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Las intersecciones histéricas y culturales entre Oriente y Occidente han generado diversas paradojas. La primera de ellas muestra que, aunque el humanismo ilustrado europeo pre- dicé en las siglos xvii y x multiples concepts hoy indispensables (como ciudadania, Estado 0 igualdad ante al ley), en realidad no los aplicé en los territorios africanos y asiaticos que Euro- pa colonizaba. La segunda paradoja nos recuerda que el espiritu racionalista y liberal europeo alenté los movimientos insurgentes que pro- piciaron la libertad de las colonias. Por tltimo, Europa no sélo colonizé tierras, sino también sistemas de pensamiento, y la razdn europea ha tendido a considerarse como la «razén uni- versal», convirtiendo a la vez otros sistemas filoséficos en simples objetos de estudio hist6- rico y académico. DIPESH CHAKRABARTY nos lanza en este absorbent ensayo un desaffo: aceptar que tras la rica tra- dicién filoséfica expresada en sanscrito, persa 0 drabe hay algo mas que letra muerta; que, al margen de Europa, también existe un pen- samiento critico y practico, capaz de explicar ta realidad y de transformarla con tanta fuerza como la filosofia occidental. Hace tiempo que Europa es sélo una provincia mas en el mundo econémico globatizado aK ISBN 978-84-4983-079-6 788483!'8796 inach Chakraharty Akmaraen de Furona Dipesh Chakrabarty Al margen - de Europa | mi | | L__ eS ae ante el uel : del eee cultural europeo? | Dipesh Chakrabarty AL MARGEN DE EUROPA Pensamiento poscolonial y diferencia histérica Traduccién de Alberto E. Alvarez y Araceli Maira 04 a Sp é “ WRHYVERSIDAD DE CHILE = | | RREWLYAO BE FILOSOFIA V RURGARIMaaRES | 1 GRBLIOTECA EUGENIO PEREIRA SHAG | \ eae RENE eS Coleccién dirigida por Josep Ramoneda con la colaboraci6n de Judit Carrera TUSWJUETS EDITORES Titulo original: Provincializing Europe: Postcolonial Thought and Historical Difference 1.* edicién: junio de 2008 © 2000 by Princeton University Press RAR. 469. Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida en ninguna forma a través de medios electrénicos © mecénicos, ni tampoco a través de fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento de informacién, sin permiso escrito de la editorial © de la traduccién: Alberto E. Alvarez y Araceli Maira, 2008 Disefio de la coleccién: Llufs Clotet y Ramén Ubeda Disefio de la cubierta: Estudio Ubeda Reservados todos los derechos de esta edicién para Tusquets Editores, S.A. — Cesare Cantii, 8 ~ 08023 Barcelona www.tusquetseditores.com. ISBN: 978-84-8383-079-6 Depésito legal: B. 27.251-2008 Fotocomposicién: Pacmer, S.A. - Alcolea, 106-108, 1.° - 08014 Barcelona Impresi6n: Liberdtiplex, S.L. Encuadernacién: Reinbook Impreso en Espatia Indice Agradecimientos ............ 00.0.0 c ese ceeeeeeee 9 La provincializacién de Europa en los tiempos de la globalizacién (Prefacio a la edicion de 2007) .... 15 Introduccion: La idea de provincializar Europa ......... 29 Primera parte: El historicismo y el relato de la modernidad 1. La poscolonialidad y el artificio de la historia ........ 57 2. Las dos historias del capital............0....0.004 81 3. La traduccién de los mundos de la vida al trabajo yalahistoria .. 20... cee eee eee 112 4, Historias de las minorfas, pasados subalternos ......... 142 Segunda parte: Historias de pertenencia 5. Crueldad doméstica y el nacimiento del sujeto . . 165 6. Nacion e imaginacién 204 7. Adda: una historia de socialidad 239 8. Familia, fraternidad y trabajo asalariado ... . 278 Epilogo: La razé6n y la critica del historicismo ... . 307 Apéndices NOS 6. cece eee ete ene eee ens 331 Para Anne, Fiona, Robin, Debi, Gautam y Shilo, con amistad AGRADECIMIENTOS Arjun Appadurai, Homi Bhabha, Gautam Bhadra, Carol Brec- kenridge, Faisal Devji, Simon During, Leela Gandhi, Anne Hard- grove, Pradeep Jeganathan, David Lloyd, Lisa Lowe, Uday Mehta, Meaghan Morris, Stephen Muecke, Rajyashree Pandey, Sheldon Pollock, Sanjay Seth, Ajay Skaria y Kamala Visweswaran han nu- trido este libro con su afectuosa, critica y constante disposicién al didlogo. Ranajit Guha ha estado siempre ahf: maestro, critico com- prometido, inspirador y, al mismo tiempo, amigo. Con su propio ejemplo, Asok Sen me ha mostrado cémo combinar en las dosis correctas la critica, la mentalidad abierta y el esfuerzo. Tom La- queur, tras leer los borradores de algunos capitulos, me ofrecié su acostumbrada critica honesta y cordial. Ron Inden, Steve Collins, C.M. Naim, Clinton Seely, Norman Cutler, James Chandler, Loren Kruger, Miriam Hansen, John Kelly