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Diseceign Esivorial Cascla (Gisloln Zecchin de Duhalde} Coordinacion editorial: Mariana Vera Discio de tapas Helena Hom Ione de a coleceién: Feliciano G. Zeechin ascaciones: Daniel Role Prnsenedzion: mayo de 2008 ‘Tereare ees iodo 2008 Queda hecho el depita 1B2005; Editorial Sudamericana S.A Hambetio 9331, Buenos Aces, Argention 9px 10.950.072511.8 ISDN 13. 97e9007 2811-8 ‘Rides ton derchoe mecrradon, Eive. publicwslin up puede oe ‘epeeduclts, sen toni en pce nrepetraln em, 9 toed fe un satina Ge ceowpernetin Ge inorgacton en ninguna fort Ai'Gor nineda ‘medio, sea mectalcoy fuogulaion electric, ‘agndscoy eectecopieny por fotocupie © rusiguier ete si Deumne posto por evel dea tear STEFANO Maria Teresa Andruetto 4 ami pare Ricondare une cosa significa vederla —ort sltanto— er la rma volta! 28 gennaio 1942, Le cose ie ha viste per lc prima vola wn tempo —sen tempo che ¢ trevocabilmerte passato. Se vedere per la ‘rima voka bastava a eoneentare (stupore, estasi fantastic), ora richiedono un alevo significa, ‘Qualer? 22 agosto 1942 csanepavese Recor ua cova erica eit she sont pr rien Ye 8 de seveabmante taverns ion pe ua geno eet) shor eman st niet a (de ps e148) -Ella pregunta: ‘Regresarés? Y él contesté: En diez afios. Después, lo vio marcharse y no hizo un solo gesto Distingui6, por sobre la distancia que los separaba, Ios tiradlores derrumbadis, el pelo de nino ingoberna- ble, la compostura todavia de un pequefio. Saba que correrfa riesgos, pero no dijo una palabra, la mirada detenida allé en la curva que le tragaba al hijo. ‘A poco de doblar, cuando supo que habfa quedado fuera de la vista de su madre, Stefano se see6 los ojos con la manga del saco. Después fue hasta la casa de Bruno y lo lard. EL amigo salié y su abuela se queds en la puerta, mirando cémo se iban. Diezon unos pa- 808 y Bruno volvié la cabeza para ver si ella seguta en, u la puerta, hasta que el sendero les escondié Ia casa. Entonces el humor empez6 a cambiarles. Por el camino se les unieron Pino y Remo y, poco més tarde, uno que lievaba una-acordeonay se llama- bba Ugo. Al atardecer, se cobijaron bajo el aleto de una iglesia, sacaron unos panes y Ugo, una petaca de vino. Svefano sintis el fuego del vino arrasando la gar- ganta, su resaca en el pecho; pensé que su madre es- tarfa pensando en él. Ugo toms la acordeona y cantaron hasta que que- daron dormidos Ciao, ciao, ciao, ‘morettina bella ciao, ‘ma prima dé partire tun bacio ti voglio dar. Marsa mia dammi cento lire che in America wogiio andar, che in America voglio andar. Despertaron echados unos sobre otros. Andando, encontraron a un viejo que segufa a una vaca vieja como él, dos nifas a las que Ugo y Pino hicieron beo- mas hasta que echaron a correr asustadas y una mujer de Tuto que a Stefano le hizo pensar nuevarnente en. su madre. Se detuvieron al borde de un huerto. —!Qué quieren? —pregunes una vieja. 2 Algo et —iToxios los dias pasan pidiendo! —protesté ella vy se meti6 en la casa. La Vieja sacé un pan y se los dio. Se sentaron a co- merlo en el suelo, en un rincon de Ia cocina. Era sn sitio sombrio que olfa a coles, pero hacfa calor junto al fuego de una estufa de guisa. Habian salido ya al camino, cuando Ia escucharon, gitar: —iA ver simandan algo, que de aqui todos se van. y de nosotros ni se acuerdan! Ella gritaba, con el carco @ la rastra, y yo coma a encontrarla, Ema, Sofa a buscar pajay de resreso gre taba mi nombre, Stefano, y yo corrfa hacia ella. Desde el camino que levaba a nuestra casa, ella me llamaba, Stefano decia, Stefanin, y 7o conria a encontrarla Yella abandons los ees, se refreguba las manos y echaba el calor de su aliento a los dedos de hielo, mien- tras yo arrastaba el carro hasta el patio ‘Se meticron en una fila que daba la vuelta a Genova yallf estuvieron todo el dia, Avanzaban lentamente porque en la mesa de Migraciones debian sellar pasa- portes, mostrar las libretas de trabajo y entregar los billetes de barco, Todos llevaban algin dinero: Pino, elque le habla cenviado su tfo desde Argentinas Ugoy Remo, los aho- tos de su casa; Bruno, lo que junt6 su abucla en afios; y Stefano, lo que su madre habia conseguido por la venta de una maquina de coser. Ya era bastante bue~ ‘no que no hubieran tenido que vender a Berta. Nadie se movi6 cuando se hizo de noche y Ia ofici= na cerr6. Una mujer le dio el pecho a su nifio que oraba; no bien clnifio se hubo merido entre la blusa, gued6 dormido. Un hombre joven que llevaba abtigo gris jaspeado y parecfa de mejor condicién que los demas, los convid6 con castanas. Iba a trabajar a un hotel de Buenos Aires. Avanzada la noche, se sacé la ‘manta y la puso sobre la mujer que dormia con el hijo al pecho. ‘Una mandolina sonaba: Serivirs. ‘non lasciarme pitt in pena... ‘Una mujer joven que le haba pedido un cigarrillo al hombre de abrigo jaspeado, hacta un momento, si- guié al de la mandolins: nat frase un rigo appena calmerano ik nia daar. ‘Tu non scrive nom torni, nu sei farea di gelo. 4 Ugo sacé Ia acordeona y los acompats, La mujer se llamaba Gina y tenfa un sombrerito color chocola- te calzado hasta las orejas. Alguien dijo: “iOtral 1A ver, linda, canea otra!” y al calor de los aplausos si- guieron hasta la madrugada, Encima de le parva habfa unas ramas para el fuego. ‘Unas ramas, Ema, y una torcaza muerta. Ella dijo: ZHias visto lo que encomtré? Y yo la miré a los ojos. Ella dijo: 2No crees que fue una suerte, Stefanin? Y yo contesté: Si, mamé. Ella dijo: {Flas visto qué gorda es? Y yo le tanteé el tamafio bajo el plumaje y aunque no me parecié tan gorda le hice que sf can la eabezs, Gina viajaba ala Argentina a casaree; en Rosario la espera su novio, es0 ha dicho, aunque Stefano la vio durante la noche responder con picardia a la mirada del hombre de jaspeado; es amiga de la que amaman- taba al nino y se llama Berta, como su vaca, ‘Alla madrugada, los que cantaban se durmieron; el nino y su madre despertaron con el da y salieron a caminar por el muelle, hasta que la fla empezs a mo- El barco esté completo, informé el de la oftei- nna cuando les toe el eurno, pero ellos insistieron has- 1s ta convencerlo. El hombre sell6 los pasaportes, pu- so cinco veces Destino: Buenos Aires, y le dijo a —Suma estos cincoy se eierra ta lista. Después, anduvieron por la ciudad, hasta la hora de la partida, El barco salia a Ia madrugada; se llama- ba El Syro. Debajo de la casa estaba el establo. Nos ealentébamos con el aliento de las vacas. Te- ‘nfamios muchos animales, pero los fulmos vendiendo, hasta que s6lo nos quedé esa vaca. Le pregunté: iCreés que Berta va a tener erfa antes de hacerse vieja? Si podemos servitla, dijo. Le progunté: £Y cudnto cuesta eso? Lo que no tenemos, dijo, ¥ no dijo mas, Han