You are on page 1of 33
| Investigaciones empiricas sobre las destrezas mentalistas ! Algunas observaciones sobre altruismo, maquiavelismo y la naturaleza humana Desde hace pocos afios, los psicélogos evolutivos han co- menzado a inves igar el desarrollo de un conjunto de capack dades basicas para las relaciones interpersonales, y que se cuentan entre las mas fascinantes y significativas del desarrollo humano. Aunque el estudio cientifico y sistematico de tales destrezas sea reciente, no lo es el interés por ellas entre aque- los autores que, desde la antigtiedad, han querido definir eso que se ha dado en lamar “la naturaleza humana”, Muchos de ellos insisten en el cardcter bifronte o mixto de tal naturalez: el hombre es, si, un ser social. Es capaz de comunicarse con sus congéneres mediante complejos sistemas simbélicos. Puede compartir bienes tangibles o intangibles con los demas, y coo- perar con ellos. Transmite a los compafieros de interaccién sus 1 Este libro, asi como las investgaciones de los autores resefiadas en 4) se han realizado con el apoyo de la Direccién General de Investigacion Gientifica y Técnica (DGICYT), y forma parte del proyecto de investigacién 'PB89-0162, financiado por el Ministerio de Educaci6n y Ciencias, y ditigido por el primer autor. 7 La mirada mental 18 experiencias y estados internos, mediante recursos muy pode- rosos de expresion y comunicacién. (CHa aSTERpEnETES En ocasiones, algu- nos miembros de la especie, en virtud de sus valores sociales y convicciones culturales, Hegan a realizar acciones altruistas que implican importantes sacrificios personales 0 hasta de la propia vida, in embargo, esté la otra cara de la moneda @IHOHBR® ‘malévolo, ST aaa en ocasiones de engahar a sus congéneres y a ‘otros animales de forma elaborada y peligrosa. El hombre ¢s, como decia el viejo Arist6teles, un animal politico, pero lo es en el mejor y también en el peor sentido del término, Con fre- cuencia, es un politico tan sagaz como engatioso. Los ejemplos de ello no deben buscarse s6lo en la gran politica de los hom- bres (Ia de los Estados, ete.) ;Claro que la gran politica esta Ile- na de ejemplos de astucia, mentira y engafiol... pero hay otros mucho més cercanos. Si el lector tiene alguna experiencia (y seguro que la tiene) de lo que es una empresa, un grupo esco- lar 0 un departamento universitario, comprendera hasta qué punto est determinada la vida humana por las “pequefias po- liticas” de los hombres: por las complejas coaliciones entre cellos, las habilidades de anticiparse a las conductas de los otros, las matizadas interpretaciones de las intenciones mu- tuas, las creencias sobre los pensamientos y los descos de los dems, pero también por los engaiios y las mentiras. Todo ello, forma parte de la naturaleza humana. Si, en las pequefias y grandes politicas de los hombres, aquellos que son mas capaces de entender lo humano, los que son, por asi decirlo, “psicélogos naturales” mas diestros, suelen ser los que dicen Ia iltima palabra. No es extraiio, por eso, que uno de los tratados clasicos de la Ciencia Politica, El Principe de Nicolis de Maquiavelo, sea también una especie de manual prescriptivo del uso eficaz, y no siempre muy escrupuloso, de Jo que hemos denominado “psicologia natural”. “Cuan loable ¢s en un principe —dice, por ejemplo, Maquiavelo— mante- ner la palabra dada y comportarse con integridad y no con as- tucia, todo el mundo Io sabe. Sin embargo, la experiencia muestra en nuestro tiempo que quienes han hecho grandes cosas han sido los principes que han tenido pocos miramien- tos hacia sus propias promesas y que han sabido burlar con tucia el ingenio de los hombres... es necesario a un principe sa- ber utilizar correctamente la bestia y el hombre... jamés faltax ron aun principe razones legitimas con las que disfrazar la vio- lacién de sus promesas. Se podria dar de esto infinitos ejem- plos modernos y mostrar cudntas paces, cudntas promesas han permanecido sin ratificar y estériles por la infidelidad de los principes; y quien ha sabido hacer mejor la zorra ha salido me- jor librado. Pero es necesario colorear bien esta naturaleza y saber ser un gran simulador y disimulador: y los hombres son tan simples y se someten hasta tal punto a las necesidades pre- sentes, que el que engafia encontrara siempre quien se deje engahar.” (pp. 90-91). Giertamente, ¢s muy probable que, a lo largo de la evolu- cin humana, los que “sabfan hacer thejor la zorra’, aquellos que “sabjan ser grandes simuladores y disimuladores”, fueran frecuentemente los que salian mejor librados. Precisamente por €50, lo que parece mas discutible de la observacién de Maqui velo ¢s la afirmacién de la “simplicidad” de los hombres, No, los hombres no son tan simples. Entre los investigadores de la filo- génesis humana se impone, en los iltimos afios, la idea de que En otros primates aparecen también indicios claros que demuestran una considerable inteligencia social no siempre 19 benévola. Por ejemplo, en un libro fascinante titulado La pol tica de los chimpancés, Frans de Waal (1982) describe las sutiles estrategias que estos antropoides pueden emplear para dispu- tar o mantener el poder. El libro se dedica a las intrigas, enga- y traiciones que se wtilizan en la politica de fa co- lonia chimpancé del zool6gico de Burgers en Arnhem (Holan- da). Una buena ilustracién es la de cémo el macho dominan- te de la colonia, Nikkie, empleo eficazmente una tictica muy astuta para someter a los dos machos que podian poner en pe- ligro su poder en el grupo, Yeroen y Luit. “Su tactica con res- ecto a los otros dos machos era divide y venceris; con lo cual consegufa inmovitizarlos y obligarlos a depender de él. En el caso de que aumentara la tensi uso surgiera algtin con- Alicto entre ellos, Ni a, a no ser que uno de los dos machos hubiera conseguido hacerse con el control de la si- tuacién. Ademés, las ostentaciones de fuerza de su gran rival, Luit, resultaban hasta cierto punto una ventaja para Nikkie, ya que obligaban a Yeroen a buscar proteccién. Algunas veces, pa- recfa como si Nikkie quisiera