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Los pingtiinos del sefior Popper NOMBRE: MIRANDA URBAN SOLANO GRADO: 3° “A” MATERIA: LIBRO DE LECTURA EDUCACION INTEGRAL MAESTRA: —_ MISS CECILIA SALAZAR CONTRERAS con CaLipap HUMANA pingilinos sehor Popper ichard y Florence Atwater Ilustraciones de Robert Lawson Traduccién de Olga Martin y Paula Botero Norma www.librerianorma.com Bogota, Buenos Aires, Caracas, Guatemala, Lima, México, Panama, Quito, San José, San Juan, Santiago de Chile Aviator, Hichand, 1892-1948 Low pltugtinos del sefor Popper / Richard Atwater, Mla Atwater; ilustudor Robert Lawson. -- Bogota : Grupo Editorial N win, 10 184 p.: il; 20.cm. -- (Coleccién Torre de Papel. Torte Haga ISBN 978-958-45-3517-7 1, Cuentos infantiles estadounidenses 2, Pingiinos « Coeitow infantiles 3. Historias de aventuras L. Avwater, Florence, 1896-1970 I sven Robert, il. IIL Tit. IV. Serie. 1813.4 ed 21 ed. A1297769 CEP-Banco de la Repiblica-Biblioteca Luis Angel Arango Titulo original: Mr. Popper's Penguins © 1938, Richard y Florence Atwa ter Capitulo I é © 2011, Editorial Norma S.A., para América Latina Stillwater Avenida Eldorado No. 90-10. ii IL Esta edicién fue publicada en acuerdo con Capitulo : 17 Little, Brown and Company, New York, La voz en el aire New York, EE.UU. Todos los derechos reservados. i Prohibida la reproduccié: H Id bi eapiode TT 25 rohibida la reproduccién total o parcial de esta obra, - por cualquier medio, sin permiso escrito de la editorial. Fuera del Antartico Impreso en México — Printed in Mexico Capitulo IV 35 Impreso por Cargraphics, S.A. de CVs itan Cook Primera impresién México, octubre 2012 El Capitan www librerianorma.com Capitulo WY Pan Leni 45 con un pingiiino Tlustracién de cubierta: Robert Lawson Problemas Disefio de cubierta: Paula Andrea Gutiérrez 4 Diagramacién: Andrea Rincon Granados Capitulo VI 53 Mas problemas CC. 26001680 ISBN: 978-958-45-3517-7 Ree Capftulo VII El Capitan Cook hace un nido Capitulo VIII El paseo del pingiiino Capitulo Ix En la barberia Capitulo X Sombras Capitulo XI Greta Capitulo XII Mas bocas que alimentar Capitulo XII Preocupaciones econémicas Capitulo XIV El sefior Greenbaum Capitulo XV Los Prodigiosos Pingitinos Popper Capitulo XVI De gira Capitulo XVII Fama 61 \ Be abel 153 69 1 Ie Dake 163 719 a Popper 173 85 91 99 109 115 123 135 145 a ne ee een ee eee Capitulo I Stillwater ra una tarde de finales de sep- tiembre. En la pequefia y agta- dable ciudad de Stillwater, el sefior Popper, pintor de casas, volvia a casa del trabajo. Llevaba sus baldes, sus es- caleras y sus listones, por lo que avan- zaba con bastante dificultad. Estaba salpicado de pintura y cal, y del pelo y del bigote le colgaban pedacitos de pa- pel tapiz, pues era un hombre mas bien desalifiado. h Los nifios que estaban jugando le- vantaban la mirada para sonrefrle cuando pasaba, y al verlo, las amas de casa decian: “Ay, Dios, tengo que acordarme de pedirle que me pinte la casa en primavera”. Nadie sabia qué pasaba por la cabeza del sefior Popper, y nadie imaginé que un dia se convertiria en la persona més famosa de Stillwater. Era un sofiador. Incluso cuando esta- ba ocupadisimo alisando el pegamento del papel tapiz, o pintando los exterio- res de las casas de otras personas, solia olvidarse de lo que estaba haciendo. Una vez, pinté tres lados de una coci- na de verde, y el otro de amarillo. La duefia de casa, en lugar de enojarse con él y pedirle que repitiera el traba- jo, habia quedado tan contenta que le habia pedido que lo dejara asi. Y al ver su cocina, las otras sefioras también la admiraban, de manera que, poco después, todo el mundo en