todos ellos colegas de la Uni- versidad de Chicago- me han ayudado respondiendo, criticamen- te o no, a mis consultas sobre algunos aspectos de este proyecto. Y Philip Gossett ha sido un decano de quien he recibido un apoyo extraordinario. Mi reconocido agradecimiento para todos ellos. Mediante la correspondencia y las conversaciones, amigos de diversos lugares del mundo me han ayudado a hallar mis propios puntos de vista. Soy perfectamente consciente de cuanto debo a cada uno de ellos pero, por razones de espacio, s6lo puedo men- cionar a unos pocos por su nombre. Vaya mi gratitud para los-es- pecialistas de las siguientes publicaciones: Scrutiny 2, de Sudafrica (en especial, para Leén de Cock); Historia y Grafta, de México; Pu- blic Culture, de Estados Unidos; Postcolonial Studies, de Australia; el grupo de «geografias poscoloniales», del Reino Unido y Shiso, de Japén, por el interés que han mostrado en este trabajo. Un privi- legio del que he disfrutado durante estos afios-es el de ser miem- bro del colectivo editorial Estudios Subalternos. En las paginas que 9 siguen quedar4 claro cuanto debo a los colegas de este grupo: Shahid Amin, David Arnold, Gautam Bhadra, Partha Chatterjee, David Hardiman, Shail Mayaram, Gyan Pandey, M.S.S. Pandian, Gyan Prakash, Susie Tharu, Ajay Skaria y Gayatri Spivak. Mi agra- decimiento a todos ellos. Comencé este proyecto mientras daba clases en la Universidad de Melbourne, Australia. En la ultima década, la Universidad Na- cional de Australia me concedié varias becas de investigacién de corta duracién. Agradezco a las autoridades de ambas institucio- nes el apoyo moral y econémico que me han dispensado. Mis ami- gos de Australia han ayudado a que ese pais se convirtiera en mi segunda casa. Por su generosidad intelectual, académica y perso- nal he contraido una enorme deuda con Ien Ang, David Bennet, Purushottom Bilimoria, John Cash, Charles Coppel, Phillip Darby, Greg-Dening, Rashmi Desai, Michael Dutton, Mark Elvin, Antonia Finnane, John Fitzgerald, el difunto John Foster, Debjani Ganguly, Mary Gottshalk, Chris Healy, Barry Hindess, Jeanette Hoorn, Jane Jacobs, Robin Jeffrey, Miriam Lang, Jenny Lee, Ben Maddison, Vera Mackie, Brian Massumi, Lewis Mayo, Iain McCalman, Gavan McCormack, Jonathan Mee, Donna Merwick, Tony Milner, Tessa Morris-Suzuki, Klaus Neumann, Mary Quilty, Benjamin Penny, Peter Phipps, Christopher Pinney (cuando estuvo en la Univer- sidad Nacional de Australia), Kalpana Ram, Anthony Reid, Craig Reynolds, Michael Roberts, John Rundell, Ken Ruthven, Renuka Sharma, Sanjay Srivastava, Julie Stephens, Helen Verran, Andrew Wells y Patrick Wolfe. Anthony Low ha sido mucho més que un maestro. Su apoyo, su aliento y sus buenos consejos siempre han llegado en mi ayuda cuando mis los necesitaba. En estos tiltimos diez afios, la comunidad académica de Esta- dos Unidos poco a poco se ha ido convirtiendo en la mia. Me re- sulta grato reconocer las ideas, las criticas y la amistad que me ha dispensado. Por todo lo que me han dado y por lo que han com- partido conmigo mientras preparaba este proyecto agradezco a Lila Abu-Lughod, Pranab y Kalpana Bardhan, Tani Barlow, Crystal Bartolovich, Dilip Basu, Sugata Bose, Alice Bullard, Sara Castro- Klaren, Dipankar Chakravarti, Choongmoo Choi, James Clifford, Lawrence Cohen, Rosemary Coombe, Fernando Coronil, Nicholas Dirks, Saurabh Dube e Ishita Banerje-Dube, Sandria Freitag, Keya Ganguly, Dilip Gaonkar, Maitreesh Ghatak, Michael Hardt, Gail Hershatter, Lynn Hunt, Qadri Ismail, Vinay Lal, Patricia Limerick, 10 George Lipsitz, Saba Mahmood, Lata Mani, Rob McCarthy, Allan Megill, Tom y Barbara Metcalf, Walter Mignolo, Tim Mitchell, Al- berto Moreiras, Aamir Mufti, Mark Poster, Arvind Rajagopal, Su- mathi Ramaswamy, Naoki Sakai, Ann Stoler, Julia Thomas, Lee Schlesinger y Stephen Vlastos. Nicholas Dirks, Peter van der Veer y Gauri Viswanathan tuvieron la amabilidad de leer el borrador completo de la obra. Alan Thomas, Timothy Brennan y Ken Wis- soker expresaron su interés y entusiasmo por este proyecto, sin sa- ber, quiz, cudn significativo fue para mf su aliento. Me place también recordar la gentileza, el reconocimiento y el apoyo intelectual que tuve el privilegio de recibir durante todos estos afios en mi propia ciudad: Calcuta. Vaya mi agradecimien- to para Anil Acharya, Pradyumna Bhattacharya, Gouri Chatterjee, Raghabendra Chattopadhyay, Ajit Chaudhuri, Subhendu y Keya Das Gupta, Susanta Ghosh, Dhruba Gupta, Sushil Khanna, Indra- nath Majumdar, Bhaskar Mukhopadhayay, Rudrangshu Mukher- jee, Tapan Raychaudhuri, Prodip