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BIZANCIO Y SUS CIUDADES INMACULADA PEREZ MARTIN Instituto de Filologia CSIC-Madrid Cuando el historiador trabaja sobre un material tan fragmentario y diverso como el que afecta a la compleja realidad de la ciudad bizan- tina, las aproximaciones que puede realizar a la cuestién son multiples y algunas de ellas altamente especulativas. Muchas son, en efecto, las disciplinas historicas que arrojan luz sobre la composicién social, la actividad econdmica o el paisaje urbano de las ciudades, pero la cruda realidad es que las excavaciones de los estratos bizantinos en los sitios arqueolégicos clasicos son con frecuencia incompletas, y que, para algunos perfodos, —por ejemplo los Ilamados ‘siglos oscuros’— las fuentes histéricas se muestran parcas y ambiguas, de manera que la confrontacién de estos datos escasos e imprecisos con los arqueolé- gicos lleva a veces a conclusiones azarosas'. Por otra parte, aislar la ciudad como objeto de estudio y separarla del marco institucional o politico en el que estd engarzada puede ser una practica poco reco- En enumerar los riesgos que entratia la labor arqueolégica sobre la ciudad bizantina se centra J. RUSSELL (1986); vid. también C. FOSS (1977) 470, H. SARADI- MENDELOVICI (1988) 367 y W. BRANDES (1999), pp. 27 y 36-41. A. PEREZ JIMENEZ & G. CRUZ ANDREOTTI, eds., De la Aldea al Burgo. La ciudad como estructura urbana y politica en el Mediterrdneo, Madrid-Malaga, Ediciones Clasicas & Charta Antiqua, 2003. 225 TNMACULADA PEREZ Martin mendable, puesto que la evolucién de la ciudad depende de la evolu- cion el conjunto del sistema, que a su vez se retroalimenta de la pri- mera’, También puede resultar poco adecuado limitarse al andlisis social y politico de la ciudad y no estudiarla en su realidad geografica, © centrar el estudio del paisaje urbano en los edificios monumentales y no en el conjunto del asentamiento’. Con estas premisas, y siendo conscientes de que no podemos extendernos demasiado ni en detalles ni en una contextualizacién histérica amplia, nuestro propdsito en estas paginas es tratar los aspectos fundamentales de la evolucién de la ciu- dad tardoantigua a la ciudad propiamente bizantina. Abordar esta com- pleja transformacién tiene su recompensa, porque la funcién y el cardcter de la ciudad es una de las claves para comprender cuestiones esenciales de la mentalidad y la historia de Bizancio, de las estructuras sociales y del funcionamiento del Estado’, Analizar la ciudad implica asi profundizar en las vias por las que la nueva religion cristiana se abrié un espacio propio de poder y generd un nuevo modelo de urba- nismo, en cémo se articulé el proyecto imperial en el disefio funcional del territorio, a través de la administracién y de las élites que la nutrian, y en otras cuestiones vitales. Alexander Kazhdan y Anthony Cutler, en un articulo sobre la continuidad o discontinuidad entre la Antigiiedad y Bizancio’, probablemente uno de los textos mds brillantes y origina- les de los Estudios bizantinos recientes, ponian precisamente la transi- cién de la ciudad antigua a la ciudad bizantina, lo que se conoce con la socorrida expresién “de la polis al kastron”, en el centro del cambio estructural de la Antigiiedad a la Edad Media. Como sefiala J.-M. SPIESER (2001), I, p. 14. A. DUNN (1994), pp. 67-68. “En el centro del debate —sobre la Antigitedad tardia, escribe M. WHITTOW (2001), p. 138— se encuentra la ciudad. Esta es central porque la civilizacién romana en su sentido mas amplio es vista en general como una civilizacién urba- na; central porque la cultura cuyo ocaso contempla Procopio s6lo era enteramente posible en un contexto urbano clasico; y central porque las ciudades, como con- centraciones relativas de poblacién, riqueza e interaccién social, pueden servir para diagnosticar relaciones menos visibles en otros lugares.” A. KAZHDAN-A. CUTLER (1982). 226 BIZANCIO Y SUS CIUDADES Dada la gran extensi6n del territorio imperial, que abarca realidades regionales muy diversas, trazar un cuadro completo de la ciudad bizanti- na supondria hablar de las ciudades italianas®, norteafricanas’, egipcias®, sirias y palestinas’, lo que excederia los limites de esta contribueién. Por lo tanto, hemos preferido centrarnos en algunos ejemplos elegidos entre las ciudades de cultura griega que formaron parte del Imperio bizantino durante mAs tiempo, es decir, las ciudades de Asia Menor, los Balcanes y lo que por convencién denominamos Grecia y que, en época bizantina, era el tema o distrito de la Hélade y el Peloponeso 7 Habria que empezar diciendo que al hablar de “ciudad bizantina” estamos sugiriendo la existencia de un falso modelo ideal aplicable a cualquier asentamiento urbano del Imperio. En realidad, ese modelo no existe en Bizancio y la ruptura de la hipotética homogeneidad y simetria de la ciudad bizantina es visible ya en el mero hecho de Ila- mar al Imperio romano de Oriente con el nombre de una ciudad, Bizancio. Las diferencias entre la Polis, como los bizantinos Ilamaban normalmente a su capital, y las ciudades provinciales no son sdlo 6 Vid. A. GUILLOU (1976), N. CHRISTIE et al. (1988), V. VON FALKENHAU- SEN (1989) y J.-M. MARTIN-G. NOYE (1991). 7 Vid. C. LEPELLEY (1979), J. DURLIAT (1982) y (1984). 