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ACERCA DEL BUEN GUSTO Y LA LIBERTAD

“Sobre gustos no hay nada escrito”. Este conocido tópico se invoca con
relativa frecuencia en medio de una conversación. En otras ocasiones, la
expresión que se escucha es diversa: “mi gusto es así”, o “a mi me gusta”, o
cualquier otra frase parecida. Parece que el gusto es la instancia final a la que
se llega. El gusto se relaciona con el comienzo del terreno de lo opinable.
Quizá se presentan diversas posibilidades de solución, y parece que nos falta
un criterio de verdad sobre la cuestión debatida. Y, entonces, entra en juego el
gusto. Hablar del gusto es, al parecer, hablar de lo opinable. Algo es una
cuestión de gustos porque es algo que sólo incumbe a la libertad con la que
uno se adhiere, pero no se pueden argüir razones en favor de una respuesta
respecto de otra. Depende de cada uno. Pero, en verdad, esto es demasiado
duro; entre otras cosas, porque yo no vivo solo y surgen conflictos.
Para otros hablar del gusto es hablar de la forma de educación en una
sociedad. Nuestro modo de vivir y de pensar estarían en función de la cultura
recibida y de la sociedad en que vivimos. Recibimos el gusto de aquellos que
nos precedieron. De todos modos, tampoco podemos encontrar argumentos
en favor de los gustos de una sociedad respecto de otra. Esta es, en cierta
medida, la tendencia de una parte de la Antropología sociocultural.
¿Verdaderamente el gusto es sólo mío -o de la sociedad en la que vivo-
sin ninguna otra determinación?¿Podemos encontrar razones que hagan
posible desechar unas posibilidades en favor de otras más convenientes? (Me
refiero a conveniencias válidas para toda persona, no a conveniencias
singulares).
Con este trabajo no pretendo aumentar la bibliografía sobre el gusto,
que normalmente no han leído los correspondientes invocadores de las
expresiones antes mencionadas. Trato de mostrar que detrás de las
cuestiones sobre el gusto se encierran aspectos complejos que es necesario
tener en cuenta; y que, salvando la libertad, puedo hacer ciertas
determinaciones sobre el gusto. Más aún, precisamente sobre la base de la
libertad se puede edificar el buen gusto.
Quizás, la concepción actual del gusto sea una consecuencia de la
concepción moderna de la libertad como exención de supuestos prácticos . El 1

gusto se considera algo subjetivo, que goza de autonomía, y es independiente


de los conceptos del entendimiento; así lo expresaba, por ejemplo, Kant. 2

El gusto supone una realidad compleja y difícil de determinar. Entre


1

cfr. ALVIRA, R.,


Reivin dicación de la volu ntad. EUNSA. Pamplona.1988,p. 214.

2
cfr. LABRADA, Mª A., Belle za y racio nalid ad. Kant y Hegel. EUNSA. Pamplona. 1990, pp. 49-124.
otros motivos, por la relación con la belleza. El habla habitual refleja esa
complejidad. El diccionario de la Real Academia Española 3
aporta 9
acepciones distintas de esa palabra. Algunas de las acepciones se inclinan
hacia aspectos interiores o constitutivos pertenecientes a la persona; por
ejemplo, en expresiones del tipo: “es una mujer con gusto”, “cada uno tiene su
propio gusto”, “hazlo a tu gusto”. Las otras acepciones se inclinan, en cambio,
a ser aspectos externos, pertenecientes al objeto; por ejemplo, en las
expresiones del tipo “ese producto tiene un gusto raro”, “es un adorno de poco
gusto”, “el gusto francés”. El uso lingüístico manifiesta la complejidad y la
vinculación de las distintas facetas del gusto. Todas estas facetas, en verdad,
no son separables, pero sí cabe distinguirlas.
Para comenzar a dilucidar la cuestión, diremos en primer lugar que el
gusto está relacionado con el ámbito de lo indeterminado. Como algo no está
determinado es susceptible de alcanzar la determinación. Y esta determinación
se logra haciendo discriminación de las posibilidades que se presentan en la
elección. Cuando elijo, me quedo con una de las determinaciones, la que más
me llena. Por ello, sólo si se puede elegir se tiene gusto. Los animales no
tienen propiamente gusto o, al menos, es muy reducido. Tienen el gusto que
permite la espontaneidad del instinto. El hombre, en cambio, hace
discriminaciones no espontáneas. Tiene gusto tanto en las operaciones como
en los medios para la consecución de los fines . 4