Sett, los amigos vinculados con. Jas publicaciones Naiya y Kathapat y los colegas del departamen- to de Historia de la Universidad de Calcuta y del Centro de Estu- dios de Ciencias Sociales de Calcuta. Echaré siempre de menos las criticas afectuosas que Hitesranjan Sanyal y Ranajit Das Gupta probablemente habrian formulado a este trabajo de haber estado atin entre nosotros. Agradezco a Barun De por su generosidad in- telectual, de la que siempre me he beneficiado. Recuerdo especial- mente una visita a la Universidad Jawaharlal de Nueva Delhi en 1998 debido al afecto y a los comentarios que recibi de Sabyasa- chi Bhattacharya, Kunal y Shubhra Chakrabarti, Mushirul y Zoya Hasan, Majid Siddiqi, Muzaffar Alam, Neeladri Bhattacharya y Chitra Joshi, Prabju Mohapatra, Dipankar Gupta y Ania Loomba. Espero que consideren que su interés constante en mi trabajo que- da justificado por este libro. Mi apreciado amigo Ahmed Kamal, historiador de la Universidad de Dacca, Bangladesh, ha sido mi maestro en historia social de los musulmanes bengalfes. Sin su amabilidad y su interés critico en este trabajo yo habria sido atin menos consciente del inevitable caracter hindi de mis concep- ciones. He tenido la fortuna de ensefiar a estudiantes muy licidos en Australia y Estados Unidos. Curiosos, criticos e intelectualmente audaces, me han proporcionado la mejor caja de resonancia que uno pueda desear. Amanda Hamilton, Spencer Leonard y Awad- i hendra Sharan colaboraron ademas como asistentes de investiga- cién en el presente proyecto. Vaya para todos ellos mi agradeci- miento y mis mejores deseos. Las circunstancias de una vida «globalizada», que se ha de- sarrollado con dificultades en tres continentes yy ciertas flaquezas naturales del cuerpo, me han hecho sentir atin mas agradecido por la amistad y el afecto que he tenido la fortuna de recibir en mi vida personal. Estoy, como siempre, colmado de agradecimiento a mis padres y a mi hermana y su familia por haber estado siempre pre- sentes toda vez que los he necesitado. Kaveri y Arko me hospeda- ron con la mayor gentileza en mis visitas a Australia de los tiltimos afios. Este libro, espero, explicara a Arko qué es esa «jerigonza pos- marxista y posmoderna» que a menudo le daba pie para tomarme el pelo. Sanjay Seth, Rajyashree Pandey y Leela Gandhi en Mel- bourne, y Kamal y Thun en Dacca han constituido durante largo tiempo mi ampliada familia subcontinental. Mis amigos Shilo y Rita Chattopadhyay, Debi y Tandra Basu, Gautam Bhadra y Na- rayani Banerjee -todos ellos de Calcuta~ han hecho que hablara de ellos como normalmente se habla de los hermanos. La amis- tad de Fiona Nicoll y su interés en los estudios sobre los aborigenes australianos han enriquecido mi vida de mds maneras de las que seria capaz de referir. Robin Jeffrey ha sido muy generoso en su amistad desde el primer dia en que arribé a Australia. Y sin el amor, la amistad y las conversaciones cotidianas con Anne Hardgrove ha- bria sido imposible escribir este libro. A estas personas queda de- dicado este libro con la mayor gratitud y el mayor aprecio. Agradezco al personal de la Biblioteca Nacional de Calcuta, de la Biblioteca de la India Office y de la Biblioteca Britanica de Lon- dres (en particular, a Graham Shaw), de la Biblioteca Baillieu de la Universidad de Melbourne, de la Biblioteca Menzies de la Uni- versidad Nacional de Australia y de Ja Biblioteca Regenstein de la Universidad de Chicago (especialmente, James Nye) por su:amabi- lidad y la ayuda que me han prestado. Mary Murrell, mi editora de Princeton University Press, ha sido un modelo de inteligencia, paciencia y comprensién en la tarea de llevar el borrador de este ~. texto a la etapa de su publicaci6n final. No puedo mas que confir- mar los elogios que sobre ella ya otros han escrito. Y mi caro agra- decimiento a Margaret Case, cuya revision del borrador ha contri- buido al logro de un texto mas ajustado y claro de lo que yo habria podido realizar sin ayuda. 12 Varios de los capitulos de este libro son versiones corregidas de ensayos publicados previamente. El capitulo 1 aparecié origi- nalmente en una versién més extensa en Representations, n.° 37, invierno de 1992. El capitulo 3 fue publicado en Lisa Lowe y David Lloyd eds., The Politics of Culture in the Shadow of Capital (Dur- ham: Duke University Press, 1997). El capitulo 4 fue publicado, en primer término, como un ensayo breve en Humanities Research, invierno de 1997, y en Perspectives 35, n.° 8 (noviembre de 1997) y, luego, revisado para Economic and Political Weekly 33, n.