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Bi LaMetafisica no es una disciplina especial de la filoso- fiz, ni una “parte” 6 un capitulo del saber entre otros, ni siquicra un-estilo de practicar el conocimiento ca tacteristico de cierto momento histérico; la Metafisica para decirlo con palabras de Martin Heidegger, “el Pensamiento occidental ent la totalidad de su esencia” La presente obra pretende constituir un libro de cla. ves capar de facilitar el acceso al campo de problemas en el que los més ficidos pensadores de occidente se-han enfrentado durante mas de veinte siglos ala cuestién de Sies posible torgar un conéepto al ser de lo que hay, pues la rléctura de esos esfuerzas es, hoy mids que munca e - {nico horizonte en el enal es posible seguir pensando. ISBN 34.0101-710-4 ii 9 Meeaertor7 i Re LA METAFISICA Preguntas sin respuesta y problemas sin solucién José Luis Pardo PRE-TEXTOS K. 16010 34% ae . - SR PAR LA METAFISICA Preguntas sin respuesta y problemas sin solucién José Luis Pardo PRE-TEXTOS La reproduccin total © patcal de este libro, ne auterizada por los ‘vioh derechos reservados, Cuslquier uiizasion debe ser previamente soicitada Primer edicion: enero de 2006 Diseto cubierta: PreTextos (S. G. E.) © José Lais Parco 12 dels presente edicién: RE-TETO5, 2006 nis Santéngel, 10 46005 Valencia Ingress en EStAtnf RIND By SEAT Ison §4-8191-718-4 Depdsro ubsnts V5261-2005 GGUADA MMPLRSORES- TeL 961 $1360 - MONCATIER 26 ai ALDATA (VALENCIA) jones veaparecea periédicamente entre los hombres, 0 una ve2, ni des, ni unas cuantas, AvistGteles, Meteorotfgiea, I, 14 You must see the mnovie the sand in ay eyes Twat through a desert song ‘while the heroin dies DB La sepreduccion total o parcial de este libro, no autorizada por les editozes, ‘vols derechos veresvadas. Cualquier utibzaciin debe ser preclamente solicited. Primera edicién: enero de 2006 Disero cubierta: Pre“Textos (S. GE) © José Luis Pardo © de a presente edieisn: Pa-rexr0s, 2006 Lis Santangel, 10 46005 Valencia apa BN ESNARA / MARED SPAIN 120: BL-819E-7UB A (perosrro Leal: ¥-5261-2008 [GUSDA KPRESORES TL 95 19060 « MONCRENER 249560 ALDALA (VALENGIAD Las mismas opiniones reaparecen periddicemente centre los hombres, no una ver, ni dos, ni unas evantas, sing infnitas veces, Aristtelee, Meteorotogica, 1, Mt Vou must sce the movie the san rs ay eyes 5 wall rough a desert song hide she heroine dies DB NOTA A LA NUEVA EDICION Este libro, que aparecié originalmente en una coleccién de divulgacién, tenfa, entre otras, una vocacién coyuntural que espero haya curmplido. Metafisica era, atin en la década de 1980 y especialmente en Espafta, un término que sonaba en exceso a correosas doctrinas medievales ya reaccionarias sectas soté- nicas, Pera, al mismo tiempo, los debates reabiertos por la polémica de la posmodernidad pontan este término constan- temente en boca de sus interlocutores, provacando cierta per- plejidad en el lector no del todo iniciado, a cuyo servicio se destinaba el trabajo de ofrecer una gufa capaz de mostrar po: qué un asunto tan aparentemente ecacuico» estaba en los aires de la actualidad suscitando debates tan radicales, y hasta qué punto la cuestién conservaba no solamente su interés sino tam- bign su dignidad. Bl atrevimiento del autor en el desempetio de la tarea fue tan exorbitante, y algunos de sus lectores tan ge- nerosos que, pasados unos afios que por faerzé son {al menos para mi) demasiados, no puedo hacer més que tomar nota de su valor y de la agilidad con la que resolvi6 la prueba, al mis- mo tiempo que constato que, aunque aiin me sigue gustande ver a David Bowie junto a Aristételes y releer esas frases de Nietzsche que siguen siendo asombrosas, tengo graves desave- pencias y desacuerdos con aquel autor, cuya visién de la meta- fisica no encuentro errénea, pero si excesivamente esquemati- cay reduccionista. Como no albergo seguridad alguna de estar hoy mais en lo cierto que en 1989, sélo me he permitido dejar alguna huella del paso de este tiempo en un quinto capitulo afiadido como apéndice a la nueva edicion. Madrid, verano de 2004 INTRODUCCION LALLEY DE LOS TRES ESTADOS Esposible que, durante algin tiempo, metafisica significase simplemente una coleccién de escritos aristotélicos que plan- teaban de modo no excesivamente sistemético problemas