resaltar esa dependencia, alejan- dose en el momento preciso en que Yeroen se acercaba a él pa- ra buscar refugio, dejindole asi como una tinica opcién, se- guirle... Nikkie buscaba el equilibrio entre los dos machos" (pp. 213-214). Como vemos, también los “principes” de otros primates emplean estrategias elaboradas y maquiavélicas. Es- trategias que, en ciertas ocasiones, parecen implicar alguna ‘intuicién primitiva del mundo mental” de sus congéneres. Sucede que el hombre es tan astuto, y quizés en parte los | nO je no intervei antropoides superiores lo scan, porque no sélo “tienen una mente”, sino que saben que la tienen y que sus congéneres la soseen también, Podemos decir qu | Ga, gracias a eso es también un animal politico. ¢¥ ! como el de “creencia”, “deseo”, “pensamiento”, “percepcién”, “recuerdo”, eteétera los capitulos de los libros de psicologia cien- tifica se inauguran frecuentemente con términos como és0s, que la ciencia ha tomado prestados de la “psicologia natural” cotidiana; del arsenal de conceptos de que nos valemos, los hombres de todos los tiempos y de todas las culturas, para en- tender la conducta humana, Son categorias que constituyen, por asi decirlo, la notacién basica con la que se escribe la me- lodia de la interioridad humana, Basta con abrir casi cualquier libro que se refiera a esa intertoridad humana —una novela, tina biografia, etc— para comprobarlo, Veamos, por ejemplo, Jo que leemos al abrir al azar Alexis o el tratado del inttil comba- te, una de las delicadas creaciones —en este 1» 10 que 9€ plantea es una experiencia homosexual en un mundo que las culpabiliza— de Marguerite Yourcenar: “Tuve que reflexionar. Naturalmente, sélo podia juzgarme segiin las ideas admitidas ami alrededor: me hubiera parecido mas abominable atin no horrorizarme de mi culpa que haberla cometido, por lo tanto me condené severamente. Lo que me asustaba, sobre todo, era el haber podido vivir asi y ser feliz durante varias semanas an- tes de darme cuenta de mi pecado. Trataba de recordar las cit- cunstancias de aquel acto: no lo conseguia” (pp. 73-74). Apar- te de los términos mentales constantes, subrayados por noso- twos, hay toda una elaborada reflexi6n “psicolégica” en el bre- ve texto de Yourcenar, como también una reflexién moral, que no seria posible sin las propias categorias mentalistas. Recogiendo lo esencial de las ideas tratadas hasta aqui, podemos decir quélelihomibre posee tin sistema coneepUlal ED Se eae decir, de > ‘cooperati- va), como de pautas elaboradas de mentira y engaiio (de rela- La mirada mental 2 aproximaci6n al tema, que una Teoria de la Mente es —_— ciones competitivas). Es un sistema tal que atribuye mente a los congéneres y al propio sujeto que lo emplea, lems facilita realizar inferencias y predicciones sobre las conductas de los congéneres. El sistema se compone de cle- ‘mentos tales como las (atribuciones de) creencias, deseos, re- cuerdos, intenciones, etc, Permite usar estrategias sociales su- tiles gracias a que posibilita “ponerse en la piel del otro” 0, co- mo dicen los anglosajones, “calzarse sus zapatos”, El sistema da sentido a la actividad humana, que no se interpreta cotidiana- mente en funcién de patrones fisiolégicos, o con un lenguaje puramente conductual, no en términos de supuestos estados mentales, tales como las creencias y deseos. Con independen- cia del estatuto cientifico que puedan alcanzar esos elementos conceptuales (las creencias, los deseos, los pensamientos...), son los que se usan “de forma natural” en la interpretacién de las (inter)acciones humanas. Nos proponemos en este libro describir algunos de los avances de Ia psicologia evolutiva contempordnea en el inten- to de definir la naturaleza y el desarrollo de ese subsistema cognitivo que sirve de soporte a las interacciones humanas, En las investigaciones evolutivas y comparadas, ese dispositivo cog- nitivo al que nos referimos ha recibido un nombre extraiio y equivoco: Diremos asi, como primera y que cumple, en el hombre, tata, como el lector comprenders ficilmente, del fundamen- to cognitivo tanto de las destrezas maquiavélicas del hombre como de sus habilidades de cooperacién comunicativa mas es- ecificas y complejas. Fs, por consiguiente, de gran importan- cia su estudio para una mejor comprensién de esa naturaleza bifronte que el hombre tiene. El de servir de introduccién al estudio evolutivo de la Teoria de la Mente. ropésito de este libro es el La Teoria de la Mente en antropoides y Jas hazafias de Sarah eCémo nacid ese concepto extraiio, y potencialmente tan importante, de “Teorfa de la Mente”? Para explicar su ori- gen, debemos referirnos a algunas hazaiias de una chimpancé a la que puede considerarse, sin exageraci6n, una de las “pri- ma donnas” de su especie, al menos en términos de su contri- buci6n a la investigacién en Psicologia (jcomo sujeto natural- mente... no como investigadora!). La chimpancé, Sarah, es ampliamente conocida en el mundo psicolégico, porque fue objeto de un inteligente y sistematico programa de ensefianza de un sistema de signos (en este caso, los signos eran fichas de plastico), desarrollado por{iJaMia PRERAERY sus colaboradores. Debemos decir que tanto en ese programa como en una inge- niiosa serie de investigaciones experimentales, Sarah ha dado muestras de poseer una notable inteligencia. En una de esas investigaciones, David Premack y Guy Woodruff (1978) planteaban a Sarah una curiosa tarea, Prime- ro, la chimpancé veia, en video, algunas escenas en que habia un hombre que se encontraba en una situacién problemitica. Por ejemplo, el hombre trataba de salir de una jaula, pero no podia. ©, en otro caso, intentaba atrapar un racimo de bana- nas que colgaba del techo de una jaula, en que ademas habia una caja, etc. Después de cada escena, se mostraban a Sarah cuatro Fotografias, y tenia que elegir de entre ellas aquélla que contenfa Ia solucin correcta al problema (Ia lave en el pri- mer ¢aso, la caja en el segundo). Sarah demostré que era ca: 28 4 paz de seleccionar la fotografia adecuada para cada una de las cuatro