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Parroquia San Juan Bautista

PAZ Y BIEN
BOLETÍN PARROQUIAL
AÑO XXV III - AGOSTO 2021 - NRO. 299

UNA ASUNCIÓN
"San Roque,
GRATUITA
Tú que padeciste la peste,
(pág.2) puedes comprender nuestra petición,
aplaca el coronavirus,
EL ESPOSO DE
que no siga propagándose
MARIA
(pág. 4) y que los científicos puedan lograr la vacuna.
También te rogamos por todos
AGENDA los que han contraído este virus,
(pág.8) asístelos para que recuperen su salud
y por las almas de aquellos
¿POR QUÉ VALE LA fallecidos por esta causa y otórgales
PENA CASARSE?
resignación cristiana a sus familiares.
(Pág. 9)
Por último, protégenos
en especial a nuestros seres queridos
y a cada uno que te invoque,
y por aquellos que no creen y carecen de fe.
Amén."

Pte. Perón 2998. Valentín Alsina. 4208-8234


https://parroquiasjuanbautista.blogspot.com.ar/ psanjuanbautista1
Secretaría Parroquial: Martes y Viernes de 17 a 18:30 hs.
UNA ASUNCIÓN GRATUITA
Cristo honró a su madre preservándola de pecado
desde el primer momento de su vida. Eso de por sí ya habría
supuesto bastante gloria, pero sabemos que Él no se quedó
ahí. Igual que su madre recibió la redención como fruto pri-
merizo de la obra de Cristo, así también recibió la resurrec-
ción corporal y la gloria del cielo. Lo vemos en la Sagrada
Escritura: «un gran portento apareció en el cielo, una mujer
vestida de sol, con la luna a sus pies, y sobre su cabeza una
corona de doce estrellas» (Ap 12, 1). Cristo se trajo el arca
de la nueva alianza para que morara en el Santo de los san-
tos del templo de la Jerusalén celestial. Este acontecimien-
to lo conocemos como asunción de la Santísima Virgen Ma-
ría. Al final de sus días aquí en la tierra, María fue asunta,
en cuerpo y alma, al cielo.
Las pruebas documentales de la asunción se remontan
al siglo IV. A finales del siglo VI, la doctrina y la fiesta es-
taban ya establecidas en toda la Iglesia.
No hay señales de que esta enseñanza fuese recusada o disputada seriamente durante
el período de los Padres de la Iglesia; y ninguna iglesia o ciudad reivindicó jamás poseer las
reliquias de la Virgen María. Eso ya es, por sí mismo, bastante notable. En la Iglesia primitiva,
ciudades e iglesias contendían unas con otras por la posesión de los restos de los grandes
apóstoles y mártires. Si los restos de María hubiesen permanecido en la tierra, habrían sido,
por supuesto, el mayor trofeo. La búsqueda de sus reliquias y su traslado de ciudad en ciudad
habría quedado bien atestiguada. Una vez más, la documentación histórica no muestra ni una
huella de un relicario mariano... aparte de su tumba vacía. (¡Y dos ciudades reivindican ese
honor!)
Los testimonios de la asunción más fiables que nos han llegado vienen de San Gregorio
de Tours, del siglo VI. Documentos anteriores, como el Tránsito de María, del siglo IV, dan fe
de la asunción, pero con descripciones que quizá son demasiado fantasiosas y extravagantes
como para creérselas. Podemos aceptarlas como testimonio de la doctrina de fondo, sin conce-
derles autoridad en los pequeños detalles.
Un gran teólogo y biblista, San Juan Damasceno, nos dejó el legado de la asunción más

