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5 cari Peliowski y Catalina Valdés (editoras) - ent Una geografia imaginada SNV1d / SONV1d / SIONY1d PRES De la construccién de los mitos naturaleza y nacion ENTACION Jacques Leenhardt Al presentar esta serie de ensayos bajo el titulo provoca- dor de Una geografla imaginada, sus editoras, Amari Peliowski y Catalina Valdés, enmarcan el vasto material que ocupa a los tra- bajos que leeremos bajo el prisma de los imaginarios politicos. La geografia es un arte que pone en juego la relacién del sujeto con Ja naturaleza pero, como lo sugiere Yves Lacoste, se trata también de un arma esencial en el arte de la polftica y de la guerra’, El estudio de los territorios no reposa asi solamente en una geografia fisica, ni siquiera en una geografia humana 0 social; debe tomar en cuenta el cwerpo simbélico de la nacién, como decia Kantorowicz, aquel cuerpo imaginario que se construye en las imagenes y las representaciones a través de las cuales se elabora la identidad nacional e internacional de las naciones”. Se trata de un nuevo capitulo del conocimiento que se ha abierto en la frontera entre geografia y politica, entre naturaleza e historia de las artes. El libro que proponen Amari Peliowski y Catalina Valdés se agrega a las primeras demarcaciones de estas Este texto ha sido traducido del francés pot Amari Peliowski y Catalina Valdés. ' Yves Lacoste (1929), gedgrafo francé nacido en Marruecos, ha sido uno de los principales renovadores de los estudios geopoliticos desde la publicacién de La geo- grafta: un arma para la guerra {1976}, Barcelona: Anagrama: 19 ? Ver Ernst H. Kantorowice. Los dos cuerpos del rey. Un estudio de teologéa polttica medieval [1956]. Madrid: Akal: 2012. ativa apasionante que ya ha dado nota- +s para Chile, ini cuestiones pa ee re fpatos en el ambito argencino y que es de esperar siga exten, bles frutes ¢! a ug i al resto del continente sudamericano: diéndose a -dio de los diversos dispositivos que se van rey Lando Por me en este libro, la naturaleza eva constituyendo una suerte de capical adquiere el cardcter de bien simbélico, Bajo la forma de parsajes, < que puede ser explotado en términos politicos, tal como lo hizo la dictadura de Pinochet al intentar construir, contrarrestando |a politica cultural de la Unidad Popular, una «chilenidad» hecha de cimagenes de nuestra tierra realmente atractivas»®. Ese DO pital simbélico que es hoy explotado en términos econdmicos por el turismo, tiene una historia que se relata en parte en este libro. Del Tratado de Tordesillas (1494) al Tratado de Madrid (1750) y més tarde a los reconocimientos de fronter s que acom- pafiaron el desmantelamiento de los imperios coloniales en Amé- rica Latina, los limites territoriales han constituido una cuestién central en la geopolitica continental*. Logicamente, la preocupa- cién por las fronteras ha potenciado estudios sobre las formas de participacién de cartégrafos ~y de las imagenes que éstos produ- cen, los mapas— en la construecién simbélica del pais’. Sabemos, de hecho, como lo expone Paulina Ahumada en este libro, que levantar el mapa de un pais supone la definicién de un punto de vista. Tratandose de Chile en particular, se pueden distinguir dos maneras principales de abordar ese territorio que se extiende so- bre mis de cuatro mil kilémetros a lo largo de la costa pacifica de * Ver Carine Lemoune: ine Lemouneau. «Las trazas de la naturaleza en dictadura: formula: Ciones.a propésito de un arte nacional», este volumen. *A propésiro dela nocién de geo politic n Jean Mottet (ed.). Les payrages du cinema, Seyss Ver, por ejemplo, el desarrollo de este reciente publicacién de Jainia Rerrein Horizonte: Versa 2013. + Yves Lacoste, « Western et cinema», el: Champ Vallon, 1999: 15 de este tema en el contexto brasilefio en la a Furtado. O mapa que inventou 0 Brasil. Belo América del Sur. Ciertos mapas privilegian una visién que abarca la toralidad del territorio siguiendo a las cordilleras, insistiendo asi sobre el eje Norte/Sur®, mientras que otros acompatian la l6gi- ca de los desplazamientos de penetracién de Oeste a Este, de mar ala cordillera, de Valparaiso, ciudad-puerto en que desembarcan