuestro testimonio para propósitos que él tiene, entonces siempre añadirá un elemento
sobrenatural a dicho testimonio: el Espíritu Santo, que obra con, y en, la palabra. Ver:
--Rom. 15:18-19, “Porque no osaría hablar sino de lo que Cristo ha hecho por medio
de mí para la obediencia de los gentiles, con la palabra y con las obras, con potencia
de señales y prodigios, en el poder del Espíritu de Dios, de manera que desde
Jerusalén, y por los alrededores hasta Ilírico, todo lo he llenado del evangelio de
Cristo”;
--2ª Cor 3:15-18, “y aun hasta el día de hoy, cuando se lee a Moisés, el velo está
puesto sobr eel corazón de ellos. Pero cuando se conviertan al Señor, el velo se
quitará. Porque el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay
libertad”;
--1ª Tes 1:5, comparado con 2:13: “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en
palabras solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena
certidumbre, como bien sabéis cuáles fuimos entre vosotros por amor de vosotros; ...
por lo cual también nosotros sin cesar damos gracias a Dios, de que cuando
recibisteis la palabra de Dios que oísteis de nosotros, la recibisteis no como palabra
de hombres, sino según es en verdad, la palabra de Dios, la cual actúa en vosotros
los creyentes”; y,
--2ª Tes 2:13-14, “pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a
vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el
principio para salvación, mediante la santificación por el Espíritu y la fe en la
verdad, a lo cual os llamó mediante nuestro evangelio, para alcanzar la gloria de
nuestro Señor Jesucristo”.
Si por alguna razón dudamos de nuestra capacidad de comunicar, pero que nunca
dudemos del poder del Espíritu Santo. Y si nuestro testimonio es el instrumento básico que
usa el Espíritu, entonces la estrategia que seguiremos será la que la misma Biblia nos dicte,
y no nuestras supuestas suposiciones de sentido común.
Oscar está haciendo los que hacen los no-creyentes según Rom 1:21ss: cambiando la
verdad por la mentira. ¿Y cómo poderle ayudar? ¿Qué le podremos decir? ¿Qué
presuposiciones, qué normas, qué criterios usaremos? Seguramente no los de él, porque así
estaremos aceptando su propio estado paranoico. Seguramente no criterios “neutrales”,
porque no existen. O se acepta sus presuposiciones, o se rechazan.
La respuesta, por supuesto, es que razonamos con él sobre base de la verdad, como la
entendemos nosotros, aun cuando ésta choque con sus creencias más profundas. Quizá de
vez en cuando nos diga, “Parece que estamos discutiendo sobre presuposiciones diferentes,
y así no vamos a llegar a ningún lado”. Pero en otras ocasiones, nuestros razonamientos
verdaderos quizá penetren sus defensas. Porque después de todo, Oscar es un ser humano. Y
en algún nivel de su subconsciente (así lo suponemos) el tiene que saber que en verdad todo
mundo no está buscando matarlo. En ese nivel será capaz de oír y cambiar. Personas
paranoides, después de todo, a veces vuelven en sí y sanan. Por ello le hablamos la verdad,
con la esperanza de que eso suceda, y sabiendo que si palabras le van a ser útiles, tendrán
que ser la verdad y no más mentiras, para que pueda sanar.
Por esto creo que el método de apologética “presuposicional” es algo que no sólo la Biblia
apoya, sino ¡también el sentido común!
En fin, los que piensan que el presuposicionalismo destruye toda comunicación entre
creyentes y no-creyentes, subestiman el poder de Dios para tocar el corazón incrédulo.
Subestiman asímismo la variedad y la riqueza de la apologética verdaderamente bíblica, y la
capacidad creadora que Dios nos ha dado como portavoces suyos, así como las múltiples
maneras en las que se puede dar la apologética cristiana.
¿El mismo énfasis? Muchos no dirían así del calvinismo. Pues bien, considera el
énfasis que el calvinismo pone sobre la autoridad de la ley de Dios -- un punto de vista de la
ley mucho más positivo que en cualquier otra tradición de teología evangélica. Todo
calvinista sabe que el hombre tiene que cumplir ciertos deberes para con Dios. Adán fracasó,
no cumplió y hundió a toda la raza humana en el pecado y la miseria. Empero Jesús sí cumplió
el deber humano, y consiguió para su pueblo la salvación eterna.
Gén 1:28-30, “Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la
tierra y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en
todas las bestias que se mueven sobre la tierra. Y dijo Dios: He aquí que os he dado
toda planta que da semilla, que está sobre toda la tierra, y todo árbol en que hay
fruto y que da semilla; os serán para comer. Y a toda bestia de la tierra, y a todas
las aves de los cielos, y a todo lo que se arrastra sobre la tierra, en que hay vida,
toda planta verde les será para comer. Y fue así.” Juntará en su iglesia a los
elegidos de entre todas las naciones, pero sólo por medio de la predicación de
hombres:
Hech 1:8, “Pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu
Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo
último de la tierra.”
Rom 10:13-15, “Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo.
¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en
aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo
predicarán si no fueren enviados? Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies
de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas!”
La salvación nos viene por la soberana gracia de Dios, sin mediación del esfuerzo
humano; sin embargo, aunque la recibimos por gracia, debemos ocuparnos en ella “con temor
y temblor” (Fil 2:12); y ello -- no a pesar de -- sino porque “Dios es el que en (nosotros)
produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad” (v. 13).
Por todo lo anterior, vemos que lo más típico es que la soberanía de Dios no excluye,
sino que involucra, la responsabilidad humana. En efecto, es la soberanía de Dios la que
permite la responsabilidad humana, es la que ofrece libertad y significado a las decisiones y
acciones humanas, y es la que concede al hombre el tener un papel importante dentro del
plan de Dios para la historia.
La apologética y la predicación no son dos cosas diferentes. Ambas son esfuerzos por
alcanzar a los no-creyentes para Cristo. La predicación es apologética, en cuanto busca
persuadir. La apologética es predicación, en cuanto presenta el evangelio buscando la
conversión y la santificación. No obstante, las dos actividades se caracterizan por sus
perspectivas o énfasis diferentes. La apologética enfatiza el aspecto racional de la persuasión,
mientras que la predicación enfatiza la búsqueda de un cambio espiritual en la vida de las
personas. Pero si la persuasión racional es una persuasión del corazón, luego es lo mismo que
un cambio espiritual. Dios es quien persuade y convierte, pero lo hace por mediación de
nuestro testimonio. Otros términos relativamente sinónimos (relacionados en perspectiva),
son: testimonio, enseñanza, evangelización, argumentación.
Otra manera de decirlo es: que el Espíritu es quien convierte a la persona, pero
normalmente lo hace por medio de la palabra. La fe que obra el Espíritu es una confianza en
determinado mensaje, o sea, en la promesa de Dios. Así como la tierra fue creada por el
Espíritu y por la palabra juntos (Gén 1:2-3; Sal 33:6, “aliento” = Espíritu), también Dios re-
crea a hombres pecadores, mediante su Palabra y su Espíritu (Jn 3:3ss; Rm 1:16ss; Sant 1:18,
“él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad”; y 1ª Ped 1:23, “siendo renacidos,
no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece
para siempre”). Como ya visto, el papel del Espíritu es necesario, pero obra por medio de la
iluminación y la persuasión a creer en la Palabra de Dios (1ª Cor 2:4, “Y ni mi palabra ni mi
predicación fue con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del
Espíritu y de poder”; y 1ª Tes 1:5, “Pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras
solamente, sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).
Sirva esta discusión como respuesta a aquellos que se oponen a la labor apologética,
por temor a que se trata de “jugar a Dios”. No tiene por qué haber rivalidad alguna entre la
obra de Dios y la nuestra, siempre y cuando reconocemos que Dios tiene soberanía final, y
que ha determinado utilizar el instrumento humano para cumplir sus propósitos. La
apologética no es “jugar a Dios”, entendiéndola bien; simplemente es ejercicio de una
vocación humana divinamente establecida.
Sirva también esta discusión sobre la soberanía divina y la responsabilidad humana
como una ayuda para responder a aquellos que insisten que la Biblia no necesita defensa
alguna. A Carlos Spurgeon se le ha citado (¡quién sabe de dónde!) la frase: “¿Defender la
Biblia? ¡Mejor defendería a un león!” Ciertamente la Escritura, cuando acompañada por el
Espíritu, es muy poderosa (Rom 1:16, “Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es
poder de Dios para salvación, a todo aquel que cree, al judío primeramente, y también al
griego”; y Heb 4:12, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda
espada de dos filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos,
y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón”). Ciertamente también, se
autodefiende, dando razones para lo que dice. Piensa, por ej, en los muchos “así pues”, y “así
que” en la Biblia, como en Rm 8:1 y 12:1. La Biblia no sólo nos dice que debemos creer y
hacer ciertas cosas; nos da los motivos por los que debemos creerlas y hacerlas. Así es como
la Biblia se defiende a sí misma, pues nos expone sus razones. Por supuesto, cuando nosotros
como predicadores hacemos exposición de la Biblia, debemos también incluir esas razones
en nuestra exposición. De manera que defen-demos la Biblia usando los argumentos de la
Biblia misma. Incluso, la Biblia no sólo se defiende, sino que ¡se lanza a la ofensiva en contra
del pecado y de la incredulidad!
Pero llama la atención cómo la Escritura nos exhorta a salir en su defensa: Fil 1:7,
“por cuanto os tengo en el corazón; y en mis prisiones, y en la defensa y confirmación del
evangelio...”; v 16, “los unos anuncian a Cristo por contención...”; v 27, “oiga de vosotros
que estáis firmes en un mismo espíritu, combatiendo unánime por la fe del evangelio”; 2ª
Tim 4:2, “que prediques la palabra; que instes...redarguye, reprende, exhorta con toda
paciencia y doctrina”; y 1ª Ped 3:15, “estad siempre preparados para presentar defensa con
mansedumbre y reverencia ante todo al que os demande razón de la esperanza que hay en
vosotros”.
Defender la Biblia es en última instancia presentarla tal y cual es: presentar su verdad,
hermosura y bondad; presentar su aplicación a los oyentes de hoy día; y por supuesto,
presentar sus razones. Si se predica este mensaje, y de una manera que la gente lo pueda
entender, la Biblia se defiende a sí misma. En cambio, la Biblia no se defenderá a sí misma
si no se ha oído su mensaje. Por ello, extender su mensaje es tarea humana, tarea de los
defensores humanos. Escucha lo que dijo Pablo: “Te encarezco ...que prediques la palabra;
que instes a tiempo y fuera de tiempo; redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y
doctrina” (2ª Tm 4:1-2).
Algunos usan la frase “la Biblia no necesita que la defiendan” en una manera un
poquito diferente: es decir, les sirve para invocar el gran principio protestante de la “sola
Scriptura”, la suficiencia de la Biblia. Algunos tienen miedo de que la apologética (que a
través de los siglos ha sido notoria por introducir nociones filosóficas no-bíblicas) trate de
someter la Biblia al juicio de algo más allá de la Biblia. Esto sí es un peligro para la
apologética de tipo “tradicional”, y quizá incluso ocurra no intencionalmente con apologetas
que están tratando de ser presuposicionalistas. Pero si la apologética es consistentemente
presuposicionalista, es decir, si reconoce con franqueza que sus propios métodos están
sujetos a las normas bíblicas, entonces es cuando podrá evitar dicho peligro.
El principio de la sola Scriptura, después de todo, no exige que se excluyan datos
extrabíblicos, incluso tratándose de la teología. Lo único que dice es que, en el campo de la
teología como en todas las demás disciplinas, la autoridad más alta, la norma suprema, ha de
ser siempre la Biblia y sólo la Biblia. La Confesión de Fe de Westminster (1.6) reza así:
“Todo el consejo de Dios, tocante a todas las cosas necesarias para su propia gloria y
para la salvación, fe y vida del hombre, o está expresamente expuesto en las Escrituras o se
puede deducir de ellas por buena y necesaria consecuencia; y a esta revelación de su voluntad,
nada se puede, ni se debe, añadir nunca...”
Por ello, el que defendamos la Biblia, y según sus propias normas aún usando en el
proceso datos extrabíblicos, no significa que estemos añadiendo algo a la Escritura como
nuestra norma suprema. Simplemente estamos exponiendo, como dijimos arriba, la
racionalidad de la Biblia.
A veces se nos hace difícil desprendernos de la idea de que alguien que argumenta
una verdad de la Biblia basándose en datos extrabíblicos eleva esos datos a una posición de
mayor autoridad que la Biblia. Parece que estamos midiendo la Biblia por dichos datos; que
estamos midiendo la Biblia en base a su autoridad (que presumiblemente es mayor). Pero no
es así el caso. Cuando por ejemplo digo, “Hay diseño en el mundo; por tanto, Dios existe”,
podría de hecho estar tomando mi premisa ¡de la propia Biblia! (Porque sin duda la Biblia
enseña que hay un diseño en el mundo.) Y cuando me dirijo a un no-creyente, me dirijo al
conocimiento que según Rm 1:18ss él ha obtenido de la creación. De hecho, cuando digo
eso, estoy muy posiblemente expresando la seguridad que tengo en lo más profundo de mi
corazón de q. el diseño no es inteligible aparte del Dios de la Biblia, y por tanto el que haya
diseño implica la existencia de ese Dios. Y es así, no porque mi concepto de diseño es algo
por el que voy a medir la Biblia; simplemente es que la Biblia me dice que tiene que ser cierto
para que exista el diseño.
--“Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los
creó” (Gén 1:27);
--“El que derramare sangre de hombre, por el hombre su sangre será derramada;
porque a imagen de Dios es hechoel hombre” (Gén 9:6); y
--“Con ella bendecimos al Dios y Padre, y con ella maldecimos a los hombres, que
están hechos a la semejanza de Dios” (Sant. 3:9).
La revelación de Dios nos rodea a todos, incluso está dentro de nuestro ser. En esto
incluyo al no-creyente. Como dije antes, el no-creyente también tiene un conocimiento claro
de Dios (Rom 1:21, “Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le
dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue
entenebrecido”); pero trata en diferentes maneras de suprimir dicho conocimiento.
La revelación natural revela el “eterno poder y deidad” de Dios (Rom 1:20). Revela
sus normas éticas: “quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales
cosas son dignos de muerte...” (1:32); y revela su ira en contra del pecado (mismo verso;
también el v. 18, “porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e
injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad”). No obstante, en la
revelación natural no se revela el plan de salvación de Dios, pues éste se da concretamente
en la predicación de Cristo:
“Porque todo aquel que invocare el nombre del Señor, será salvo. ¿Cómo, pues,
invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído?
¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? ¿Y cómo predicarán si no fueren enviados?
Como está escrito: ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que
anuncian buenas nuevas! ... Así que la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios” (Rom
10:13-15,17).
¿Por qué requerimos de dos clases de revelación? Una razón sería, que cuando Dios
habla directamente, la “curva del aprendizaje” se hace mucho más chica. Aún Adán en su
estado de inocencia necesitaba oir la voz directa de Dios, suplementando e interpretando para
él su revelación en la naturaleza. No lo tenía que descifrar y descubrir todo solito Adán, pues
en muchos casos quizá le hubiese llevado tiempo hacerlo, o quizá hubiera sido imposible
para su mente finita. De modo que Adán, como siervo fiel del pacto que era, acepta con
gratitud la ayuda de Dios. Acepta la interpretación que Dios le da acerca del mundo, hasta el
momento trágico cuando decide aceptar en su lugar la interpretación de Satanás.
Ya después de la caída, son dos las razones por las que se necesita la comunicación
verbal especial de Dios. Una era la necesidad del hombre de tener una promesa salvífica, la
cual nunca se deduciría por sí sola de la revelación natural. Y la otra era para corregir toda
interpretación pecaminosa de la revelación natural. Rom. 1:21-32 explica cómo la gente
maneja la revelación natural cuando no hay otra palabra más de parte de Dios. La “detienen”,
la suprimen, la desobedecen, la cambian por una mentira, la desvirtúan, e incluso honran a
los que se rebelan ante ella.
Por ello, Dios nos ha dado la Escritura, la “revelación especial”, tanto para
suplementar la revelación natural (añadiendo a ella el mensaje de salvación), como para
corregir el mal uso que el hombre hace de la revelación natural. Como dijera Calvino, el
cristiano debe mirar la naturaleza con los “anteojos de la Escritura”. Si al Adán en inocencia
Dios le tuvo que dar revelación verbal para que pudiera interpretar el mundo, ¡cuánto más
nosotros!
El asunto no es tanto que la Escritura pudiera ser más divina o tener mayor autoridad
que la revelación natural. La revelación natural es toditita palabra de Dios y por ende de
autoridad absoluta. La diferencia está en que la Escritura es una comunicación verbal divina
q. Dios dio con el fin de suplementar y de corregir nuestra interpretación de su mundo.
Debemos aceptar con toda humildad esta ayuda. Al hacerlo, no por ello decimos que la
Escritura sea de mayor autoridad que la revelación natural. Más bien, permitimos que esa
Palabra (con su Espíritu siempre presente) corrija nuestras interpretaciones de la revelación
natural.
Para permitir que la Escritura ejerza dicha influencia correctiva, tendremos que
aceptar el principio de que nuestra fe convencida sobre la enseñanza bíblica tiene prioridad
sobre lo que podemos aprender solamente de la naturaleza. Dios nos dio la Escritura como la
constitución del pacto para el pueblo de Dios, y si nos ha de servir como tal, tendremos que
darle la prioridad sobre toda otra fuente del saber. Es un error, por ejemplo, sugerir (como
muchos hacen) que leamos juntos, lado a lado, los “dos libros de la naturaleza y de la
Escritura”, ambos con igual peso en todos los sentidos. Este tipo de argumento ha sido usado
para justificar cristianamente, pero sin mucho sentido crítico, la aceptación de la teoría de la
evolución, la sicología secular, y otras más. Este tipo de argumento no le permite a la
Escritura hacer su labor correctiva, y proteger al pueblo de Dios de la “sabiduría” del mundo
(ver 1ª Cor 2:6-16). Por ello, sola Scriptura.
Vemos a través de la ciencia la asombrosa sabiduría del plan de Dios (ver el Salmo
104). Vemos a través de la historia y de las artes, cuánto mal resulta cuando la gente abandona
a Dios, y cuánta bendición (¡así con persecuciones, Mc 10:30¡ “que no reciba cien veces más
ahora en este tiempo; casas, hermanos, hermanas, madres, hijos, y tierras, con persecuciones;
y en el siglo venidero la vida eterna”) se derrama sobre los que le son fieles.
Por supuesto, no hay objeción alguna a que se presente la revelación natural a un no-
creyente. Lo que sí tenemos que cuidar, es que lo que digamos acerca de la revelación natural
esté de acuerdo con la enseñanza bíblica; o sea, que veamos la naturaleza a través de los
“espejuelos de la Escritura”. Mostrarle la revelación natural no es necesariamente una
invitación a q. razone en forma neutral o autónoma, o q. ignore la Biblia. Realmente, en este
sentido, la revelación natural y la especial nunca deben separarse cuando en una conversación
apologética.
Por tanto, el uso de evidencia fuera de la Biblia en la apologética puede ser tenido
como un buen uso de la misma Biblia. Pues será la respuesta obediente al punto de vista que
pinta la Biblia del mundo. Según nos enseña la Biblia, la naturaleza apunta a Dios, de modo
que el apologeta cristiano obediente, mostrará al no-creyente las varias maneras en las que la
naturaleza revela a Dios, pero no presentándolas como pensamiento neutral, ni permitiendo
el uso de criterios no-cristianos de la verdad. De modo que el apologeta cristiano apela a la
revelación natural, y a la vez apela a la Escritura. Pues el propósito mismo de la Escritura
(como enfatizo en mi libro Doctrine of the Knowledge of God) es para hacer aplicación. La
Escritura ilumina las situaciones de vida y las personas inclusive de los que no están en la
Biblia. El “mirar la creación a la luz de la Escritura”, y el “aplicar la Escritura a la creación”,
son una y la misma actividad, vista desde perspectivas diferentes.
¿Qué uso tiene la apologética, qué propósito, qué valor? Debido a que la apologética
y la predicación tienen perspectivas similares, los beneficios de ambas son las mismas. Si la
predicación busca la conversión de los perdidos y la edificación de los santos, lo mismo la
apologética.
El esfuerzo por ofrecer una razón intelectual satisfactoria tiene su beneficio dentro de
estos contextos más amplios. Para el creyente, la apologética confirma su fe, mostrando la
racionalidad de las Escrituras. Esa racionalidad también ofrece al creyente un fundamento
intelectual, una base para su fe, y una base para la toma de decisiones sabias en su vida. La
apologética en sí no es ese fundamento; pero lo que sí hace es mostrar y describir el
fundamento que presenta la Escritura, y mostrar y describir la manera en la que debemos
edificar sobre ese fundamento.
¿Quieren que sea más específico? Bueno, en el pasaje lema de este capítulo, 1ª Pedro
3:15-16, Pedro exhorta a los apologetas a que mantengan “buena conciencia”, de modo que
los que murmuran puedan ser avergonzados. Es de interés notar que Pedro no pide a los
apologetas ser inteligentes o de mucho estudio y conocimiento (aunque esas cualidades
definitivamente son de ayuda); más bien les pide q. lleven una “buena conducta en Cristo”.
Nos da, pues, una norma práctica para una disciplina que la tendemos a ver como teórica.
Para ser un poco más específico, los apologetas son sujetos a los mismos pecados que
todos los demás, pero en el correr de los años, se han visto más propensos a pecar en dos
áreas específicas. Efesios 4:15 nos insta a seguir la verdad en amor; pero podemos afirmar
que apologetas hay que han sido culpables de decir mentiras; como los hay que son culpables
de hablar sin amor.
El primer error es muy criticado en la polémica del N.T. que levanta en contra de toda
enseñanza falsa (ver 2ª Timoteo 3 y 2ª Pedro 3, etc.). Nos admiramos de ver cuántas herejías
se deben a móviles apologéticos. El apologeta piensa, “Para presentar con mayor persuasión
el cristianismo, tendré que mostrar que es compatible con los movimientos intelectuales de
nuestro día. Por ello, debo presentar el cristianismo como una fe de mucha ‘seriedad
intelectual.’” Así, varias de las doctrinas cristianas podrían quedar comprometidas,
reemplazadas por las doctrinas de la filosofía popu-lar vigente.
Los apologetas del siglo II (Justino, Arístides, Atenágoras) fueron personas muy
entregadas a la fe cristiana en términos generales. Pero comprometieron la doctrina cristiana
de la creación, acomodándola a la idea filosófica de los gnósticos de una línea continua de
ser entre Dios y el mundo. Esto indujo a que tuviesen un concepto de Dios casi impersonal
(estando el ser incomprensible en la punta superior de la línea), y una doctrina
subordinacionista de la Trinidad (que el Hijo y el Espíritu están subordinados al Padre, de
modo que pudieran interrelacionarse con el mundo de una manera que el Padre no podía).
Otros pecados podrían también contribuir a esta falla: el amor mal dirigido, la
subestima del pecado en el hombre (como si lo que más necesitara el no-creyente es
simplemente un mejor argumento), la ignorancia de la revelación de Dios (especialmente en
lo que concierne al presuposicionalismo bíblico), y el orgullo intelectual.
“Los labios del necio traen contienda; y su boca los azotes llama” (Prov 18:6).
“El carbón para brasas, y la leña para el fuego; y el hombre rencilloso para
encender contienda” (Prov 26:21).
“¿Por qué me haces ver iniquidad, y haces que vea molestia? Destrucción y
violencia están delante de mí, y pleito y contienda se levantan” (Hab 1:3).
“(Pagará) ... ira y enojo a los que son contenciosos y no obedecen a la verdad, sino
que obedecen a la injusticia” (Rom 2:8).
“Porque he sido informado acerca de vosotros, hermanos míos, por los de Cloé,
que hay entre vosotros contiendas” (1ª Cor 1:11).
“Con todo eso, si alguno quiere ser contencioso, nosotros no tenemos tal
costumbre, ni las iglesias de Dios” (1ª Cor 11:16).
Este espíritu de contención procede de la soberbia, según Prov 13:10. Cuando una
persona es tan vanidosa que no puede “recibir consejo” de otras personas, termina insistiendo
en su propio camino, hasta no verse forzado a desistir. Lejos de ser sabio, esta persona es
necia (Prov 18:6), e incluso se halla bajo el control del mismo diablo:
“¿Quién es sabio y entendido entre vosotros? Muestre por la buena conducta sus obras
en sabia mansedumbre. Pero si tenéis celos amargos y contención en vuestro corazón, no os
jactéis ni mintáis contra la verdad; porque esta sabiduría no es la que desciende de lo alto,
sino terrenal, animal, diabólica. Porque donde hay celos y contención, allí hay perturbación
y toda obra perversa” (Sant 3:13-16).
Pablo inclusive llega a decir que la “conocimiento” sin amor no es verdadero conocimiento:
“El conocimiento envanece, pero el amor edifica. Y si alguno se imagina que sabe
algo, aún no sabe nada como debe saberlo. Pero si alguno ama a Dios, es conocido
por él” (1ª Cor 8:1b-3).
INTRODUCCIÓN:
El mensaje del apologeta es, a fin de cuentas, nada menos que la revelación entera de
las Escrituras, aplicada a las necesidades de los oyentes. Ahora bien, en un libro de texto
sobre la apologética como el presente, creemos importante ofrecer un resumen breve del
contenido de las Escrituras, con el fin de darle una mejor dirección a nuestro testimonio como
apologetas. No es difícil la tarea. Las enseñanzas de la Biblia sí pueden ser resumidas. Es
más, existen dentro de las mismas Escrituras resúmenes de su enseñanza, como por ejemplo
los pasajes siguientes:
--Juan 3 6:23
--1ª Corintios 15:1-11
--2ª Cor:16
--Romanos intios 5:17 - 6:2
--Efesios 2:8-10
--Filipenses 2:5-11
--1ª Timoteo 2:5-6
--Tito 3:3-8, y
--1ª Pedro 3:1
Estos textos nos muestran que hay diferentes maneras de resumir el mensaje bíblico,
cada una con su énfasis particular un poco diferente. A estos énfasis los podríamos llamar
“perspectivas”. Con respecto a los propósitos de la obra presente, será útil resumir el mensaje
Escritural desde dos perspectivas: a)- la primera, el cristianismo como una filosofía; y b)- la
segunda, el cristianismo como buenas nuevas.
1.0- ES FILOSOFÍA:
Al decir “el cristianismo como una filosofía”, quiero decir que el cristianismo ofrece
un punto de vista comprensivo sobre el mundo. Nos ofrece un relato, no sólo de Dios, sino
del mundo que Dios creó, la relación que guarda el mundo con Dios, y el lugar del ser humano
dentro de ese mundo, o sea, su relación con la naturaleza y su relación con Dios. El
cristianismo trata de:
Como tal, el cristianismo ofrece un punto de vista sobre todo. Creo que hay un punto
de vista particular que el cristianismo ofrece sobre la historia, la sociología, la educación, las
artes, los problemas filosóficos, etc. Y como vimos con anterioridad, la autoridad de nuestro
Señor es comprensiva; todo lo que hagamos tiene que estar relacionado a Cristo (“Si, pues,
coméis o bebéis, o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria de Dios”, 1ª Cor 10:31).
Entonces, el cristianismo entra en competencia con el platonismo, el aristotelianismo,
el empirismo, el racionalismo, el escepticismo, el materialismo, el monismo, el pluralismo,
el humanismo secular, el marxismo el pensamiento de la teología de proceso, el pensamiento
de la Nueva Era, y con cualquier otra filosofía habida y por haber; compite también con otras
religiones, como el judaísmo, el islam, el hinduismo, el budismo.
Una de las repercusiones más desafortunadas de la idea distorsionada que hay sobre
“la separación entre la iglesia y el estado”, es que los educandos pueden escuchar a los
proponentes de cualquier sistema de pensamiento, excepto aquellos que son arbitrariamente
calificados como de una “religión”. Pues ¿quién puede decir que no se puede hallar algo de
verdad en algunas de estas posturas religiosas, o incluso alguna verdad exclusiva de esa
postura? Y hablando en términos de la libertad de pensar y de creer, ¿es justo limitar la
educación pública a los puntos de vista llamados “seculares”? ¿No es también esto un gran
lavado de cerebro?