de indole fisica, trans-fisica y post-fisica; es también, sin duda, muy probable que la metafisica fuese, durante otro periodo no menos dilatado, una disciplina con vocacién sistematica en la que se ordenaban los discursos sobre el ente en general y en la que se jerarquizaban sus diferentes especialidades. Lo que es, sin embargo, seguro, es que Ja metafisica -salvo en algunas acepciones notoriamente debilitadas y hasta cierto punto des- natusalizadas— no es percibida ast desde nuestra actualidad; al contrario, se trata para nosotros ~mayoritariamente— de una modalidad de pensamiento, un género literario-filoséfico 0 una performance discursiva que ha dejado de ser posible. En esto, no obstante, nuestra época no manifiesta una especial originalidad, pues el tema de la problematizacién de la mera pesibilidad de la metafisica es quiz tan antigue como la misma metafisica, Ante la consideracién de la filosofia de nuestro tiempo, la metafisica se aparece como un edificio de inmensas propor- ciones en cuya obra quedan reflejados los talentos mas brillantes 5 del pensamiento occidental, arquitectos que han colaborado durante siglos a su construccién; pero, dadas sus dimensiones, su estructura y su distribucién, tal edificio resulta ~desde el punto de vista de puestras necesidades contemporaneas- del todo inhabitable. Puede ser solamente observado, estudiado, admirado y anafizado como el monumento estremecedor de una civilizacién, de una cultura o de una época que ya no son Tas nuestras. Por encima de las arduas dificultades que amena- zan a todo el que pretenda ofrecer una perspectiva de conjun- to sobre esta materia, este es quiz el tnico rasgo distintivo que puede aspirar a una aquiescencia generalizada. Segiin todo parece anunciar, no vivimos ya en la €poca de la metafisica (decidir a qué distancia légica ¢ histérica nos ha-~ Hlamos de ella es cuestion ms controvertida), Este ¢s el insos- Jayable punto de partida de todo discurso que aspire en Ja actual coyuntura a referirse a Ja metafisica, En estas condiciones, este Nbro, que por su formato y por su intencién no puede consti- tuirun sustituto de la chistoria de la metafisica», quisiera con- tribuir.a explicitar las razones que hicieron un dia posible y ne- cesario para la humanidad occidental un discurso que, con ef poder desnudo de la raz6n, se enfrent6 alo real con la preten- sidn insélita de agotar con su decir Ia verdad toda del ser; y, siguiendo los avatares de ese discurso, que se confunden con el propio devenir de la filosofia y del pensamiento en esta parte del planeta durante més de veinte siglos, quisiera también este escrito esbozar las condiciones que boy dia nos fuerzan a con- siderar la metafisica como una forma imposible, innecesaria € incluso indeseable de ejercer el pensamiento. 16 Al trazar esta triple taxonomia —pensamiento pre-metafisi- 0, metafisico y post-metafisico—, es inevitable que resuene en nuestros oidos la division que hiciera Comte de las épocas de la historia de la humanidad y de la historia de cada individuo: estadio teolégico, estadio metafisico, estadio positive. Y aun- que es verdad que nosotros dibujaremos a continuacién un cuadro que podria subsumirse bajo una especie de «ley de los tres estados», el caso de la metafisica ha comportado en nuestra cultura el abandono del clima progresista y evolucionista que atin animaba el espiritu de Comte y sus seguidores. De modo que, alejados por completo del talante positivista, intentare- mos mostrar por qué, si bien ya no es util ni consecuente pen- sar o hablar metafisicamente, puede seguir siendo fructifero e incluso inevitable, desde nuestro mismo presente y con el objeti- vo de orientarnos en él, continuar pensando Ia metafisica y ha- blando de ella, en lugar de procurar desprenderse de su tra: cién por un gesto tan radical como simple. Advertimos de entrada que la idea de recorrer un trecho tan Jargo en un espacio tan breve nos obliga a abandonar desde el principio toda ilusién de exhaustividad: a veces seremos es- queméticos, a veces parciales, a veces, sencillamente, lacéni- cos y desmemoriados. Pues aqui solamente se aspira a iniciar al lector en los ceremoniales de tn rite que, aunque en otro tiempo fue celebrado por doquier, hoy est pronto a ser olvi- dado incluso en Jas aulas universitarias que