los viajeros, a Santiago, capital donde se asienta el poder politico. Estas diferentes orientaciones del pensamiento geogrifico responden a tradiciones pro! sionales que se han venido d llando de formas diferenciadas segiin provengan de un émbito de influencia militar, politica o comercial. Cada representaci6n cartografica corresponde asf los intereses de uno u otro grupo de poder y el mapa queda como la visibilizacién de ese interés’. Es pot esto que la produccién, el acceso y difusién de imagenes en torno a las cuales se organiza la representacién del territorio na cional, sea cartogréfico o paisajfstico, son pricticas estrechamente vinculadas a estrategias politicas. La apuesta que pesa sobre estas representaciones explica que la neutralidad aparente del sustrato natural se transforme en una imagen fuertemente investida de ideologfas. Considerar, como hacen las editoras aqui, aunque sea im- plicitamente, el horizonte nacional como principio de organizacién deun conjunto de reflexiones significa, sin duda, poner en cuestién la propia unidad politica y geogrifica. Las luchas de liberacién que pusieron fin ala dominacién colonial espariola en América Latina sentaron las bases de referencia para ese modo de interpretacién. Nacida en 1810, la nacién chilena es un hecho politico que adopta el aspecto, esencialmente discursivo, de un contrato. Entre © Recordemos lo que escribe Vicente Huidobro en su prefa 10 a Altazor, imagen aque solo pudo ser inventada por un chileno: «Los cuatro puntos cardinales son tes, cl sur y el norte» * Ver sobre este tema posficio de Amari Peliowski en el presente volumen, 3) la primera Junta de Gobierno (1810) y las diversas constituciones que se fueron promulgando a lo largo de los siglos XIX y XX h: S ve transcurrido un largo tiempo social que ha venido replanteandg en todos los dominios del pensamiento, la pregunta acerca de como sesustituye una legitimidad monérquica, catdlica y espariola, por una nueva legitimidad, republicana y chilena, que a su ver se naturaliza y es disputada por otras naciones o nacionalidades, Ey Europa como en varios paises de América Latina, especialmente en Chile, una gran parte del esfuerzo intelectual movilizado por estos temas estuvo acompafiada por el desarrollo de una nueva disciplina: la sociologia. De Comte a Durkheim y de Simmel y Weber a Tonnies; y en el Ambito chileno, de Hostos y Lastarria a Bilbao y los hermanos Amunategui, ella buscé formular en una nueva definicién del ser social, un sustituto a la sacralidad perdida en el proceso de abandono de la monarquia y del consecuente «desencanto del mundo» que se le asocia. El desarrollo de la pintura de paisaje ocupa un espacio equi- valente en esta empresa, buscando en la representacién de la na- turaleza un fundamento para la sacralidad de la nacién, La repre- sentacién del paisaje pasé a ser una de las modalidades a través de las cuales se formulé la idea de un espacio comtin capaz de vincular simbélicamente al conjunto de los habitantes de un pais. Esta fase de consolidacién de la idea de nacién pone de relie- ve una compleja dialéctica entre los rasgos regionales, heredados de comunidades étnicas 0 locales que el poder imperial distante no supo cuestionar y la nacién unificada recientemente constituida. La representacién de particularidades regionales surgié entoncts como una estrategia novedosa al momento de construir una ima- gen de la nacién antagénica de la antigua imagen del imperio- Vemos huellas de este intento en imAgenes que articulan y con- frontan particularidades regionales, como la carga ideoldgica que 10 se manifiesta en el cuadro de Pedro Subercaseaux EI descubrimien- to de Chile por Almagro (Congreso Nacional de Santiago, 1913). Durante el perfodo imperial, la represencacién de la naturaleza se debate entre una mitificacién vinculada a la guerra y la descrip- cidn de los elementos naturales 0 geoldgicos, tal como lo expone Guillaume Gaudin a propdsito de la obra de Gerénimo de Vivar. Se fija en imagenes el herofsmo de los actores de una conquista bélica que, en un cierto sentido, legitima la precisién con que se hace el inventario de riquezas que anticipa la légica de explotaci del territorio. Fig. 