Stillwater tenfa la cocina pintada de dos colores. La raz6n por la que el sefior Popper era tan distrafdo era porque siempre estaba sofiando con paises lejanos. Nunca habia salido de Stillwater. Pero no era infeliz. Tenia su casita, propia y agradable, y dos hijos, llamados Janie y Bill. Aun asf habria sido genial, pen- saba con frecuencia, si hubiera podido andar un poco el mundo antes de co- nocer ala sefiora Popper y echar raices. Nunca habja cazado tigres en la India it WM aveendido a la cima del Himalaya iil bueeado en busca de perlas en los mares del sur. Pero, sobre todo, nunca habfa visto los Polos. Eso era lo que mas lamentaba. Nun- ca habia visto esas blancas extensiones brillantes de hielo y nieve. Cudnto le habria gustado ser un cientifico, en vez de un: pintor de casas en Stillwater, para poder participar de las grandes ex- pediciones a los puntos mas septentrio- nales y australes de la Tierra. Y como no podia ir a los Polos, siempre estaba pensando en ellos. Cada vez que ofa que una pelicula sobre estas regiones habia llegado a la ciudad, era el primero en la fila de la bo- leteria, ycon frecuencia se las veia hasta tres veces. Cada vez que a la biblioteca ptblica legaba un nuevo libro sobre el Artico o el Antértico —el Polo Norte y el Polo Sur—, el sefor Popper era el primero en pedirlo prestado. De hecho, habia leido tanto acerca de los explora- dores polares, que podfa nombrarlos a todos y contar lo que habia hecho cada uno. Era toda una autoridad en la ma- teria. De todos los momentos del dfa, el que més le gustaba era la noche. En- tonces podia sentarse en su casa y leer acerca de esas regiones en la parte su- perior e inferior de la Tierra. Mientras lefa, tomaba en sus manos un peque- fio globo terrdqueo que Janie y Bill le habian regalado la Navidad anterior y buscaba el lugar exacto sobre el que es- taba leyendo. Y ahora, mientras recorria las calles camino a casa, estaba contento porque el dia habia terminado y porque era fi- nales de septiembre. Cuando Ilegé a la cerca de la pulcra casita ntimero 432 dela Avenida Proud- foot, entrd. wi —Bueno, amada mia dijo mien- tras ponia sus baldes' y escaleras y lis- tones en el piso, y lé’daba un beso a la sefiora Popper—, la temporada de de- coracién ha terminado. Ya pinté todas las cocinas de Stillwater y empapelé todos los cuartos en el nuevo edificio 3, 14 de apartamentos de la Calle Elm. No volveré a tener trabajo hasta la prima- vera, cuando la gente quiera pintar sus casas otra vez. La sefiora Popper suspiré. —A veces desearia que tuvieras uno de esos trabajos que duran todo el afto, y no solo desde la primavera hasta el otofio —dijo—. Sera muy bueno te- nerte en casa durante tus vacaciones, claro, pero es un poco dificil barrer con un hombre que se la pasa todo el dia leyendo. —Podria decorarte la casa. —iEso si que no! —dijo la sefiora Popper con firmeza—. El afio pasado pintaste el bafio cuatro veces porque no tenfas nada mas que hacer, creo que ya fue suficiente. Pero lo que me pteocu- paes el dinero. He ahorrado un poco, y supongo que alcanzaré para que nos las arreglemos como lo hemos hecho otros inviernos. De ahora en adelante, nada de rosbif y nada de helado, ni siquiera los domingos. —iTendremos que comer frijoles todos los dias? —preguntaron Janie y Bill, que venfan de jugar afuera. i —Me temo que si —dijo la sefiora Popper—. Ahora vayan a lavarse las manos que vamos comer. Y Papa, guar- da todas esas pinturas, pues no vas a necesitarlas por un buen tiempo. 