fueron su ultimo templo; no se trataba de re-escribir el texto de la metafisica, sino tan sélo de componer un libro de claves para acceder a ese texto. y ‘Tras un primer capitulo dedicado a dilucidar el significado y la condiciGn de la metafisica en la actual coyuntura del pensa- miento occidental (y que el lector apremiado puede omitir en una primera lectura), el segundo y el tercero se ocupan, res- pectivamente, de las grandes lineas de la metafisica antigua y Ja metafisica moderna. Una ultima secci6n disefia el panora- ma de la eciencia del ser» en una época que se vanagloria de haber superado la metafisica y que todos ~quizd en vano-es- perarfamos que fuera la nuestra. 8 1. LOS USOS DELA METATISICA «Le explicacién de esos tértninos (@ saber: esencia, forma, materit, accidents, etc.) y otros semejantes se denomina habitualmente en las escuclas metafisica, como si fuese una parte de ia filosofia de Aristo teles que tiene ese titulo, Pero se hace en otro sentido, pues all sig- nifica slo libras escritas 0 situados tvas su filasofte natural, Sin en bbargo, las escuelas los toman como libros de filosofia sobrenatural, pues la palabra metafisics comprende ambos sentides. ¥, de hecho, lo que alli esté escrito se halla en so mayoria tan lejos dela posibili- dad de ser comprendido, y es tan repugnante ala razdn natural, que ‘quien piense que alli existe cosa alguna que comprender mediante ella debe necesariamente considecarle sobrenatural.» 1.1. DE. UN ACCIDENTE TERMINOLOGICO Las palabras de Hobbes (Leviathan, [V, XLVI), tan severas como irénicas, y que sin duda testimonian un malestar inse- parable de su coyuntura histérica, expresan sin embargo une confusi6n generalizada que acompafia a la metafisica desde st nacimiento, y que guarda relacién con el origen nominal de esta disciplina. Como es sabido, el nombre smetafisicay es muy posterior a Aristoteles, y fue propiciado por la ordenacién de los escritos del Estagirita em la edicin de Andrénico de Rodas » {siglo ), que colocé los libros que hoy conocemos bajo tal nom- re después de fa Fisica (Meta-Fisica). Si el contenido de los textos en cuestién permitiese reunirlos bajo una rébrica unitaria e inequivoca, el «accidente termino- logico» que dio origen a su denominacién carecerfa de impor- tancia; pero sucede que los comentaristas han encontrado, du- rante siglos, cosas muy distintas en su interior. Resumiendo muy apretadamente estos hallazgos, y después del trabajo de- cisivo de Pierre Aubenque (vid. Bibliografia), podemos deci que los escritos metafisicos de Aristételes se refieren explici- tamente 2 una ciencia def ser en cuanto ser, que nosotros lla- mariamos hoy ontologia (término este que no se acuiié hasta elsiglo xvu), pero también a una ciencia del ser «en sentido propio y superior», que con tode el derecho hia de amarse teo- logia; por si esto fuera poco, Aristételes designa también el obje- tivo de su estudio como Philosophia prima («filosofia prime- ra», término que sera empleado por Descartes pata denominar sus Meditaciones metafisicas), habiéndose aplicado posterior- mente este titulo para referirse a veces a la ontologia, a veces a la teologia. Asi pues, la forzosa polisemia de la expresi6n meta ia phystkd que designa ciertos escritos de Aristoteles, se ha con- vertido histéricamente en confusionismo seméntico acerca del significado de metafisica en el orden de las disciplinas filoséficas, Por ello, el reproche dirigido por Hobbes contra la escolis- tica es en cierto modo injusto: la supuesta tergiversacién de la Escuela que convierte la metafisica en teologia~ se apoya direc~ tamente en un «equivaco» contenido en el texto mismo de Aris- tGteles. La escoléstica, en consonancia con los esfuerzos nacidos 20 de los propios seguidores del Estagirita anteriores a a Edad Media, procurard, por su parte, establecer cierto orden en esa confusién distinguiendo entre una metafisiea general —que se ocuparia del ente en cuanto ente y sus principios més uni- versales— y una serie de metafisicas especiales que tratan de «re- giones» particulares del ente, una de las cuales es la teologia. Bsta organizacion del saber especulativo legard viva hasta el siglo xvi de la mano de Christian Wolff y su divisién tripar- tita: una metafisica especial del mundo (cosmologia racional), una metafisica