You are on page 1of 87
ALFAGUARA INFANTIL El ultimo mago o Bilembambudin Elsa Bornemann llustraciones de Pablo Bernasconi Dwentono 4936 fe on WE bey e “a = cu SS Blguioreca © Prvasoa: ica MARCOS PAZ &- oO Bilembamnbudit Elsa Bornemann llustraciones de Pablo Bernasconi ALFAGUARA DE CSC = an a, mimioTees CA prepacosich ee %, ances PAL 4 HACE MUCHO... % NO HACE TANTO... - E. serd una recopilacién tardia de hechos que sucedieron hace mucho tiempo [si es que los sittio de acuerdo con lo que sefialan almanaques y telojes] y #0 hace tanto [si es que por fin me deci- do a ubicarlos en el largo momento de mi infancia cuando efectivamente sucecieron, en simultaneidad con ée momento de mi vidal. Dudé, Dudé y dudé antes de comenzar a escribir estos relatos de los que —a pesar de mis es- fuerzos por rastrearlos— no encontré registro alguno en los cldsicos anales’ ni en los libros de historia. Ahora sé que sélo puedo confiar en mi propia me- moria. Pero también sé que debo apurarme a es- cribir porque me estoy alejando cada vez mas de aquella nifia que fui y corro el riesgo de perderla definitivamente, junto con el nitido recuerdo de Bilembambudin. ‘ Anales: rclaciones de sucesos por afio. 10 No me lo perdonaria nunca: prometi con- tar lo que allf sucedié, A mis queridos amigos se les estar acabando la paciencia, debido a mi demora en hacerlo, y temo no volver a encontrarlos —ya— pa- ra explicarles la causa de la misma. Tengo una deuda de lealtad con ellos: no respeté la consigna de no mostrar jamds a adulto al- guno la “bolsita de cuero memorioso” que me dicron cuando nos despedimos. Sila hubiera cumplido, po- dria entonees narrar con fidelidad los hechos de los que fui parte y testigo, con sdlo haberla abierto sobre la soledad de mi mesa de trabajo. La escondi celosa- mente durante afios en el fondo del baul de los ju- guetes, protegida de las miradas de los mayores por mi osito de felpa y las mufiecas. “Los ojos de los ni- fios no pestafican incrédulos ante la presencia de lo maravilloso,..”, me dijeron una vez. Y era cierto. Apenas transformada en una mujer, cometi el error de someterla al examen de importantes pro- fesores de la Academia de Historia y otros cientifi- cos, En el mismo instante en que cortaron el cordel que sujetaba la abertura de la bolsa, millares de an- tiguas voces aullaron al unfsono y una espiral de fue- go la envolvid, hasta reducirla a un montoncito de cenizas, _ CaPiTULO 1 Lt EL ULTIMO MAGO M.. tios me habian llevado al tea- tro. De vestido nuevo, de esos que mds bien pa- recen de cristal, tanto hay que cuidarlos cuando una es chica y estd entre personas mayores. De zapatos con tiritas, nuevos también y —debido a lo mismo- antipaticos por lo rigidos, no impor- ta cuanto brille su charol. No me sentfa muy cémoda que diga- mos, con el largo pelo castigado en dos prolijas trenzas y obligada a comportarme “como una sefiorita” durante tres horas de mis nueve afios. Por eso, cuando el anunciador dijo que un ma- go saldria a escena hasta que se solucionara no sé qué problema que tenfan con los decorados de la obra que se iba a representar, me senti contenta, Pero mis tios no. Y la gente que colma- ba palcos y plateas, tampoco, 12 Me di cuenta porque un murmullo de fastidio recorrié la sala. El mismo murmullo que recibid al viejo ma- go Jeremias, en cuanto aparecié sobre el escenario. Sonriente bajo la galera que le sombrea- ba los ojos, exclamd, a la par que revoleaba la amplia capa negra: —Distinguido puiblico! ;Damas y caba- leros! ;Esta tarde tendré el gusto de presentar a ustedes mi galera magica! jYa verdn! Apenas la toco con mi varita, y... ;Abracadabra! jAqui tie- nen un conejo! Y sf. De la galera apoyada sobre una me- sa, el mago extrajo —en ese mismo instante— un gracioso conejito, Me encanto. Pero a mis tfos no. Y a las demas perso- nas mayores que Ilenaban el teatro, tampoco. Tosecitas, catfaspeos y susurros fueron la tinica respuesta al pase de magia, y mi aplauso fue in- terrumpido en la segunda palmada. —jNena! ;Shh! |No aplaudas! —me reté mi tla—. jEste es un maguito de dos por cuatro! “Dos por cuatro, ocho...”, pensé, pero el mago ya estaba tocando otra vez su galera con la 138 varita y lo que saldria de ella me interesaba mu- cho mds que la tabla de multiplicar. —jAbracadabra! —y una interminable cola de pafuelos multicolores surgid a la vista de todos. —Abracadabra —y cinco palomas. —Abracadabra —y tulipanes. —Abracadabra —y una sombrilla. —Abracadabra —y un creciente zapateo comenzé a oirse por el teatro. Pronto, se le agregaron silbatinas y pal- moteos. Y expresiones de gran disgusto: —jHace media hora que nos aburren con este fantoche! — Basta de tonterfas! —jVinimos a un teatro, no a una fiesta de cumpleafios! —jQue empiece la obra! — Somos gente grande! —jSomos gente seria! —jHace rato que dejamos de ser chicos! Sin perder la compostura ni la sontisa, Jeremfas dijo