8 Vid. J. GASCOU (1985), R. S. BAGNALL (1993) y C. HAAS (1997) La bibliografia sobre las ciudades sirias y palestinas es inmensa; a modo de intro- duccién, vid. C. FOSS (1997); sobre Antioquia, vid, W, LIEBESCHUETZ (1972) y C. KONDOLEON, ed. (2000). El volumen I. MALKIN-R. L. HOHLFELDER, eds. (1988), esta dedicado en gran parte a las ciudades palestinas y a las islas del Mediterrinco oriental; tambign la Arquitectura bizantina de C. MANGO (1989), ilustra de un modo particular las ciudades sirias de la Antigitedad tardia. J, LIEBESCHUETZ (2001), pp. 30-63, ha seffalado dos patrones de comporta~ miento en el declive de la ciudad oriental tardoantigua, distinguiendo entre las ciu- dades del centro y oeste de Anatolia, con una decadencia més pronunciada, de las ciudades de Panfilia y Cilicia, mas préximas al modelo sirio-palestino y egipcio, caractetizado por un sostenimiento mejor de la vida urbana hasta la conquista abe. Nosotros nos centraremos en el primer grupo. A lo largo de su obra, que se propone un estudio paralelo de las ciudades tardoantiguas occidentales y orienta- les, Liebeschuetz ha sefialado también que la evolucién de las ciudades balcdnicas es mucho més proxima a las de Europa occidental que a las anatolias o sirias. 227 INMACULADA PEREZ Martin Antioquia’. Constantinopla, la Nueva Roma'®, se interpone asi entre el territorio imperial y el resto de la ecumene, sobre la que proyecta una imagen de poder absoluto y la idea que tiene de si misma como capital del mundo cristiano'®, idea que acaba construyendo un mito inmortal, nacido en Roma y prolongado en Mosci, la Tercera Roma. Para los que viven en ella y no comprenden el significado de sus edi- ficios antiguos y para los que no viven en ella y perciben su poder desde la distancia, Constantinopla es una ciudad irreal, una ciudad- espejismo, incluso una ‘ciudad-monstruo”””, En contraste con la Constantinopla de esplendores orientales recreada por nuestro romanticismo, la realidad de la ciudad bizantina es fragil y su existencia, gris y anodina, aunque desde el siglo XII los escritores la exal- ten como Tatpis (‘patria’ y y coloreen su apariencia externa con la pale- ta de la retérica”*. Slo en la recta final del Imperio, la atomizacién del territorio dara cierto protagonismo a Nicea, Trebisonda o Salénica, nue- vas capitales bizantinas con una economia elemental y un hinterland escaso, donde distintas ramas de la familia imperial o familias aristécra- tas intentaran imitar la geografia urbana y el esplendor de Bizancio™. '7 J HALDON (1999), p. 2. 8 Como escribe B. WARD-PERKINS (2000), pp. 325-326, Constantinopla se exten- di6 dentro del territorio ideolégico de otra ciudad, Roma, modelo de sus institu- ciones, topografia y monumentos. A su vez, Constantinopla fue modelo de otras ciudades, por supuesto bizantinas, pero también occidentales, como Ravena 0 Paris; vid. B. WARD-PERKINS (2000a). Vid. P, ALEXANDER (1962), pp. 341-347. Vid. 1. DIURIC (1989), p. 734. A. BRYER (1986) y P. MAGDALINO (1989), p. 184. H. SARADI (1995). M. ANGOLD (1985), pp. 34-36. Sobre esta fase de la ciudad bizantina (que se prolonga desde la conquista de Constantinopla por los cruzados en 1204 hasta la toma turca de la ciudad en 1453) y, en especial, sobre la actividad econémica a la que da cobijo, pueden consultarse L. MAKSIMOVICH (1981), V. HROCHOVA (1997) y A. KAZHDAN (1995). 2 2 22 23 230 BIZANCIO Y SUS CIUDADES 1. La transicién de la ciudad antigua a la bizantina Los primeros siglos de andadura de la ciudad bizantina, a los que ya he- mos aludido como el paso de la polis al kastron, tienen una trascendencia histdrica que excede el tratamiento estricto de la ciudad y se eleva hasta cuestiones especulativas como la periodizacién y la nomenclatura de una etapa critica de la historia mediterranea, la del fin del Imperio romano. A riesgo de resultar esquematicos pero con la sana intencién de simplificar, podemos mencionar la existencia de dos grandes polémicas al respecto: la primera, que surge en los afios cincuenta a siglo XX y se prolonga hasta los ochenta, es mas propiamente bizantina™'; la segunda, que todavia no se ha apagado, se centra en los siglos de la Antigiiedad tardia. Ambas parten de la constatacién de la precariedad de la ciudad antigua desde el siglo III en los Balcanes y en Grecia con la crisis desatada por la invasién goda; y desde el siglo VII en las ciudades anatolias y del Egeo a causa de la inva- sion persa y los prolongados ataques arabes por tierra y mar’. Es arriesgado especular sobre la raz6n por la que algunos historiado- res se empefiaron en argumentar, baséndose en documentos de organi- zacion eclesidstica y en la evidencia de circulacién monetaria’ ?5, que la continuidad entre las ciudades antiguas y las bizantinas fue total, que las poleis sobrevivieron a las crisis de los Iamados ‘siglos oscuros’ manteniendo su actividad comercial, productiva y administrativa’’. Sospecho que detrds pudo haber cierto oculto anhelo de superar com- plejos y reivindicar tanto la civilizacién bizantina como el helenismo de territorios ‘histéricamente griegos’, léase, Anatolia. El sentido comtn, con la inestimable ayuda de la arqueologia, se impuso finalmente: con- tinuidad en el nombre de las ciudades no implica continuidad en el tipo y estructura de asentamiento; que los documentos eclesidsticos sigan mencionando remotas sedes episcopales no implica que las ciudades sigan vivas; finalmente, que hubiera circulacién de monedas de oro en los «Un resumen en A. KAZHDAN (1998), p. 235, n. 1, asf como en J, HALDON (1990), pp. 93-94; of A. KAZHDAN-A. CUTLER (1982) 437-438 Vid. J. HALDON (1990), pp. 42-50 y 102-104. Una critica a la validez de estas fuentes en M. ANGOLD (1985) 9 y J. HALDON (1990), pp. 114 y 121-123. 