El gusto supone una determinación discriminatoria. Esto sólo puede


hacerlo un ser espiritual, que es capaz de determinarse de algún modo .. El 5

gusto del hombre viene dado en función de una acción espiritual determinativa.
En el estado espacio-temporal el gusto humano tiene una relación estrecha
con la moda, en cuanto modo de insertarse el espíritu en el tiempo . La moda 6

puede provocar que algo guste o no guste.


Eugenio D’Ors considera el gusto relacionado con la capacidad
apreciadora del hombre . El espíritu se “apropia” de algo, lo hace suyo, se
7

determina de algún modo. Cuando algo gusta nos sentimos identificados con
ese objeto y lo preferimos. Hay una connaturalidad. Apreciamos aquello. Ya no
tiene precio para nosotros. Le descubrimos a la realidad un valor. La realidad
me ofrece unos contenidos. Y tengo la capacidad de conocerlos y de captarlos.

3
Diccionario de la lengua Española. Madrid. 1970. 19ª ed.

4
cfr. MILLAN-PUELLES, A., Economía y libertad. Confederación Española de Caja de Ahorro. Madrid. 1974, pp. 17-147.

5
cfr. MILLAN-PUELLES, A., La estructura de la subje tivid ad. Rialp . Madrid . 1967, pp. 377-417.

6
cfr. ALVIRA, R., id., p. 223.

7
cfr. D’ORS, E.,La ciencia de la cultura. Rialp . Madrid . 1964, pp. 310-326.
Se aprecian los valores de la realidad y se le saca el provecho. De este modo,
se produce una determinación por algo que está “más allá”, que se “descubre”
en la realidad y me hace gozar. Hay algo que se descubre y que está detrás
de la apariencia. Un más allá que aparece en lo que parece. Si lo capto, le
saco el provecho a la apariencia. El gusto es una determinación en relación
conmigo mismo. Algo exterior que afecta y que tiene relación con el sujeto.
Cuando algo me gusta o me disgusta establezco una especie de
valoración jerarquizada de la realidad en relación conmigo mismo. Al valorar
descubro algo más de lo que está ahí. Algo que está significado, que tengo la
capacidad de conocer y que lo asumo en mi mismidad. Se hace una
discriminación y uno se identifica (o se distancia) con lo preferido.
Pero esta actividad se da de un modo natural en el ser humano,
normalmente constituido. Desde los primeros estadios de la vida se comienza
a hacer discriminación de los contenidos de la realidad. Elijo unos contenidos y
me identifico con ellos, me gustan.
Toda la vida del hombre está, pues, marcada por la preferencia de los
contenidos de la realidad. El modo de decir, el modo de obrar, el modo de
vestir, etc. denotan la diversidad de discriminaciones que puede hacer el ser
humano. Como la implantación en lo material es algo constitutivo del hombre
en este mundo, podemos decir que siempre habrá algún tipo de valor que se
extraiga de la realidad. Por eso, se puede decir que la historia del hombre,
bajo ciertos aspectos, es la historia de los gustos, “gustos de que es costumbre
decir en español que ’no se ha escrito nada’, cuando si bien se mira, quizá
todo lo que en el mundo se ha escrito no se refiere a otra cosa que a ’los
gustos’ “ .
8