Sin embargo, esa “sabiduría de moda” nos ha legado un vasto aumento en los índices
del divorcio, del aborto, de familias con padres (madres) solteros(as), niños de la calle, la
farmacodependencia, las pandillas, el crimen, el Sida (y otros problemas más de salud, p.ej,
el resurgimiento de la tuberculosis), la falta de vivienda, la falta de alimentos, los déficits
gubernamentales, los altos impuestos, la corrupción política, la degeneración en las artes, la
mediocridad en la educación, la falta de competitividad en la industria, grupos de intereses
particulares exigiendo toda clase de “derechos” (derechos que no tienen sus
responsabilidades correspondientes, y que vienen a costa de los demás), la contaminación del
medioambiente, etc.
Nos ha legado un gobierno “mesiánico”, que reclama para sí autoridad plena, y ofrece
solucionar todos nuestros problemas (“salvación” secular), pero que generalmente termina
dejando las cosas peor. En las instituciones de enseñanza superior, anteriormente bastiones
de la libertad intelectual, ahora cunden ideas de lo “políticamente correcto”. La cultura en
general ahora permite el uso de vocabulario anteriormente considerado vulgar, ofensivo y
blasfemo. Ha creado un ambiente en que la música popular (de estilo “rap”) insta a la gente
a matar a los guardianes del orden.
Siendo así las circunstancias en las que vivimos, ¿no deberíamos estar pensando de
otras alternativas a esta supuesta “sabiduría de moda”? ¿O será que sólo una alternativa
existe? De ser así, -- y la tesis que aquí sustento es que así es -- entonces nos urge tomar dicha
alternativa mucho muy en serio.
Reconocemos que en nuestros tiempos modernos, por así decir, en comparación con
la sociedad de hace 600 años, la gente de hoy día ignora el punto de vista cristiano sobre el
mundo. Por ello deben de entender el punto de vista cristiano sobre el mundo (la filosofía
cristiana), de modo que pueda cobrar sentido para ellos el aspecto llamado evangelio, las
buenas nuevas.
Primero, pues, presento el cristianismo como filosofía, para luego presentarlo como
evangelio:
2.0- ES METAFÍSICA:
Las 4 cosas más importantes que debemos recordar acerca de la forma cristiana de
entender el mundo, son: a) la personalidad absoluta de Dios; b) la distinción entre el Creador
y la criatura; c) la soberanía de Dios; y d)- la Trinidad.
Dios es “absoluto”, en el sentido de que es el Creador de todas las cosas, y por ende,
la base de todo lo que existe. Como tal, no necesita de ningún otro ser para existir (“ni es
honrado por manos de hombres, como si necesitase de algo; pues él es quien da a todos vida
y aliento y todas las cosas”, Hech 17:25). Nada ni nadie lo hizo existir; siempre ha sido
(“Antes que naciesen los montes y formases la tierra y el mundo, desde el siglo y hasta el
siglo, tú eres Dios”, Sal 90:2; “Firme es tu trono desde entonces; tú eres eternamente”, Sal
93:2; “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios” Jn 1:1).
Tampoco pueda haber nadie que lo destruya; siempre existirá (“Porque yo alzaré a
los cielos mi mano, y diré: Vivo yo para siempre”, Deut 32:40; “Ellos perecerán, mas tú
permanecerás; ...pero tú eres el mismo, y tus años no se acabarán” Sal 102:26-27 y citado en
Heb 1:10-12; “el único que tiene inmortalidad...” 1ª Tm 6:16; “y juró por el que vive por los
siglos de los siglos...” Ap 10:6). Su existir es atemporal, pues es el Señor del tiempo (Sal 90,
especialmente el v. 4, “porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó,
y como una de las vigilias de la noche”; Gál 4:4, “pero cuando vino el cumplimiento del
tiempo, Dios envió a su Hijo...”; Ef 1:11, “...que hace todas las cosas según el designio de su
voluntad”; 2ª Ped 3:8, “...para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un
día”.
Dios conoce con la misma perfección de siempre todos los tiempos y todos los
espacios (Is 41:4: “¿Quién llama las generaciones desde el principio? Yo Jehová, el primero,
y yo mismo con los postreros”; Is 44:7-8: “¿Y quién proclamará lo venidero, lo declarará, y
lo pondrá en orden delante de mí, como hago yo desde que establecí el pueblo antiguo?
Anúncienles lo que viene, y lo que está por venir. No temáis, ni os amedrentéis; ¿no te lo
hice oír desde la antigüedad, y te lo dije? ... No hay Dios sino yo. No hay Fuerte; no conozco
ninguno.” Como lo dijera el Catecismo Menor (preg. #4: “Dios es espíritu, infinito, eterno e
inmutable en su ser, sabiduría, poder, santidad, bondad, justicia y verdad.”
Esta definición enfatiza no sólo que Dios es absoluto, sino también que es una
persona. En la Biblia, “Espíritu” es personal, y Dios es Espíritu (Jn 4:24). Como Espíritu que
es, Dios: habla “y mientras Pedro pensaba en la visión, le dijo el Espíritu: He aquí, tres
hombres te buscan” (Hech 10:19); dirige, “Porque todos los que son guiados por el Espíritu
de Dios, éstos son hijos de Dios” (Rom 8:14); da testimonio, “El Espíritu mismo da
testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios” (Rom 8:16); ayuda, “...el Espíritu
nos ayuda en nuestra debilidad (Rm 8:26); intercede, “...pero el Espíritu mismo intercede
por nosotros con gemidos indecibles” (mismo versículo); ama, “os ruego, hermanos, por
nuestro Señor Jesucristo y por el amor del Espíritu...” (Rom 15:30); revela, “Pero Dios nos
las reveló a nosotros por el Espíritu...” (1ª Cor 2:10); y escudriña, “porque el Espíritu todo
lo escudriña, aun lo profundo de Dios” (mismo versículo).
Aunque la voz griega para “Espíritu” (pneuma) es de género neutro, el N.T. a veces
enfatiza que el Espíritu es una persona, en que se refiere a él con un pronombre masculino
(por ej, Jn 16:13,14). También son de orden personal las referencias del Catecismo a los
atributos de sabiduría, poder, santidad, justicia, bondad y verdad. La Biblia con frecuencia
atribuye estas cualidades a Dios.
La idea secular generalmente presupone que es lo último, es decir, que las personas
son el producto de la materia, del movimiento, del azar, etc. Sostiene que el explicar un
fenómeno en términos de intención personal (por ej, esta casa está aquí porque alguien la
construyó para vivirla) no llega a ser una explicación final y última. La última explicación,
en esta manera de pensar, se encuentra en lo impersonal (por ej, la persona construyó la casa
porque los átomos de su cerebro se movieron en ciertas formas). Pero, ¿es necesaria una
presuposición así?
Pensemos más sobre cuáles serían las consecuencias, según cada uno de estos puntos
de vista. Si lo impersonal tiene prioridad, luego en el origen absoluto de las cosas no hubo ni
consciencia, ni sabiduría, ni voluntad. Lo que nosotros llamamos “la razón” y “los valores”,
no son más que consecuencias accidentales, carentes de intención, de eventos azarosos
(Entonces, si la razón sólo es el resultado de sucesos irracionales, ¿por qué confiar en ella?)
Al final de todo, la virtud moral no se premiará. La amistad, el amor y la hermosura no
tendrán ninguna consecuencia final, pues quedan reducidos a un proceso ciego, sin cuidado
alguno. Bertrand Russell fue por demás elocuente sobre las consecuencias de esta forma de
pensar, a pesar de que él la sostuvo, pues es “el mundo que la ciencia nos presenta para creer
en él”. Dice así:
“El hombre es el producto de causas que no podían prever el fin que alcanzarían; su
origen y desarrollo, sus esperanzas y temores, sus amores y sus credos, no son otra cosa más
que el fruto de colocaciones accidentales de átomos; ningún ardor, ningún heroísmo, ningún
pensamiento o sentimiento intenso, pueden preservar una sola vida particular más allá de la
tumba; pues todo el trabajo hecho a través de las edades, toda la devoción, toda la brillantez
como del mediodía del genio humano, todo está destinado a desaparecer en la vasta muerte
del sistema solar; y el templo entero del logro humano inevitablemente quedará enterrado en
los escombros de un universo en ruinas. Sólo sobre base de estas verdades, sobre el cimiento
firme de una inflexible desesperación, se podrá construir la habitación segura del alma
humana.”
Pero por otra parte, si lo personal es lo que tiene prioridad, luego el mundo fue hecho
según un plan racional que puede ser entendido por mentes racionales. La amistad y el amor
no son simplemente experiencias humanas profundas, sino ingredientes fundamentales del
orden universal. Pues hay alguien que quiere que exista la amistad, que desea que exista el
amor. El bien moral es, también, parte del gran plan del universo. Si la personalidad es
absoluta, luego hay alguien a quien le interesa lo que hacemos, que aprueba o desaprueba
nuestra conducta. Y esa persona tiene también un propósito para el mal, por más misterioso
que ello nos parezca.
La hermosura tampoco es algo que sólo aparece en forma fugaz; es el arte de un gran
artesano. Y si en verdad el sistema solar tendrá su desenlace en “una vasta muerte”, existe
una persona que nos puede librar de esa muerte, si le place. De modo que quizá, después de
todo, algunos de nuestros pensamientos, planes, confianzas, amores y logros sí tienen
consecuencias eternas, consecuencias tales que imparten a estas cosas una gran seriedad, y a
la vez humor. Humor, digo, por la comparación irónica que tienen nuestros pobres esfuerzos
tan pequeños con esas “consecuencias eternas”.
¡Qué diferencia! En lugar de ser el mundo un lugar gris lleno de materia, movimiento
y casualidad, un mundo en el que cualquier cosa puede suceder, pero en el que casi nada
sucede jamás (q. sea de interés humano), el mundo sería la creación artística de la mente más
grande que se puede imaginar, un mundo lleno de una hermosura que deslumbra y de una
lógica que fascina. Tendría una historia que es a la vez un drama, con un interés humano, una
profunda sutileza y alusiones más iluminadoras que cualquiera que pudiera inventar el
novelista más grande. Esa historia divina tendría una grandeza moral que cambia todo el mal
del mundo a bien. Y lo más admirable de todo, ese mundo estaría bajo el control de un ser
que, de alguna manera maravillosa, resulta... ¡semejante a nosotros!
¿Podríamos orar a él? ¿Lo podríamos tener como amigo? ¿O por ser él nuestro
enemigo tendríamos que huir de él? ¿Qué esperaría él de nosotros? ¿Qué experiencias
increíbles tendría él reservadas para nosotros? ¿Qué nuevos conocimientos? ¿Qué
bendiciones? ¿Qué maldiciones?
Sospecho que muchos de los que están en la incredulidad secretamente quisieran que
algo así pudiera ser cierto. Es el trabajo del apologeta no sólo el de defender la verdad con
argumentos, sino el de mostrar la verdad tal y como ella es, en toda su hermosura, sin encubrir
sus tonos más oscuros. Cuando así la describimos, como atractiva pero con sus retos,
cumplimos con nuestro misión apologética. Pues con frecuencia sucede que, antes de que
alguien acepte y confiese la verdad, llega al punto de querer que ella sea la verdad. Y eso es
bueno. Desear algo no hace que sea ni cierto ni falso, y sería una calumnia asegurar que el
cristianismo sólo es el cumplimiento de los deseos humanos. Pero una persona que desea
algo, y que quisiera verlo cumplido, esa persona muchas veces ya está en el camino hacia la
fe. Un incrédulo consecuente con su propio sistema de fe no ve nada de atractivo en el punto
de vista de la Biblia sobre el mundo; más bien le da la espalda.
¡Una persona absoluta! ¡Un absoluto personal! No he estudiado bien todas las
religiones no cristianas, por lo que no quiero decir que es sólo el cristianismo la única religión
que afirma un absoluto personal. Existen variantes del hinduísmo y budismo que se clasifican
a veces como “teístas” y de acuerdo a algunas religiones animistas de Africa y de las
Américas, detrás del mundo de los espíritus existe un ser personal que les ha de pedir cuentas
a todos esos espíritus. Con todo, es cierto que la religión bíblica es el candidato más fuerte
hoy día para ser el “teísmo de persona absoluta”.
Las religiones principales del mundo, en sus formas más típicas (diríamos en sus
formas más auténticas) son: o panteístas, como los hinduistas y los taoístas; o bien son
politeístas, como los animistas, algunas formas del hinduísmo, los sintoístas y las religiones
tradicionales de Grecia, Roma y Egipto, etc. El panteísmo tiene un absoluto, pero no un
absoluto personal; y el politeísmo tiene dioses personales, pero ninguno de ellos es absoluto.
Inclusive, aunque la mayoría de la religiones tienden a enfatizar ya sea el absolutismo
panteísta o el no absolutismo personal, generalmente se pueden hallar elementos de ambos
debajo de la superficie. En el politeísmo griego, por ejemplo, los dioses son personas, pero
no son absolutos. Sin embargo, esta clase de politeísmo tiene un suplemento en su doctrina
del destino, que es una forma de un absoluto impersonal. Algo similar encontramos en el
animismo, pues detrás de sus dioses está Mana, una realidad impersonal. El budismo es difícil
de clasificar, pues en su forma original pudo haber sido atea, y también porque su concepto
de “la nada” tiene muchos problemas. Pero sí, en el budismo más conocido, no existe un
absoluto personal. La gente parece sentir la necesidad o el deseo de tener ambos: una persona
y un absoluto; pero en la mayoría de las religiones, estos dos elementos se mantienen
separados, por lo que se comprometen (se contradicen), en lugar de poderse reforzar el uno
al otro. Por ello, entre todos los movimientos religiosos principales, el único que nos insta a
adorar a un absoluto personal es la religión de la Biblia.
Piensa un momento sobre este hecho: el punto de vista cristiano del mundo es único
entre todas las religiones habidas y por haber. ¿Por qué lo sería? Se podría, en teoría, pensar
que la gente de buen criterio y sano juicio (cuando carentes de evidencia y obligados a la
especulación), y confrontados con la pregunta de cuál es primordial: lo personal, o lo
impersonal, estarían divididos y más o menos parejos en su división. Pero resulta que no:
casi siempre se inclinan hacia el punto de vista de que, si existe un absoluto de alguna clase,
ese absoluto ha de ser impersonal. (Y si no existe el absoluto, equivale a decir que el azar, o
el “destino” es absoluto, que es lo mismo que un absoluto impersonal.)
La ciencia moderna no es la excepción (como tampoco la fue en tiempo de Russel).