2s 26 231 INMACULADA PEREZ MARTIN siglos VII al IX slo prueba lo que ya sabemos, que el Estado bizantino seguia funcionando, aunque bajo minimos, y emitia moneda. Mucho mas probable es que, como defiende Alexander Kazhdan, en el siglo VII hubiera un colapso general, aunque en diversos grados, de la organiza- cién urbana antigua, con la consiguiente desaparicién de las poleis y la turalizacién del Imperio”, Tal es la conclusién de las distintas investigaciones de Clive Foss sobre las ciudades de Asia menor”, que demuestran el eclipse de la ciudad tardoantigua anatolia desde mediados del siglo VII. Del mismo modo, los estudios de Hendy sobre la desmonetarizacién urbana tanto en el pago de impuestos como en el inter- cambio comercial son otro aspecto de esta etapa de retraimiento”!, evi- dente asimismo en la disminucién del comercio a gran escala y el des- censo y menor calidad de la produccién de objetos de lujo y ceramica. El segundo de los debates mencionados tiene en comiin con el pri- mero que algunas posturas parecen negarse a aceptar lo evidente. La dis- cusién se centra sobre si el final del Imperio romano fue precedido de una etapa de declive o no, es decir, si el Imperio sufrié una muerte subi- ta, un ‘asesinato’, tras un largo perfodo en el que historiadores como Averil Cameron 0 Mark Whittow se niegan a ver un declive sustancial’?; en otras palabras, se trata de indagar si es mds correcto describir esta etapa final del Imperio romano como de ‘declive y caida’ (siguiendo la 27 Vid. G. OSTROGORSKY (1959), SP. VRYONIS JR (1963), M. WHITTOW (1990), FR. TROMBLEY (1993). Sobre Eucaita, utilizada como paradigma de ciudad floreciente en la Edad oscura, vid. infra n. 74. 28 . + . tgs . Por ejemplo, los historiadores eclesiasticos dan cabida en sus obras a los milagros que se producian en las aldeas, mientras que los paganos mostraban su devocién a sus ciu- dades natales no saliendo de su perspectiva; vid, L. CRACCO RUGGINI (1977) 116- 117, quien considera este cambio de perspectiva como “algo realmente nuevo”. Vid. su bibliografia, al final de este articulo, J, HALDON (1999), p. 23, piensa, con pesimismo, que es imposible determinar en la ciudad bizantina de esta época rasgos que la diferencien de los asentamientos poblacionales que no lo son. Vid. M. HENDY (1985), pp. 619 y ss. Vid. AY. CAMERON (1993) y M. WHITTOW (1996), quien ha defendido la visién de un Imperio con una vida relativamente floreciente hacia 600 e irrepara- blemente daftada por las guerras avaras y persas (vid. por ejemplo, pp. 89 y 103). 29 30 31 32 232 BIZANCIO Y SUS CIUDADES formulacién de Gibbon) o, por el contrario, de ‘caida y declive’. Como mencionaba Liebeschuetz en un congreso de reciente publicacién, la prueba irrefutable de que el Imperio romano cay6 es que ya no existe. Que un especialista en la ciudad tardoantigua como Liebeschuetz tenga que decir esta verdad de perogrullo en una reunién cientifica es muy reve- lador y pone de manifiesto que muchos historiadores, queriendo ser poli- ticamente correctos 0 innovadores en sus manifestaciones, caen en negar lo evidente y en sustituirlo por brillantes especulaciones con las que demuestran su gran capacidad pero no nos acercan a la verdad. Vamos a ver un ejemplo de esto que nos servira-para centrar la cues- tién del final de la polis. La tendencia actual —y parece que estamos hablando de moda, pero la verdad es que a veces se tiene 1a impresion de que hay una necesidad generalizada de innovar sin pausa para no quedarse atras, para seguir estando en el candelero— es la de minimi- zar la influencia en la desaparicién de la ciudad antigua de factores externos como las invasiones™, los terremotos o las plagas y enfatizar lo que en esta desaparicién hay de proceso de cambio organico provo- cado por la interaccién de distintas causas independientes de los agen- tes externos. Se acepta asi, en general, que el declive del modelo urba- no de la Antigiiedad ya habia comenzado su andadura antes de las invasiones’*. Nada nos parece mas acertado que analizar fenomenos de longue durée que afectan a una transformaci6n tan relevante como la 33 34 Vid. J. LIEBESCHUETZ (2001b). Tal es el reproche general hacia los valiosos estudios de Clive Foss que fechan la destruccién de las ciudades en funcién de las fechas de incursiones y conquistas ofrecidas por las fuentes, cuando la vida urbana minorasidtica ya estaba en deca- dencia antes y siguié declinando después, sin un corte brusco; en opinién de A. KAZHDAN (1977), pp. 483-484 y A. KAZHDAN-A. CUTLER (1982), p. 440, los ataques eslavos y avaros en los Balcanes y los persas y 4rabes en Anatolia cola- boraron en la desaparicién del sistema urbano antiguo sélo porque existian las con- diciones previas para tal “catéstrofe urbana”, En el mismo sentido inciden H. SARADI-MENDELOVICI (1988), pp. 370-371, J. HALDON (1985), p. 77, (1990), pp. 94-95 y J. LIEBESCHUETZ (2001), pp. 43-54. Una revision reciente de la labor de Foss en M. WHITTOW (2001). Esta idea, aceptada por la mayor parte de los estudiosos de la ciudad tardorromana, es de antigua data: vid. M. ROSTOVTZEFF (1957), pp. 513-514. 