You are on page 1of 71

PSICOSIS

El uso del término paranoia, muy antiguo en psiquiatría, ha evolucionados desde una extensión muy
amplia, tanto que en la psiquiatría alemana del sigo XIX llega a englobar al conjunto de los delirios,
hasta un empleo más preciso, limitado, esencialmente bajo la influencia de Kreapelin (1899), a las
psicosis en las que se instala un sistema delirante durable e inconmovible, que deja intactas las
facultades intelectuales, la voluntad y la acción. Corresponde a los conceptos de monomanía y de
delirio crónico sistematizado de los autores antiguos y se distingue por lo tanto de la esquizofrenia, o
demencia precox.

Freud después de Kreapelin, adopta esta gran distinción y engloba en la paranoia, además del delirio
de persecución, la erotomanía, el delirio de celos y el delirio de grandeza, se opone así a Bleuer, que
hace entrar la paranoia dentro del grupo de las esquizofrenias y encuentra en el origen de las dos
enfermedades mentales el mismo trastorno fundamental, la disociación. Esta última concepción es la
que prevalece actualmente en la escuela psiquiátrica norteamericana de inspiración psicoanalítica.

Freud sin embargo, por otras razones, en particular porque la sistematización del delirio no bastaba a
sus ojos para definir la paranoia, no vacila en vincular a este grupo ciertas formas, llamadas
paranoides, de la demencia precoz. Así, en el titulo mismo de su observación del caso Schereber,
hace equivales paranoia y demencia paranoide.

Pero el aporte esencial del psicoanálisis a propósito de la paranoia no concierne a estos problemas de
clasificación nosografica.

Freud

En 1894, en «Las neuropsicosis de defensa», se refería a los mecanismos neuróticos de la histeria y


de la neurosis obsesiva, ligándolos respectivamente a la conversión y al dislocamiento o
desplazamiento de afectos.

En este momento Freud habla de confusión alucinatoria y psicosis, usando estos dos términos para
referirse a lo mismo. Plantea que existe una modalidad defensiva mucho más enérgica y exitosa, que
consiste en que el yo desestima la representación insoportable junto con su afecto y se comporta
como si la representación nunca hubiera comparecido. Solo que en el momento que se ha conseguido
esto, la persona se encuentra en una psicosis que no admite otra clasificación que “confusión
alucinatoria”.

El yo se arranca de la representación insoportable, pero esta se entrama de manera inseparable con


un fragmento de la realidad objetiva, y en tanto el yo lleva a cabo esta operación, se desase también,
total o parcialmente, de la realidad objetiva. Esta última es a mi juicio la condición bajo la cual se
imparte a las representaciones propias una vividas alucinatoria y de esta suerte, tras una defensa
exitosamente lograda.

En esta temprana época, pues, el neurótico redistribuye cargas de representaciones para enmascarar
las marcas de su deseo, mientras que el psicótico borra la impresión de una ausencia que implica su
insatisfacción.

1
En 1896, en “nuevas puntualizaciones sobre neuropsicosis de defensa” agrega un nuevo mecanismo
diferencial. Aquí la referencia freudiana ya no es más la confusión alucinatoria, sino la psicosis
paranoica. Plantea el análisis de una caso de paranoia crónica más correctamente de demencia
paranoide.

Freud plantea que desde hace tiempo alienta la conjetura de que la paranoia, es una psicosis de
defensa, es decir que proviene de la represión de recuerdos penos y que sus síntomas son
determinados en su forma por el contenido de lo reprimido. Es preciso que la paranoia posea un
particular camino o mecanismo de represión (Nota al pie: este pasaje ofrece un ejemplo del
cambiante uso que hizo Freud en los términos defensa y represión), así como la histeria lleva a cabo
esta por el camino de la conversión la inervación corporal, y la N.O a la sustitución.

La represión también es el núcleo del mecanismo psíquico, lo reprimido es una vivencia sexual
infantil. En la paranoia, el reproche es reprimido por un camino que se puede designar como
proyección (parece ser esta la 1° vez que Freud empleo este término) puesto que se erige el síntoma
defensivo de la desconfianza hacia los otros, con ello se le quita reconocimiento al reproche y como
compensación de esto falta luego una protección contra los reproches que retornan dentro de las
ideas delirantes. Una circunstancia por entero peculiar de la paranoia es que los reproches
reprimidos retornan como unos pensamiento enunciados en voz alta, para lo cual se ven reforzados a
consentir una doble desfiguración: una censura lleva a su sustitución por otros pensamientos
asociados o a su encubrimiento por modos imprecisos de expresión, y están referidos a vivencias
recientes, meramente análogas a las antiguas.

En 1900, en La Interpretación de los Sueños, FREUD liga definitivamente la psicosis con el


funcionamiento primario del aparato psíquico tanto ligado a los sueños como al cumplimiento del
deseo. Ya no se preocupa tanto por el mecanismo diferencial neurosis-psicosis como por detectar el
tipo de funcionamiento del aparato psíquico que la cuestión de la psicosis pone en evidencia. Así en
el proceso primario poco importa más que la tendencia a encontrar percepciones idénticas a las de la
primera experiencia de satisfacción sin importar para nada la prueba de realidad. En lugar de que el
impulso recorra el camino adecuado para el encuentro de objetos a través de pensamientos, huellas
mnémicas evocativas y recuerdos, en las psicosis, al igual que en los sueños, se evidencia este
funcionamiento primario e infantil del aparato psíquico, que en lugar de cargar al sistema perceptivo
desde el afuera, desde la realidad, lo carga desde la marcha regresiva del adentro mismo. Así se
culmina en la alucinación, que, recreando la identidad de percepción, sin embargo, aplasta al deseo
mismo. El psicótico mataría así a la gallina de los huevos de oro en el mismo momento de
conseguirla, ya que realizado el deseo el régimen del deseo mismo pierde su razón de ser. El deseo
sólo insiste por su causa y desaparece con su objeto.

Nos encontramos, pues, hasta 1911 con los siguientes mecanismos: primero el famoso repudio, luego
la represión o trasposición por proyección y finalmente una característica especial del aparato
psíquico que, al romper la barrera de la censura, haría predominar el proceso primario sobre el
secundario.

En 1911 con el “Caso Schreber” es cuando Freud intenta darnos una teoría más completa de la
psicosis y especialmente de la paranoia, establece la observación de un caso de paranoia a partir de

2
las Memorias de un neurópata (1903) del presidente Schreber, eminente jurista que había escrito y
publicado el mismo la historia de su enfermedad.

Los motivos que subyacen a una paranoia no son diferentes de los que subyacen a una neurosis.
Entran en juego los motivos sexuales humanos comunes a ambas enfermedades. Lo que varía es su
modo de enfrentarlos. No hay problemas anteriores o más profundos o preedípicos que estén en
juego en la psicosis, mientras que en las neurosis los problemas son de otro momento evolutivo
posterior, edípicos, etc. Si en ambas afecciones subyacen los mismos motivos sexuales humanos esto
quiere decir que ambas están ligadas a un particular enfrentamiento de ese momento de hominización
radical que el complejo de Edipo implica. No hay problemas preedípicos que dan lugar a un tipo de
enfermedad y problemas edípicos que dan lugar a otra. El sujeto humano es siempre producto de
alguna clase de este abordaje de su Edipo. Es el diferente tránsito por el mismo que da lugar a una u
otra conformación, pero que para ser humano, sano o neurótico o psicótico, este tránsito es
primordial, es de lo que FREUD nos deja constancia

La enfermedad de Schreber había comenzado, después de su nominación para la presidencia de la


Corte de apelaciones, bajo la forma progresiva de un "delirio alucinatorio" multiforme, para culminar
luego en un delirio paranoico sistematizado, a partir del cual, según uno de sus médicos, "su
personalidad se había reconstruido" y había podido mostrarse a la altura de las tareas de la vida,
exceptuando ciertos trastornos aislados".

En este delirio, Schreber se creía llamado a salvar el mundo, por una incitación divina que se
transmitía a él por medio del lenguaje de los nervios y en una lengua particular, llamada lengua
fundamental. Para eso debía transformarse en mujer. La hipótesis de arranque de Freud fue que podía
abordar estas manifestaciones psíquicas a la luz de los conocimientos que el psicoanálisis había
adquirido de las psiconeurosis, porque ellas prevenían de los mismos procesos generales de la vida
psíquica.

Así en las relaciones que en su delirio Schreber mantiene con Dios. Freud reencuentra, traspuesto, el
terreno familiar del "complejo paterno". Reconoce, en efecto, en ese personaje divino, el "símbolo
sublimado" del padre de Schreber, medio eminente, fundador de una escuela de gimnasia terapéutica,
con quien el mantenía relaciones a la vez de veneración y de insubordinación. Del mismo modo, en
la subdivisión entre un Dios superior y un Dios inferior, redescubre los personajes del padre y del
hermano mayor.

NARCISISMO Y HOMOSEXUALIDAD: Freud hace girar su interpretación esencialmente en torno


de la relación erótica homosexual con estas dos personas. Considera, en efecto, esencial a la paranoia
que Schreber haya debido construir un delirio de persecución para defenderse del fantasma del deseo
homosexual, que expresaría, según el, la feminización exigida por su misión divina. Este fantasma,
presente en la evolución normal del varón, solo devine causa de psicosis porque hay en la paranoia
un punto de fragilidad situando "en alguna parte de los estadios del autoerotismo, del narcisismo y de
la homosexualidad".

3
La referencia al narcisismo será precisada en 1914, cuando Freud distinga mas nítidamente todavía la
libido de objeto de la libido narcisista, de cuyo lado situara la psicosis en su conjunto. Tanto en los
esquizofrénicos como en los paranoicos, Freud supone una desaparición de la libido de objeto en
provecho del investimento del yo, y el delirio tendría como función secundaria la de intentar retraer
la libido al objeto.

La cuestión de la homosexualidad probablemente es la que más problemas plantea. Freud nos habla
de una frase decisiva para el desencadenamiento de la enfermedad: «qué lindo sería ser una mujer en
el coito», frase que desencadena la marcha regresiva de la libido. El sujeto retorna al narcisismo para
evitar su pulsión homosexual y su angustia de castración consiguiente. Pero curiosamente retornar al
narcisismo le incrementa el vínculo homosexual, en tanto lo induce a la búsqueda especular de un
otro similar a quien amar. Pero todo se complica. Busca amar a alguien similar a él, pero él mismo se
coloca como sujeto femenino del amor del otro con lo cual la similitud queda escamoteada; se ama a
sí mismo, pero desde el lugar de una mujer. ¿De qué mujer y de qué hombre se trata? ¿O es que son
personajes ambiguos e imaginarios de una diferenciación sexual no atravesada todavía por el corte de
la castración; Pero otro problema es mayor aún, ya que la defensa contra la homosexualidad consiste
en una regresión del sujeto al narcisismo, pero al mismo tiempo la regresión narcisista incrementa la
vinculación homosexual. Se da una interesante casualidad circular de la homosexualidad como causa
de una regresión y como consecuencia de la misma.

Freud le va a dar un desarrollo muy importante, puesto que va a fundar lo esencial de su teoría: el
delirio de persecución, contradicción del verbo, ya que no lo amo sino lo odio y el delirio erotomanía
y de celos, contradicción del objeto, ya que no lo amo a él, sino que amo a ella. Seria siempre el
resultado de una proyección, que produce, a partir del enunciado de base homosexual "Yo, un
hombre, amo a un hombre" primero su negación "yo no lo amo, lo odio" y luego la inversión de las
personas "el me odia". Por medio de esta proyección, lo que debería ser sentido interiormente como
amor es percibido como odio proveniente del exterior. El sujeto puede evitar así el peligro en el que
lo colocaría la irrupción en su conciencia de sus deseos homosexuales.

Con todo vale la pena ver cómo no hay proyección cuando, por ejemplo, en el delirio celotípico el
sujeto queda abolido y trastocado por el otro, ella lo ama, mientras que en el delirio erotómano y en
el persecutorio, al no haber sustitución de sujetos se hace necesaria la proyección «yo la amo a ella»,
«ella me ama a mí» y «yo le odio a él», «él me odia a mí». No basta, sin embargo, plantearnos
solamente esta deformación como, por ejemplo, la postulada para el delirio persecutorio donde la
negación yo no lo amo, sino que lo odio, la proyección él me odia y la racionalización yo le odio
porque él me odia, sería una triada explicativa suficiente. Si ésta fuera la clave toda, no haría falta
postular como FREUD lo hace después, ni la destrucción del mundo subjetivo del paciente, ni toda la
construcción psicótica como mecanismo restrictiva. El énfasis en estas deformaciones discursivas de
la frase serían suficientes si no fuera necesario criticar antes la posibilidad del discurso mismo para
poder saber en qué consiste realmente esta alteración.

FREUD, que descubre algo de todas estas dificultades, sigue insistiendo en la búsqueda del famoso
mecanismo diferencial e insiste en la proyección, para luego abandonarla definitivamente. La
proyección entra claramente en el juego de la máscara y es a ese efecto de máscara, de disfraz de un
contenido como interviene, más que como movimiento imaginario o espacial en donde alguien pone,

4
se pone, o sustrae algo de alguien. Si en el delirio persecutorio el sujeto se siente odiado no es sólo
porque puso su odio en el otro, sino fundamentalmente para enmascarar su frase de amor. FREUD no
privilegia tanto el pasaje de lo interno a lo externo, sino lo que coadyuva en la desfiguración de la
frase inicial. En síntesis, la proyección privilegia una deformación, SCHREBER y su Edipo
negativo, «qué lindo sería ser una mujer en el momento del coito» y SCHREBER Y su estructura
narcisista, cuando en su delirio se presenta ya como mujer de Dios, lo cual le trae todos los males y
al mismo tiempo le salva de todos los peligros. De allí que debamos interrogar al Edipo negativo
mismo, atravesando el tiempo del narcisismo. Se nos hace muy difícil ya ver la cuestión en un
tiempo lineal de evoluciones y retornos, fijaciones, progresiones y regresiones, sino que se impone
un tiempo de torsión. La estructura narcisista está inmersa en plena situación edípica y viceversa. No
hay un tiempo del narcisismo separado del tiempo del Edipo, ni fenómenos edípicos que se lean sin
intervención de lo narcisista, ni fenómenos narcisistas que se lean sin intervención de lo edípico.

La estructura narcisista es conflictiva sólo en referencia a la cara edípica, ya que por sí misma es
muda y la estructura edípica es conflictiva de derecho propio, pero sobre el narcisismo perdido. Por
eso podemos entender algo más de la imposibilidad de reservar el plano narcisista a las psicosis y el
plano edípico a las neurosis. Neurosis, psicosis y perversión aparecen marcadas las tres por el
atravesamiento simultáneo de Narciso y Edipo como mitos de estructura simultánea. De allí que,
pese a todos los interrogantes, las diferencias entre las fantasías edípicas negativas en las neurosis y
las particulares fantasías de SCHREBER, FREUD no se deja tentar por temáticas diferentes para una
u otra enfermedad; no hay otra temática que el ¿qué soy?, ¿quién soy?, ¿qué es un hombre?, ¿qué es
una mujer?, ¿porqué soy en lugar de no ser?; donde lo imaginario siempre se articula a una
determinada simbolización y esta temática pasa siempre por la cuestión del Edipo.

FREUD nos dice que el tema inicial que desencadena el delirio, el núcleo del conflicto, es la fantasía
optativa de amar a un hombre y que gira en torno a una frase central: «Yo, un hombre, lo amo a él».
Nos introduce así en una bella comprensión de estructuras diferenciales, en donde la contradicción,
al ocurrir de tres maneras diferentes, explica el delirio celotípico -contradicción del sujeto, ya que no
Yo, sino ella lo ama -, del discurso sobre los fenómenos menos imaginarios donde la evitación del
conocimiento y el engaño constituyen la cuestión esencial. Al no satisfacerse con la proyección que
se inscribe en pleno campo de la represión, coadyuvando a la distorsión, en el mismo acto de retorno
de lo reprimido, no encuentra FREUD ninguna justificación teórica que le permita decir que el
psicótico proyecta donde el neurótico reprime.

Nuevamente desnudos frente al mecanismo diferencial, FREUD se pregunta si no hay una particular
represión primaria, una particular represión secundaria y un particular retorno de lo reprimido.
Fíjense cómo hasta aquí habla todavía con los conceptos de la neurosis y concluye que en parte es
así. Que la represión primaria del psicótico lo fija al narcisismo, que la represión secundaria implica
un retiro total de la carga del objeto y abandono final del mismo y que el retorno de lo reprimido se
produce con un especial énfasis en la proyección y la racionalización. Campo ambiguo en donde la
concepción de la represión no se refiere tanto a una redistribución tópica de las diversas
representaciones, sino a la carga mayor o menor de un objeto. Solamente así todavía la psicosis
puede moverse en el terreno de la represión. FREUD dice que el paciente retira las cargas del mundo
y de las personas y que, como consecuencia de la proyección de su catástrofe interna, su mundo
exterior llega a perderse para él. Su mundo subjetivo se termina porque retira su amor de él y las

5
formaciones delirantes son reconstrucciones, racionalizaciones - todavía estamos en el lenguaje de
las neurosis- de ese mundo perdido. Es lo que claramente después aparecerá como fenómeno de
restitución. Cada vez se avanza más hacia la consideración de un objeto inconsciente perdido, algo
que quita al proceso del terreno de la represión y del retorno de lo reprimido para llevarlo al de la
restitución.

Culmina todas las especulaciones diciendo que es Incorrecto decir que lo que se suprime
internamente en la percepción es proyectado hacia afuera, sino que más bien cómo lo ve ahora
deberíamos postular que lo que se abolió internamente retorna desde afuera. No se puede, en efecto,
proyectar lo suprimido, internamente cuando lo interno está abolido como tal. No hay movimiento de
adentro afuera en forma de retorno de lo reprimido, sino que el retorno de lo perdido se hace desde
afuera mismo, o sea, desde lo real. Lo que no se constituye en el inconsciente como reprimido se
impone como presencia en lo real. Algo se va constituyendo cada vez más claramente en FREUD
donde la represión, el fracaso de la misma y el retorno de lo reprimido y sus múltiples defensas y
sustituciones constituyen la base del fenómeno neurótico, mientras que la abolición, el retorno desde
lo real y la restitución aparece en la base del hecho psicótico. El terreno de las psicosis comienza a
evidenciar una alteración de la represión. y de sus condiciones mismas y a mostrar cómo la abolición
de la investidura de un representante inconsciente altera el tema todo.

En 1914, en Introducción del Narcisismo, FREUD plantea de nuevo la problemática con su mayor
comprensión de la cuestión del narcisismo y el concepto de libido narcisista da cuenta de la
diferencia con la neurosis donde la libido queda adherida a los objetos imaginarios. La anterior
diferencia entre retorno de lo reprimido, versus restitución, queda enriquecida ahora por la diferencia
entre introversión y narcisismo. Sólo puede haber represión cuando hay introversión de la libido y de
allí el retorno de lo reprimido mientras que la restitución pasa a hacer pareja con el narcisismo. La
regresión narcisista del psicótico, si bien es secundaria en tanto la libido retorna al yo desde los
objetos, implica, sin embargo, una disolución de las identificaciones secundarias, mientras que el
neurótico las conserva.

Se llega finalmente a una consideración esencial cuando FREUD menciona en las psicosis tres tipos
de fenómenos:

1. los residuales neuróticos.


2. los representativos del retiro de la libido y
3. los restitutivos,

FREUD insiste aquí en los mecanismos proyectivos y los fenómenos de intelectualización y


racionalización tan típicos de los sistemas delirantes interpretativos y parecidos al orden y
formalidad del pensamiento obsesivo. Evidentemente entra en juego la pertinencia de hablar o no de
partes psicóticas y no psicóticas en diferentes sujetos. Pero atención, Freud habla aquí de los
fenómenos residuales neuróticos en una psicosis declarada y habla de las psicosis declaradas como
«a la manera» de una entidad neurótica.

Posteriormente, Freud en 1924 formula dos escritos “Neurosis y psicosis” y “la perdida de la
realidad en la neurosis y psicosis”. Freud tiene interés en diferenciar neurosis y psicosis y resume
sus hallazgos anteriores: ha distinguido que en la neurosis el sujeto renuncia al primado de las

6
pulsiones mientras que en el caso de la psicosis se observa una renuncia a un fragmento de la
realidad.

Supone que en la neurosis el sujeto se sitúa en relación al principio de la realidad y en la psicosis, en


relación a la vida pulsional. Así parecería que la pérdida de la realidad estaría dada de antemano en
la psicosis.(p.193), mientras que la realidad estaría asegurada para el neurótico. Establecido esto
plantea la observación paradójica de que en la neurosis el vínculo con la realidad puede estar
perturbado.

Para resolver la paradoja, Freud explica que hay un segundo paso en la neurosis – el que lo convierte
en neurosis precisamente – que consiste en la reacción del ello contra la represión. Es en el fracaso
de la represión donde se produce la pérdida de realidad para el neurótico puesto que se aflojan los
vínculos con ésta. Procura dar cuenta también de un segundo paso en la psicosis: de lo que se trata es
compensar de algún modo la pérdida de realidad para lo cual se crea un realidad nueva con el apoyo
de percepciones que le correspondan: las alucinaciones.

En el segundo paso de la neurosis decía que se aflojaba el vínculo con la realidad por el hecho
observable de que se evita o rehúye un fragmento de realidad. Se precisa entonces una cierta
reparación. Para explicar cómo se reconstruye la realidad para el neurótico, dice que la guía es el
deseo a partir de un ámbito que en su momento fue segregado del mundo exterior real por la
instauración del principio de realidad y que desde entonces quedó liberado, a la manera de una
“reserva” de los reclamos de la necesidad de la vida... Se aclara el papel de este ámbito segregado
en la explicación siguiente: ...la fantasía…constituye la cámara del tesoro donde se recoge el
material o el modelo para edificar la nueva realidad. (p.197). También funciona la fantasía para el
psicótico pero para él ésta quiere reemplazar a la realidad exterior, a diferencia del neurótico el
cual gusta de apuntalarse...en un fragmento de la realidad...le presta un significado particular y un
sentido secreto, que, de manera no siempre del todo acertada, llamamos “simbólico” .

Lacan

El avance lacaniano en el tema de las psicosis es indisociable de dos series de referentes teórico-
clínicos, que podemos agrupar sintéticamente en torno de las siguientes líneas de elaboración: por un
lado las tres categorías, Real, Simbólico e Imaginario; por otro el significante y su lógica.
Evidentemente, el estatuto del significante en tanto tal se modifica a lo largo de la obra de Lacan.
Una cosa es el significante del período del “retorno a Freud”5, y otra el significante de la “lógica del
significante”, que toma cuerpo a partir de los años sesenta. En muchos sentidos, esta observación
vale también para las tres categorías evocadas anteriormente, que son trabajadas por Lacan sin cesar.

Ahí donde Freud no logra aislar un principio específico susceptible de discriminar estructuralmente
la causalidad psicótica, Lacan, por el contrario, va a efectuar un avance decisivo sacando el mayor
partido

posible de ciertas nociones freudianas, particularmente la Spaltung y la Verwerfung. De hecho, con


la división del sujeto y la forclusión, el acento es definitivamente puesto en la función principal que
juegan las estructuras simbólicas y lo Real por vía del Imaginario, en la comprensión de los procesos
psicóticos. En lo que atañe a la división del sujeto, Lacan articula el principio metapsicológico en

7
una relación de dependencia explícita con el orden simbólico, más precisamente con el orden
significante, como atestigua todo el período del “retorno a Freud”. Sin embargo, esta dependencia se
revela cuando menos irreductible, ya que es la estructura subjetiva como tal la que es dividida por el
orden significante. El sujeto psíquico es un efecto del significante: “un significante representa un
sujeto para otro significante”.7 Esta preeminencia de lo Simbólico en el decurso de todo evento
psíquico (patológico o no) ha sido particularmente bien especificado con la categoría del gran Otro,
cuando menos en una de esas acepciones en donde el Otro circunscribe el campo del orden simbólico
como tal. Encontramos que esta configuración metapsicológica de la estructura subjetiva sujeta a lo
Simbólico y a lo Real a través de la dimensión de lo Imaginario, ya ha sido expresada en la lógica del
esquema L. En aquel famoso esquema de la comunicación intersubjetiva hemos claramente
explicitado, además del sentido de la diferenciación del “Moi” y del “Je”, la relación de separación
entre el sujeto barrado ($) y el Otro por la mediación del “moi” (a’) y de sus objetos (a) –eje
imaginario a a’–, en razón del “muro del lenguaje”.

Lacan dedica un seminario entero a la psicosis “Seminario 3: la psicosis de 1955”

I: Introducción a la cuestión de las psicosis

Comienza en este año la cuestión de la psicosis, pues no puede hablarse de entrada del tratamiento de
las psicosis y todavía menos en Freud pues nunca habló de ello, salvo de manera totalmente alusiva.

Se aborda mucho más fácilmente las esquizofrenias que las paranoias, pero Freud por el contrario le
otorgó a la paranoia un privilegio.

Recuerdo que al final de la observación del caso de Schreber, que es el texto principal de su doctrina
en lo concerniente a la psicosis, Freud traza una línea de división de las aguas, entre por un lado la
PARANOIA y por otro todo lo que le gustaría que se llamase PARAFRENIA, que corresponde con
toda exactitud al campo de las esquizofrenias. Esta es una referencia necesaria para comprender que
para Freud el campo de la psicosis se divide en 2.

En el ámbito psiquiátrico, psicosis no es demencia, la psicosis son lo que corresponde a lo que


siempre se llamó las locuras. Todo lo que llamamos psicosis o locura era paranoia.