° 9 (1998), Scrutiny 2, 3, n.° 1 (1998) y Postcolonial Studies 1, n.° 1 (abril de 1998). Una versién anterior del capitulo 5 fue publicada en Timo- thy Mitchell y Lila Abu-Lughod, eds., Contradictions of Modernity (Minneapolis: University of Minnesota Press, 1999). El capitulo 8 se inspira en mi ensayo «The Difference-Deferral of Colonial Mo- dernity: Public Debates on Domesticity in British India», en His- tory Workshop Journal 36 (1993). Agradezco a los editores de todas esas publicaciones y textos por permitirme publicar ahora esos en- sayos en su forma actual en el presente libro. Agradezco también a Communications and Media People de Calcuta por permitirme reproducir un dibujo de Debabrata Mukhopadhyay. Chicago, 31 de julio de 1999 13 La provincializacién de Europa en los tiempos de la globalizacién (Prefacio a la edicién de 2007) 1 Pese’a todas las criticas que podfan alegarse, la idea de Roland Barthes de que el mito opera haciendo que lo histérico parezca «natural» tenia elementos interesantes. Por descontado, con «his- t6rico» Barthes no se referia a nada que pudiésemos encontrar en los libros de historia, puesto que para él esos mismos libros per- tenecfan a sistemas miticos de representacién. La «historia», en el famoso ensayo de Barthes sobre «el mito hoy», se referfa a la ac- tividad de vivir, una actividad que, al menos segtin Barthes, con- sistfa en salvar la brecha hasta cierto punto (pues nunca podfa sal- varse por completo) entre la palabra y el mundo orientando el lenguaje mas directamente hacia sus referentes de «ahi fuera».' Involucrados en la actividad de vivir, las palabras poseerian sobre todo una connotacién directa y practica. La palabra «Europa» nunca me preocupé en mi infancia y juventud de clase media ben- galf cuando crecfa en la Calcuta poscolonial. El legado de Europa ~o del dominio colonial briténico, pues asi es como Europa en- traba en nuestras vidas- estaba en todas partes: en las normas de trafico, en las quejas de los mayores sobre la falta de sentido ci- vico de los indios, en los juegos de ftitbol y criquet, en mi unifor- me escolar, en ensayos y poemas del nacionalismo bengali criticos con la desigualdad social, especialmente con el denominado siste- ma de castas, en debates explicitos e implicitos sobre el matrimo- nio por amor o concertado, en las sociedades literarias y los cine- clubes. En la vida diaria, préctica, «Europa» no era un problema que nombrar o discutir conscientemente. Las categorfas 0 las pa- labras que habfamos tomado prestadas de las historias europeas hab{fan encontrado un nuevo hogar en nuestras practicas. Nada ha- bfa de extrafio, por ejemplo, en que un amigo radical de la uni- versidad se refiriese a alguien -pongamos que a un posible suegro obstruccionista- como a una persona llena de actitudes «feuda- 15 les», o en debatir durante horas interminables junto a una taza de café o té en restaurantes o cafés baratos donde solfamos quedarnos mas de la cuenta- si los capitalistas indios eran una «burguesia nacional» o una clase «de intermediarios», instrumento del capi- tal extranjero. Todos sabfamos, en la practica, lo que significaban aquellas palabras sin tener que colocarlas bajo ningiin género de microscopio analitico. Sus «significados» no viajaban mas alla del entorno inmediato en el que se empleaban. Entonces, por qué hablar de «provincializar Europa»? La res- puesta se relaciona con la historia de mi propio desplazamiento de esta vida cotidiana de modo tanto metaférico como fisico. Conta- ré brevemente la historia, pues sus implicaciones, creo, superan lo meramente autobiografico. Mi desplazamiento metaférico de mi vida cotidiana de clase media se produjo al prepararme, en cfircu- los marxistas de la ciudad, a fin de convertirme en un historiador profesional para quien las ideas de Marx hab{an de ser una herra- mienta analitica consciente. Palabras que eran familiares por su uso diario (debo explicar que habia estudiado ciencias y gestién empresarial) echaban ahora alas analiticas, remontandose al nivel de lo que Barthes habria denominado metalenguajes «de segundo o tercer nivel». E] marxismo, incluso més que el liberalismo, era la forma mas concentrada en que aparecfan los pasados intelec- tuales de Europa en los circulos indios de las ciencias sociales. La cuestién que abordo en este texto empez6 a formularse hace dos décadas, cuando completaba el borrador de mi libro Rethin- king Working-Class History: Bengal 1890-1940." Las raices de mi terés en el estudio de la historia del trabajo se hundian en ciertos