Cuando los científicos buscan las causas de todo, casi siempre presuponen que los elementos
personales del universo se explican por los impersonales (la materia, las leyes, el
movimiento), y no lo contrario. Y cuando los científicos buscan absolutos, por ej, el “origen
del universo”, buscan “la partícula elemental”, una ley universal (la “teoría del todo”), un
movimiento inicial (el “Big Bang”), o bien una combinación de éstos.
Y ¿por qué piensan así? ¿No sería igualmente razonable el que la materia, el
movimiento y la fuerza impersonales sean explicados por las decisiones de una persona?
Todos hemos observado cómo personas crean y luego manejan objetos impersonales para su
propio beneficio. En fábricas, los trabajadores ensamblan, por ej., tractores (diseñados y
planeados por personas); y en los campos los agricultores los usan para arar la tierra. Pero
jamás hemos visto que un campo arado produzca a un agricultor, o que un tractor produzca
un grupo de trabajadores. La idea es inverosímil.
Pero muchos científicos, y muy educados, dan por sentado que lo impersonal tiene
prioridad en el universo. Es, por así decir, su presuposición. Y la adoptan, no en base a la
evidencia (pues ¿qué evidencia podría probar la proposición negativa que no existe Dios?),
sino en base a una fe irracional que está opuesta al cristianismo.
Por supuesto, no he probado en esta sección que el personalismo bíblico sea verdad.
Simplemente lo he expuesto en contraste a su antítesis, para mostrar al amable lector una de
las tareas fundamentales de la apologética. Dios nos llama a tomar una posición firme en
contra de la presuposición casi universal de que el universo es en su base impersonal. No
podemos dejar que el incrédulo suponga lo que por supuesto supone: que por supuesto lo
impersonal tiene primacía. Tenemos q. retarle a que por lo menos considere la posición
alternativa. Y si nos dice que está seguro de su posición pro-impersonalidad, y que todos los
que piensan diferente son supersticiosos o estúpidos, tenemos que pedirle nos dé la misma
evidencia a favor de su posición que nos exige de la nuestra. Y una vez que le hayamos
demostrado que su posición pro-impersonal es el producto de una fe irracional, estaremos en
una buena posición como para presentarle la única alternativa a esa posición, la alternativa
que presenta la Biblia.
Como lo dijera Van Til, el punto de vista cristiano del mundo es el de un concepto de
realidad en 2 niveles. Van Til solía entrar al salón de clase y dibujar en la pizarra dos círculos,
uno debajo del otro, conecta-dos por una línea vertical de “comunicación”. El círculo más
grande, el de arriba, representaba a Dios; el más pequeño, el inferior, representaba la
creación. El decía que todo pensamiento no cristiano es pensamiento de un solo círculo. O
bien eleva al hombre al nivel de Dios, o baja a Dios al nivel del hombre. En cualquiera de los
casos, Dios (si es que siquiera lo toman en cuenta) es el igual del hombre, simplemente una
parte más de lo que compone el universo. La apologética cristiana no puede entrar en
componendas de ninguna manera con semejantes formas de pensar.
La Biblia enseña una relación Creador-criatura que es tan linda, como la doctrina de
la personalidad absoluta de Dios. No tenemos que sufrir bajo la carga intolerable de estar
jugando a Dios; de estar tratando nosotros mismos de ser la norma absoluta de la verdad y
de lo bueno, con todas las preocupaciones que hacer esto conlleva. En lugar de ello, podemos
descansar en el seno de nuestro Creador y aprender de él cosas maravillosas sobre cómo fue
creado el mundo, y cuáles son sus propósitos para nosotros. Luego podemos integrar nuestra
breve experiencia con su revelación, y tratar de aplicar esa revelación a nuestra situación. Y
lo que aún no alcanzamos a entender no resulta para nosotros una amenaza, pues lo tomamos
como el buen secreto de un Padre que nos ama.
2.3- La soberanía de Dios:
Es importante para el punto de vista cristiano, el que Dios esté en control de todo; Ef.
1:11, él “...hace todas las cosas según el designio de su voluntad”. La relación entre Jacob y
Esaú ya estaba preordenada desde antes que nacieran (ver Rom 9:10-25). Pablo toma esta
relación, y la aplica a la relación más general que existe entre judíos y cristianos. Dios obra
todas las cosas para bien de los que le aman (Rom 8:28).
A la doctrina que afirma que Dios pre ordena y dirige todos los eventos se le llama
doctrina calvinista. No tengo empacho alguno en ser conocido como calvinista. Pero otras
tradiciones cristianas también creen en esta doctrina, aunque a veces muy a pesar de ellos
mismos. Por ej., el arminianismo: este sistema enfatiza la “libre voluntad” e insiste que
nuestras decisiones (especialmente las que tienen significado religioso) son libres, no
preordenadas ni de alguna otra forma determinadas por Dios. El arminianismo busca reforzar
el concepto de la responsabilidad humana (doctrina con la que en sí el calvinismo no está
peleado). Pero sabe que: (1) Dios conoce de antemano y en forma exhaustiva el futuro; y
(2) Dios creó el mundo sabiendo lo que en el futuro sucedería.
Por ejemplo, Dios sabía que Venustiano tomaría la libre decisión de aceptar a Cristo.
De alguna manera lo supo, y lo supo antes que naciera Venustiano. De modo que aún desde
entonces, la decisión “libre” de Venustiano era inevitable. ¿Por qué era inevitable? No en
razón de la voluntad libre de Venustiano, pues éste aún ni había nacido. Tampoco en razón
de la predestinación, pues el arminiano niega desde el principio esta posibilidad. Pareciera,
pues, que la inevitabilidad tiene otra fuente aparte tanto de Venustiano como de Dios. Pero
al final, la predestinación divina siempre es el elemento clave, pues Dios: (1) conoce de
antemano la decisión de Venustiano, y (2) crea el mundo de tal manera que se dé esa decisión
de Venustiano. El factor decisivo es la creación de Dios con conocimiento previo. Es la
creación la que pone en marcha todo el universo. ¿Sería mucho afirmar que la creación de
Dios con conocimiento previo es--efectivamente--la causa de la decisión de Venustiano?
El asunto principal es: los cristianos que honran las Escrituras como la Palabra de
Dios que son, reconocen a pesar de sus formulaciones teológicas que dicen lo contrario que
Dios gobierna toda la naturaleza y toda la historia. Esta doctrina de la soberanía divina es el
tesoro de la iglesia cristiana entera.
2.4- La Trinidad:
Finalmente, el Dios cristiano es tres en uno. Es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Sólo hay
un Dios (Dt 6:4-5, “Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu
Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas”; Is 44:6, “Así dice Jehová
Rey de Israel, y su Redentor, Jehová de los ejércitos: Yo soy el primero, y yo soy el postrero,
y fuera de mí no hay Dios”).
Pero el Padre es Dios (Jn 20:17, “Jesús le dijo: No me toques, porque aún no he subido
a mi Padre; más ve a mis hermanos, y diles: Subo a mi Padre y a vuestro Padre, a mi Dios y
a vuestro Dios”); el Hijo es Dios (Jn 1:1, “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con
Dios, y el Verbo era Dios”; Rm 9:5, “de quienes son los patriarcas, y de los cuales, según la
carne, vino Cristo, el cual es Dios sobre todas las cosas, bendito por los siglos. Amén”; Col
2:9, “porque en él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”; Hb 1:10-12, “Tú, oh
Señor, en el principio fundaste la tierra, y los cielos son obra de tus manos. Ellos perecerán,
más tú permaneces; y todos ellos se envejecerán como una vestidura, y como un vestido los
envolverás, y serán mudados; pero tú eres el mismo, y tus años no acabarán”); y el Espíritu
es Dios (Gn 1:2, “...y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas”; Hechos 2;
Romanos 8; y 1ª Tes 1:5, “pues nuestro evangelio no llegó a vosotros en palabras solamente,
sino también en poder, en el Espíritu Santo y en plena certidumbre...”).
De alguna manera son 3, y de alguna manera son (o es) uno. El Credo Niceno dice
que son una “esencia” pero 3 “substancias”; o en otra traducción, una “substancia” y 3
“personas”. En lo particular, prefiero decir, “un Dios, 3 personas”. Los términos técnicos no
deben tomarse en ningún sentido preciso o descriptivo. La pura verdad es que no conocemos
cómo los 3 pueden ser uno, y el uno ser 3. Lo que sí sabemos es, que los 3 son Dios, son
iguales, no existe ninguna superioridad o inferioridad dentro de la Deidad. El ser Dios es
superior a cualquier otra cosa. Los 3 tienen todos los atributos divinos. Los 3 son “Señor”.
Los 3 guardan la relación con la creación que anteriormente habíamos imputado a Dios. Los
3 pertenecen al círculo superior del dibujo de Van Til.
Aun cuando hubiere duda sobre las doctrinas discutidas anteriormente es indiscutible
q. la Trinidad es una doctrina exclusiva del cristianismo. Hay tríadas interesantes
(distinciones que se dan en 3 partes) en otras religiones, tales como en los dioses hindúes
Brahma, Visnu y Siva. Muchas personas instintivamente piensan que hay algo especial en el
número 3. Pero los dioses hindúes son 3 dioses, no un Dios en 3 personas; y así, todas las
demás comparaciones que se traen a colación de otras religiones, pierden su fuerza al ser
examinadas. Las religiones rivales del cristianismo de hecho ignoran, o bien niegan, la
Trinidad. A pesar de las tríadas de Hegel, no hay nada semejante en la filosofía secular. No
hay nada semejante en las demás religiones principales del mundo. Y aún en las herejías
cristianas se habla muy poco de una Trinidad. De hecho, dicha doctrina es con frecuencia la
primera que niegan estas herejías.
¿Y por qué es importante para la apologética la Trinidad? Bueno, ¿qué sucede cuando
el trinitarianismo se sustituye por el unitarianismo (la creencia de que Dios sólo es uno)? Un
resultado es que al definirse Dios así, tiende a perder la definición y las marcas de
personalidad. En los primeros siglos de la era cristiana, los gnósticos, arrianos y
neoplatonistas adoraban a un Dios no trino. Dios era unidad pura, sin pluralidad de ninguna
clase. Pero, ¿de qué es la unidad)? No hay respuesta a esa pregunta; no se puede decir nada.
Cualquier cosa que diríamos de Dios sugeriría una división, una pluralidad, por lo menos
entre el sujeto y el predicado. Decir “Dios es x” crea (según ellos) una pluralidad entre Dios
y el “x”. Así no podemos decir nada acerca de Dios. Para éstos, la naturaleza de Dios es el
“totalmente otro” (término más moderno). No se podía describir en lenguaje humano, pues
(entre otras razones) la mente humana no puede concebir de una “entidad vacía”. La
conclusión lógica a la que aparentemente se llega, pues, es la de no poder decir nada acerca
de Dios.
Por ejemplo, el Islam enseña una doctrina de predestinación que con frecuencia suena
a un determinismo impersonal, en lugar del sabio y buen plan del Señor que enseña la Biblia.
Y el Alá del Islam es capaz de sufrir cambios arbitrarios en su misma naturaleza, no como el
carácter personal permanente y confiable del Dios de la Biblia. O sea, la doctrina de la
Trinidad viene a reforzar los puntos que anteriormente hemos dicho sobre Dios y sobre el
mundo.
El N.T. nos da una respuesta sorprendente a la pregunta: ¿Un Qué? Nos dice: ¡“Una
unidad de Padre, Hijo y Espíritu Santo”! Resulta por demás interesante que el N.T., cuando
quiere enfatizar más el aspecto de la unidad de Dios, parece no poder resistir mencionar más
de una de las personas Trinitarias. Como ejemplo de esto, veamos 1ª Cor 8:4-6:
“Acerca, pues, de las viandas que se sacrifican a los ídolos, sabemos q. un ídolo nada
es en el mundo, y q. no hay más q. un Dios. Pues aunque haya algunos que se llamen dioses:
sea en el cielo, o en la tierra (como hay muchos dioses y muchos señores), para nosotros, sin
embargo, sólo hay un Dios, el Padre, del cual proceden todas las cosas, y nosotros somos
para él; y un Señor Jesucristo, por medio del cual son todas las cosas, y nosotros por medio
de él.”
Otro ejemplo es Ef 4:4-6, “un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados
en una misma esperanza de vuestra vocación; un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre
de todos, el cual es sobre todos, y por todos y en todos.” Noten también q. 1ª Cor 12:4-6
enseña que la unidad de la iglesia depende de la unidad que existe en Dios: “Ahora bien, hay
diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el
Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios que hace todas las cosas en
todos, es el mismo”.
Otros pasajes relevantes serían Jn 17:3 “Y esta es la vida eterna: que te conozcan a ti,
el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado”; y Mt 28:19ss (la “Gran
Comisión”).
Ya que Dios es 3 y uno, puede ser descrito en términos de persona, sin que ello lo
relativice al mundo. Por ej., Dios es amor (1ª Jn 4:8). Pero, Amor ¿de qué? Podríamos
contestar inmediatamente, “amor del mundo”. Mas entonces tendríamos un problema, pues
de esta manera el atributo divino del amor depende de que exista el mundo. Y decir que los
atributos divinos dependen del mundo es decir que Dios mismo depende del mundo. Este
camino nos lleva al concepto del Totalmente Otro. Entenderíamos la lógica del gnosticismo,
del arrianismo y del neoplatonismo: pues si Dios es simplemente uno, o bien es un
“Totalmente Otro”, o bien es relativo al mundo -- o quizá, de alguna manera ambas cosas.
La Trinidad también significa que la creación de Dios puede a la vez ser una y
múltiple. La filosofía secular oscila entre los extremos del monismo (que el mundo realmente
es uno, y la pluralidad es una ilusión) y del pluralismo (que el mundo está totalmente
desunido, la unidad es una ilusión). La filosofía secular se mueve de un extremo al otro,
debido a su falta de recursos para encontrar una definición intermedia; y también porque
busca un absoluto en alguno de los extremos -- como si tuviese que existir una unicidad
absoluta (sin pluralidad), o de lo contrario un universo insólito, de elementos desconectados,
un pluralismo absoluto que destruye cualquier unicidad universal. Para el filósofo, es
importante poder tener un absoluto en cualquiera de estas direcciones, pues le daría una
norma adecuada fuera del Dios de las Escrituras. Y en esto detectamos que la búsqueda del
filósofo tiene una dimensión religiosa: trata de hallar en el mundo un absoluto, un dios.
Pero el cristiano sabe que no existe ninguna unidad absoluta (unidad carente de
pluralidad), como tampoco existe ninguna pluralidad absoluta (pluralidad carente de unidad).