salido a caminar por la ciudad, pero la impa- siencia los arrastra pronto al muelle. Contra las ba- randas carcomidas o sobre los bultos, duermen hom- bres, mujeres, nifios. Stefano ve, entre las personas y los batiles, antes que a nadie, a Gina y al hombre de Jaspeado. Deja que sus amigos se ubiquen con la cara hacia el mary busea, sin saber por qué, un sito prox 16 La mujer habla, lena de gestos; después parece re- ner fifo porque se ertiza los brazos contra el pecho, y el hombre le pone el saco sobre los hombros, se te acerca, le dice algo al ofdo, y ella vuelca la cabeza hacia atras, y rle. Stefano no ha visto antes de hoy tuna mujer asf, con la risa grande y la cabeza cumbada bscia atras. Duermen en literas y algunos en el suelo. En el com- ppartimento han quedado sus amigos, el de la mando- lina y el hombre de jaspeadbo. Stefano y Pino se acues- tan en el suelo, sobre el balanceo del agua; estén ccansados y se duermen. Stefano camina por la selva detrds de una mujer; la ‘nujerestaherida en la meill, bajo elsombrerito. Des- pierto, ve al hombre de jaspeado: desde su litera mira elagua enfurecida tras el ojo de buey. Vuelve a sofiar con Gina, noches més tarde. Esta vez el lugar del suerto es un desierto. La reconoce, a pesar de que su vestido es apenas mas oscuro que la arena; se le bambolea la falda, la ve perdiendo fuer- zas; trata de acercarse, pero ella no lo escucha, No sabe emp, pero la aleanea, y le oftece un jaro de agua. El agua se le cae a ella de la boca; él le seca la cara, el cuello, y ve sus tetas bajo la tela mojade. Cuando despierta mira hacia uno y otro lado: to- dos duermen. Entonces, mete la mano bajo la manta y se toca. " «- ¥ porque s6lo nos quedé esa vaca, hacta frfo en In casa. Aqui, junto la estufa, el recuerdo de aquel frfo es ms intenso, Ema, Le pregunté: /Haremos fuego hoy? Pero ella dijo: No. @Por qué no?, le pregunté. ‘Adin no es invierno, dijo. Ella temblaba cuando lo dijo. En Ia cubierta, mirando el mar color de plomo, Stefano le cuenta a Ugo que amaneei6 mojado y no. sabe por qué. “Sofiaste con una mujer”, dice Ugo, pe- zo Stefano ascgura que no ha sofiado con ninguna. —Sucede cuando sans con las tetas de una mu- jet —agrega Ugo por lo bajo. Stefano se pone colorado y teme que su amigo le haga ‘una broms, pero no dice nada. Ugo también hace silen- clo y lo acompata, en ese mirar el mar color de plomo. Se llamaba Agnese, pero casi nadie la llamaba por su nombre. Vestia de negro, de negro hasta las enaguas. Desde que mi padre murié, no hizo otra cosa que 1 ‘Todos los dfas el carro. El carro, Ema, y el grito de ella: iStefanin! iStefanin! ‘Tenfa la cara huesuda y los ojos de brea. Y muri de tisis. —iCusnte hace que nolo ves? —pregunt6 Stefunc. —Seis atios —dijo Remo. Estaban solos en la cubierta; més alld, Bruno y Pino se habfan unido a una rueda y se ofan sus rises —iLo reconoceris? 8h —iNo habeé cambiado en seis aftos? —Lleva un lunar contra la ceja izquierda. —iQué mss recordés de él? —Que era bueno, eso recuerdo. ’Y el tuyo? —No lo sé. Murié en la batalla del Piavé antes que ‘yo naciera; todo lo que s€ es que levo,su nombre, y «que mi madre no se sacé el Iuto desde éntonces. Tos dos quedaron en silencio, Remo pensendo qui- 24s en su padre y Stefano sin encontrar una buella del suyo, salvo la fotografia que eva su madze entre la ropa. Es la foto de un hombre alto, vestido con el uniforme de los alpinos, pero est muy ajaday se le ha borrado el vostro éCémo vas a hacer para encontrarlo? No sé, Le seguiré el rast. IY qué van a hacer cuando se encuentren? 19 Dinero. ¥ se lo enviaremos a mi madre y estare- mos todos Juntos, como antes. Esa tarde, Stefano extrané.como nunca asu padre y dese6 con tcdas sus fuerans lo imposible: ser como Remo, ira su encuentro, buscar hasta alcanzarlo, segu- rode que, al final de algtin camino, estard esperando- Jo, con el rostro un poco borroso, vestido de alpino. Ella dijo: La Madama te manda esto. Era un saco oscuro; el saco de su hijo muerto. Yo me lo puse porque hacia fifo... Me lo puse y lo abotoné. IQué bien estas, Stefanin!, dijo mai madre, y los dos refmos. Pero uno de los botones salta y ella me reprende: iNo debes respirar tan fuerte! Mas tarde todavia me dirs: Si comes la manteca con los dientes, nunca ten- dras nada. Hace afios de esto, Ema, pero es como si todavia la esruviera escuchando, Pino sabe muy bien adénde va. Los ha invitado, a Bruno ya él, a que vayan a La Pampa, a un lugar lla- mado Montenicvas, donde est el campo de su tto. Stefano no puede imaginar lo que le estin dicien- do, que las vacas andan sueltas por el campoyse pierde 20 Ia vista en los sembrados, que la tia de Pino tiene tan ‘as gallinas que ne saben qué hacer con los huevos, y a veces deben dérselos a los chanchos. A él le parece que su amigo, en el entusiasmo, exagera. Sin embar- go, entre la alegria y cl miedo de que sea slo un sue~ ‘ho, los dos aseguran que sf, que se irén noms con Pino a Montenievas, a la casa de su tio. Le dije que yo buscaria la paja del camino. Pero ella contest6 que no. No todavia. La veo en la cocina: saca agua de la que hierve en. tun laton, echa el agua sobre la toreaza muerta y la despluma con dedos diestros, luego la chamusea so- bre la lama y la desventra. Lava viscera por viscera, desechendo sélo la hiel amarga. Cuando esté limpia, ladvide en cuateoy die: ‘Tenemos para cuatro dias. Yoo digo nada, Slo miro como sepgra sna de ls partes y luego oiga que me manda a guardar las tres restantes sobre el techo de la casa, para que el serene las mantenga frescas. (Cuando regreso, est sacando de la bolsa harina de ‘maiz. Mete Ia mano hasta el fondo y yo escucho el ruido que hace el taz6n al raspar la tela. 1Aleanza?, pregunto. Para esta ver, dice. 2¥ manana? Dios dirs. a En medio de la noche las.ha despertado la tormen- ta, el ruido del agua contra la barida de estribor. El Manto de un nifio viene del camarote yecino ode otro que esté mAs allé. Aqué donde ellos esperan, nadie rita, s6lo el hombre de jaspeado dice que el mar es- ta noche no quiere calmarse y es todo lo que dice; habla con serenidad, pero Stefano sabe que est asus tado. Allllanto del nifio se han sumado otros, pero nadie hha de tener mas miedo que él, que quisiera que a este barco llegara su madre y lo apretara entre los brazos y Ie dijera, como cuando era pequenio y todavia no s0- fiaba con América, duerme, ya pasars. Pero él no po- dré dormirse esta noche Santa Marfa madre de Dios, porque su madre esté lejos ruega por nasctres, y lum. bo a América pecadores, en medio del mar y la tor- menta. Entonces recuerda ahora y en la hora que t ne bajo la ropa el rosario de su madre, y lo saca de nuestra muerte, lo aprieta entre las manos de nuestra muerte y se lanza de nuestra muerte, desesperado, de suestra muerte, a rezar gylUarrae dio en las helices! grito crece, como la lamarada que comenz6 en la proa, y se funde con otro: E —IA los botes! |Todos a los botes! 