especial del alma (psicologfa racional) y una me- talisica especial de Dios (teologia racional).. ¥, de ese modo, el «accidente» que dio lugar al nacimiento de Ja denominacion metafisica parece quedar convertido en sis- tema. Empero, el texto de Hobbes que hemos citado contiene otra queja mas grave contra la metafisica: no ya que su deno- minacién sea equivoca, sino que sus argumentos carecen de sentido y su contenido permanece vago, indefinido y oscuro, formando parte de le que el pensador briténico Hama «el reino de las tinieblas». Segiin ya hemos anunciado, la historia de la metafisica corre pareja con la de la critica de sus condiciones de posibilidad ~a tal punto que puede sospecharse legitima- mente que una s¢ alimenta de la otra~. Rn 1662, Arnauld y Ni- cole recomiendan sin miramientos, en la Légica Hamada de Port-Royal (L’Art de Penser, 1V, 1), mantenerse al margen: «Hay una infinidad de cuestiones metafisicas ~escriben— que, al ser demasiado vagas, demasiado abstractas, y al estar demasiado alejadas de los principios claros y conocidos, no se soluciona- +4n jams; lo mas seguro es deshacerse de ellas lo antes posible a ys tras haber aprendido ligeramente lo que las constituye, resol- verse firmemente a ignorarlas». De abi al wittgensteiniano «de Io que no se puede hablar, mejor es callarse» parece haber un solo paso. Pero se plantea en seguida otra cuestin: jExiste real- mente —ha existido alguna vez~ la metafisica? Fn Aristoteles, se Ja llama «la ciencia buscada»; la Edad Media y la escolistica pa- recen haber contribuide a forjar la idea de que tal saber habia sido alcanzado y totalmente roturado y domeiiado; sin em- bargo, la reforma epistemologica del Renacimiento, al cambiar la faz dello qtic debia entenderse en sentide estricto por ciencia, pone en entredicho esa idea, y tal parece que, en el siglo XVII, la metafisica se encuentra en un estado tan radimentario como en el siglo TV antes de nuestra era: s«Aquella ciencia principal que por tradicion redibe el nombre de flo sofia primers, y que Aristételes designs come ciencia buscada y de- seada, s¢ encuentra todavia hoy entre las ciencias que se bascan... [a pesar de los estuerzos de Platén y Aris:6teles, primero, y de Desear- tes ylos cattzsianas, después] Go se he logrado tn resultado epre- ciable.. otras personas de extraordinario talento han abordado tam- bign cuestiones metafisicas y han zeflexionado profundamente sobre algunos problemas, Pero los rodearon con tantas tinieblas que mas parecen adivinanzas que demostraciones.» {La reforma de Ia filosofia primera y la nocion de substancian, Obras filosificas, TV, 468-9) ‘As{ se expresaba Leibniz en 1694, y, aunque por su parte se dispaso a solucionar ese inconveniente, el testimonio de Hume cuarenta y cinco afios después sigue dando pruebas de que no Es hay acuerdo sobre qué sea la metafisica, ni siquieia entre los estudiosos: «Estos estudiosos no entienden por razonamiento etafisico el realizado en una disciplina particular de las ciencias, sino toda clase de argumentos que sean de algin modo abstru- sos y que exijan alguna atencion para ser entendidos» (Treatise of Human Nature, «Introduccién», p. SVID). Kant se hard cargo de todo este confusionismo, y emprendera la tarea de una refun- dacién y definitivo asentamiento de la metatisica, contra el des- potismo del racionalismo dogmitico y contra la anarquia del escepticismo empirista. Mas si, ya en los umbraies del siglo 21x, el marqués de Condorcet consideraba la metafisica antigua como un cuimulo de sinsentidos «Asi pues, la metafisica de Aristteles, al igual que la de los otros filésofos, no fue més que una doctrina vaga, fundada tan pronto sobre el abuso de las. Palabras come sobre simples hipstesis»-, despues de los gran- des sistemas del idealismo aleman y de su herencia, Carnap po- dia expresarse de una forma parecida en 1935: «Las metafisicos ne pueden sino hacer inverificables sus entnnciados, pues silos hiciesen verificables la decision acerca de la verdad o fale sedled de ss doctrinas dependeria de la experiencia, con lo que pasa- rian a former parte del campo de la ciencia empirica. Desean evitar esta consecuencis porque pretenden enseftar un conocimiento de nivel superior al dela ciencia empirica, Por tanto, se ven obligados cortar todo lazo de unin entre