entonces: —jDistinguido ptiblico, mi funcién ha concluido! ie: — Bien! ;Que se vaya de una vez! —grita- ron algunos. Pero Jeremfas continué hablando: —Les ruego que disculpen mi torpeza. Soy el tiltimo mago que se atreve a actuar para un ptblico adulto. Adis. ¥ allf mismo volvié a tocar su galera con la varita: — Abracadabra! ondas de fuego salieron del sombrero de copa. Otro toque de varita y una enorme cabeza verde se asomé curiosa. Otro toque y un fantastico cuerpo de lomo dentellado emergid de la galera, Otro toque més y mds abracadabras y un gigantesco dragén sin alas salté por fin sobre las primeras butacas de la platea, impulsando a to- dos los que las ocupaban a afinarse junto a las paredes, Por primera vez en esa tarde, las bocas quedaron abiertas. Como los ojos. Ni palabras ni pestaficos. Aun silbido del mago, el animal se eché mansamente a sus pies. El viejo Jeremias lo monté entonces, tal como si fuera un tierno potrillito, 15 Nuevos movimientos de su varita y un camino verde como el dragén se desenrollé por la sala del teatro, Y con la varia le puso man- chones de cielo por arriba y retazos de césped por abajo. Y arboles a los costados, Y pajaros en los Arboles. Y una lunita en el fondo, bien a lo lejos, tanto o mds luminosa que la que en ese momento empezaba a descolgar sus luces sobre las calles de la ciudad. Y¥ al encuentro de esa lunita inventada por él se fue Jeremfas, montado sobre su fabulo- so dragon. Claro que los espectadores nunca supie- ron si logré alcanzarla. Porque el mago corrié el telén alrededor de si y toda la escena desapare- cié -tan pronto como habia aparecido— al grito de: ;Diente de cabra! En seguida y suavemente, el viento nos golped las caras con los nudillos de esa noche magica. Si. Nos golped. A Jeremfas y a mf. Por- que yo también me trepé sobre el lomo del dra- gon y me fui con ellos. De largas trencitas rubias y las rodillas al aire me fui. 16 Por eso, hoy —que ya soy tan grande co- mo las personas que llenaban el teatro aquella tarde— puedo contarte esta historia. a. CAP{TULO II * DRAGONEATA — ué extrafio, Jeremias —le dije al viejo mago no bien echamos a dragonear’ a lo lar- go del camino verde—. Tu dragén anda sobre las dos patas de atras, en vez de marchar sobre sus cuatro patas como todos los cuadriipedos. Sin darse vuelta, Jeremfas me contestdé; —No tiene nada de raro, nena, Es un dra- gon bebé; todavfa hombrea’, atin no aprendié a caminar en cuatro patas. Tampoco parecia tener nada de raro para Jerem{as que yo me encontrara montada detras de él. Actuaba como si me conociera de toda la vida. Sin embargo, no sabia ni siquiera mi nombre. —:Cémo te llamas? —me pregunté en- tonces, :Me habria adivinado el pensamiento? *Dragonear: subir, montar, andar o pasear sobre el Jamo de un dragén. * Hombrear: caminar en pasicidn erguida, sobre dos piernas, cal como lo hace un hombre. —Aldana. — Bello nombre! —exclamé—. Rima con palabras igualmente hermosas: hermana... campa- na... mafana... Apenas termind de pronunciar “mafiana’, Jeremias se puso a cantar a todo lo que daba: —Cuando llegue la mafiana, sonard una gran campana para ti —mi dulce hermana- anuncidndote, par fin, que has llegado a hora temprana a jBilem... bam... budin! —;Bilembambudin? —le pregunté, sobre- saltada por la curiosidad de saber qué lugar seria aquel que escuchaba mencionar por primera vez. —Si. El fantistico reino de Bilembambudin. —;Dénde queda? ;Como es? Con la misma naturalidad con que se ha- bia dirigido a mi desde que partimos, Jeremias me respondié entonces, siempre sin darse vuelta: —Es el amor de quien lo suefia el que le da a Bilembambudin un espacio en el mundo. Podria describirte sus calles; contarte cudntos 19 peldafios tiene cada una de sus escaleras; enumerar puentes y nubes, charquitos y baldosas; podria con- fiarte de qué color son los ojos de cada uno de sus habitantes... pero yo sé que todo eso seria como no decirte nada. Te imaginarfas entonces un lugar de- masiado real como para ser real. Ademas, el reino se presenta diferente al que llega a él desde la adultez o desde la infancia, tal como se presenta diferente to- do sitio segtin el viajero arribe desde una carretera o desde el mar. Tienes que descubrirlo ti misma. Que te baste saber que est constantemente sobrevolado por cigtiefias o barriletes y que en su tinica torte hay alguien que se vuelve loco cada luna llena, El dragén se detuyo bruscamente, Me aferré con fuerza a la capa del viejo mago para no resba- larme y caer. —No te asustes, Aldana, a mi dragén lo pone nervioso que se hable del loco de la torte. —:Quién es? —pregunté, tanto o mas nerviosa que el enorme animal que, por lo que aparentaba, no daba sefiales de moverse mientras continudramos hablando de ese personaje. —;No te das cuenta, Aldana? —dijo Je- remfas, sefialando al dragén inmévil—. Si te lo digo ahora, nos vamos a quedar detenidos en

You might also like