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Oscar Sanzana Silva

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CONMOCIÓN INTERIOR
Primeros apuntes de una Revolución en curso

Oscar Sanzana Silva

sanzanasilva.blogspot.com
osanzana@gmail.com

Concepción, agosto de 2021.

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Índice

Los gritos, las sirenas……………………………………………………………….. 5


Fogata entre penumbras………………………………………………………….. 6
El fuego purificador………………………………………………………………… 7
La normalidad……………………………………………………………………….. 9
El que baila pasa……………………………………………………………………. 11
Vecino………………………………………………………………………………….. 12
La mente cósmica………………………………………………………………….. 13
Encuentro…………………………………………………………………………….. 14
¡Awanta beibi!.................................................................................. 15
Estado de emergencia……………………………………………………………. 16
Grave conmoción interior………………………………………………………. 17
Hasta decir basta…………………………………………………………………… 18
Un minuto de silencio para la Vieja Sapa…………………………………. 19
La espontaneidad de las masas……………………………………………….. 20

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Los gritos, las sirenas

Tendremos que acostumbrarnos a las sirenas,


A los gritos.
A sus balas homicidas.
A sus balines cegadores.
A sus armas químicas.
A maldecirlos.
Tendremos que acostumbrarnos al discurso televisivo de quienes
predican la paz entre espumarajos rabiosos.

De quienes lamentan el saqueo del supermercado antes que el de las vidas ajenas.
De quienes piensan que el derecho a la propiedad sobre toda clase de bienes
es más importante que el derecho a vivir en paz.
A todos esos que ocultan su vergüenza detrás de lienzos desabridos “llamando a la
paz”
–en blanco y negro, tal como es su comprensión de la realidad-.

Sepan ustedes que no tememos a sus sirenas.


Porque de ustedes podemos esperar cualquier cosa
con tal de no renunciar a sus privilegios.
Ya sabemos de qué lado están quienes por años han vandalizado nuestras vidas.
Y es bueno que ustedes sepan que esta vez, al fin,
no descansaremos hasta hacer justicia.

5
Fogata entre penumbras

Fíjate lo escurridiza que es la vida


Anoche le comentaba de mis penurias
A la siempre prodigiosa luz de las estrellas;
Hoy lo hago al resplandor de una barricada
En la Rotonda de Paicaví con Los Carrera
La llamada zona cero de esta ciudad en rebelión.

La verdad de las flamas es oportuna.


Es única e inmensa.
Posee el canto que abrasa el mineral que acabamos siendo.
Pues el fuego nos rescata al fin.
Hace héroes de nosotros al trascender nuestras miserias individuales
en ígnea contemplación
Recordándonos el combustible que somos en lo colectivo
Destinados perpetuamente a habitar su resplandor
y proclamar su luz.

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El fuego purificador

De acuerdo, juzga y sé juzgado


Haz del inquisidor tu cómplice y hermano
Juégate la vida en un segundo sin pensarlo,
Que todas las sangres, los cuerpos y las sombras
Ardan en una misma y última hoguera.

Pues bien, somos un gigantesco Sindicato de Soñadores de Llama,


Puedes aceptarlo o irte al carajo y abrasarte de pies a cabeza,
Invocando estúpidamente al puñado de demonios
que redactaron los barrotes de nuestra ya extinta Constitución.

Pero no te equivoques, que no hay mayor pureza que la del fuego.


Pregúntale a la polilla que vuela en su rededor
dispuesta a fusionarse en la pasión de aquella última y fascinante luz.
Pregunta a los muchachos que hacen fuego apilando neumáticos, cartones y palos
en Paicarrera;
Pregunta a las pupilas del par de capuchas que mezclan su cóctel de bencina
mientras cantan Ya van a ver, las balas que nos tiraron van a volver...

Después de todo, ¿qué queda sino arder en el fuego purificador?


Lo que nace al fin son varias naciones de una que agoniza
Mientras un puñado de poderosos se aferra a la idea
De impedir la urgencia de su parto.

Empero, las llamas de hoy somos más, somos millones,


Las balas y el gas solo estimulan nuestra inequívoca danza.

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¿Es que no lo sabías?
¡Es tu indiferencia la que sucumbe entre flamígeros resplandores!
¡Somos esclavos y esclavas recién liberadxs!
¡Somos el fuego purificador!
¿Es que no te has dado cuenta?
¡Somos la llama misma, el bautizo de esta hermosa y violenta primavera!