encendidos debates de mi juventud, en bengalf y en el contexto del marxismo a la manera india, sobre el papel en la historia univer- sal que el proletariado podia desempefiar en un pafs como la In- dia, que era, atin, predominantemente rural. Habia lecciones ob- vias que aprender de las revoluciones china y vietnamita. No obstante, cuanto mds trataba de imaginar las relaciones en las fa- bricas indias mediante las categorias que Marx y sus seguidores ponfan a mi disposicién, tanto mas me percataba de una tensién surgida de los origenes profundamente —y, cabria decir, provin- cianamente- europeos de los conceptos marxistas y su indudable significacién internacional. Hablar de personajes histéricos cuyos anélogos conocia de la vida diaria como a tipos familiares em- pleando nombres 0 categorfas derivados de revoluciones europeas 16 de 1789 0 1848 0 1871 0 1917 parecfa una actividad doblemente dis- tanciadora. Estaba, en primer lugar, la distancia de la objetividad histérica que yo trataba de representar. Pero también estaba la dis- tancia de la falta de reconocimiento cémica, similar a lo que habia experimentado a menudo al ver representaciones de obras benga- lies en las que actores bengalies, caracterizados como colonos euro- peos, llevaban a cabo su imitacién, con un fuerte acento bengalf, del modo en que los europeos podrian hablar bengali, es decir, jsus propios estereotipos de como los europeos nos percibfan! Algo si- milar les ocurrfa a mis personajes de la historia bengalf e india, que llevaban, en mi texto, el vestuario europeo prestado por el drama marxista de la historia. Habia una comicidad en mi propia grave- dad que no podia pasar por alto. Sin embargo, en el debate sobre Marx que yo heredaba en Cal- cuta —discusién siempre mediada, por razones histéricas, por la bibliografia en inglés disponible sobre la cuestién— no cabfa la po- sibilidad de pensar en Marx como alguien que perteneciese a cier- tas tradiciones europeas del pensamiento que se podfan compartir incluso con intelectuales no marxistas 0 que pensasen de manera opuesta a la propia. La razén de esto no se encontraba en la falta de lecturas. Calcuta no padecfa de escasez de biblidfilos. La gen- te conocfa los entresijos de la erudicién europea. Pero no habia un sentido de las practicas académicas como parte de tradiciones intelectuales disputadas y vivas en Europa. No habfa la nocién de que una tradicién intelectual viva no proporcionase nunca solu- ciones finales a las cuestiones que surgiesen dentro de ella. El mar- xismo era, sencillamente, verdadero. La idea del «desarrollo desi- gual», por ejemplo, tan medular en buena parte de la historiografia marxista, se trataba como una verdad, como mucho una herra- mienta analftica, pero nunca como una manera provisional de or- ganizar informaci6n, ni como algo inventado originalmente en el taller de la Ilustraci6n escocesa. Marx tenfa raz6n (aunque le ha- cfa falta una actualizacién) y los antimarxistas se equivocaban to- talmente, si es que no eran inmorales: ésas eran las crudas anti- nomias polfticas por medio de las cuales pens4bamos. Ni siquiera Weber atrafa un interés serio en los afios setenta en el apasionado trabajo de los historiadores indios de orientacién marxista. Hubo, de hecho, algunos prominentes socidlogos e historiadores no mar- xistas en la India. Vienen facilmente a la mente los nombres de Ashis Nandy y los fallecidos Ashin Das Gupta o Dharma Kumar. 17 Pero en los vertiginosos y turbulentos tiempos de la entente politi- ca y cultural entre la India de la sefiora Gandhi y la Union Sovié- tica, los marxistas eran los que ostentaban el prestigio y el poder en las instituciones académicas de la India. Mi temprano malestar -que después se convirtié en una cues- tién de curiosidad intelectual- relativo a la tensién entre las rai- ces europeas del pensamiento marxista y su significacién global no tenia muchos adeptos entre mis amigos marxistas de la India en aquel entonces. La tnica voz disidente significativa, dentro del bando marxista, era la del maofsmo indio. El movimiento maois- ta, conocido como el movimiento naxalita (1967-1971) por una re- vuelta campesina en la aldea de Naxalbari en Bengala occidental, sufrié una derrota polftica catastr6fica a principios de 1970, cuan- do el Gobierno aplasté sin piedad la rebelién.? El maofsmo, es cierto; tuvo una vibrante presencia intelectual en la obra tempra- na del Grupo de Estudios Subalternos, con el que me identifiqué a partir de los afios ochenta. Pero el maoismo en si se habfa con- vertido en un movimiento