Con estas consideraciones, hablar del gusto es decir muy poco. Porque
sólo se indica una determinación de la subjetividad por un contenido valioso de
la realidad. Esto importa; importa que algo guste, porque si nada gusta
difícilmente se puede vivir. No se obtendría el provecho de la realidad. Se
caería en el aburrimiento o en la angustia. Pero lo que realmente importa es
qué debe gustar. Para ser feliz hace falta que me guste lo mejor. Porque
entonces disfrutaré más. Estaré mejor satisfecho. Por eso importa, sobre todo,
tener buen gusto. Y para lograrlo he de elegir bien lo que elijo. Esto es lo
propio del elegante. La persona elegante tiene buen gusto y saca el mayor
provecho de la realidad. Es más feliz.
Tener buen gusto conlleva una serie de determinaciones tanto por
aquello que se elije como por el modo en que se elije. Por eso es necesario

8
ibidem. p. 322.
fijarse en dos aspectos: uno más objetivo, y otro más subjetivo. A la hora de la
verdad, ambos aspectos están implicados y se dan al unísono, pero cabe la
distinción.
Respecto al aspecto objetivo del buen gusto, podemos estudiar qué
capta el ser humano sobre los contenidos de la realidad. Si recurrimos a la
clásica distinción de las facultades humanas, podemos establecer tres niveles.
Esos niveles pueden servirnos para especificar los valores que puedo captar
de la realidad. En primer lugar podemos establecer el plano sensible. Uno de
los sentidos externos del ser humano se llama, por ejemplo, “gusto”. Con este
sentido percibo el sabor de las cosas. Entro en contacto sensible con lo que
tomo, a través de mi paladar. Y entonces, me gusta o me puede no gustar.
Esto ocurre también con los demás sentidos: me gustan unos olores, unos
sonidos, unos colores. Me gustan unos concretos y discrimino los demás.
Capto las diferencias sensibles de la realidad y me identifico con unas cuantas,
que son las que me gustan. Se establece una armonía entre mi ser y lo
sentido. Ahora bien, ¿hay sabores, olores, colores y sonidos mejores que
otros? (No considero propiamente el sentido del tacto porque es poco
significativo, en general, en el aspecto del gusto). Desde un punto de vista de
esos sensibles en sí, no podemos decir que sean mejores o peores unos
sabores, olores, colores y sonidos. Pero teniendo en cuenta el modo real en
que se dan, y el modo de ser del hombre, sí podemos decir que hay sabores,
olores, colores y sonidos más convenientes que otros; al menos, dentro de
unos límites. Hay algunos que son más conformes con nuestros sentidos y con
nuestra vida. Todos despreciamos, normalmente, sabores rancios, por
ejemplo; u olores pestilentos; o colores distorsionantes; o sonidos estridentes.
Lo cual no quiere decir que ante esos específicos sensibles, no pueda haber
personas que proclamen la conocida expresión “pues a mí me gusta”. Pero
muchos también replicaríamos “pues vaya gusto”. No todos tienen el mismo
gusto, pero sí podemos establecer unos límites en donde se encuentra el buen
gusto. Y dentro de esos límites hay pluralidad.
El segundo plano es el de la sensibilidad interna. Análogamente a la
existencia de un sentido externo como el “gusto”, cabría admitir un sentido
interno como “gustativa” . Este sentido captaría las diferencias de la realidad y
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me facultaría para disponerlas de un determinado modo. Con todos los


sentidos internos se establecen unas valoraciones. El sujeto se identificaría
con una ciertas disposiciones, valoraciones sensibles, estimaciones, etc., de
los objetos de la realidad. Me parece que este plano de consideración tiene

9
cfr. ALVIRA, R., Reivin dicación de la volu ntad. EUNSA. Pamplona.1988.pag. 18-29.
una influencia muy grande en la vida. Por ejemplo, en el hablar, en el vestir, en
el comer, en el habitar, en el vivir. Incluso en el arte. Es un plano más
profundo, donde el sujeto está más puesto que el plano de lo meramente
sensible. En este plano surgen las pasiones, los afectos, los intereses
particulares, etc. ¿Cabe decir, por ejemplo, que haya conjunciones de
sensibles externos, o formas y figuras, o estimaciones singulares, o
disposiciones sensibles mejores que otras? ¿Por ejemplo, que haya unas
comidas mejores que otras, o formas de vestir, o modos de expresarse que
sean más convenientes que otras?,¿o es sólo una cuestión de costumbres?
¿Hay gustos más adecuados que otros? Se puede decir que sí. Hay productos
que por su consistencia, o por alguna cualidad característica, son más
susceptibles de ser elegidos y gustados por el ser humano. Por ejemplo,
dentro de la Gastronomía se pueden establecer comidas más elaboradas, más
gustosas, mejor presentadas . Y esto es más adecuado al espíritu humano.
10