El gran secreto del psicoanálisis es que no hay psicogénesis. ¿Qué diferencia hay entre lo que es del
orden imaginario o real y lo que es del orden simbólico? En el orden imaginario, o real, siempre hay
un más y un menos, un umbral, un margen, una continuidad. En el orden simbólico todo elemento
vale en tanto opuesto al otro.

2- Si la aplicación del método analítico, solo proporcionará una lectura de orden simbólico, se
mostraría incapaz de dar cuenta de la distinción entre el campo de la psicosis y las neurosis. Es
entonces más allá de esta dimensión, donde se plantean los problemas que son el objeto de nuestra
investigación.

¿Cuál es el material mismo del discurso simbólico? ¿Dónde se toman prestados los elementos de
nominación de ese discurso? De manera general, el material es el propio cuerpo. La relación con el
propio cuerpo caracteriza en el hombre el campo, a fin de cuentas reducido, pero verdaderamente
irreductible, de lo imaginario. Si algo corresponde en el hombre a la función imaginaria tal como ella

8
opera en el animal, es todo lo que lo relaciona de modo electivo, pero siempre muy difícil de asir,
con la forma general de su cuerpo, donde tal o cual punto es llamado zona erógena. Esta relación,
siempre en el límite de lo simbólico, solo la experiencia analítica permitió captarla en sus
mecanismos últimos. Esto es lo que el análisis simbólico del caso Schreber demuestra. Es tan solo a
través de la puerta de entrada de lo simbólico como se llega a penetrarlo.

3- Es clásico decir que en la psicosis, el ICC está en la superficie, es CC. Por ello incluso no parece
producir mucho efecto el que este articulado. Como Freud siempre lo subrayo, el ICC no debe su
eficacia pura y simplemente al rasgo negativo de ser no-consciente. Traduciendo a Freud, decimos:
el inconsciente es un lenguaje. Que este articulado, no implica empero que este reconocido. Si es que
alguien puede hablar una lengua que ignora por completo, diremos que el sujeto psicótico ignora la
lengua que habla. ¿Es satisfactoria esta METÁFORA? Ciertamente no. El asunto no es tanto saber
por qué el ICC está ahí, queda excluido para el sujeto, sino saber porque aparece en lo real.

Jean Hyppolite plantea que en lo ICC, todo no está tan solo reprimido, es decir desconocido por el
sujeto luego de haber sido verbalizado, sino que hay que admitir, detrás del proceso de verbalización,
una afirmación primordial, una admisión en el sentido de lo simbólico, que puede a su vez faltar.

Puede ocurrir que un sujeto rehusé el acceso, a su mundo simbólico, de algo que sin embargo
experimentó, y que en esta oportunidad no es ni más ni menos que la amenaza de castración. Toda la
continuación del desarrollo del sujeto muestra que nada quiere saber de ella, Freud lo dice
textualmente, en el sentido de lo reprimido.

Lo que cae bajo la acción de la represión retorna, pues la represión y el retorno de lo reprimido no
son sino el derecho y el revés de una misma cosa. Lo reprimido siempre está ahí, y se expresa de
modo perfectamente articulado en los síntomas y en multitud de otros fenómenos. En cambio, lo que
cae bajo la acción del rechazo tiene un destino totalmente diferente. Todo lo rehusado en el orden
simbólico, en el sentido del rechazo, reaparece en lo real.

Lo que Freud dice: “No saber nada de la cosa, ni siquiera de lo reprimido”, se traduce así: lo que es
rehusado en el orden simbólico, vuelve a surgir en lo real. Hay una estrecha relación entre, por un
lado, la denegación y la reaparición en el orden puramente intelectual de lo que no está integrado por
un sujeto; y por otro lado, el rechazo y la alucinación, vale decir la reaparición en lo real de lo
rehusado por el sujeto. Hay ahí una gama, un abanico de relaciones. ¿Qué está en juego en un
fenómeno alucinatorio? Ese fenómeno tiene su fuente en lo que provisoriamente llamaremos la
historia del sujeto en lo simbólico. La distinción esencial es esta: el origen de lo reprimido neurótico
no se sitúa en el mismo nivel de historia en lo simbólico que lo reprimido en el juego en la psicosis,
aun cuando hay entre los contenidos una muy estrecha relación. Esta distinción introduce, por si sola,
una clave que permite formular el problema de modo mucho más sencillo de lo que se ha hecho hasta
ahora.

Lo mismo ocurre con el esquema Lambda, en lo que concierne a la alucinación verbal. Nuestro
esquema figura la interrupción de la palabra plena entre el sujeto y el Otro, y su desvió por los dos
yo, (a y a’), y sus relaciones imaginarias. Aquí está indicada una triplicidad en el sujeto, la cual
recubre el hecho de que el yo del sujeto es quien normalmente le habla a otro, y le habla del sujeto,
del sujeto S en tercera persona. El sujeto se habla con su yo. Solo que en el sujeto normal hablarse

9
con su yo nunca es plenamente explicitable, su relación con el yo es fundamentalmente ambigua,
toda asunción del yo es revocable. En el sujeto psicótico en cambio, ciertos fenómenos elementales y
especialmente la alucinación que es su forma más característica, nos muestra al sujeto totalmente
identificado a su yo con el que habla, o al yo totalmente asumido bajo el modo instrumental.

El habla de él, el sujeto, el S, en los dos sentidos equívocos del término, la inicial S y el Es, ello en
alemán. Esto es realmente lo que se presenta en el fenómeno de la alucinación verbal. En el
momento en que aparece en lo real, es decir acompañado de ese sentimiento de realidad que es la
característica fundamental del fenómeno elemental, el sujeto literalmente habla con su yo, y es como
si un tercero, su doble hablase y comentase su actividad.

Los 3 registros, llevarán a pensar las diversas formas de las psicosis. Nos permitirá precisar en sus
mecanismos últimos la función que debe darse al yo en la cura. En el límite se atisba la cuestión de la
relación de objeto.

No deja de ser cierto que debemos atribuir a cierto modo de manejar la relación analítica, que
consiste en autentificar lo imaginario, en sustituir el reconocimiento en el plano simbólico por el
reconocimiento en el plano imaginario, el desencadenamiento bastante rápido de un delirio más o
menos persistente, y a veces definitivo, en casos harto conocidos.

Es bien conocido el hecho de que un análisis puede desencadenar desde sus primeros momentos una
psicosis, pero nadie ha explicado nunca por qué. Evidentemente está en función de las disposiciones
del sujeto, pero también de un manejo imprudente de la relación de objeto.

II: La significación del delirio

1 -La delimitación de la paranoia fue incuestionablemente mucho más basta durante todo el siglo 19
de lo que fue a partir de fines del siglo pasado, es decir hacia 1899, en la época de la 4° o 5° edición
de Kraepelin. El cual en 1899 introduce una subdivisión más reducida. Incluye las antiguas paranoias
en el marco de la demencia precoz, creando en ellas el sector paranoide y emite entonces una
definición muy interesante de la paranoia, que la diferencia de los otros modos de delirios paranoicos
con lo que hasta entonces se la confundía.

La paranoia se distingue de las demás psicosis porque se caracteriza por el desarrollo insidioso de
causas internas y según una evolución continua de un sistema delirante, duradero e imposible de
quebrantar, que se instala con una conservación completa de la claridad y el orden en el
pensamiento, la abolición y la acción.

Esta definición CONTRADICE todos los datos de la clínica, nada en ella es cierto.

El desarrollo de la psicosis no es insidioso, siempre hay brotes, fases. Fui yo quien introdujo la
noción de momento fecundo, el cual siempre es sensible al inicio de una paranoia. Hay una ruptura
en lo que Kraepelin llama, más adelante la evolución continua del delirio dependiente de causas
internas. Es absolutamente manifiesto que no se puede limitar la evolución de una paranoia a las
causas internas.

10
Cuando se buscan las causas desencadenantes de una paranoia, siempre se pone de manifiesto, con el
punto de interrogación necesario, un elemento emocional en la vida del sujeto, una crisis vital que
tiene que ver efectivamente con sus relaciones externas, y sería muy sorprendente que no fuera así
tratándose de un delirio que se caracteriza esencialmente como delirio de relaciones.

El sistema delirante varía, hallémoslo o no quebrantado. La variación se debe a la interpsicologia, a


las intervenciones del exterior o a la perturbación de cierto orden en el mundo que rodea al enfermo.

Para Clerambault, los fenómenos elementales, y que intento demostrar el carácter radicalmente
diferente de esos fenómenos respecto a cualquier cosa que puede concluirse de lo que él llama la
deducción ideica, vale decir de lo que es comprensible para todo el mundo. Ya desde esa época,
subrayo con firmeza que los fenómenos elementales no son más elementales que lo que subyace al
conjunto de la construcción del delirio. Siempre la misma fuerza estructurarte, está en obra del
delirio, ya lo consideremos en una de sus partes o en su totalidad.

Lo importante del fenómeno elemental no es entonces que sea un núcleo inicial, un punto parasitario,
como decía Clerambault, en el seno de la personalidad, alrededor del cual el sujeto haría una
construcción, envolviéndolo e integrarlo al mismo tiempo, es decir explicarlo. El delirio no es
deducido, reproduce la misma fuerza constituyente, es también un fenómeno elemental. Es decir que
la noción de elemento no debe ser entendida en este caso de modo distinto que la de estructura,
diferenciada, irreductible a todo lo que no sea ella misma.

Comiencen por creer que no comprenden, partan de la idea del malentendido fundamental. Esta es
una disposición primera, sin la cual no existe ninguna razón para que no comprendan todo y
cualquier cosa.

La dificultad de abordar el problema de la paranoia se debe precisamente al hecho de situarla en el


plano de la comprensión. Aquí el fenómeno elemental, irreductible, está a nivel de la interpretación.

2- ¿A fin de cuentas, que dice el sujeto, sobre todo el cierto periodo de su delirio? QUE HAY
SIGNIFICACIÓN. Cuál? no sabe, pero ocupa el primer plano, se impone, y para él es perfectamente
comprensible. Y justamente porque se sitúa en el plano de la comprensión como un fenómeno
incomprensible, por así decirlo, la paranoia es tan difícil de captar, y tiene también un interés
primordial. Lo importante no es que tal o cual momento de la percepción del sujeto sea más o menos
comprensible; lo que es sumamente llamativo es que es inaccesible, inerte, estancado en relación a
toda dialéctica.

Tomemos la interpretación elemental. Entraña sin duda un elemento se significación, pero ese
elemento es repetitivo, procede por reiteraciones. Puede ocurrir que el sujeto lo elabore, pero es
seguro que quedara, al menos durante cierto tiempo, repitiéndose siempre con el mismo signo
interrogativo implícito, sin que nunca le sea dada respuesta la alguna, se haga intento alguno por
integrarlo a un dialogo. El fenómeno está cerrado a toda composición dialéctica.

Alrededor de que gira el fenómeno de la interpretación: se articula en la relación del yo y del otro, en
la medida que la teoría psicoanalítica define el yo como siempre relativo.

11
3- El delirio, cuya riqueza verán, presenta analogías sorprendentes, no simplemente por su contenido,
por el simbolismo de la imagen, sino en su construcción, en su estructura misma, con algunos
esquemas que también podríamos estar tentados de extraer de nuestra experiencia.

En el primer capítulo de las “Memorias de un neurópata”, está ocupado por una teoría que concierne
a Dios y a la inmortalidad. Los términos que están en centro del delirio de Schreber consisten en la
función primera de los nervios.

Lacan hace una lectura de lagunas páginas y comenta: estos rayos que exceden los límites de la
individualidad humana forman la red explicativa sobre la cual teje el conjunto de su delirio. Lo
esencial se basa en la relación entre los nervios del sujeto y los nervios divinos, lo cual entraña una
serie de peripecias entre las cuales está la adjunción de nervios, formas de atracción capaz de colocar
al sujeto en un estado de dependencia respecto algunos personajes, sobre cuyas intenciones el sujeto
mismo opina de diversas maneras en el curso de su delirio; así como al inicio del delirio vemos
dominar la personalidad del doctor Flechsig, al final domina la estructura de Dios.

Toda una imaginaria metabólica es desarrollada con extrema precisión, apropósito de los nervios,
según la cual las impresiones que se registran se vuelven materia prima que, reincorporadas a los
rayos divinos, nutre la acción divina y puede ser siempre retomada utilizada en creaciones ulteriores.
Los rayos divinos están obligados a hablar. El alma de los nervios se confunde con cierta lengua
fundamental.

Gracias al caso de Schreber y a la intervención de Freud podemos captar por vez primera nociones
estructurales cuya extrapolación es posible a todos los casos. Novedad ex clarecedora que permite re-
hacer una clasificación de la paranoia.

III: El Otro y la psicosis.

Saben que el psicoanálisis explica el caso del presidente Schreber y la paranoia en general, por un
esquema según el cual la pulsión inconsciente del sujeto es una tendencia homosexual. Esto cambio
la perspectiva de la patología de la paranoia.

Se habla de defensa contra la supuesta irrupción de la tendencia homosexual. ¿Por qué dicha
irrupción en determinado momento? Resulta claro que hay una constante ambigüedad, y que esa
defensa mantiene con la causa que la provoca una relación que lejos está de ser unívoca. Se
considera que, o bien ayuda a mantener determinado equilibrio, o bien provoca la enfermedad.

En 1886 tiene su primera crisis: él había presentado su candidatura al Reichstag. Entonces se puede
pensar que entre la primera y segunda crisis el magistrado Schreber es normal, con la salvedad que
su espereza de paternidad no se ve colmada. Al término de este período, en una edad que no estaba
prevista ocurre que accede a una función muy elevada: presidente de la corte de apelación de Leizig.
Esta función le confiere una autoridad que lo eleva a una responsabilidad más plena pesada que todas
las que hubiese podido esperar, lo cual crea una impresión de que existe una relación entre esta
promoción y el desencadenamiento de la crisis.

12
En otras palabras, en el primer caso se destaca el hecho de que Schreber no pudo satisfacer su
ambición, en el segundo que la misma se vio colmada desde el exterior, de un modo que se califica
como inmerecido.

Se hace constar que el presidente Schreber no tuvo hijos, por lo cual se asigna a la noción de
paternidad un papel primordial. Pero se afirma simultáneamente que el temor a la castración renace
en él, con una apetencia homosexual correlativa, porque accede finalmente a una posición paterna.
Esta sería la causa directa del desencadenamiento de la crisis, que acarea todas las distorsiones, las
deformaciones patológicas, los espejismos, que progresivamente evolucionarán hacia el delirio.

Que los personajes masculinos del ambiente médico estén presentes desde el principio, que sean
nombrados y que ocupen sucesivamente el centro de la persecución muy paranoide, que es la de
Schreber muestra su importancia. Es en suma una transferencia, relacionado de una manera singular
con quienes tuvieron que cuidarlo.

La noción de conflicto siempre se utiliza de modo ambiguo: se coloca en el mismo plano lo que es
fuente de conflicto y lo que es ausencia del conflicto, que es más difícil de ver. El conflicto deja,
podemos decir, un lugar vacío, y en el lugar vacío del conflicto aparece una reacción, una
construcción, una puesta en juego de la subjetividad. La ambigüedad de la significación misma del
delirio, que aquí concierne a lo que habitualmente se llama el contenido y que preferiría llamar el
decir psicótico.

Creen que están ante alguien que se comunica con ustedes porque les habla en el mismo lenguaje. El
sistema mismo del delirante nos dará los elementos de su propia comprensión.

2- El lenguaje, de sabor particular y a menudo extraordinario es el del delirante. Lenguaje en que


ciertas palabras cobran un énfasis especial, una densidad que se manifiesta a veces en la forma
misma del significante, dándole ese carácter francamente neológico tan impactante en las
producciones de la paranoia.

Recuerdan que en la lingüística existen el significante y el significado, y que el significante debe


tomarse en el sentido del material del lenguaje. La trampa, el agujero, en el que no hay que caer es,
creer que los objetos, las cosas, son el significado. El significado es algo muy distinto: la
significación, remite siempre a otra significación. El sistema del lenguaje, cualquiera sea el punto en
que lo tomen, jamás culmina en un índice directamente dirigido hacia un punto de la realidad, la
realidad está toda cubierta por el conjunto de la red del lenguaje. Nunca pueden decir que lo
designado es esto o aquello pues nunca sabrán.

Schreber mismo señala a cada momento la originalidad de determinados términos de su discurso.


Cuando habla de adjunción de nervios precisa que esa palabra le fue dicha por las almas examinadas
o los rayos divinos. Son palabras claves, diferentes de las palabras que emplea para comunicar su
experiencia.

A nivel del significante, en su carácter material, el delirio se distingue precisamente por esa forma
especial de discordancia con el lenguaje común que se llama neologismo. A nivel de la significación,
se distingue justamente porque la significación de esas palabras no se agote en la remisión a una
significación. Esto se observa tanto en el texto de Schreber como en presencia de un enfermo. La

13
significación de esas palabras que los detienen tiene como propiedad el remitir esencialmente a la
significación en cuanto tal. Es una significación que fundamentalmente no remite más que a sí
misma, que permanece irreductible. El enfermo mismo subraya que la palabra en si misma pesa.
Antes de poder ser reducida a otra significación, significa en si misma algo inefable, es una
significación que remite ante todo a la significación en cuanto tal.

Cualquiera sea el grado que alcance la endogamia que cubre el conjunto de los fenómenos a los que
están en juego, hay dos polos donde este carácter es llevado al punto más eminente, como lo subraya
bien el texto de Schreber, dos tipos de fenómenos donde se dibuja el neologismo: la intuición y la
formula. La intuición delirante es un fenómeno pleno que tiene para el sujeto un carácter inundaste,
que lo colma. Le revela una perspectiva nueva cuyo sello original, cuyo saber particular subraya, tal
como lo hace Schereber cuando habla de la lengua fundamental a la que su experiencia lo introdujo.
Allí la palabra, es el alma de la situación. En el extremo opuesto, tenemos la forma que adquiere la
significación cuando ya no remite a nada. Es la fórmula que se repite, re reitera, se machaca con
insistencia estereotipada. Podemos llamarla, en oposición a la palabra, el estribillo. Ambas formas, la
más plena y la más vacía, detienen la significación, son una especie de plomada en la red del
discurso del sujeto.

Característica estructural que, en el abordaje clínico, permite reconocer la rúbrica del delirio. Porque
estos enfermos hablan nuestro mismo lenguaje, sino hubiese este elemento nada sabríamos acerca de
ellos. La economía del discurso, la relación de significación a significación, la relación de su
discurso con el ordenamiento común del discurso, es por lo tanto lo que permite distinguir que se
trata de un delirio.

El único modo de abordaje conforme con el descubrimiento freudiano es formular la pregunta en el


registro mismo en que el fenómeno aparece, vale decir en el de la palabra. En el registro de la
palabra crea toda la riqueza de la fenomenología de la psicosis, allí vemos todos sus aspectos,
descomposiciones, refracciones. La alucinación verbal, que es fundamental en ella, es precisamente
uno de los fenómenos más problemáticos de la palabra.

3- ¿qué distingue una palabra de un registro de lenguaje? Hablar es ante todo, hablar a otros. Para
nosotros, la estructura de la palabra, lo dije cada vez que tuvimos que emplear que este término en su
sentido propio, es que el sujeto recibe su mensaje del otro en forma invertida. La palabra plena,
esencial, la palabra comprometida, está fundada en la estructura. Tenemos de ella dos formas
ejemplares. La primera, es fides, la palabra que se da, el Tú eres mi mujer, o el Tú eres mi amo, que
quiere decir: tú eres lo que aún está en mi palabra, y esto, solo puedo afirmarlo tomando la palabra
en tu lugar. Esta palabra es una palabra que te compromete a ti. La unidad de la palabra en tanto
que fundante de la posición de ambos sujetos es ahí manifiesta.

El signo en el que se reconoce la relación de sujeto a sujeto y que la diferencia de la relación del
sujeto al objeto, es el fingimiento, revés de la fides. Están en presencia de un sujeto en la medida en
que lo que dice y hace puede suponerse haber sido dicho y hecho para engañarlos, con toda la
dialéctica que esto entraña, incluyendo en ella el que diga la verdad para que crea lo contrario. Lo
que el sujeto me dice está siempre en una relación fundamental con un engaño posible, donde me
envía o recibo el mensaje de forma invertida.

14
Por mi parte específico que es la palabra en tanto hablar al otro. Es hacer hablar al otro en cuanto tal.
Escribimos ese otro con una A mayúscula. La razón de la mayúscula es delirante.

La razón delirante es aquí la siguiente: Tú eres mi mujer: después de todo ¿Qué sabe uno? Tú eres mi
amo: de hecho, ¿Cómo estar seguro? El valor fundante de estas palabras esta precisamente en que lo
apuntado por el mensaje, así como lo manifiesto en el fingimiento, es que el Otro está ahí en tanto
que Otro absoluto. Absoluto, es decir que es reconocido, pero no conocido. Asimismo, lo que
constituye el fingimiento es que, a fin de cuentas, no saben si es o no un fingimiento. Esta incógnita
en la alteridad del Otro es lo que caracteriza esencialmente la relación de palabra en el nivel en que
es hablada al otro.

La comunicación desinteresada, en última instancia, no es sino un testimonio fallido, o sea, algo


sobre lo cual todo el mundo está de acuerdo. Todos saben que ese es el ideal de transmisión del
conocimiento. Todo el pensar de la comunidad científica está basado en la posibilidad de una
comunicación cuyo término se zanja en una experiencia respecto a la cual todo el mundo puede estar
de acuerdo. La instauración misma de la experiencia está en función del testimonio.

El hecho de que el mundo humano este cubierto de objetos se fundamenta en que el objeto del interés
humano es el objeto del deseo del otro ¿Cómo es eso posible? Porque el yo humano es el otro, y al
comienzo el sujeto está más cerca de la forma del otro que del surgimiento de su propia tendencia.
En el origen de él es una colección incoherente de deseos – este es el verdadero sentido de la
expresión cuerpo fragmentado- y la primera síntesis del ego es esencialmente alter-ego, esta
alienada. El sujeto humano deseante se constituye en torno a un centro que es el otro en tanto le
brinda su unidad, y el primer abordaje que tiene del objeto es el objeto en cuento objeto del deseo del
otro. En el objeto está incluida una alteridad primitiva, por cuanto primitivamente es objeto de
rivalidad y competencia. Solo interesa como objeto de deseo del otro.

El conocimiento paranoico es un conocimiento instaurado en la rivalidad de los celos, en el curso de


esa identificación primera que intente definir a partir del estadio del espejo. Esta base de rivalidad y
competencia en el fundamento del objeto es lo que es superado en la palabra, en la medida en que
concierne al tercero. La palabra es siempre pacto, nos entendemos, estamos de acuerdo: esto te toca
a ti, esto es mío, esto es esto y esto es lo otro. Pero el carácter agresivo de la competencia primitiva
deja su marca en toda especie de discurso sobre el otro con minúscula, sobre el Otro en cuanto
tercero, sobre el objeto.

Esta dialéctica entraña siempre la posibilidad de que yo sea intimado a anular al otro. Por una
sencilla razón: como el punto de partida de esta dialéctica es mi alienación en el otro, hay un
momento en que puedo estar en posición de ser a mi vez anulado porque el otro no está de acuerdo.
La dialéctica del inconsciente implica como una de sus posibilidades la lucha, la imposibilidad de
coexistencia con el otro. Aquí aparece la dialéctica del amo y del esclavo.

4- Esta distinción ente el Otro con mayúsculas, es decir, el Otro en tanto no es conocido, y el otro
con minúscula, vale decir el otro que es yo, fuente de todo conocimiento, es fundamental. En este
intervalo, en el ángulo abierto entre ambas relaciones debe ser situada toda la dialéctica del delirio.
La pregunta es la siguiente: en primer término ¿el sujeto les habla?, en segundo ¿de qué habla? Habla
de él sin duda, pero primero de un objeto diferente a los demás, de un objeto que está en la

15
prolongación de la dialéctica dual: les habla de algo que le habló. El fundamento mismo de la
estructura paranoia es que el sujeto comprendió algo que él formula, a saber, que algo adquirió
forma de palabra y le habla.

Deben notar desde ya la diferencia de nivel que hay entre la alienación como forma general de lo
imaginario, y la alienación en la psicosis. No se trata de identificación, sencillamente, o de un
decorado que se inicia hacia el lado del otro con minúscula. A partir del momento en que el sujeto
habla hay un Otro con mayúscula. Si no, el problema de la psicosis no existiría. Los psicóticos serian
maquinas con palabras.

Toman en consideración su testimonio precisamente por cuanto les habla. El asunto es saber cuál es
la estructura de ese ser que le habla, que todo el mundo está de acuerdo en definir como
fantasmatico. Es, precisamente, el S en el sentido que lo entiende el análisis pero un S más un punto
de interrogación ¿Cuál es esa parte, en el sujeto, que habla? El análisis dice: es el inconsciente.
Naturalmente, para que la pregunta tenga sentido, es necesario haber admitido que el inconsciente es
algo que habla en el sujeto, más allá del sujeto, e incluso cuando el sujeto no lo sabe, y que dice más
de lo que supone… El análisis dice que en la psicosis eso es lo que habla.

Hay muchas maneras de decir yo (je) lo amo. Freud dice que hay 3 funciones y 3 tipos de delirios y
eso funciona. El primer modo de negación es decir: no soy yo quien lo ama, es ella. El segundo: no
es a él a quien amo, es a ella. A este nivel la defensa no es suficiente para el sujeto paranoico, hace
falta que intervenga la proyección. Tercera opción: Yo no lo amo, lo odio. Aquí no basta la
inversión, es necesario que intervenga también el mecanismo de proyección: él me odia. En este
punto hemos llegado al delirio de persecución.

