Abuela Juanita era una mujer española que vivía en un caserón colonial en América Latina. Siempre mantuvo sus costumbres y forma de hablar españolas, usando palabras y expresiones propias de su tierra natal. A pesar de vivir muchos años fuera de España, nunca pudo acostumbrarse a las costumbres del nuevo país y enseñaba a sus nietos palabras y modismos españoles.
Abuela Juanita era una mujer española que vivía en un caserón colonial en América Latina. Siempre mantuvo sus costumbres y forma de hablar españolas, usando palabras y expresiones propias de su tierra natal. A pesar de vivir muchos años fuera de España, nunca pudo acostumbrarse a las costumbres del nuevo país y enseñaba a sus nietos palabras y modismos españoles.
Abuela Juanita era una mujer española que vivía en un caserón colonial en América Latina. Siempre mantuvo sus costumbres y forma de hablar españolas, usando palabras y expresiones propias de su tierra natal. A pesar de vivir muchos años fuera de España, nunca pudo acostumbrarse a las costumbres del nuevo país y enseñaba a sus nietos palabras y modismos españoles.
Pero no de esas que por accidente nacen en un lugar cualquiera y
al vivir largo tiempo en otro, ya pocas cosas les recuerdan su lugar de origen: abuela Juanita era española de sangre y temperamento, tanto como pueden serlo las castañuelas, la plaza de toros o lo versos de García Lorca. De niña, yo creía que había nacido vieja, siempre la vi igual, el pelo gris sostenido con una anacrónica peineta en un moño alto, que dejaba al descubierto todo el cuello rodeado por una cinta negra de la que pendía una pequeña cruz de oro. Los domingos, la mantilla negra que ya nadie usaba, sobre la altiva cabeza, para oír la misa. Fue la última persona que vi usar mantilla, una prenda oscura y tenue, de encajes muy cuidado y bello a su modo. Vivía, desde que tengo memoria, en el mismo caserón viejo y severo como ella, una de esas casas coloniales con patio de baldosas blancas y negras y un aljibe en el centro. Nunca conseguimos acriollar a la abuela Juanita. Hablaba arrastrando suavemente las eses y pronunciaba muy diferenciadas las c y las z. Aún decía a sus nietos cuando armaban alboroto: "No hagáis tanta jarana, mocosos". Frente algún desplante de los chicos, afirmaba: "¡Vaya que sois frescos!" No se la pudo jamás hacer entender que aquí la palabra tiene otro significado bien diferente. Para ella las bolsas eran sacos, las papas patatas, y los niños chavales. -Ven acá. Roberto- decía a mi primo-"enséñame" las orejas. Y al verlas: -¡Vive Dios! que si "caiera" ahí una semilla, germinaría, chaval.