2 Pero no hay botes para todos. La tripulacién inten- ta ordenar el caos: se ubicaran primero los nifios y las mujeres ¥, si quedan sitios, los hombres. Stefano ve a Gina descender a una chalupa, desde los brazos del hombre de jaspeado. En otra, cae la mujer que viaja, con el nifio; eae con él, apretado contra el pecho. Alguien grita: —iAqut, Stefano! Es Pino. Arroja al agua las mesas del bar y pide que se larguen. Stefano se lanza tras él, da brazadas enlo- quecidas para aleanzar una mesa y, cuando la alean- 2a, se echa bocabajo, y se deja llevar por el oleaje Entonces ve un bote que desaparece en el agua, los ‘cuerpos, los brazos en alto; queda flotando el sombre- rito de Gina, boya un momento sobre el mar y acaba hundiéndose, como todo. ‘Yo remendaba unos zuecos junto. la ventana, Des- de ahi me animé a decir: a EL hijo de Gastaldi se fue 2 América, Ya lo sé. ¥ también Giovanni Grangetto. ‘Prepara la mesa. Puse sobre la mesa dos platos y dos jarros con agua, Ella voleé en el centro la polenta y la corté, Ema, ast ‘como yo te ensené, con el hilo... Después pusoel cuarto de paloma en mi plato, todo en mi plato. B Yo renegué para partirlo en dos, pero ella dijo: No. Duele recordar los ojos que tenfa cuando dijo que Abre los ojos. Esté en el agua, con la boca tocando la salmuera. Tarda en subicle la conciencia, en com- render que flota. Trata de recordar quign s, sella ma Stefano, ha venido viajando en un barco, dénde estd la costa, el agua lo ha tragado y lo dltimo que vio fue un sombrerito lotanda sobre el mar. Ella decfa’ Come tt que estas creciendo. Por favor, madre, entre los dos Come ti, yo ne quiero. Al terminar la comida sé que vendré a América. Se lo digo. Ella me mira, Ema, Me mira y no dice nada. Sélo huye a la cocina, Yo voy tras sus pases. Y vuelvo a decir: Iré a América. Yella vuelve am arme con los ojos de piedra, 4 El balanceo lo duerme, lo sume en un suefo en el que galopa sobre un caballo blanco. El caballo cabal- gp.en mm pantano, pero dene ls patas inmaculadas. I también esté de blanco y viaja de cara a un sol que lo enceguece. En la linea del horizonte, esperan. txo caballos negros. Sobre los cuatro cabullos, ahora lo sabe, estén sus amigos. Los llama, y s6lo Pino pare- ce entenderle, los demas taconean y se marchan. Despierta echado sobre la mesa, engarrotado y ham- ‘briento; tiene la boca seca, como el mar, amarga, y le parece ver algo, all lejos. Yo le pedia que viniéramos a América. Pero ela deci: No Deefa: Bsta es la tierra de tu padre, Alllé se puede hacer dinero, dije yo. iCosas que inyentan! Pero nadie regresa para contars.. Pro Envuelto en sogas, lo tiran sobre la cubierta, lo dan vuelta como a una bolsa de papas, y lo envuelven en ‘mantas. Tiembla, alguien se echa encima de él, y le mete en la boca un aliento de aguardiente. El olor del aguardiente lo marea, le hace recuperar, por comple- to, la conciencia. Sabe que lo desvisten, y que le acer. can algo caliente. Después, lo tiran en una litera y le ‘wuelven a dar vino, hasta que se duerme. 26 ‘Antes que yo, se habfan ido todos; bastaba volver a cabeza, Ema, para saberlo. ‘Nadie en la calle, s6lo viejos. El gue tocaba la mandolina era uno de ellos: tba por la mafiana, los domingos, a la iglesia, y rezaba por los que habfan muerto, por los que habfan cruzado el mat. Estaba ciego y tenfa, prendids en la ropa, una, ‘stampa de Santa Lucéa. Habla otro: el que estaba junto al Campanile, a la entrada del pueblo: a ése le faltaban las piernas. Re- petfa todo el tiempo: Mamma, sarai con me nem sarai ite sola. Y otto: ese que llamaban Picrino che fa il bambino y que hace tiempo se volvi6 loco. Y nadie més. Despierta con la luz en alto. Alguien le oftece un plato de comida. La mirada de Stefano atraviesa al que esti delante de él; después pregunta por los otros, pero el hombre habla una lengua que é1no entiende. ‘Le toman la mano y recuerda, se llama Stefano y ha venido viajando en un barco, el barco se llamaba...no sabe cémo se lama, el harco en que viajaba se ha in- cendiado, recuerda, y cada palabra le abre la memoria a otros recuerdos cada vez rms dolotoses, en el bareo viajaban sus amigos, viajaba Bruno, donde esta Pino ahora, le habia prometido Hevarlo a lo de un tio, a donde iré él ahora, en el barco viajaba una mujer que hha amado en suefios, y Tgo,,en:su-cabeza vuelve a sonar la miisica de Ugo. ‘Tiene una mano entre las manos de un hombre que habla. El no entiende to que el hombre dice. Sélo quiere saber qué ha pasado con sus amigos, y hace preguntas, pero el hombre tampoco entiende. Ella decta: No me iré. Esta es la tierra de tu padre. Y yo, Ema, no s6 por qué le dije: La tierra de mi ade nos mata de harbre. Ella grits: No insultes!, y escondio Ia cara para que no la viera llorar. Y yo me eché a sus pies, y le hesé las manos, y le ped 5 Perdoname, mam Ella me deja decizle lo que le digo, Después acomo- da la vor y habla: Te itds si quieres, pero debes esperar, 28 Se acercan dos vapores: uno de Sanidad y otro de ‘Aduanas. El inspector sube, mira los registros de en- fermerfa, y levanta la bandera de préctica libre. Elio huele a podrida, Son perezosas las maniobras, del buque para entrar en la Darsena Norle, hasta que Ginalmente echa el ancla. Antes del desembarco, un empleado de Prefectura llama a los pasajeros para r+ visar los pasaportes, y ponerles el sello del Hotel de Inmigrantes. Stefano no tiene pasaporte, pero el eo- misario de a bordo habla con los de Repatriacién, y las cosas se arreglan. ‘Alfondo, tras el muelle, las casas de chapa colorida, eledificio de Aduanas con su techo en deciive hacia Ia banquina del puerto. Mas all, la estacién Retiro y, » acd nomAs, el hotel y el ruido de la gente contra las barandas. Stefano carina entre hombres y mujeres desconocidos, que tienen fotograftas en las manos; cada tanto, alguien grita un nombre y el que pasa se vuelve a mirar quién ha Hamado. Alla entrada del albergue, desde la larga fila donde spefan un lugar donde dormir alguien grits nom- —iStefano! Le cuesta reconocerlo, con esa ropa demasiado ‘grande, pero es Pino el que lo abraza, lora y rfe sin que él pueda decir una palabra. Yo preguntaba: (Esperar, cudnto? Hasta que seas grande, me decia. ‘Tengo doce aftes. ‘Tienes que esperar mas. Pino le cuenta a Stefano cémo hizo para salvarse. Lo encontrd un barco de pescadores cerca de la cos. (a, Hace horas que esté en la entrada del hotel, espe- rando, pero ya consiguis una manta, podria incluso aleanzar para los dos la manta, para fabricarse en el suelo un sitie donde dormir. Los pescadores, dice, lo cuidaron tres dias seguidos, creyendo