sus enunciados yh experiencia, siendo Precisamente este procedimiento el que ies priva de todo sentido.» (Filosofia y sintais ica, 1,2) 3 1,2. DE UN ACABAMIENTO QUE NO TERMINA, «; inventa, pero pasa de contrabando sus innovaciones recubriéndolas con el prestigioso barniz de la tradicin arcai- ca, haciéndolas escuchar como si se tratase de «lo que siempre a se ha dicho», Asi se explica que, una ver liberados -por Ta escri- turay por la ciudad del espacio «mitico-migico», estos pro- cedimientos pudieran ser deliberadamente empleados para la fabricacién indiscriminada de diferencias en un tipo de discur- 40 ret6rico 0 sofistico que pertenece por antonomasia al campo pragmtico de la palabra que, mas que decir cosas, hace cosas con palabras. Bota produccién indiscriminada de diferencias, en el seno de tuna palabra que sirve tanto a la reflexion argumental como al cjercicio del poder, pone sobre el tapete dos problemas esencia- Jes:en el orden practico, se trata de conciliar las diferencias de opinion e interpretacién (trasunto de la oposicion entre las dis- tintas tribus, linajes y casas que componen la ciudad) con la unidad del Estado a la que todas deben conformarse; en el or- den teérico, se trata de conciliar esas mismas diferencias, que preliferan indefinidamente, con las exigencias de una filosofia aque aspira a constitwirse como discurso acerca del ser para ocu- par en la representaci6n el lugar dejado vacante por la mitolo~ gi, discutso que tiene que ser untvoco ya que su objeto, el ser, sélo puede ser uno. Parménides (siglo VE a.C.) planteé el problema con todo rigor: el concepto que del ser tenemos nos exige pensarlo como uno ya se ve la consecuencia que se seguirfa de mantener que el ser ¢s dos: jal menos uno de ellos no seria (el ser)!, cabe algo mas contradictorio e impensable?-s que el ser sea uno contradice, no obstante, no solamente nuestra experiencia, en la que lo sen- sible se nos presenta como multiplicidad, sino la «politica de la palabra» en el seno de la ciudad, una vez que la palabra lee y 2 dice las diferencias; hablar es decir algo de algo (Arist6teles, De interpretatione), atribuir un predicado a un sujeto, S es P. Siel ser es sélo uno, habria sélo un sujeto (el sex), y s6lo un predi- cado posible para él («es»). La proposicion «el ser es» resume, entonces, todo Io que decirse puede siguiendo ese procedi- miento (se notard que un enunciado de la forma «S es P» sélo €s admisible, en igor, si se reduce a «S es S», pues alli donde S#P equivaldria a decit «S es n0-So, lo que de nuevo es con tradictorio: «Sécrates es calvo» es verdadero si y sdlo si «calvon es sindnimo de Sécrates, si la calvicie es todo lo que Sdcra- tes es; no siendo asi, valdria tanto como decir «Sécrates no es Séciatesm, es diferente de si snismo, es otra cosa que lo que es). {Qué ocurre, en cambio, en el discurso que se mantiene en la ciudad? Para que haya discusién, debate, es necesario anta- gonismo, diferencia de opinién, desacuerdo: uno sostiene que Socrates es un maestro de virtud ($ es P), otro que es un char- latén (S es Q); al aplicarle predicados distintos, destruyen el ser de Sy lo hunden en la nada. Ast pues, dos salidas se imponen este dilema: o bien nos atenemos al discurso ontolégico puro, el ser es, y entonces abandonamos la ciudad, pues Ja palabra que en ella circula horada el ser (esta sera la vfa adoptada por los cinicos, después de que Antistenes sostuviera la debilidad intrinseca del discurso predicativo y la imposibilidad de la con- tradiccién), o bien nos quedamos en la ciudad, pero entonces renunciamos al discurso ontolégico y mantenemos que no hay sex (sujeto), sino sélo predicados que pueden multiplicarse ad libitum en la conversacién (via esta emprendida por los s0- fistas). 