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ESTETICA EN EL TRANVIA Pedir a un espaitol que al entrar en el tranvia renuncie a dirigir una mirada de especialista sobre Jas mujeres que en é! van, es demandar lo imposible. Se trata de uno de los habitos mds arraigados y caracteristicos de nuestro pueblo, A los extranjeros y a algunos compatriotas les parece incorrecto ese modo insistente y casi tactil con que mira el espaiiol a la mujer. Yo soy uno de éstos: me produce una gran repugnancia. Y, sin embargo, creo que esa costumbre, suprimida Ja insistencia, la petulancia y la tactilidad visual, es uno de los rasgos mds originales, bellos y generosos de nuestra raza. Como con otras manifestaciones de la espontaneidad espanola acontece con ésta; tal J como se presentan, impolutas, tostas, mexclado lo puro y lo torpe, ofrecen wn aspecto de barbarie. Mas si se las depura, libertando lo exquisito de lo srosero y potenciando su germen noble, podrian constituir un sistema de ade- manes originalisimo y digno de compesir con aquellos estilos de movimiento que se han Namado gentleman o homme de bonne compagnie. Los artistas, los poetas, los hombres de mundo son los encargados de someter el material bruto de esos hdbitos multiseculares a la quimica de depuraciones reflexivas. Veldzquez hizo eso, y estad seguros que en la admiracion de otras naciones por su obra influye no poco la acertada estilizacién en que cendré ef gesto espaol. Hermann Cohen me decia que aprovechaba siempre sus estancias en Parts para ir a la sinagoga con objeto de contemplar los ademanes de los judios oriundos de Espaita (1). Pero no es ahora mi propésito descubrir el sentido noble que pueda octl- sarse tras de las atroces miradas del espatiol a la mujer. El asunto seria inte- resante; al menos para El Espectador, que ha vivido varios aiios bajo ef influjo de Platén, maestro de la ciencia de mirar. Mas al presente es otra mi intencién. Hoy he tomado ef tranvia, y como nada espanol juzgo ajeno a mi, he ejercitado esa mirada de especialista arriba dicho. He procurado desem- barazarla de insistencia, petulancia y tactilidad. Y me ha causado ran sorpresa advertir que no han sido menester tres segundos para que las ocho o nueve damas inclusas en el vehiculo quedasen filiadas estéticamente y sobre ellas recayese firme sentencia, Esta es muy hermosa; aquélla, incorrecta; la (1) Este mismo pensamiento, expuesto en forma general, véase en las Meditaciones del Quijote (pigs. 361 y siguientes del tomo I de estas Obras Completas). de mds alld, resneltamente fea, ete., etc. El lenguaje no posee términos sufs- cientes para expresar los matices de ese juicio estético que en el raudo vuelo de wna mirada se cumple y se dispara. Como el trayecto era largo y, con muy buen acuerdo, ninguna de aquelias damas me concedia un porvenir sentimental, hube de recogerme a la medita- cide sin ofra presa que mi propia mirada y sus automdticas sentencias. gEn qué consiste—me preguntaba yo— este fendmeno psicoldgica que podriamos denominar céleulo de la belleza femenina? Yo no ambiciono ‘saber ahora qué mecanismo secreto de la conciencia causa y regula ese acto de valoracién estética. Me contento con describir aquello de que nos damos clara cuenta cuando Io realizamos. La antigua psicologia supone que el individuo posee un previo ideal de bellexa, en este caso, un ideal de rostro femenino, el cual aplica sobre el sem- blante real que estd mirando. El juicio estético consistiria simplemente en la percepcion de la coincidencia o discrepancia entre uno y otro. Esta teorta, procedente de la metafisica platénica, se ha inveterado en la estitica y vierte en ella su originario error. El ideal, como la idea en Platon, viene a ser una unidad de medida, preexistente y aparte de las realidades, con la cual medimos éstas. Semejante teorta es una construccidn, una invencién oriunda del genial afin helénico tras la unidad. Pues el Dios de Grecia habria que buscarlo no en el Olimpo —especie de chateau donde hace vida regocijada una sociedad de personas distinguidas—, sino en este pensamiento de lo uno. Lo uno es Jo inico que es. Las