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La normalidad

Pregúntale a Dios lo que es la normalidad


Pregúntale a las-bases-de-nuestra-institucionalidad
Porque para mí nunca será más que un sueño pasajero
¿Será normal trabajar de sol a sol?
¿Manejar un carro de supermercado cargado con cuarenta litros
de agua mineral y atravesar la ciudad con toda aquella mercadería?
¿Será normal tener que soportar los bastonazos de las bestias
solo por no-tener-inicio-de-actividades?
Pregúntale a aquel Importante Señor
Lo que se siente no llegar a fin de mes
Y explicárselo a sus hijos
Mientras compra un kilo de carne molida en seis cuotas.
Normalidad es saber que mañana será igual o peor que hoy.
La repetición de una película que te consume la piel
con cada penosa reproducción.
Es saber que te moverás nuevamente como un pez sin branquias.
Como un cadáver que disimula su interna pudrición
en la terquedad de sentirse normal
porqué fácil es acabar adorando el vacío
Y gastarse la vida creyendo que se es realmente quien se aparenta.
Pregúntale a tu normalidad lo que es la normalidad.
Disimula la agriedad de tu rostro con su respuesta, pero recuerda esto:
Un día fuera de su normalidad
Vale por unos cuantos años de quieta y desesperada resignación.

Normalidad ha sido la partícula del químico policial que te hace cagar el ojo

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Normalidad han sido las balas
El escapar del piquete.
Solo que no te has dado cuenta que toda la vida te lo has pasado así.

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El que baila pasa

De acuerdo, repensemos el mundo


Todo cuanto debamos dejar atrás
no será desde ahora más que ruinas.
Evade todo, menos la realidad.
Enfrenta la vergüenza de mirarte tú mismo
en relación a los demás.
El que baila pasa.
Y no hay en verdad quien te impida continuar tu marcha
más que tu extravío del mundo.
Por estos días,
no hay quien te exima de la responsabilidad revolucionaria
de habitar este vasto mundo tan ávido de dignidad
y transformarlo.

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Vecino

¡El cambio es inminente! ¡El modelo está liquidado! Desde mi cuarto escuchaba los
vítores de mi vecino ebrio de vino barato y revolución. Poco antes había repartido
una malla de limones a un grupo de manifestantes que huían de los milicos. Era la
tercera o cuarta noche de éxtasis en la pequeña trinchera que constituía esa pieza
que arrendaba en el cité de la calle Ongolmo. Me lo imaginé altivo, dichoso y pleno.
Lo imaginé solitario, soñador y niño. Dando vueltas por la habitación ignorando la
vergonzosa congoja de la tele por los saqueos a supermercados y farmacias;
danzando en calzoncillos todo libre, todo loco y con el alma llena de banderas.

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La mente cósmica

Me imaginé siendo piedra cayendo en forma de lluvia junto a mis compañeras


sobre la cabeza de un piquete fuerza especial.
Soñé a ser viento que alimentó las llamas
que devoraron una sucursal y media de AFP.
Me visualicé consigna haciéndose masa.
Me visualicé himno volviéndose carne.
Me supe leyenda al contemplar mis manos sucias de tiempo, ceniza y bencina.
Apuntando al maldito que nos arrebató el sol de nuestras casas,
al que se lleva la mitad de mi sueldo...
Me supe ser humano al comprender que era capaz de concebir mi felicidad
únicamente junto con la de quienes mis semejantes.
Me supe razón al poder actuar en consecuencia.
Me supe corazón al hacer mío el dolor del hermanx sufriente.
Me supe, en fin, marea
danzando al son de una sinfonía lunar insurrecta.

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Encuentro

Bebo esta cerveza rebelde en la Martínez de Rozas.


Vuelvo recién de la marcha y de su represión.
Afuera continúan las sirenas, los disparos y los gritos.

Salgo nuevamente, una micro de pacos a medio quemar nos persigue.


Me refugio en el Taller del Libro y voy inmediatamente detrás de la micro
a buscar a mi compañera.

Apenas puedo respirar por el humo y los gases.


Agarro un camote para darme seguridad.
La veo a mi compa, ella me ve, y nos sonreímos a la distancia.
Vaya tiempos de locura estos.
Es inevitable disfrutar cualquier segundo de alivio.

Mierda, tanta belleza y pudrición juntas en las calles


Como dos lenguas retorciéndose en un mismo y apasionado beso
de amor y de muerte.
El principio del cielo es el infierno.

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¡Awanta beibi!

Hoy es el comienzo de un nuevo día en nuestras vidas.


Nadie nunca nos enseñó con peras y manzanas
lo que era una Revolución.
Y, sin embargo, aquí estamos aprendiendo.
Awanta beibi,
que esta noche vendrán por ti, por mí y por todos nuestros compañerxs
que los poderosos no descansarán hasta ponernos sus garras encima
que no les preocupa tanto nuestra felicidad
como que hayamos encontrado el camino para conquistarla.