que moritfa. Ya no es el muchacho que era, el amigo que hacta refs; ahora habla con una vor que se le quiebra. Pero no ha 30 muertor estd abt contandole a Stefano cémo se ha salvado. Por inercia, por costumbre, comienzan nue- yamente a hacer planes, aunque los dos saben que todo les da lo mismo. Stefano piensa en su madre, en las ganas que tiene de contatle este miedo de morir. Le escribira, le dirs {que es verdad, que en América las vacas se crian so- las, y que las gallinas, si viera ella, ponen tantos hue- ‘yor que a veces dehen darselos a los chanchos. El hotel ests a pocos pasos de la dérsena; tiene lar~ ‘gos comedores y un sinfin de habitaciones. Les ha tocado un dormiterio oscuro y hiimedo. En la puerta, tun cartel dice: Se trata de un sacrificio que dura poco. Solo podremos estar aqut cinco dias. “LY sien ese tiempo no conseguimos nada? —pre- gunta Stefano. —i¥a te olvidaste? iEn cinco dfas estaremos cemi- po a Montenievas! —contesta Pino. = Los dormitorios de las mujeres estén a la izquierda, pasando los patios. Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Traba~ jo el modo de conseguir algo, los hombres se encuen- tran con sus mujeres. Un momento nomss, para con- tarles si han conseguido algo. Después se entretienen, jugando a la mura, a los dados 0 a las bochas. Algunos, como Pino y Stefano, prefieren escuchar | Geppo, a Beppe, a Severino, que han venido desde 3 4 ) , Napoles a buscar trabajo en los talleres de alin dia- io. Bilas esperan bajo las galerfas: las que tienen ni ios en los brazos, la que saca la teta y la coloca en la boca del hijo, la vieja que:se haa:quitado los-botines, luna nifia que parece un muchachito y acompatia a su. madre que esta a punto de parir. De toda ese. gente wenida de lejos, le quedan a Stefano algunos nom. bres, el recuerdo de un gesto, el dibujo que hace en la cara una natia, Algunas mujeres que parecen haber llegado solas, biscan en los hombres un poco de dinero. Una que ene la cara huesuda y la boca grande insiste, hasea que Pino dice que no tienen una lira; entonces ella deja de offecerse, hace una sonrisa un poco triste y Promete, fregéndose Ia mano entre las piernas: —Ouro dia te presto esta cosita Cuando el sol baja, Pino y Stefano salen a caminar por Ia ribera, hasta el muelle de los peseadores. Es la hhora en que el organito pasa: lo atrastra un viejo de barba y gorra marinera que Hleva un loro montado sobre el hombro, A veces, junto a las barcazas, se detienen a off el mandolin que suena en una rueda y las canciones que cantan los hombres de mar. Pero no sdlo hay ital nos en el puerto. Ya el segundo dfa se han hecho ‘amigos, ni saben cémo, de unos gallegos que limpian pescado junto ala costa y van porla masiana a verlos, ayudan un poco, y regresan, los tres dias siguientes, on algunas monedas. 2 “ No conosfa mi padre, Ema. Murié en el Piave, durante la guerra, Dicen que el agua corrié encarnada de tanto Lle- vase la sangre de los soldados, también la de mi padre. Cuando nacf, ya habéa muerto. Todo Io que recuerdo son esas canciones que ha- bblan de hombres sangrando en el agua. ¥ mi madre que dice que ha muerto junto al Piave. Y una foro, la tinica que tenemos, que ella guarda bajo la blusa. ‘Mi madire siempre ha dicho que me parezco a él. La mujer que tiene la boca grande habré lefdo lo que dicen sus ojos para dejarse tocar asf, como ahora se deja, a cambio de nada. Stefano ha sentido menos miedo en medio del mar que frente esta mujer que lo ahoge. ‘Qué te pasa?, pregunta ella y él la mira: ‘Bs la primera vex?, pregunta ella, y él dice que st con la cabeza. a Dejame a mé, dice ella, y te toma las manos y se las leva bajo la falda Dejame a mt, repite, y él se abandona, emputiado porella, lade la boca grande, la que no tiene nombre. Ella dectar Tienes los mismos ojos, Stefanin, las mismas 3 Después sacabs Ia foto que tenfa bajo la blusa y me mostraba: Mira hijo, mira, ilos mismos ojos! Y yo miraba la foto. El rostro borroso sobre el papel. No se le vetan los ojos. La nifia que parece un muchachieo y su madre, es- peran a unos primos que viven en Parané; el que se llama Beppe se fue a Tucumsn, a trabajar come lino- tipista; Geppo y Severino han conseguido emplearse en un diario de Buenos Aires, y Ia mujer de la cara huesuda viajé ayer no saben hacia dénde, Pino y Stefano se marchan hoy y ya llegaron otros @ ocupar su sitio. En la Oficina de Trabajo les han arreglado el viaje hasta Montenievas. El viaje en tren es una de las regalias que el pats da a los que se ajus- tanala Ley de Residencia. Y la misma oficina ordens un telegrama a Vittorio Pretti, de Montenievas, avi- sando de la llegada del sobrino y s amigo. Dejan acras el Hotel de Inmigrantes, el mar, el aje- treo del puerto. Van a la estacién Retiro y desde ahi, en un tren, hasta La Pampa. No llevan equipaje, no tienen nada, Pino dice: —Es como si fuéramos recién nacidos. —En cambio yo —dice Stefano—, ereo que ya lo hemos vivido todo. 4 ‘Vers cémo todo cambia, me prometia. Pero nada cambi6, Ema, y yo me vine. El ten atraviesa la Llanura, Legua tras legua, nada ‘més que alambrados, postes de quebracho y lechu- zas. Es verdad que las vacas anclan sueltas, vacas ne- gras, cantidades de vacas, y por Ia tarde el sol tine todo de rojo. Stefano y Pino no habfan visto jamds, animales sueltos, pastando, ni tampoco habfan visto, como ahora ven, el horizonte y el sol, allé escon- diéndose. En algén sitio cambian de tren. El campo recién srado Hlega casi hasta la estacién, Nadie en cl andén, s6lo un hombre que acsba de desmontar, tiene bom- bachas y un cinturén con monedas, Nada més que el hombre y ellos, y el mugido de las bestias. Después otra vez el tren, attavesando campos mas salvajes, tirras mas seeas. Recorren medio pats y casi no han visto gente, —Dehe haber mucho por hacer ea —dice Stefano, —Trabajaremos en el campo de mi tio, hasta que podamas comprar algo de tierra —dice Pino. Fuc el dia de San Bartolomé, cuando regres6 de la iglesia. Volvié a preguntarme: !Te irs? ‘Y yo, otra vez, le contesté que st 35 Ella dio vueltas por Ia casa, y se metié en la cocina, 1 preparar algo para la cena. ‘Cuando la tuve fuera de mis ojos, me-animé a pre- guntar: WVendris conmigo? No, dijo ella y s6la dijo no. En la estaci6n espera un hombre y junto al moline- te, una muchacha. Stefano la ve, mientras Pino y su {fo se abrazan. El tfo de Pino pregunta acerca de unos primos de Cantalupa, por una tal Margherite y por un. lugar llamado el Trapuné. El viento erabolsa Ie polle- rade la que est4 parada junto al molinete. Luego ella baja la cabeza, se sabe mirada y baja la cabeza, —Mi tio Vittorio —dice Pino. Stefano cuenta que él es de Airasca, que tiene en, Cantalupa unos parientes, y que su madre arrastra cada dia un carro desde su pueblo hasta el Trapuné; dice todo esto y mira a la que esta junto al molinete. El tio Vittorio se da vuelta, hace una sefia y la mu- chacha se acerca. —Mi hija Lina —dice. Lina habla, dice algo a Pino, # Stefano, pero lo que dice es un susutro que ninguno de los dos entiende. Después, camina hacia el sulky y ellos van deta iQué quieres?, dijo, Zo blanco 0 lo amarillo? 