soteriolégico en la época en que empecé a formarme como especialista en ciencias sociales, y sus «correc- ciones» o «modificaciones» del pensamiento marxista eran practi- cas. En lo concerniente a la cuestién de la europeidad de Marx, los maoistas eran indiferentes. Mi malestar te6rico se agudiz6 con la experiencia de alejamien- to ffsico de mi vida diaria en la India. Dicha experiencia consti- tuy6 otra influencia importante sobre este proyecto. Me fui de la India en.diciembre de 1976 para doctorarme en historia en la Uni- versidad Nacional de Australia y he vivido fuera del pais desde en- tonces, aunque me he involucrado en discusiones con mis amigos indios mediante visitas anuales, conferencias y publicando con re- gularidad en la India tanto en inglés como en mi primera lengua, el bengali. Sin la vivencia de la migracién, sin embargo -combina- cién profunda de sumas y restas, surgimiento de nuevas posibilida- des que no necesariamente compensan las que se cierran—, dudo de que hubiera escrito este libro. Hasta que llegué a Australia, nunca habia considerado de ver- dad las implicaciones del hecho de que una idea abstracta y uni- versal caracteristica de la modernidad politica en todo el mundo ~la idea, por ejemplo, de la igualdad, la democracia 0 incluso la de la dignidad del ser humano- pudiese tener un aspecto totalmen- te distinto en contextos histéricos diferentes. Australia, como la In- 18 dia, es una pujante democracia electoral, pero el dia de las elec- ciones no tiene allf nada del ambiente festivo al que estaba acos- tumbrado en la India. Ciertas cosas que en Australia se suponen esenciales para preservar la dignidad del individuo ~el espacio per- sonal, por ejemplo- resultan sencillamente impracticables en mi pobre y atestada India. Por otro lado, las estructuras de sentimien- tos y emociones que subyacen a ciertas practicas especificas eran cosas que sentfa hasta cierto punto ajenas hasta que, con el tiem- po, yo mismo llegué a habitar muchas de ellas. El hecho de ser un migrante me hizo ver, de un modo mas cla- ro que antes, la relacién, necesariamente inestable, entre toda idea abstracta y su instanciacién concreta. Ningan ejemplo concreto de ‘una abstraccién puede pretender ser manifestacién de sélo esa abstracci6n. Por lo tanto, ningtin pafs es un modelo para otro pais, aunque el debate acerca de la modernidad que se plantea sobre la base de «alcanzar» propone precisamente tales modelos. No hay nada como la «habilidad de la raz6n» para asegurar que todos con- vergemos en el mismo punto final de la historia-pese a nuestras aparentes diferencias histéricas. Pero nuestras diferencias histéri- cas, de hecho, son relevantes. Esto es asi porque ninguna sociedad humana es una tabula rasa. Los conceptos universales de la mo- dernidad politica se encuentran ante conceptos, categorfas, insti- tuciones y practicas preexistentes a través de los cuales son tradu- cidos y configurados de manera diversa. Si este argumento es cierto respecto a la India, sera cierto tam- bién de cualquier otro sitio, incluyendo, por supuesto, Europa o, en sentido amplio, Occidente. Esta proposicién tiene consecuencias interesantes. Significa, en primer lugar, que la distincién que he establecido arriba entre la cara figurativa de un concepto (como se visualiza un concepto en la practica) y su cara discursiva (su pureza abstracta, por as{ decirlo) es, en sf, una diferenciacién par- cial y exagerada. Como Ferdinand de Saussure nos ensefié hace mucho tiempo, podemos distinguir entre la «imagen actistica» de una idea y su «imagen conceptual» sélo de una manera artificial. Las dos caras confluyen la una en la otra.‘ Si esto es asi, como pienso, se sigue una segunda conclusién importante. Se trata de que las denominadas ideas universales que los pensadores euro- peos produjeron durante el periodo que va desde el Renacimien- to hasta la Ilustracion y que, desde entonces, han influenciado los proyectos de modernidad y modernizacién en todo el mundo, 19 _ nunca pueden ser conceptos completamente universales y puros (mientras sean expresables en prosa; no me concierne aqui el len- guaje simbédlico como el Algebra). Pues el propio lenguaje y las circunstancias de su formulacién deben de haber importado ele- mentos de historias preexistentes singulares y ‘tinicas, historias que pertenecian a los miiltiples pasados de Europa. Ciertos ele- thentos irreductibles de estas historias locales deben de haber per- sistido en conceptos que, por lo demas, parecfan valer para todos los casos. «Provincializar» Europa era