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su uso no sea comercial.
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CONMOCIÓN INTERIOR
Primeros apuntes de una Revolución en curso
sanzanasilva.blogspot.com
osanzana@gmail.com
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Índice
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Los gritos, las sirenas
De quienes lamentan el saqueo del supermercado antes que el de las vidas ajenas.
De quienes piensan que el derecho a la propiedad sobre toda clase de bienes
es más importante que el derecho a vivir en paz.
A todos esos que ocultan su vergüenza detrás de lienzos desabridos “llamando a la
paz”
–en blanco y negro, tal como es su comprensión de la realidad-.
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Fogata entre penumbras
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El fuego purificador
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¿Es que no lo sabías?
¡Es tu indiferencia la que sucumbe entre flamígeros resplandores!
¡Somos esclavos y esclavas recién liberadxs!
¡Somos el fuego purificador!
¿Es que no te has dado cuenta?
¡Somos la llama misma, el bautizo de esta hermosa y violenta primavera!
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La normalidad
Normalidad ha sido la partícula del químico policial que te hace cagar el ojo
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Normalidad han sido las balas
El escapar del piquete.
Solo que no te has dado cuenta que toda la vida te lo has pasado así.
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El que baila pasa
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Vecino
¡El cambio es inminente! ¡El modelo está liquidado! Desde mi cuarto escuchaba los
vítores de mi vecino ebrio de vino barato y revolución. Poco antes había repartido
una malla de limones a un grupo de manifestantes que huían de los milicos. Era la
tercera o cuarta noche de éxtasis en la pequeña trinchera que constituía esa pieza
que arrendaba en el cité de la calle Ongolmo. Me lo imaginé altivo, dichoso y pleno.
Lo imaginé solitario, soñador y niño. Dando vueltas por la habitación ignorando la
vergonzosa congoja de la tele por los saqueos a supermercados y farmacias;
danzando en calzoncillos todo libre, todo loco y con el alma llena de banderas.
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La mente cósmica
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Encuentro
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¡Awanta beibi!
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Estado de emergencia
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Grave conmoción interior
Llevábamos 30 años de grave conmoción interior, pero a ellos nunca les importó.
Hasta ahora.
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Hasta decir basta
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Un minuto de silencio para la Vieja Sapa
Exijo un minuto de silencio por todas aquellas almas que durante estos últimos días
comprobaron tardíamente su muerte en vida. Un minuto de silencio es el que
demando por todas esas horas malgastadas entre matinales idiotizantes y la crónica
roja de los noticieros.
¿Es que no se habían dado cuenta? Estas semanas han sido un largo minuto de
silencio para aquellos desventurados seres que prefieren ahorrarse el pensar por sí
mismos, y en cambio, se autocompadecen predicando la asfixia de sus vidas,
emparedadas entre la mediocre y gris normalidad.
¡Marchas, incendios, saqueos, caos, desorden, Revolución!
Afuera voces de un pueblo en lucha lo decretan: ¡MIL VECES VENCEREMOS!
Señora Vieja Sapa de Paicaví, en esta noche tan especial –entre disparos, gases y
sirenas-, vayan pues nuestras condolencias para su alma difunta. Deseo que la vida
no la enjuicie con tanta crueldad como usted lo hizo con ese obrero al que entregó a
los militares para que fuera baleado y torturado. Deseo que nadie celebre de manera
tan vil y cobarde la tragedia en que se tornó su existencia, como usted lo hizo con la
caída de nuestro compañero.
Finalmente, no puedo dejar de recordarle que su barrio se ha transformado en un
bastión de resistencia en esta lucha tan terrible, aunque luminosa, que estamos
dando. Por usted, por sus hijos y nietos, si es que tiene. La Remo será recordada por
haberle dado cara al régimen de Sebastián Piñera y a su brutal represión; en cambio,
usted no será parte de nada, salvo de aquel mundo pequeñito suyo de buenos y
malos, de órdenes y reglas, del que ya nadie en su sano juicio querría participar.
Buenas noches, Señora Vieja Sapa. Que las pesadillas y el miedo le den algún respiro
en el que se anime a despertar de su muerte en vida.