36 Yo die: Lo amarillo. Y ella guardé la clara para otra comida. En el patio estén asando un cerdo. Mi madre decta quemar la came es pecado. Le echan un menjunje que huole a ajo y vinagre. Mimadre decta: tirar el pan Hevet al infierno. En el hueco de la puerta, entre la galerta y la cocina, decta: no derraches la comida; decta: si comes la manteca con los dientes numea tendrds nada. Stefano no sabe si mirar lo que se asa afuera o lo que fa tia Doménica bate adentro, sobre el mesén. —iCuantos huevos! {Qué esté haciendo? —Un flan. ‘antos? —Veinticuatro. Para que no extrafiés Ia comida que cehacta tu madre —dice Doménica, le pide s Imelda que prepare le mesa, Ponfa a hervir sobre la estufa, por un buen cusrto de hora, una cacerola con agua, dos dientes de ajo, un pufiado de sal y una cebolla pequefia. ‘Yo cortaba pan, Io ponta en os platos, y ella echa- ba encima el caldo. Después decfa: iNo te apures! Tienes que esperar que se ablan- Me vefa comer asf, con gusto, y preguntaba: 37 INo es cierto que esta bueno, Stefanin? Y yo tomaba otro plato, uno mas, Pero si querfa otro, ella decta: ‘Basta ya. Guarda para la noche, Han visto los nubarrones y se largan al campo a recoger animales, antes que se desate 1a piedra, Vittorio grita: —iA las vacas, Pino! iQue te ayude Vigin! iA los pavos, Stefano! —Ilmelda, Luisella, a cubrir la buerta! —1Y Lina? Donde esta Lina, Cristo santo? Stefano corre a buscar los pavos, una menada de trescientos que Lina y sus hermanas crian. Busca des- orientado bajo la lluvia que se descuafa. Entonces ve a Lina arreando las aves bajo la piedra, hacia el bosquecito de cucaliptus, Se refuugian bajo los arboles, hasta que Ia tormenta pasa, él nada ins que mirdndola, entre los paves, cen- tenares de pavos que graznin. Cuando termina la pe- drada, salen a recoger los pichones desperdigados por el campo. Lina se toma el delantal y Stefano pone aht las erfas heridas por la piedra; después gufan la mana- da hacia los corrales. Mas tarde, junto al fuego de la cocina, evitando mirarse a los ojos, secan las crfas y se secan los dos. Imelda esté haciendo génfiun, tiemos gémfiun espol- voreados con azsicar, y Doménica los Heva a la mesa, 38 para que coman con la leche. Al calor de la cocina, hhacen balance: Pino dice que ya curd ala vaca que se meti6 en el breve y Wigin, que-son dos no mas Ina.ove- jas mucreas; Lina y Stefanosecanlas-criasdepavo cn In cocina de guisa, y son diez los pollos muertos que recogié Luisella, No es tanto lo que perdimos, Vittoria —dice Doménica. Pero Vittorio no hace més que resongar: —iDio faus! iPorca miseria! {Justo cuando estaba levantando el trigo! Aquella vez, bajo la lluvia, Lina dij: {Viste lo que encontré? Yo la miré a los ojos. Dijo: JNo fue una suerte que lo encontraral Yo contesté que sf Dijo: 2Viste como tlembla? ‘Y yo le acaricié las plumas htimedas y le hice que sf ‘con la cabeza, Alterminar el dia, Stefano busca a Lina, nada més que para verla. A yeces, incluso, habla con ella. Las cosas han cambiado en estos mneses: Pino no est con élenel cobertizo donde duermen las peones, esta en la casa, con su tfo. Stefano sabe que ya no comprarén un pedazo de tierra, nise irén juntos a ninguna parte. 40 Vittorio slo tiene tres hijas y este sobrina ha venido a ccupar el lugar del hijo, el lugar de quien va a su- cederlo en el campo. Cada vez que aprende una ta- rea, y ya aprendié a marcar, a capar, a descomar, su do dice: ‘Este sf que es mi sobrino! —y lo dice orgulloso, ‘con su vor de baritono. Stefano, en cambio, es uno mas entre los peones, y sabe que deberd trabajar duro por un pedazo de tie- ta, Sabe también que eso le llevara tiempo y tiene ‘miedo de que ella no pueda esperatlo. Una ver le pregunté: {Que hacta papé antes de la guerra! Ella dijo: Cuidaba la vita del coronel Nicolai. LY después?, pregunté yo. Ella dijo: (Después qué? Qué pasé con la vitia?, digo. Con la guerra se perdié todo. Porla tarde, Stefano va hasta los corraleso hasta la huerta para ayudar a Lina. Blla, mansa, se deja seguir. Elprepara la tierra, saca las malezas... No tiene ni qué prometerle; Vittorio le pagara a fin de ato, cuando venda la cosecha. Se recuestan los dos a la sombra, junto al estanque, yse abandonan contra la chapa fresca. Lina sabe que Stefano ha sobrevivido al hambre y al naufragio, yque es asf como ha legado hasta ella. " Elle habla de su madre, de la tierra que ha dejado, de los amigos muertos; a veces, con resentimiento, también habla de Pinoy de las diferencias que Vittorio hace entre los dos. Dice que nunca podré dejar de contarle todo eso, que seguiré diciéndoselo cuando sean viejos. De cuando en cuando se anima y le acari- ia el brazo, la mano. Después vuelven, cada'uno por su lado, hacia la casa, Yo le preguntaba siera grande la visa. Y ella decta: Grande, si, como de aqui al camino. Con las cepas de uva frambu: ZY habia comida en ese tiempo?, le preguntaba. Si, habfa. Mas que ahora. Entonces era bueno el coronel, recuerdo que le dij. Y ella levants la cabeza, Ema, y me miré. No. No era a mia quien miraba sino a alguien que estaba mas alla de mi. Después dijo: El pan del patron, Stefano, tiene siete edscaras y Ja mas rica es la quemada. Recorre con el sulky las leguas que lo separan de este casero llamado Montenievas. Bs otofo y Ia luz da en las cosas como una flecha, todo herido por ella esta mafiana de sébado, este abril Enrolla las riendas en uno de los palenques de Ia plaza y entra al almacén de ramos genereles. En la puerta, una mujer rubia vende alfefiiques, trozos de 2 chocolate, cigarrillos. La mujer es gorda y esté vesti- da de verde; desaparecen las medias bajo el vestido y celescote deja ver el nacimiento de las tetas. Las ma- nos arman con destreza los cigarillos y los acomodan sobre la mesita. Aunque nunca ha furnado, Stefano pide uno. Ella enciende un mechero y le hace reparo ‘con la mano; y él se acerca, como si fuera a besarla, chupa y escupe el tabaco que le ha quedado en. los labios. El olor del tabaco se huele mezclado con el perfume de ella, un olor de melaza un poco rancia. Stefano pregunta cusinto debe, pero la gorda hace no yno con la cabeza. —Regalo de la casa —dice, y vuelve a sus ciga- Durante la mafiana, Stefano compra utensilios de cogina, una muda de vestir, zapatos, un sombrero y tun corte de géneto para Lina; después, se acoda en el rmostrador del bar, junto a otros hombres, y pile, como ellos, un vaso de vino y snchoas verdes. Antes, nuestra casa olfa a anchoas en salsa verde, mi casa al otro lado del mar, Ema, la casa de mi ma- dre. Ella picaba ajos con la cuchilla de asas, y yo me trepaba a su pollera negra, en la natizel ajo, el perejil, el vinagre. 