Tomemos el yo (je) lo amo en término de mensaje. En el primer caso, es ella quien lo ama, el sujeto
hace que su mensaje lo lleve otro. Esta alienación con toda seguridad nos ubica en el plano del otro
con minúscula: el ego habla por intermedio del alter ego, quien, en el intervalo, cambió de sexo. Nos
limitaremos a comprobar la alienación invertida. En el delirio de celos, se encuentra en un primer
plano esa identificación al otro con una inversión del signo de sexualización.

Por otra parte, al analizar la estructura de este modo, observan que en todo caso no se trata de
proyección en el sentido en que esta puede ser integrada a un mecanismo de neurosis. Esta
proyección neurótica consiste efectivamente en imputar las propias infidelidades al otro: cuando se
está celoso de la propia mujer es porque uno mismo tiene algunos pecadillos que reprocharse. No se
puede hacer intervenir el mismo mecanismo en el delirio de celos donde la persona con que están
identificadas por una alineación invertida, a saber, vuestra propia esposa, es la mensajera de vuestro
sentimiento frente, ni siquiera a otro hombre, sino como lo muestra la clínica, a un número de
hombres maso menos indefinidos. El delirio de celos propiamente paranoide es indefinidamente
repetible, vuelve a surgir en todos los rodeos de la experiencia, y puede implicar aproximadamente a
todos los sujetos que aparecen en el horizonte, e incluso a los que no aparecen en él.

Ahora, no es a él a quien yo amo, es a ella. Es otro tipo de alienación, no invertida, sino divertida. El
otro al que se dirige el erotómano es muy singular, porque el sujeto no tiene con él relación concreta
alguna, aunque se haya podido efectivamente hablar de vinculo místico o de amor platónico. Muy a
menudo es un objeto alejado, con el cual al sujeto le basta comunicarse por una correspondencia que

16
ni siquiera sabe si llega o no a destino. Lo menos que se puede decir es que hay alienación divertida
del mensaje. La despersonalización del otro con que se acompaña se manifiesta en la resistencia
heroica ante todas las pruebas, como se expresan los erotómanos mismos. El delirio erotomaníaco se
dirigía a un otro tan naturalizado que llega a agrandarse hasta adquirir las dimensiones del mundo, ya
que el interés universal que se adjudica a la aventura, como se expresaba Clarambault, es uno de sus
elementos esenciales.

En el tercer caso estamos ante algo que se acerca mucho más a la denegación. Es una alienación
convertida, en el sentido de que el amor se transformó en odio. La alteración profunda de todo el
sistema del otro, su desaceleración, el carácter extensivo de las interpretaciones sobre el mundo,
muestran aquí la perturbación propiamente imaginaria llevada al máximo.

IV: “Vengo del Fiambrero”.

Intentaré enfatizar que diferencia a la psicosis y a las neurosis a lo que hace a los trastornos que
ambas producen en las relaciones del sujeto con la realidad; haciendo alusión a los textos de Freud.
Es también una manera fina y estructurada de recordar qué se debe entender a propósito de las
neurosis por represión.

1- En particular el carácter clínico del psicótico se distingue por una relación profundamente
pervertida con la relación que se denomina un delirio. Ésta gran diferencia de organización o des-
organización debe tener dice Freud una profunda razón estructural.

Cuando hablamos de neurosis hacemos cumplir cierto papel a una huida, a una evitación, donde un
conflicto con la realidad tiene su parte. Se intenta designar a la función de la realidad en el
desencadenamiento de la neurosis mediante la noción de traumatismo, que es una noción etiológica.
Esto es una cosa, pero otra cosa es el momento de la neurosis en que se produce en el sujeto cierta
ruptura con la realidad ¿De qué realidad se trata? Freud subraya que de la realidad psíquica.
Entramos en una distinción. Realidad no es homónimo de realidad exterior. En el momento en que
se desencadena su neurosis el sujeto elide, escotomiza una parte de su realidad psíquica, o, en otro
lenguaje. ¿Cómo? De manera simbólica.

Freud evoca que ese depósito que el sujeto pone aparte en la realidad, y en el que conserva recursos
destinados a la construcción del mundo exterior: allí es donde la psicosis toma su material. La
neurosis, es algo muy diferente porque la realidad que el sujeto elidía en determinado momento,
intenta hacerla volver a surgir prestándole una significación particular, un sentido secreto que
llamaremos simbólico. Freud no enfatiza esto.

Muchos pasajes en la obra de Freud dan fe de la necesidad de una plena articulación del orden
simbólico que está en juego en las neurosis. A ella le opone la psicosis, donde en un momento hubo
ruptura, agujero, desgarro, hiancia, pero con la realidad exterior. En la neurosis es, en un segundo
tiempo, y en la medida en que la realidad no es re-articulada plenamente de manera simbólica en el
mundo exterior, cuando se produce en el sujeto huida parcial de la realidad, secretamente

17
conservada. En la psicosis en cambio, es verdaderamente la realidad misma la que esta primero
provista de un agujero, que luego el mundo fantasmatico vendrá a colmar. ¿Podemos contentarnos
con una definición tan simple, con una oposición tan somera entre neurosis y psicosis? De ningún
modo. Y Freud precisa que no basta con ver cómo están hechos los síntomas, que aún es necesario
descubrir su mecanismo de formación. Partamos de la idea de que un agujero, un punto de ruptura en
la estructura del mundo exterior está colmado por el fantasma psicótico. ¿Cómo explicarlo?
Utilizando el mecanismo de proyección.

Les daré otra cita del caso Schreber. En el momento en que Freud explica el mecanismo de
proyección que podría dar cuenta de la reaparición del fantasma de la realidad, se detiene, para
observar que en este caso no podemos hablar pura y simplemente de proyección. Freud: es
incorrecto decir que la sensación anteriormente reprimida es proyectada de nuevo hacia el mundo
exterior, esto es lo reprimido y el retorno de lo reprimido. Deberíamos decir más bien que lo
rechazado retorna del exterior.

Sería mejor abandonar el término de proyección. Aquí está en juego algo que nada tiene que ver
con esa proyección psicológica por la cual, por ejemplo, recibimos todo lo que hacen aquellos hacia
los cuales tenemos sentimientos algo mezclados, con al menos alguna perplejidad en lo tocante a sus
intenciones. La proyección en la psicosis es muy diferente a todo esto, es el mecanismo que hace
retornar del exterior lo que está preso en el rechazo, o sea lo que ha sido dejado fuera de la
simbolización general que estructura al sujeto.

2- Ejemplo de “Vengo del fiambrero” si me dicen que hay algo que entender ahí, puedo articular una
referencia al cochino. Ella estaba muy de acuerdo, era lo que quería que comprendiese. Solo que es
precisamente lo que no hay que hacer. Lo que debe interésanos es saber porque, justamente, quería
que el otro comprendiera eso, y porque no se lo decía claramente sino por alusión. Si comprendo
paso, no me detengo en eso, porque ya comprendí. Esto les pone de manifiesto que es entrar en el
juego del paciente: es colaborar con su resistencia. La resistencia del paciente siempre es la de uno.

Él le dijo “marrana” dirían ustedes que el sujeto recibe su mensaje de forma invertida, precisamente
no es eso. Es un hombre casado, amante de una muchacha que es amiga de nuestra enferma. Las
relaciones de nuestra paciente con esta pareja son ambiguas, son personajes persecutorios y hostiles.

¿Qué es marrana? Es, en efecto, su mensaje, ¿No es más bien su propio mensaje? Al comienzo de
todo lo dicho, tenemos la intrusión de la susodicha vecina en la relación de estas 2 mujeres aisladas,
que permanecieron estrechamente unidas en la existencia, que no pudieron separarse en el momento
del casamiento de la más joven que huyeron súbditamente de la dramática situación que parece
haberse creado en las relaciones conyugales de la joven, debido a las amenazas de su marido, el cual,
según los certificados médicos, quería cortarla en pedazos. Tenemos ahí la impresión de que la
injuria del caso se ajusta con el proceso de defensa vía expulsión, a la que se sintieron obligadas a
proceder en relación a la vecina, considerada como primordialmente invasora. Venía a golpear la
puerta siempre que estaban arreglándose, o en el momento en que comenzaban algo, mientras
estaban cenando o leyendo. Se trataba ante todo de alejar a esta persona esencialmente propensa a la
intrusión. Las cosas solo se volvieron problemáticas cuando esa expulsión, ese rechazo, esa negativa
se realizó plenamente, quiero decir en el momento en que realmente la pusieron de patitas en la calle.

18
Este análisis permite comprender que la paciente se siente rodeada de sentimientos hostiles. Pero el
problema no es ese. Lo importante es que “marrana” haya sido escuchado realmente, en lo real.
¿Quién habla? Ya que hay alucinación, es la realidad la que habla. Nuestras premisas lo implican, si
planteamos que la realidad está constituida por sensaciones y percepciones. Al respecto no hay
ambigüedad, no dice “tuve la impresión de que me respondía: marrana. Dice: “dije vengo del
fiambrero y él me dijo marrana”.

El interés de las observaciones que hice la vez pasada sobre el otro y el Otro era hacerles notar que
cuando el Otro con mayúsculas habla, no es pura y simplemente la realidad ante la cual están, saber
el individuo que articula. El Otro está más allá de esa realidad. En la verdadera palabra, el Otro, es
aquello ante lo cual se hacen reconocer. Pero solo pueden hacerse reconocer por él porque él está de
antemano reconocido. Debe estar reconocido para que puedan hacerse reconocer. Esta dimensión
suplementaria, la reciprocidad, es necesaria para que valga eso palabra cuyos ejemplos típicos di,
“Tu eres mi amo” “Tu eres mu mujer.” Diciéndole a alguien “tú eres mi mujer” o también la palabra
mentirosa, que siendo lo contrario, supone de igual modo el reconocimiento de un Otro absoluto, al
que se apunta más allá de todo lo que pueden conocer.

Diciéndole a alguien “Tú eres mi mujer” implícitamente le dicen yo soy tu hombre, pero primero le
dicen tu eres mi mujer, vale decir que la instituyen en la posición de ser reconocida por ustedes,
mediante lo cual podrá reconocerlos. Esta palabra es entonces siempre un más allá del lenguaje. Un
compromiso como este, al igual que cualquier otra palabra, así fuese una mentira, condiciona todo el
discurso que va a seguir y aquí, entiendo que discurso incluye actos, gestiones, contorsiones de las
marionetas presas del juego, y la primera son ustedes mismos. En otros términos cuando una
marioneta habla, no habla ella sino alguien que está detrás.

Nuestra paciente no dice que otro habla detrás de él, ella recibe de él su propia palabra, pero no
invertida, su propia palabra está en el otro que es ella misma, el otro con minúscula, su reflejo en su
espejo, su semejante. Marrana surge en ping-pong y ya no se sabe dónde tuvo el primer saque. Que
la palabra se expresa en lo real quiere decir que se expresa en la marioneta. El Otro en juego en esta
situación no está más allá de la pareja, está más allá del sujeto mismo – es la estructura de la alusión:
se indica a sí misma en un más allá de lo que dice -.

El a con minúscula, es el señor con quien se encuentra en el pasillo, la A con mayúscula no existe, a’
minúscula es quien dice “vengo del fiambrero”. ¿Y de quien se dice vengo del fiambrero? De S, a
minúscula le dijo marrana. La persona que nos habla, y que hablo, en tanto delirante, a’, recibe sin
duda en algún lado su propio mensaje en forma invertida, del otro con minúscula, y lo que ella dice
concierne al mismo más allá que ella misma es en tanto sujeto, y del cual, por definición,
sencillamente porque es sujeto humano, solo puede hablar por alusión.

Solo hay 2 maneras de hablar de ese S, de ese sujeto que somos radicalmente; o bien dirigirse
verdaderamente al Otro, y recibir de él el mensaje que lo concierne a uno en forma invertida; o bien
indicar su dirección, su existencia bajo la forma de alusión. Si esta mujer es estrictamente una
paranoica, es que el ciclo, para ella, entraña una exclusión del gran Otro. El circuito se cierra sobre lo
pequeños otros que son la marioneta que esta frente a ella, que habla, y en la que resuena su mensaje,
y ella misma, quien en tanto que yo, es siempre otro y habla por alusión. Esto es lo importante.
Habla tan bien por alusión que no sabe que dice ¿Qué dice? Dicen “vengo del fiambrero”. Ahora
19
bien, ¿Quién viene del fiambrero? Un cochino cortado en pedazos. Ella no sabe lo que dice, pero de
todos modos lo dice. Le dice sobre si misma a ese otro a quien le habla: “yo, la marrana, vengo del
fiambrero, ya estoy disyunta, cuerpo fragmentado, membrana disjecta, delirante, y mi mundo se cae
en pedazos igual que yo”.

En la palabra verdadera, por el contrario, la alocución es la respuesta. La consagración del Otro


como mi mujer o mi amo es lo que responde a la palabra, luego, en este caso, la respuesta presupone
la alocución. El otro está excluido verdaderamente en la palabra delirante, no hay verdad por detrás,
hay tan poca que el sujeto mismo no le atribuye verdad alguna, y esta frente a este fenómeno, bruto a
fin de cuentas, en una realidad de perplejidad. Estando pues verdaderamente excluido el otro, lo que
concierne al sujeto es dicho realmente por el pequeño otro, por sombras de otro, o como se expresara
nuestro Schreber para designar a todos los seres humanos que encuentra, por hombrecitos mal
paridos o hechos a la ligera. El pequeño otro presenta, en efecto, un carácter irreal, tendiente a lo
irreal.

3- El discurso concreto es el lenguaje real, y eso, el lenguaje, habla. Los registros de lo simbólico y
de lo imaginario los encontramos en los otros dos términos con los que articula la estructura del
lenguaje, es decir el sdo y el ste.

Cuando habla, el sujeto tiene a su disposición el conjunto del material de la lengua, y a partir de allí
se forma el discurso concreto. Hay primero un conjunto sincrónico, la lengua en tanto sistema
simultaneo de grupos de oposiciones estructurados; tenemos después lo que ocurre diacrónicamente,
en el tiempo, que es el discurso. No podemos no poner el discurso en determinada dirección del
tiempo, dirección definida de manera lineal, dice Saussure. Le dejo la responsabilidad de esta
afirmación, no porque la creo falsa; fundamentalmente es cierto que no hay discurso sin cierto orden
temporal, y en consecuencia sin cierta sucesión concreta; aun cuando sea virtual.

La existencia sincrónica del ste está caracterizada suficientemente en el hablar delirante porque
algunos de sus elementos se aíslan, se hacen más pesado, adquieren un valor, una fuerza de inercia
particular, se carga de significación, de una significación a secas. El libro de Schreber está sembrado
de ellos.

Que marrana esté cargada de un sentido oscuro, cosa probable o no, con ello ya tenemos la
indicación de la disociación. Esta significación como toda significación que se respete remite a otra
significación, es precisamente lo que aquí caracteriza la alusión. Diciendo “vengo del fiambrero”, la
paciente nos indica que esto remite a otra significación. Desde luego, es un poco oblicuo, ella
prefiere que yo entienda. Cuídense de la gente que les dice: usted comprende. Siempre lo hacen para
que uno vaya a donde no había que ir. Es lo que ella hace: “usted comprende bien”, quiere decir que
ella misma no está muy segura de la significación, y que esta remite, no tanto a un sistema de
significación continua y ajustable, sino a la significación en tanto inefable, a la significación
intrínseca de su realidad propia, de su fragmentación personal.

Luego está lo real, la articulación real de verdad, que por un juego de manos paso al otro. La palabra
real, es decir la palabra en tanto articulada aparece en otro punto del campo, pero no en cualquiera,
sino en el otro, la marioneta, en tanto que elemento del mundo exterior.

20
Hay varias alteridades posibles. Existe la alteridad del Otro que corresponde al S, es decir el gran
Otro, sujeto que no conocemos, el Otro que es de esa índole de lo simbólico, el Otro al que nos
dirigimos más allá de lo que vemos. En el medio, están los objetos. Y luego, a nivel de la S hay algo
que es de la dimensión de lo imaginario, el yo y el cuerpo, fragmentado o no, pero más bien
fragmentado.

V. De un Dios que engaña y de uno que no engaña

¿Qué es la represión para el neurótico? Es una lengua, otra lengua que fabrica con sus síntomas, es
decir, si es un histérico o un obsesivo, con la dialéctica imaginaria de él y el otro. El síntoma
neurótico cumple el papel de la lengua que permite expresar la represión. Esto hace palpar realmente
que la represión y el retorno de lo reprimido son una única y sola cosa, el revés y el derecho de un
solo y único proceso.

1- En cuanto al caso del presidente Schreber podemos decir que este se expresó en el discurso común
para explicar lo que le ocurrió. Avanzamos en el análisis de las psicosis, a partir del conocimiento de
la importancia de la palabra en la estructuración de los síntomas psiconeuróticos. No decimos que la
psicosis tiene la misma etiología que la neurosis, tampoco decimos, que al igual que la neurosis es un
puro y simple hecho del lenguaje. Señalamos simplemente que es muy fecunda en cuanto lo que
puede expresar en el discurso. Prueba de ello es Schreber.

El presidente Schreber relata con toda claridad las primeras fases de su psicosis. Y nos da la
atestación de que entre el primer brote de lo psicótico, fase llamada no sin fundamento pre-psicótica,
y el apogeo de estabilización en que escribió su obra, tuvo un fantasma que se expresa con estas
palabras: “sería algo hermoso ser una mujer sufriendo el acoplamiento”. Subraya el carácter de
imaginación de este pensamiento que lo sorprende, precisando a la vez haberlo experimentado con
indignación. Hay ahí una suerte de conflicto moral. Estamos en presencia de un fenómeno que es un
fenómeno preconsciente. Pertenece a ese orden preconsciente que Freud hace intervenir en la
dinámica del sueño, y al que le da tanta importancia en la “Interpretación de los sueños”.

¿Qué relación hay entre la emergencia en el yo – de una manera, lo subrayo, no conflictiva – el


pensamiento “seria hermoso ser una mujer sufriendo el acoplamiento”, y la concepción en la que
florecerá el delirio llegado a su punto culminante, a saber, que el hombre debe ser la mujer
permanente de Dios? Hay razones para relacionar ambos términos: la 1° aparición de ese
pensamiento que atraviesa la mente de Schreber, aparentemente sano entonces, y el estado terminal
del delirio que lo sitúa a él como ser completamente feminizado, una mujer frente a un personaje
omnipotente con el que tiene relaciones eróticas permanentes.

No está dicho de antemano que los mecanismos en causa sean homogéneos a los mecanismos que
encontramos habitualmente en las neurosis, principalmente la represión. Desde luego, para
percatarnos de ello debemos comenzar por comprender que quiere decir la represión, a saber, que
está estructurada como un fenómeno del lenguaje. Está planteada la pregunta de saber si nos
encontramos ante un mecanismo propiamente psicótico que sería imaginario y que iría, desde el
primer atisbo de una identificación y de una captura en la imagen femenina, hasta el florecimiento de
un sistema del mundo donde el sujeto está absorbido completamente en su imaginación de
identificación femenina.

21
2- Podemos en el seno mismo del fenómeno de la palabra integrar los 3 planos de lo simbólico,
representado por el ste, de lo imaginario representado por la significación, y de lo real que es el
discurso realmente pronunciado en su dimensión diacrónica.

El sujeto dispone de todo un material ste que es su lengua, materna o no, y lo utiliza para hacer que
las significaciones pasen a lo real. No es lo mismo capturado en una significación y expresarla en un
discurso destinado a comunicarla, que ponerla de acuerdo con las demás significaciones
diversamente admitidas. En este término admitido, está el resorte de lo que hace del discurso común,
un discurso comúnmente admitido. La noción de discurso es fundamental.

En el esquema de 3 entradas, localice las diferentes relaciones en las cuales podemos analizar el
discurso delirante. Este esquema, es la condición fundamental de toda relación. En sentido vertical,
tenemos el registro del sujeto, de la palabra y del orden de la alteridad en cuanto tal, del Otro. El
punto pivote de la función de la palabra es la subjetividad del Otro, es decir el hecho de que el Otro,
al igual que el sujeto, es capaz de convencer y mentir. Para que algo, pueda referirse respecto al
sujeto y al Otro, algún fundamento en lo real, es necesario que haya en algún lado algo, que no
engañe. El correlato dialectico de la estructura fundamental que hace de la palabra de sujeto a sujeto
una palabra que puede engañar, es que también haya algo que no engañe.

3 - Lectura de las Memorias de un neurópata, págs. 25-30.

El punto de partida de la noción de Dios en Schreber, está vinculado a su discurso más reciente, en el
que sistematiza su delirio para comunicárnoslo. ¿Quién va a atraer hacia sí más rayos, él o ese Dios
con el que tiene una perpetua relación erótica? ¿Va Schreber a conquistar el amor de Dios hasta
poner en peligro su existencia, o va Dios a poseer a Schreber y luego dejarlo plantado?

En su experiencia, hay divergencia entre el Dios que para él es el revés del mundo y por otra parte,
ese Dios con el cual tiene relaciones cual si fuese un organismo viviente, el Dios viviente como lo
llama. Si se le presenta la contradicción entre estos 2 términos, por supuesto que no es en un plano de
lógica formal. No hay contradicción lógica, hay una contradicción vivida, seriamente planteada y
vivazmente experimentada por el sujeto, entre el Dios casi espinoziano, cuyo esbozo imaginario
conserva, y ese que mantiene con él esa relación erótica de la que le da fe perpetuamente. Nuestro
trabajo es situar estructuralmente el discurso que da fe de las relaciones eróticas del sujeto con el
Dios viviente, que es también el que por intermedio de esos rayos divinos le habla, expresándose en
esa lengua desestructurada desde el punto de vista de la lengua común, pero a sí mismo reestructurad
sobre relaciones más fundamentales, que él llama la LENGUA FUNDAMENTAL.

Continuación de la lectura

No podemos dejar de percibir aquí el vínculo de la relación imaginaria con los rayos divinos. Freud
insiste sobre la existencia de una doble polaridad: sin duda algo está reprimido, rechazado, pero es
también atraído por lo que ya fue reprimido anteriormente. Esta analogía se reconoce con el
sentimiento expresado por Schreber en su experiencia.

22
Continuación de la lectura

La relación psicótica en su grado último de desarrollo, implica la introducción de la dialéctica


fundamental del engaño en una dimensión transversal con respecto a la relación auténtica. El sujeto
puede hablarle al Otro en tanto se trata con él de fe o de fingimiento, pero aquí es en la dimensión de
un imaginario padecido, característica fundamental de lo imaginario, donde se produce como un
fenómeno pasivo, como una experiencia vivida del sujeto, ese ejercicio permanente del engaño que
llega a subvertir cualquier orden, mítico o no, en el pensamiento mismo. Que el mundo tal como lo
verán desarrollarse en el discurso del sujeto se transforme en lo que llamamos una fantasmagoría,
pero que para él es lo más cierto de su vivencia, se debe a ese juego de engaño que mantiene, no con
otro que sería su semejante, sino con ese ser primero, garante mismo de lo real.

Tendremos que estructurar la relación de lo que garantiza lo real en el otro, es decir, la presencia y la
existencia del mundo estable de Dios, con el sujeto Schreber en tanto realidad orgánica, cuerpo
fragmentado. Pero el pivote de estos fenómenos, es la ley, que aquí está enteramente en la dimensión
imaginaria. La llamo transversal, porque se opone diagonalmente a la relación de sujeto a sujeto, eje
de la palabra en su eficacia.

VI. El fenómeno psicótico y su mecanismo

Ustedes son técnicos. Pero técnicos que existen en el seno de este descubrimiento. Puesto que esta
técnica se desenvuelve a través de la palabra, el mundo en que les toca moverse en su experiencia
está incurvado por dicha perspectiva. Intentemos, al menos, estructurarla correctamente.

A esta exigencia responde mi pequeño cuadrado, que va del sujeto al otro, y en cierto modo de lo
simbólico a lo real, sujeto, yo, cuerpo y en sentido inverso, hacia el Otro con mayúscula de la
intersubjetividad, el Otro que no aprehenden en tanto es sujeto, es decir, en tanto puede mentir, el
Otro, en cambio, que siempre está en su lugar, el Otro de los astros, o si prefieren el sistema estable
del mundo, del objeto, y entre ambos, de la palabra con sus tres etapas, del significante, de la
significación y del discurso.

No es un sistema del mundo, es un sistema de orientación de nuestra experiencia: ella se estructura


así, y en su seno podemos situar las diversas manifestaciones fenoménicas con que nos encontramos.

Un sujeto normal se caracteriza precisamente por nunca tomar del todo en serio cierto número de
realidades cuya existencia reconoce. Indudablemente, para el sujeto normal la certeza es la cosa más
inusitada. Si se hace preguntas al respecto, se percatará de que es estrictamente correlativa de una
acción en la que está empeñado.

No me extenderé al respecto, porque nuestro objetivo aquí no es hacer la psicología y la


fenomenología de lo más cercano. Como ocurre siempre, tenemos que alcanzarla dando un rodeo,
por lo más lejano, que hoy es el loco Schreber.

1 - Seamos algo prudentes y nos daremos cuenta de que Schreber tiene en común con los demás
locos un rasgo que siempre volverán a encontrar en los datos más inmediatos; por esta razón
hago presentaciones de enfermos. Los psicólogos, por no frecuentar de verdad al loco, se formulan el

23
falso problema de saber por qué cree en la realidad de su alucinación. Antes habría que precisar esa
creencia, pues, a decir verdad, en la realidad de su alucinación, el loco no cree.