15 Capitulo II La voz en el aire sa noche, después de acostar a los pequefios Popper, el se- | fior y la sefiora Popper se pu- sieron cémodos para disfrutar de una noche larga y tranqui- la. La prolija sala de la casa namero 432 de la Avenida Proudfoot era muy parecida a todas las otras salas de Stillwater, salvo por las fotos de la National Geographic que colgaban de sus paredes. La sefiora Popper retomé su te- jido mientras el sefior Popper sacaba su pipa, su libro y su globo. De Vex en cuando, la sefiora Popper dojaba eseapar un suspiro, pues pensaba en el largo invierno que se avecina- hia. /Tendrfan suficientes frijoles?, se preguntaba. Pero el sefior Popper no estaba preocupado. Mientras se ponia las ga- fas, se sentia bastante complacido ante la perspectiva de pasar un invierno en- tero leyendo gufas de viaje, sin ningtin trabajo que lo interrumpiera. Puso el globo terraqueo a su lado y empez6 a leer. —iQué estas leyendo? —pregunté la sefiora Popper. —Un libro titulado Aventuras antarti- cas. Es muy interesante. Habla de todas las personas que han ido al Polo Sur y de lo que han encontrado alli. —Nunca te cansas de leer sobre el Polo Sur? —No, no me canso. Claro que me gustaria mucho mas ir que leer sobre él. Pero como no puedo ir, esta es la mejor opcién que tengo. —Yo pienso que eso allé debe de ser muy aburrido —dijo la sefiora Popper—. Suena muy gris y frio, con todo ese hielo y esa nieve. —No, no —respondié el sefior Popper—. No pensarfas eso si hubie- ras ido conmigo al Cine Bijou a ver las peliculas de la Expedicién Drake el afo pasado. —Bueno, pues no fui, y no creo que ninguno de nosotros vaya a tener di- nero para ir al cine ahora —respondid la sefora Popper, un poco dura. No era para nada una mujer insoportable, pero se enfadaba bastante cuando esta- ba preocupada por el dinero. —Si hubieras ido, amada mia —siguid el sefior Popper—, habrias visto lo hermoso que es el Antértico. Pero creo que lo més simpatico de todo son los pingiiinos. No es de extrafiar que todos los de la expedicién se la pa- saran tan bien jugando con ellos. Son las aves més graciosas del mundo. No yuelan como las otras aves. Caminan erguidas, como hombrecitos. Y cuando se cansan de caminar, simplemente se echan sobre la panza y se deslizan. Se- rfa buenfsimo tener uno de mascota. | ~ exclamé la sefio- Mimero es Bill con el (ie quiere un perro, y luego fyindo por un gatito. TY ahora fi) Tis pingtiinos! Pero no tendré Miteotie aqui adentro. Ensucian toda li Cusu, y suficiente trabajo tengo ya tritundo de mantenerla ordenada. Sin hablar de lo que cuesta alimentar a una mascota. Ademas, ya tenemos el acua- rio con los peces. —Los pingiiinos son muy inteli- gentes —continué el sefior Popper—. Escucha esto, Mama, aqui dice que cuando quieren atrapar camarones, todos se aglomeran al borde de un monticulo de hielo. Solo que no saltan de inmediato, porque puede haber al- guna foca esperando para comérselos, Entonces se amontonan y se empujan hasta que hacen caer a alguno para ver si no hay peligro. Es decir, si no se lo comen, el resto de ellos sabe que puede lanzarse sin correr ningtin riesgo. —iSanto Dios! —exclamé la sefora Popper, horrorizada—. A mf me pare- cen unas aves medio salvajes. —Es curicso —dijo el sefior Popper—: que todos los osos polares vivan en el Polo Norte y todos los pin- gitinos en el Polo Sur. Yo creo que a los pingiiinos también les gustaria vivir en el Polo Norte sisupieran cémo llegar alli. A las diez, la sefiora Popper bostezd y dejé a un lado el tejido. —Bueno, si quieres, quédate leyen- do sobre esas aves salvajes, pero yo me voy a la cama. Mafiana es jueves, 30 de septiembre, y tengo que ir a la prime- ra reunion de la Sociedad Benéfica de Mujeres Misioneras. —i30 de septiembre! —exclamé el sefor Popper, entusiasmado—. iNo