Conté nueve barricadas en la Avenida Paicaví, tú estabas en una de ellas,


con una lata de spray en la mano,
escondiéndote en un baldío para escapar de las 9 mm
disparadas por uniformados desde un retén móvil.

¡Awuanta beibi, que la victoria será nuestra!


No habrá paco, presidente, empresario ni pandemia que nos detenga.
Como dice Silvio, la era está pariendo un corazón
y en medio estamos tú y yo, el resplandor de las llamas
y nuestra ardiente convicción del rojo amanecer.
Así que ya sabí, ¡awanta beibi!

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Estado de emergencia

La locura de hoy tal vez no sea la misma de hace dos siglos,


pero una cosa es cierta: la valentía es contagiosa.
Por eso, lo de las barricadas es mucho más que la adoración al fuego,
que la ira contenida.
La piedra lanzada es más que la suma de los vientos de la conmoción interior.
La locura virtuosa de hoy es la que nos lleva a comprender la historia fidedigna
del busto del conquistador cagado por palomas
arrancado de su ignominioso altar y arrojado al olvido.

Nuestra necesidad no clama por la venganza sino por la justicia:


la historia recupera su lugar, como el mar que se recoge
antes de lanzar su mortal caricia sobre la tierra;
o como el bosque nativo que reverdece donde antes hubo monocultivo y sequía.

La locura de hoy posee su más prometedor oráculo


en el neumático encendido de cualquier pobla
que altera gravemente el orden público y la seguridad interior del Estado
que corta el paso a la circulación de mercancía
y a los cuerpos aturdidos por las fantasías inoculadas por el capitalismo.

La locura de hoy es la cascada psíquica que contemplamos a veces meditando unos


humos.
Y tu estado de emergencia, la absurda cárcel en la que pretendes confinar nuestros
hallazgos y convicciones.
Solo quisiera decirte que de aquí en adelante nos tendrás en todas las calles:
que siga brotando en cada esquina la poesía rebelde
hasta que el último ser sonría de luz
hasta que el último ser conquiste su felicidad.

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Grave conmoción interior

Llevábamos 30 años de grave conmoción interior, pero a ellos nunca les importó.
Hasta ahora.

17
Hasta decir basta

Te golpearon, humillaron, gasearon y mojaron. Hasta que te hartaste de responder


a su violencia y horror con simples consignas. Entonces, no recuerdas cuándo fue la
primera vez que maldijiste a la autoridad. Primero fue gritarle en la cara al
desclasado ése y que una luma acudiera a su rescate. Viste a todo el mundo cubrirse
el rostro para descubrir la realidad. Decidiste no volver a regalarte, y ni cuenta te
diste cuando le arrojaste una piedra al psicópata que disfrutaba baleando a la gente
con su escopeta, convencido de hallarse dentro de un videojuego. Luego vendría la
acción directa, el fabricar muros de contención con los adocretos de los Tribunales.
Un día te maravillaste al encontrar belleza en esas llamas que te abrirían paso,
consumiendo todas las puertas que la sociedad te cerró en las narices.

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Un minuto de silencio para la Vieja Sapa

Exijo un minuto de silencio por todas aquellas almas que durante estos últimos días
comprobaron tardíamente su muerte en vida. Un minuto de silencio es el que
demando por todas esas horas malgastadas entre matinales idiotizantes y la crónica
roja de los noticieros.
¿Es que no se habían dado cuenta? Estas semanas han sido un largo minuto de
silencio para aquellos desventurados seres que prefieren ahorrarse el pensar por sí
mismos, y en cambio, se autocompadecen predicando la asfixia de sus vidas,
emparedadas entre la mediocre y gris normalidad.
¡Marchas, incendios, saqueos, caos, desorden, Revolución!
Afuera voces de un pueblo en lucha lo decretan: ¡MIL VECES VENCEREMOS!

Señora Vieja Sapa de Paicaví, en esta noche tan especial –entre disparos, gases y
sirenas-, vayan pues nuestras condolencias para su alma difunta. Deseo que la vida
no la enjuicie con tanta crueldad como usted lo hizo con ese obrero al que entregó a
los militares para que fuera baleado y torturado. Deseo que nadie celebre de manera
tan vil y cobarde la tragedia en que se tornó su existencia, como usted lo hizo con la
caída de nuestro compañero.
Finalmente, no puedo dejar de recordarle que su barrio se ha transformado en un
bastión de resistencia en esta lucha tan terrible, aunque luminosa, que estamos
dando. Por usted, por sus hijos y nietos, si es que tiene. La Remo será recordada por
haberle dado cara al régimen de Sebastián Piñera y a su brutal represión; en cambio,
usted no será parte de nada, salvo de aquel mundo pequeñito suyo de buenos y
malos, de órdenes y reglas, del que ya nadie en su sano juicio querría participar.
Buenas noches, Señora Vieja Sapa. Que las pesadillas y el miedo le den algún respiro
en el que se anime a despertar de su muerte en vida.