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digno de confianza y duradero. Sus tres homilías entretejen todos los tipos bíblicos tra-
zando con ellos un retrato de una madre en el cielo. Se refiere especialmente a las lecturas
litúrgicas de la fiesta y de su vigilia. Son las mismas lecturas que utiliza hoy la Iglesia.
¿Qué nos enseñan? Muestran que los cristianos han venerado siempre a María como
el arca de la alianza. Parte extensamente de 1 Crónicas 15, donde el rey David reúne a todo
Israel para traer el arca del Señor a su lugar definitivo en Jerusalén. Aunque nunca cita
Apocalipsis 11, 19-12, 17, repetidamente llama arca a María y describe a David bailando al-
rededor de ella a su llegada al cielo. Esta conexión continúa en el Salmo responsorial de la
Vigilia de la Asunción: « ¡Señor, sube al lugar de tu descanso, Tú y el arca de tu santi-
dad!» (Sal 132, 8). ¿Se puede resumir con mayor perfección en una sola línea el traslado
que el rey David hace del arca... o la asunción que el hijo de David hace de la nueva arca?
El Damasceno desarrolla también la tipología de Eva y el Edén, para mostrar que la
asunción era un final adecuado para los días de María:
«Hoy el Edén recibe el paraíso viviente del nuevo Adán, en el cual ha sido eliminada la
condena [...]. Eva, por haber prestado oídos a la voz de la serpiente [...], mereció una sen-
tencia condenatoria [...] de muerte, que la llevaría a habitar, junto con Adán, en las profun-
didades del infierno. [...] ¿Cómo era posible que la que albergó a Dios en su seno fuera de-
vorada por la muerte? [...] ¿Cómo podía la corrupción atreverse a invadir el cuerpo que ha-
bía recibido dentro de sí a la Vida? Todas estas cosas en modo alguno podían afectar el
alma y el cuerpo de la que fue portadora de Dios».
Así, el último de los Padres de la Iglesia explicita lo que estaba implícito en la doctri-
na de sus predecesores: el hecho de que María sea como la nueva Eva requiere que creamos
en su asunción corporal.
Las lecturas de la fiesta nos muestran también cómo la asunción confirma a María
para siempre como la reina madre. El salmo responsorial de la Misa del día describe la boda
de un rey descendiente de David: «la reina está a tu derecha, vestida de oro» (Sal 45, 9).
Ese renglón describe con toda seguridad la corte en el cielo del último rey de la dinastía de
David, Jesucristo, que reina con su reina madre a la derecha... como Salomón reinó junto a
Betsabé. «Por tanto, era conveniente, dijo San Juan Damasceno —tras llamar a Cristo nue-
vo Salomón—, que la madre habitara en la ciudad real de su Hijo».
¿Por qué habría de asumir Dios en el cielo a una tal reina? Ella es más que un tipo de
Él. Es su madre. El Damasceno dice la última palabra en este asunto: «cuáles fueron los ho-
nores que la Virgen recibió de parte del que había mandado honrar a los padres»

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EL ESPOSO DE MARÍA
“Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús...” (Mt 1, 16)
El Evangelio de San Mateo nos dice
que José, tras la aparición del ángel,
hizo lo que le había sido indicado: reci-
bió a María en su casa. Lo cual quiere
decir que" debía ser, en efecto, sólo la
prometida de José, ya que las costum-
bres no le permitían tenerla en su casa
hasta la boda. Así pues, se apresuraría
a ratificar mediante el matrimonio la
unión que había acordado con ella el día
de los esponsales.
Se conoce con bastante precisión có-
mo se desarrollaban entonces entre los
judíos las ceremonias nupciales. Ni qué
decir tiene que María y José, respetuo-
sos con los menores detalles de la Ley,
observarían exactamente todas las cos-
tumbres y ritos tradicionales.
María llevaría el atuendo en uso: una larga túnica multicolor cubierta por un amplio
manto. Bajo su velo y ciñendo su pelo cuidadosamente dispuesto, una corona sobre-
dorada. Al caer la tarde, montaría en un palanquín y la conducirían a la casa de José.
Los invitados a la boda, vestidos de blanco, con un anillo de oro en el dedo,' la escol-
taban, y un grupo de jóvenes doncellas la precedían con una lámpara encendida, mien-
tras otras ondeaban ramas de mirto sobre su cabeza.
Los habitantes de Nazaret, avisados por el sonido de las flautas y los tamboriles,
se apretaban curiosos, en las terrazas y a lo largo de las calles para aplaudir a la
desposada. Nadie sospechaba que se trataba de la elegida de Dios, en cuyo seno ha-
bitaba ya el Mesías, objeto de todos los deseos y anhelos de la nación.