Lo que está en juego no es la realidad. El sujeto admite, por todos los rodeos explicativos
verbalmente desarrollados que están a su alcance, que esos fenómenos son de un orden distinto a lo
real, sabe bien que su realidad no está asegurada, incluso admite hasta cierto punto su irrealidad.
Pero, a diferencia del sujeto normal para quien la realidad está bien ubicada, él tiene una certeza:
que lo que está en juego—desde la alucinación hasta la interpretación—le concierne.

En él, no está en juego la realidad, sino la certeza. Aún cuando se expresa en el sentido de que lo que
experimenta no es del orden de la realidad, ello no afecta a su certeza, que es que le concierne.

Esto constituye lo que se llama, con o sin razón, fenómeno elemental, o también -fenómeno más
desarrollado- la creencia delirante.

Un fenómeno central del delirio de Schreber, que puede considerarse incluso inicial en la
concepción que se hace de esa transformación del mundo que constituye su delirio, es lo que llama,
el asesinato del alma. Ahora bien, él mismo lo presenta como completamente enigmático.

Es cierto que el capítulo II de las Memorias, que explicaba las razones de su neuropatía y
desarrollaba la noción de asesinato del alma, está censurado. Lo fundamental no es que nosotros
hayamos perdido, a causa de esa censura, la oportunidad de comprender tal o cual de sus
experiencias afectivas en relación a sus familiares, sino que él, el sujeto, no la comprenda, y que,
sin embargo, la formule.

¿Qué podrá ser asesinar un alma? Por otra parte, saber diferenciar el alma de todo lo que tiene que
ver con ella no le es dado a cualquiera, pero sí en cambio a este delirante, con un matiz de
certeza que confiere a su testimonio un relieve esencial.

Debemos reparar en estas cosas, y no perder de vista su carácter distintivo, si queremos comprender
lo que sucede verdaderamente, y no sacarnos de encima el fenómeno de la locura con ayuda de una
palabra clave o de esa oposición entre realidades y certeza.

Basta leer el texto de Freud sobre el presidente Schreber para darse cuenta de que, a pesar de no tener
tiempo para abordar el asunto en toda su extensión, él muestra los peligros que se corren, a
propósito de la paranoia, haciendo intervenir de modo imprudente la proyección, la relación de
yo a yo, o sea del yo al otro.

Diré aún más: a medida que el delirante asciende la escala de los delirios, está cada vez más seguro
de cosas planteadas como cada vez más irreales. La paranoia se distingue en este punto de la
demencia precoz: el delirante articula con una abundancia, una riqueza, que es precisamente
una de sus características clínicas esenciales, que si bien es una de las más obvias, no debe sin
embargo descuidarse. Las producciones discursivas que caracterizan el registro de las paranoias
florecen en producciones literarias. Observen que este hecho aboga a favor del mantenimiento de
cierta unidad entre los delirios quizá prematuramente aislados como paranoicos, y las formaciones
que la nosología clásica llama parafrenias.

24
Conviene sin embargo que adviertan lo que le falta al loco en este caso, por más escritor que sea,
incluyendo a este presidente Schreber, que nos brinda una obra tan cautivante por su carácter
completo, cerrado, pleno, logrado.

El mundo que describe está articulado en conformidad con la concepción alcanzada luego del
momento del síntoma inexplicado que perturbó profunda, cruel y dolorosamente su existencia.
Según dicha concepción, que le brinda por lo demás cierto dominio de su psicosis, él es el correlato
femenino de Dios. Con ello todo es comprensible, todo se arregla, y diría aún más, todo se arreglará
para todo el mundo, ya que él desempeña así el papel de intermediario entre una humanidad
amenazada hasta lo más recóndito de su existencia, y ese poder divino con el que mantiene vínculos
tan singulares. Todo se arregla en la Versöhnung, la reconciliación que lo sitúa como la mujer
de Dios. Su relación con Dios, tal como nos la comunica es rica y compleja; con todo, no puede dejar
de impactarnos el hecho de que su texto nada entraña que indique la menor presencia, la menor
efusión, la menor comunicación real, nada que dé idea de una verdadera relación entre dos seres.

Digamos que el largo discurso con que Schreber da fe de lo que finalmente resolvió admitir como
solución de su problemática, no da en lado alguno la impresión de una experiencia original en la que
el sujeto mismo esté incluido: es un testimonio, valga la palabra, verdaderamente objetivado.

¿Sobre qué versan estos testimonios delirantes? No digamos que el loco es alguien que prescinde del
reconocimiento del otro. Si Schreber escribe esa enorme obra es realmente para que nadie
ignore lo que experimentó, e incluso para que, eventualmente, los sabios verifiquen la presencia de
los nervios femeninos que penetran progresivamente en su cuerpo, objetivando así la relación única
que ha sido la suya con la realidad divina. Es algo que de hecho se propone como un esfuerzo por
ser reconocido. Tratándose de un discurso publicado, surge el interrogante acerca de qué querrá
decir realmente, en ese personaje tan aislado por su experiencia que es el loco, la necesidad de
reconocimiento. El loco parece distinguirse a primera vista por el hecho de no tener necesidad de ser
reconocido. Sin embargo, esa suficiencia que tiene en su propio mundo, la auto-comprehensibilidad
que parece caracterizarlo, no deja de presentar algunas contradicciones.

Podemos resumir la posición en que estamos respecto a su discurso cuando lo conocemos, diciendo
que es sin duda escritor más no poeta.

¿Qué diríamos, a fin de cuentas, del delirante? ¿Está sólo? Tampoco es esa nuestra impresión,
porque está habitado por toda suerte de existencias, improbables sin duda, pero cuyo carácter
significativo es indudable, dato primero, cuya articulación se vuelve cada vez más elaborada a
medida que su delirio avanza. Es violado, manipulado, transformado, hablado de todas las maneras,
y diría, charloteado. Lean en detalle lo que él dice sobre los pájaros del cielo, como los llama, y su
chillido. Realmente de eso se trata: él es sede de una pajarera de fenómenos, y este hecho le inspiró
la enorme comunicación que es la suya, ese libro de alrededor de quinientas páginas, resultado de
una larga construcción que fue para el la solución de su aventura interior.

Al inicio, y en tal o cual momento, la duda versa sobre aquello a lo cual la significación remite, pero
no tiene duda alguna de que remite a algo. En un sujeto como Schreber, las cosas llegan tan lejos que
el mundo entero es presa de ese delirio de significación, de modo tal que puede decirse que, lejos de
estar solo, él es casi todo lo que lo rodea.

25
En cambio, todo lo que él hace ser en esas significaciones esta, de alguna manera, vaciado de su
persona. Lo articula de mil maneras, y especialmente por ejemplo, cuando observa que Dios, su
interlocutor imaginario, nada comprende de todo cuanto esta dentro, de todo lo que es de los seres
vivos, y que sólo trata con sombras o cadáveres. Por eso mismo todo su mundo se transformó en una
fantasmagoría de sombras de hombres hechos a la ligera, dice la traducción.

2 - A la luz de las perspectivas analíticas, se nos abren varios caminos a fin de comprender cómo una
construcción así puede producirse en un sujeto.

La defensa es una categoría - introducida muy tempranamente en análisis- que ocupa hoy el primer
plano. Se considera al delirio una defensa del sujeto. Las neurosis, por otra parte, se explican de
igual modo.

El sujeto se defiende, mostrémosle contra que se defiende. Una vez que se colocan en esta
perspectiva, enfrentan múltiples peligros y, en primer término, el de marrar el plano en que debe
hacerse vuestra intervención. En efecto, deben distinguir siempre severamente el orden en que se
manifiesta la defensa.

Supongamos que esa defensa es manifiestamente del orden simbólico, y que pueden elucidarla en el
sentido de una palabra en sentido pleno, vale decir, que atañe en el sujeto al significante y al
significado. Si el sujeto presentifica ambos ste y sdo, entonces, en efecto, pueden intervenir
mostrándole la conjunción de ese ste y ese sdo. Pero tan sólo si ambos están presentes en su discurso.
Si no están los dos, si ustedes tienen la sensación de que el sujeto se defiende contra algo que
ustedes ven y él no, es decir, que ven de manera clara que el sujeto distorsiona la realidad, no
basta la noción de defensa para permitirles enfrentar al sujeto con la realidad.

Confirmo el acting-out como equivalente a un fenómeno alucinatorio de tipo delirante que se


produce cuando uno simboliza prematuramente, cuando uno aborda algo en el orden de la realidad, y
no en el seno del registro simbólico. El analista debe esperar frente a eso lo que el sujeto le
proporcionara, antes de hacer intervenir su interpretación.

3- La observación del presidente Schreber muestra en forma amplificada cosas microscópicas. Esto
es justamente lo que me va a permitir aclarar lo que Freud formulo de la manera más clara a
propósito de la psicosis, sin llegar hasta el final, porque en su época el problema no había alcanzado
el grado de agudeza, de urgencia, que tiene en la nuestra en lo tocante a la practica analítica. Dice,
frase esencial que cite innumerables veces: algo que fue rechazado del interior reaparece en el
exterior.

Les propongo articular el problema en los siguientes términos. Previa a toda simbolización —esta
anterioridad es lógica no cronológica— hay una etapa, lo demuestran las psicosis, donde puede
suceder que parte de la simbolización no se lleve a cabo. Esta etapa primera precede toda la
dialéctica neurótica, fundada en que la neurosis es una palabra que se articula, en tanto lo reprimido
y el retorno de lo reprimido son una sola y única cosa. Puede entonces suceder que algo
primordial en lo tocante al ser del sujeto no entre en la simbolización, y sea, no reprimido, sino
rechazado.

26
El niñito al que ven jugando a la desaparición y retorno de un objeto, ejercitándose así en la
aprehensión del símbolo, enmascara, el hecho de que el símbolo ya está ahí.

En la relación del sujeto con el símbolo, existe la posibilidad de una Verwerfung (forclusión)
primitiva, a saber, que algo no sea simbolizado, que se manifestara en lo real.

Es esencial introducir la categoría de lo real, es imposible descuidarla en los textos freudianos. Le


doy ese nombre en tanto define un campo distinto al de lo simbólico. Sólo con esto es posible
esclarecer el fenómeno psicótico y su evolución.

A nivel de esa Bejahung (afirmación), pura, primitiva, que puede o no llevarse a cabo, se establece
una primera dicotomía: aquello que haya estado sometido a la Bejahung, a la simbolización
primitiva, sufrirá diversos destinos; lo afectado por la Verwerfung (rechazo) primitiva sufrirá otro.

Les mostraré luego las dificultades que la comprensión del caso Schreber presenta, y la necesidad de
esta articulación inicial.

En el origen hay pues Bejahung, a saber, afirmación de lo que es, o Verwerfung.

Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más
disparatado que la realidad humana. Si creen tener un yo bien adaptado, razonable, que sabe
navegar, reconocer lo que debe y lo que no debe hacer, tener en cuenta las realidades, sólo queda
apartarlos de aquí. El psicoanálisis, coincidiendo al respecto con la experiencia común, muestra que
no hay nada más necio que un destino humano, o sea, que siempre somos estafados. Aún cuando
tenemos éxito en algo que hacemos, precisamente no es eso lo que queríamos. No hay nada más
desencantado que quien supuestamente alcanza su ensueño dorado, basta hablar tres minutos con él,
francamente, como quizá sólo lo permite el artificio del diván psicoanalítico, para saber que, a fin de
cuentas, el sueño es precisamente la bagatela que le importa un bledo, y que además está muy
molesto por un montón de cosas. El análisis es darse cuenta de esto, y tenerlo en cuenta.

En el seno de la Bejahung, ocurren toda clase de accidentes. Nada indica que la primitiva sustracción
haya sido realizada de manera adecuada. En todo caso, con todo lo que queda el sujeto se forja un
mundo, y, sobre todo, se ubica en su seno, es decir, se las arregla para ser aproximadamente lo que
admitió que era, un hombre cuando resulta ser del sexo masculino, o, a la inversa, una mujer.

Si lo coloco en primer plano, es porque el análisis subraya claramente que este es uno de los
problemas esenciales. Jamás olviden que nada de lo tocante al comportamiento del ser humano en
tanto sujeto, nada de aquello, sea lo que fuere, en que se realiza, en que es, lisa y llanamente, puede
escapar del sometimiento a las leyes de la palabra.

El descubrimiento freudiano nos enseña que las adaptaciones naturales están, en el hombre,
profundamente desconcertadas. No simplemente porque la bisexualidad desempeña en él un papel
esencial. Desde el punto de vista biológico esa bisexualidad no es extraña, dado que las vías de
acceso a la regularización y a la normalización son en el más complejas, y distintas, en comparación

27
con lo que observamos en general en los mamíferos y en los vertebrados. La simbolización, en otras
palabras, la Ley, cumple allí un papel primordial.

Si Freud insistió tanto en el complejo de Edipo que llegó hasta construir una sociología de tótems y
tabúes, es, manifiestamente, porque la Ley está ahí en el origen. Está excluido, en consecuencia,
preguntarse por el problema de los orígenes: la Ley esta ahí justamente desde el inicio, desde
siempre, y la sexualidad humana debe realizarse a través de ella. Esta Ley fundamental es
sencillamente una ley de simbolización. Esto quiere decir el Edipo.

En su seno, entonces, se producirá todo lo que puedan imaginar, en los tres registros de la
Verdichtung, de la Verdrängung y de la Verneinung (negación).

La Verdichtung es simplemente la ley del malentendido, gracias a la cual sobrevivimos. La


participación en la relación de la palabra, puede tener múltiples sentidos a la vez.

La Verdrängung, la represión, no es la ley del malentendido, es lo que sucede cuando algo no


encaja a nivel de la cadena simbólica. Cada cadena simbólica a la que estamos ligados entraña una
coherencia interna, que nos fuerza en un momento a devolver lo que recibimos a otro. Ahora bien,
puede ocurrir que no nos sea posible devolver en todos los planos a la vez, y que, en otros términos,
la ley nos sea intolerable. No porque lo sea en sí misma, sino porque la posición en que estamos
implica un sacrificio que resulta imposible en el plano de las significaciones. Entonces reprimimos:
nuestros actos, nuestro discurso, nuestro comportamiento. Pero la cadena, de todos modos, sigue
circulando por lo bajo, expresando sus exigencias, haciendo valer su crédito, y lo hace por
intermedio del síntoma neurótico. En esto es que la represión es el mecanismo de la neurosis.

La Verneinung es del orden del discurso, y concierne a lo que somos capaces de producir por vía
articulada. El así llamado principio de realidad interviene estrictamente a este nivel. Freud lo expresa
del modo más claro en tres o cuatro lugares de su obra, que recorrimos en distintos momentos de
nuestro comentario. Se trata de la atribución, no del valor de símbolo, Bejahung, sino del valor de
existencia. A este nivel, que Freud sitúa en su vocabulario como el de juicio de existencia, le asigna,
con una profundidad que se adelanta mil veces a lo que se decía en su época, la siguiente
carácterística: siempre se trata de volver a encontrar un objeto.

Toda aprehensión humana de la realidad está sometida a esta condición primordial: el sujeto
está en busca del objeto de su deseo, más nada lo conduce a él. La realidad en tanto el deseo la
subtiende es, al comienzo alucinada. La teoría freudiana del nacimiento del mundo objetal, de la
realidad, tal como es expresada al final de la Traumdeutung (LA INTERP DE LOS SUEÑOS), por
ejemplo, y tal como la retoma cada vez que ella está esencialmente en juego, implica que el sujeto
queda en suspenso en lo tocante a su objeto fundamental, al objeto de su satisfacción esencial.

Esta es la parte de la obra, del pensamiento freudiano, que retoman abundantemente todos los
desarrollos que actualmente se llevan a cabo sobre la relación pre-edípica, y que consisten, a fin de
cuentas, en decir que el sujeto siempre busca satisfacer la primitiva relación materna. En otros
términos, donde Freud introduce la dialéctica de dos principios inseparables, que no pueden ser

28
pensados el uno sin el otro, principio de placer y principio de realidad, escogen al principio del
placer, y ponen todo el énfasis en él, postulando que domina y engloba al principio de realidad.

Pero desconocen en su esencia al principio de realidad, que expresa: el sujeto no tiene que encontrar
al objeto de su deseo, no es conducido hacia él por los canales, los rieles naturales de una adaptación
instintiva más o menos preestablecida, y por lo demás más o menos trastabillante, tal como la vemos
en el reino animal; debe en cambio volver a encontrar el objeto, cuyo surgimiento es
fundamentalmente alucinado. Por supuesto, nunca lo vuelve a encontrar, y en esto consiste
precisamente el principio de realidad. El sujeto nunca vuelve a encontrar, escribe Freud, más que
otro objeto, que responderé de manera más o menos satisfactoria a las necesidades del caso. Nunca
encuentra sino un objeto distinto, porque, por definición, debe volver a encontrar algo que es
prestado. Este es el punto esencial en torno al cual gira la introducción, en la dialéctica freudiana, del
principio de realidad.

Lo que es preciso concebir, porque me lo ofrece la experiencia clínica, es que en lo real aparece algo
diferente de lo que el sujeto pone a prueba y busca, algo diferente de aquello hacia lo cual el aparato
de reflexión, de dominio y de investigación que es su yo—con todas las alienaciones que supone—
conduce al sujeto; algo diferente, que puede surgir, o bien bajo la forma esporádica de esa pequeña
alucinación que relata el Hombre de los lobos, o bien de modo mucho más amplio, tal como se
produce en el caso del presidente Schreber.

4- ¿Qué es el fenómeno psicótico? La emergencia en la realidad de una significación enorme que


parece una nadería—en la medida en que no se la puede vincular a nada, ya que nunca entró en el
sistema de la simbolización—pero que, en determinadas condiciones puede amenazar todo el
edificio.

Hay en el caso del presidente Schreber una significación que concierne al sujeto, pero que es
rechazada, y que sólo asoma de la manera más desdibujada en su horizonte y en su ética, y cuyo
surgimiento determina la invasión psicótica. Verán hasta qué punto lo que la determina es diferente
de lo que determina la invasión neurótica, son condiciones estrictamente opuestas. En el caso del
presidente Schreber, esa significación rechazada tiene la más estrecha relación con la bisexualidad
primitiva. El presidente Schreber nunca integró en modo alguno, intentaremos verlo en el texto,
especie alguna de forma femenina.

Resulta difícil pensar cómo la represión pura y simple de tal o cual tendencia, el rechazo o la
represión de tal o cual pulsión, en mayor o menor grado transferencial, experimentada respecto al
doctor Flechsig, habría llevado al presidente Schreber a construir su enorme delirio.

Les indico por adelantado que se trata de la función femenina en su significación simbólica esencial,
y que sólo la podemos volver a encontrar en la procreación, ya verán por qué. No diremos ni
emasculación ni feminización, ni fantasma de embarazo, porque esto llega hasta la
procreación. En un momento cumbre de su existencia, no en un momento deficitario, esto se le
manifiesta bajo la forma de la irrupción en lo real de algo que jamás conoció, de un surgimiento
totalmente extraño, que va a provocar progresivamente una sumersión radical de todas sus
categorías, hasta forzarlo a un verdadero reordenamiento de su mundo.

29
¿Podemos hablar de proceso de compensación, y aún de curación, como algunos no dudarían
hacerlo, so pretexto de que en el momento de estabilización de su delirio, el sujeto presenta un estado
más sosegado que en el momento de su irrupción? ¿Es o no una curación? Vale la pena hacer la
pregunta, pero creo que sólo puede hablarse aquí de curación en un sentido abusivo.

¿Qué sucede pues en el momento en que lo que no está simbolizado reaparece en lo real? No es
inútil introducir al respecto el término de defensa. Es claro que lo que aparece, aparece bajo el
registro de la significación, y de una significación que no viene de ninguna parte, pero que es una
significación esencial, que afecta al sujeto. En ese momento se pone en movimiento sin duda lo que
interviene cada vez que hay conflicto de órdenes, a saber, la represión. Pero, ¿por qué en este caso la
represión no encaja, vale decir, no tiene como resultado lo que se produce en el caso de una
neurosis?

Antes de saber por qué, primero hay que estudiar el cómo. Voy a poner bastante énfasis en lo que
hace la diferencia de estructura entre neurosis y psicosis.

Cuando una pulsión, digamos femenina o pasivizante, aparece en un sujeto para quien dicha pulsión
ya fue puesta en juego en diferentes puntos de su simbolización previa, en su neurosis infantil por
ejemplo, logra expresarse en cierto número de síntomas. Así, lo reprimido se expresa de todos
modos, siendo la represión y el retorno de lo reprimido una sola y única cosa. El sujeto, en el seno de
la represión, tiene la posibilidad de arreglárselas con lo que vuelve a aparecer. Hay compromiso.
Esto caracteriza a la neurosis, es a la vez lo más evidente del mundo y lo que menos se quiere ver.

La Verwerfung (FORCLUSIÓN) no pertenece al mismo nivel que la Verneinung (NEGACIÓN).


Cuando, al comienzo de la psicosis, lo no simbolizado reaparece en lo real, hay respuestas, del lado
del mecanismo de la Verneinung, pero son inadecuadas.

¿Qué es el comienzo de una psicosis? ¿Acaso una psicosis tiene prehistoria, como una neurosis?
¿Hay una psicosis infantil? No digo que responderemos esta pregunta, pero al menos la haremos.

Todo parece indicar que la psicosis no tiene prehistoria. Lo único que se encuentra es que cuando, en
condiciones especiales que deben precisarse, algo aparece en el mundo exterior que no fue
primitivamente simbolizado, el sujeto se encuentra absolutamente incapaz de hacer funcionar la
Verneinung con respecto al acontecimiento. Se produce entonces algo cuya característica es estar
absolutamente excluido del compromiso simbolizante de la neurosis, y que se traduce en otro
registro, por una verdadera reacción en cadena a nivel de lo imaginario, o sea en la contradiagonal de
nuestro pequeño cuadrado mágico.

El sujeto, por no poder en modo alguno restablecer el pacto del sujeto con el otro, por no poder
realizar mediación simbólica alguna entre lo nuevo y él mismo, entra en otro modo de mediación,
completamente diferente del primero, que sustituye la mediación simbólica por un pulular, una
proliferación imaginaria, en los que se introduce, de manera deformada y profundamente a-
simbólica, la señal central de la mediación posible.

El ste mismo sufre profundos reordenamientos, que otorgan ese acento tan peculiar a las intuiciones
más significantes para el sujeto. La lengua fundamental del presidente Schreber es, en efecto, el
signo de que subsiste en el seno de ese mundo imaginario la exigencia del significante.

30
La relación del sujeto con el mundo es una relación en espejo. El mundo del sujeto consistirá
esencialmente en la relación con ese ser que para él es el otro, es decir, Dios mismo. Algo de la
relación del hombre con la mujer es realizado supuestamente de este modo. Pero verán en
detalle este delirio, por el contrario, los dos personajes, es decir Dios, con todo lo que supone —el
universo, la esfera celeste— y el propio Schreber por otra parte, en tanto literalmente desarticulado
en una multitud de seres imaginarios que se dedican a sus vaivenes y transfixiones diversas, son dos
estructuras que se acoplan estrictamente. Desarrollan, de modo sumamente interesante para nosotros,
lo que siempre está elidido, velado, domesticado en la vida del hombre normal: a saber, la dialéctica
del cuerpo fragmentado con respecto al universo imaginario, que en la estructura normal es
subyacente.

El estudio del delirio de Schreber presenta el interés eminente de permitirnos captar la dialéctica
imaginaria. Si se distingue manifiestamente de todo lo que podemos presumir de la relación
instintiva, natural, se debe a una estructura genérica que hemos indicado en el origen, y que es la del
estadio del espejo. Esta estructura hace del mundo imaginario del hombre algo descompuesto por
adelantado. La encontramos aquí en su estado desarrollado, y éste es uno de los intereses del análisis
del delirio en cuanto tal. Los analistas siempre lo subrayaron, el delirio muestra el juego de los
fantasmas en su carácter absolutamente desarrollado de duplicidad. Los dos personajes a los que se
reduce el mundo para el presidente Schreber, están hechos uno en referencia al otro, unoo le ofrece al
otro su imagen invertida.

Lo importante es ver como esto responde a la demanda, indirectamente realizada de integrar lo que
surgió en lo real, que representa para el sujeto ese algo propio que nunca simbolizó. Una exigencia
del orden simbólico, al no poder ser integrada en lo que ya fue puesto en juego en el movimiento
dialéctico en que vivió el sujeto, acarrea una desagregación en cadena, una sustracción de la trama en
el tapiz, que se llama delirio. Un delirio no carece forzosamente de relación con el discurso normal,
y el sujeto es harto capaz de comunicárnoslo, y de satisfacerse con él, dentro de un mundo donde
toda comunicación no está interrumpida.

VII. La disolución imaginaria

Toda la explicación que da del delirio confluye, en efecto, en esa noción de narcisismo, que no es
ciertamente para Freud algo elucidado, al menos en la época en que escribe sobre Schreber.

Hoy en día, se asume el narcisismo como si fuese algo comprensible de suyo: antes de dirigirse hacia
los objetos externos, hay una etapa donde el sujeto toma su propio cuerpo como objeto. En efecto,
ésta es una dimensión donde el término narcisismo adquiere su sentido. ¿Pero, significa acaso que el
término narcisismo se emplea únicamente en este sentido? La autobiografía del presidente Schreber
tal como Freud la introduce para apoyar esta noción muestra, sin embargo, que lo que re

pugnaba al narcisismo del susodicho Presidente, era la adopción de una posición femenina
respecto a su padre, posición que implicaba la castración.