35 233 INMACULADA PEREZ MARTIN que da lugar a la ciudad medieval, en especial, tratar la evolucién intrinseca de la funcién desempefiada por los asentamientos urbanos en la sociedad y en el aparato administrativo del estado; pero no se puede arrinconar sin més las causas puntuales de la transformacion de una ciudad antigua en una ciudad medieval; aunque éste sea un proce- so complejo y largo o aunque sea politicamente incorrecto mencionar el papel desempefiado por las invasiones barbaras, no se puede restar importancia al hecho de que una sfoa se derrumbe durante un terre- moto y no sea reconstruida o que una amenaza de invasi6n lleve a con- solidar una muralla o a edificar una fortaleza. Son hechos irrefutables con una causa concreta que van transformando la fisionomia de una ciudad antigua hasta hacerla irreconocible. Por lo tanto, es preciso reconocer que la inestabilidad politica que caracteriz6 la Antigiiedad tardia y las invasiones godas, hunas, eslavas y Avaras que atravesaron el territorio balcdnico y llegaron a la Grecia mas meridional, provocaron una militarizacion que afecté tanto a la organiza- cién administrativa de las ciudades como a la vida cotidiana de sus habi- tantes y obligaron a una doble integracién del ejército de frontera en la ciudad y de la ciudad en una compleja red de defensa’®. Se definié asi un nuevo entramado urbano en el que los niveles superiores de asentamien- to no fueron ya las poleis sino multiples pequefios centros sin funciones civicas ni urbanas situados en lugares altos fortificados’”. En los Balcanes, esta Edad oscura ya se habia iniciado a mediados del siglo IL, mientras que en Anatolia y en Grecia el final de la ciudad antigua se retrasa hasta mediados del siglo VI 0 hasta el VII —segin los casos— y la Edad oscura se prolonga al menos hasta 770°, Estas fechas son siempre aproximativas y no conviene insistir en ellas, a ries- 36 - G DAGRON (1984a), p. 18 y A. POULTER (1992). A. DUNN (1994) 65. Siguiendo a Dunn, J. LIEBESCHUETZ (2001), p. 413, ha seftalado la paradoja de que haya una multiplicacién de asentamientos urbanos que adquieran el rango de ciudades justamente cuando las poleis estin perdiendo sus funciones definitorias. 38 . a is . , La explicacién inmediata y evidente de estas diferencias cronol6gicas es que las ciudades balcanicas, en especial las mas préximas al Danubio, estaban en “prime- 234 BIZANCIO Y SUS CIUDADES go de esconder las circunstancias concretas de cada ciudad. Como ha escrito Gilbert Dagron, las periodizaciones son “un término medio entre las continuidades y rupturas constatadas en la historia de cada ciudad». A pesar de esta sabia y prudente sentencia, los historiadores de la Antigiiedad tardia localizan en torno al afio 600 el momento final del perfodo que estudian y el comienzo de la era propiamente bizantina. En efecto, la desaparicién del modelo urbano antiguo en los Balcanes ya era evidente en el siglo v"°. Por ejemplo, en Sirmium (en Panonia, no muy lejos de la actual Belgrado), antes de caer en 441 en manos de los hunos, son perceptibles las huellas del declive urbano"': abandono de los grandes edificios, pobreza de las restauraciones, retraccién de las zonas habitadas y penetracién de las tumbas intra muros, Mas adelante insistiremos en estos rasgos. lustiniana Prima, construida ex novo por Justiniano en el lugar donde habia nacido, cerca de Nish, es primero un centro monumental y administrativo fortifica- do, pero sin demasiados habitantes**. Justino II, sobrino de Justiniano, lo transforma pronto en una pequefia ciudad rural que servia de refu- ra linea de fuego” —vid. A. POULTER (1992), p. 118—, no asi las griegas. Pero quizé es importante recordar también, como un factor beneficioso en la pervi- vencia de la ciudad antigua, el policentrismo del Imperio oriental, en el que la cul- tura y la educacién superior no eran patrimonio de una sola ciudad; vid. W. LIEBESCHUETZ (1992), p. 26. F. MILLAR (1969), p. 29, ha Ilegado a escribir que, si Oriente sobrevivid a los ataques barbaros, esto puede tener relacién con el profundo arraigo del pasado griego en la cultura bizantina, La resistencia del siglo III significarfa asi que “la sociedad griega del Imperio obtuvo autoconfianza y coherencia precisamente de su vigorosa tradicién literaria ¢ intelectual y de su inti- ma conexién con su heroico pasado.” G. DAGRON (1977), p. 3. B. BAVANT (1984) y W. BRANDES-J. HALDON (2000), p. 145. Sin embargo, Vv. VELKOV (1977) ve una continuidad de la ciudad grecorromana hasta el siglo VI. Vid. J.W. EADIE (1982), pp. 31-33 y E. ZANINI (1994), pp. 137-138. Sirmium fue la sede del prefecto del pretorio per Ilyricum hasta 582, pero desde 440/1 s6lo estuvo en poder bizantino durante breves periodos. 42 sobre Iustiniana Prima (Caricin Grad), vid. E. ZANINI (1994), pp. 146-150, J.