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José esperaría, a María en el umbral de su morada, vestido también de blanco y co-
ronado de brocado de oro. Uno y otro, ya dentro de la casa, intercambiarían sus ani-
llos y se sentarían mirando a Jerusalén, María a la derecha de José, bajo un dosel o
nicho ricamente adornado con objetos dorados y telas pintadas.
Tras la lectura del contrato de sus esponsales, beberían en el mismo vaso, roto en-
seguida en su presencia con un gesto que significaba que debían estar dispuestos a
compartir sus penas y alegrías.
El banquete se desarrollaría en la hospedería de Nazaret, y las fiestas se prolonga-
rían, en un clima de desbordante jolgorio, durante varios días.
José y María ya se pertenecían. Estaban unidos ante Dios y ante los hombres. Dios
se había reservado a María, pero se complacía en dar a un hombre mortal, a José, un
derecho matrimonial sobre esta criatura privilegiada, bendita entre todas las muje-
res. Ponía en sus manos a la que había creado con tanto amor, en la que había pensado
desde toda la eternidad, a la que iba a hacer suya con tanto celo.
No había, sin embargo, desigualdad entre los dos esposos. El matrimonio era ajusta-
do. Indudablemente, María, llamada a ser Madre de Dios y elevada por la gracia a la
altura de esta función, superaba ampliamente en santidad a José, pero José había
oído del ángel estas palabras tranquilizadoras: no temas tomar a María por esposa...
El significado de esta frase, puede interpretarse así: "Cálmate. Tú eres el que Dios
ha escogido para esposo de la que acaba de concebir por obra del Espíritu Santo. Es-
tarás a la altura de tu misión. Ser esposo de la Madre de Dios sería una función aplas-
tante sólo para las fuerzas humanas, pero lo que es imposible para los hombres, es
posible con la ayuda de Dios. Tú recibirás las gracias necesarias".
José y María son esposos realmente, no se trata de una simple ficción. Al contrario:
nunca, en la tierra, se ha visto una pareja de almas llamadas a vivir juntas unidas por
un tan maravilloso amor. Se aman, por supuesto, sobre todo en Dios. Sus corazones
laten al unísono con ternura recíproca bajo la inspiración del Espíritu Santo. Su única
ambición es unirse más y más a la voluntad de Dios tres veces Santo; es la aspiración
esencial de su ser. El amor del Altísimo constituía la base de su alianza.
Pero es precisamente esto lo que da al amor humano toda su fuerza y su belleza. El
apóstol San Pablo dice en la Epístola a los Romanos (8, 58): “Porque persuadido estoy
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que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles, ni los principados, ni lo presente, ni lo futu-
ro, ni las potestades, ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna criatura podrá separar-
nos del amor de Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro…” Un clamor semejante hace vi-
brar constantemente el corazón de José y de María. Así como el amor de Dios es in-
corruptible —dicen—, así nuestro amor es invencible, puesto que se alimenta del de
Dios. Y, en consecuencia, se afanan por complacerse mutuamente, tanto más cuanto
que esta actitud, lejos de apartarles de Dios, les une a El más y más.
Había sido así desde que se hicieron las primeras promesas. José creía entonces
que su amor a María no podría crecer más, pero tras la revelación del ángel aumentó
considerablemente. La fuerza de su amor se redobló hasta tal punto que se sentía
como un hombre nuevo. Las per-
fecciones de' María se embelle-
cieron a sus ojos porque el Niño
que llevaba en su seno era el Dios
de las promesas, hacia el cual
tendían todas sus aspiraciones y
deseos: la contemplaba y la vene-
raba como una nueva Arca de la
Alianza, tabernáculo del Santo de
los Santos.
María, por su parte, se sentía
ligada a él, como al representante
de la autoridad de Dios, escogido
para ser su coadjutor en el mis-
terio de la Encarnación. Le pres-
ta, pues, una confianza y un cari-
ño llenos de deferencia, de sumi-
sión tierna y afectuosa.
Han hecho ambos votos de vir-
ginidad, pero eso les une más es-
trechamente.
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Precisamente porque su, amor es virginal y la carne no tiene en él parte alguna, se
encuentra protegido frente a los caprichos, las inquietudes, las amarguras y las
decepciones. Las vírgenes tienen una ternura que no conocen los corazones marchi-
tos. Desconocen lo que San Pablo llama "las aflicciones de la carne" en su Epístola a
los Corintios (1, 7, 28). Santos de cuerpo y espíritu, se aman con un amor capaz de
todas las riquezas, de todos los matices. «Oh, Santísima Virgen —exclama Bossuet—
, tus llamas son tanto más vivas cuanto que son más puras y más sueltas, y el fuego
de la concupiscencia que arde en nuestro cuerpo no puede igualar jamás el ardor de
los castos abrazos de los espíritus que el amor a la pureza une».
Por otra parte, nos equivocaríamos si pensáramos que su atracción recíproca era
solamente mística, que su afecto no tenía nada de sensible. No tenemos ningún moti-
vo para negarles esa limpia ternura hace palpitar el corazón, esa dulzura amorosa
que ilumina el corazón de los esposos.
¿Presentía José que a causa de su misión María sería llamada un día por el mundo
entero "causa de nuestra alegría"? En cualquier caso, en cuanto la instaló en su casa
para vivir con ella una vida en común que sólo la muerte podría, interrumpir, María se
convirtió para él en fuente de desbordante alegría.
Y mientras que él la rodea de cuidados y atenciones que para ella formarán parte
de ese tesoro de pensamientos y de recuerdos que
conservará en su corazón, María, por su parte, se
comporta como una esposa amorosa y dulce, cuya
entrega pronta y alegre está atenta a los menores
detalles.
Hay entre ellos una admirable emulación para
servirse mutuamente: "Soy tu servidora", dice Ma-
ría. "No —responde José—, soy yo el designado
por Dios para servirte".
Y mientras María cose y borda la canastilla del
Niño, José hace la cuna de madera donde reposará
el Hijo del Altísimo, el Rey del universo, el Salva-
dor del mundo.
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AGOSTO 2021
02.08 Santos Angeles Custodios. Día de la Porciuncula (Indulgencia Plenaria)
04.08 San Juan María Vianney, patrono de los párrocos
05.08 La Dedicación de la Basílica de Santa María
06.08 1º Viernes de mes, dedicado al Sagrado Corazón de Jesús
Transfiguración del Señor
07.08 1º Sábado de mes, dedicado al Inmaculado Corazón de María
San Cayetano.
09.08 Santa Benedicta de la Cruz, virgen y mártir
10.08 San Lorenzo. Rezamos por los diáconos
11.08 Santa Clara de Asis
14.08 San Maximiliano María Kolbe
15.08 La Asunción de la Virgen María, patrona de n/Diócesis
16.08 San Roque
18.08 Santa Elena
20.08 San Bernardo
21.08 San Pío X, patrono de los catequistas
25.08 Beata María del Transito Cabanillas
26.08 Beato Ceferino Namuncurá
27.08 Santa Mónica
28.08 San Agustín, obispo
30.08 Santa Rosa
31.08 San Ramón Nonato