No existen, ni en el mundo, ni en el Creador del mundo. Si en el mundo existiera cualquiera
de estas cosas, sería una especie de dios unitario. Pero no existe más que el Señor Trinitario.
Un dios unitario así sería desconocido, pues no podemos conocer un “uno” vacío, ni tampoco
un absolutamente “único”. Y si esta unicidad perfecta o este “único absoluto” es la esencia
metafísica de la realidad, entonces no podemos saber absolutamente nada.
Pero el cristiano sabe que Dios es el único absoluto que hay, y que es un absoluto
tanto del uno como de los muchos. Por ello, estamos libres de la necesidad de tratar de hallar
en el mundo una unidad absoluta o una desunión absoluta. Si buscamos criterios (o normas)
absolutos, buscamos no en algún concepto de “unidad máxima”, o de un “único absoluto”
dentro del mundo, sino al Dios vivo y verdadero, el único que ofrece un criterio para el
pensamiento humano. De esta manera, la doctrina de la Trinidad tiene implicaciones también
para la epistemología.
3.0- LA EPISTEMOLOGÍA:
Dios no sólo es omnipotente, sino también es omnisciente. Como hemos dicho ya, él
controla todas las cosas mediante su plan sabio. Por ende, él conoce todas las cosas (Heb
4:12-13, “Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de dos
filos; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los
pensamientos y las intenciones del corazón. Y no hay cosa creada que no sea manifiesta en
su presencia; antes bien todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien
tenemos que dar cuenta”; y 1ª Jn 3:20, “Porque si nuestro corazón nos reprende, mayor que
nuestro corazón es Dios, y él sabe todas las cosas”). Por ello, todo conocimiento humano
tiene su origen en Dios; y por lo mismo, “el principio de la sabiduría es el temor de Jehová”
(Prov 1:7).
“Porque la palabra de la cruz es locura a los que se pierden; pero a los que se salvan,
esto es, a nosotros, es poder de Dios. Pues está escrito: Destruiré la sabiduría de los sabios, y
desecharé el entendimiento de los entendidos. ¿Dónde está el sabio? ¿Dónde está el escriba?
¿Dónde está el disputador de este siglo? ¿No ha enloquecido Dios la sabiduría del mundo?
Pues ya que en la sabiduría de Dios, el mundo no conoció a Dios mediante la sabiduría,
agradó a Dios salvar a los creyentes por la locura de la predicación. Porque los judíos piden
señales, y los griegos buscan sabiduría; pero nosotros predicamos a Cristo crucificado, para
los judíos ciertamente tropezadero, y para los gentiles locura; mas para los llamados, así
judíos como griegos, Cristo poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo insensato de Dios
es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más fuerte que los hombres. Pues mirad,
hermanos, vuestra vocación, que no sois muchos sabios según la carne, ni muchos pode-
rosos, ni muchos nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios, para avergonzar a los
sabios; y lo débil del mundo escogió Dios, para avergonzar a lo fuerte; y lo vil del mundo y
lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para deshacer lo que es, a fin de que nadie se
jacte en su presencia. Mas por él estáis vosotros en Cristo Jesús, el cual nos ha sido hecho
por Dios sabiduría, justificación, santificación y redención; para que, como está escrito: El
que se gloría, gloríese en el Señor. Así que, hermanos, cuando fui a vosotros para anunciaros
el testimonio de Dios, no fui con excelencia de palabras o de sabiduría. Pues me propuse no
saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado. Y estuve entre
vosotros con debilidad, y con mucho temor y temblor; y ni mi palabra ni mi predicación fue
con palabras persuasivas de humana sabiduría, sino con demostración del Espíritu y de poder,
para que vuestra fe no esté fundada en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios.”
(1ª Cor 1:18-2:5)
Con esto no estamos diciendo que nada de lo que dicen es verdad. Lo que sucede es
que su punto de vista del mundo está distorsionado y no es de confiar. Epistemológicamente
hablando, su más grave error es el de proclamar su propia autonomía, de hacerse ellos mismos
(o alguna otra cosa que no sea el Dios de la Biblia) la norma final de la verdad y de la virtud.
Así las cosas, la filosofía racionalista declara que la razón humana es la norma final.
El empiricismo, reconociendo los vuelos especulativos que la “razón” desenfrenada tiende a
tomar, exige que todas las ideas sean en ultimada instancia probadas por la experiencia de
los sentidos humanos. Y el escepticismo, reconociendo q. tanto la razón humana como los
sentidos humanos tienden a errar, declara (¡por su propia autoridad!) que la verdad es algo
inalcanzable. El pensamiento kantiano y existencialista hace que el hombre sea en efecto la
fuente misma del significado de las cosas, por su propia experiencia. Los teólogos de corte
liberal están muy ansiosos de seguir en estas líneas y tradiciones, y en consecuencia “herejías
cristianas” siguen manipulando el mensaje bíblico según su propio antojo.
4.0- LA ÉTICA:
Dios es perfectamente bueno y justo (Gn 18:25, “Lejos de ti el hacer tal, que hagas
morir al justo con el impío, y que sea el justo tratado como el impío; nunca tal hagas. El Juez
de toda la tierra, ¿no ha de hacer lo que es justo?”; y Sal 145:17, “Justo es Jehová en todos
sus caminos, y misericordioso en todas sus obras”).
Como hemos visto arriba, por cuanto es el Señor, tiene autoridad suprema sobre toda
su creación. En lo que respecta a la epistemología vimos que Dios es el criterio supremo de
la verdad y la mentira. Ahora bajo el rubro de la ética, hemos de observar que Dios también
es la norma suprema del bien y del mal, de lo justo y de lo injusto. Además, él nos ha
expresado sus normas en sus palabras que nos ha dirigido:
“Ahora, pues, oh Israel, oye los estatutos y decretos que yo os enseño, para que los
ejecutéis, y viváis, y entréis y poseáis la tierra que Jehová el Dios de vuestros padres
os da. No añadiréis a la palabra que yo os mando, ni disminuiréis de ella, para que
guardéis los mandamientos de Jehová vuestro Dios que yo os ordeno. ...Mirad, yo os
he enseñado estatutos y decretos, como Jehová mi Dios me mandó, para que hagáis
así en medio de la tierra en la cual entráis para tomar posesión de ella. Guardadlos,
pues, y ponedlos por obra; porque esta es vuestra sabiduría y vuestra inteligencia
ante los ojos de los pueblos, los cuales oirán todos estos estatutos, y dirán:
Ciertamente pueblo sabio y entendido, nación grande es esta. Porque ... ¿qué nación
grande hay que tenga estatutos y juicios justos como es toda esta ley que yo pongo
hoy delante de vosotros?” (Deut. 4:1-2,5-6,8).
“Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo
tu corazón y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te
mando hoy, estarán sobre tu corazón; y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas
estando en tu casa; ...Guardad celosamente los mandamientos de Jehová vuestro
Dios, y sus testimonios y sus estatutos que te ha mandado. Y haz lo recto y bueno ante
los ojos de Jehová, para que te vaya bien, y entres y poseas la buena tierra que Jehová
juró a tus padres" (Deut. 6:4-7).
La Biblia además afirma que los incrédulos no sólo saben que Dios existe, sino que
también conocen sus normas y sus requerimientos: “quienes habiendo entendido el juicio de
Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte...” (Rom 1:32). Sin embargo,
desobedecen esas leyes, y todavía más, tratan de evadir su responsabilidad:
“Por esto Dios los entregó a pasiones vergonzosas; pues aun sus mujeres cambiaron
el uso natural por el que es contra naturaleza, y de igual modo también los hombres,
dejando el uso natural de la mujer, se encendieron en su lascivia unos con otros,
cometiendo hechos vergonzosos hombres con hombres, y recibiendo en sí mismos la
retribución debida a su extravío. Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios,
Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen; estando
atestados de toda injusticia, fornicación, perversidad, avaricia, maldad; llenos de
envidia, homicidios contiendas, engaños y malignidades; murmuradores,
detractores, aborrecedores de Dios, injuriosos, soberbios, altivos, inventores de
males, desobedientes a los padres, necios, desleales, sin afecto natural, implacables,
sin misericordia; quienes habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican
tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen
con los que las practican” (Rom 1:26-32).
La Biblia enseña que el hombre fue creado a la imagen de Dios, pero que pecó en
contra de Dios (Gén. 3:1ss). Hoy día llevamos la culpa del primer pecado de Adán (Rom
5:12-19), así como el peso de nuestros propios pecados en contra de Dios (Rom 3:10ss).
Nuestro problema, entonces, no es nuestra finitud como dicen algunos panteístas, pensadores
de la Nueva Era y otros), como tampoco la solución es q. nosotros nos convirtamos en Dios.
Ni es que nuestro problema sea la herencia, o el medioambiente, o nuestra naturaleza
emocional, o la pobreza, o nuestras enfermedades, etc. Más bien, el problema es el pecado:
es la transgresión deliberada de la ley de Dios (1ª Jn 3:4, “Todo aquel que comete pecado,
infringe también la ley; pues el pecado es infracción de la ley”). De acuerdo a la Biblia, los
males que nos acarrean la herencia, el medioambiente, las enfermedades, etc., provienen
todos de la caída:
“Y al hombre dijo: Por cuanto obedeciste a la voz de tu mujer, y comiste del árbol de
que te mandé diciendo: No comerás de él; maldito será la tierra por tu causa; con dolor
comerás de ella todos los días de tu vida. Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas
del campo. Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de
ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás” (Gén. 3:17-19).
“Pues tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente no son comparables
con la gloria venidera que en nosotros ha de manifestarse. Porque el anhelo ardiente de la
creación es el aguardar la manifestación de los hijos de Dios. Porque la creación fue sujetada
a vanidad, no por su propia voluntad, sino por causa del que la sujetó en esperanza; porque
también la creación misma será libertada de la esclavitud de corrupción, a la libertad gloriosa
de los hijos de Dios. Porque sabemos que toda la creación gime a una, y a una está con dolores
de parto hasta ahora” (Rom. 8:18-22).
Y, ¿cuál será la solución? “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a
su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”
(Jn 3:16). Jesús murió por nuestros pecados y fue resucitado por nuestra justificación (Rm
3:20-8:11; 1ª Cor 15:1-11). La exhortación bíblica no es q. nos esforcemos más por obtener
el favor de Dios (“ya que por las obras de la ley ningún ser humano será justificado delante
de él; porque por medio de la ley es el conocimiento del pecado” Rom 3:20). Más bien la
instrucción es que aceptemos la misericordia de Dios ofrecida como regalo gratuito por
medio de Cristo (“Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros,
pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya,
creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que
anduviésemos en ellas”, Ef 2:8-10).
(Página 53-66)
En los capítulos restantes, pretendo discutir más a fondo las tres formas de apologética
definidas en el primer capítulo: prueba, defensa y ofensa. En este capítulo y los tres
siguientes, el tema será la prueba o la búsqueda de una base racional para la fe.
Otro ejemplo: a menudo les he pedido a los alumnos que parafraseen el argumento
de Pablo a favor de la resurrección en 1 Corintios 15: 1–11. A menudo mencionan las
apariciones posteriores a la resurrección, especialmente a los quinientos testigos presenciales,
la mayoría de los cuales aún estaban vivos cuando Pablo escribió (v. 6). Pero casi siempre
pasan por alto la idea central del argumento del apóstol.105 La idea central es perfectamente
clara a partir de la estructura y el contenido del pasaje: ¡debes creer en la resurrección porque
es parte de la predicación apostólica! Observe los versículos 1 y 2: “Ahora, hermanos,
quisiera recordarles el evangelio que les prediqué, el cual recibieron, en el cual están y por el
cual están siendo salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. usted, a menos que haya
creído en vano ". Y el versículo 11: “Si, pues, era yo o ellos, así predicamos y así creísteis”.
Pablo les está diciendo a los corintios que llegaron a la fe a través de su predicación,
que incluía la predicación de la resurrección. Les advierte que no pongan en duda la
resurrección, porque si Cristo no ha resucitado, su fe será en vano. Si la resurrección está
sujeta a duda, todo el resto del mensaje también estará sujeto a duda, y entonces "somos los
más dignos de lástima de todos los pueblos" (1 Cor. 15:19; véanse también los vers. 14-18).
Las Escrituras a menudo contienen sus propias razones para las cosas que dicen.
Cuando Pablo nos dice en Romanos 8: 1 que “ahora no hay condenación para los que están
en Cristo Jesús”, agrega la palabra por lo tanto. Por lo tanto, indica una razón.
Específicamente, Pablo está diciendo que debido a la obra salvadora de Cristo ya descrita,
no hay condenación. Debemos creer que no estamos condenados y debemos creerlo por los
motivos o razones que se ofrecen en los capítulos 1 a 7. Aquí la Escritura no solo proclama
la verdad; también proclama razones para creer en la verdad. Y así como sus verdades tienen
autoridad, también lo son sus razones. Tenemos la obligación no solo de creer la verdad
bíblica, sino también de creerla por razones bíblicas.
Por tanto, abundan las Escrituras, junto con muchas otras indicaciones de
razonamiento autorizado. Cuando proclamamos las Escrituras, por lo tanto, podemos (y
debemos, si queremos ser completos en nuestra exégesis) también proclamar ese proceso de
razonamiento autoritario, el fundamento bíblico.
Mostrar razones bíblicas para la verdad bíblica es una parte muy importante de la
apologética. Un incrédulo pregunta: “¿Por qué maldijo Jesús a la higuera en Mateo 21: 19?
¡Eso parece algo tan cruel y mezquino! " El creyente debe responder mostrando de la
Escritura misma el simbolismo del juicio que se aproxima y por lo tanto el punto de la lección
objetiva de Jesús.
Sin embargo, esto no significa que la prueba escritural directa sea la única evidencia
apologética que Dios nos permite usar. Como hemos visto, la Escritura misma nos dirige a
considerar evidencia fuera de sí misma.108 Para los creyentes del primer siglo, al menos, los
quinientos testigos presenciales de 1 Corintios 15: 6 fueron un recurso valioso, incluso un
complemento de la palabra del apóstol. Ciertamente, el argumento de Pablo en el capítulo 15
implica que si las personas tienen dudas, pueden buscar a los testigos. Por supuesto, el
testimonio de los testigos debe evaluarse mediante una visión bíblica de la evidencia, no
mediante teorías como las de David Hume y Rudolf Bultmann, que rechazan todas las
afirmaciones sobrenaturales desde el principio.