es- tards diciendo que hoy es miércoles, 29 de septiembre! —iPor qué? Si, supongo que si. {Qué pasa? El sefior Popper puso a un lado el li- bro de las Aventuras antdrticas y fue a toda prisa a encender el radio. —jiQue qué pasa?! —tepitid, opri- miendo el interruptor—. Pues que es la noche en que empieza la transmisién de la Expedicién Antdrtica Drake. —Bah, eso? —dijo la sefiora Popper—. No més que un montén de hombres en el extremo sur del mundo diciendo “Hola, Mam, hola, Papa”, —iChis! —ordené el sefior Popper, acercando el ofdo al radio. Primero hubo un zumbido, y luego, de repente, una voz apagada llegé flo- tando desde el Polo Sur hasta la sala de los Popper. “Habla el almirante Drake, Hola, Mami. Hola, Papd. Hola, sefior Popper”. —IDios Santo! —exclamé la se- fora Popper—. iDijo “Hola, sefior Popper”? “Hola, sefior Popper, en Stillwater. Gracias por su amable carta sobre las fotos de nuestra tltima expedicion. Espere nuestra respuesta. Pero no por carta, sefior Popper. Espere una sorpre- sa. Fin de la transmisién”. —iLe escribiste al almirante Drake? —Si, lo hice —admitié el sefior Popper—. Le escribi y le comenté lo graciosos que me parecian los pingti- nos, —Increible —dijo la sefiora Popper, muy impresionada. : El sefior Popper alzé su globo terra- queo y encontré el Antartico. —Y pensar que me hablé desde tan lejos. Incluso menciond mi nombre. Mama, /qué crees que quisiera decir con una sorpresa? —No tengo idea —respondié la se- fiora Popper—, pero me voy a la cama. No quiero llegar tarde a la reunion de la Sociedad Benéfica de Mujeres Mi- sioneras de mafiana. 23 Capitulo III Fuera del Antartico on la emocién de que el al- mirante Drake le hablara por 1a radio y la curiosidad por el mensaje que le habfa enviado, el sefior Popper no durmié muy bien esa noche. Se sentia incapaz de esperar para descubrir qué queria decir el almirante. Y cuando lle- g6 la mafiana, casi se lamenté de no tener que ir a ninguna parte, de no te- ner casas que pintar ni cuartos que em- papelar. Eso le habria ayudado a matar el tiempo. S cambie el papel pregunté a la se- ‘Tengo bastante papel (le Me sobré de la casa del , WO quiero —dijo la sefiora 1, tesuelta—, A mi me parece ijiie el que tenemos esta perfectamen- tw bien, Hoy es la primeta reunién de Ii Sociedad Benéfica de Mujeres Mi- sloneras y no quiero tener que limpiar ningtin desorden al volver a casa. —Muy bien, amada mia —dijo el sefor Popper décilmente y se senté con su pipa, su globo y su libro de Aven- turas antarticas. Pero, por alguna razon, no lograba concentrarse en las palabras impresas. Sus pensamientos se desvia- ban una y otra vez al almirante Drake. (Qué habria querido decir con que le tenia una sorpresa? Por suerte, y para su tranquilidad mental, no tuvo que esperar mucho tiempo. Pues esa tarde, mientras la sehora Popper estaba en su reunion, y Janie y Bill no habian regresado del colegio, timbraron a la puerta. “Supongo que no ser4 més que el cartero. No me tomaré el trabajo de abrir”, se dijo a si mismo. El timbre volvié a sonar, un poco més fuerte esta vez. Entonces se diri- gid a la puerta, refunfufiando para sus adentros. El que estaba alli no era el cartero. Era un hombre del servicio de mensa- jeria exprés, con la caja mds grande que el sefior Popper hubiera visto jamas. —iVive aqui alguien de apellido Popper? —Soy yo. —Muy bien, este paquete llegé por servicio exprés desde el Antartico. Ese sf que es un viaje, ino? El sefior Popper firmé el recibo y examiné la caja. Estaba toda cubierta de letreros. “DESEMPACAR DE INMEDIA- To”, decia uno. “MANTENGASE REFRIGE- RADO”, decia otro. Noté que la caja estaba perforada aqui