Todos los meses...


Los días 7: Recordamos a San Cayetano. Rezamos por el pan y el trabajo.
Los días 8: Recordamos a Ntra. Sra. que Desata los Nudos.
De 8.30 a 18.30 hs. Rosario c/hora. 19.00 hs. Misa.
Los días 11: Recordamos a Nuestra Señora de Lourdes.
18.30 hs. Rosario en la Gruta. Procesión hacia el Templo.
19.00 hs. Misa.
Los días 19: Recordamos a San Expedito.
Los días 24: Recordamos a San Juan Bautista.
Los días 26: Recordamos a Jesús Misericordioso.
Horarios de Misa: lunes a sábado 19hs; domingo: 11 y 19hs; Rezo del Santo Rosario: todos los días 18:30hs
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¿Por qué vale la pena casarse?
¿Qué diferencia hay entre irse a vivir juntos y casar-
se? ¿Te planteas dar un paso más en tu relación? El
matrimonio nos abre nuevas posibilidades para amar y
ser amados

Aunque en el amor no existan garantías, el matrimo-


nio crea un ambiente propicio para aumentar las posibilida-
des de la felicidad. A diferencia de una relación libre o convivencia, responde de ma-
nera natural y auténtica a la invitación que nos hace el enamoramiento.
Cuando dos personas se enamoran no son llamadas a vivir cualquier tipo de
unión. El amor los invita a una relación en donde se quiere y expresa una donación
recíproca, un amor comprometido, exclusivo, permanente, altruista y fecundo.