escenas. A primera vista, podriamos quedarnos simplemente ma- ravillados por la gran capacidad de Sarah de solucionar pro- blemas no habituales en su repertorio... pero hay algo mas. Una parte importante del mérito de Premack y Woodruff con- sistid en darse cuenta de ese “algo”: para ellos lo importante no era sélo que Sarah “resolviera los problemas”, sino el hecho de que se daba cuenta de que el personaje tenia un problema, le atribuia la intencién o el deseo de solucionarlo, predecia lo que tenia que hacer para resolverlo. Ahora bien, darse cuenta de que alguien tiene un problema y “desea” solucionario im- plica una capacidad muy sutil y compleja: la de atribuir men- te, ey trata de estados que (a) no son di- rectamente observables (implican inferencias), y (b) sirven pa- ra predecir la conducta de aquellos organismos a los que se atribuyen. Pueden compararse laxamente con los conceptos teéricos que wtilizamos los cientificos, y que poseen estas mis- ‘mas propiedades: no son resultado inmediato de la lectura de la realidad empirica (por eso son teéricos) y cumplen una fun- ci6n predictiva, en relacién con el funcionamiento de Ia Nat. raleza. En ese sentido, toda atribucién de mente es, en cierto modo, una actividad teérica. Ello con independencia de que sa actividad se haga explicita o se refleje en el lenguaje. ;Los antropoides superiores no “hablan” sobre la mente, ni descri- ben lingtiisticamente sus deseos, creencias e intenciones, pero quizas atribuyan implicitamente alguna clase de mente a sus congéneres 0 miembros de especies cercanas, jcomo el hom- bre en el caso de Sarah! Tampoco los nifios pequefios son conscientes de que atribuyen mente, y quiza lo hagan (luego hablaremos de ello). En Psicologia Evolutiva, y en las perspec- tivas cognitivas recientes, es muy importante diferenciar entre (GEAAIZOTFALENGNESESABEQo. Es probable que los chim- pancés atribuyan mente (aunque quizé no tan compleja como Ja que atribuimos a las personas), pero nada indica que sepan lo que hacen. Tampoco los niiios de dieciocho meses, que ya han desarrollado la nocién de “objeto permanente”, saben que la tienen. Se puede decir, quizd, que @CHimpaneeNieHe equ de forma parecida a como pudiera decirse que el nifio pose una teorfa tacita del objeto. Teoria de la mente y engaiio tactico Pero, zcabe attibuir realmente a los chimpancés la pose sin de una teoria de la mente? En el debate suscitado por el importante articulo de Premack y Woodrutf, el filésofo Daniel Dennet establecié dos criterios fundamentales para poder jus tificar la atribucién: (1) el organismo que posee una teoria de la mente tiene que ser capaz de “tener creencias sobre las creencias de los otros” distinguiéndolas de las propias; y (2) debe ser capaz de hacer o predecir algo en funcién de esas creencias atribuidas, y diferenciadas de las del propio sujeto. El mejor ejemplo de situacién en qué todo eso puede revelar- se ¢s el engaiio. En ciertas situaciones de engaiio, se pone de manifiesto e6mo un individuo “sabe” que otro tiene una repre- sentacién errénea de una situacién (cuando no es él mismo quien la induce), y se aprovecha de la situacién en beneficio propio, gracias a que predice correctamente la conducta del otro en funcién de la representacién errénea que éste posee, y que el individuo engarioso distingue de la propia. Vemos entonces cémo, desde la incorporaci6n por la Ps: cologia del concepto de “Teoria de la Mente”, el engaiio se convirti6 en el criterio principal y banco de prueba de st d sarrollo, De este modo, Ia pregunta que nos haciamos antes, La min 26 La mirada mental sobre si podemos atribuir realmente a los chimpancés una teo- ria de la mente, puede reformularse en términos de otra pre gunta mucho mas especifica y accesible a la indagacién empi- rica: gengafian los chimpancés de forma deliberada y que su- giera una estrategia mentalista? Los propios Woodruff y Premack (1979) hicieron frente a esta pregunta, en un experimento muy ingenioso, con cua- tro chimpancés, en los que creaban una situacién en la que és tos contaban con informacién sobre la localizacién de un i centivo (comida), al que sin embargo no tenfan acceso fisico. En unos casos, entraba en la sala donde estaban los chimpan- cés un “cooperador” —humano— y, en otros, un “compet dor", A diferencia del primero, que le acercaba la comida al chimpancé, el segundo se quedaba con ella. De este modo, la conducta funcional de los chimpancés implicaba una discrimi- nacién entre sittaciones en las que resultaba adaptativo “infor- mar correctamente” y aquellas otras en las que lo adaptativo era “ocultar informacién” 0 incluso “engaiar”. Woodruff y Pre- mack (1979) demostraron que, en estas condiciones, dos de los, chimpancés desarrollaron cierta capacidad de “ocultar infor- macién” al experimentador competitivo, Otros dos legaron més alla: cuando aparecfa éste, le proporcionaban sefiales fal- sas, dirigiéndole a un lugar equivocado, donde no estaba la co- mida. De este modo, Woodruff y Premack demostraron experi- mentalmente que los chimpancés usan una capacidad de enga- fio que parece implicar el uso de estrategias mentalistas Las capacidades de engaho en chimpancés no sélo sc han demostrado exp: jentalmente, sino también en estu- dios naturalistas de observacién de grupos chimpancés en sus condiciones naturales de vida. Probablemente el mas conoc do de estos estudios es el realizado por Jane Goodall, divulg: do en un libro dramatico y apasionante sobre la vida de ut grupo chimpancé, Fn la senda det hombre (1986). De los muchos, ejemplos de engaiio intencionado, entresacamos uno que es una de las “perlas” de un chimpancé especialmente maquiavé- lico: Figan. “Por lo general —dice Goodall, cuando los chim- pancés han estado descansando, si uno de ellos se pone de pie y emprende la marcha, los demas le siguen inmediatamente (..) Un dia en que Figan, por acompafiar a un grupo numero- 80, no habia podido conseguir mas de un par de bananas, se le- vant6 siibitamente y comenz6 a caminar. Los otros le imitaron, Diez minutos después regresaba al campamento él solo y