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La espontaneidad de las masas
Tuvieron que pasar tantos años para comprender lo que era el amor. Cosa curiosa.
De la Negra, por ejemplo, volví a sentirme enamorado al verla detrás de una capucha.
Ese sábado 19 de octubre me esperaba con sus habituales lentejas con las que
finalizaba mi media jornada en la faena. Al fin un descanso breve, porque el domingo
debía estar temprano haciendo turno de conserje para poder llegar a fin de mes, y
siempre con lo justo.
Ese sábado fue distinto, pues después de comer cachamos que toda la pobla andaba
alborotá con lo que pasaba en el centro. Con el pasar de los minutos nos fue
invadiendo una extraña curiosidad, una ansiedad que nos quemaba por dentro, por
saber qué es lo que ocurría, así es que nos fuimos al centro. Ni siquiera tuve tiempo
de cambiarme el chaleco naranjo todo inmundo que andaba trayendo.
La Negra y yo. No acostumbraba a tomarla de la mano, de chico que me daba
vergüenza. Y de eso habían pasado tantos, pero tantos años. Estaba todo tan caótico
que la tomé de la mano y me la apretó muy fuerte mientras caminamos por el medio
de la Avenida Los Carrera. Mucha, mucha gente gritándole de todo a los pacos que a
ratos se asomaban para dispararnos.
Debo confesar que mientras andábamos ahí, entre barricadas, bombas lacrimógenas
y peñascos volando por el aire, experimenté una sensación muy rara. En cuestión de
segundos recordé los muchos años dedicados ciegamente a la pega. Dentro de esos
años, las poquísimas horas que tuve para dedicarles a mis hijos ya adultos y lejanos.
Luego miré a la Negra y vi que a pesar de lo asustada que estaba, como que sonreía
para adentro. La verdad es que yo también sentía como un fuego interior, algo así
como una rabia acumulada con los años quizás, de tanto abuso, de tanta miseria
soportada para generarle riqueza a un puñado de señores a los que imaginaba bien
vestidos y dándose a la gran vida a costa de nuestras sudorosas penurias.
No sabría cómo explicarlo, pero de tan rabioso que me sentía como que me entró un
coraje que me hizo perder todo el miedo y la compostura. Espérame acá, Negra linda,
le dije, y me fui detrás de unos muchachones que iban a darle de piedrazos a los
señores de verde. A esos, yo sabía, solo les importaba la gente como nosotros. Como
mi vecino Alexis, al que se llevaron un día haciéndole pasar los mejores años de su
vida en la cárcel por un supuesto robo. En cambio, a esos ladronzuelos que eran los
políticos y los empresarios nadie les echaba mano. Para ellos, todas las pasadas; para
ellos, clases de ética.
Con cada paso que daba me armaba de más valor y ya no me importaba nada.
Acorralamos al piquete de pacos en el kiosco de la calle Tucapel, frente al servicentro.
El miedo de sus rostros no se me olvidará jamás. Será posible que también sean
humanos, pero puta que nos hacen la vida imposible a los pobres. Les caímos a
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piedras desde todos lados. Salieron corriendo dejando botadas sus lumas y escudos.
Con los cabros nos miramos, reímos y saltamos de alegría. Éramos más; éramos
miles. Por primera vez en la vida no sentía miedo, me sentía libre para actuar como
correspondía a la ocasión.
La gente en la calle gritaba sus consignas y yo las repetía sin estar demasiado seguro
de lo que significaban. Pero entonces vi que la Negra había estado a mi lado todo el
rato, encapuchada y todo. La miro y la abrazo y cuando le planto un beso en la boca
siento que mi guata va a explotar. Allí los dos, todos ahumados con la barricada que
ardía a un par de metros. Como que sabía que esto sería el comienzo de algo
importante; para mí la vida podía terminarse en ese mismo momento glorioso y me
habría sentido realizado. Eso conversábamos al rato después con mi Negra,
tomándonos una pilsen en la Sociedad Lorenzo Arenas. Tuvieron que pasar tantos
años, tantos sacrificios, tantos apuros económicos y de los otros, para volver a
sentirnos parte de este mundo, para volver a sentirnos vivos, dignos, valiosos.
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