-M. SPIESER, “Caricin Grad et les routes”, en (2001), V y J. ARCE (2000), pp. 48-50 y 42-43, donde se discute el concepto de fundacién de ciudades romanas, que 3 40 4 235 INMACULADA PEREZ MARTIN gio a la poblacién. El proceso en los siglos siguientes sigue en los Balcanes un camino de ida y vuelta: las invasiones bloquean progresi- vamente el acceso a las ciudades balcanicas desde Constantinopla hasta que, a partir de la Polis, se inicia una reconquista territorial consolidada con el establecimiento de los distritos de Tracia (ca. 680) y la Hélade (695). El resto del territorio permanece en poder bulga- ro. Durante esta larga fase amenazadora para el Imperio, slo Salénica se mantiene como ciudad importante, pero incluso aqui la poblacién vive sobre todo de la agricultura, Como en la actualidad, Salénica era la salida natural al mar de su hinterland bulgaro y slo tras la victoria de Basilio II sobre los bilgaros volverd a ser un centro econémico flo- reciente*’. En el periodo intermedio, a pesar de ser sede del prefecto del Ilirico, no hay huella en ella de actividad edilicia significativa, el trazado helenistico no sufre grandes cambios, siguen en uso acueduc- tos y cisternas y el Agora sélo se abandona tardiamente’*. incluiria también la refundacién de ciudades que toman el nombre del empera- dor, una costumbre que pervive en época bizantina; vid. E. A. IVISON (2000), pp. 18-19. La planta de Iustiniana Prima conserva innumerables elementos de la ciudad antigua y en ello se muestra tan arcaizante como las restauraciones del mismo emperador en Antioquia mencionadas por Procopio (De ded. II 10, 19- 25), que afectaron a pérticos y mercados, teatros y termas y al abastecimiento de agua. Vid. J. ARCE (2000), pp. 48-49 y B. BALDWIN (1982), p. 5. Precisa- mente el abastecimiento de la ciudad tardoantigua es el objeto principal de estu= dio de J. DURLIAT (1990); en la legislacién tardoantigua, el suministro de trigo va.a la par del mantenimiento de bafios, acueductos y murallas, como concluye DURLIAT, ibidem, pp. 580-581 y 587. Sobre la creacién de nuevas ciudades en Grecia, como Monemvasié, para acoger a la poblacién balednica desplazada por la invasion Avara, vid. AV. CAMERON (1993), pp. 159-160 y J. LIE- BESCHUETZ (2001), pp. 288-289. * G DAGRON (1984), p. 5. Vid. J. DURLIAT (1990), pp. 389-406; J.-M. SPIESER (1984), pp. 318-319; J. HALDON (1985), p. 90 y (1990), p. 114. Otras ciudades balcanicas que permane- cieron en poder bizantino fueron Filipépolis (Plovdiv) y Adrianépolis (Edirne). Vid. N. OIKONOMIDES (1991a). Vid. J.-M. SPIESER (1984a) y (2001) III, pp. 2-5. Sobre la muralla salonicense, que asimismo mantuvo su perimetro original, vid. J. CROW (2001), pp. 93-98. 45 46 236 BIZANCIO Y SUS CIUDADES Anatolia, por su parte, sufrid invasiones persas o arabes durante lar- gos periodos, y la recuperacién de los dafios causados en las ciudades fue muy lenta. No por azar, las que mantuvieron una actividad por encima del nivel vegetativo son costeras: Nicea, Efeso y Trebisonda’”. En el interior, algunas ciudades antiguas fueron abandonadas en favor de lugares préximos protegidos; por ejemplo, los habitantes de Colossae (Frigia), en el nacimiento del Meandro, se trasladaron en el siglo VIII a Chonai, un lugar montafioso de las proximidades, con mas facilidades de defensa, que se convirtié en un bastion del distrito de Tracesion y una ciudad activa comercialmente en el siglo xil**. Las pequefias ciudades de la zona fronteriza y con hinterlands definitiva- mente desiertos desaparecieron, mientras que otros centros urbanos se beneficiaron del flujo de refugiados de zonas mas expuestas”. La ciudad tardoantigua también se ve afectada por desastres natu- rales como sequias”, terremotos y plagas y, en especial, por la peste de 541-542, cuya incidencia en el descenso de poblacién es fuente de debate’', Constantinopla, donde en el siglo VI vivirian aproximada- Sobre la Saldnica del siglo XV, su temporal dominio veneciano y su definitiva ocu- pacién turca en 1430, vid. A. HARVEY (2000) y V. DIMITRIADES (1991). Vid. J. DURLIAT (1990), p. 584, M. ANGOLD (1985), p. 4 y W. BRANDES (1999), p. 25. C. FOSS (1977) 485-486. La distancia entre Chonai y Colossae es considerable, unos 5 kms., pero entre ellas hay contacto visual. La distancia que separa Corinto de Acrocorinto es de unos 3 kms.; unos 2 kms. hay entre Efeso y Teologo (Ayasoluk en turco), la nueva ciudad amurallada en torno a la iglesia de San Juan; la ciudad medieval de Patras se encuentra a unos 800 mts. de la costa. Por ejemplo, Esmima, Nicea, Trebisonda y Atalia; vid. J. HALDON (1990), p. 110. Del estudio de los anillos de los arboles se ha deducido que, hacia los afios 530- 560, las condiciones climaticas fueron muy poco favorables a la produccién agri- cola, lo que pudo desencadenar Ia peste y, a la larga, un cambio significativo en la politica de Justiniano en la década de los 40, con el abandono de construcciones a gran escala. Vid, J. LIEBESCHUETZ (2001), pp. 409-410. Numerosas referencias sobre el alcance de estas plagas, recurrentes hasta el siglo VIII, en H. SARADI-MENDELOVICI (1988), p. 371, M. WHITTOW (1990), p. 13, n. 24 y W. BRANDES (1999), p. 32, n. 34. Una visién minimizadora de su efecto en M. WHITTOW (1996), pp. 66-68, y la visién opuesta en J. LIEBESCHUETZ (2001), p. 410. 