Pablo argumenta, como hemos visto, que Dios se revela claramente en la creación
(Rom. 1: 18-21). Podemos inferir que hay evidencia en la creación, la "revelación general"
de Dios, que, de una manera similar a la evidencia proporcionada por los testigos
mencionados en 1 Corintios 15, complementa la evidencia de la Escritura misma. Pero esa
evidencia también debe evaluarse con criterios bíblicos. Como sostuve en el capítulo 1,
podemos usar libremente evidencia extrabíblica siempre que la usemos de maneras
aceptables para las Escrituras.
El concepto de prueba
Cornelius Van Til dice que “hay pruebas absolutamente seguras de la existencia de Dios y la
verdad del teísmo cristiano”. Continúa:
¿Qué entendemos por prueba en este tipo de discusión? Los ejemplos de prueba
menos controvertidos son los de las matemáticas, donde las proposiciones se derivan por
inferencia estrictamente lógica de axiomas. Los axiomas son proposiciones que se consideran
evidentes por sí mismas o, al menos, se asumen a los efectos de la discusión. En este
entendimiento, una prueba de la existencia de Dios podría ser algo así:
Pero hay algo que falta aquí. Hablando en términos prácticos, no es probable que
usemos esta prueba en nuestro testimonio a los no cristianos. La mayoría de los incrédulos
inteligentes de hoy la descartarían simplemente negando la autoridad bíblica en la que se
basa. El círculo es demasiado estrecho. En cierto sentido, el problema no está en la prueba,
sino en el incrédulo: debe aceptar la autoridad bíblica y, por lo tanto, debe aceptar nuestra
prueba. Pero por supuesto que no.
Una forma de abordar este problema es revisar un poco nuestro concepto de prueba
incorporando la respuesta del incrédulo. Es decir, no basta con que una prueba se base en
premisas verdaderas y lógica sólida; también debe ser persuasivo. Podríamos decir que un
argumento, para que sea una prueba, debe ser persuasivo para toda persona racional.
Creo que la persuasión es un concepto importante, pero no estoy de acuerdo con que
deba incorporarse al concepto de prueba. Eso limitaría nuestras pruebas a aquellas que
realmente persuaden a la gente. Pero, de hecho, las Escrituras enseñan que las buenas pruebas
no siempre persuaden, porque los incrédulos reprimen la verdad. Esta represión no siempre
tiene éxito; a veces los incrédulos reconocen verdades, incluso verdades acerca de Dios. Pero
es casi imposible predecir lo que un incrédulo determinado reprimirá y lo que admitirá a
pesar de sí mismo. En última instancia, la única cura para la represión es la obra regeneradora
del Espíritu Santo. Por lo tanto, a medida que construimos argumentos, tenemos poca idea
de qué tipo de argumento será persuasivo para cualquier individuo o audiencia en particular.
No se garantiza que ningún argumento sea persuasivo para todas las personas. Ni siquiera los
argumentos de las Escrituras están garantizados de esa manera, aunque sabemos por la
discusión anterior que agradan a Dios. Para tener tal garantía, tendríamos que poder predecir
tanto el tortuoso proceso de supresión como el misterioso funcionamiento del Espíritu Santo.
Se podría notar que este proceso de represión no es racional. Por lo tanto, los
incrédulos no entran en la categoría de persona racional en la definición propuesta de prueba.
Entonces esa definición no tiene ningún significado apologético. Porque el objetivo de la
apologética es presentar la verdad a los incrédulos. La pregunta entonces es: ¿Cómo
deberíamos presentar la verdad a personas no racionales? ¿Qué constituye una prueba en la
situación apologética?
Quizás podamos remediar la situación definiendo la prueba como aquello que debería
persuadir, más que como algo que realmente persuade. Pero esta definición nos devuelve a
la prueba circular estrecha que consideramos originalmente. El incrédulo debe aceptar esa
prueba junto con la autoridad bíblica que presupone. De hecho, debería creer en Dios sin
ningún argumento de ese tipo, simplemente sobre la base de la revelación de Dios en la
creación (Romanos 1: 18-21, nuevamente). Si nuestra tarea es simplemente poner al
incrédulo en una posición en la que debería creer, entonces es mejor que no hagamos nada,
porque él ya está en esa posición.
Creo que es correcto definir la prueba como aquello que debe persuadir. Pero eso no
nos ayuda a mostrar lo que falta en el tipo de argumento estrechamente circular, ya que tales
argumentos se ajustan a esa definición de prueba. En este punto debemos invocar un
pragmatismo piadoso dentro de la enseñanza general de las Escrituras. Los argumentos más
amplios parecen funcionar mejor. Muchos incrédulos exigen que consideremos los hechos
de su experiencia, que les parecen refutar el cristianismo. El apologista no está obligado a
rechazar tales peticiones, porque Dios se revela en toda la creación. Incluso los hechos que
los incrédulos usan para oponerse al cristianismo pueden tener la marca de Dios en ellos.
Incluso el mal es bastante inexplicable aparte de una cosmovisión teísta cristiana (véanse los
capítulos 7 y 8). Por lo tanto, es útil para el apologista lidiar con tales demandas en sus propios
términos, presentando un caso basado en datos tanto de la revelación general como de la
especial.
En cierto sentido, no todo el mundo necesita una prueba teísta. Algunas personas,
como W. K. Clifford, han dicho que está mal creer algo sin pruebas. Pero esa visión
inicialmente plausible ha sido efectivamente contrarrestada en nuestro tiempo por los
filósofos Alvin Plantinga y Nicholas Wolterstorff. Señalan que creemos muchas cosas que
no necesariamente podemos probar. Que otras personas tienen mentes como la mía, por
ejemplo, es una proposición muy difícil de demostrar a alguien dispuesto a desafiarla. O
piense en mi creencia de que Violet Frame es verdaderamente mi madre, o mi creencia de
que mi esposa realmente me ama, o mi creencia de que 2 + 2 = 4. Tales creencias "básicas"
(como las llama Plantinga) son fáciles de aceptar como obviamente cierto, especialmente
cuando las supuestas pruebas para ellos son complicadas y difíciles de seguir.
Estoy de acuerdo con Clifford en que no debemos creer en nada sin tener pruebas en
el sentido objetivo. Es decir, no se debe creer en nada a menos que exista evidencia objetiva
que lo respalde. Clifford, sin embargo, tiene la intención de decir más, a saber, que no
debemos creer en nada sin pruebas, es decir, sin poder formular un argumento basado en la
evidencia. (Esto es tener evidencia en un sentido subjetivo). Creo que hay evidencia más que
adecuada para la verdad del cristianismo, pero no creo que alguien deba ser capaz de formular
una prueba usando esa evidencia para justificar su creencia en Cristo.
De hecho, para personas de este tipo, tratar de probar la existencia de Dios sería, en
el mejor de los casos, un ejercicio teórico, y en el peor, una forma de descaro. ¿Qué
deberíamos pensar de un niño que exige pruebas de que su padre realmente es su padre antes
de aceptar obedecer? Claramente, ¡en la mayoría de los casos! Está evitando la
responsabilidad. Simplemente debe creer y obedecer, sin "pruebas".
Aún así, como vimos en la sección anterior, hay quienes afirman que la prueba es
necesaria para ellos. Como hemos visto, las Escrituras hacen más que simplemente
reprenderlos. Proporciona un testimonio muy persuasivo de la realidad de Dios y también
nos indica fuentes externas a él donde se pueden encontrar más testimonios. A menudo, lo
más eficaz es que el investigador simplemente lea la Biblia. La Palabra de Dios es poderosa
cuando el Espíritu la impulsa al corazón. Otro consejo valioso para un investigador es
simplemente estar lo más abierto posible a la creación misma. Eso también revela claramente
a Dios, como hemos visto, incluso cuando esos datos no se formulan en un argumento. Piense
en cuántas, muchas personas han mirado las estrellas o las maravillas de la tierra y el mar y
han llegado a la conclusión de que alguien debe haberlo planeado y hecho todo. Esa
conclusión, por vaga que sea, es una confesión de nuestro Dios de personalidad absoluta. Y
de alguna manera, va más allá de cualquier argumento teleológico o cosmológico. Es como
si un argumento teleológico basado en la formación de estrellas se repitiera miles de millones
de veces, una por cada estrella.
Pero, como hemos visto, es posible ir más allá de estas recomendaciones generales y
producir argumentos específicos a favor de la existencia de Dios. Un hombre sabio realmente
no los necesita; son para tontos. Pero Dios es muy paciente y misericordioso con los tontos
que todos fuimos una vez.
Una vez que vamos más allá de señalar al incrédulo la creación y las declaraciones
de las Escrituras, la prueba se vuelve un asunto bastante complicado. Dado que todo es creado
y dirigido por Dios, nada puede entenderse correctamente fuera de él. Eso significa que
cualquier hecho puede convertirse en el punto focal de una apologética; el apologista puede
mostrar cómo ese hecho deriva su inteligibilidad de Dios. Podemos utilizar una amplia
variedad de enfoques y métodos, de acuerdo con nuestro compromiso presuposicional
general. Dado que la prueba es variable entre personas, estamos particularmente interesados
en elegir un enfoque argumentativo que haga contacto con el individuo o grupo con el que
estamos hablando. Esa decisión no es fácil.
Luego viene una prueba teísta, posiblemente no declarada, pero que representa el
siguiente tipo de proceso de pensamiento:
Este es un argumento un tanto circular, pero es muy persuasivo para muchas personas;
representa el proceso de pensamiento real que lleva a muchos a la fe en Dios. Los apologistas
a menudo asumen rutinariamente que un investigador debe considerar las pruebas teístas
antes de considerar el caso específico del cristianismo, pero en la vida real el orden inverso
suele ser el caso: es Jesús quien nos asegura que Dios es real.
Son posibles muchos órdenes diferentes de argumentación, por tres razones. Primero,
el cristianismo es un paquete; sus doctrinas están interrelacionadas; cada uno, correctamente
entendido, conducirá a los demás. En segundo lugar, en algún nivel todos saben que el Dios
cristiano existe, aunque cada persona requiere ayuda sobrenatural para abrazar esa verdad
con amor. El Espíritu trabaja de maneras misteriosas, y el uso que hace de nosotros los
apologistas no se limita a las estrategias descritas en los libros de texto de apologética. En
tercer lugar, la prueba varía según la persona y diferentes personas responden a diferentes
enfoques.
Punto de contacto
La frase punto de contacto es bastante ambigua. Algunos lectores pueden suponer que
simplemente se refiere a algún interés común que el apologista podría compartir con un
investigador por el bien de la amistad y la conversación, un interés que eventualmente podría
conducir a una oportunidad de presentar el evangelio. Pero en teología (principalmente con
Barth y Van Til), la frase tiene un significado algo más técnico.
El tema que provoca el uso de esta frase es este: Concedido que el incrédulo es
totalmente depravado, ¿qué hay en él, si es que hay algo, que sea capaz de recibir la gracia
de Dios? El arminiano responde: "La razón y el libre albedrío del hombre". Karl Barth
responde: "Nada en absoluto". En opinión de Barth, la gracia de Dios crea su propio punto
de contacto. Esta posición es coherente con la opinión de Barth de que la recepción de la
gracia no tiene ningún elemento intelectual. La gracia no nos trae ninguna “revelación
proposicional” que el incrédulo por gracia llegue a comprender y confiar. Es más bien un
"rayo de la nada", que no hace ningún contacto con el pensamiento o la voluntad del
incrédulo.
Los calvinistas ortodoxos, sin embargo, recuerdan que Dios hizo al hombre a su
imagen, una imagen que está estropeada por el pecado, pero no destruida. Van Til sostiene
que parte de esa imagen es el conocimiento de Dios, que, aunque reprimido (Rom. 1), todavía
existe en algún nivel del pensamiento del hombre. Ese es el punto de contacto al que apela el
apologista. No apela simplemente a la razón y la voluntad del incrédulo, porque su voluntad
está sujeta al pecado y su razón busca distorsionar, no afirmar, la verdad. No le pedimos al
incrédulo que evalúe el cristianismo a través de su razón, porque busca operar su razón de
manera autónoma y, por lo tanto, está profundamente equivocado desde el principio. Más
bien, dice Van Til, apelamos al conocimiento de Dios que él tiene (Rom. 1:21) pero reprime.
Además, como hemos visto, la gracia común de Dios refrena las distorsiones de la
verdad de los no cristianos. Entonces, incluso Satanás usa la verdad para su propio propósito,
y hay algunos seres humanos no regenerados, como los fariseos, que son relativamente
ortodoxos. De modo que esa supresión nunca es completa. Al incrédulo le gustaría apagar su
conocimiento del Dios verdadero, pero no puede. De hecho, es este conocimiento, sin
importar cómo lo distorsione, lo que le permite seguir viviendo en el mundo de Dios. Así, el
incrédulo, contrariamente a sus propias suposiciones, a menudo dice cosas que concuerdan
con la verdad tal como la ve el cristiano. El efecto del pecado sobre el razonamiento no
significa que el cristiano y el no cristiano estén en desacuerdo en todo, aunque si ambos
fueran consistentes con sus presuposiciones, ese sería el caso. Es difícil definir el posible
alcance de ese acuerdo. Los fariseos reconocieron tanta verdad de Dios que Jesús realmente
elogió sus enseñanzas (Mat. 23: 3), mientras deploraban sus obras (vv. 3-39). Por lo tanto,
cuando apelamos al conocimiento nativo de Dios del incrédulo, podríamos encontrarlo de
acuerdo con nosotros, al menos parte del tiempo.
En ausencia de una declaración tan explícita, es difícil saber a qué apela un apologista.
¿C. S. Lewis estaba apelando y por lo tanto comprometiéndose con la autonomía de los
incrédulos en el argumento de su Mere Christianity? ¿O estaba apelando al conocimiento
reprimido de Dios por parte del incrédulo? Probablemente no estaba haciendo ninguna de las
dos cosas conscientemente, porque no estaba al tanto, que yo sepa, de ese problema en
particular.
Las intenciones del apologista con respecto al punto de contacto no son, por lo tanto,
particularmente relevantes para la descripción o evaluación externa de su apologética. Sin
embargo, estas intenciones son relevantes para su descripción y evaluación internas. Porque
la cuestión del punto de contacto se reduce a esto: ¿estamos aceptando y, por lo tanto,
abordando la cosmovisión distorsionada del incrédulo, o estamos aceptando y abordando así
la revelación no distorsionada que tiene dentro de sí mismo a pesar de su cosmovisión
distorsionada?
