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Niñas extrañas

LAS NIÑAS

Nueva era

Parece muy tranquila, muy centrada, muy callada y, sin embargo, sus ojos
siguen clavados en el horizonte.
Nada más verla ya crees que lo sabes todo de ella, pero todo cuanto crees
saber es erróneo. La pasión fluye por sus venas como un río de sangre.
Sólo apartó la vista un momento, su máscara se desprendió, y tú caíste.
Tu futuro entero empieza en ese mismo instante.

La madre de Bonnie

¿Sabes lo que es querer a alguien con toda tu alma?


Lo más duro, lo peor de todo es que nunca dejas de quererle. En tu
corazón siempre queda una pequeña parte de esa persona.
Ahora que está muerta, la mujer intenta recordar solamente el amor.
Rememora cada beso lanzado al aire, el maquillaje cubriendo torpemente los
hematomas, la marca de una quemadura de cigarro en el muslo —todas estas
cosas, decide la mujer, no eran sino muestras de cariño.
Se pregunta qué hará su hija.
Se pregunta qué será su hija.
Muerta ya, lleva en sus manos un bizcocho. Es el bizcocho que siempre
quiso hacer para su pequeña. Quizás, incluso, podrían haberlo preparado
juntas.
Se habrían sentado a comerlo, felices, los tres juntos, y el apartamento se
habría ido llenando de risas y de amor.

Extraño

Hay un centenar de cosas que ha tratado de ahuyentar, cosas que no


quiere recordar y en las que no se puede permitir el lujo de pensar siquiera
porque entonces los pájaros empiezan a chillar y los gusanos a reptar y en
algún rincón de su mente siempre cae una lluvia leve y continua.
Te dirán que se ha marchado del país, que te dejó algo para que no la
olvidaras, pero se perdió y no pudieron dártelo. Una noche, ya tarde, sonará
el teléfono, y una voz que podría ser la suya dirá algo que no conseguirás
entender antes de que la comunicación empiece a fallar y se corte
definitivamente.
Muchos años después, desde un taxi, verás en un portal a alguien que se
parece a ella, pero para cuando quieras pedirle al taxista que se detenga un
momento, ella ya se habrá marchado. Jamás volverás a verla.
Y cada vez que llueva, pensarás en ella.

Silencio

Es una showgirl de treinta y cinco años, según ella misma confiesa, y le


duelen los pies, día sí y día no, por culpa de los tacones de aguja, pero es
capaz de bajar una escalera con un tocado de veinte kilos y unos zapatos de
infarto, incluso ha caminado con un león por el escenario subida en unos
tacones de vértigo; sería capaz de atravesar el mismísimo infierno con sus
tacones de aguja si se diera el caso.
Éstas son las cosas que le han ayudado a seguir caminando con la cabeza
bien alta: su hija; un hombre de Chicago que la quiso bien, aunque no lo
suficiente; el tipo que presenta el telediario en la televisión estatal que pagó el
alquiler de su piso durante diez años y no aparecía por Las Vegas más que
una vez al mes; dos implantes de silicona; y mantenerse alejada del sol del
desierto.
Va a ser abuela pronto, muy pronto.

Amor

Y luego llegó el momento en el que uno de ellos empezó a no devolver


sus llamadas. Así que marcó aquel número que él no sabía que tenía, y le dijo
a la mujer que se puso al teléfono que aquello le resultaba muy violento, pero
que como él ya no quería hablar con ella, podría por favor decirle que seguía
esperando que le devolviera sus prendas íntimas de encaje negro, las que se
había quedado porque, según decía, olían a ella, a los dos. Oh, y eso le había
recordado, dijo, pues la otra mujer no decía una palabra, que quería pedirle
también que las lavara antes de devolvérselas, y que bastaba con que se las
enviara por correo ordinario. Él ya tiene su dirección. Y a continuación,
felizmente despachado este asunto, ya puede olvidarle por completo y para
siempre, y concentrar toda su atención en el siguiente.
Un día ella tampoco te amará, y eso te romperá el corazón.

Tiempo

No es que ella esté esperando. No exactamente. Es más bien que los años
ya no significan nada para ella, que ni los sueños ni la calle pueden
conmoverla.
Permanece en los márgenes del tiempo, implacable, incólume, más allá de
todo, y un buen día abrirás los ojos y la verás; y justo después, la oscuridad.
No será como recoger la cosecha. Más bien te arrancará, suavemente,
como si fueras una pluma o una flor para adornar su cabello.