Esto es algo que se satisfaría mejor en una relación fundada en el delirio de grandeza, o sea que la
castración no le importa a partir del momento en que su pareja es Dios.

31
En suma, el esquema de Freud podría resumirse así, de acuerdo con las fórmulas que propone de la
paranoia en ese mismo texto: yo (je) no lo amo a él, es a Dios a quien yo (je) amo e, inversamente, es
Dios quien me ama.

La doble inversión, yo (je) no lo amo, yo (je) lo odio, él me odia, proporciona indudablemente una
clave del mecanismo de persecución. Todo el problema es ese “él”; en efecto, ese él está detenido,
neutralizado, vaciado, carece, de su subjetividad. El fenómeno persecutorio adquiere el carácter de
signos indefinidamente repetidos, y el perseguidor, en la medida en que es su sostén, no es más que
la sombra del objeto persecutorio.

Lo dicho por Freud sobre el retraimiento de la libido lejos del objeto externo, está realmente en el
meollo del problema. Pero a nosotros nos toca elaborar lo que esto puede significar.

1- Voy a permitirme aquí volver brevemente hacia atras, para intentar hacerles ver con una mirada
nueva ciertos aspectos de fenómenos que ya les son familiares. Tomemos un caso que no es una
psicosis, el caso casi inaugural de la experiencia propiamente psicoanalítica elaborado por Freud, el
de Dora.

Dora es una histérica, y en cuanto tal tiene relaciones singulares con el objeto. Saben que dificultades
presenta en su observación, y también en el desarrollo de la cura, la ambigüedad que persiste en
torno al problema de saber cual es verdaderamente su objeto de amor. Freud finalmente vio su error,
y dice que sin duda hizo fracasar todo el asunto por haber desconocido el verdadero objeto de amor
de Dora, cortándose prematuramente la cura, sin permitir una resolución suficiente de lo que estaba
en juego. Saben que Freud creyó entrever en ella una relación conflictiva debida a su imposibilidad
de desprenderse de su primer objeto de amor, su padre, para ir hacia un objeto más normal, a saber,
otro hombre. Ahora bien, el objeto para Dora no era sino esa mujer a la que se llama, en la
observación, la señora K, que es precisamente la amante de su padre.

La historia, como saben, es la de un minueto de cuatro personajes, Dora, su padre, el señor K. y la


señora K. El señor K. en suma le sirve a Dora de yo, en la medida en que por su intermedio puede
sostener efectivamente su relación con la señora K.

La mediación del señor K es lo único que permite a Dora mantener una relación soportable. Este
cuarto mediador es esencial para el mantenimiento de la situación, no porque el objeto de su afecto
sea de su mismo sexo, sino porque tiene con su padre relaciones profundamente motivadas, de
identificación y de rivalidad, acentuadas además por el hecho de que la madre en la pareja parental es
un personaje totalmente borrado. Por serle la relación triangular especialmente insostenible, la
situación no sólo se mantuvo sino que fue sostenida efectivamente en esta composición de grupo
cuaternario.

Prueba de ello es lo que sucede, el día en que el señor K pronuncia estas palabras fatídicas:—“Mi
mujer no es nada para mí”. En ese momento, todo ocurre como si ella respondiese:—¿Entonces, qué
diablos es usted para mi? Lo bofetea instantáneamente, cuando hasta entonces había mantenido con
él la relación ambigüa que era necesaria para preservar el grupo de cuatro. Por consiguiente, el
equilibrio de la situación se rompe.

32
Dora no es más que una simple histérica, apenas tiene síntomas. Recuerdan, el énfasis que di a esa
famosa afonía que sólo se produce en los momentos de intimidad, de confrontación con su objeto de
amor, y que está ligada con toda seguridad a una erotización muy especial de la función oral,
apartada de sus usos habituales a partir del momento en que Dora se acerca demasiado al objeto de
su deseo. A partir del momento en que, al irse el cuarto personaje, la situación se descompensa, un
pequeño síndrome, de persecución simplemente, vinculado a su padre, aparece en Dora.

Como lo subrayan todas las observaciones posteriores, Dora se portaba admirablemente para que no
hubiesen líos, y que su padre tuviese con la mujer amada relaciones normales, cuya índole, no está
muy clara. A partir del momento en que la situación se descompensa, ella reivindica, afirma que su
padre quiere prostituirla, y que la entrega al señor K a cambio de mantener sus relaciones ambigüas
con la mujer de este.

¿Diré acaso que Dora es una paranoica? Nunca dije eso. Una reivindicación contra personajes que
supuestamente actúan contra uno no basta para estar en la psicosis. Puede ser una reivindicación
injustificada, que participa de un delirio de presunción, más no por ello es una psicosis. No deja de
estar relacionada con ella, existe un pequeño delirio.

La continuidad de los fenómenos es bien conocida, siempre se definió al paranoico como un señor
susceptible, intolerante, desconfiado y en situación de conflicto verbalizado con su ambiente. Pero
para que estemos en la psicosis tiene que haber trastornos del lenguaje, en todo caso les propongo
que adopten provisionalmente esta convención.

2- ¿Qué noción podemos tener del narcisismo a partir de nuestro trabajo? Consideramos la relación
del narcisismo como la relación imaginaria central para la relación interhumana. ¿Que hizo
cristalizar en torno a esta noción la experiencia del analista? Ante todo su ambigüedad. En efecto, es
una relación erótica—toda identificación erótica, toda captura del otro por la imagen en una relación
de cautivación erótica, se hace a través de la relación narcisista—y también es la base de la tensión
agresiva.

El estadio del espejo evidencia la naturaleza de esta relación agresiva y lo que significa. Si la
relación agresiva interviene en esa formación que se llama el yo, es porque le es constituyente,
porque el yo es desde el inicio por sí mismo otro, porque se instaura en una dualidad interna al
sujeto. El yo es ese amo que el sujeto encuentra en el otro, y que se instala en su función de dominio
en lo más íntimo de él mismo. Si en toda relación con el otro, incluso erótica, hay un eco de esa
relación de exclusión, él o yo, es porque en el plano imaginario el sujeto humano está constituido de
modo tal que el otro está siempre a punto de retornar su lugar de dominio en relación a él, que en él
hay un yo que siempre en parte le es ajeno. Amo implantado en él por encima del conjunto de sus
tendencias, de sus comportamientos, de sus instintos, de sus pulsiones. No hago más que expresar
aquí, el hecho de que hay conflictos entre las pulsiones y el yo, y de que es necesario elegir. Adopta
algunas, otras no; es lo que llaman, no se sabe por qué, la función de síntesis del yo, cuando al
contrario la síntesis nunca se realiza: sería mejor decir función de dominio. El amo está siempre a la
vez adentro y afuera, por esto todo equilibrio puramente imaginario con el otro siempre está marcado
por una inestabilidad fundamental.

33
La imagen especular es funcionalmente esencial en el hombre, en tanto le brinda el complemento
ortopédico de la insuficiencia nativa, del desconcierto, o desacuerdo constitutivo, vinculados a la
prematuración del nacimiento. Su unificación nunca será completa porque se hace precisamente por
una vía alienante, bajo la forma de una imagen ajena, que constituye una función psíquica original.
La tensión agresiva de ese yo o el otro está integrada absolutamente a todo tipo de funcionamiento
imaginario en el hombre.

Intentemos representarnos qué consecuencias implica el carácter imaginario del comportamiento


humano. Esta pregunta es en sí misma imaginaria, mítica, debido a que el comportamiento humano
nunca se reduce pura y simplemente a la relación imaginaria. Supongamos, empero, un instante, en
una suerte de Edén al revés, un ser humano reducido enteramente en sus relaciones con sus
semejantes a esa captura a la vez asimilante y disimilante. ¿Cuál es su resultado?

La hiancia de la relación imaginaria exige algo que mantenga relación, función y distancia. Es el
sentido mismo del complejo de Edipo.

El complejo de Edipo significa que la relación imaginaria, conflictual, incestuosa en sí misma, esta
prometida al conflicto y a la ruina. Para que el ser humano pueda establecer la relación más natural,
la del macho a la hembra, es necesario que intervenga un tercero, que sea la imagen de algo logrado,
el modelo de una armonía. No es decir suficiente: hace falta una ley, una cadena, un orden simbólico,
la intervención del orden de la palabra, es decir del padre. No del padre natural, sino de lo que se
llama el padre. El orden que impide la colisión y el estallido de la situación en su conjunto está
fundado en la existencia de ese nombre del padre.

Insisto: el orden simbólico debe ser concebido como algo superpuesto, y sin lo cual no habría vida
animal posible para ese sujeto estrambótico que es el hombre.

Para captar en su fenomenología estructural lo que presenta el presidente Schreber, deben primero
tener este esquema en la cabeza, que entraña que el orden simbólico subsiste en cuanto tal fuera del
sujeto, diferente a su existencia, y determinándolo. Sólo se fija uno en las cosas cuando las considera
posibles. Si no, uno se limita a decir es así, y ni siquiera trata de ver qué es así.

3 - Ahora que tienen en mente la función de la articulación simbólica, serán más sensibles a esa
verdadera invasión imaginaria de la subjetividad a la que Schreber nos hace asistir. Hay una
dominancia realmente impaciente de la relación en espejo, una impresionante disolución del otro en
tanto que identidad. Todos los personajes de los que habla—a partir del momento en que lo hace,
porque durante largo tiempo no puede hablar, y volveremos a la significación de ese tiempo—se
reparten en dos categorías que están, pese a todo, del mismo lado de cierta frontera. Están los que en
apariencia viven, se desplazan: sus guardianes, sus enfermeros, que son sombras de hombres
perpetrados en un dos por cuatro, como dijo Pichon, quien es el responsable de esta traducción; luego
hay personajes más importantes, que invaden el cuerpo de Schreber, se trata de almas, la mayoría de
las almas, y a medida que la cosa sigue, se trata, cada vez más, de muertos.

El sujeto mismo no es más que un ejemplar segundo de su propia identidad. Tiene en determinado
momento la revelación de que el año anterior tuvo lugar su propia muerte, que fue anunciada en los
periódicos. Schreber recuerda a ese antiguo colega como a alguien con mayores dotes que él. Él es

34
otro. Pero él es de todos modos el mismo, que se acuerda del otro. Esta fragmentación de la identidad
marca con su sello toda la relación de Schreber con sus semejantes en el plano imaginario. Habla en
otros momentos de Flechsig, quien también está muerto, y que por ende ascendió adonde sólo
existen las almas en tanto que son humanas, en un más allá donde poco a poco son asimiladas a la
gran unidad divina no sin perder progresivamente su carácter individual. Para lograrlo, aún es
necesario que sufran una prueba que las libere de la Impureza de sus pasiones, de lo que, en sentido
estricto, es su deseo. Hay literalmente fragmentación de la identidad, y el sujeto encuentra sin duda
chocante este menoscabo de la identidad de sí mismo, pero así es, sólo puedo dar fe, dice, de las
cosas que me han sido reveladas. Y vemos así, a lo largo de toda esta historia, un Flechsig
fragmentado, un Flechsig superior, el Flechsig luminoso, y una parte inferior que llega a estar
fragmentada entre cuarenta y seis almitas.

Su gran fuerza de afirmación, característica del discurso delirante, no puede dejar de llamarnos la
atención por su convergencia con la noción de que la identidad imaginaria del otro está
profundamente relacionada con la posibilidad de una fragmentación, de un fraccionamiento. Que el
otro es estructuralmente desdoblable, desplegable, está claramente manifestado en el delirio.

También está el caleidoscopio que se produce de esas imágenes entre sí. Encontramos por una parte
las identidades múltiples de un mismo personaje, por otra, esas pequeñas identidades enigmáticas,
diversamente punzantes y nocivas en su interior, a las que llama, por ejemplo, los hombrecitos. Esta
fantasmática sorprendió mucho la imaginación de los psicoanalistas, quienes se preguntaron si eran
niños, o espermatozoides o alguna otra cosa. ¿Por qué no serían hombrecitos, sin más?

Estas identidades, que tienen respecto a su propia identidad valor de instancia, penetran en Schreber,
lo habitan, lo dividen a él mismo.

Los psicoanalistas discurrieron, dando miles de detalles, acerca de la significación que podía tener,
desde el punto de vista de las cargas libidinales del sujeto, el hecho de que en determinado momento
Flechsig fuese dominante, que en otros lo fuese una imagen divina diversamente situada en los pisos
de Dios, porque Dios también tiene sus pisos: hay uno anterior y uno posterior. Pero hay un registro
que es abrumador en comparación con ellos, y que parece no haberle llamado la atención a nadie: se
presentan fenómenos auditivos sumamente matizados.

Van desde el susurro ligero, hasta las voces de las aguas cuando, de noche, se enfrenta con Ahrimán.
Luego rectifica, por cierto: no sólo estaba Ahrimán, también debía estar Ormuz, ya que los dioses del
bien y del mal no pueden ser disociados. Tiene, entonces, un instante de confrontación con Ahrimán
donde lo mira con el ojo del espíritu y no, como en otras visiones, con nitidez fotográfica. Están cara
a cara él y el dios, y éste le dice la palabra significativa, la que pone las cosas en su lugar, el mensaje
divino por excelencia, le dice a Schreber, el único hombre que queda después del crepúsculo del
mundo: Carroña (basura, porquería)

Lo importante es que la palabra que domina el cara a cara único con Dios no es de ningún modo una
palabra aislada. El insulto es muy frecuente en las relaciones que la pareja divina mantiene con
Schreber, como en una relación erótica en la que uno de los dos se niega a entregarse desde el
principio, y ofrece resistencia. Es la otra cara, la contrapartida del mundo imaginario.

35
Cuando habla de cosas que pertenecen a la lengua fundamental, y que regulan las relaciones que
tiene con el sólo y único ser que a partir de ese momento existe para él, distingue en ellas dos
categorías. Por un lado está lo que es “echt” palabra casi intraducible, que quiere decir auténtico,
verdadero, y que le es dado siempre en formas verbales que merecen retener la atención. Por otro
está lo aprendido de memoria, inculcado a algunos de los elementos periféricos, incluso caídos, de la
potencia divina, y repetidos con una total ausencia de sentido.

Palpamos ahí la función de la frase en sí misma, en tanto no lleva forzosamente consigo su


significación. Pienso en ese fenómeno de las frases que surgen en su a-subjetividad como
interrumpidas, y que dejan en suspenso el sentido. Una frase cortada por la mitad es audicionada. El
resto queda implícito en tanto significación. La interrupción llama a una caída, que en una vasta
gama puede ser indeterminada, pero que no puede ser cualquiera. Hay allí una valorización de la
cadena simbólica en su dimensión de continuidad.

Se presenta aquí, en la relación del sujeto con el lenguaje así como en el mundo imaginario, un
peligro, perpetuamente sabido: que toda esa fantasmagoría se reduzca a una unidad que aniquila, no
su existencia, sino la de Dios, que es esencialmente lenguaje. Schreber lo escribe de manera expresa:
los rayos tienen que hablar. Es necesario que en todo momento se produzcan fenómenos de diversión
para que Dios no se reabsorba en la existencia central del sujeto.

La palabra se produce o no se produce. Si se produce, es, en cierta medida, gracias a la capacidad del
sujeto. Por tanto, el sujeto es aquí creador, pero también está vinculado al otro, no en tanto objeto,
imagen, o sombra del objeto, sino al otro en su dimensión esencial, siempre más o menos elidida por
nosotros, a ese otro irreductible a cualquier cosa que no sea la noción de otro sujeto, es decir el otro
en tanto que él. Lo que caracteriza el mundo de Schreber es que ese él está perdido, y que sólo
subsiste el tú.

La noción del sujeto es correlativa a la existencia de alguien de quien pienso: Él fue quien hizo esto.
No él, a quien veo ahí y que, por supuesto, pone cara de yo no fui, sino él, el que no está aquí. Ese él
es el que responde de mi ser, sin ese él mi ser ni siquiera podría ser un yo (je). El drama de la
relación con el él subyace a toda la disolución del mundo de Schreber, en la que vemos al él
reducirse a un sólo partenaire, ese Dios a la vez asexuado y polisexuado, que engloba todo lo que
todavía existe en el mundo al que Schreber está enfrentado.

Ciertamente, gracias a ese Dios subsiste alguien que puede decir una palabra verdadera, pero esa
palabra tiene como propiedad la de ser siempre enigmática. Es la característica de todas las palabras
de la lengua fundamental. Por otra parte, ese Dios parece ser, él también, la sombra de Schreber.
Padece de una degradación imaginaria de la alteridad, que hace que sufra, al igual que Schreber, de
una especie de feminización.

Como no conocemos al sujeto Schreber, debemos de todos modos estudiarlo por la fenomenología
de su lenguaje. Si hemos pues de esclarecer una nueva dimensión en la fenomenología de las
psicosis, será en torno al fenómeno del lenguaje, de los fenómenos de lenguaje más o menos
alucinados, parásitarios, extraños, intuitivos, persecutorios que están en juego en el caso de Schreber.

36
XXII. “Tu eres el que me seguiras”

En este seminario se trata de aportar el progreso en lo concerniente a la función del significante al


problema candente, actualizado confusamente por la función de la relación de objeto, y
presentificado tanto por la estructura como por la fenomenología de la psicosis, al problema candente
que es el problema del otro.

Lacan dirá que el Otro es el lugar donde se constituye el yo (je) que habla con el que escucha.
Siempre hay otro más allá de todo dialogo concreto, de todo juego interpsicológico. Decir que el
Otro es el lugar donde se constituye el que habla con el que escucha es algo muy diferente que partir
de la idea de que el otro es un ser.

Estamos intoxicados en el análisis por temas surgidos del discurso existencialista; donde el otro es el
tú, el que puede responder, pero de un modo que es el de la asimetría, el de la completa
correspondencia, el alter ego. Lejos de haber aportado al esclarecimiento del fundamento de la
existencia del otro, la experiencia existencialista no hizo más que suspenderla cada vez más
radicalmente a la hipótesis de la proyección, según la cual el otro no es más que una cierta
semblancia humana, animada por un yo (je) reflejo del mío.

Se nos hace ver que el dominio del tú y el yo (je) no es adquirido de inmediato por el niño,
adquisición que se resume para el niño, en poder decir yo (je) cuando le dijeron (tú), en comprender
que cuando se le dice tú vas a hacer esto, él debe decir en su registro: yo voy a hacer esto.

Esta concepción simétrica da pie entre los analistas, para afirmaciones tales como: no puede
analizarse a alguien para quien el otro no existe.

En Schreber, hay claramente otro para él, otro singularmente acentuado, Otro absoluto, un Otro
totalmente radical, que no es ni un lugar, ni un esquema, un Otro de quien afirma que es un ser
viviente a su manera y que cuando se ve amenazado es capaz de egoísmo como los otros vivientes.
Dios, cuando se ve amenazado en su independencia por ese desorden del que es el primer
responsable, manifiesta reacciones espasmódicas de defensa.

Nuestra experiencia permite un abordaje diferente, el cual Lacan adopta al decir que el Otro debe ser
considerado primero como un lugar, el lugar donde se constituye la palabra. La palabra se constituye
para nosotros a partir de un yo (je) y un tú. Son dos semejantes. Pero a su vez, la palabra los
transforma dándoles una distancia que no es simétrica y una relación que no es recíproca.

El yo (je) nunca está donde aparece en forma de un ste particular. El yo (je) está siempre ahí a titulo
de presencia que sostiene el conjunto del discurso. El yo (je) es el yo (je) del que pronuncia el
discurso. Todo lo que se dice tiene bajo sí un yo (je) que lo pronuncia. En el interior de esa
enunciación aparece el tú.

Ese tú de ningún modo tiene siempre un uso pleno; Lacan dará fórmulas para llevar a comprender la
función de la palabra, como por ej: tú eres mi amo o tú eres mi mujer. La segunda persona de ningún
modo se emplea siempre con este acento. Cuando en el uso corriente se dice: “Uno puede pasearse
por ese lugar sin que lo aborden”, no se trata de ningún tú. Basta para mostrarles que la función de la
segunda persona en esta ocasión, es apuntar a lo que no es persona alguna, a lo que despersonaliza.

37
Ese tú tiene una función superyoica, es decir que está ahí como observador: ve todo, escucha todo,
anota todo. El tú está ahí como un cuerpo extraño.

Existe una relación entre el superyó y el sentimiento de realidad; cuando el sentimiento de extrañeza
afecta en algún lado, nunca es por el lado del superyó; es siempre el yo quien se siente perdido, es el
yo quien pasa al estado tú, es el yo quien se cree en estado de doble, es decir expulsado de casa,
mientras el tú queda dueño de las cosas.

Nos detenemos a situar la pregunta que el sujeto se hace, o más exactamente la pregunta que yo (je)
me hago sobre lo que yo soy o puedo esperar ser. Pregunta que está en el fundamento de la neurosis.
Es el fundamento o la palabra fundante: tu eres esto, mi mujer, mi amo, mil otras cosas. Ese “tú eres
esto”, cuando lo recibo, me hace en la palabra otro que lo que soy.

Al tu eres mi amo, responde un ¿Qué soy? ¿Qué soy para serlo si es que lo soy?

Podemos estudiar las relaciones reciprocas del tú, como cuerpo extraño, con el significante que lo
abrocha, que almohadilla al sujeto.

3- ¿Cuál es la diferencia entre “tú eres el que me seguirás” y “tú eres el que me seguirá”? tenemos
una principal en 2° persona, tú eres el. “Que” es la pantalla. Frente a esto se hará imposible separar
el tú del sentido del significante siguiente. La permeabilidad de la pantalla no depende del tú, sino
del sentido de seguir y del sentido que yo, el que habla, coloca en él.

“Tú eres el que me seguirás” es por lo menos una elección, quizás única, un mandato, una
devolución. “Tú eres el que me seguirá” es una constatación penosa de carácter determinativo.

¿Seguir qué? Esto queda abierto. Es un nudo, un punto de apresamiento en un haz de significaciones,
al cual el sujeto ha o no accedido. Si el sujeto no ha accedido a él entenderá “tú eres el que me
seguirá”, cuando el otro le ha dicho seguirás. En un sentido totalmente distinto, que cambia hasta el
alcance mismo del tú.

Si el sujeto ha accedido, supone que la persona sabe de qué clase de significante se trata en ese
seguir, que lo asume, que también quiere decir que puede no seguirlo.

La presencia del yo (je), se coordinara o no con el tú según el modo en que el yo que está en juego
esté interesado, cautivado, etiquetado, captado en el almohadillado, según el modo en que el
significante se enganche en la relación total del sujeto con el discurso.

Todo el contexto de “tú eres el que me seguirás” cambia según el acento dado al ste, según las
implicaciones del seguirás, según el modo de ser que está detrás de ese seguirás, según las
significaciones adheridas por el sujeto a cierto registro del significante, según el bagaje con el que
parte el sujeto en la indeterminación para preguntarse ¿Qué soy yo (je)? De la cual tenemos ciertos
números de respuestas.

Esta relación del significante determina el acento que adquiere para el sujeto la primera parte de la
frase, “tú eres el…”, según la parte significante que haya sido conquistada por él y asumida, o por el
contrario (verworfen) rechazada.

38
Es importante mostrar el cambio de acento y la plenitud que el tú confiere al otro, y que es también
lo que recibe de él, está vinculado esencialmente al significante.

4- ¿Qué sucede cuando el ste que está en juego, el centro organizador, el punto de convergencia
significativa que constituye, es evocado pero falta?

Basta situar nuestra formula sobre el esquema que di como siendo el de la palabra. “Tú eres el que
me seguirás”. El S y el A son siempre recíprocos y en la medida en que es el mensaje del otro el que
funda lo que recibimos, el A está a nivel del tú, el a´ minúscula a nivel de el que me y el S a nivel del
seguirás.

¿Qué sucede si falta el significante que da su peso a la frase y su acento al tú? ¿Qué pasa si nada en
el sujeto puede responderle? La función de la frase se reduciría solo al alcance del tú, no enganchado
en ningún lado. El tú es exactamente aquel al que me dirijo y nada más. Si digo “tú eres” el tú es el
que muere. Esto es lo que se observa en las frases interrumpidas de Schreber, que se detienen en el
punto en que va a surgir un ste que permanece problemático, cargado de una significación cierta,
pero no se sabe cuál. Significación irrisoria que indica la hiancia, el agujero, donde nada ste puede
responder en el sujeto.

En la medida en que ese ste es llamado, evocado, interesado, surge a su alrededor el puro y simple
aparato de la relación al otro, el farfulleo vacío: “Tu eres el que me…”. El tipo mismo de la frase
interrumpida del presidente Schreber produce, una presencia del otro tanto más radical, ya que no
hay nada que la situé a nivel del ste, con lo cual el sujeto podría de algún modo coordinarse.
Schreber lo dice: si por un instante el Otro lo abandona, lo deja caer, se produce una verdadera
descomposición. Esta descomposición del significante tú, se produce alrededor de un punto
constituido por la falta, la desaparición, la ausencia de determinado significante, en tanto que en un
momento dado, fue llamado en cuanto tal.

¿Cuál fue en el caso de Schreber la significación que fue abordada así? ¿Qué ste fue llamado, cuya 4

falta produjo una conmoción en un hombre que hasta ese momento se había acomodado
perfectamente al aparato del lenguaje, en tanto establecía la relación corriente con sus semejantes?
Las palabras significantes de su delirio: el asesinato de almas, la asunción de nervios, la
voluptuosidad, la beatitud y más, girarán en torno al significante fundamental que nunca es dicho y
cuya presencia ordena y es determinante. Diré que en toda su obra, su padre está citado una sola vez.