cosas blancas son blancas, y tas mujeres, bellas, no cada una de por si y en su peculiaridad, mas en virtud de su mayor 0 menor parti- cipacién en la blancura tinica y en la tnica mujer bella. Plotino, en quien este unitarismo Ilega a Ja exacerbacién, va a acumular expresiones que nos insinsen Ja trdgica sed de la unidad latiendo en las cosas, Unevdew, bpéyecbar npdg td ev, —se apresuran, tienden hacia, anhelan la unidad. Su ser, Hega a decir, es sélo ww tyvoc tod évdc, la huella de la unidad. Sienten un celo como afroditico hacia lo uno. Nuestro Fray Luis, que plato- niza y plotiniza desde su dspera celda, halla la frase mds feliz: la unidad es «el pio universal de las cosas». Pero todo esto, repito, es construccién. No hay un modelo tinico y general al que imiten las cosas reales (1). j.Qué be de aplicar yo sobre tos rostros de estas damas un previo esquema de femenina belleza! Esto seria una falta de galanteria y ademds no es verdad. Lejos de saber cndl sea la bellexa suma (1) "AM Bpoc xdvea to add prpetta, twrydver OF va pev noppwHev, td de paddov.— Eneadas, VI, 2, 11. «Todas les cosas imitan a lo mismo, pero unas ge acercan més y otras menos.» 34 en la mujer, el hombre la busca perpetuamente desde su mocedad a su decre- pitud. jOb, si la conociéramos de antemano! Si la conociésemos de antemano perderia la vida uno de sus mejores resortes y buena parte de su dramatismo. Cada mujer que por vex primera vemos suscita en nosotros Ja suprema esperanza de que es ella acaso la mds bella. Y en este juego de esperanzas y desencantos que dilatan y contraen nuestro corazon, la vida corre presurasa por una campitia quebrada y amena. En el capitulo sobre el reisehor, cuenta Buffon de una de estas avecillas que Slegd a Ja edad de catorce atios merced a no haber tenido ocasién de amar. «Estd visto —agrega— que el amor acorta Jos dias; pero la verdad es que, en cambio, los Henan. Prosigamos nuestro andlisis. Puesto que no hallo en mi ese arquetipo y modelo dnico de belloxa femenina, me ocurre suponer —como también les ha ocurrido alguna vex a los estéticos— si, al menos, existird una pluralidad de ellos, tipos varios de perfeccién corpérea: la perfecta morena y la rubia ideal, la ingenua _y la nostdlgica, etc. Al punto advertimos qué este supuesto no hace sino multiplicar las di- ficultades del anterior. En primer lugar, yo no me doy cuenta de poser esa galeria de cjemplares rostros ni acierto a sospechar dinde podria haberla adquirido. En segundo lugar, dentro de cada tipo hallo un margen ilimitado de posibles bellezas diferentes, Habria, pnes, que multiplicar los tipos ideales tanto, que perderian su cardcter de géneros, y siendo innsmeros como los mismos rostros individuales se aniquilaria el propésito de esta teorla, que consiste también en hacer de lo uno y general norma y prototipo para Ja valoracin de lo singular y vario. No obstante, algo nos interesa subrayar en esta doctrina que dispersa el modelo unica en una pluralidad de modelos 0 ejemplares tipicos, Pues eque es lo que ha invitado a esa dispersion? Sin duda, la advertencia de Gute, en tea- lidad, cuando caleulamos Ja belleza femenina, no partimos del esquema snico ideal para someterle la fisonomia concreta, sin otorgar a ésta vox ni voto en ef proceso estético. Al contrario: partimos del rostro que vemos, y él, por sé mismo, segin esta teoria, selecciona entre nuestros modelos el que ha de apli- cdrsele. De esta suerte, la realidad individual colabora en nuestro juicio de perfeccion y no permanece, como antes, totalmente pasiva. He aqui una advertencia exacta, en mi entender, que refleja un Sendmeno cfectivo de mi conciencia y no es una construccion hipotética. Si: mi talante al mirar esta mujer es por completo distinto del que usaria un juz presuroso de aplicar el Cédigo prestablecido, la ley convenida. Yo no conozco ta ley; al contrario, la busco en la fax transetinte. Mi mirada Ieva el cardcter de una absoluta experiencia. Del rostro que ante mi veo quisiera aprender, conocer qué es bermosura, Cada individualidad femenina me promete una belleza 35

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