7 48 49 50 sl 237 INMACULADA PEREZ Martin mente 400.000 personas, sufre un descenso notable de su poblacién, Ile- gando a su cota mas baja de ocupacion en el siglo VIII, con 40.000 habi- tantes™. La peste de 542 habia hecho que el sistema gratuito de enterra- mientos se abandonara: se multiplican las areas funerarias, se entierra en las cisternas, monumentos en ruinas, jardines e incluso dentro de las murallas antiguas. En Efeso, en 614, un gran terremoto destruye gran parte de la ciudad antigua; la actividad urbana se mantiene, pero des- aparecen los suburbios de la ciudad™. En Salénica, el agora se abando- na en el siglo VII, un terremoto destruye los pérticos, que no son recons- truidos, lo que no indica que no hubiera medios para hacerlo, sino des- interés, puesto que si se reconstruye el santuario (el Aiborion o estructu- ra de plata) de su patron, S, Demetrio, arrasado por un incendio”*. Este hecho, aparentemente anecdotico, ilumina la naturaleza de la desaparicion de la ciudad antigua, oscurecida por la sucesién de des- gracias y agresiones. Algunos historiadores ven en las ciudades poco afectadas por ellas la misma evolucion que en las ciudades devasta- das”, y esto, unido al hecho de que la recuperacion de la vida urbana, en especial en Anatolia, fue muy lenta®”, les Ileva a buscar una expli- 5 7 ? ©. MANGO (1980), pp. 75-80, (1990), p. 54 y B. WARD-PERKINS (20002), p. 66 yn. 8, W, BRANDES (1999), p. 33, n. 37 duda de la precisién de la cifra, pero esta claro que hubo un descenso significativo, evidente en el abandono de edificios y monumentos y la presencia de reas desiertas dentro de la muralla teodosiana, Sin embargo, Constantinopla sobrevivié como sede imperial (aunque Heraclio estuvo a punto de abandonarla por Cartago) y como fuente tnica de poder y autoridad. °3 G DAGRON (1991). 54 ©. FOSS (1979). 55 J.-M. SPIESER (1984), pp. 318-319 y M. WHITTOW (1990) 23-24. 58 J. HALDON (1990), p. 105. 57 H. SARADI-MENDELOVICI (1988), p. 365 y M. ANGOLD (1985), pp. 1 y 8. Pa- rece que la recuperacién fue mas rapida en Grecia que en Anatolia, algo sorprenden- te porque Grecia habia estado més aislada de Constantinopla durante casi dos siglos de invasiones. Quizé para el tema de la Hélade habia sido beneficiosa la lejania de la ciudad imperial, que la eximfa de proveerla de productos agricolas. También tuvo su importancia la distinta funcién de los temas, que en Anatolia son defensivos y en Gre- cia toman las ciudades antiguas semidesiertas como bases de conquista del territorio. BIZANCIO Y SUS CIUDADES cacién econdmica en la base de Ja transformacién y a considerar ago- tado en el siglo VI el modelo de la ciudad romana limitadamente auts- noma y gestora de los recursos de su territorio®®, Este aspecto del final de la ciudad antigua ha sido objeto de mucha reflexién: los curiales, es decir, los miembros de la clase urbana dominante que ocupaba puestos de responsabilidad en las curias (Bouhai, BovdeuTHpta), habian em- prendido una ‘huida hacia adelante’, abandonando las instituciones ciudadanas por los cargos palaciegos y eclesidsticos”’. Los notables de la ciudad, cada vez menos y mas pobres, ya no podian responder a las necesidades de un Estado obligado o decidido a destinar todos los recur- sos posibles a la defensa de sus fronteras, en el que la inversién en la vida civil al estilo antiguo, espoleada por la competitividad entre fami- lias curiales y entre ciudades, era obsoleta. La edificacién monumental, los servicios publicos y el ocio de las grandes fiestas y espectaculos en teatros e hipédromos sobredimensionados™, eran imposible de mante- ner, Por lo demas, dada la debilidad de los curiales, quienes promocio- nan la edilicia urbana son emperadores cristianos: Zendn y Anastasio, en 58 Esta es la tesis defendida por Jean-Michel SPIESER en (1986) y en otras contri- buciones citadas a lo largo de estas paginas. Un util resumen de Ia historia administrativa previa de las ciudades romanas orientales en M. WHITTOW (1990). Por su parte, J. LIEBESCHUETZ (2001), pp. 410-411, recuerda que las ciudades clisicas no fueron una creacién romana y que el Imperio tuvo que explo- tar las instituciones previas para unos fines propios. Vid. AV. CAMERON (1993), p. 91, J.-M. SPIESER (1981), p. 102, P. HEATHER (1994), pp. 21-25 y of infra n. 67. M. WHITTOW (1990), ha llamado la atencién sobre el caracter simbélico y propagandistico de los monumentos civiles, que en algunos casos, como el de los teatros, carectan de un uso real que justificara su tamafio. Algo similar es lo que sucede en la actualidad con los rascacielos, simbolos del poder de las multina- cionales, pero incémodos ¢ inadecuados para quienes trabajan en ellos y, en oca- siones, vacios. Sobre la retérica como un elemento de la glorificacién civica para- lelo a esta monumentalidad promocionada por Ia aristocracia, vid. AV. CAME- RON (1991). En paralelo al trasvase de recursos de las instituciones urbanas a la Iglesia, el destinatario de los recursos propagandisticos de la oratoria ya no seré la ciudad, sino el Imperio de Constantinopla; vid. J.-M. SPIESER (1981), p. 102. 