reco- gia, libre de competencia, su racién de bananas. Pensamos que se trataba de una coincidencia (..), pero, cuando repitié la ma- niobra una y otra vez, no tuvimos mas remedio que aceptar que lo hacia deliberadamente” (p. 84). Si, en los chimpancés estudiados por Woodruff y Pre- mack (1979), Goodall (1986) y De Wall (1982), entre otros in- vestigadores, aparecen capacidades de engaiio que parecen in- dicar una cierta competencia de “atribuir mente”. Sin embar- go, el engaho esta en cierto modo extendido por toda la natu- raleza. Un ejemplo impresionante es el de ciertas especies de hormigas que esclavizan a otras, y que se sirven de un procedi- miento aparentemente muy maquiavglico para capturarlas: al- ‘gunas de ellas penetran en el hormiguero de las esclavas po- tenciales y emiten feromonas de alarma (es decir, sustancias se- mioquimicas que “significan peligro”) propias de estas uiltimas. Ello provoca la salida de! hormiguero de las hormigas “alarma- das" y su consiguiente captura por las “astutas” hormigas escla- vistas. @Diremos entonces que las hormigas tienen también una “teoria de la mente”, 0 al menos alguna intuicién menta- lista? Desde luego, ésta es una idea que resulta extraita y dificil de aceptar. Las diferencias que existen entre los engaios de los chimpancés, como Figan, y los de las hormigas esclavistas son indicativas de las diferencias entre aquellas formas de engaiio 7 28 que pueden implicar alguna actividad mentalista y las que no. En los primeros se produce una pauta “inventiva’, adaptada de forma flexible a una situacién nueva, que parece poseer un componente conceptual. En los segundos, se segregan sustan- cias quimicas, cuya produccién y emision tiene que estar pre- vista necesariamente en el programa genético de la especie. Las formas de encubrimiento, “exageracién” hiperbolica y en- gafio que se observan en insectos tienen una naturaleza relati- vamente inflexible, predeterminada y no-intencionada, que las diferencian de los engaiios de los humanos y otros primates. Sucede que, en éstos, una parte de las funciones que se deri- van, en aquéllos, de los instintos y patrones de accién fija, pa- san a depender de sistemas conceptuales, que en el hombre al- canzan, por lo que sabemos, un grado maximo de complejidad yelaboracién. Un etélogo, R. Mitchell (1986), ha diferenciado varios (G@REASEABAN on la naturaleza. En el mas elemental, se ha- an cambios morfolégicos, completamente preprogramados € (G@MAFRIEY como Los que se producen en algunas plantas (to- ‘mando, por ejemplo, la apariencia de abejas o avispas) “enga- jfiando” a algunos insectos. Hay un nivel superior, de engaiios programados también, pero que exigen coordinaciones de percepciones y acciones. Un ejemplo es el de la simulaci6n de una Iesién por un péjaro perseguido por un predador. En wn nivel mas alto atin, estén las formas de engafio que pueden modificarse por aprendizaje, a pesar de estar preprogramadas. Por ejemplo, algunas aves emplean “cantos aprendidos” para disuadir a otras de que ocupen un habitat ya ocupado por cllas, Finalmente estan, en el cuarto y titimo nivel, las formas de engaiio que implican una elaboracién cognitiva mas com- pleja y flexible, alguna forma de conciencia. Whiten y Byrne (1988) hablan, para ese iltimo caso, de RETOTEEHERS “con el adjetivo tictico se hace referencia 3 MGApHEGAG AE HTOOED "car flexiblemente una parte del repertorio de comportamien- 29 (1988, p. 23) ‘Solo las formas de enganio tactico, que se acompaiian de notas de conciencia, propositividad, intencionalidad y flexibi- lad, permiten atribuir una Teorfa de la Mente. Las ventajas de poseer Ginlsisteiia COnCEpLial al SEHCIONMENENBAND (y de a cooperacién) son semejantes a las de los otros sistemas con- ceptuales que se ponen en juego para comprender y manejar tanto en relacién con otras especies (Ia “amenaza ecolégica” que representa el hombre se deriva, en parte, de su doble ca- pacidad de engafio inventivo y transformaci6n tecnol6gica del mundo), como con Ia propia especie (ya que los organismos con mayor capacidad mentalista tienen indudables ventajas re- productivas en comparacién con los menos “listos”). Por otra parte, y en tanto que el “sistema conceptual al servicio det en- gaiio” lo es también de Ia cooperacién, ello representa una nueva ventaja adaptativa para aquellog que tienen mas desarro- el nombre de “Teo- lado ese subsistema cognitivo que re ria de la Mente”. @Hasta qué punto implican los engaiios observados en chimpancés la posesién de una auténtica “teorfa de la mente"? Esta cuestién ha dado lugar a respuestas encontradas en los itl timos afios. En su sentido més pleno y completo, una Teoria de Ta Mente es un sistema conceptual que incluye la nocién —al menes implcte- de QED: sec a idea de que en ss eariarente oe nn mien aeien eats Tas Te representacin capaces de ser verdaderas falss, Esa nocin, ee RAED onsen tos pitares de la Algunos investigadores han sefialado que 30 La mirada mental quiz las habilidades mentalistas de los chimpancés no leguen ‘a tanto como para presuponer que poseen el concepto tacito de creencia. Muchas de las conductas que se observan en ellos podrian quizas explicarse como pautas de manipulacién de ‘comportamientos 0 de estados atencionales y perceptivos, y no propiamente como acciones disefiadas para manipular creen- cias. Ademés, en el experimento de Woodruff y Premack los chimpancés solo engafaban después de un largo entrena- miento de meses, en el que quiz fhos, que podrian haber dado lugar, por ejemplo, aun apren- dizaje de conductas por asociacién empirica, mas que al uso de una verdadera “Teoria de la Mente”, Por todo ello, algunos investigadores pioneros en el estudio de la Teoria de la Mente en chimpancés han terminado en posiciones escépticas, y se han dirigido al nifio normal para estudiar el desarrollo de ¢s- ta capacidad (Premack, 1991). En el estado actual de conocimientos, resulta dificil de- terminar si las aprensiones sobre las verdaderas capacidades mentalistas de los chimpancés son una muestra mas de la pro- verbial resistencia del hombre a