Serpiente de cascabel

No sabe quién fue el primer dueño de aquella cazadora. Nadie la reclamó


después de una fiesta, y vio que le sentaba bien.
Lleva escrita la palabra KISS, y a ella no le gusta besar. La gente, tanto
hombres como mujeres, le han dicho muchas veces lo guapa que es, pero ella
no tiene la menor idea de lo que quieren decir. Cuando se mira en el espejo
no ve su belleza por ningún lado. Sólo ve su cara.
No le gusta leer, ni ver la tele, ni hacer el amor. Le gusta escuchar
música. Salir con sus amigos. Subir en la montaña rusa, pero nunca grita
cuando caen en picado o giran bruscamente y vuelven a caer cabeza abajo.
Si le dijeras que la cazadora es tuya simplemente se encogería de
hombros y te la devolvería sin más. En realidad no le importa, lo mismo le da
tenerla que no.

Corazón de Oro

... de la otra.
Hermanas, quizá gemelas, o a lo mejor primas. Es imposible saberlo sin
ver sus certificados de nacimiento, los auténticos, no los que usan para
obtener carnés falsos.
Así es como se ganan la vida. Entran, cogen lo que necesitan y vuelven a
salir.
No es nada glamuroso. Es sólo un trabajo. Puede que sus actividades no
sean del todo legales. Es sólo un trabajo.
Son demasiado listas para esto, y están demasiado cansadas. Comparten
la ropa, las pelucas, el maquillaje, los cigarrillos. Siguen adelante, sin
descanso, siempre de caza. Dos mentes. Un solo corazón.
A veces incluso terminan las frases...

Hija del lunes

En la ducha, mientras deja que el agua resbale por su piel, que la limpie,
que lo limpie todo, se da cuenta de repente de que lo que lo hizo todo más
difícil fue aquel olor que le recordó a su propio instituto.
Había recorrido los pasillos, con el corazón latiendo desbocado dentro de
su pecho, oliendo aquel olor a instituto, que le hizo revivirlo todo.
Apenas hace, ¿cuánto?, seis años, quizá menos, que se pasaba la vida
corriendo de la taquilla al aula, que veía llorar y protestar a sus amigas,
obsesionadas con las burlas y los motes y las mil calamidades que acechan a
los desvalidos. Ninguna de ellas había llegado nunca tan lejos.
Encontró su primer cadáver en el rellano de una escalera.
Aquella noche, después de la ducha —que no pudo limpiar todo lo que
tenía que eliminar, no del todo—, dijo a su marido:
—Tengo miedo.
—¿De qué?
—Este trabajo me está endureciendo. Me está convirtiendo en otra
persona. En alguien a quien ya no conozco.
Él la atrajo hacia sí y la abrazó, y así se quedaron, piel contra piel, hasta
el amanecer.

Felicidad

En la galería de tiro se siente como en casa; se ha protegido los oídos con


unos auriculares y la diana está en su sitio, esperándola.
Primero fantasea un poco, luego recuerda y, finalmente, aprieta el gatillo
y al empezar la sesión de tiro ella siente más que ve, con el corazón y la
cabeza ausentes. El olor de la pólvora siempre le hace pensar en el Cuatro de
Julio.
«Sacas partido de los talentos que Dios te dio.» Eso fue lo que le dijo su
madre, lo que en cierto modo hace aún más duro su distanciamiento.
Nadie le hará daño jamás. Simplemente esbozará una de sus maravillosas
sonrisas y se marchará.
No tiene que ver con el dinero. Nunca tiene que ver con el dinero.

Días de sangre

A continuación, un ejercicio de elección. Tú eliges. Uno de estos cuentos


es verdad.
Sobrevivió a la guerra. Llegó a Estados Unidos en 1959. En la actualidad,
vive en un apartamento en Miami una diminuta francesa de pelo cano, con su
hija y su nieta. Es muy reservada y raras veces sonríe, como si el peso de la
memoria le impidiera encontrar la alegría.
O puede que sea mentira. En realidad fue capturada por la Gestapo en
1943, cuando intentaba cruzar la frontera, y la condujeron hasta un prado.
Primero la obligaron a cavar su propia tumba, y a continuación le pegaron un
tiro en la nuca. Lo último que se le pasó por la cabeza, justo antes de recibir
aquel disparo, fue que estaba embarazada de cuatro meses y que si no
luchamos para construir el futuro no habrá futuro para ninguno de nosotros.
Hay una anciana en Miami que se despierta, confusa, de un sueño en el
que el viento mece las flores de un prado.
Bajo la cálida tierra francesa hay unos huesos intactos que sueñan con la
boda de una hija. Un buen vino acompaña la celebración. Las únicas lágrimas
que allí se vierten son lágrimas de felicidad.

Hombres de verdad

Algunas de las niñas eran niños.


Verás una cosa u otra según desde dónde lo mires.
Las palabras pueden herir, y las heridas se pueden curar.
Todas estas cosas son ciertas.

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