39 60 239 INMACULADA PEREZ MARTIN especial y en mayor grado que Justiniano”, reforzaran las defensas de las ciudades o levantaran nuevas murallas; otros recursos tendran como destinatario la Iglesia y la construccién de todo tipo de casas de caridad, los palacios de los prefectos y otros edificios administrativos; por su parte, los nuevos ‘poderosos’, los Ilamados ‘notables’, construiran mansiones, monasterios ¢ iglesias®. Sobre esto volveremos mis tarde. La transicién hacia un nuevo modelo de fiscalizacién en el siglo VII, en el que los consejos urbanos ya no tenian responsabilidades, estuvo caracterizada por la creacién de nuevos cargos que actuaron como intermediarios entre los ciudadanos y el estado —como el defen- sor civitatis, gr. €k8uxos, atv8iKos—*® o que supervisaron las activi- dades financieras de las curias™. Finalmente, fueron los funcionarios ®! Vid. AV. CAMERON (1993), pp. 118 y 157, quien parece haber reconsiderado su posicién sobre la impronta de Justiniano en Constantinopla, criticada por C. MANGO (1986), pp. 125-126. Vid. T. E. GREGORY (1986), pp. 236 y ss., quien destaca la proximidad de basi- licas cristianas de época temprana a importantes santuarios paganos, como en Olimpia y Delos. C. MANGO (1976), p. 353, recuerda el valor econémico de estas iglesias que se multiplican hasta el afio 600, construidas por laicos con fines espe- culativos y cuyos ingresos, obtenidos de ofrendas y donaciones, compartian con el clero. En la misma linea, W. BOWDEN (2001) ha estudiado el contexto socioeco- némico de la construecién de iglesias tardoantiguas en el Epiro, seftalando que éstas representan un gasto sustancial de energia y recursos, muy por encima de! que bastaria para proveer las necesidades de la liturgia; a la vez que representa el esfuerzo edilicio mds importante del urbanismo tardoantiguo, la construccién de iglesias esta en la base de un ciclo econémico de inversién y consumo que atrajo buena parte de los capitales en circulacién. Vid. ODB, vol. I, p. 600, s.v. “Defensor civitatis” y R. M. FRAKES (1998). Estos cargos no tienen la misma denominacién en todas las ciudades. El empera- dor Zenén (474-491) creé la figura del pater tes poleos y Anastasio I (491-518) la de los vindices. No es casualidad que ambos emperadores fueran grandes promo- tores de la edilicia urbana. Sobre la funcién de estas autoridades, vid. W. LIEBESCHUETZ (1992), p. 27 y (2001), pp. 107-108 y 122 y W. BRANDES-J. HALDON (2000), pp. 144-145. Sobre el navip THis TOAews, en especial, vid. C. ROUECHE (1979). El rariip Tijs Tédcus esté atestiguado asimismo en Sicilia 62 63 240 BIZANCIO Y SUS CIUDADES imperiales quienes asumieron las tareas de recaudacion de impues- tos®, el gobernador civil tomé las riendas de la politica local y la uni- dad bAsica del sistema fiscal pasé a ser la comunidad campesina, den- tro de un sistema de division del territorio en temas 0 distritos™. Esto no ha de hacernos pensar que las curias desaparecieran como institucién®” ni tampoco que se desvaneciera una clase gobernante ciuda- dana“, Al contrario, la implicacién del gobierno central en la administra- cién de las provincias creé nuevos cargos que fueron ocupados por las nuevas élites provinciales, que aspiraban a puestos de influencia en la capital del Imperio, por ejemplo, a obtener el rango de senador o un cargo eclesidstico, lo que les eximia de sus deberes fiscales®. Los nuevos mag- nates provinciales se definen vagamente segiin criterios sociales y no fis- cales, se eligen a si mismos, no han de rendir cuentas de sus decisiones —vid. W. BRANDES (1999), p. 31 yn. 28— y hay otros términos con el mismo valor, como el de tpwtorohitys 0 el tputedwr atestiguado en el Quersoneso. W. BRANDES-J. HALDON (2000), pp. 143-144. J. HALDON (1985), p. 77 y, en general, sobre la creacién del sistema tematico, ID., (1993). La curia como tal s6lo fue abolida en tiempos de Leén VI (886-912) con la pro- mulgacién de su Nov. 46; hasta entonces habia seguido desempefiando funciones ceremoniales. Vid. ODB, vol. I, p. 564, s.v. “Curia”, “Curiales”; vol. I, pp. 1422- 3, s.v. “Municipal administration”, A. KAZHDAN-A. CUTLER (1982), p. 438 y W. BRANDES (1999), p. 30. Véase un ejemplo de esta funcién meramente cere- monial de la curia en J. LIEBESCHUETZ (2001), p. 107. Esta es la tesis defendida con argumentos de peso por M. WHITTOW (1990), que considera el declive de los curiales como una “mera reordenacién institucional”. La realidad es que los curiales habian intentado liberarse de las obligaciones fis- cales impuestas por el Estado —dificiles de satisfacer en una época de inseguridad y devaluacién monetaria—, sin perder su posicién de poder en las civitates. La supuesta confiscacién de las propiedades ciudadanas no debilité a esta clase gober- nante, sino que mas bien la fortalecié, puesto que tales tierras fueron en general entregadas como emphyteusis o ‘arrendamientos perpetuos’ a los ciudadanos ricos. Vid. W. BRANDES-J. HALDON (2000), pp. 156-157. M. WHITTOW (1990) 9 y J.-M. SPIESER (1986), p. 8. 65 66 67 68 69 241 INMACULADA PEREZ Martin ni tienen la responsabilidad de Ilevar el bienestar a su ciudad”, Son simplemente los primeros entre los ktTopes, los possessores, cuyas obligaciones sociales hacia los oixytopes, los cives o habitatores, ha- bian abandonado la esfera politica y pasado a ser actos de caridad cristia- na’'. Por entonces, el obispo se sentaba ya a la misma mesa que los nota- bles de la ciudad y los grandes propietarios de tierras; tomaba parte en las decisiones y era reconocido como un potencial protector de la ciudad, aunque nunca tuviera formalmente tareas dentro de la administracion urbana, como sucedia en Occidente en la alta Edad Media”. 