Una vez más, Van Til ha identificado un problema espiritual que no se define
fácilmente mediante métodos u otros factores externos. Van Til pudo haber pensado que usar
un argumento positivo o "meramente probable" era una señal segura de que el apologista no
estaba apuntando al punto de contacto correcto. Pero no podemos evaluar tan fácilmente a
otros a este respecto. Lo que podemos evaluar somos nosotros mismos: nuestros motivos,
nuestras lealtades. ¿Estamos tan impresionados por la “sabiduría” incrédula que buscamos
obtener la aprobación de los intelectuales incrédulos en base a sus propios criterios? Ese
peligro, como vimos en el capítulo 1, ha sido muy real en la historia de la apologética.
Podemos protegernos de ello recordándonos a nosotros mismos que nuestro trabajo es
reprender los criterios de los incrédulos, no afirmarlos. Nuestro llamado no es a esos criterios,
sino a ese conocimiento de Dios que el incrédulo tiene "en el fondo", como le gustaba decir
a Van Til. El tema del punto de contacto, por lo tanto, es espiritual, uno por el cual
examinamos nuestros motivos, no uno por el cual podemos evaluar rápidamente las
intenciones de nuestros compañeros apologistas.
Cap. 4- LA APOLOGÍA COMO PRUEBA:
ARGUMENTO TRASCENDENTAL
(Página 67-94)
Fondo
Hegel y otros de la tradición idealista siguieron a Kant en este método trascendental, aunque
llegaron a conclusiones muy diferentes. Van Til estudió con idealistas en la Universidad de
Princeton en la década de 1920 y emergió defendiendo una especie de método trascendental
que era distintivamente cristiano. Como Kant, Van Til estaba descontento con el empirismo
y el racionalismo, y con las formas tradicionales de combinar la razón y la experiencia
sensorial como la de Aquino. Kant encontró estos enfoques del conocimiento lógicamente
inválidos. Pero para Van Til, también estaban equivocados de una manera claramente
teológica. Las metodologías tradicionales aplicadas a la apologética, dijo Van Til, asumen
que la experiencia sensorial humana, la razón humana o ambas pueden funcionar
adecuadamente sin Dios, es decir, "autónomamente" o "neutralmente". Entonces, desde el
comienzo de una discusión de disculpa, conceden todo el juego. Adoptan una presuposición
contraria a la conclusión que desean argumentar. Buscan obtener conocimiento de Dios
adoptando una epistemología no teísta. La única alternativa, argumentó Van Til, es adoptar
una epistemología teísta cuando se defiende la existencia de Dios. Kant respondió a la
pregunta "¿Cuáles son las condiciones requeridas para un universo inteligible?" con su
distinción fenómeno-noumena y su trascendental estética y analítica. Van Til respondió a la
misma pregunta, pero respondió de manera diferente: la condición de la inteligibilidad
universal es el Dios bíblico. Pero ese enfoque parece ser viciosamente circular: presupone a
Dios en nuestra epistemología y luego usa esa epistemología para probar su existencia. Van
Til respondió a la acusación de circularidad afirmando que el círculo cristiano es el único
tipo que hace que la realidad sea inteligible en sus propios términos.
TAG en esquema
Van Til señaló que en las Escrituras Dios es la fuente de toda la realidad y, por lo
tanto, de toda la verdad, todo el conocimiento, toda la racionalidad, todo el significado, toda
la actualidad y toda la posibilidad. La Biblia hace este tipo de afirmación radical, que la
creación no solo implica sino que presupone a Dios. Porque Dios es el Creador de todo y,
por lo tanto, la fuente de todo significado, orden e inteligibilidad. Es en Cristo que todas las
cosas se mantienen unidas (Colosenses 1:17). Entonces, sin él, todo se derrumba; nada tiene
sentido. Cuando atribuimos existencia a algo en el mundo, debemos atribuir existencia a
Dios. Por tanto, debemos considerar la existencia de Dios como más segura, más cierta, que
la existencia de cualquier otra cosa. Por eso la Escritura enseña que la incredulidad es necedad
(Sal. 14: 1; 1 Cor. 1:20). Entonces, si uno pregunta con Kant cuáles son las condiciones que
hacen posible el conocimiento, la respuesta debe ser ante todo la existencia del Dios de la
Escritura.
Incluso cuando alguien argumenta contra el teísmo cristiano, dijo Van Til, lo
presupone, porque presupone que el argumento racional es posible y que la verdad se puede
transmitir a través del lenguaje. El no cristiano, entonces, en la famosa ilustración de Van
Til, es como un niño sentado en el regazo de su padre, abofeteándole la cara. Ella no podría
abofetearlo a menos que él la apoyara. De manera similar, el no cristiano no puede llevar a
cabo su rebelión contra Dios a menos que Dios haga posible esa rebelión. Contradecir a Dios
supone un universo inteligible y, por lo tanto, teísta.
Mi propia exposición “en pocas palabras” de TAG sería algo como esto: Dios debe
existir para que el mundo tenga algún significado. En una cosmovisión bíblica, Dios es la
base de toda la realidad y, por lo tanto, de toda la racionalidad, la verdad, la bondad y la
belleza. A menos que Dios exista, no hay razón para asumir la posibilidad de una
comunicación significativa. Esta afirmación se puede conjugar aún más en argumentos
específicos sobre (1) la lógica, (2) la uniformidad de la naturaleza y (3) los estándares
morales. Entonces, a menos que Dios exista, no hay razón para asumir la validez de la lógica,
la uniformidad de la naturaleza, la obligatoriedad de las normas morales. Por supuesto,
además de estos, se pueden desarrollar argumentos específicos a partir de cualquier dato de
la experiencia: lenguaje, experiencia estética, psicología humana y similares. Van Til sostuvo
que el teísmo cristiano es la presuposición de todo significado, todo significado racional, todo
discurso inteligible.
Dios es lógicamente necesario en el sentido de que sin él, el uso de la lógica sería
imposible. Él es la fuente de todo orden en el mundo y en la mente humana, incluido el orden
lógico. Entonces Dios actúa y piensa de acuerdo con las leyes de la lógica. Esto no significa
que él está "obligado por" estas leyes, como si fueran algo "por encima" de él que tenía
autoridad sobre él. Las leyes de la lógica y la racionalidad son simplemente los atributos de
su propia naturaleza, y la estructura lógica del mundo y la mente humana se basa en el hecho
de que la racionalidad de Dios, su sabiduría, se refleja en la creación. Como es justo, es
lógico. Ser lógico es su deseo y placer natural. Tampoco crea las leyes de la lógica, como si
fueran algo que pudiera cambiar a voluntad. Más bien, son atributos necesarios, cualidades
inalienables, de todo su pensar y actuar.
Como dice Iván en Los hermanos Karamazov de Dostoievski, si Dios no existe, "todo
está permitido". Esta es una forma de decir que las nociones del bien y del mal pierden fuerza
cuando la gente deja de reconocer a Dios. Nuestro clima cultural actual ha confirmado
especialmente la veracidad de la afirmación de Dostoyevsky: nos hemos vuelto notablemente
más seculares en los últimos treinta años, prohibiendo a Dios en la educación pública y el
mercado de ideas, y el tono moral de nuestra cultura ha declinado. ¿Se trata de una mera
coincidencia histórica o existe una relación profunda entre la ética y la fe en Dios? TAG
sostiene que esta relación es mucho más fuerte que una correlación pasajera entre el
comportamiento ético y la creencia teísta. El comportamiento y las normas éticas no solo
exigen la creencia en Dios, sino que presuponen su existencia.
Cuando digo que la ética exige, y de hecho requiere, a Dios, no quiero decir que los
ateos y agnósticos nunca reconozcan las normas morales. Incluso la Biblia reconoce que sí
(Rom. 1:32). De hecho, algunos dicen que creen en principios absolutos, aunque eso, por
supuesto, es raro. Sostengo, más bien, que un ateo o un agnóstico no es capaz de dar una
razón adecuada para creer en principios morales absolutos. Y cuando la gente acepta los
principios morales sin una buena razón, se aferran a ellos de manera algo más laxa que otros
que los aceptan de una manera más clara. base racional. Tampoco deseo sugerir que las
personas que creen en Dios sean moralmente perfectas. Las Escrituras nos dicen que esto no
es así (1 Juan 1: 8-10). Los demonios son monoteístas (Santiago 2:19), pero creer en el único
Dios no mejora su moral. Se necesita algo más para llegar a ser bueno, y eso, según la Biblia,
es un corazón nuevo, dado por la gracia de Dios en Jesucristo (2 Cor. 5:17; Ef. 2: 8-10).
Muchos creen que las “leyes naturales” en este sentido son absolutas y operan sin
excepción. Sin embargo, las Escrituras no nos aseguran que estas leyes siempre se
mantengan. Pero la ciencia no presupone una uniformidad absoluta de la naturaleza; de
hecho, la ciencia moderna permite áreas aleatorias en el universo. Hay excepciones a esta
uniformidad, porque Dios es, después de todo, una persona y, como las personas humanas,
trabaja de acuerdo con sus intenciones personales, no de acuerdo con patrones rígidos. Dios
es libre de trabajar a través o fuera de estas leyes naturales. A estos sucesos inusuales
normalmente los llamamos milagros. Los milagros no son necesariamente violaciones o
excepciones a la ley natural; a veces incluso tienen explicaciones naturales. (Véase, por
ejemplo, Éxodo 14:21, donde Dios secó una porción del Mar Rojo enviando "un fuerte viento
del este".) 128 No hay consenso científico de que las explicaciones científicas nunca deben
presuponer a Dios. Por supuesto, la providencia divina no es en sí misma una explicación
científica.129 Pero no existe una regla científica en el sentido de que las explicaciones
científicas adecuadas no puedan, a su vez, presuponer la providencia divina.
¿Esta admisión socava la ciencia? Tales irregularidades significan que los científicos
deben ser lo suficientemente humildes como para reclamar algo menos que la universalidad
absoluta para sus formulaciones de leyes naturales. Pero creo que ese no debería ser un precio
demasiado alto para ellos, ya que la alternativa no es una base para la ciencia en absoluto.130
Preguntas
Estoy de acuerdo con Van Til en que el argumento teísta debería tener un objetivo
trascendental. Para resumir el TAG de Van Til:
3. Demuestre que cualquier sistema que rechace al Dios bíblico pierde inteligibilidad
porque está atrapado en la dialéctica del racionalismo y el irracionalismo.
1. Primero, dudo que TAG pueda funcionar sin la ayuda de argumentos subsidiarios
de tipo más tradicional. Aunque estoy de acuerdo con la premisa de Van Til de que sin Dios
no hay significado, debo admitir que no todos estarían de acuerdo inmediatamente con esa
premisa. . ¿Cómo, entonces, probar esa premisa? Si digo, "La existencia de leyes físicas
presupone un Dios personal", esa afirmación no puede ser el final del argumento. El incrédulo
tiene derecho a preguntar: "¿Por qué piensas eso?" Así que el mismo Bahnsen, en el debate
de Stein, compara una visión teísta de la ley física (y la lógica y la moralidad) con tantas
teorías no cristianas para las que tiene tiempo, y sostiene que la visión cristiana es
convincente y las otras no. Pero ese es simplemente un argumento apologético tradicional de
la causalidad, similar a los dos primeros "caminos" de Tomás de Aquino: la ley física existe,
por lo tanto Dios existe. ¿Es que el carácter cargado de significado de la creación requiere
una especie de diseñador? Pero ese es el argumento teleológico tradicional. ¿Es que la
estructura de significado de la realidad requiere una causa eficiente? Ese es el argumento
cosmológico tradicional. ¿Es que el significado conlleva valores, que a su vez implican un
valuador? Ese es un argumento de valores tradicionales. Me parece que si Aquino argumentó
correctamente al mostrar que Dios es la primera causa de todo, entonces Dios es la condición
trascendental de todo: de significado, pensamiento coherente y predicación, así como
movimiento, causalidad y contingencia. En ese entendimiento, el argumento de Aquino,
como el de Van Til, es trascendental y presuposicional. Si eso es cierto, entonces el
argumento de Van Til podría no ser tan original como él pensaba. Ciertamente rechazo la
visión de Aquino del conocimiento natural autónomo. Pero su argumento cosmológico es
legítimo como parte de un TAG legítimo.
En mi discusión en curso con Don Collett sobre este tema, por ejemplo, he estado
dispuesto a usar esta definición de presuposición al describir la posición de Van Til, en lugar
de describir su argumento como una mera implicación, un modus ponens. Pero todavía me
pregunto si Collett no está exagerando la diferencia entre presuposición (el sentido de
Strawson) e implicación. ¿No es más así, que la presuposición de Strawson abarca dos
implicaciones? A presupone B = si A, entonces B, y si no-A, entonces B. "Si A, entonces B"
es una implicación tradicional. "Si no-A, entonces B" es otro. Entonces, ¿por qué no
deberíamos considerar "A presupone B" como una forma abreviada de hablar de dos
implicaciones tradicionales al mismo tiempo?
Collett diría que he perdido el punto aquí. Lo que es único acerca de los argumentos
presuposicionales en el modo Strawson / van Fraassen es que puede hacer esto:
• No - A.
• Por lo tanto B.
• No hay causalidad.
Para ver esto desde otra perspectiva: el TAG de Van Til me parece que dice esto:
Pero este es un modus ponens tradicional. Para ponerlo en el modo de Collett, tendrías
que poder decir:
4. El lema de Van Til "El teísmo cristiano es una unidad" debe entenderse con tales
calificaciones. Estoy de acuerdo en que el lema es verdadero en el sentido de que uno no
puede comprometer una doctrina sin comprometer otras, y en el sentido de que aceptar una
doctrina proporciona una motivación lógica para aceptar otras. ¡Pero no creo que todo el
teísmo cristiano pueda establecerse con un solo argumento, a menos que ese argumento sea
muy complejo! No creo que un argumento deba ser criticado porque no prueba todos los
elementos del teísmo cristiano. Tal argumento podría ser parte de un sistema de apologética
que en su conjunto establece todo el organismo de la verdad cristiana.
6. Todo esto sugiere una razón más por la que ningún argumento probará toda la
doctrina bíblica de Dios. Para generalizar: cualquier argumento puede ser cuestionado por
alguien que no esté dispuesto a aceptar la conclusión. Tales preguntas pueden requerir más
argumentos para defender los argumentos originales, etc. Dado que ningún argumento está
garantizado para persuadir a todas las personas racionales, ningún argumento es inmune a
ese cuestionamiento adicional.