ESCRITOS II – De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis

IV. Por el lado de Schreber  

1. Podemos ahora entrar en la subjetividad del delirio de Schreber.

La significación del falo debe evocarse en lo imaginario del sujeto por la metáfora paterna.

39
Esto tiene un sentido preciso en la economía del significante del que sólo podemos aquí recordar la
formalización, bien conocida de quienes siguen nuestro seminario de este año sobre las formaciones
del inconsciente. A saber: fórmula de la metáfora, o de la sustitución significante:

S . $'      ----->        1
$'   x                       s

Donde las S mayúsculas son significantes, x la significación desconocida y s el significado inducido


por la metáfora, la cual consiste en la sustitución en la cadena significante de S a S'. La elisión de S',
representada aquí por su tachadura, es la condición del éxito de la metáfora.

Esto se aplica así a la metáfora del Nombre-del-Padre, o sea a la metáfora que sustituye este Nombre
en el lugar primeramente simbolizado por la operación de la ausencia de la madre. 

Tratemos de concebir ahora una circunstancia de la posición subjetiva en que, al llamado del
Nombre-del-Padre responda, no la ausencia del padre real, pues esta ausencia es más que compatible
con la presencia del significante, sino la carencia del significante mismo.

No es ésta una concepción a la que nada nos prepare. La presencia del significante en el Otro es en
efecto una presencia cerrada al sujeto por lo general, puesto que por lo general es en estado de
reprimido (verdrängt) como persiste allí, como de allí insiste para representarse en el significado por
su automatismo de repetición (Wiederholungszwang).

Extraigamos de varios textos de Freud un término que está en ellos lo bastante articulado como
para hacerlos injustificables si ese término no designa allí una función del inconsciente distinta
de lo reprimido. Tengamos por demostrado lo que fue el corazón de mi seminario sobre las psicosis,
a saber que este término se refiere a la implicación más necesaria de su pensamiento cuando se mide
en el fenómeno de la psicosis: es el término Verwerfung.

Se articula en ese registro como la ausencia de esa Bejahung, o juicio de atribución, que Freud
establece como precedente necesario de toda aplicación posible de la Verneinung, que le opone
como juicio de existencia: a la vez que todo el artículo en el que destaca esa Verneinung como
elemento de la experiencia analítica demuestra en ella la confesión del significante  mismo que ella
anula.

Es pues también sobre el significante sobre el que tiene efecto la Bejahung primordial, y otros textos
permiten reconocerlo, y concretamente la carta 52 de la correspondencia con Fliess, donde es aislado
expresamente en cuanto término de una percepción original bajo el nombre de signo, Zeichen.

La Verwerfung será pues considerada por nosotros como preclusión del significante. En el punto
donde es llamado el Nombre-del-Padre, puede pues responder en el Otro un puro y simple agujero, el
cual por la carencia del efecto metafórico provocará un agujero correspondiente en el lugar de la
significación fálica.

Es la única forma en que nos es posible concebir aquello cuyo desenlace nos presenta Schreber como
el de un daño que no está capacitado para develar sino en parte y en el que, nos dice, con los
nombres de Flechsig y de Schreber, el término "asesinato de almas" desempeña un papel esencial.

40
En cuanto a nosotros, puesto que con Freud hemos escogido confiar en un texto que, con la salvedad
de esas mutilaciones, sin duda lamentables, sigue siendo un documento cuyas garantías de
credibilidad le igualan con las más elevadas, será en la forma más desarrollada del delirio con la que
el libro se confunde en la que nos aplicaremos a mostrar una estructura que mostrará ser semejante al
proceso mismo de la psicosis.

1. Dicho lo cual, atengámonos por nuestra parte a una secuencia de fenómenos que Schreber
establece en su decimoquinto capítulo (S. 204-215).

Sabemos en este momento que el sostén de su partida en el juego forzoso del pensamiento
(Denkzwang) al que le constriñen las palabras de Dios (v. supra, I-5) tiene una prenda dramática que
es que Dios, considerando al sujeto como aniquilado, tirado o plantado, amenaza.

Que el esfuerzo de réplica al que el sujeto queda pues suspendido así, en su ser de sujeto, llegue a
faltar por un momento de Pensar-en-nada (Nichtsdenken), que parece ser ciertamente el más
humanamente exigible de los reposos (Schreber dicit), y he, aquí lo que ocurre en él:

1- Lo que él llama el milagro de aullido (Brüllenwunder), grito arrancado de su pecho y que le


sorprende más allá de toda advertencia, ya esté solo o ante una concurrencia horrorizada por la
imagen que le ofrece de su boca de pronto abierta ante el indecible vacío, y a la que abandona el puro
que un instante antes estaba fijo en ella;

2- La llamada de socorro ("Hülfe" rufen), emitida desde los "nervios divinos desprendidos de la
masa", y cuyo tono quejumbroso se motiva por el mayor alejamiento al que se retira Dios;

(dos fenómenos en que el desgarramiento subjetivo es bastante indiscernible de su modo significante,


para que no insistamos más);

3- La eclosión próxima, o sea en la zona oculta del campo perceptivo, en el pasillo, en el cuarto
vecino, de manifestaciones que, sin ser extraordinarias, se imponen al sujeto como producidas
intencionalmente para él.

4- La aparición en el siguiente escalón de lo lejano, o sea fuera del alcance de los sentidos, en el
parque, en lo real, de creaciones milagrosas, es decir recientemente creadas.

Así, en la cúspide de los efectos alucinatorios, esas criaturas que, si quisiéramos aplicar con todo
rigor el criterio de la aparición del fenómeno en la realidad, merecerían ellas solas el título de
alucinación, nos recomiendan reconsiderar en su solidaridad simbólica el trío del Creador, de la
Criatura y de lo Creado, que aquí se desprende.

V. Post – scriptum

Enseñamos siguiendo a Freud que el Otro es el lugar de esa memoria que él descubrió bajo el

41
nombre de ICC, memoria a la que considera como el objeto de una interrogación que permanece
abierta en cuanto que condiciona la indestructibilidad de ciertos deseos. A esa interrogación
responderemos por la concepción de la cadena ste, en cuanto que una vez inaugurada por la
simbolización primordial (que el juego: Fort! Da!', sacado a luz por Freud en el origen del
automatismo de repetición, hace manifiesta), esta cadena se desarrolla según los enlaces lógicos cuyo
enchufe en lo que ha de significarse, a saber el ser del ente, se ejerce por los efectos de ste, descritos
por nosotros como metáfora y como metonimia.

Es en un accidente de este registro y de lo que en él se cumple, a saber la preclusión del Nombre-del-


Padre en el lugar del Otro, y en el fracaso de la metáfora paterna, donde designamos el efecto que da
a la psicosis su condición esencial, con la estructura que la separa de la neurosis.

Esta consideración que aportamos aquí como cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la
psicosis prosigue su dialéctica más allá: Ia detenemos sin embargo aquí, diremos por qué.

Una perspectiva que no aísle la relación de Schreber con Dios de su relieve subjetivo, la marca con
rasgos negativos que la hacen aparecer más bien como mezcla que como unión del ser con el ser, y
que, en la voracidad que en ella se une con el asco, en la complicidad que sostiene su exacción, no
muestra nada, para llamar a las cosas con su nombre, de la Presencia y de la Alegría que iluminan la
experiencia mística: oposición no sólo demostrada, sino fundada por la ausencia asombrosa en esa
relación del Tú, cuyo vocablo en algunas lenguas (Thou) se reserva para el llamado de Dios y el
llamado a Dios, y que es el significante del Otro en la palabra.

Respuesta blandengue que nos llega: de seguir los pasos de usted, una carencia paterna sin duda. En
este estilo no se ha renunciado a escribir las duras y las maduras: y el "círculo" del psicótico ha sido
objeto de un censo minucioso de todas las briznas de etiquetas biográficas y caracterológicas que la
anamnesis permitiría despegar de los dramatis personae, incluso de sus "relaciones interhumanas".

Procedamos según los términos de estructura que hemos desbrozado.

Para que la psicosis se desencadene, es necesario que el Nombre-del-Padre, verworfen, precluido, es


decir sin haber llegado nunca al lugar del Otro, sea llamado allí en oposición simbólica al sujeto.

Es la falta del Nombre-del-Padre en ese lugar la que, por el agujero que abre en el significado, inicia
la cascada de los retoques del significante de donde procede el desastre creciente de lo imaginario,
hasta que se alcance el nivel en que ste y sdo se estabilizan en la metáfora delirante.

Pero ¿cómo puede el Nombre-del-Padre ser llamado por el sujeto al único lugar de donde ha podido
advenirle y donde nunca ha estado? Por ninguna otra cosa sino por un padre real, no en absoluto
necesariamente por el padre del sujeto, por Un-padre.

Aun así es preciso que ese Un-padre venga a ese lugar adonde el sujeto no ha podido llamarlo antes.
Basta para ello que ese Un-padre se sitúe en posición tercera en alguna relación que tenga por base la
pareja imaginaria a-a', es decir yo-objeto o ideal-realidad, interesando al sujeto en el campo de
agresión erotizado que induce.

Búsquese en el comienzo de la psicosis esta coyuntura dramática. 

42
Para ir ahora al principio de la preclusión (Verwerfung) del Nombre-del-Padre, hay que admitir que
el Nombre-del-Padre redobla en el lugar del Otro el ste mismo del ternario simbólico, en cuanto que
constituye la ley del significante.

Ensayar esto no costaría nada, al parecer, a aquellos que en su búsqueda de las coordenadas de
"ambiente" de la psicosis yerran como almas en pena de la madre frustrante a la madre hartante, no
sin sentir que al dirigirse hacia el lado del padre de familia, se queman, como se dice en el juego del
objeto escondido.

Además, en esa investigación a tientas sobre una carencia paterna, cuyo reparto no deja de inquietar
entre el padre tonante, el padre bonachón, el padre todopoderoso, el padre humillado, el padre
engolado, el padre irrisorio, el padre casero, el padre de picos pardos, no sería abusivo esperar algún
efecto de descarga de la observación siguiente: a saber que los efectos de prestigio que están en
juego en todo esto, y en la que (¡gracias a Dios!) la relación ternaria del Edipo no está del todo
omitida, puesto que la reverencia de la madre se ve allí como decisiva, se reducen a la rivalidad de
los dos progenitores en lo imaginario del sujeto -o sea lo que se articula en la pregunta cuya
formuIación manifiesta ser regular, para no decir obligatoria, en toda infancia que se respete: "¿A
quién quieres más, a papá o a mamá?"

No pretendemos reducir nada con este paralelo: muy al contrario, pues esa pregunta, en la que el
niño no deja nunca de concretar el asco que siente del infantilismo de sus padres, es precisamente
aquella con la que esos verdaderos niños que son los padres (en ese sentido no hay otros sino ellos en
la familia) pretenden enmascarar el misterio de su unión o de su desunión según los casos, a saber de
lo que su vástago sabe muy bien que es todo el problema y que como tal se plantea.

Se nos dirá ante esto que se pone precisamente el acento en el lazo de amor y de respeto por el cual
la madre pone o no al padre en su lugar ideal. Curioso, responderemos en primer lugar, que no se
tengan muy en cuenta los mismos lazos en sentido inverso, en lo cual se manifiesta que la teoría
participa del velo lanzado sobre el coito de los padres por la amnesia infantil.

Pero sobre lo que queremos insistir es sobre el hecho de que no es sólo de la manera en que la madre
se aviene a la persona del padre de lo que convendría ocuparse, sino del caso que hace de su palabra,
digamos el término, de su autoridad, dicho de otra manera del lugar que ella reserva al Nombre-del-
Padre en la promoción de la ley.

Aún más allá, la relación del padre con esa ley debe considerarse en sí misma, pues se encontrará en
ello la razón de esa paradoja por la cual los efectos devastadores de la figura paterna se observan con
particular frecuencia en los casos en que el padre tiene realmente la función de legislador o se la
adjudica, ya sea efectivamente de los que hacen las leyes o ya que se presente como pilar de la fe,
como parangón de la integridad o de la devoción, como virtuoso o en la virtud o en el virtuosismo,
como servidor de una obra de salvación, trátese de cualquier objeto o falta de objeto, de nación o de
natalidad, de salvaguardia o de salubridad, de legado o de legalidad, de lo puro, de lo peor o del
imperio, todos ellos ideales que demasiadas ocasiones le ofrecen de encontrarse en postura de
demérito, de insuficiencia, incluso de fraude, y para decirlo de una vez de excluir el Nombre-del-
Padre de su posición en el ste.

43
No se necesita tanto para lograr este resultado, y nadie de los que practican el análisis de niños
negará que la mentira de la conducta sea por ellos percibida hasta la devastación, ¿Pero quién
articula que la mentira así percibida implica Ia referencia a la función constituyente de la palabra?

Se demuestra así que un poco de severidad no está de más para dar a la más accesible de las
experiencias su sentido verídico.

Niederland da notable ejemplo de ello al llamar la atención sobre la genealogía delirante de Flechsig,
construida con los nombres de la estirpe real de Schreber, Gottfried, Gottlieb, Furchtegott, Daniel
sobre todo que se transmite de padres a hijos y cuyo sentido en hebreo nos da, para mostrar en su
convergencia hacia el nombre de Dios (Gott) una cadena simbólica importante para manifestar la
función del padre en el delirio.

Pero por no distinguir en ello la instancia del Nombre-del-Padre, para reconocer la cual no basta
evidentemente que sea visible a simple vista, deja escapar la ocasión de captar la cadena donde se
traman las agresiones eróticas experimentadas por el sujeto, y de contribuir con ello a poner en su
lugar lo que es preciso llamar propiamente la homosexualidad delirante.

¿Cómo entonces se habría detenido en lo que la frase citada más arriba de las primeras líneas del
segundo capítulo de Schreber oculta en su enunciado: uno de esos enunciados tan manifiestamente
hechos para que no se los entienda, que deben retener el oído? ¿Qué quiere decir si la tomamos a la
letra la igualdad de plano en que el autor reúne los nombres de Flechsig y de Schreber con el
asesinato de almas para introducirnos, en el principio del abuso de que es víctima?

Igualmente incierto es el ensayo en que se ejercita el señor Niederland en el mismo artículo, de


precisar a partir del sujeto esta vez, y ya no del significante (cuyos términos le son por supuesto
ajenos), el papel de la función paterna en el desencadenamiento del delirio.

Si pretende en efecto poder designar la ocasión de la psicosis en el simple asumir la paternidad por el
sujeto, que es el tema de su ensayo, entonces es contradictorio considerar como equivalente la
decepción anotada por Schreber de sus esperanzas de paternidad y su acceso a la Suprema Corte, en
la que su título de Senatspräsident subraya la calidad de Padre (conscripto) que le asigna: esto en
cuanto a la sola motivación de su segunda crisis, sin perjuicio de la primera que se explicaría de la
misma manera por el fracaso de su candidatura al Reichstag, mientras que la referencia a la posición
tercera adonde es llamado el significante de la paternidad en todos estos casos sería correcta y
resolvería esa contradicción.

Pero en la perspectiva de nuestro propósito es la preclusión (Vermerfung) primordial la que lo


domina todo con su problema, y las consideraciones que preceden no nos dejan aquí desprovistos.

No cabe duda que la figura del profesor Flechsig, en su gravedad de investigador, logró suplir el
vacío bruscamente vislumbrado de la Verwerfung inaugural ("Kleiner Flechsig! ¡Pequeño
Flechsig!", claman las voces). Por lo menos tal es la concepción de Freud, en cuanto que designa en
la transferencia que el sujeto ha operado sobre la persona de Flechsig el factor que ha precipitado al
sujeto en la psicosis.

44
Por medio de lo cual, unos meses después, las jaculatorias divinas harán oír su concierto en el sujeto
para decirle al Nombre del Padre que vaya a j...se con el Nombre de D... en las nalgas y fundar al
Hijo en su certidumbre de que al cabo de sus pruebas, nada mejor podría hacer que "hacerse" sobre el
mundo entero (S. 226-XVI).

Así es como la última palabra con que la "experiencia interior" de nuestro siglo ha entregado su
cómputo resulta estar articulada con cincuenta años de anticipación por la teodicea con la que se
enfrenta Schreber: "Dios es una p...".

Término en el que culmina el proceso por el cual el significante se ha "desencadenado" en lo real,


después de que se abrió la quiebra del Nombre-del-Padre -es decir del significante que en el Otro, en
cuanto lugar del significante, es el significante del Otro en cuanto lugar de la ley.

El inconsciente a cielo abierto – Soler:

Introducción- La psicosis: una problemática

Al reconocer nuevamente en Schreber el complejo paterno, Freud se excusa por la monotonía de las
soluciones que aporta el PSA. Sin embargo, la literatura consagrada al tema muestra una
proliferación de tesis sin referencia al Edipo. La enseñanza de Lacan nos sirve de guía respecto a tal
diversidad.

Partamos de la doctrina de la forclusión: es la piedra angular del edificio. Con “De una cuestión
preliminar…”, Lacan incluye la psicosis en lo que llamó la “función y el campo de la palabra y el
lenguaje”. Plantea allí que la relación con el ste, el hecho de lenguaje, es lo que hace la unidad y la
diferencia de la neurosis y la psicosis. Situa esta inclusión de la psicosis en el campo de los hechos
del lenguaje como formando parte del “aspecto del fenómeno”, o sea de lo que aparece, mientras que
en la neurosis, a la inversa, la estructura del lenguaje del síntoma solo aparece por el sesgo del
desciframiento.

Respecto a esta tesis de la forclusión, se nos plantean dos cuestiones: ¿Cuál es su alcance operatorio,
y qué se hace de ella cuando a partir de cierto momento de su enseñanza Lacan buscó cernir lo que
en la experiencia no depende del ste? Cuando lo que Lacan designa como estructura, no es solo la del
lenguaje sino la estructura del discurso, que incluye un elemento heterogéneo del ste, ¿Sigue siendo
la forclusión la clave universal del abordaje de la psicosis?

La forclusión es definida por Lacan como un defecto, como una ausencia a nivel del Otro: ausencia
de un ste, “el Nombre del Padre” y de su efecto metafórico. Es lo que le da a la psicosis su condición
esencial, junto con la estructura que la separa de la neurosis. No es un fenómeno porque no es
observable, sino que es una hipótesis causal. Hipótesis con la cual Lacan designa la causalidad ste de
la psicosis. No se identifica la forclusión, sino sus efectos.

¿Qué pasa a nivel del sujeto cuando en el Otro, lugar del lenguaje, Otro del que depende lo que pasa
a nivel del sujeto, hay este defecto de la metáfora? Situar la psicosis de esta manera tiene sus
consecuencias. Esto quiere decir que la psicosis no es un caos, es “un orden del sujeto”. Por cierto un

45
orden trastornado en relación con el orden del sujeto neurótico, pero un orden con todo. Considerarla
de tal forma, excluye que se la considere como un fenómeno orgánico.

Cómo orden del sujeto, la psicosis tampoco es un fenómeno que sólo dependa de lo imaginario. Con
la metáfora paterna Lacan se situa en la sucesión de Freud, quien insiste en remitir a la referencia del
padre. Lacan no niega los fenómenos imaginarios de las psicosis: los señala, en el
desencadenamiento, como disolución imaginaria, y en el momento de la estabilización, como
“restauración imaginaria”. La estabilidad y el buen orden de la relación perceptiva con la realidad no
es tan natural como podría imaginarse: es función de los fenómenos stes.

Si lo imaginario está enfermo en el psicótico, y de cierta manera lo está, no se cura con lo


imaginario. De este modo, sólo con tomar en serio lo que implica esta tesis de la forclusión, podemos
definir algunas reglas a priori de la buena conducta del clínico.

Entonces para saber lo que produce a nivel del sujeto el defecto en el Otro, que es la forclusión; hay
que pasar por los efectos de la no forclusión, por los efectos de la presencia supuesta de un ste,
situado primeramente, en la escritura de la metáfora paterna, como el que “redobla en el lugar del
Otro al ste del Otro mismo”, logificado luego, en las formulas de la sexuación que ubican la
inscripción del sujeto en la función fálica.

La metáfora paterna al inscribir que el efecto metafórico del ste NdP era la producción de la
significación fálica, ya implicaba la captura del sujeto en esa significación. En “De una cuestión
preliminar…” Lacan plantea que en lo que Freud llamaba el ICC, él reconoció el lugar del Otro, a
saber, la instancia de la cadena ste. “Esta cadena se desarrolla según lazos lógicos, cuya captura
sobre lo significable, el ser del ente, se ejerce por medio de los efectos de los stes, descriptos por
nosotros como metáfora y metonimia”. Ste: lo simbólico – Sdo: lo imaginario – El ser del ente: lo
Real. La metáfora paterna es lo que permite al ser del ente, a significar, inscribirse el sdo fálico.

Podemos decir que lo que la psicosis nos presenta es un sujeto no inscripto en la función fálica.

En el caso de Schreber. Él nos muestra lo que sucede con el ste, con el Otro y con el objeto cuando
no están coordenados a esta función fálica. Esta no inscripción del sujeto en la función fálica no
excluye el fantasma.

En los momentos del desencadenamiento y de la estabilización, se ve aislarse lo simbólico, lo


imaginario y lo real. En el principio de la enfermedad, distingue su nominación como presidente del
tribunal superior: lo simbólico; por otra parte, la ensoñación de que “seria bello ser una mujer en el
momento de soportar el coito”: lo imaginario; y por último, capital para él en ese
desencadenamiento, la famosa noche en la que tuvo poluciones nocturnas, que indican para nosotros
la emancipación del órgano. Al final, Schreber se restablece al punto de poder restaurar su relación
con la realidad y con sus semejantes. En el momento de la estabilización, los 3 órdenes separados al
comienzo, vienen a coordinarse por el sesgo del delirio. El delirio loga capturar el goce en las redes
del guion del fantasma, con el cual se coordina con la imagen y con lo simbólico bajo la forma de un
goce transexual.

46
A partir de estas características podemos sacar conclusiones sobre el diagnóstico. Tanto para la
psicosis como para la neurosis, Lacan insistió en la necesidad de atenerse a lo que llamó “la
envoltura formal del síntoma”.

Si intentamos con Freud releído por Lacan, abordar la cuestión del diagnostico por medio de la
definición de la metáfora paterna como “punto de capitonado”, podemos darnos, como objetivo en el
examen del paciente psicótico, identificar en cada caso el aislamiento de estas 3 dimensiones.

Lo imaginario, es lo más visible; el hecho del lenguaje no siempre es fácil. ¿Qué sucede con la
dimensión real, aquí bajo las especies del goce? Es seguro que Schereber acentúa la presencia del
goce. En la neurosis, en cambio, no se puede pretender que el goce se diga tan fácilmente. Aquí en
Schreber se muestra, se podría incluso hablar de una exhibición de goce que hace a un punto de
afinidad con los místicos. Sin duda uno de los objetivos del tratamiento es anudarlo, amenguarlo.

En otro texto de Lacan, plantea una nueva definición de la paranoia, como “identificando el goce en
el lugar del Otro” en tanto tal. Es la idea de abordar la psicosis por medio de otra localización del
goce. Esta nueva definición no tiene que ver con una ruptura en su enseñanza, sino con una
continuidad. Desde el principio se tiene una serie: Nombre del Padre (gracias al cual el hombre no
permanece atado al servicio sexual de la madre), castración (a entender como castración de goce),
deseo (como barrera al goce). Se puede decir que el NdP opera una especie de separación a priori
entre el deseo y el goce: “el deseo es del Otro, el goce está del lado de la cosa”.

Cuando Lacan introduce su nueva definición de la paranoia se apoya en el texto de Schreber, en el


que éste anota que se ve obligado a pensar sin cesar para que Dios siempre goce. Se ve que el Otro
en tanto el goce está incluido, es tanto Schreber como Dios. El sujeto Schreber hace uso del ste que
NO lo separa del Otro, a cuyo servicio sexual permanece. Esto es lo que tiene como efecto la
emergencia del goce a nivel del aspecto del fenómeno.

El nuevo acercamiento propuesto por Lacan permite una nueva aproximación a las suplencias del
NdP. En “De una cuestión preliminar…” está ya la idea de que el defecto de la metáfora paterna, la
forclusión, puede ser compensada, lo que se deduce por el hecho de que la psicosis se desencadene
en un momento dado. ¿Qué le permitiría al sujeto mantener su compostura antes del
desencadenamiento? En 1956, Lacan dice: una identificación por la cual el sujeto asumía el deseo de
la madre. Primera tesis: el llamado hecho en vano al NdP, tiene como efecto hacer caer la
identificación que al sujeto lo sostenía hasta entonces. Hay una idea de compensación por medio de
lo imaginario, por medio del “como si”, ya evocado en el sem. 3. Mientras que en la neurosis
hablamos de una identificación quebrantada que da lugar a otra, en la psicosis, la identificación
quebrantada lleva a la disolución de lo imaginario.

El trabajo del delirio construye una metáfora sustitutiva. El “serás la mujer” que Schreber realiza,
viene en lugar de la significación fálica faltante.

El acercamiento a la psicosis que Lacan nos indica por el sesgo del goce, permite ver otro aspecto de
estas suplencias distinto a su aspecto ste: el que consiste en operar una restricción sobre el goce, o
una localización. En Schreber puede verse que, al principio del delirio hay un sujeto que nada en el
goce, está asaltado por él de todos lados. Al final, logra localizarlo. El goce se localiza en el marco

47
de la copula con Dios, está reservado a sus momentos de soledad. Solo frente a su espejo, contempla
su imagen femenina. Es por ello que ante el goce, el tratamiento apunta a hacerlo reubicarse en
sus límites, limites que no pueden venir sino en coordinación con un ste.