8 ) > A mediodia se sienta al sol, en un banco de la pla- sa, frente a la iglesia. Es la hora en que termina la miza de once. Stefano se entretiene-‘mirando a la gente, retazos de conversacién que pasan-a'suladoy se alejan. Después cada uno se mete en su casa, y la plaza y él quedan solos, En el silencio de la siesta, bajo el sol del otofio, se adormece. Cuando despierta, una perra le est hus- meando los botines. El saca un paftuelo y sc los lim- pia; luego se acomoda la ropa y camina por la plaza, hasta que abren los negocios. Antes de meterse en la ‘casa de rezagos, va hasta donde tiene atado el sulky, mete la mano en el bolsillo y le da al caballo unos terrones de azticar. En la vidriera abarrotada hay un instrumento para hacer miisica y por esa raza se ha quedado en la plaza hasta que abrieran. Adentro solo esta el due- fo, un hombre ojeroso y calvo. Stefano le prepun- ta cudnto cuesta. El hombre dice una cifte y cuenta como Io ha conseguido: Lo trajo un negro, comple- tamente negro, dice, nunca habia visto de esa gente poraca. —iCémo bay que hacer para que suene? —pregun- ta Stefano. Y el hombre contesta: Hay que soplar. Mi madre me dijo: Es hora de levarle la comida al ciego. “4 Cuando tomé la curva y bajé al camino, todavia me dijo: “Bl tela comes, ella no nos dard ropes Stefanin ‘Yo bajé hasta la casa de la Madama yretiré la vian- da: una rebanada de pan y encima un huevo. Ella también dijo: [No vayas a comértela!, pero no euega porque no es mi made Elcamino hace varias curvas y después toma la ca- Ue ancha. Cuando llegué a la calle, descapé la vianda. Y mire. “Y mire otra ver. Y vilo que el ciego no ve: el ojo amarillo, el ojo del huevo mirfindome. Y lo com Stefano le cuenta a Lina que en a tienda de rezagos hay un saxo, un instrumento para hacer mtisica. Le ha pedido al duerio que no lo venda, él juntard dinero para comprarlo. si Esa noche se lo cuenta a Pino. Y el dfa de la cameada, en la euforia del abajo, se lo dice a Vittorio. —1Y para qué?, isi para cantar Piamontesina bella no hace falta eso! —contesta Vittorio. Pero por la tarde, mientras Stefano lava las tripas, se le acerca y pregunta cémo se llama ese instrumen: to que ha visto en la tienda del turco Rast. Después, se hace llevar las tripas limpias al galpén y comienza a embutir. Es una tarea delicada que Vittorio no cede a 6 nadie, Bastaria un poco de aire entre la mezeia, para desperdiciar el esfuerzo de toda el afio; por eso salar, embutir y cortar los dados de rocino, son cosas que. ‘s6lo hace él Doménica se ocupa de la grasa y de picar el euero de chancho para los codeguines. Los demés arman Ins morcillas, ponen los huesos en sal gruesa y lavan trips y cacerolas. Junto a Vittorio, Stefano y Pino atan las ristras de chorizos. —(Asi? —pregunta Stefano. —Ast —dice Vittorio y, a su vex, pregunta—: Eso, Stefano, éno sera para masica de turco? Recuerdo que cra otofio, una siesta de otofio, y que en la vidriera, entre los trastos, vi una tuba. Recuerdo que le pregunté: {Como tengo que hacer ara que suenc? —Hlay que soplar —me dijo el hombre de la ticada. Y yo sople. ‘Todos los meses baja al pueblo con miedo de que hayan vendido el saxo. Llega, ata el caballo, cruza la plaza y va hasta la tienda. Y espera junto a la puerta, hhasta que el hombre lo hace pasar. Elno sabe de qué vive ese hombre, nunca hay na- die, s6lo él que va a mirar. Cierta vez, se desata una tormenta y Stefano se queda en la tienda toda la car 46 oq de. El hombre trae ans y beben, le ctuenta que ha ve- nido de Siria_y que tiene allé a su mujer y @ sus hijos, dice que nunca pens6 que demorarfs tanto en juncar eldinero para tractlos: ya lleva veinte afios de ausen- cia, los hijos han de ser hombres, ¥ él va para viejo. ‘También Stefano habla. Cuando pasa la tormenca ‘yesté por irse, el hombre toma el saxo y se lo da. Que Io lleve igual, después lo paga. Dice que nadie mas que él compraria ese trasto, que hace afios que lo tiene. Lina me pregunté: ¢Y ese saco? Es de tu padre, le contesté. Ella dijo: iQue bien te queda! “Y aunque yo sabfa que me quedaba grande, le hice que sfcon la cabeza El hombre de la tienda le cuenta a Stefano que en Montenievas hay un mtsico de escuela, que se llama Aldo Moretti, y que vive donde termina la calle de la plaza. Stefano no sabe qué le died, y tal vez no diga nada, sélo preguntar de dénde es él, de Italia, sf, pero de dénde, y st es verdad que ensefia misica, y hablar un poco Ia Tengua. Moretti se queda miréndolo tras los ligustros. Bien podrfa ser su abuelo: zapatillas de pafo, el pantalén > de lanilla con La cintura alta, los tiradores. Ve el saxo yyano hace falta que Stefano diga nada porque es el otro el que empieza a preguntaracerca del instrumen- to y luego cosas de éirde'dénde-es, cusnto hace que hha llegado a Montenievas. Cansado de verme en la puerta, me hacta pasar. Y yo entraba a la tienda, soplabs, y por el soplo pasaba Ja mmtisica. Eso que habra durado un instante, ha atra- vesado la memoria y ahora viene a mf, Ema, @ ti Recuerdos que siguleron, como han seguido comba- tiendo el olvido mi madre, el ruido del jarro raspando la tela, el mar en los dias horrcrosos del naufragio. —iC6mo dijo que se llama? —pregunté Aldo Morerei —Stefano, sefior. Pase. El pasa y da con una mujercita que tiene el pelo blanco. Moretti dice: —Este muchacho es de Airasea, Maria. De Airascal Si, seftora. Usted conace? —No, pero Aldo me ha hablado tanto de su pue: blo que podria ir con los ojos cerrados. 8 il Me pregunt: Te irs? Y yo contesté que st Ella dijo otra vez: sta es Ia tierra de tu padre. Y se dio vuelta para que no la viera lloras. Después, no sé cudinto tiempo pasamos, Ema, los dos, en silencio, hasta que ella dijo: Esta bien, te irés si quieres, pero el afio préxi- —iConoces Giavenno? —pregunté Morete —Mi madre lo nombraba... El seminario, a iglesia, pero no conozco. —Fue en Giavenno donde aprend’a leer maisica.. Yat, iquién te ensens? —No he aprendido, no sé nada —dice Stefano, y se ruboriza. —Fue el preboste de Giavenno el que me ensen, {Ves la espalda encorvada? iGracias a.esto me salve de ser cura! Stefano rfc. La mujer se le acerca y dice: —Debieras venir seguido por acé, hace aftos que no veo a Aldo conversar tanto. Después mira a su marido. El cuenta que lo saca- ron en penitencia a las galerfas una noche y se dur- m6 sobre el suelo helado; que tuvo un ataque deere ma, el primero, y su madre comprendi6 que el seminario no era para él. Ella regresa a la cocina. 