admitir en otros animales sus intervinieran factores extra- mas altas capacidades, o bien se justifican de forma rigurosa en funci6n de los datos empfricos. Un dato importante es que los chimpancés no emplean formas de comunicacién que prest- pongan Ia nocién de que los otros son seres con una mente, capaces de tener experiencias y no s6lo de ser agentes de con- ducta, En el hombre, estas formas de comunicacién (que cons- tituyen elaboraciones de la Hamada “funcién declarativa”) son dominantes. Hay un buen ejemplo de ello, que el lector de es te capitulo tiene ante sus ojos: el mismo capitulo no se habria escrito nunca si no fuera porque hay unos seres (los autores) que creen que pueden transmitir a otros (los lectores) conoci- mientos, modificando sus representaciones mentales, sus creencias. Esas formas de comunica n presuponen Ia atribu- cién de una mente compleja y se reflejan siempre que hace- mos cosas tales como argumentar, narrar © comentar expe- riencias. Son pautas comunicativas que no se observan natural- mente en otros primates. Resulta dificil comprender que se produzca jc una Teoria de la Mente compleja en esos primates, cuando no Ia usan con | El experimento de la “falsa creencia” y la teoria de la mente en el nifio El estudio de la teoria de Ia mente en el hombre es mu- cho ms facil que en el chimpancé. La raz6n de ello es que el Las habilidades lingiisticas de los nifios abren una ventana muy directa para conocer cudndo y hasta qué punto poseen el sistema conceptual de intenciones, creencias y deseos al que denominamos “Teoria de la Mente”. Pero las ventajas del len- guaje quiza scan engafiosas, porque pueden Hevar a minusva- lorar las capacidades mentalistas de los nifios muy pequefios y de organismos que no poseen lenguije, Uno de los ideales, ain no bien logrados, de muchos investigadores en este cam- po es disefiar tareas no-lingiifsticas pero que, al mismo tiempo, proporcionen criterios inequivocos de la posesién o et desa- rrollo de la teoria de la mente. El disefio de tareas que impli- can lenguaje es mas sencillo: en 1983, Heinz Wimmer y Joseph Perner, dos psicélogos evolutivos, idearon una ingeniosa tarea que, sirvigndose del lengu to de desarrollo de la Toria de la Mente. Se trata de la tarea 0 cl (Gabadigiia dea ARAIESEBER”, y consiste en una historia sencilla, que se va contando al nilio, al tiempo que se represen- ta mediante muiiecas y maquetas. permitia determinar el momen- 31 1a mirada mental La historia es la siguiente (figura 1): dos personajes, la- ‘mémosles Pedro y Juan, estan en una habitacin. Uno de ellos, Pedro, posee un objeto atractivo (por ejemplo, una bolita), que el otro no tiene. Pedro guarda el objeto en un lugar 0 lo esconde en un recipiente, y a continuacién se marcha de la ha- bitacién, En su ausencia, Juan cambia el objeto de lugar. Aho- ra llega el momento culminante: Pedro va a volver a la habita- ibn, y se hace al nifio la pregunta critica: *“zDénde va a buscar Pedro la bolita?” Parece que, para poder responder correcta- mente, el nifio tiene que darse cuenta de que Pedro posee una creencia falsa con respecto a la situacién, distinguiéndola de su propia creencia (verdadera) acerca de la localizaci6n real del objeto. Es decir, el nifio tiene que representarse mental- mente no sélo un estado de hechos, sino también Ta capacidad en Pedro de representarse, a su ver, la situacién en funci6n de ‘su acceso informativo a ella. A esa capacidad deGtpReseneaD + flo verdadera- ai onside eomo el SPU DSH El influyente tedrico cognitivo Zenon Pylyshyn (1978) Hamé originalmente “metarrepresen- tacin” a esa competencia. Sin embargo, y como después co- mentaremos, el concepto de “metarrepresentacién” ha tom do también otros significados en la inves ria de la Mente. Como vemos, asi como el engaiio sirvié de criterio para atribuir una teoria de la mente a los chimpancés, en los estu- dios con nities, el criterio principal (aunque no ‘inico) ha si- «a eapacdd pra detect cand alguien es eng o> jetivamente por una situacion, con independencia de Ta inten- cién ono de igacién sobre Ia Teo- giiiar del personaje que provoca la falsa creen- cia. La discriminacién explicita de que alguien est engaiiado presupone, por una parte, See Figura | Lami y: por otra, alguna conciencia de lap de rovers de tener estados mentales de decir, representaciones mentales de las que puede TD | ED ingenioso “test” para determinar la presencia o no de una teo- Galo su uso ha sido muy frecuente ¢ in- fluyente en el estudio de esta capacidad. Cuando demuestran los nifios poser una “Teoria de la Mente” en la prueba de la falsa creencia? Los resultados expe- rimentales en este aspecto, desde la investigacién inicial de ‘Wimmer y Perner (1983), son enormemente consistentes y muy precisos: hay un momento temporal del desarrollo, en torno a los cuatro afios y medio, en que los nifios se muestran capaces de predecir bien la accién “equivocada” del personaje objetivamente engafado en la tarea de Ia falsa creencia. Los nifios de menos edad, aun cuando comprendan bien y recuer~ den adecyadamente los elementos de la historia (dénde esta- ba el objeto “escondido” al principio, dénde esté ahora, etc.), tienden a cometer tn “error realista”: no toman en considera- cidn el estado de creencia del personaje, y suiclen predecir que buscard el objeto donde realmente es que no ha tenido acceso informacional al cambio de lugar de dicho objeto. Su prediccién de la conducta del personaje se basa en lo que ellos mismos “saben” sobre la situacién real, y no en Jo que el personaje conoce. Se puede decir que come- ten Mec oa meeiasoar or aor mismos resultados que en el experimento original (con muy ligeras variaciones) se han encontrado cuando se han cambiado algunos aspectos de la situaci6n de falsa creen- cia, Por ejemplo, en una de las modificaciones, se presenta al nif un recipiente con aspecto de contener algo (una caja de , sin tener en cuenta fésforos, en Hogrefe y otros, 1986; un tubo de “smarties”, en Perner y otros, 1987) y se le pide que diga qué cree que hay dentro del recipiente. Luego se le