Estos nuevos descubrimientos, situan una cuestión capital: Freud reconoció en la transferencia que el
sujeto operó sobre Flechsig, el factor que precipitó a Schreber en la psicosis ¿Cómo operar con la
transferencia, si la transferencia misma es patógena para el psicótico? En el Sem. 3 Lacan indicó que
tomar un sujeto prepsicótico en análisis podía desencadenar la psicosis. Es que la movilización del
sujeto supuesto al saber en la asociación libre, es equivalente a lo que designa como un llamado al
NdP.

Cuando la psicosis ya está desencadenada, el analista puede apuntar a incluirse en el trabajo de


restauración, pero la cuestión siempre es saber cómo puede ser ubicado en ese lazo con el sujeto.

Cap: Los fenómenos perceptivos del sujeto.

Inconsciente y percepción

Los fenómenos perceptivos y su estructura son una pieza fundamental de toda concepción de la
llamada objetividad.

A partir de la aparición de la ciencia, la cuestión de la percepción se ha refugiado en las ciencias del


hombre, especialmente la psicología y la psiquiatría, sin olvidar, las neurociencias. Según Lacan,
cuando aparece la física, cortó todas las amarras con el problema de la percepción.

Nuestra cuestión es saber en qué se ve concernido el psicoanalista por los problemas de la


percepción. Se comprende que esto le suceda más al psiquiatra, que tiene que vérsela con el “loco”.
El loco, justamente aquel que ve, oye y cree cosas que los otros, los “no locos”, están prontos a decir
que no existen. La existencia del loco pareciera un insulto.

Merleau- Ponty habla de “fe perceptiva”; que hace que con absoluta espontaneidad cada uno tenga la
certidumbre de estar conectado con el mundo a través de su mirada – “Vemos las cosas mismas, el
mundo es eso que vemos”. Pero no es a partir del loco que la cuestión de la percepción se incorpora
en psicoanálisis, sino a partir de la experiencia de la neurosis que Freud comienza a meditar sobre la
relación con la realidad y a reflexiona sobre el sistema percepción-conciencia en su diferencia con la
memoria. Es más precisamente a partir de la neurosis en transferencia que la cuestión de la
percepción se introduce en el PSA.

El agalma de la transferencia puede encandilar al punto de nublar la vista e irrealizar las


percepciones. No es solo el loco entonces quien objeta las teorías tradicionales de la percepción.

En la historia del PSA, la concepción de la transferencia como trastorno de la percepción, está tan
presente que cierta corriente del movimiento analítico llevó las cosas al extremo de querer neutralizar
lo que el analista da a percibir. Por ejemplo: hasta el punto de considerar que el analista no debería
cambiar de corbata, a fin de no introducir una variante perceptiva que arriesgue trastornar la
emergencia de la imagen ICC. Estos hechos indican que es el sujeto mismo del ICC, en tanto está en
juego en la transferencia, el que introduce el problema de la percepción en PSA.

48
La polémica

Lacan entabla una polémica con todas las tesis anteriores sobre el tema de la percepción de la
realidad, poniendo a todos en una misma bolsa (Platón, Aristóteles, Locke, Hume, Codillac, la
fenomenología, etc). Considera que todas las teorías presentan idéntica ineficiencia, ya que todas
comparten un mismo fracaso, que consiste en la incapacidad que tienen para dar cuenta de la
alucinación, mas allá de que todos concuerdan, incluso Lacan, en que la alucinación es “un
perceptum sin objeto”.

¿Qué configura la unidad de la bolsa en la que Lacan pone todas las teorías de la percepción? Lo dice
en “De una cuestión preliminar…”: todas cualesquiera sean sus diferencias, le piden razón al
percipiens (el que percibe) de ese perceptum sin objeto que es la alucinación, bajo la convicción de
que el percipiens, es responsable del perceptum, que es su agente. Se piensa que el perceptum es
función de lo real, que hay un objeto real a percibir, pero se supone que el perceptum, lo percibido,
sólo recibe de lo real una diversidad de sensaciones, que solamente son elevadas a la unidad del
perceptum a condición de que el percipiens introduzca el orden en la dispersión y la multiplicidad de
las impresiones recibidas. Es por eso que Lacan habla de percipiens “unificante”.

Entonces, es muy simple, cuando una alucinación, o sea un perceptum sin objeto, surge, sólo queda
pedir razón de ella al percipiens e interrogarlo sobre lo que ha fabricado. Lacan invierte esta
cuestión afirmando que no es al percipiens al que hay que pedirle razón de la alucinación.

Lacan toma a Taine que plantea que “la percepción es una alucinación verdadera” y a Ponty que
propone la afirmación de “impostura alucinatoria”. Taine llevó a sus últimas consecuencias la
tentativa de presentar una génesis de todas las funciones superiores de la inteligencia, el
conocimiento y la razón, hasta el último extremo lógico, a partir de un dato inicial único: la
sensación. “La impresión” producida por el objeto exterior se traduce para el individuo en
sensaciones. Estas sensaciones se convierten en contenidos mentales, las imágenes. ¿Qué es entonces
percibir para Taine? La actividad de percepción corresponde a la movilización de una imagen mental
o de una combinación de imágenes. Es una alucinación normal. ¿Pero cómo distinguir la alucinación
enfermiza de la alucinación normal?

No hay modo de decir del perceptum si es verdadero o falso sin hacer intervenir un juicio, juicio que
produce “la prueba de realidad” y que dice si la alucinación perceptiva le corresponde o no a un
objeto exterior. Lacan plantea que para pasar de la sensación pura a una afirmación perceptiva, el que
decide es el pensamiento.

Ponty plantea que “la alucinación no es una percepción” sino una usurpación. “La alucinación usurpa
el lugar de la percepción pero no es una percepción”. Porque para él la percepción es “apertura al
mundo” y, en la alucinación, la apertura al mundo estaría afectada.

En definitiva se trataría de que exista una disposición primaria, normal, en el que no es psicótico, que
le asegura su presencia en el mundo. A Ponty también lo mete en la bolsa: después de haber inmerso
al sujeto en el mundo, también él le pide a ese sujeto anterreflexivo que dé cuenta de la alucinación
por medio de la carencia de la presencia perceptiva en el mundo.

La tesis

49
Llego a la tesis de Lacan. Resumo ante todo sus objeciones. Impugna la concepción que Taine se
hace de la imagen como realidad degradada, sensación debilitada. La impugna en nombre del ICC.
Le objeta a Taine, con Freud, que l imagen, lejos de ser una realidad degrada, es otra realidad, una
realidad psíquica que se inmiscuye entre el percipiens y lo que se llama la realidad. Por supuesto, se
trata de un texto donde Lacan formula todavía el ICC en términos de imágenes y no de stes.

La tesis propuesta en “De una cuestión preliminar”, no solo objeta a la fenomenología, sino que
también afirma que la relación con la realidad en general, y muy en particular la percepción, no deja
de caer bajo la incidencia del ICC. Con el PSA, lo que cambia todo respecto a las viejas teorías de la
percepción es el descubrimiento de la realidad psíquica, realidad que para Lacan no está más acá del
lenguaje. El sujeto que percibe está determinado por su dependencia del orden simbólico.

La tesis de Lacan sobre la causalidad de la psicosis, que consiste en hacer de la forclusión, defecto en
lo simbólico, su condición principal, es perfectamente coherente con el hecho de que para el loco la
relación con la realidad esta modificada. ¿Qué es lo que le permite a Lacan referirse a Freud?

Hay múltiples direcciones en los desarrollos de Freud, vacilaciones e incluso contradicciones


internas, que Lacan subraya y utiliza. Como por ejemplo, cuando destaca que no es coherente hacer
del yo, a la vez el agente constituyente de la prueba de realidad, y el resultado constituido de las
identificaciones narcisistas. El Freud que está con Lacan en objetar a todos los que Lacan mete en la
bolsa, es el inventor de la articulación ICC, y del sujeto que se deduce de ella.

La tesis es ésta: el campo de la percepción es un campo ordenado, pero ordenado en función de las
relaciones del sujeto con el lenguaje, no ordenado por el aparato cognitivo, ni por la perspectiva de la
percepción. Implica que el lenguaje no es un instrumento del sujeto, sino un operador, en el sentido
de que produce al mismo sujeto. Se podría admitir que cuando se trata de percibir la cadena ste, el
perceptum, a saber la cadena percibida, depende de la juntura entre sujeto y lenguaje. A nivel de lo
visible, es menos obvio demostrar, que en el fondo, lo que veo no lo veria, si no fuera un sujeto
determinado producido por el lenguaje. Es decir que lo que veo, no lo veo simplemente como
animal, sino en tanto humano, en tanto sujeto del significante.

Allí donde estaba el percipiens viene el sujeto dividido.

Lejos de ser el organizador del perceptum como se suponía, el sujeto es su “paciente”. Es decir, sufre
una serie de fenómenos que se deben a que la palabra y la cadena significante ya están organizadas:
cuando habla el otro, sufre los efectos de la sugestión, cuando habla él, se divide entre locución y
audición. Cuando está alucinado su palabra es oída como viniendo del otro, y se le impone una
oscilación entre un momento de incertidumbre alusiva y de certidumbre alucinatoria.

Por otro lado, Lacan hace otra demostración concerniente a la percepción visual. En 1966, cuando ya
ha elaborado su teoría del ICC-lenguaje, precisa que el estadio del espejo no es un fenómeno de
visión. La imagen visual juega su papel, pero no por ello el estadio del espejo está menos
subordinado al efecto del lenguaje. Quiere decir que la imagen del espejo sólo toma su importancia y
cautiva al sujeto porque ya está correlacionada con el efecto mayor de lenguaje que es el efecto de
falta. La imagen cubre lo que llama una falta más crítica, que tiene una función causal y que refiere

50
al deseo del Otro. El estadio del espejo no tiene una ligazón con la calidad de vidente, sino con la
mirada.

El valor de la imagen depende menos de la unidad de su completud que del hecho, de que está
descompletada por la mirada. La idea es ésta: lo visible, el umbral del mundo visible supone que se
ha producido una sustracción por efecto del lenguaje. Esta sustracción, por la falta que engendra,
crea la libido escópica y le da su impulso a la investidura del campo visual. Para que el mundo sea
visible es necesario que sea concernido por un deseo de ver. ¿Con los ojos pero sin la libido escópica
que veríamos?

Evidentemente la tesis lacaniana choca con la “fe perceptiva” que todos los seres hablantes
compartimos. Por eso es importante demostrarla, caso por caso.

Cap: La estabilización de la psicosis

En los medios llamados terapéuticos, se dice en efecto “estabilización” por no atreverse a decir
curación y ni siquiera efecto terapéutico, como se dice para la neurosis. Este término no pertenece al
vocabulario psicoanalítico y se presta a confusiones. De Schreber se dirá al fin que está estabilizado.
Metáfora y suplencia son términos introducidos por Lacan, con estos trataremos de dar un sentido al
término “estabilización”. Hay que poder decir, qué es lo que se ha desestabilizado y qué es lo que se
reestabiliza. También hay que poder decir cuál es el factor causal de la desestabilización o de la
reestabilización.

Lo que está en juego es un desafío del saber y un desafío pragmático. Que el desafío sea pragmático
se ve: hay que poder plantear el diagnostico de una psicosis no desencadenada, y también hay que
tener algunas orientaciones sobre lo que podría ser una remisión dirigida, para un eventual
tratamiento. Hay un desafío de saber, porque toda persona, psiquiatra, psicólogo, que trabaje un poco
con sujetos psicóticos, sabe que los fenómenos de la psicosis se presentan de un modo más
discontinuo que los fenómenos de las neurosis. La neurosis por supuesto, conoce fluctuaciones
sintomáticas, pero el modo subjetivo de la neurosis es relativamente estable y constante.

Por el contrario, la psicosis nos presenta desencadenamientos súbitos, inesperados,


desencadenamientos sorpresa, pero también a veces remisiones enigmáticas. La cuestión es captar
cuál es el resorte de las peripecias discontinuas de la psicosis para saber por dónde y cómo se puede
dirigir el tratamiento.

Hay que entrar en la definición psicoanalítica de la psicosis, que comenzó con Freud. La misma
consiste en considerar a ésta como un avatar del sujeto en tanto el sujeto es un efecto del lenguaje.

En “Una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, construye su primera doctrina
de la estructura de la psicosis en su tesis del ICC estructurado como un lenguaje. Implica que: “la
condición de sujeto (neurosis o psicosis) depende de lo que se desarrolla en el Otro.”

En el texto de “La instancia de la letra en el ICC”, desemboca en una tesis extremadamente simple:
el síntoma es una metáfora. Tesis que da cuenta del hecho de que el PSA opera descifrando la
significación del síntoma. Ya que la metáfora es una función del ste que al sustituir un ste por otro
que ella reprime, engendra a nivel del sdo un efecto de significación inédito.

51
Partiendo de la definición de síntoma como metáfora, se pasa a una definición diferencial de la
psicosis. Los fenómenos de la psicosis, como los de la neurosis, tienen una estructura de lenguaje,
pero el síntoma psicótico no es una metáfora. He ahí la gran y simple diferencia, que da la clave
clínica diferencial: en un caso, la metáfora, en otro, la ausencia de metáfora.

Para el sentido común, el loco es preso de fenómenos que objetan al sentido común, al conjunto de
las significaciones que toda la gente llamada sana de espíritu comparte: su idea de la realidad no se
corresponde con la de los sanos. Para todo el mundo el loco es un sujeto que adhiere a
significaciones anómalas. El camino lógico de Lacan consiste en inferir que, si las significaciones de
la locura son anómalas, entonces la causa debe encontrarse a nivel de lo que motiva la estructura de
la significación.

Si el psicoanálisis obtiene efectos por medio de la palabra, entonces el síntoma debe tener una
estructura de lenguaje. La metáfora es un principio de estabilización; constituye un punto de
detención al deslizamiento del significado bajo el significante. Es el efecto que Lacan llama “punto
de capitonado”. Este es una estabilización del ste y del sdo sin la cual el deslizamiento del sdo deja
en suspenso, en la indeterminación el “¿Qué quiere decir esto?” que se puede dirigir a toda cadena de
lenguaje. La metáfora es justamente lo que permite fijar, retener la significación. Pero la metáfora
que nos interesa en la clínica no es cualquier metáfora, sino la que es capaz de metaforizar un
“significable” especial. “Significable” designa lo que es a significar, es el ser-ahí de viviente.

Lacan distinguió una metáfora que no es cualquiera, la metáfora paterna, que es justamente la que da
significación al ser viviente del sujeto. Al sustituir el significante del deseo de la madre por el
Nombre del Padre, el ste del padre hace surgir una significación: la significación fálica, que le da
sentido al ser del sujeto, al ser de viviente. Esta metáfora, al estabilizar ste y sdo, capitona al
conjunto del discurso en tanto éste vehiculiza la cuestión del sujeto y tiene repercusiones a nivel de
las identificaciones imaginarias del sujeto, ya que introduce la dialéctica fálica en lo imaginario, sin
lo cual se reduciría a la pareja especular del estadio del espejo.

La metáfora paterna tiene como efecto separar al sujeto, no tanto de la madre, sino de la vacilación
que es inherente a la relación especular con la madre.

El capitoneado tiene efectos clínicos observables. Le da la base al sujeto, y tiene como correlato la
puesta en marcha de la historizacion, que introduce coherencia, continuidad en la historia. Se suele
decir en informes psiquiátricos que el psicótico tiene una vida caótica; referiremos, como analistas, a
una vida caótica cuando el discurso no historice.

Psicosis como defecto de la metáfora, que se trasluce tanto en su causación, como en los fenómenos.
Esta es la tesis de Lacan: fenómenos y causación de la psicosis tienen la misma estructura. Lacan ha
dicho lo siguiente: en ningún otro lado como en la psicosis “el síntoma, si se sabe leerlo, está tan
claramente articulado en la estructura del lenguaje”. Lo demuestra cuando dice que la alucinación
verbal no es una metáfora, sino “ste en lo real”. El ste está en lo real cuando la cadena ste, que
encadena los stes para producir la significación, está rota. Esta definición del fenómeno psicótico
como ste en lo real, implica que el ste no basta para definir lo simbólico.

52
Son conocidas las experiencias enigmáticas del sujeto psicótico. La experiencia enigmática está
centrada en que cuando un significante solo aparece en lo real, produce a nivel de la significación un
vacio enigmático que se convierte en certidumbre de significación.

Al nivel del “fenómeno elemental”, queda ilustrado que se trata de significante en lo real,
desconectado de los otros significantes y conectado al goce.

Pasemos al nivel de la causación de la psicosis. La psicosis encuentra su “condición” esencial en la


forclusión del Nombre del Padre. La forclusion no es la causa suficiente; hace falta una causa
agregada, ocasional. La causa ocasional es una causa que varía con los accidentes de la vida, con las
circunstancias. La tesis de lacan es que la causa ocasional, es aquella que produce una llamada al
Nombre del padre, y que por lo tanto hace eficaz y deficiencia; deficiencia que quizás algunas veces,
no ha tenido consecuencias durante toda una vida, como en el caso de Schreber, donde se
desencadena en edad tardía. El llamado se produce por medio del encuentro con Un padre real, el Un
aparece en lo real y no tiene su respondiente en lo simbólico.

Lacan situa la desestabilización en referencia al NdP, el que “por el agujero que abre en el
significado, dispara la cascada de las reorganizaciones del significante de donde procede el desastre
creciente de lo imaginario”. Desestabilización como fracaso del punto de capitoneado, que tiene
como efecto el desmoronamiento de la apoyaturas imaginarias del sujeto. Se puede pensar entonces
que la única solución es encontrar una metáfora de compensación; lo que Schreber ilustra al
comenzar su delirio y su enfermedad como un perseguido por Dios, y al terminar reestablecido con
un delirio en el que es la mujer de Dios. Esta idea de la metáfora delirante sigue la nocion de Freud
del delirio como intento de curación.

El delirio mantiene en la psicosis un lugar homólogo al trabajo de la transferencia en la neurosis, que


también es una reorganización significante. Aquí la solución es aportada por una metáfora de
suplencia. Cuando Lacan evoca el encuentro entre Flechsig y Schreber, dice: “no hay duda de que la
figura del Dr. Flechsig no logro suplir el vacio repentinamente percibido por la Verwerfung
inaugural”.

Allí donde faltaba el NdP, adviene la gran I del ideal, que Schreber designa con la expresión “orden
del universo”. En lo imaginario, osea en la significación, allí donde faltaba el falo, adviene una
significación de suplencia que es “ser la mujer de Dios”.

En la prepsicosis, es decir antes del desencadenamiento: Lacan supone una identificación que le
habría permitido a Schreber asumir el deseo de la madre: es una inferencia. Se la infiere del hecho de
que Schreber, para “deber ser el falo”, en razón de la forclusión, ha debido primero apoyarse en una
identificación de suplencia para asumir el deseo de la madre. En el momento terminal de su delirio,
el trabajo del delirio obtiene el mismo resultado de suplencia por medio de la transformación en
mujer de Dios. Lo logra haciendo advenir el Ideal en el lugar del NdP y la significación de la
feminización de Schreber, en el lugar de la significación fálica. Lo que Freud abordo al hablar de la
homosexualidad del psicótico, y que Lacan corrige y resitúa.

La psicosis es pensada aquí en una problemática que se sitúa a nivel de lo Simbólico y de lo


Imaginario, residiendo toda la cuestión en el abrochamiento de lo S y lo I. La categoría de lo R no es

53
prevalente, hasta incluso puede decirse que hay un borramiento de la dimensión pulsional de la
psicosis. En Freud prevalece la cuestión del mecanismo, que lo conduce a la frase: “lo que ha sido
abolido desde el interior vuelve desde afuera”. Lacan lo conceptualiza de otro modo: “lo que está
forcluido de lo simbólico vuelve en lo real”. No se puede decir que Lacan ignore el componente
pulsional, pero contrariamente a Freud no la acentúa. En la transformación de Schreber en mujer, el
acento no está puesto sobre el goce que ella implica. Lo que le interesa es la problemática del punto
de capitonado en sus efectos estabilizantes.

Lacan hace una relectura en Schreber que no invalida el hecho de privilegiar el abrochamiento S-I,
sino que la completa y que nos resume las angustias de Schreber en su relación con Dios. Corrige en
el 66 su primera perspectiva por medio de la consideración de lo que llama “el sujeto del goce”, al
decir: la paranoia identifica “el goce en el lugar del Otro como tal”. Formula que califica bien los
fenómenos descritos por Schreber. El Otro aquí es encarnado por Dios, un Dios que Schreber mismo
describe como el lugar del ste, ya que hace de él la suma pensada de todos los pensamientos de las
almas muertas desde el origen de los tiempos. Esto es decirnos que Dios es el lugar muerto del ste.
Ahora bien, lo que Schreber nos muestra en su delirio es que ese dios muerto del ste lo absorbe como
su objeto de goce. Es gozado por Dios, y él mismo identifica el goce del Otro.

Doble elisión: simbólico e imaginario

En el 66 la perspectiva tomada es la articulación S-R, si se llama aquí real al goce. El 1° tiempo de la


elaboración acentúa en los fenómenos de la psicosis las anomalías de la significación y de la
identificación imaginaria, mientras que el 2° tiempo, que completa al primero, pone el acento en los
fenómenos de goce conectados directamente al ste, en cortocircuito sobre lo Imaginario. En el 75,
Lacan no habla del síntoma metáfora, sino que lo define como una función de goce de la letra.

En el texto “De una cuestión preliminar…”, se evoca que la deficiencia del Nombre del Padre puede
ser compensada, es decir, que puede encontrar un sustituto con una función análoga, se está
implicando la relativización del Nombre del Padre. Es una via abierta lo que Lacan desarrollo luego:
la puesta en plural del Nombres del Padre, que supone distinguir la función y el término que soporta
la función. La función del NdP es una función de capitonado, de lo imaginario y del símbolo. Pero el
término que opera ese capitonado y juega por su parte como una variable de la función puede ser
diverso.

Hay una clínica a hacer de los sustitutos del Nombre del Padre, que cumplen la función de
estabilizadores. La suplencia por medio de la metáfora delirante está lejos de ser perfecta y se podría
decir que la metáfora delirante es una pseudometáfora.

El ste del ideal que suple al NdP no es lo que induce la transformación de Schreber en mujer. Lo que
lo empuja a la feminización es la forclusión del significante fálico, que “para ser el falo se consagra a
hacerse mujer”.

Es una seudometafora, tan pseudo que se sabe que Schreber decayó, a diferencia de Joyce quien con
su identidad de artista logro suplir el defecto de lo imaginario en él, consolidar su ego, por medio del
reanudamiento de lo imaginario. Joyce logro producir un capitonado de suplencia, que reengancha lo

54
I con lo S y completa la juntura entre lo R y lo S que su literatura-síntoma asegura. Se ofrece como
texto a gozar, no por Dios como Schreber, sino por el público.

Hay una brecha entre la perspectiva psiquiátrica y la psicoanalítica. Hay que distinguir con certeza
una estabilización, de una reorganización de los trastornos de la psicosis. Para el psiquiatra la
urgencia es lograr hacer compatible con el lazo social los trastornos del goce propios de la psicosis,
por lo q se busca el aplacamiento de los fenómenos con medicamentos. Se verá como progreso que el
sujeto psicótico se logre reinsertar en una vida “común”, con un acomodamiento del entorno y la
evitación de lo contingente.

Psicosis, perversión, neurosis – Philippe Julien

1- Una paranoia común

Lacan, como lo había hecho Freud en el caso de la histeria, pervierte la significación de palabras de
origen psiquiátrico. La locura tiene mucho que enseñarnos, saca a relucir lo que está presente en la
llamada persona normal. Es lo que Lacan mostró para las denominaciones de paranoia y psicosis, la
primera antes de 1953, la segunda a partir de ese año, con la invención de RSI.

Lacan enlazó el calificativo de paranoico con el concepto de conocimiento. Esa es su invención


primera. Kraepelin y Genil-Perrin habían separado la paranoia de la demencia para definir con ella
una personalidad, un carácter.

La psicosis está lejos de ser paranoica. De ese modo, desde 1931 Lacan comienza a efectuar una
disyunción entre psicosis y paranoia. En 1932, mientras escribe su tesis sobre la psicosis
paranoica, tropieza con una dificultad: “en esta enferma nada nos permite hablar de una disposición
congénita ni adquirida, que se exprese en los rasgos definidos de la constitución paranoica”.

¿Cómo puede hablarse de psicosis paranoica? Lacan responderá dando una nueva definición de esa
“paranoia” de Aimée: paranoia de autocastigo. El delirio desaparece cuando la encierran y ve en eso
una relación de causa a efecto: ¡un castigo exitoso! Pura hipótesis que luego abandonará.

En 1966, Lacan señalará que introdujo la noción de “conocimiento paranoico” con su tesis de
Aimée, para distinguirlo claramente del delirio psicótico. El argumento se presenta así: el
conocimiento es esencialmente del orden de la visión “es evidencia del ver en la luz de los ojos del
espíritu”; la bipolaridad vidente-visto es de orden paranoico. El yo humano se constituye por
identificación gracias a la visión del objeto y de acuerdo con la misma bipolaridad. El yo tiene, por lo
tanto, una estructura paranoica, o no es.