9 cog —iQué instrumento roca? —pregunta Stefano, —Lo que se aprende en Ia iglesia. Aldo habla y mira hacia la cocina. Luego agrega por lo bajo: Es como con las mujeres. Hay que conocer a va~ rias para elegir Stefano rfe otra vez. Disfruca del correr de la tarde, junto @ este hombre calido. Después le pregunta qué instrumento eligi6. —El mandolin —dice Moretti. Lina me pregunt6: (Cémo se lama eso que com- praste? Y yo se lo dije. (Como después no dijo nada, le pregunté: {Viste qué lindo es? Pero ella siguié sin decir nada. Moretti se levanta y regresa con la mandolina. La mujerdice que Stefano debe quedarse a cenar, que sf, cconiglio, sélo eso, no es molestia. Aldo canta: Scrivimi, non lasciarme pi in pena. Y Stefmo recuerda a Gina, a Ugo que segute con la acordeons al de Ia mandolina con la misma fe con que élescucha ahora a Aldo. 50 rut rase un rigo abpens cealmerareno il mia dolor. Scrivimi, sard forse Vaddio ‘che vuoi dare al cuor mio. Serivims, se felice sei nu Tu non scrivd e non tomi, 1 sel fata di gelo, cost passa i giomni senza amore per me. Stefano aprende los tonos y se le va la tarde. Cuan do oscurece le dice a Moretti que no quisiera, pero debe irse, y que ése es el primer dia feliz que pasa en América Son sus ojos que por la noche vuelven y pregun- Sus ojos, Ema, y su pollera negra, Yo nunca s€ qué decirle Me pregunta: [Por qué te ftiste? Y yo no sé qué deci Extiende la mano y en el suefio la mano no llega hasta mt Y repite mi nombre: Stefanin, Stefanin, como cuando era un nis Pregunta si soy fel yyo no sé qué decir. 51 = Stefano vuelve a lo de Moretti a sacar lanota, una octava mas alta, ragazzo.queelatro hace vibrar con la ila, pizmo, Stefano, piano pianissimo, Con el sonido de la mandolina, allegro adesso, vuel- ven Ia casa suya, el mundo. ¥ el viejo se convierte en los amigos que ha perdi- do, enel padre que ha perdido, en el hermano que no tuvo, Pero Ins cartas estan echadas. Se id, cast fighio mio, se ira A veces pienso que no es verdad lo que ha pasado; que de todo lo que ha pasado, nada es verdad, ‘Que £05 vos la que decfa: No te vayas. Que sos vos, Ema, y no mi madre. Otras veces pienso que el deseo de venir a Améri- ca mi madre, tu madre, el viaje a Montenievas y ese circo donde estuve, han existido s6lo para que te en~ contrara, Y a veces pienso que todo Jo que pienso, es la mis- 2 seen Lo atraen esas mujeres con el pelo tefiido que rien. cn los carromatos y andan con las piernas desnudas. Detrs del corralén, los hombres del circo Los Her- ‘manos Juérez levantan la carpa; ya limpiaron el bal- dio y ahora, a los gritos, tiran de los tieritos. Mucha gente ha ido a verlos: animales trafdos de lejos, nitios vestidos con ropas coloridas, personas que hablan de manera excrafia, Una mujer cocina, sobre un braseto, tun guiso que huele bien; un poco mas lejos, dos hom- bres asan un cordero. Stefano ayuda a armar las geadas. Después se hace de noche y camina hasta el sully, pero pasa de largo 1a plaza y se deja llevar haeta la casa de Moretti. Aldo aca vino, anchoas, salame; luego prueban los tonos 5 con la mandolina y tocan varientes, versiones mejoradas de las canciones que Stefano escuch6 por latarde. Stefano canta: Sivas a Calatayud regunta por la Dolores. No son las canciones que le enseftaba Aldo, son La Dolores, Pipistrella, Madama da la finestva, Pippo non lo sd, canciones alegres que hablan de mujeres, que traicionan y de hombres que se han puesto en ri- diculo. Ensayan hasta la madrugada. Entonces sf Stefano se marcha. Le preguneé: iViste lo que me dieron? Lina hizo que sf con la eabeza. ‘Después dijo: (Para qué querés eso, acd, en el cam- Pa Yo me encogi de hombros. Y ella se fue. Yo la segut unos pasds, la tomé del brazo y Ia volvt hacia mt, Estabemos detrés de la huerta y nadie podia ver- nos. Le vila cara mojada, y la besé. Después le pregunté: {Por qué lorés? ¥ ella dijo: Es por eso que compraste. Te alejaré de T | Regresa el sabado adonde esté el circo; esta vez lle- vael saxo y toca, a un paso de la boleterta, la misica ‘que ensayé. Bajo la carpa, ala entrada, un viejo vende helados que hace en un armatoste ce metal. Ha puesto, en un recipiente calzado con hielo y sal gruesa, una crema que huele a vainilla El viejo Lucea fue domader, pero ahora, a causa de la artrosis, le dej6 el lugar a su hijo. Lucca es un hombre grufisn, que habla el dialecto de los vénetos. Stefano ve cSmo gira la manivela y la crema perfumada con vainilla se convierte en un he- lado que hace rechinar los dientes. ‘Una mujer se acerca a Stefano y le pregunta dénde aprendi6 2 tocar. Es extrafia y, por momentos, her- ‘mosa, a pesar de los dientes grandes, la cara llena de ppecas y el cuerpo quiza demasiado flaco, Es-tanto el interés que pone, que Stefano acaba tocando para ella todo lo que sabe, canciones de aqut y alld que se le han ido quedando en la memoria. Alrededor se ha formado un coro, una rueda alegre que envuelve a Stefano y a la mujer. Ella sitba las canciones, como si fuera un hombre; de pronto, grita: —ICamilo! Y¥ el dueno del cireo, un hombrén que tiene un ci- garro calzado entre los dientes, se acerca. Le dice: —En toda la tarde no has hecho nada. Sélo escu- char al muchacho. ; | ; —INo te enojés, tesoro! —dice ella, y le pide a Stefano que vuelva a tocar Desde el alma. Stefano vuelve a tocar, se cruza de un motivoa.otro, de un tema a ot10, para.mostrar-todo'lo que sabe. El hombre hace gestos de aprobaci6n; dice: —No est mal lo que toca el gringuito. Ella le grita: —iTe gustaria que se quedara con nosotros? Pero Camilo ya se ha ido hacia el otro lado de la arpa. Stefano toca todavia un rato més, hasta la hora de la funci6n, y luego se mete a ver el espectéculo. Le pregunté: (Por qué llorés? Yella dijo: No lo sé. St que lo sabés, dije yo. Y ella contesté: Es por el saxo... No es algo que sirva, aquf, en el campo. Texmina, los sabados, de trabajar, se bafia, ata el caballo al sulky, y va al circo. Una vez, incluso, va con Lina, Luisella, Imelda, Pino, Vittorio y Doménica, yla mujer de pelo colorado arregla las cosas para que no paguen entrada. El tio Vittorio esté eufirice y 10- dos le agradecen a Stefano que se haya hecho amigo de esa gente, todos menos Lina. Vuelve un sido yotro al citco, hasta que la mu- 56 jer de pelo colorado le dice que ésa es a dltima sera ‘na que pasardn en Montenievas. Dice, tambiém que en la orquesca hace falta alguien come él 7 aue, si quiere, puede ise con ellos. Por la noche, en los suefios. “8via >, maadre pre- gunta: ZPor qué te has id« Pregunta por qué te h# 4°" no sé qué decile. Pregunta si soy felis y'9"°".¢ qué decile. Lo primero que hat'®*** blar con Pino. Pino no parece sorprenderse, d® 24 también él ha pensado alguna ver en irse, perd¥*28 comprendido que en ningdin lugar estaré com 8 casa de su tio. Des- és pregunta: PME Tinat (Que hares 2 Stefano no se siente caf *# prometer nada, nia Lina nia nadie: eso es tal," » mds diffel. Dice que Jo anico que sabe es qu’! 