y alla con orifi- cios para dejar pasar el aire. Tan pronto tuvo la caja dentro de la casa, el sefior Popper no tatd6é un se- gundo en traer el destornillador, pues, 27 PO alii adlivinado que esa HG WW Hpi del Almirante Drake. Ve Wali conseguido retirar las ta- Hila ile whens y parte del empaque, que PP i Cuipa de hielo seco, cuando, de pinto, del fondo de la caja de embala- We le Tog un “Ork” apagado. Se le paré w! eorazdn. El ya habia ofdo ese sonido ‘ites, ¢no? En las peliculas de la Expe- dieién Drake. Las manos le temblaban, por lo que a duras penas pudo despegar el tiltimo envoltorio. No quedaba la menor duda. Era un pingitino. El sefior Popper se quedé mudo de felicidad. Pero el pingtiino no estaba mudo en absoluto. —Ork —volvié a decir, y esta vez extendis sus aletas y salté por encima de los restos del embalaje. Era un sujeto pequeno y corpulento de unos setenta centimetros de altura. Aunque era del tamafio de un nifio, era mucho més parecido a un hombre- cito, con su chaleco liso y blanco por delinte y un largo frac negro que se J arrustraba un poco por detrds, Dos twdondeles blancos bordeaban sus ojos en su cabeza negra, que gird de un lado i otro para observar al sefior Popper, primero con un ojo, luego con el otro. El sefior Popper habia leido que los pingilinos son extremadamente curio- 808, y pronto comprob6 que esto era cierto, pues el visitante apreté el paso y empez6 a inspeccionar la casa. Salié por el corredor rumbo a los cuartos, con su caminadito extrafio y presun- tuoso. Y cuando entré al bafio, miré alrededor con una expresi6n de alegria en el rostro. “Puede ser—pens6 el sefior Popper— que todos estos azulejos blancos le re- cuerden el hielo y la nieve del Polo Sur. Pobrecito, tal vez tenga sed”. Entonees empez6 a Ilenat cuidado- samenite la bafiera con agua frfa. Esto era un poco dificil, pues el curioso per- sonajito no dejaba de atravesarse, tra- tando de morder la llave con su pico rojo afilado. Pero finalmente consiguid llenarla toda. Como el pingtiino seguia inspecciondndolo todo, el sefior Popper lo agarré y lo eché al agua. Al pingiiino no parecié molestarle. —Timido no eres, eso esté claro —dijo el sefior Popper—. Supongo que ya te habraés acostumbrado un poco a jugar con los exploradores del Polo. Cuando pens6 que el pingiiino ya es- taba harto del bafio, sacé el tapén del desagtie. Y estaba preguntandose qué hacer a continuacién cuando Janie y Bill llegaron del colegio y entraron co- rriendo. —Papa —gritaron al unisono desde la puerta del bafio—. (Qué es eso? —Un pingiiino del Polo Sur que me envio el almirante Drake. —iMiren! —dijo Bill—. Esta mar- chando. El pingiiino, en efecto, estaba mar- chando contentisimo. Desfilaba de un lado al otro dentro de la bafiera, ha- ciendo pequefios gestos de asentimien- to con su magnifica cabeza negra. A veces parecfa estar contando los pasos 31 que daba: seis pasos a lo largo, dos pa- 404 4 lo ancho, otros seis pasos a lo lar- #0, y dos més a lo ancho. —Da pasos muy pequefios para ser un ave tan grande. —Y miren cémo se le arrastra el abri- guito negro. Casi parece como si le que- dara demasiado grande —dijo Janie. Pero el pingiiino estaba cansado de marchar. Esta vez, al llegar al final de la bafiera, decidié saltar sobre la curva resbalosa. Luego se dio la vuelta y se desliz6 en tobogan sobre su panza blan- ca con las aletas extendidas. Entonces ellos pudieron ver que las aletas eran negras por encima, como las mangas de un frac, y blancas por debajo. —jGuk! jGuk! —dijo el pingiino, ensayando su nuevo juego una y otra vez. —iCémo se llama, Papé? —pregun- té Janie. ee —jGuk! jGuk! —dijo el pingitino, deslizindose