1. Pedro Subercaseaux. EI descubrimiento de Chile por Diego de Almagro. Oleo sobre tela, 1913. Salén de Honor del antiguo Congreso Nacional, Santiago, ll Con la articulacién de esos dos registros, el heroico y el ¢o- ton la a a rcial, estalla la cuestién, largamente ocultada, de la despose- mercial, estalla 72 : 2a any masacre de los habitantes autoctonos de este territorio, Poy sién y masa s : re razones evidentes, la informacién iconografica que disponemos es tendenciosa ¢ incluso inexistente, como lo subraya Fabien Le Bonniec, quien estudia el caso de las representaciones del pueblo mapuche. Fstas se reducen, en lineas generales, a la visién de los vencedores, tal como fue difundida en los relatos triunfantes que cultivaron la leyenda nacional’. Sin embargo, en el marco de movimientos reivindicativos de los afios setenta, los comuneros mapuche reactivaron el reclamo por el dominio de sus tierras, es decir, manifestaron la voluntad de remodelar el paisaje, disputando el poder sobre los cercados, dispositivos que han servido desde siempre como instrumentos de expoliacién territorial. Desde el mismo lugar de esos levanta- mientos, Ana Pizarro registré algunos bellos fragmentos de esos relatos que hasta el momento no habfan tenido voz. Recogié y analizé el habla mapuche mostrando cémo se componia en torno a la cuestién de la tierra, una poesia épica de la reapropiacién territorial’. Entre los pocos testimonios que nos permiten ima- ginar el paisaje a partir de la visién de los vencidos, se encuentra también la extrafia novela, casi un testimonio, del escritor colom- biano Eduardo Caballero Calderén, Siervo sin tierra’®. Fuera de eso, hay que tener en cuenta que el tema omnipre- sente de la «selva virgen», la imagen de espacios supuestamente abandonados por pueblos «incapaces de volverlos productivos», como lo pretende el europeo, ese topico recurrente de la literatura, ae Nathan Wachtel. La visiér des vaincus, Paris: Gallimard, 1971 ’ Ana Pizatro, «Conditions sociales et origines de la poésie épique: la cas du Peuple “mapuche” au Chili», en Jacques Leenhardt (ed.). ldéologies, littéranre et socidié en Anirique latine. Brusclas: Editions de l'Université de Bruxelles, 1975: 95-124, Eduardo Caballero Calderén, Stervo sin tierra. Bogota: Guadarrama, 1954. 12 tiene como efecto inmediato la elisién de la violencia en el proceso de colonizacién y la invisibilizacién de los pueblos que habitan las comarcas descritas en esos términos. El desarrollo de la explota- cin forestal sobre los territorios arrebatados a los mapuche mues- tra de manera caricatural como lo prueba la historia del socialista utopico Carl Alexander Simon, relatada por Le Bonniec— como una visién del mundo de origen europeo y productivista crea un nuevo paisaje y a la vez destruye la vis ny el territorio de los ocupantes originarios'’, Es en ese momento que los confictos de interés econémicos, ideoldgicos y sociales aparecen, con toda su coherencia, en las representaciones paisajisticas. La historia del arte misma, en el proceso de elaboracién de sus objetos y nociones, esté vinculada a episodios de la vida po- Iitica y social. Catalina Valdés evidencia la contradiccién que se manifiesta en los discursos del pintor Alessandro Ciccarelli, entre la voluntad de poner el arte al servicio del desarrollo técnico y su estética neoclasica. Estética que, por idealismo, se impone la tarca de suprimir la representacién del trabajo, omitir su rudeza, borrar toda herramienta o marca del esfuerzo. Tratandose de esa eufemi- zacién de las circunstancias del progreso, sabemos que en América Latina en general, y en Chile en particular, la influencia comtia- na estuvo lejos de ser despreciable en los circulos republicanos obio Saldiyia Maldonado explica este conflicto: «En este sentido, la idea de progreso de estos autores leva implicita un a priori que es justamente un cierto des- plazamiento de la naturaleza vernécula pot la cvilizaci6n europea, representado por los inmigrantes y sus valores culeurales, politicos y sociales que iidian nuevos posibles de accién y desarrollo laboral. Ideas que defienden muchos positivistas chilenos. Por eso no es raro que algunos autores entiendan el