2 irse, que hablar4 con ella y entenders. —Tal vez pueda jue! tice cero y regresar a buscarla Yo, Ema, hubi 3, zrido tract amimadre, tenerla conmigo, pero (8 quiso... Estaba... com! ‘wala terra. 57 Yo era joven y no comprendia. Abora comprendo... Ahora que he dejado de andar, ahora que me he quedado quieto. Ha dejado Ia decision para ultimo momento y, el domingo per la tarde, va a hablar con Vittorio, Vittorio grita, se enfurece, no comprende la razén, ‘elcapricho de irse con esa gence que vive de no hacer nada, que no tiene ganas de trabajar. Cuando se cal- ‘ma, le pide a Stefano que se siente, manda llamar a Pino y a los peones y pide a las mujeres que sirvan vino, nmin, salame, purund, —iDoménical —grita—. iStefano se va de musi- co! 1Vamos a despeditlo! Lina y Luisella traen jarras con vino y ristras de sa- Jame. Lina mira a Stefano. El baja la cabeza; pero cada, vez que ella va hacia lz cocina, Ia mira. Vittorio, que Io ha visto mirar de esa manera a su hija otras veces, dice: Si te va bien, podés venir a buscatla. Ella pregunta: 2Te irds? Yo no sé qué decir: Vuelve en les suefios y pregunta: Te iris? Y yo, Ema, no sé qué decirle, Sélo sé que hubiera querido traezla conmigo. 3s La dltima tarde que comparte con ellos, Stefano le cuenta a Moretti y a 6a mujer lae injusticias que co- metié Vittorio desde el primer dia, Ellos son los tni- cos que le han dicho que hace bien en irse, en buscar otras oporcunidades. —El pan del patrén, Stefano, tiene siete cAscaras dice Moretti —iEs lo que decta mi madre! Siete céscaras y la mejor est quemada... Pero Stefano no termina de curar su resentimiento con Pino, con Vittorio. ‘Marfa ha cocinado polenta con salsa, crema y cho- rizos. El recuerda la polenta que comfa con su madre, aquella dura como un pan. Qué comerd su madre sho- ra, con quign comers. Hace ya tres cartas que no tie- nevrespuesta. Es su voz que por la noche vuelve. ‘Vuelve, Ema, y pregunta si soy feliz. En el sueno, su mano no llega hasta mf, pero su boca dice Tor qué te has ido? Ahora que tendremos un hijo, ella vuelve y pte. gunta por qué. Stefano, preocupado por la falta dle noticias, le es cribe a la madre de Pino para que averigte lo que le so pasa a su madre, y espera ansioso una respuesta. Ta carta de Gemma dice que Agnese estuvo enfer- ma y que todavia se encuentra un.poco débil. Dice también que Stefano nodebe precuparse, porque los. vecinos la cuidan y, ahora que el prete la llev6 a vivir ala casa parroquiel, no Ie falta la comida. Stefano piensa que su madre habré estado verda- deramente mal para que el cura se la haya levado. Sélo cuando ella le escriba sabré la verdad. Le encar- 6 a Pino que vaya al correo todas los meses ¥ pre- gunte si hay carta para él. Por su parte, pondré un. telegrama cuando lleguen, con el eizeo, al pueblo que sea, para que siempre sepa d6nde ests. Me pregunté: {Por qué loras? ¥ yo dije: No lo sé. St que lo sabes, dijo. ‘Aldo va a la despensa y regresa con una borella. La descorcha y deja caer, desde lo alto, el vino grueso. El vino espuma ligeramence en los vasos. Luego, las bur- bujas se disuelven. —Si la espuma se va —dice—, el vino es bueno. Esteves de nuestra primera cosecha en América. To- davia quedan algunas botellas. A los postres, mojan en el barbera los biscotti. Lue- go Marfa recuerda que le quedan unas castafias en. almtbar y corte a sacarlas del aparador. 60 Stefano y Aldo cantan, hasta pasada la mediano- che, todo lo que saben, pero vuelven siempre a aque- a eancién que Stefano aprendi6, la primera de co- as, la tarde que se conocieron. Serivimi, sara forse Vaddio ‘che wuoi dare al cuor mio Serivimi, se folice seit Stefano se despide, como ai fuera ésa una més de las tantas noches compartidas, pero promete que pa- sard a saludarlos antes de irse, Marfa dice, cuando Stefano ya esté en la calle: —Serfa injusto pedirte que te quedes... Y él regresa hasta donde han quedado los dos y los abrqza. Sabe que no tendré fuerzas para regresar a despedirse. Enel suefio, yo gritaba su nombre. [Agnese! (Agnese! Y corrfa hacia ella. Le peda que viniera conmigo, y agitaba la gorra Peto ella levantaba la mano, allé lejos, y se iba. Vittorio le dice a Stefano que no se vaya caminan- do hasta el pueblo, que ensille el caballo viejo y lo doje en la plaza. a Las mujeres se han ido a dormir, no se ayen ruidos enla cocina, Sélo han quedado los tres hombres, des- piertos, en la casa, y esta avanzada la noche cuando se despiden: una despedida un poco brusca, aunque al abrazarse, también » Pino se le quiebra la voz. Después, Stefano sale a la galeria y ve a Lina, que se las ingenié para estar abt esperndolo. No habla, solamente lo mira. El sf habla: promete despedirse en Ia maftana. Eso, nada més. Lina dijo: No. @Por qué no!, le pregunté. Porque no. Si Lina no hubiera dicho que no nos hubiéramos conocido, Ems tal vez nosotros No se despedira de nadie, ni de Lina. No pudo dor- mir en coda la noche, toda la noche escuchando el chillido de las lechuzas. A las tres, antes que se levan- ten a ordefiar, busca el caballo y se va. Al pasar frente @ la casa, ve a Lina, bajo la galeria, on una manta sobre el camis6n. Stefano se acerca y, un paso de ella, se detiene; bajarfa a abrazarla, pero tiene miedo de quedarse. Tiene, también, vergiienza de prometerle nada. Ella se queda mirdnndolo, y €ltam- poco dice nada. Se vuelve a mirarla, hasta que sale al camino, y to- a das las veces que se vuelve, ella ese abt, mirandolo. También Lina me pidio que no me fuera, Ema. Pero yo igual me ful Dio: Vas a ver cémo todo cambia. Verds que tam- ‘bién mi padre cambia. Pero nada cambié y yo me fui. ‘Trabaja en la orquesta, tocando los solos en los nd meros de acrobacia, un momento antes que los trapeciseas se larguen de las hamacas y queden sus- pendidos en el aire. Camilo ha puesto a Stefano en el ccarrecon de los payasos, que tiene una cama desocu- pada, Con un lugar donde dormir, y qué comer, lo que gane le quedaré limpio. Enel trapecio trabaja la mujer de pelo colorado. Se Varna Tersa, Tersa Williams, y, ahora lo sabe, toca la arménica. Se encarama por las noches al trapecio, se cuelga cabeza abajo y hace sonar la arménica. A. ‘Scefano le asombran las costumbres de esta gente, lo que comen, Ia ropa que usan, el modo en que hablan; gente venida de todas partes que se ha ido sumando al circo. Uno de los payasos es htingaro, son de Lignano el domador y el viejo Lucca, y la contorsio- nista es brasilefia. Pero de todo esto, Stefano s6lo re- cordaré a Rosso y a la que ahora toca la arménica, Balanceéndase sobre el trapecio. 6

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