muestra que hay otra cosa diferente (un caramelo en la caja de fésforos, una lapicera en el tubo de smarties) y se welve a cerrar el recipiente. Por iti mo, se le anuncia al niiio que vendra un compaiiero suyo, al que se le preguntara por el contenido del recipiente. La tarea del nitio consiste en anticipar Io que responder el compaiie- ro, Naturalmente, la respuesta correcta implica anticipar que el compaiiero tendré la falsa creencia de que el recipiente guardara el contenido “normal” (el que el propio nifto le atri- bufa en un primer momento) y no el que realmente tiene. Ex ta respuesta es ta que da el 71% de los nifios de 4 aiios, y el 86% de los de 5, frente a slo un 21% —por debajo del azar— de los de 3 aiios (Hogrefe y otros, 1986). En el caso de esta ta- rea, se produce un proceso interesante, que consiste en que el propio nie puede accedera si estado mental nil para pre (@ERELE OLA peFSOAD Esta es, ademas, una persona “de ver- dad” (un comparero), y no un muiieco, Estos cambios en el procedimiento dan lugar a una ligera facilitacién de la res- puesta, pero mantienen sustancialmgnte, las conclusiones ya obtenidas con el procedimiento clasic Gum tanto desarrollan ya una Teoria de la Mente refina- incluye la nocién de ereencia. El procedimiento del “recipiente engafioso”, al que aca- bamos de referimnos, permite estud si existe © no un desfa: se entre las atribucio 's mentalistas que Ios nifios hacen con respecto a si mismos y las que hacen en relacién con otros. nl mAs capaces los nitios de ibuirse a sf mismos estados de “falsa creencia” o, por el contrario, se Ios asignan antes a los, 2 En su experimento con el tubo de smarties", Perner, 36 Leckam y Wimmer (1987) preguntaban a los nitios tanto por que tendrian sus comparieros al ver ef tubo (sin 10s habfan las creenci conocer su contenido), como por las que ellos mis tenido en un primer momento (antes de conocerlo). Observa- ron que el 72% de los nifios de 3 aitos respondia correctamen- te a esta pregunta, mientras s6lo el 45% auibuia correctamen- te una falsa creencia al compaiiero. Sin embargo, estas dife- rencias entre la autoatribucién de falsas creencias y su atribue ci6n a otros no se han confirmado en investigaciones posterio- res. En algunos experimentos, la direcci6n de la diferencia es incluso la contraria: los nifios reconocian peor sus propias creencias falsas (y realmente experimentadas) que las de otros (Gopnik y Astingtonj 1988). En ta mayorfa (Wimmer y Hard, 1991; Sullivan y Winner, 1991), no aparecen diferenciadas en- tve las autoatribuciones y las asignaciones de falsas creencias a otros. Parece, por tanto, que el nifio desarrolla un sistema con- ceptual e inferencial (Ia teoria de la mente) que sirve a la vez tanto para predecir y explicar la conducta ajena como para dar cuenta de Ia propia (véase, sin embargo, Niiiiez, 1993) “Muchos investigadores piensan que hay unalfaS@)eHuem (CAETFOUD) entre 10s tres afios y medio y los cuatro y medio, eS IGG overtone de hacerlas accesibles a nifios de menos de cuatro aiios y me- dio, han producido resultados muy escasos. En algunos expe- imentos recientes se han empleado procedimientos tales co- mo usar tareas de entrenamiento, simplificar al maximo las historias, pedir respnestas conductuales en vez de verbales, dar ayudas o sefialar explicitamente la naturaleza de las falsas creencias (Moses y Flavell, 1990; Sullivan y Winner, 1991; Free- man, Lewis y Doherty, 1991), con el fin de no infravalorar las pe les capacidades mentalistas de los nifios de tres a cuatro fios. En general, las iinicas operaciones efectivas han resulta- do ser las peticiones de que los ni con acciones (y no con lengt 10s respondan directamente je), y la inclusin explicita de “intenciones de engayio” en las tareas, Estas modificaciones en los procedimientos clisicos parecen tener efectos facilitadores, aunque limitados. Lo que parecen indicar los datos actuales, en suma, es que entee los cuatro y os cinco aos SSSA ena que se sirven para dar razén le su propia conducta y de la ajena, y que incluye la nocién bé- sica de creencia falsa. Por esa edad, Hegan a diferenciar con claridad sus propios estados mentales de los de otras personas, y se hacen capaces de definir los contenidos de tales estados mentales (creencias) en funcién de las fuentes de acceso infor- mativo que los producen, Las inferencias sobre las creencias de otros, basadas en los datos que los nifios poscen sobre su gé- nesis (es decir, sobre cémo han accedido a tales creencias) per- mitirian, segiin el modelo generalmente admitido, predecir adecuadamente la conducta “equivocada” de las personas con creencias falsas. De este modo, con arreglo a la explicacién de la capacidad mentalista infantil como una destreza “Igica” o, € quiere, “tedrica”, los nifios usarian la cadena " para predecir la conducta en las situaciones de falsa creencia. Sin embargo, hay algunos datos que cuestionan esta vi- sign generalmente admitida de la capacidad mentalista de los nifios. Si fuera cierto que 1os nitios emplean las atribuciones de creencias falsas como guias para predecir adecuadamente Tas conductas equivocadas de los personajes en los experimen- tos citados, entonces cabria esperar que existiera una relaci6n alta entre las respuestas a las dos preguntas siguientes, en la ta- rea clésica de Wimmer y Perner: ":Dénde buscara Pedro la of bolita?", y “Donde erce (0 piensa) Pedro que esta la b Llamaremos a la primera, “pregunta de prediccién’”, y a la se- 37 lla y Sarria yotesis: (a) gunda, “pregunta de creencia”. Rivigre, Quintan (en prensa) encontraron que, en contra de esta h la relacién de la contingencia entre la respuesta da la pregunta P (de prediccién) y C (de creencia) es muy baja, y (b), lo. q resulta aparentemente mas anémalo, los nifios de 4.a 5 aiios tienden sisteméticamente a responder mejor a la pregunta de prediccién que a la de creencia. Este tiltimo resultado (confir- mado por Nuiiez, 1993, Niiitez y Rivigre, en prensa) resulta di ficil de explicar si se acepta la suposicién de que la inferencia Ges una condicién necesaria para responder