Professional Documents
Culture Documents
Relaciones Que Transforman
Relaciones Que Transforman
A.P.- Según su opinión ¿por qué Jesús le dio tanto énfasis a la formación de
discípulos?
OC - Yo creo que Dios llama a cada persona con un propósito y este requiere que
sus dones y ministerios sean desarrollados. Yo tuve la bendición de haber tenido
una persona que me discipuló. La mayor satisfacción de esta persona era
descubrir una gracia en alguien y luego ayudarlo a desarrollarla hasta las últimas
consecuencias. Posiblemente sea por esa escuela que considero que la prioridad
en la tarea del formador de discípulos es descubrir esa gracia. Debemos tener
claridad en cuanto a la dirección que Dios quiere darle a nuestro discípulo, porque
somos colaboradores en sus proyectos.
Por otra parte, es necesario reconocer que el Señor no nos entrega un discípulo
de por vida. A veces habrá personas que permanecerán a nuestro lado uno, dos o
cinco años, pero no es más que un lapso en la vida de ellas. Yo no puedo
adueñarme de nadie. Más bien, en la etapa que me toca contribuir, debo perseguir
el propósito de Dios para ese individuo en el momento particular que está
viviendo.
A.P. - ¿Cuáles son algunos de los beneficios que tiene el desarrollar una
relación con las personas que estamos discipulando?
JM - Otro de los beneficios tiene que ver con la clase de vida que nosotros
debemos dar a la persona a la cual estamos acompañando. Uno no puede dar lo
que no tiene, por eso es importante que vivamos tal y como enseñamos a los
demás. No es suficiente solamente con las palabras: nuestra vida tiene que
parecerse a lo que decimos. Para mí, este es un beneficio sin precio. A la vez,
debemos cuidarnos de no pretender que las personas sean lo que nosotros
mismos no somos. En ocasiones se puede producir un defasaje en esto. Y, por
supuesto, cuando vemos que los que formamos hacen lo mismo en la vida de
otros podemos sentir, de alguna manera, que por la gracia de Dios estamos
realizando bien nuestro trabajo.
A.P. - Han mencionado algunos de los peligros que puede acarrear el trabajo
en el discipulado. ¿Cuándo se desvirtúa el proceso de hacer discípulos?
TB - El peligro está en pretender que el discípulo sea una réplica mía. Nosotros
debemos invertir en el discípulo para que se parezca a Jesús, no necesariamente
a nosotros mismos. Creo que, en ocasiones, podemos ser muy dominantes, y aún
tan posesivos que acabamos por quitar al discípulo su personalidad. El discípulo
debe tener vida propia, lo que incluye aprender siempre a consultar primero al
Señor. Por supuesto que yo soy instrumento en las manos del Señor, pero de
ninguna manera puedo ocupar el lugar de Él. No debo olvidar tampoco que el
pecado, que procura estropear la vida de ese discípulo, es el mismo que puede
lastimar mi propia vida. En realidad, los dos tenemos un mismo enemigo en
común, que es el pecado.
JM - Si bien hay cierta faceta del discipulado que podríamos llamar teórica, el
proceso en sí afecta toda la vida. Es justamente en el contexto de las
circunstancias cotidianas que tenemos que practicar los consejos y las
enseñanzas de Jesús. No se pueden fabricar discípulos metiéndolos por una
máquina y, al cabo de determinado tiempo, sacarlos terminados por el otro
extremo. Limitar el discipulado a un período de tiempo me parece un concepto un
tanto pobre.
A.P. - Jesús trabajó más intensamente con tres de los doce que con los
otros nueve; ¿podríamos decir que hay niveles de intensidad de inversión?
A.P. - ¿Cómo escogieron a las personas con las cuales llevaron a cabo este
proceso de discipulado?