una vez mas sobre su pan- za blanca brillante. —Suena como “Cook”, 0 algo asi —dijo el sefior Popper—. iClaro! Le pondremos Cook, Capitan Cook. 33 Capitulo IV is El Capitan Cook —pregunt6 la sefiora Poppet, que habfa entrado tan silen- ciosamente que ninguno de ellos la habia ofdo. —Pues al pingiiino —res- pondié el sefior Popper—. Estaba di- ciéndoles —continud después de que la sefiora Popper se sentara en el piso para recuperarse de la sorpresa— que podrfamos ponerle el nombre del Capi- tan Cook, un famoso explorador inglés que vivid por la época de la Revolucién 36 de los Estados Unidos. Navegé por lu- gares a los que nadie habia ido antes. No Ilegé hasta el Polo Sur, claro, pero hizo muchos descubrimientos cientifi- cos importantes acerca de las regiones antarticas. Era un hombre valiente y un lider bondadoso. Asi que creo que Capitan Cook seria un nombre muy adecuado para este pingiiino nuestro. —Es en serio? —dijo la sefiora Popper. —iGork! —dijo el Capitén Cook, que habia vuelto a animarse de repen- te. Agitando las aletas, brincéd de la ba- fiera al lavamanos y se quedé alli un momento, mirando hacia abajo. Luego salté al suelo, camin6 hacia la sefiora Popper y empez6 a picotearle el tobillo. —iDetenlo, Papa! —grité la sefiora Popper, batiéndose en retirada hacia el corredor. El Capitan Cook iba detrés, seguido a su vez por el sefior Popper y los nifios. Ella se detuvo en la sala. Y lo mismo hizo el Capitan Cook, pues habia quedado encantado con la habi- tacion. Es cierto que un pingilino se ve muy extrafio en medio de una sala, pero una sala también le parece muy extra: fia a un pingilino. Ni siquiera la sefiora Popper pudo evitar sonrefr al ver el ois Ilo de curiosidad en los ojos redondos y extticos del Capitan Cook, con su frac negro arrastrandose por detras de sus patitas rosdceas mientras iba de un sillén al otro, picotedéndolos para ver de qué estaban hechos. Luego se vol- teé de pronto y salié marchando hacia la cocina. ‘ — Tal vez tenga hambre —dijo Janie. El Capitan Cook se dirigié hacia el refrigerador de inmediato. —{Gork? —pregunt6, se dio la vuelta y ladeé la cabeza timidamente, lanzan- dole una mirada suplicante a la sefiora Popper con su ojo derecho. —No puede negarse que es tierno —dijo ella—. Supongo que tendré que perdonarlo por morderme el tobillo. Quiz4 solo lo haya hecho por curiosi- dad. Como sea, es un ave linda y pare- ce ser aseada. —Ork? —insistié el pingitino, mor- disqueando la manija de la puerta del reftigerador con su pico alargado. El sefior Popper le abrié la puerta, y el Capitan Cook se empiné e incli- né su cabeza negra, lisa y brillante para ver en su interior. Ahora que el sefior Popper no trabajarfa hasta después de que terminara el invierno, el refrigera- dor no estaba tan Ileno como de cos- tumbre, pero el pingtiino no Io sabia. —iQué crees que le guste comer? —pregunté la sefiora Popper. —Veamos —dijo el sefior Popper, mientras sacaba toda la comida y la 40 ponia sobre la mesa de la cocina—. Muy bien, Capitan Cook, échale un vistazo. El pingtiino salté a una silla y de alli al borde de la mesa, batiendo nue- vamente las aletas para recuperar el equilibrio. Después caminé con aire so- lemne alrededor de la mesa y por entre los platos de comida, inspecciondndolo todo con el mayor interés, pero sin to- car nada. Hasta que se quedd quieto finalmente, muy erguido, alzé el pico para apuntar hacia techo y emitié un sonido fuerte, casi como un ronroneo. —O-rrrrh, orth —gorjed. —Eso, en lenguaje pingitino, quiere decir que esté muy contento —dijo el sefior Popper, que lo habia lefdo en sus libros sobre el Antartico. Pero, al parecer, lo