progreso como wn recurso material y social para sacar a la javen Repiiblica de Chile y a otras naciones fuera de la barbarie, de la vastedad de las pampas y de las selvas y lograr asi la civilizaciém; entendida ésta como poblamiento de tales regiones. El progreso es para ellos poblar y poblar con eurapeos «El positivismo y st impacto en Chile». Critica. Revista es alcanzar Ia civilizaci latinoamericana de ensayo, 2004 (disponible en la web: wwwacritica.cl), 13 progresistas. Es por lo tanto bien probable que sobre las diversas artisticas del pais hubiese planeado la sombra Proyectada escuel industrialismo sansimoniano y de su versién comtiana, Peto por el o nos lleva a otro elemento de esta contradiccién— sabemos —y est ademés que el positivismo de Auguste Comte estaba fuertemente impregnado de una estética idealista y moralizante. Seguin éta, el artista debfa reflejar un mundo harménico ideal con miras g orientar las voluntades de los pueblos. El arte que pretende estar investido por tal misidn social se resiste entonces, indudablemen- te, a todo intento de dar cruenta imagen de la realidad. Al mismo tiempo que Baudelaire cantaba al «herofsmo de la vida moderna», que Courbet reinventaba el realismo’? y que poco después, los impresionistas celebraban el matrimonio entre los ferrocarriles y la pintura, Auguste Comte y su entorno eran incapaces de librarse de las formas ya arcaicas de la idealizacidn en la pintura. Sin embargo, la s ituacién no era simple para los artistas chi- lenos. La posibilidad de construir un paisaje que prescindiera de los modelos europeos implica que la produccién de imagenes sea Ilevada a cabo por artistas que logren apoyarse en una visién am- pliada a todas las componentes de la nacién, y que esta visién sea en s{ misma capaz de librarse de los modelos dispuestos por la hegemonta de los paises europeos!?. Es al norte del continente " Ver Henri Dorra. «Castagnary et Courbet, entre romantisme et naturalism, en La critique dart en France, 1850-1900. Saint-Etienne: CIEREC-Université de Saint-Etienne, 1989: 63-79. ® Desde un punto de vista institucional, una de las condiciones enunciadas por Quienes se ocuparon de formular las bases de un arte «auténticamente nacional» ¢%» evidentemente, la existencia de academias locales, con cuerpos docentes constituidos Por artistas nacionales. El caso de Brasil resulta, en este sentido, paradigmitico Ver, a Propésito de los inicios de la institucionalidad artistica del Brasil imperial, los erabsios de Flaine Dias, Leticia Squeff y Marcos Florence en tomo a tres figuras Fundamenta- les de este proceso: Jean-Baptiste Debret, Manuel de Araujo Porto-Alegre y Nicolis Ancoine Taunay 14 que esta transformacién se realiz6 en parte y, desde ahi, ejercié su influencia sobre los artistas de América Latina. En el curso del siglo XIX, en un Estados Unidos cada vez més industrializado, el mito de la frontera poco a poco se fue ate- nuando, en la misma medida que avanzaba la conquista efectiva de un territorio que se transformaba a manos de victoriosos pio- eros. La imagen del indio salvaje y violento atacando las carava- nas de los colonos, tan recurrente en tiempos de la Conquista del Oeste, se modifica pa ra dar lugar a otra figura, la del indio apa- cible, firmemente integrado a los ciclos de la naturaleza. Se pro- duce entonces la compenetracién entre los elementos que con- forman el mito del nuevo mundo celebrado por Chateaubriand, al cual Henry David Thoreau presta su filosofia trascendentalista del retorno a la naturaleza salvaje (wilderness). Las pinturas de la escucla del Hudson River ponen en imagenes esa relectura del territorio norteamericano. ‘A través de las imagenes producidas por Antonio Smith o Rockwell Kent, analizadas por Valdés y Fielding Dupuy, verifica- mos el esfuerzo que emprende el pafs por construir, apoyandose en las orientaciones estéticas de la escuela del Hudson River, una conciencia nacional, a través de lo que podrfamos lamar un «pai- saje nacional del nuevo mundo». Es evidente, sin embargo, que ese esfuerzo se tropieza con una geografia fisica particularmente inabordable. ;Qué elegir, mar 0 montafia?

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