Por lo tanto, el TAG de Van Til (como cualquier otro argumento) no es suficiente,
por sí solo, para probar la existencia del Dios bíblico a satisfacción de todos. Las
consideraciones trascendentales tampoco excluyen los argumentos que pretenden probar solo
una parte de la doctrina bíblica de Dios.
Sin embargo, mucho de lo que dice Van Til sobre estos asuntos es bíblicamente
verdadero e importante. Probablemente no exista un "argumento trascendental" distintivo
que descarte todos los demás tipos de argumentos. Pero ciertamente el objetivo general de la
apologética es trascendental. Es decir, el Dios que buscamos probar es de hecho la fuente de
todo significado, la fuente de la posibilidad, de la actualidad y de la predicación. El Dios
bíblico es más que esto, pero ciertamente no menos. Y ciertamente no debemos decirle nada
a un investigador que sugiera que podemos razonar, predicar, evaluar probabilidades, etc.,
aparte de Dios.
TAG y la Trinidad
Aún así, los “apóstoles de los intelectuales” modernos encontrarán muchas ocasiones
para enfatizar la dirección trascendental de la apologética. La autonomía se ha asumido
rutinariamente en el pensamiento secular desde los días de la filosofía griega (y sus
contrapartes orientales) .150 Los intelectuales a menudo se enorgullecen de su autonomía (a
veces llamada neutralidad, objetividad imparcial, etc.), y ese orgullo debe ser rebajado. Un
intelectual a menudo estará de acuerdo en someterse a Cristo como Señor en todas las áreas
excepto en la mente. Sacrificium intellectus, "sacrificio del intelecto", es un concepto temido
entre los pensadores modernos. “Oh, sí, Jesús es el Señor; pero debemos creer en la
evolución, porque todos los mejores estudiosos lo hacen ". "Jesús es el Señor, pero los
mejores eruditos de la Biblia niegan la autoridad bíblica y la infalibilidad". En respuesta, es
importante para nosotros decirles a quienes preguntan que Jesús exige toda nuestra lealtad,
no parte (Deut. 6: 4ss .; Marcos 8: 34-38). Y eso incluye amarlo con la mente, lo que bien
puede implicar tener algunos puntos de vista impopulares sobre asuntos académicos (1 Tim.
6:20).
En el argumento teísta, el argumento indirecto sería así: “Dios no existe; por lo tanto,
la causalidad (o lo que sea, en última instancia todo) no tiene sentido ". Dado que no estamos
dispuestos a aceptar la conclusión, debemos negar la premisa y decir que Dios existe.
Ciertamente, los argumentos de esta forma a menudo son útiles.151 Pero tengo una pregunta
sobre ellos:
No debemos pasar por alto las declaraciones de modificación de Van Til. Van Til no
parece estar en contra de la apelación a los hechos per se, solo a los hechos o leyes "cuya
naturaleza e importancia ya han sido acordadas por ambas partes en el debate". Cuando un
cristiano apela a hechos o leyes, debe presentarlos como "realmente son". ¿Podría esto
implicar que Van Til pensó que era posible presentar una prueba directa que no asuma
autonomía, neutralidad o hecho bruto? No estoy completamente seguro de que Van Til
siempre haya sido coherente en este punto.
Por lo tanto, creo que la restricción de Van Til del apologista al uso exclusivo de
argumentos negativos no es razonable. Me atormenta una analogía (aunque sea una analogía
débil) de un niño que mete la mano en una bolsa de canicas, saca una y luego demuestra la
supremacía de su canica al criticar las otras canicas en la bolsa. Seguramente ella debe ofrecer
una argumentación positiva para el mármol que tiene en la mano. Incluso si uno admite que
las diversas manifestaciones del pensamiento no cristiano conocidas por el hombre no pueden
explicar la inteligibilidad de la experiencia, uno todavía puede preguntarse si el pensamiento
cristiano puede y, de ser así, , como puede. Por lo que sabemos, existe una tercera alternativa.
Por supuesto, los oponentes intentan demostrar que no existe una tercera alternativa.
O el Dios de la Biblia existe o no. O la Biblia es verdad o no lo es. Suponga la alternativa de
los incrédulos, y debe abrazar el racionalismo y el irracionalismo. Dado que ambos destruyen
el significado, el teísmo bíblico debe ser correcto. Me conmueve esta línea de argumentación.
Pero sigo pensando que es más complicado de lo que imaginan mostrar esto en todos los
casos. Y cuando se llega a los detalles, las alternativas se vuelven más diversas.156
¿Qué sucede ahora con la afirmación de Van Til de que existe un "argumento
absolutamente seguro" para el teísmo cristiano? Parece pensar que los argumentos
trascendentales, que son argumentos negativos, son absolutamente ciertos. Pero creo que he
arrojado algunas dudas sobre la claridad de estos conceptos y la legitimidad del intento de
Van Til de limitar la apologética a este tipo de argumentos.
Pero la palabra certeza se ha agregado no solo a las personas, sino también a las
pruebas. "Cierta" evidencia es evidencia que garantiza certeza de creencia. La evidencia
“probable” garantiza un nivel o grado de creencia menor que la certeza, pero posiblemente
de gran importancia. La Escritura habla de la certeza de la evidencia que Dios nos ha dado
de su verdad. La revelación general es tan simple y clara que obliga a creer y obedecer,
dejándonos sin excusa (Rom. 1: 19-20). Juan habla de los milagros de Jesús ("señales") como
una garantía de fe (Juan 20: 30ss.), Y Lucas habla de las "pruebas convincentes" (Hechos 1:
3 NVI) que Jesús presentó a los discípulos después de la resurrección. La evidencia del
teísmo cristiano, por lo tanto, es "absolutamente cierta". O, para decirlo en términos morales,
no hay excusa para la incredulidad. La evidencia obliga a creer.
Hemos visto que la certeza puede aplicarse tanto a los seres humanos como a las
pruebas. Pero Van Til también lo aplica al argumento. ¿Qué podría entenderse por
"argumento absolutamente cierto"? Quizás nos inclinamos a asimilar la frase a uno de los
otros dos usos: un cierto argumento es aquel que transmite cierta evidencia (certeza objetiva)
o crea necesariamente certeza en las personas que lo escuchan (certeza subjetiva). En cuanto
al segundo sentido: vimos antes que ningún argumento único garantiza la creación de certeza
en todos sus oyentes. Y si modificamos nuestro concepto para decir que el argumento
"debería" traer certeza, debemos recordar que las personas tienen la obligación de creer en
Dios, de hecho, en algún nivel creen en él, solo por la evidencia, aparte de cualquier
formulación argumentativa de la evidencia. Entonces, ningún argumento crea una obligación
de creer. En el sentido subjetivo, entonces, no hay ciertos argumentos.
¿Qué pasa con el sentido objetivo? Podemos pensar en argumentos que transmiten
evidencia en la forma en que pensamos en predicar transmitiendo la Palabra de Dios. Como
vimos en el capítulo 1, la apologética es una forma de predicación y, por supuesto, también
podemos equiparar la "evidencia" con la "Palabra de Dios", ya que la evidencia es nada
menos que la ("cierta") autorrevelación de Dios. Ahora, la Segunda Confesión Helvética dice
que "la predicación de la Palabra de Dios es la Palabra de Dios". Esta es una ecuación
peligrosa si lleva a los predicadores a presumir su propia infalibilidad. Pero, por supuesto, la
sentencia no fue tan intencionada. Más bien, el punto es que cuando un predicador expone la
Palabra de Dios verdaderamente, esa Palabra no pierde su autoridad al ser colocada en los
labios de un predicador. El contenido de las Escrituras siempre es fidedigno, ya sea escrito
en páginas, grabado en piedra, grabado en cinta magnética o disco de computadora,
ejemplificado en una vida (2 Cor. 3: 2-3), o hablado a través de la boca de un predicador. Lo
mismo puede decirse del apologista cuando presenta evidencia a través de sus argumentos.
En la medida en que su argumento comunica verdaderamente la evidencia que Dios ha
revelado en la naturaleza y las Escrituras, se puede decir que transmite la certeza de esa
evidencia. Pero en la medida en que el argumento oscurece, malinterpreta o distorsiona la
evidencia, en la medida en que falla (ya sea por pecado o por alguna mera insuficiencia) para
presentar esa evidencia tal como es, carece de autoridad y, por lo tanto, no puede presumir
de certeza absoluta.
Ahora bien, ¿hay lugar para argumentos que afirmen solo una probabilidad de ser
ciertos? Van Til pensó que si afirmamos algo menos que la certeza absoluta, estamos ``
admitiendo virtualmente que la revelación de Dios al hombre no es clara ''. 162 Sin embargo,
nuevamente, es importante para nosotros distinguir entre evidencia, argumento y certeza
subjetiva. El punto de Van Til es fuerte en el área de la evidencia. Como señalamos
anteriormente, la evidencia del teísmo cristiano es absolutamente convincente; no puede
describirse como simplemente probable. En cuanto a la certeza subjetiva, nuevamente
debemos notar que Dios ha provisto los medios para ello en las áreas más amplias y claras
de la verdad bíblica, pero a veces se nos escapa en esas u otras áreas. Nuestra falta de certeza,
entonces, a veces nos lleva, con toda honestidad, a decir "probablemente".
No creo que las Escrituras nos prohíban explorar áreas que no entendemos del todo;
todo lo contrario (Génesis 1: 28ss.). Tampoco creo que las Escrituras nos prohíban formular
ideas provisionales sobre cómo los fenómenos relativamente desconocidos se relacionan con
Dios. Hacerlo, y usar la palabra probablemente en este sentido, no significa que la evidencia
revelada de Dios sea meramente probable; es más bien decir que una parte de la evidencia,
no bien entendida por un apologista en particular, le brinda un argumento que es, en el mejor
de los casos, posible o probable. El mismo Van Til reconoce algo como esta distinción: “No
debemos atenuar la validez de este argumento al nivel de probabilidad. El argumento puede
estar mal expresado y puede que nunca se exprese adecuadamente. Pero en sí mismo, el
argumento es absolutamente sólido ".
Pero entonces es ilegítimo para él exigir que todos los argumentos apologéticos reales
(en oposición a los ideales) reclamen certeza para sus conclusiones. Más bien, un apologista,
reconociendo que no está presentando toda la fuerza evidencial de la revelación divina, debe
ser honesto y admitir que su argumento transmite algo menos que una certeza absoluta. Otra
forma de admitirlo es afirmar que el argumento es "probable". Preferiría decir que la
evidencia es absolutamente sólida y que el argumento transmite esa evidencia con más o
menos adecuación. En la medida en que el argumento transmite la evidencia verdaderamente,
también transmite la certeza absoluta inherente a la evidencia.
Un bosquejo estratégico
Para resumir las cosas en esta etapa de nuestra discusión, aunque no estoy de acuerdo
con la insistencia de Van Til de que solo los argumentos negativos (reductios) son legítimos,
la reductio es un excelente tipo de argumento en su apertura y adaptabilidad. Con un
empirista, el empirismo se reduce al absurdo. Con un posmodernista, se reduce el
posmodernismo al absurdo, etc., etc. Y con una reductio, es más fácil plantear cuestiones
presuposicionales.
Pero si tuviera que sugerir un enfoque paso a paso, con gente universitaria algo típica
en mente, sería algo como esto:
3. Por lo tanto, si desea llevar a cabo un discurso racional, debe presuponer que el
universo es, en última instancia, personal.
4. Solo la Biblia y los puntos de vista derivados de la Biblia contienen un relato del
mundo consistentemente personalista.
6. Ore para que el Espíritu de Dios abra los ojos ciegos a esa verdad.
Ciertamente, sin embargo, no he eliminado todas las diferencias entre Van Til y sus
críticos. El tema de la neutralidad (discutido en el capítulo 1) sigue siendo una gran barrera
entre las dos escuelas de pensamiento, y en ese asunto Van Til definitivamente tiene razón.
El argumento apologético legítimo presupone la verdad de las Escrituras y renuncia a la idea
de la independencia o autonomía intelectual humana. Su objetivo, como dice Van Til, no es
enseñar algún tipo de teísmo desnudo, sino confirmar todas las riquezas de la doctrina bíblica,
incluida la enseñanza de que Dios es la fuente de toda predicación significativa.
También hay un punto residual de Van Tillian que debe hacerse con respecto a la
prueba. Van Til dice: “Si, por lo tanto, él [el cristiano] apela al incrédulo sobre la base de que
la naturaleza misma revela a Dios, debe hacerlo de tal manera que al final parezca que está
interpretando la naturaleza en el luz de la Escritura. ”
Hemos visto que Van Til se equivoca al rechazar los argumentos directos sobre la
base de que presuponen una comprensión autónoma de las premisas. Un argumento directo
puede, tan fácilmente como uno indirecto, surgir de la convicción de que nada es inteligible
excepto a través de Dios. En la cita anterior, Van Til casi parece reconocer esa posibilidad.
Sin embargo, agrega una advertencia, y una importante. Siempre existe el peligro de
comunicar al incrédulo —a través del lenguaje corporal, un tono de voz arrogante u
omisiones de puntos importantes— que uno ha adoptado una postura autónoma. En la cita
anterior, Van Til nos insta a encontrar alguna manera, ya sea en el argumento mismo o en el
comportamiento / lenguaje que acompaña al argumento, para comunicar que nuestra postura
no es neutral.
A Van Til le gustaría más que comuniquemos esa idea utilizando argumentos
indirectos en lugar de directos.169 Hemos visto que este es un requisito ilegítimo. Pero hay
otras formas de comunicar nuestro "sesgo" cristiano. Toda nuestra actitud como apologistas,
nuestra piedad personal, nuestra manera de hablar, todo esto puede mostrar al incrédulo que
estamos comprometidos con el Dios de las Escrituras y no con el avance de nuestro propio
estado intelectual o con la “búsqueda de la verdad” en lo abstracto o la victoria en una batalla
de ingenio. Todo esto es parte del proceso de comunicación y afecta el contenido de lo que
realmente comunicamos. No fue fácil para Van Til hablar de tales sutilezas, pero estas cosas,
no algunas restricciones rígidas en la forma de disculpa, representan la forma en que Dios
trata con lo que es esencialmente un problema espiritual. Podemos comparar mi enfoque con
el de Van Til usando el cuadro de la página siguiente.