19
La espontaneidad de las masas

Tuvieron que pasar tantos años para comprender lo que era el amor. Cosa curiosa.
De la Negra, por ejemplo, volví a sentirme enamorado al verla detrás de una capucha.
Ese sábado 19 de octubre me esperaba con sus habituales lentejas con las que
finalizaba mi media jornada en la faena. Al fin un descanso breve, porque el domingo
debía estar temprano haciendo turno de conserje para poder llegar a fin de mes, y
siempre con lo justo.
Ese sábado fue distinto, pues después de comer cachamos que toda la pobla andaba
alborotá con lo que pasaba en el centro. Con el pasar de los minutos nos fue
invadiendo una extraña curiosidad, una ansiedad que nos quemaba por dentro, por
saber qué es lo que ocurría, así es que nos fuimos al centro. Ni siquiera tuve tiempo
de cambiarme el chaleco naranjo todo inmundo que andaba trayendo.
La Negra y yo. No acostumbraba a tomarla de la mano, de chico que me daba
vergüenza. Y de eso habían pasado tantos, pero tantos años. Estaba todo tan caótico
que la tomé de la mano y me la apretó muy fuerte mientras caminamos por el medio
de la Avenida Los Carrera. Mucha, mucha gente gritándole de todo a los pacos que a
ratos se asomaban para dispararnos.
Debo confesar que mientras andábamos ahí, entre barricadas, bombas lacrimógenas
y peñascos volando por el aire, experimenté una sensación muy rara. En cuestión de
segundos recordé los muchos años dedicados ciegamente a la pega. Dentro de esos
años, las poquísimas horas que tuve para dedicarles a mis hijos ya adultos y lejanos.
Luego miré a la Negra y vi que a pesar de lo asustada que estaba, como que sonreía
para adentro. La verdad es que yo también sentía como un fuego interior, algo así
como una rabia acumulada con los años quizás, de tanto abuso, de tanta miseria
soportada para generarle riqueza a un puñado de señores a los que imaginaba bien
vestidos y dándose a la gran vida a costa de nuestras sudorosas penurias.
No sabría cómo explicarlo, pero de tan rabioso que me sentía como que me entró un
coraje que me hizo perder todo el miedo y la compostura. Espérame acá, Negra linda,
le dije, y me fui detrás de unos muchachones que iban a darle de piedrazos a los
señores de verde. A esos, yo sabía, solo les importaba la gente como nosotros. Como
mi vecino Alexis, al que se llevaron un día haciéndole pasar los mejores años de su
vida en la cárcel por un supuesto robo. En cambio, a esos ladronzuelos que eran los
políticos y los empresarios nadie les echaba mano. Para ellos, todas las pasadas; para
ellos, clases de ética.
Con cada paso que daba me armaba de más valor y ya no me importaba nada.
Acorralamos al piquete de pacos en el kiosco de la calle Tucapel, frente al servicentro.
El miedo de sus rostros no se me olvidará jamás. Será posible que también sean
humanos, pero puta que nos hacen la vida imposible a los pobres. Les caímos a
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piedras desde todos lados. Salieron corriendo dejando botadas sus lumas y escudos.
Con los cabros nos miramos, reímos y saltamos de alegría. Éramos más; éramos
miles. Por primera vez en la vida no sentía miedo, me sentía libre para actuar como
correspondía a la ocasión.
La gente en la calle gritaba sus consignas y yo las repetía sin estar demasiado seguro
de lo que significaban. Pero entonces vi que la Negra había estado a mi lado todo el
rato, encapuchada y todo. La miro y la abrazo y cuando le planto un beso en la boca
siento que mi guata va a explotar. Allí los dos, todos ahumados con la barricada que
ardía a un par de metros. Como que sabía que esto sería el comienzo de algo
importante; para mí la vida podía terminarse en ese mismo momento glorioso y me
habría sentido realizado. Eso conversábamos al rato después con mi Negra,
tomándonos una pilsen en la Sociedad Lorenzo Arenas. Tuvieron que pasar tantos
años, tantos sacrificios, tantos apuros económicos y de los otros, para volver a
sentirnos parte de este mundo, para volver a sentirnos vivos, dignos, valiosos.

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