a la pregunta P (es decir, que los nifios tienen que “razonar sobre creencias” para predecir la conducta del personaje equivocado).. En realidad, caben dos explicaciones alternativas para estos resultados aparentemente anémalos: (1) quiz los nifios sean capaces, en un primer momento, de realizar predicciones correctas de conductas equivocadas, sirviéndose de algiin “ata- jo", que no implique la posesién de una légica completa de creencias, 0 alternativamente (2) podria haber una explica- cién puramente “lingiifstica” del fenémeno. Con arreglo a es- ta segunda explicacién, los nifios podrian utilizar una légica implicita de creencias, aun antes de dominar bien la semanti- ca compleja de verbos mentales, tales como “creer” o “pensar”. Asi, sts peores respuestas a las preguntas sobre creencias 0 pensamientos de los personajes (a diferencia de las que dan a la pregunta mas pragmitica sobre lo que haran) podrfan refle- jena died Tingca més que conceptual. No comes mos atin con datos suficientes para decidir entre estas dos al- ternativas. Un indice importante del uso de un sistema conceptual (tal como una Teoria de la Mente, por ejemplo) es el caracter general de las respuestas que dependen de ese tipo de sistemas (frente al mas especifico de aquellas otras que dependen de habitos, instintos 0 mecanismos desencadenados innatos). En otras palabras: no s6lo para engafiar, sino también para co- municarse con los congéneres usando delicados procesos de adaptacin a los procesos mentales de éstos, etc. Asimismo, aunque la Teoria de la Mente sea, en esencia, una adaptacién a exigencias de relacin intraespecifica (y se usa, sobre todo, Para predecir y comprender la conducta de los congéneres), también se emplea para predecir conductas de otras especies, Y Se extrema su uso para explicar, en ocasiones, el funciona. miento de la naturaleza en general. La vieja tenden animis- {2, presente en los nits y las culturas primitivas, y que leva a atribuir sentimientos, deseos y creencias a la naturaleza inani- mada, es un reflejo del sesgo de un sistema cognitivo, tal como el humano, que parece especialmente “disefiado” para ser efi- az en las interaeciones intraespecificas. Dado el carécter conceptual —y, por consiguiente, libe- rado del imperio de lo concreto y particular— de las compe- tencias cognit as (a las que luego nos referiremos mas exten- samente) que subyacen a la Teoria de la Mente, no es extraiio que su pleno desarrollo se manifieste en ambitos diversos de la conducta del nifto 0 coincida con otras adquisiciones estrecha- mente relacionadas con las habilidades mentalistas. Los nitios Cee a TT i Sosa ese ares mer, 1987; Wimmer y Hartl, 1990), y comprenden que las re- resentaciones sobre unos mismos fenémenos de personas die ferentes pueden ser distintas (Gopnik y Astington, 1988). Ade- mis, predicen las emociones de las personas teniendo en cuenta sus deseos (Harris, 1989) y desarrollan estrategias suti- 9 les para producir engaio (La Freniére, 1988; Sodian, 1991). Por esa edad, ademids, los nifios desarrollan considerablemen- te su capacidad de comprender diferencias semsnticas entre distintos verbos de referencia mental (Olson y Astington, 1986; Riviere, Sotillo, Sarri y Nuiiez, 1994). Asi, el gran desa- rrollo (probablemente sin precedentes en el mundo animal), que alcanza su competencia mentalista en esa edad de los 4a los 5 afios, se manifiesta en diferentes ambitos de las conduc tas del nifio. Por limitaciones de espacio, s6lo revisaremos algunas de Jas investigaciones hechas sobre una de estas capacidades, que tiene, . como ya hemos comentado, una especial significacion evolutiva en el desarrollo de Ja Teoria de la Mente: la de enga jar. Vefamos, en un apartado anterior, que la competencia de engaiio se ha tomado como el indicador principal del desarro- Ho mentalista en el chimpancé, y nos referfamos al debate atin vivo en torno a la cuestion de si esa destreza justifica 0 no la atribucion a este antropoide de la posesién de una verdadera “logica de creencias’, y no s6lo de conductas 0 estados atencio- nales 0 perceptivos. creencia —> con- ducta” para explicar la capacidad de los nifios de predecir con- ductas equivocadas, en los de engaiig se supone implicada esa misma cadena en la explicaci6n “forthalista” clisica. El nifio de cinco afios es relativamente capaz. de manejar la informacion ‘que proporciona 0 no aun competidor (mediante tacticas de indicacién falsa, inhibicién expresiva, etc.), para crear en éste tuna creencia falsa que le Heve a una conducta equivocada, pe- ro beneficiosa para el propio nifio. Una vez més, la compren- jon de la falsa creencia, que es el reflejo mas neto de la com- prensin de la naturaleza representacional de la mente, se convierte en la clave explicativa del desarrollo del engaiio. Sin embargo, también en este caso existen anomalias y aparentes contradicciones experimentales qui siembran du. das sobre esta interpretacién de los fenémenos. Se encuen- aa 48 a tran, sobre todo, en los trabajos de Chandler (1988; Chandler y Fritz, 1989; Chandler, Fritz y Hala, 1989), que ha sido uno de Jos investigadores que han cuestionado el caricter de “teérico” de las destrezas mentalistas de los nifios. Chandler ha criticado el enfoque tradicional en el estudio de la Teoria de la Mente, que tiende a considerarla como una capacidad “en bloque”, cuyo desarrollo se daria en forma de “todo o nada”. Para él, la teoria de la mente evoluciona de forma gradual desde la in- fancia —en que ain no es una teoria— hasta la adolescencia en que llega a serlo—, y el aparente caracter eritico de los cuatro atios y medio no es mas que un artefacto. Se deberia a que, tanto en las tareas tradicionales de falsa creencia como en las de engai, se sitia,al nifio en una condicién expe mental en Ta que se le exige “Ser espectador” de una historia y respon- der a ella. Los nifios de 2 0 3 afios no ofrecen una imagen ver dadera de sf mismos en ese tipo de situaciones. Al usarlas, los experimentadores tienden a confundir sistematicamente sus (in)capacidades mentalistas con otras clases de