precisamente descubrir cémo y en qué sentido las ideas europeas que eran universales, al mismo tiempo, habian surgido de tradiciones intelectuales e historicas muy particulares, las cuales no podian aspirar a ninguna validez universal. Suponfa plantear la interrogacién por el modo en que el pensamiento se relacionaba con el espacio. {Puede el pensa- miento trascender su lugar de origen? ¢O es que los lugares dejan su huella en el pensamiento de manera tal que puede cuestionar- se la idea de categorias puramente abstractas? Mi punto de parti- da en este cuéstionamiento, como he afirmado antes, era la pre- sencia callada y cotidiana del pensamiento europeo en la vida y las practicas de la India. La Iustracién formaba parte de mis sen- timientos. Sélo que yo no lo vefa asf. Marx era un nombre bengali muy conocido. Su educacién alemana nunca se comentaba. Los investigadores bengalfes traducian Das Kapital sin el menor aso- mo de preocupaci6n filolégica. Este reconocimiento de una deuda profunda ~y, a menudo, desconocida- con el pensamiento euro- peo fue mi punto de partida; sin ella no podfa darse la «provin- cializacién de Europa». Uno de los objetivos del proyecto era, precisamente, ser consciente de la naturaleza especifica de esta deuda. - Asi pues, la relevancia global del pensamiento europeo era algo que yo daba por sentado. Tampoco cuestionaba la necesidad de un pensamiento universalista. Nunca fue, por ejemplo, objetivo de este libro el «pluralizar la razén», como una resefia seria su- geria en una lectura algo descaminada —uso la palabra con res- ~peto- del proyectos Como mostrara mi capitulo sobre Marx, no argumentaba contra la idea en sf de los universales, sino que su- brayaba que el universal es una figura de gran inestabilidad, una variable necesaria en nuestro empefio por pensar las cuestiones de Ja modernidad. Atisbamos sus contornos sélo en tanto que y cuan- 20 do un particular usurpa su posicién. Sin embargo, nada que sea concreto y particular puede ser el universal en sf, pues entrelaza- das con la imagen actstica de una palabra como «derecho» o «de- mocracia» hay im4genes conceptuales que, pese a ser (a grandes rasgos) traducibles de uno a otro lugar, también encierran ele- mentos que desaffan la traduccion. Tal desafio a la traduccién es, desde luego, parte del proceso cotidiano de la traduccién. Una vez expresado en prosa, todo concepto universal lleva en su interior huellas de lo que Gadamer denominarfa «prejuicio» no un sesgo consciente, sino un signo de que pensamos a partir de una suma particular de historias que no siempre nos resulta transparente.® De manera que provincializar Europa consistia entonces en saber cémo el pensamiento universalista estaba siempre ya modificado por historias particulares, pudiésemos o-no desenterrar tales pa- sados plenamente. Al acometer este proyecto era consciente de que habfa, y sigue habiendo, muchas Europas, reales, hist6ricas e imaginadas. Quiz las fronteras entre ellas sean porosas. Me interesaba, sin embar- go, la Europa que ha presidido histéricamente los debates sobre la modernidad en la India. Esa Europa se hizo a imagen de un po- der colonizador y, como he sostenido en el libro, no fue un pro- ducto tinicamente de los europeos. Esta Europa era, en el sentido en que Lévi-Strauss usé la palabra, un «mito» fundador para el pensamiento y los movimientos emancipadores en la India. La re- flexién sobre la modernizacié6n, sobre el liberalismo, sobre el so- cialismo -esto es, sobre diversas versiones de la modernidad- lle- vaba a esa Europa a la existencia. En la India, nosotros -y nuestros lideres politicos e intelectuales antes que nosotros- empleaba- mos esa Europa para resolver nuestros debates sobre las tensio- nes surgidas de las desigualdades y opresiones cotidianas en la India. Durante muchos y largos afios esperamos un regreso de aquella Europa en forma de «democraciay, «civilizacién burgue- sa», «ciudadanfa», «capital» y «socialismo» de la misma manera en que Gramsci esperé que la «primera revolucién burguesa» de 1789 se produjese en su pais. La primera parte de este libro pretende abordar la forma de pensamiento que permite postular una Europa de ese género. Yo argumento que esta en cuesti6n una corriente concreta de pensa- miento deSarrollista a la que denomino «historicismo». Se trata de un modo de pensar acerca de la historia en el que se asume que 21 todo objeto de estudio retiene una unidad de concepcién a lo lar- go de su existencia y alcanza una expresién plena mediante un proceso de desarrollo en el tiempo histérico y secular. En este pun- to, buena parte de mi planteamiento se inspiraba en lo.que Fou- cault afirmé en Nietzsche: la genealogta, la historia.’ También an- tes, en mi libro sobre historia del trabajo, habia procurado pensar de la mano de la critica foucaultiana de toda categoria histérica que sea «o bien trascendental en relacién con el campo de los acon- tecimientos o bien que recorra en su identidad vacfa el curso de la historia».' Pero el pensamiento posestructuralista no era la tnica base sobre la que pretendfa apoyar mi critica. No pude evitar dar- me cuenta de que, mucho antes de Foucault, un aspecto radical del pensamiento nacionalista anticolonial hab{a repudiado en la prac- tica lo que yo denominaba chistoricismo» primero exigiendo y, con Ja independencia, concediendo efectivamente la plena ciudadania a las masas iletradas en una época en que todas las teorias clasi- cas y occidentales de la democracia recomendaban un programa de dos pasos: primero educarlas, lo que las desarrolla, y después concederles sus derechos de ciudadanja. Asi pues, sostenia yo, esta relaci6n critica con la historia desarrollista o en estadios integra- ba la herencia anticolonial. No por casualidad el historiador del Grupo de Estudios Subalternos (y nuestro mentor) Ranajit Guha, en su libro sobre la insurreccién campesina en la India colonial, rechazaba la caracterizaci6n de Hobsbawm del campesinado mo- derno como «prepolitico».’ E] pensamiento anticolonial resultaba sin duda un suelo fértil para el cultivo de las criticas posestructu- ralistas de Foucault al «historicismo». La primera parte de este libro se une a esta critica desde varios Angulos. El resto del libro demuestra con ejemplos histéricos que Ja modernidad fue un proceso histérico que implicaba no sélo la transformacién de instituciones sino también la traduccién de ca- tegorfas y practicas. Hay, asi lo espero, mucha historia en este ensayo. Pero no pensé en esta historia como representativa de tal o cual grupo en sociedades particulares. Puesto que se me ha relacionado con Es- tudios Subalternos, que en efecto proyectaba inscribir en la his- 22 toria de Asia meridional los pasados de los grupos marginales y subalternos, algunos criticos han visto en Al margen de Europa s6lo pruebas adicionales de lo que el historiador indio Sumit Sar- kar denomin6 «el declive de lo subalterno en Estudios Subalter- nos», pues la segunda parte de Al margen de Europa extrae todo su material ilustrativo de la historia de la clase media bengalf, de los denominados bhadralok.'® Esta critica se ha formulado des- de muchas posiciones, pero permitaseme citar sélo una fuente, una resefia anénima y furiosa publicada en Internet en la pagina en que Amazon.com publicit6é primero este libro. La resefia aca- baba afirmando: «Finalmente, el hecho de que las fuentes documentales de Cha- krabarty se circunscriban al varén de clase media bengali y de que él, junto con sus socios, se enzarce en teorizar y desatien- da la investigaci6n fundamental de la historia subalterna habla por si mismo...»."" Los puntos suspensivos de la cita no indican que he omitido un fragmento; son originales de la oracién citada, un gesto dramatico por parte del critico sobre la obviedad de su tesis. ¢Qué mas po- dria decir él 0 ella? {Mi eleccién de material de la historia del gru- po social del que provengo hablaba por si misma! No escojo esta recensién por resentimiento. Al margen de Euro- pa ha recibido censuras peores a manos de algunos criticos indios hostiles. Después de todo, los lectores son libres de hacer de un li- bro lo que quieran. Ademés, se aprende hasta de la mas encarni- zada de las criticas. Cito esta resefia concreta porque, a mi pare- cer, lo que sostiene la carga de la critica es una lectura poco atenta del libro, especialmente de la introducci6n, en la que traté de-ex- plicar mis objetivos y métodos. Incluso si un lector discrepa de mis propésitos, la etiqueta de la critica exige que mis propias afirma- ciones explicitas sobre el asunto en cuestién se reconozcan. Afir- maba en la introduccién que las historias que contaba no eran re- presentativas de los bhadralok, Tampoco pretendia proporcionar una historia de ese género. Sefialaba que las personas en cuyos es- critos e historias me basaba no eran representativas de la mayoria de los bhadralok, que aquellos fragmentos de la historia bhadralok entraban en el libro primordialmente como parte de un argumen- to metodolégico. Pero algunos criticos sencillamente hicieron caso 23

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