Eleva nuestra capacidad para amar

La diferencia entre irse a vivir juntos o casarse no es el papel, que es


un instrumento de prueba, o una ceremonia, que es hacer público lo que los
novios viven, sino el hecho de que los que se casan realizan un nuevo acto de
amor por el cual se comprometen a amarse para siempre.
Esa medida de entrega, de compromiso, de querer querer, genera ener-
gías, ideas, esfuerzos y actitudes que no se realizan si el planteamiento de la
relación es estar juntos hasta que se acaben las ganas de estarlo o de prueba
o por un tiempo pasajero.
El acto de casarse con esa medida de entrega, aunque no elimina las limitacio-
nes o defectos de las personas, en sí mismo es un hecho que genera un bien para los
novios y eleva las capacidades de la pareja para amar a un nivel que no se llega sin
ese acto voluntario.
Amantes son los que simplemente se quieren, cónyuges son los que además
de quererse y porque se quieren con esa medida que les propone el amor, deci-
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den comprometerse a quererse. Esa es la gran diferencia.
Hay un acto de amor, de entrega total en un momento presente de todo lo que uno es
y lo que puede ser.

El «para siempre» fortalece el compromiso y el amor


El amor auténtico invita a una unión permanente y no pasajera para vivir
“siempre con el otro”.
El simple deseo de querer estar con el otro es algo meramente afectivo. Un
amor muy frágil, que tiene fecha de caducidad muy rápido. El casarse es un paso para
decidir concretar esa unión con un claro “siempre contigo”.
Mediante un acto concreto del presente, la boda, los enamorados se pro-
yectan en el tiempo. La palabra comprometer significa “meterse en el futuro con
esa otra persona”. Esa forma concreta es entregándose comprometidamente.

Motiva a dar lo mejor de nosotros


Otra tendencia del enamoramiento es el altruismo que es el darle lo mejor de
uno mismo al otro. Una actitud que se genera en uno mismo y que diferencia al solte-
ro del casado: enriquecerse con la diversidad de la persona que ha elegido para com-
partir la vida.
El matrimonio es aquello que la humanidad ha llamado en toda cultura y todo
tiempo histórico una unión entre un hombre y una mujer que tienen toda la riqueza
para complementarse en su diversidad sensual, racional, fisiológica, emocional y espi-
ritual.
El bien de los cónyuges como fin del matrimonio son esos cambios que se hacen
en la manera de ser persona para vivir una relación de dos como uno, porque casarse
es “uno pero todavía dos” donde las individualidades no se absorben. Es una realidad
de ser dos como uno. No es una pareja, es un matrimonio.

Incrementa la celebración familiar


Lo que ha sido festivo en la historia de la humanidad con matices diferentes en

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la forma de festejar ha sido el matrimonio. Es decir, que alguien decida que uno es
tan valioso que merece que el otro le entregue su vida. Y encontrar a alguien que es
tan valioso que merece nuestra entrega. Ese es el gran motivo de festejo.
Por la misma razón se celebran los aniversarios. Ese motivo que remite a ese
acto concreto en el que los enamorados se comprometieron profundamente y renue-
van cada año. Lo que no se celebra es irse a vivir juntos o estar viviendo un tiempo de
prueba para otro.

Contribuye a una mentalidad abierta a la vida


El amor invita a un amor fecundo, a recrear todo con el otro porque el ena-
moramiento genera fecundidad en muchos sentidos, no solo en dar vida a un ser hu-
mano. Crea en en los enamorados una actitud de apertura hacia la vida en general.
Aunque no sea el fin de estar juntos el tener hijos, hay una tendencia de la mis-
ma manera que un atleta tiene la tendencia a acceder a un premio olímpico. No forma
parte de la esencia de ser un atleta ganar la medalla olímpica, pero sí la tendencia de
acceder a ella.
La estructura sólida que ofrece el amor comprometido, prepara un ambien-
te con mucha paz para recibir a los hijos y crear en los enamorados una apre-
ciación por el valor de la vida.

Nos enriquece sacramentalmente


El matrimonio es patrimonio común de la humani-
dad, pero la gran riqueza de los católicos es que el
matrimonio fue elevado por Cristo a la dignidad de
sacramento. Una realidad espiritual en la que Cristo
se suma a la vida de los enamorados para ayudar-
les a vivir sus fines.
Esto significa que por el compromiso adoptado existe una mayor voluntad y
energía para superarse, pero además al ser sacramental se tiene a Cristo. El amor
se trabaja todos los días y donde no llegan los esfuerzos humanos, Jesús pone
su parte.
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AÑO DE SAN JOSÉ

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