7 Vid. G. DAGRON (1984), pp. 13 y 19 y J. LIEBESCHUETZ (2001), pp. 103-124 y 405-407, esp. 117-120, donde se reconstruye Ia informacién contenida en los Milagros de San Demeirio sobre los notables salonicenses, editados por P. LEMERLE (1979). No todos los kr¥{ropes son mpwretovres o ‘notables’; éstos son una élite dentro de la clase urbana acomodada y a menudo ostentan titulos senatoriales; vid. J. LIEBESCHUETZ (2001), p. 115. La terminologia para denominar a esta nueva lite es variada: mpotixTupes (protectores), CxO pLOL, ol TpATOL Tis TOdewS, eoxor TGV TpdTuv, LeyLoTavoL, ete. Vid. J. HALDON (1990), p. 97 y n. 10, G DAGRON (1977) 19-23 y J LIEBESCHUETZ (2001), pp. 137-155. El papel del obispo en 1a comunidad ciudadana no es el mismo en época tardoantigua que en época bizantina. En el siglo VI, la Iglesia cubrié un vacfo institucional, mientras que en la recuperacién de la ciudad que se inicia en el siglo X la figura del obispo no es prominente; vid. M. ANGOLD (1985), p. 11. Los primeros obispos podian ser grandes evergetas, constructores y administradores, como Gregorio de Nacianzo o Basilio de Cesarea, quien, segdin san Juan Criséstomo, organizé una kav, Tédts con las instituciones caritativas creadas por él para distribuir la riqueza sobrante; vid. Th. A. KOPECEK (1974), H. SARADI-MENDELOVICI (1988), pp. 374-375 y J.-M. SPIESER (2001), pp. 8-9, En Saldnica, el arzobispo orquesta el culto a san Demetrio, que es el vinculo entre los habitantes y una ayuda moral en los momentos de crisis, pero esto es bastante excepcional; vid. M. ANGOLD (1985), p. 9, M. WHITTOW (1990), pp. 23-24 y R. MACRIDES (1990). P. MAGDALINO (1996a) ha rastrea- do en las obras de Eustacio, obispo de Salénica en el siglo XII, la tensi6n entre Constantinopla y Saldnica, una ciudad orgullosa de su pasado imperial, acostum- brada a cuidar de si misma y a la proteccién divina de su santo, Demetrio. También Miguel Coniates parece haber sido en Atenas un obispo consciente de su misién (vid. infra n, 120), pero esta actitud era excepcional entre un clero que veia los car- gos provinciales como un exilio y que, ante la primera amenaza de peligro, deser- 1 2 242 BIZANCIO Y SUS CIUDADES Si la ciudad ha sobrevivido a estos cambios”, a la desaparicién de la antigua élite y a su cristianizacién, es porque, dentro del nuevo sis- tema de reorganizaci6n del territorio, podia cumplir una funci6n como centro comercial, donde los productores de un area se retinen perid- dicamente para comprar, vender o intercambiar bienes; como recinto defensivo, y en consecuencia como sede del poder politico local, la administracién imperial o el ejército; finalmente, como sede del obis- po o centro de peregrinacién”™. Una funcién presumia la otra, porque la existencia de una representacién eclesidstica, administrativa 0 mili- tar conllevaba naturalmente cierto grado de consumo y de intercambio. La ciudad de Amorion, en Frigia [fig. 1], proporciona un buen ejemplo de un asentamiento urbano revitalizado por su funcién militar y administrativa, en este caso, el ser capital del distrito de los Anatoli- cos. Puesto que en la actualidad es una pequeiia aldea, el sitio arqueo- taba de su sede. La diécesis de Efeso, por ejemplo, habia mantenido su impor- tancia como centro religioso y comercial y, desde finales del siglo XI, estuvo durante largos periodos amenazada por los selyucies, hasta que éstos la conquista- ron en 1304, aunque incluso después de esta fecha, en 1339, el metropolita Mateo consiguié llegar a la ciudad y hacerse cargo de la comunidad cristiana; vid. I. PEREZ MARTIN (1998), p. 53. En 1155, Jorge Tornices fue nombrado metropo- lita, pero slo permanecié en Efeso unos dos afios; su correspondencia revela que durante este tiempo estuvo més interesado por los problemas de la iglesia cons- tantinopolitana que por los efesios, hacia quienes muestra un gran desprecio; vid. Georges et Démeétrios Tornikés, Lettres et discours, ed. J. DARROUZES, Paris, 1970, ep. 21, esp. pp. 153, Sy ss. Como ha escrito J. DURLIAT (1990), p. 594: “Le Vile sicle apparait done plutot comme celui de la mutation que celui de la disparition des villes. La forte baisse de intervention étatique a ramené la ville d la place que méritait son dynamisme pro- pre.” En general, sobre el final de la ciudad tardoantigua, vid. las visiones de conjun- 10 ofrecidas por C. MANGO (1980), pp. 65-73 y M. WHITTOW (1996), pp. 56-59. Vid. J. HALDON (1990), p. 121 y W. BRANDES-J. HALDON (2000), p. 141. El caso de Eucaita ha hecho correr mucha tinta. La ciudad estuvo animada por el culto a san Teodoro Terén o Estratelates y mantuvo su area urbana original; vid. ER. TROMBLEY (1985). Sin embargo, ser un centro de peregrinacién que sobre- vivi6 a la inseguridad de los tiempos no eleva a Eucaita a la consideracién de ciu- dad; vid. J. HALDON (1990), pp. 120-121, A. KAZHDAN (1988) y W. BRANDES (1999), pp. 47-49. B 74 243

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