que el Capitan Cook querfa expresar era lo mucho que le alegraba su amabilidad, no tan- to la comida. Entonces, para sorpresa de todos, salté al piso y camino hacia el comedor. —Ya sé —dijo el sefior Popper—. Deberiamos conseguir mariscos, cama- rones enlatados, 0 algo asi. O quiza no tenga hambre todavia. He leido que los pingtiinos pueden pasar un mes sin co- ease Mama, Pap4! —erité Bill—. Ven- gan a ver lo que hizo el Capitan Cook. El Capitan Cook la habia hecho buena. Habja descubierto la pecera so- bre el alféizar del comedor. Y cuando la sefiora Popper se lanz6 para apartarlo de un tirdn, ya se habia tragado al vilti- mo de los pececitos de colores. —iPingitino malo, malo! —lo rega- f6 la sefiora Popper, fulmindndolo con la mirada. El Capitdn Cook agaché la cabeza con aire de culpabilidad, tratando de verse mds pequefio. —Sabe que ha hecho algo malo —dijo el sefior Popper—. iNo les pare- inteligente? 7 Tal Or enaes educarlo—dijola sefiora Popper—. Capitan malo, deso- bediente —le dijo, alzando la vor—. Los pececitos no se comen. —Y le dio una palmada en su cabeza negra y Te- donda. 41 Antes de que pudiera darle otra pal- mada, el Capitan Cook caminé a toda prisa hacia la cocina, contonedndose como un pato. Alli, los Popper lo encontraron tra- tando de esconderse en el refrigerador que atin estaba abierto. Estaba dgichn- do debajo de la bandeja del hielo, don- de a duras penas podfa entrar y solo cabia sentado. Los mitaba misteriosa- mente con sus ojos de redondel blan- co desde la penumbra del interior del congelador. —Creo que esa es m4s 0 menos la temperatura adecuada para él —dijo el sefior Popper—. Podriamos dejarlo dormir ahi por la noche. —iPero dénde pondré la comida? —pregunté la sefiora Popper. —Creo que podriamos comprar otro refrigerador para la comida —dijo el sefior Popper. —Miren —dij ie— oe jo Janie—. Se quedd El sefior Popper puso el interruptor del control de temperatura en la posi- cién mas fria para que el Capitan Cook pudiera dormir més cémodamente. Luego dejé la puerta entreabierta, de manera que el pingiiino tuviera sufi- ciente aire fresco para respirar. —Majiana Ilamaré al servicio téc- nico de frigorfficos y pediré que man- den a alguien que le haga unos orificios a la puerta, para que le entre el aire —dijo—. Luego podemos poner una manija por dentro de la puerta; asi el Capitan Cook podra entrar y salir de su refrigerador cuando quiera. —iVaya por Dios! iNunca pensé que fuéramos a tener a un. pingtiino de mascota! —dijo la sefiora Poppetr—. Pero en general se porta bastante bien, yes tan lindo y limpio, que quiz4 sea un buen ejemplo para ti y para los nifios. Y ahora propongo que nos pongamos manos a la obra. No hemos hecho mas que mirar al ave. Papa, ime ayudas a llevar los frijoles a la mesa, por favor? __En un segundo —respondié el se- fior Popper—. Se me acaba de ocurrir que el Capitan Cook no se sentir bien sobre la superficie del congelador. Los pingitinos hacen sus nidos con guijarros 43 y piedras. Asf que simplemente sacaré unos cubos de hielo de la bandeja y se los pondré dehajo. De esa forma, estard mds cémodo. 44 pee ee he Capitulo V Problemas con un pingilino 1 dia siguiente fue bastante agitado en la casa ntimero 432 de la Avenida Proudfoot. Pri- mero, fue el hombre del ser- vicio técnico de frigorificos, después el policia y luego el problema con el permiso. El Capitan Cook estaba en el cuarto de los nifios, mirando a Janie y a Bill armar un rompecabezas sobre el piso. Habja aprendido a no tocar las piezas después de que Bill le diera una palma- da por comerse una, y no oyé cuando N

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