dificultades. Para dar cuerpo a esa critica, Chandler ha investigado las capacidades de engafio en nifios muy pequefios mediante una facil ¢ ingeniosa situacién experimental, en que una mufie “que deja huellas al andar” tiene que ocultar un tesoro aun competidor. Para ocultarlo, la mufeca puede seleccionar uno de entre cuatro recipientes. El nifio debe llevar la mufieca (con el tesoro) hasta uno de ellos, y procurar que no se conoz- ca cl itinerario, Para ello puede utilizar una esponja para bo- rrar las huellas, e incluso engafiar més activamente, “marcan- do” luego unas huellas nuevas hasta uno de los recipientes en que no esta el objeto. En el procedimiento usado por Chand- ler, Fritz y Hala (1989), los nifios recibjan ademas un cierto “preentrenamiento” antes de los ensayos de prueba. Los resul- tados eran muy sorprendentes, teniendo en cuenta los de otros estudios sobre desarrollo del engafio: jlos nifios de dos aa ices de usar estrate; s como la de “borrar las huellas primeras y produ huellas falsas" (en un 50% de los casos)! De hecho. en los da- tos de Chandler y otros, no se hallaban diferencias entre las es- trategias usadas por los nitios de 2, 3 y 4 afios, ‘ara responder a las criticas de que se habian dado exce- sivas ayudas a los nifios en el preentrenamiento, y de falta de una condicién de control de cooperacién, Hala, Fritz y Chand- ler (1991) hicieron nuevos experimentos con la tarea de la mufieca de las huellas, con nifios de tres y cuatro afios. En es te caso, redujeron las ayudas, incluyeron una condicién coope- rativa, estandarizaron el procedimiento y fueron mas exigen: tes en los criterios de atribucién de estrategias mentalistas, En- contraron, de nuevo, que los nitios de tres afios usaban estra- tegias de engafio tanto como los de cuatro. Ademis, no exis- tian diferencias entve los dos grupos en su respiests pregun- tas de creencia falsa (“2Dénde cree X que esté el tesoro?"). De este modo, y en contra de la opinién més comin, sy medio parecian ser cay quiav ufren desarro- los menores (y no cambios criticos) a lo largo de todo el desa rrollo preoperatorio y se corresponden con las estructuras cognitivas generales desarrolladas en ese periodo (veremos después que pueden hacerse criticas fundamentadas a esta po- sicién). Una dificultad de la posicién de Chandler es que no se ha visto corroborada por otras investigaciones en las que se ha empleado también la tarea de la muiieca de las huellas y otras muy parecidas (véase, por ejemplo, Sodian, Taylor, Harris y Perner, 1991), sin que se replicaran sus resultados. Sin embar- £0, los datos de Chandler son relativamente coherentes con una observa °n establecida, a saber: en situaciones natu- rales de interaccién (y no experimentales), los n 0 La mirada mental de cuatro aitos y medio pueden mostrar pautas de “engaiio” 0 roma relativamente elaboradas (véase, por ejemplo, Dunn, 1991). LaFréniere sefiala que estas pautas pueden tener fun- ciones lidicas, defensivas, agresivas, competitivas 0 protecto- ras. En las “bromas” infantiles se encuentran ejemplos que ha- cen dudar de las verdaderas habilidades mentalistas de nifios de dos aiios 0 poco mas. Veamos, por ejemplo, este caso cita- do por Dunn (1991), de un niito de 24 meses “Madre: Quieres a mamé, Juan? Nifo: INo sit Madre: @No sit... No si? Nino: INo Asimismo, en observaciones naturalistas, son frecuentes conductas de “engaiio”, en nifios de 2 y 3 afos, tales como las de “echar la culpa a otro” de una conducta propia que podria ser castigada. Parece asf que la determinacién de la capacidad de engafo tactico en complejas, entre las que se incluyen la diferencia entre enga- jar para lograr un resultado deseable o para evitar uno inde- scale nexigenia ono de que el engaio sea verbal el grado ie se acentia en los esudios experiments) ain REMAND aS See eee aspecto importante es el de “a quién se engafa”. En algunos experimentos (como el muy sencillo de Russell, Mauthner, Sharpe y Tidswell, 1991, antes mencionado), la exi- gencia de “engafar a un adulto” podria inhibir la conducta del nifio, contribuyendo a infravalorar su capacidad de mentalis- mo competitivo. En todo caso, y en lo que se refiere a los estudios experi- mentales, parece que puede sostenerse la conclusion de que existe una relacién coherente entre el desarrollo del engafio y de la prediccién de conductas equivocadas en situaciones de i er ih falsa creencia. A pesar de su indudable interés, y a expensas de su posible corroboracién en otros estudios, los datos de Chand- ler no son suficientes como para poner en duda que los 45 afios también son un momento critico para el desarrollo de pautas mentalistas de engaiio. Sin negar la existencia de precursores an- teriores del engaiio tictico, en ese momento del desarrollo pare- Gane EI desarrollo de la Teoria de la Mente y el papel facilitador del engaio en las tareas de falsa creencia Si bien la Teoria de la Mente parece contener ya todos sus elementos conceptuales basicos (incluyendo las creencias) hacia los 5 aitos, ello no quiere decir que posteriormente no se den desarrollos en la potencia y recursividad del eficiente instrumento conceptual que €l nifio tiene. Ello se ha demos trado ampliamente mediante el empleo de las llamadas “tareas de segundo orden”, en las que el nifio debe inferir la creencia (alsa) de un personaje acerca de Ia que posee otro. Sin que- rer hacer logomaquia, diremos que la tarea exige, en este ca- so, “representarse una representacién acerca de una represen- tacién”, Veamos un ejemplo que puede servir para aclarar es- te trabalenguas. EL ejemplo proviene de nuestro propio trabajo, y corres ponde a una interesante variacién, ideada por Niiiez (1993), de ta historia clasica que se utiliza en la tarea de falsa creencia. Recordemos que, en ésta, un personaje, al que llamaremos A, cambiaba de un recipiente a otro un objeto guardado previa mente por otro personaje, B, sin que éste lo viera, Luego se ha- cian al nifio preguntas de prediccién 0 creencia acerca de la conducta previsible del personaje B “objetivamente engaia-

You might also like