33 Excursus siempo y verdad Asi pues, la separacién del ser con tespecto a si mismo deja su huella en el lenguaje cuya préctica grafica y politica ha hecho legibles las diferencias, obstaculizando la pasihitidad de un dis- curso del ser (onto-logia} que tendrfa que ser univocos al cons- tatar esta dificultad, el pensamiento griego letrado hereda el saber que ya poseia la cultura oral: fo que separa al ser de st mismo es el tiempo que transcurte en la brecha abierta entre sus dos orillasy arrastra el alma hacia el olvido. A pesar de ello, el tiempo se presenta con un doble rostro: por tna parte, el tiempo como signo del olvido y Ia caida, significante de la escisi6n; por otra, el tiempo como ocasion posible para la reunién de lo escindido, fa rememoraci6n (anamnesis) de la unidad. Las pri- meras palabras que podemos conjeturar genuinamente eseritas por un filésofe hablan ya de ello: las cosas (0) paganls culpa unas a otras y la eparaci6n de la injusticia, segin cLordenamiento del tiempon. (Simplicio, Fisica, 24, 13-20) Estas palabras, que probablemente escribié Anaximandro, indican que el tiempo, o mejor, el curso del tiempo, siendo el origen de la separacién, de la dispersion y la diferenciacion en el set, es tambien el mbito en el que tal escisién puede com- pensarse. Encontramos la misma idea en Parménides: Me es igual donde comience, pues volveré alli con el tienspo.» (Proclo, Comentario al sParmértides», 708, 16) ” iComo entender estas declaracioues, cuando se hacen ya desde fuera del tiempo mitico del eterno retorno?, jen qué sentido el tiempo, que nos condena al olvido, podria tambien salvarnos de él? El tiempo no es, al menos para los griegos, una realidad originaria sino derivada. El tiempo es un artificio creado para medir el movimniento (concebido este tiltimo en sentido amplio, como devenir en general y no sélo come traslacion local). Pen- semos ena tinica explicaci6n posible que podemos dar cuande vemos dos cosas que, pretendiendo ser aparentemente iguales {por ejemplo, dos versiones de un mismo mito, dos sentidos de una sola palabra), presentan diferencias: entre ellas —deci- mos— ha pasado el tiempo; el tiempo explica las diferencias, mide el movimiento, el cambio que se ha producido de una a {a otra, Por eso, s6lo cuando las diferencias son legibles, y cuando él tiempo es capaz de medirlas, comienza la historia, Lo origi- nario es, pues, el movimiento, el devenir. El deveniz-sin-medida que gita en el abismo entre las dos mitades del ser, la diferencia ininteligible que, una vez vista, hace que nos neguemos a otorgar crédito a las historias del mito, la escisién en el ser. El tiempo tiene la virtud de permi- tir medir ese movimiento, es bo que hace que la diferencia, que se ha hecho legible, pueda llegar a ser inteligible al entrar en una medida, al volverse mensurable, al ser encerrada dentro de unos limites que serdn los limites del pensamiento racio- al, los Timites de la metafisica. Por un movimiento —impen- sable e ininteligible- el set se separé de si mismo; desde en- tonces las cosas siguen moviéndose, y estableciendo entre ellas yssu ser diferencias que rompen su unidad légica y amenazan ss al discurso que pretende hablar de ellas con Ja misma ruptura; ahora bien, siel tiempo puede medir ése movimiento, las dife- rencias pueden hasta cierto punto salvarse y cada cosa reunir- se con su ser. Por eso entendemes que Platén dijese que el tiempo, aun siendo imagen (y no cosa) y aun siendo mévil (y no eterno), sea «la imagen mévil de la eternidady (Timmeo, 37 4). Ola célebre expresion de Aristoteles: cel tiempo es el ntime- ro (la medida) del movimiento segiin el antes y el después» sica, IV, 2, 220 a}. Bl olvido (Jé thé), que es una consecuencia del (paso del) tiempo —es decir, del movimiento-, puede ser, con el tiempo, contrarrestado por el recuerdo de la verdad (a-letheia = no-olvido). Lateoria de la verdad como recuerdo, y della sabidurfa como rememoraci6n, sera desarrollada ampliamente por Sécrates y Platont el discurso de verdad es aquel en el cual el sujeto estable- cea través de la palabra~ una cierta relacisn consige mismo; elser inmévil, anterior a la escisi6n, debe ser buscado «dentro», yno fuera del alma, en las profundidades abisales de la mente en las que yace como recuerdo olvidado. Bsa verdad es, claro est, el ser indiviso anterior a la escision césmica y a la ruptura ontologica; pero al decir que se la ha de buscar «dentro del alma» no se pensar que se trata de un recuerdo del pasado individual: desde su nacimiento, el indi- -viduo est inmerso en el mundo del movimiento y, por lo tanto, separade de su si mismo, ajeno a la verdad. Bl recuerdo no ha de aleanzar a una época del tiempo, sino que ha de ser capaz de sacar ala mente fitera del tiempo, fuera del movimiento, e ins- talarla en el mundo del set que no es este mundo. La verdad 56 estd