Más adecuado porque supone mayor perfección y riqueza. Por eso hay
realidades que han de gustar más que otras, porque tienen mayor valor.
El último plano sería el racional. El espíritu humano se identifica, a
través de la inteligencia y la voluntad con la verdad y el bien. Esas dos
facultades aportan los elementos necesarios para la identificación. A través de
ellas se llega al núcleo más profundo de la realidad y a los valores más altos.
El sujeto se pone, entonces, a favor de la realidad. La voluntad creativa podría
ser uno de los exponentes, en ese sentido. En este plano surgen los
verdaderos valores, donde se comprueba que hay realidades que son más
adecuadas al ser del hombre, en cuanto a la disposición de los medios para
alcanzar su perfección constitutiva. Esas realidades tienen mayor contenido de
verdad y de bien. Y esto las hace susceptible de ser consideradas de mejor
gusto. Encienden la inteligencia y la voluntad por su valor total para el hombre.
Estudiemos ahora las consideraciones subjetivas del buen gusto. Para
ello debemos hacer mención de la armonía interior y de la expresión del
sujeto. Cuando una persona elije una realidad determinada habrá que ver
cómo lo hace y por qué lo hace. Y esto manifestará la categoría de su espíritu.
“En la mesa y en el juego se distingue al caballero”, dice el refranero popular.
En ocasiones puede haber planos contrapuestos, respecto a una misma
realidad. O quizás, un conflicto de intereses. Por ejemplo, una contraposición
entre un aspecto sensitivo y un aspecto racional. Puede gustar algo
sensiblemente y no gustar espiritualmente, o viceversa. Una madre de familia
puede no gustarle sensiblemente las tareas domésticas de la casa, pero puede

10
cfr. CRUZ CRUZ, J., Alimentació n y cultura. Antropología de la conducta alimentaria. EUNSA. Pamplona. 1991.
gustarle afectivamente que su hogar esté cuidado, y puede hacer también con
amor cada una de esas tareas, pensando en su familia. Si ordena
convenientemente esos planos y el ser humano se pone por los contenidos
más perfectivos, eso denota mejor gusto. Alguien, por ejemplo, puede vestir
por comodidad, porque le gusta más. Pero si subordina ese valor por el valor
que supone la consideración de otra persona, con eso manifiesta tener mejor
gusto. Logra una armonía y una ordenación mejor ante la aceptación de la
realidad.
Por tanto, la consideración del buen gusto exigirá tener en cuenta tanto
el aspecto valioso de la realidad como el grado que pone de sí un sujeto. Si
elije bien, y lo hace con grandes intenciones, tendrá buen gusto. Le agradará
lo que hace -lo hará a gusto-, y será, además, elegante. La persona elegante
sabe supeditar los aspectos sensibles a otros más profundos. Tiene, quizás
menos fines, pero más trascendentes. Sus acciones tienen un sentido más
pleno.
El que tiene buen gusto sabe contemplar. Ante una realidad, sabe
descubrir, sabe expresar algo más de su espíritu, sabe ponerse fuera de sí. Es
un ejercicio de su espíritu donde entran en juego las facultades más
principiales. Y en esa actividad no cabe separar los valores más trascendentes
de la realidad. No considero posible la separación de lo ético y lo estético, por
ejemplo. Ambos aspectos están muy relacionados. El desprecio de uno de
ellos arrastra al otro. Y en la medida en que aprecie uno de ellos, apreciaré el
otro .
11