TB - No sé si hay un método. Los que tengo «son los que el Padre me dio». Esta
sería la pura verdad, aunque suene poco práctica. Coincido con Osvaldo y José
en que debemos estar atentos a la proyección de la persona y a su grado de
interés de estar a nuestro lado. Esto, sin embargo, se logra por un proceso en el
cual recibimos claridad sobre el asunto, es más que una revelación estática en un
determinado momento. Dentro de la iglesia también uno puede ir viendo hacia
dónde el Señor está llevando a la persona. Ciertas características nos van
advirtiendo que es necesario apartarla y ponerla un poquito «más cerca del
fuego». Estoy convencido, además, de que debemos depender continuamente del
Señor para que nos confirme a quiénes debemos seleccionar entre la gente con la
que nos relacionamos.
OC - Es una labor espiritual que debe hacerse con la guía del Señor, con la
convicción de que «estos son los que el Padre me dio». Yo no los puedo elegir. Si
lo hiciera, ¡habría peligro! Cada persona que debemos ayudar es hija de Dios y no
podemos de ninguna manera despreciarla. A mí me encantaría elegir, pero creo
que Dios no me da esa libertad. Yo debo trabajar con la gente que él ha puesto
delante de mí. Para esto debo discernir qué puedo hacer con cada persona que
me es confiada. No es un trabajo en el que tenemos el éxito asegurado. Dios
sigue uniendo a su cuerpo, y en él hay miembros no muy decorosos, pero a ellos
también hay que guardarlos y protegerlos. En esa misión estamos.
A.P. - No hay garantías. Algunas personas a las que estamos formando nos
decepcionan. En ocasiones, nos sentimos traicionados. ¿Cómo debemos
manejar estas experiencias?
OC - Por supuesto que no tenemos ninguna seguridad de que con cada persona
vamos a tener un excelente resultado. Les sucedió a Jesús y a los apóstoles; ¿por
qué no me va a ocurrir a mí también? Es doloroso, y uno sufre cuando se siente
defraudado o cree que el trabajo hecho ha sido en vano. Empero, considero esa
experiencia una buena oportunidad para recordar que nuestro galardón no esta
aquí, sino en los cielos. No trabajamos pensando en lo que podemos producir,
sino en obedecer al Señor y servir a nuestros hermanos.
TB - Lo que motive nuestra labor debe ser el amor que tenemos por el Señor. Eso
nos preserva de la posible frustración frente al fracaso. Cuando trabajamos
motivados solo por amor a la gente, ella misma se va a encargar de que en algún
momento la dejemos de amar, pero si lo hacemos por amor al Señor, sin importar
los resultados, siempre amaremos a las personas, pues la tarea la hacemos con
esperanza. Tarde o temprano, la semillita plantada dará fruto.
A.P. - ¿Por qué, siendo tan vital para la iglesia, la tarea de formar discípulos
es uno de los aspectos en que muestra mayor debilidad?
Sin embargo, esto revela una falta de madurez del pastor y de la congregación,
pues aún no hemos entendido que el sacerdocio es universal, responsabilidad de
todo el cuerpo de Cristo, y que todos hemos sido llamados a hacer discípulos.
Pero si vivimos esa verdad, mientras todos colaboran con la tarea, el pastor puede
dedicar el tiempo correcto a hacer inversiones clave para la salud de la
congregación.
JM - Básicamente tiene que ver con el proceso de estar juntos. Puede ser para
estudiar la Palabra, hablar de aquellos temas que estamos enfrentando en la vida,
orar, reírse… o llorar juntos. Es decir, es un tiempo de vida. La relación gira en
torno a ciertas realidades concretas y prácticas que buscan llegar a ser como
Jesús.
A.P. - Muchos pastores y líderes afirman: «me gustaría invertir más tiempo
en formar discípulos pero mis múltiples ocupaciones me lo impiden». ¿Qué
respuesta les podrían dar?
TB - Uno debe revisar su agenda. Yo creo que siempre hay tiempo para esto.
Probablemente lo que no hay es suficiente vida, pero tiempo hay; ¡de hecho,
sobra! Creo, también, que algunos pastores no saben por dónde empezar. No es
que no tienen tiempo sino que están un poco desorientados y confesar que uno no
sabe por dónde empezar es avergonzante. Sin embargo, también es un buen
punto para iniciar un proyecto de discipular a alguien.