dentro del alma pero fuera del mundo, el reino del ser no es de este mundo escindide por el movimiento e infectado por el olvido. Al sefialar esta nueva direccién para un discurso acerca del ser que parecia imposible, Sdcrates y Platén atestiguan la sepa- racién de la verdad y del poder: si el tinico discurso tenido por verdadero fue hasta entonces la palabra-poder, ya en su version miftico-magica, ya en su versi6n postico-sofistica, aparece ahora un discuirso que dice la verdad del ser y que se desentiende del sjercicio del poder, un discurso cuya eficacia no ha de medir- se por su capacidad persuasiva de hacer cosas a otros 0 esqui- var sus argumentos en los debates, sino por su coincidencia o divergencia con el ser-verdad que le es radicalmente exterior y al que intenta referirse. Las condiciones para el nacimiento de Ta metafisica estan dadas. 2.4, ELSER COMO IDEA Tal y como es inaugurada por Platén, la metafisica tiene por naturaleza dos vertientes, Fin primer lugar, la vertiente critica, que es la conciencia de la escisidn en el ser: el Ateniense da por primera vez un nombre propio a las dos mitades del todo: lo sensible y to inteligible. De nuevo la escritura nos sirve de met4- fora para comprender el sentido de esa conciencia de la esci- si6n; en lo escrito se manifiesta con toda claridad la separacion de dos drdenes, ei dominio grafico-snaterial del signo sensible que sirve de vehiculo al significado, la letra, y el dominio in- ” telectual-inmaterial del sentido transportado por ese signo y que para nada se confunde con él. Asi, para comprender lo que Jeemos es preciso borrar la matetialidad del signo, volverse ciego a su apariencia sensible y superarla hacia el significado que constituye su esencia, La vertiente critica de la metatisica es una llamada de atencién sobre ei hecho de que, al menos desde que escribimos y vivimos en la ciudad, lo que pensamos y entendemos de los discursos Ia verdad no se aloja en lo ‘que vemos y sentimos. Esto invita a poner aparte dos clases de objetos de naturaleza por completo distinta: los objetos de la percepcidn sensorial —digamos: los cuerpos~ y los objetos de la concepetén intelectual —digamos: las Ideas. Si entre ambos érdenes no hubiera absolutamente ningdn tipo de relacién, la metafisica quedaria condenada a esa ob- servaci6n y seria una doctrina sin porvenir, simple testimo- nio de una cultura escindida. Las letras y los cuerpos no son mas que la vestidura sensible de las Ideas, las apariencias perceptibles traslas cuales se ocultan las esencias. Pero la vesti- menta debe revelar, de algtin modo, la forma de a figura que reviste; por eso los nombres son imitaciones de las cosas (Cra- tilo, 430 a-b) y, m&s exactamente, «imitacidn de la esencia de Jas cosas mediante sflabas y letras» (ibid. 431 d). Generalizando esta tesis, todo el emmundo visible» es un mundo de signos que imitan —imperfectamente, pues toda imagen contiene menos que aquello de lo que es imagen— las realidades del «mundo inteligible», las Ideas, las esencias. Lo que sentimos es una co- pia de lo que pensamos o de lo que deberiamos pensar. 8 Por ello, junto a su vertiente critica, sefalamieuty del abismo que media entre lo sensible y Io inteligible, y que desde Platon se llama jorismds, la metafisica erige una vertiente meiédica, un camino (= método) que permite saltar ese precipicio, obviar la escision, suturar la grieta, La metafisica parte de una ruptura y vahacia una costura: del desgarramiento del ser hasta su repa- racién, la reparaciGn de la cinjusticiay de la que hablaba Anaxi- mandro, Pata esta vertiente metédica, a historia de la metafi- sica ha conocido pricticamente un solo nombre que ya tiene se sentido en Plat6n: la dialéctica, Dialéctica que significa, sin dada, «arte det didlogo», pero en un sentido muy preciso. Segdn hemos visto, ldgos (palabra, razén) quiere decir: una cierta ca- pacidad para captar diferencias que eran ilegibles para el mito. «Supongo, Gorgias, que ti también tienes la experiencia de name. rosas discusiones y que en ella... i hay diferencia de opiniones y une de ellos afirma que el otzo ne habla con exactitud o claridad, se ieri- tan y se imeginan que se les contsadice con mala inteaci6o, Algunos ‘terminan por separarse de manera vergonzasa, después de injuriar- - WPor qué digo