De este modo, una obra artística, una novela, una comida, una acción,
y, en general, toda la realidad, se puede decir que tiene más o menos valor en
cuanto al gusto porque da más o menos provecho en cuanto al sujeto. Y esto
es algo que yo puedo determinar, independiente del tiempo y del lugar. Si una
persona o una sociedad no llega a captar casi ningún valor de la realidad,
difícilmente podrá ser feliz, porque no podrá disfrutar con el gozo que da el
aprecio del mundo. Difícilmente podrá aprobarlo si no puede probarlo.
Para llevar a cabo esa tarea de captar los valores, es necesario
aprender. Porque puede hacerse o puede no hacerse. En germen, la
naturaleza nos da la posibilidad de hacerlo, pero el sujeto humano debe
aprender a hacerlo. Por ejemplo, yo puedo captar el valor que encierra una
obra musical, o puedo no captarlo. ¿De qué depende? De que haya aprendido
a hacerlo. Para ello se requiere que sea dócil y tenga afán de mejora,
relativizando los propios intereses. Y esto supone la formación del gusto. Si me

11
cfr. ALVIRA, T., Etica y estética de la obra bie n hecha. Actas de la s XXV Reuniones Filosóficas de la Universid ad de Navarra. Servicio de Publicacio nes de la U. de Navarra. Pamplona, 1991. Vol. II, pp. 1199-1213.
acostumbro a saborear los buenos vinos, llegaré a ser un buen catador.
Lograré distinguir los distintos valores que encierra esa realidad. Quizás a una
persona no entendida no le parezca algo sublime; pero a otra, formada en ese
asunto, sí que lo parece .12

Por tanto, el buen gusto se forma. Y esto se logra gracias a la libertad,


en su recto uso. Se alcanza con ello más perfección. Se logra una mayor
armonía y adecuación. Por ejemplo, un modo de vestir inmoral no puede ser
de buen gusto. Además, será de mejor gusto cuanto más adecuado a la
finalidad del vestido y cuanto más espíritu ponga la persona. Pero si el sujeto
hace las cosas con mucho espíritu, tendrá que dar mucho de sí. Y esto supone
negarse, porque se ofrece más. Elige bien, con gusto, tomando la carga. Esto
conlleva mucho amor.
Cuando gozo con algo puedo hacerlo de muchos modos. La mejor
forma de hacerlo es con amor. Esto requiere mucho esfuerzo y experiencia.
Pero cuando elegimos algo amorosamente lo elegimos gustosamente, aunque
cueste. Y este gusto es más profundo que algo meramente sensible. Hay
mayor riqueza y más alegría . En este caso se ha enriquecido la persona con 13

una mayor perfección. Lo que está en juego, en definitiva, es el propio ser


humano. Si se elije la mejor de las posibilidades, se tendrá buen gusto y la
persona es más feliz.
El buen gusto no es algo fijo. Hay también un margen de
indeterminación, porque no está referido a una sola variable. Pero cuando el
amor entra como un elemento, no se cierra el camino. Todo lo contrario. Se
produce una mayor apertura. Entonces hay más variedad, más iniciativa, más
creación, más inspiración. El amor se excede. Hay más libertad. Nos parece
todo constantemente renovado. Por esto, además del buen gusto, surge la
posibilidad del estilo personal. Algo que da el toque de cada persona, y que
expresa virtudes. El buen gusto tiene unas determinaciones, pero dentro de
esas determinaciones hay diversidad. La libertad siempre nos lleva a las cotas
más altas, por medio del amor.
El buen gusto no tiene que ver con la ornamentación, sino con la
grandeza y con la dignidad. Algo que, a la vez, se hace sencillo por el amor, y
que denota la profundidad del espíritu de la persona. Por esto, podemos
acabar diciendo que las acciones más elegantes son las acciones más
sencillas y más grandes que cualquier persona pueda hacer. Y estas acciones
tienen su culmen en la Humanidad de Dios, a su paso por esta tierra; las

12
cfr. SPAEMANN, R., Etica:cuestiones fundamentale s.EUNSA. Pamplona.1987. pp. 45-57

13
cfr. PIEPER, J.,Las virtudes fundamentales. Rialp .Madrid, 1980. pp. 489-5 03.
acciones de la verdadera libertad, hechas por amor.

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