esto? Porque ahora me parece que tus palabras ne son consecuentes ni estén de acuerdo con lo que difiste al principi Sin embargo, no me decido a refutarte temiendo que supongas que ‘hablo por rivalidad contra t.. Soy de aquellos que aceptan gustosa- "mente que se les sefute, ino dicen ls verdad, y de los que refirion con gusto a su interlocutor, si yerra.» (Plator, Gorgias, 457 ¢-¢, 458 a) Es por ello por lo que el dégos, ojo de las diferencias, nace ori- ginariamente como dia-ldgos, contraste de pareceres, discusién de opiniones no convergentes. Bl didlogo evidencia la diferen- cia, pues sélo comienza a partir de un cierto desacuerdo, de 59 tuna pregunta con varias respuestas o un problema con varias soluciones; pero el dislogo, también, permite reducir la multiplici- dad a la unidad: en el curso de su desarrollo, los participantes Hegan a un acuerdo, es decir, la diversidad de opiniones queda reducida ala unidad de la verdad: Ia verdad puede ser s6lo una, porque el ser con el que coincide, la Idea-modelo de la cual las, palabras y letras son imitaciones, es también nica. Vernos ahi brillar uno de los principios mas pertinaces del ldgos metafisi- co: que entre Ia verdad y la falsedad no hay término medio, que de varios enunciados que aspiren a la verdad slo uno puede ser legltimo. La dialéctica como arte de la rivalidad y la com- peticién tiene la virtud de enfrentar las palabras contendientes aesa especie de ordalia filosdfica que ¢s a prueba de la Idea: de todas las oraciones que se ofrecen como copias del ser, slo una resistira la comparacién con su modelo inteligible. Hay didlo- 40 porque el ser est4 roto en muchos discursos, en mnutcos légois pero el didlogo es la historia de su re-composici6n, de la resti- tucién de la unidad. Una conversaciin que quieca llegar a explicar una cosa tiene queem= pezar por quebrantar esa cosaa través de une pregunta... Bl que surja tina pregunta supone siempre introducir ana cirta raptura en el ser elo preguntado. [La dialéctica) no se refierea aguel arte de hablar y argurnentar que es capac de hacer fuerte uma causa débil, sino a arte de pensar que es capaz de reforzat lo dicho desde la cosa misma... [El acuerdo sobre el ternal no es un proceso externo de ajustamiento de serramientas, y ni siquiera es correcto decir que los compafieros de dlidlogo seadaptan unos.a otros, sine que ambos van entrando, a me~ dlida que se logra la conversacién, bajo a verdad de la cosa misma.» (H.G. Gadamer, Verdad y Método, Tl, 2, 11.3) 0 Encontramos de ese modo Ja distincisn pertinente entre dialéctica y sofistica, entre metafisica y ret6rica: mientras que a palabra-poder (sofistico-retérica) persigue sole aleanzar la victoria sobre el contrario, imponerle un argumento, y por tanto se queda en el ambito de la imitacién ~e] bello hablar 0 el bello esctibir~ sin trascenderlo hacia lo imitado, la dialécti- ca enseiia que el didlogo es palabra dicha sobre algo y no mas. bien sobre nada; palabra que no se sustenta sélo en si misma, en su composicién ingeniosa, sino en el ser mismo de la cosa en la que se apoya y que desea elucidar: palabra que ne habla sobre si misma 0 sobre otras palabras, sino sobre cosas, pata decir su ser, que se refiere a algo que esta fuera y mds alld del Ambito mismo de la conversacisn. Si hablar es atribuir un pre- dicado a un sujeto, S es P, debe quedar claro que, desde el ‘momento en que se habla, aquellos que dialogan aceptan y con- vienen en que S es algo y no més bien nada, pues su mera conver~ sacién presupone la existencia de la cosa misma de la que hablan, y la controversia atafie slo a la cuestion de saber qué predi- cado ha de atribufrsele, Pues de todos los predicados posibles que los interlocutores sugieren, sélo uno expresa la esencia de Ja cosa, sélo uno supera la escisién $/P, s6lo uno reune al ser consigo mismo, $= P. Quien no respeta este principio (el sofis- ta) destruye ipso facto la esencia del objeto acerca del cual se dialoga, y entonces la palabra pierde su sustento, es palabra sobre nada, arma artojadiza que se lanza contra el otro. El dialogo slo tiene éxito si, en su punto de conclusién, uno de los contrincantes ha convencido al otro por la fuerza de sus argumentos y por la luz de la verdad, si la originaria dualidad on

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