Heidegger reconoció esta tradicional afinidad del conocimiento con lo especular, el espectáculo. Y
planteaba que “ser” enuncia: presencia y consistencia, el hecho de ver, es apto para dilucidar la
percepción de la presencia y la consistencia. La filosofía interroga sobre el don maravilloso de la
intuición de la presencia: ¿Qué es activo y pasivo, el ojo del espíritu o el objeto visto? Hay
bipolaridad. Hay actividad del objeto: este toca la tabula rasa del espíritu que recibe. Pero ver, a
cambio, es objetivar, poner delante, ahí, a distancia sobre el cuadro del mundo. Registro como fuera
de mí la presencia del objeto que se revela a mis ojos.

55
El conocimiento paranoico

El conocimiento es por sí paranoico, a diferencia de la verdad o el saber. ¿Cómo llegó a esto? Cinco
rasgos fundamentales:

Visibilidad: según el estadio del espejo, la mirada del niño entre los 8 y los 18 meses hace que la
Imago del cuerpo del otro funde la imagen unificada del cuerpo propio más allá de su fragmentación.
En 1938, Lacan inventa la noción de complejo de intrusión, que debe situarse entre los dos
complejos freudianos: el de destete y el de Edipo.

Unidad y fijeza: la intrusión del semejante funda la unidad del yo del ego en su narcisismo de objeto
unificado. Hay confusión entre identificación y amor a sí mismo. Confusión que debe mantenerse a
favor de la estabilidad la personalidad.

El olvido de sí mismo: esa es la estructura paranoica del yo: “el sujeto se niega a sí mismo y acusa
al otro”. Se desconoce, como puede advertirse en el transitivismo del niño: “¡No soy yo, es él!”.

El objeto del deseo: el conocimiento paranoico instituye la tríada imaginaria del otro, el yo y el
objeto. El interés por ese objeto nace a partir del deseo del otro por él, así una alteridad primitiva se
incluye en el objeto, en la medida en que este es primitivamente el objeto de rivalidad y
competencia. Sólo interesa en tanto objeto del deseo del otro, de tal modo que competición, rivalidad
y celos son la génesis y el arquetipo de los sentimientos sociales.

Un doble movimiento: El rasgo decisivo es el mantenimiento de una bipolaridad irreductible.


Tenemos a la vez: Inclusión con captura, fascinación, alienación en la imagen del otro por
identificación; y Exclusión recíproca: ¡O tu, o yo!

Estos 5 rasgos del conocimiento paranoico definen con exactitud lo que a partir de 1953 será la
relación imaginaria.

2- Una relación demasiado poco paranoica

Puede suceder que el último rasgo aparezca deficiente: hay inclusión con captura de la imagen del
otro, pero la exclusión recíproca está ausente. Ese fue uno de los descubrimientos fundamentales de
Lacan. Hay una falla en la paranoia común, un defecto de la relación imaginaria. Lacan lo presenta
con tres casos: Aimée 1932, Lol V Stein 1965, y James Joyce 1976. Con estos tres casos Lacan se
inquieta con lo que no es en absoluto la psicosis con delirio, pero sin embargo la precede, sin que
pese a ello baste para causarla ¿Qué hace falta para que algún día se desencadene la psicosis?

3- Psicosis y modernidad

Leer a Lacan sobre el tema de la psicosis es leer cómo evoluciona bifurcándose, como se reitera
objetándose.

Comprender al psicótico

La originalidad de la tesis de 1932 sobre la psicosis paranoica consistió en situarse en la línea de


Dilthey que fundó la antropología separándola de cualquier metafísica, así como en la de Jaspers que

56
opuso las ciencias “puras” que “explican” a las causas y las cs. humanas que “comprenden” según el
sentido.

Lacan define entonces su método de lectura1 (1932):

1- La relación de comprensión concierne a la “personalidad” concebida como la unidad de un


desarrollo regular y orientado.

2- El acontecimiento que surge se llama “proceso psíquico” y se opone directamente al desarrollo de


la personalidad. Pero este mismo elemento nuevo y heterogéneo se introduce en la personalidad,
efectuando una nueva síntesis según relaciones de comprensión.

3- Si el proceso psíquico se mantiene en su oposición, el desequilibrio se agrava, razón por la cual


algún día produzca un pasaje a la psicosis. Pero no a causa de acontecimientos de la historia o
trastornos orgánicos. El verdadero origen es el de una anomalía psíquica anterior que debe definirse
como “un trastorno psicogénico” de la personalidad. Todo debe comprenderse de acuerdo con la
potencialidad de un dinamismo interior e inmanente.

En 1956 dirá todo lo contrario: nada de psicogénesis de la psicosis ni de relaciones de


comprensión, el proceso psíquico es una concepción falaz; comprender es la apertura a todas las
confusiones. Jaspers se aleja y Freud se acerca, con la noción de ICC como puro efecto de lenguaje.

En 1946 en “Acerca de la causalidad psíquica” Lacan muestra que la locura es un problema de


identificación y que ésta solo se realiza a partir de ese afuera social, que es la imagen del otro.

Una nueva nosografía

En el Discurso de Roma del 1953 Lacan presenta una nueva nosografía, por el lado de lo simbólico,
en el momento en que acaba de distinguirlo con claridad de lo imaginario y lo real.

En efecto, el deseo del hombre encuentra su sentido en el deseo del otro, porque “su primer objeto es
ser reconocido por el otro”. Ese es sin duda el destino del ser humano. “Ese deseo mismo exige ser
reconocido, en el símbolo o en lo imaginario”. Y esa es la apuesta misma del psicoanálisis “Nuestro
camino es la experiencia intersubjetiva en la cual ese deseo se hace reconocer”.

El problema está en que la relación entre palabra y lenguaje difiere según los casos, en lo
concerniente a la realización de un reconocimiento intersubjetivo. Y a partir de esa diferencia, se
engendra una nueva nosografía. Si el lenguaje es el enunciado colectivo en una sociedad y la palabra
es la enunciación de un sujeto, encontramos 3 posibilidades:

La primera es la que llamamos locura: el sujeto está en el lenguaje pero no habla, si se entiende por
ello el intento de hacerse reconocer por y en la propia lengua. La segunda es la neurosis: gracias al
retorno de lo reprimido (formaciones del icc), lenguaje y palabra se encuentran, se dialectizan, se
ponen en marcha el uno a la otra. Pero lo decisivo es la invención de una 3° paradoja en la cual está
atrapado el hombre moderno. La novedad de la actitud de Lacan radica en salir de la psiquiatría, es
decir de una nosografía general e intemporal. Es preciso tomar en cuenta la historicidad del ser
humano y por eso adopta un acento heideggeriano para describir al hombre moderno, mostrando la

57
semejanza con la alienación de la locura, debido a que en las dos, “más que hablar, el sujeto es
hablado”, por una antinomia entre el lenguaje y la palabra, que no se encuentran.

Un lenguaje sin sujeto

En el siglo 17 nació el discurso de la ciencia. La objetivación en ese discurso, es la alienación más


profunda del sujeto de nuestros días. Esa obra que invade trabajo y ocio tiene una función de
ocultación del sentido específico de la existencia. En ella, el hombre se olvida de la forclusión de la
pregunta sobre su ser ¿Qué soy en todo esto? No se lo plantea. Nacimiento y muerte se desubjetivan.
El enigma del deseo del Otro: ¿Che vuoi? queda triturado por inquietudes técnicas de
autoconservación, promoción burocrática y rendimientos númericos.

Ese universal que es el discurso de la ciencia, subvierte nuestra lengua y nuestras relaciones sociales.
Del hecho de que sólo hay ciencia de un saber que se comunica sin límites internos nace un
universal. El poder poético y particular de la lengua se borra en beneficio de un poder instrumental
de pura transmisión de informaciones. La palabra del sujeto debe borrarse para que triunfe lo
universal. La palabra es el lugar de la verdad del sujeto, en cuanto se manifiesta en la historicidad de
una memoria y el saber de la finitud de su propio ser mortal. El lenguaje, por el contrario, es el lugar
de un saber sin sujeto, porque carece de pasado y tiene un futuro ilimitado.

El PSA interrogado

Esa borradura está en el origen de la nueva nosografía mediante la cual Lacan da lugar al
conocimiento paranoico del yo del hombre moderno como función reactiva contra el universal
abstracto del lenguaje tecnocientifico. De allí la siguiente antinomia: o bien el discurso científico, o
bien una palabra del yo, pero de tal modo que la segunda alternativa venga a dar una respuesta
compensatoria a la primera.

El siglo 20 se caracteriza por una segregación más fuerte que nunca. Lacan enuncia ¿Cómo hacer
para que las masas humanas, condenadas al mismo espacio sigan separadas? Esa es la verdadera
cuestión: ¿qué separación está en juego en el psicoanálisis? ¿Es este cómplice de una separación
segregativa, la que el conocimiento paranoico del yo instaura contra la ciencia?

Interrogante ineludible para los psicoanalistas. Es necesario partir de esta nueva nosografía de Lacan;
pues ella abre en 1953 un sendero que va a subvertir la denominación de psicosis. Dos años después,
en su seminario “Las psicosis” introduce una analogía entre estado prepsicótico y situación del
hombre moderno. Así resulta claro que el nacimiento del PSA en tal o cual cultura solo es posible en
la modernidad. Sólo el pasaje del hombre moderno a la “psicosis” da origen a una demanda de
análisis.

4- La vía freudiana

La respuesta del psicoanalista a la cuestión que plantea la antinomia entre lenguaje y palabra, en el
hombre moderno dependerá ante todo de la manera como conciba el ICC freudiano. Este debate
comenzó entre Freud y Jung. Pero sigue siendo actual. 4 postulados:

58
1- La noción de ICC tendría por origen la psiquiatría dinámica, de la que el psicoanálisis sería
fiel heredero. En oposición a una psiquiatría científica, organicista, a partir de Pinel y
Esquirol se afirmó una psiquiatría dinámica. En nuestra naturaleza está inscripto un poder que
se halla en el origen de todos los actos, para orientarlos y darles una finalidad. Hablar de ICC
es calificar el lugar de ese proceso inmanente que, en el apres-coup, permite decir que tal
síntoma es el signo del desarrollo negativo o positivo de una tendencia supuestamente
presente.

Contra los racionalistas modernos que solo admiten lo demostrable a la vez que experimental y
estadístico, médicos y filósofos románticos coinciden en afirmar un ICC que colma felizmente las
fallas de lo CC.

Freud nos dice que el ICC está hecho de huellas mnésicas de inscripción. La represión es “un
proceso que actúa sobre representaciones, con retorno de lo reprimido como representante de la
representación. Hablar de ese modo es recurrir a lo que depende de la relación de ste con ste. Lacan
insiste en que el lenguaje es la condición del ICC, y por lo tanto el ICC como efecto de lenguaje
tiene una estructura de elementos discretos.

2- Contra el universal abstracto de la razón, el ICC sería la presencia de la particularidad de nuestras


raíces, nuestra genealogía y nuestra cultura. La locura moderna se origina en la destrucción de esa
particularidad. La curación es un pasaje a la posmodernidad de cada uno, según su propia historia.
Curar es curar de la modernidad, reconciliando al sujeto con su propio ICC como feliz presencia del
pasado.

Pero el ICC freudiano rompe con el pasado. La función del retorno de lo reprimido no consiste en
colmar las lagunas de lo consciente del hombre de la civilización moderna. Instaura en él una laguna,
restaura una pérdida original, una falta primera de objetos colmantes y totalizantes. Provoca el
tropiezo del discurso social que pretende dar a cada verdad su saber. El retorno de lo reprimido es
repetición con respecto a un encuentro siempre fallido.

Lejos de dar cabida a significaciones del discurso social, el icc introduce el sinsentido y actualiza en
el sujeto lo no realizado. Hiancia, agujero de desconocimiento, tropiezo entre causa y efecto, fisura,
traspié.

El ICC, topológicamente, tiene estructura de borde. Pone de relieve la ausencia de un ste que pueda
decir el ser del sujeto y marca esa ausencia con un trazo de borde.

3- De ese punto de disputa se deriva un 3°: sólo habría entonces un ICC colectivo, ya que el retorno a
las fuentes es la recuperación de la pertenencia y la afiliación al grupo cultural propio. Hay
homología entre psiquismo y cultura. La psicosis del hombre moderno es el desarraigo.

Pero Freud rompió con cualquier ICC colectivo. El yo no es el sujeto. Este es el efecto de un ICC
individual según la estricta singularidad de una historia. Por eso Lacan podrá decir “no hay
enunciado colectivo del sujeto de la enunciación”. El discurso del sujeto de la enunciación es el
discurso del Otro en la singularidad de tal o cual historia. En ese sentido, el ICC está marcado por
una alteridad, no obstante lo cual no es colectivo.

59
4- Por ser grupal el ICC psíquico sería transmitido por el líder de la comunidad cultural o
religiosa. Contra la psiquiatría organicista, la psiquiatría dinámica redescubrió la eficacia
terapéutica de la palabra del maestro que tiene poder mágico sobre el psiquismo. La verdad
actúa como causa eficiente por medio de la consigna.

El psicoanalista ocuparía el lugar del chaman, el sanador, el exorcista. La terapéutica seria un


tratamiento moral diría Pinel, gracias al poder de sugestión del verbo y la mirada, que el paciente
reclama. En efecto el hombre moderno estaría enfermo por carecer de maestro. Con respecto a esto
Freud dirá que no, que el análisis es laico o no es. Y Lacan agrega: “El analista es el desecho del
goce”, vale decir es lo opuesto al maestro. Por eso el PSA freudiano sólo puede practicase en ciertas
circunstancias socioculturales, las que permitieron su nacimiento en Viena con Freud, es decir, con el
sujeto nacido de la civilización freudiana. La historia de ese sujeto se puntúa según la lógica de estos
3 tiempos:

- En el nacimiento de toda ciencia, está la duda con respecto a los saberes constituidos. En la
distancia entre saber y verdad nace el sujeto de la ciencia, sujeto dividido entre el ste con el
cual se identifica pero que él no es, y el ste que diría su ser pero falta.

- Una vez constituida y establecida, la ciencia olvida su nacimiento y reprime al sujeto. Lo


sutura en la medida que en transmite el saber como verdad.

- Ese sujeto olvidado por la ciencia establecida espera su retorno con Freud. Con y por el PSA,
en lo sucesivo está en su propia casa.

La respuesta freudiana al hombre de la modernidad es no perpetuar una nostalgia identitaria sino, al


contrario, permitir como decía Lacan, que nadie más que el sujeto de la ciencia se realice de manera
satisfactoria.

El paso que hay que dar

Como el lenguaje es la condición del ICC, Lacan, al retomar a Freud, podrá abordar la psicosis
gracias a la invención de una triple nominación. Esa es la clave de su seminario sobre la psicosis.
“Dentro del fenómeno mismo de la palabra, podemos integrar los tres planos: de lo Simbólico
(representado por el ste), de lo Imaginario (representado por la significación) y de lo Real (que es el
discurso efectiva y realmente pronunciado en la dimensión diacrónica).

Esta triple afirmación es determinante para la interpretación de la psicosis, y permite distinguir ste y
significación. Desde 1932 Lacan quiso comprender la psicosis, es decir, captar sus significaciones. Y
en 1953 la actitud es a la inversa, NO comprender, sino explicar.

Primera ley: en cuanto causa de las significaciones, el ste explica, porque lo simbólico determina lo
imaginario y no al revés. No hay imaginario puro (como en el estadio del espejo). El ste procedente
del Otro da tal o cual significación a una imagen del cuerpo.

La exclusión recíproca no es puramente imaginaria como lo es la inclusión de lo semejante. Es el


efecto de un ste primordial, sin el cual sólo la inclusión existe, cautiva, fascina. Solo el Nombre del

60
Padre introduce la exclusión reciproca que es la diferencia entre las generaciones y la prohibición del
incesto.

Segunda ley: si el ste falta, hay proliferación de significaciones que suplen esta falta. Si falta el
Nombre del Padre se darán significaciones que respondan a la pregunta ¿Qué es ser padre?: ¿Se
reemplaza realmente el ste faltante? Lacan constata esta suplencia: “La situación puede sostenerse
mucho tiempo, los psicóticos viven compensados, tienen comportamientos ordinarios y de repente de
manera misteriosa se descompensan”.

¿Qué convierte en insuficiente las muletas imaginarias que permitían al sujeto compensar la ausencia
del ste? ¿Cómo vuelve el ste a formular sus exigencias en cuanto tales? ¿Cómo interviene e interroga
lo que faltó?

5- La psicosis, una respuesta al acontecimiento

No hay psicogénesis de la psicosis, si se entiende por génesis un movimiento inmanente que conduce
a tal o cual término. Eso significaría atribuirlo todo al psiquismo.

Lacan decía que “Todo hace pensar que la psicosis no tiene prehistoria”. Desde luego, como
discípulo de Jaspers, al querer “comprender” al delirante, se atribuirá significación a tal antecedente,
calificado de síntoma especifico. Pero no se trata más que de una reconstrucción aprés coup.

Aquel a quien se llama prepsicótico, no es reconocible como tal. Se comporta como todo el mundo,
socialmente hablando, “mediante una serie de identificaciones conformistas con personajes que le
darán la idea de lo que es preciso para ser un hombre o una mujer”. Así, “por intermedio de una
imitación” a la imagen del semejante que le sirve de muleta, el prepsicotico puede vivir sin que se le
declare la psicosis. ¿Puede ser hasta la muerte? ¿Por qué no? ¿No es el hombre reducido a
permanecer en el conformismo según moldes y estereotipos exteriores de comportamiento?

La cosa se repite en el par hasta el día en que aparece el impar: puede ser que el acontecimiento,
como encuentro con lo real, trastorne ese equilibrio.

Un nuevo reparto de cartas

Puede suceder que un acontecimiento, como encuentro con lo real, rompa con las significaciones,
adquiridas; se les escapa. La verdad singular sobrepasa el saber que respondía hasta ese momento. El
acontecimiento es transgresión de las reglas admitidas y de las garantías reconocidas de acuerdo con
lo que ordena la ley de los intercambios. El acontecimiento es uno de más, que hace impar:

- Por un lado, un encuentro amoroso, una próxima paternidad, un descubrimiento científico o


artístico.

- Por el otro una traición conyugal, fallecimiento inesperado, fracaso profesional, etc.

En cada ocasión, con una nueva verdad, el saber falta y la interrogación queda suspendida. ¿Cuál va
a ser la respuesta psicótica a esta interrogación? Para que una psicosis llegue a dar respuesta, se
requiere la coincidencia de dos “caídas”, el encuentro fortuito de dos elisiones, una en lo imaginario
y otra en lo simbólico: yuxtaposición de dos agujeros.

61
La elisión en lo imaginario

Para posibilitar la comprensión de la 1° elisión, Lacan retoma su esquema L.

La relación en espejo según la imagen puede sostener una distancia a lo largo de toda una vida, salvo
que un día no logre proporcionar la respuesta exigida por la novedad de la aparición de tal o cual
acontecimiento. En efecto, para responder a ello el modelo de significaciones que dan los otros ya no
basta.

Daniel Schreber muestra esto cuando dice “los miembros del consejo cuya presidencia tenía que
asumir me superaban en edad”. ¿Cómo asumir una función de autoridad paterna de presidente? Solo
es posible hacerlo pasando del otro al Otro, del apoyo de lo especular al apoyo de las palabras, o bien
de las significaciones establecidas a los stes puros como fundadores de nuevas significaciones.

Si ese pasaje se efectúa, el sujeto puede tomar por sí solo la palabra y hacer frente al acontecimiento.
Pero este pasaje requiere que en el Otro, se inscriban para el sujeto los significantes fundamentales
de la existencia humana, en particular el de la paternidad: el Nombre del Padre.

El esquema L y la psicosis

Una de las fuentes de ese esquema es la lectura que hace Lacan de los estudios de Gilson sobre la
Edad Media. En ellos encuentra la cuestión planteado por la teoría del amor en el Medioevo. Dice
Lacan: “Tal vez les parezca un curioso y singular rodeo recurrir a una teoría medieval del amor para
introducir la cuestión de la psicosis. Sin embargo, de lo contrario es imposible concebir la naturaleza
de la locura”

En la Edad Media hubo dos teorías sobre la naturaleza del amor. Una física (Santo Tomás), fundada
en la naturaleza. El amor es atracción por el bien; el verdadero bien, no puede ser más que mi bien, el
de mi psique. Así lo que veo en el otro en cuanto amado es mi porvenir anticipado, mi yo ideal
¿Cómo no reconocer en ello el estadio del espejo?

La otra teoría es extática (Abelardo). El amor es eros; no tiene nada que hacer con su propio bien
porque pone “fuera de sí mismo”, nos hace exstáticos. ¿No es la relación A->S en el esquema L?
Ahora bien, esa relación es interrumpida y detenida por el muro de la relación imaginaria; debe hacer
ese rodeo; ya veremos cómo.

La apuesta del debate consiste en mantener la dualidad de dos amores y no reducir el uno al otro.

¿Qué pasa, al contrario, en el prepsicótico? La relación imaginaria según el amor de amistad existe,
pero de tal modo que excluye la otra relación extática de amor de deseo. La diagonal a’ a tapona,
obtura la relación A  S. En Schreber, aún después de su delirio, este mantendrá con su mujer, una
relación de amistad.

Pero, ¿cómo se produce la eclosión de la psicosis? Esta eclosión se define como el estallido de ese
mismo recubrimiento. La relación de amistad en espejo con la mujer ya no basta y abre un abismo, el
del Otro absoluto: “Para el psicótico es posible una relación amorosa que lo elimine como sujeto, en
la medida en que ella admite una heterogeneidad radical del Otro”. El amor extático se convierte en

62
el amor loco, insoportable. En consecuencia, en la psicosis tenemos el amor físico o bien el extático,
pero nunca ambos en su relación de distinción.

La elisión en lo simbólico

Un día lo imaginario que hacía de sostén en la prepsicosis falla. En Schreber vemos una
incertidumbre acerca de su identidad sexual ¿Qué es ser un hombre, una mujer? Los modelos ya no
bastan para responder, hay una descompensación.

Pero una psicosis se desencadena cuando a esa falla, se le suma una segunda, debido al
encuentro con otro acontecimiento: el llamado a un ste de base, llamado procedente de una autoridad
calificada de paterna y dirigido al sujeto.

En Schreber, por ejemplo, en 1893 “un llamado expreso de los ministros en posición de pares
reales”. Ahora bien, esta invocación situada en el Otro, lugar de los stes primordiales, no es
recibida por el sujeto. Esos stes son forcluidos sin afirmación posible. Conminado a concordar con
tal o cual ste fundamental, allí mismo donde hay elisión de las significaciones en lo imaginario, el
sujeto no puede responder: hay elisión en lo simbólico.

Lacan se refiere a los recursos gramaticales de la legua para hacer que captemos esa imposibilidad en
el futuro psicótico. Escoge esta afirmación procedente del lugar del Otro y dirigida al sujeto: “Tú
eres quien me seguirás”. ¿El sujeto recibirá un “me seguirá” o “me seguirás”?

El “me seguirá” es el del prepsicótico. Este recibe una constatación en tercera persona: tú eres una
persona afanosa, identificada con su tarea, buen elemento de un sistema y por lo tanto responde ¡sí,
claro, lo soy!

Pero un día la cosa ya no funciona; la identificación según la imagen deja al sujeto en la


incertidumbre y desasosiego. Y en ese momento sólo el apoyo del Otro absoluto permitiría avanzar
en lo desconocido: “Tú eres quien me seguirás”: mandato, delegación, misión, por la invocación
hecha a una afirmación de un ste fundamental. Pero el ste está forcluido (Nombre del Padre): el
llamado abre en el prepsicótico un vacío insoportable en el orden simbólico.

¿Cuál es entonces ese ste fundamental en lo simbólico, al que recurre un interlocutor pero que en el
sujeto no responde? Lacan lo llama NdP. Lo presenta con la ayuda de una metáfora caminera; así
como la ruta nacional en torno a la cual se instalaron ciudades, el ste primero “en tanto polariza,
engancha, agrupa en haces de significaciones”. Pero si el ste falta, es preciso suplirlo adicionando
significaciones.

En efecto, el ste del Nombre del Padre, es trasmitido al sujeto por el deseo de la madre, en
cuanto mujer. Ella da respuesta a la interrogación del hijo/a ante la imagen materna.

¿Qué deseo anima esa imagen tan dominante, que subyuga y fascina la mirada del niño? ¿Cuál es la
razón de la alternancia de presencia y ausencia? Ella instaura esta metáfora: sustituye el ste de su
deseo, que es enigmático para el niño por carecer de significación, por otro ste, el del padre, el de la
paternidad. Y de esa metáfora nace una significación: el falo, es decir, lo que falta en la madre y es la

63
razón de su deseo de mujer. A la angustia del sujeto frente al enigma del deseo de la madre esta
misma responde, transmitiendo el ste de su falta.

Después de esta transmisión primordial, pueden resultar para el sujeto diversas significaciones de la
paternidad, de acuerdo con la singularidad de su historia y cultura; la desaparición o el cambio de
aquellos no es catastrófico. Si el NdP está forcluido, habrá que adicionar sin cesar significaciones
como respuestas al ser padre, con el riesgo de que algún día la adición no baste.

Las dos caras de la psicosis

Una psicosis se desencadena a partir de la coincidencia de dos agujeros en uno solo: la elisión en lo
imaginario a raíz de la novedad de una elección a hacer, y por la otra, la elisión en lo simbólico por
la ausencia de apelación al NdP. A partir de ese agujero se genera un desencadenamiento de la
palabra según estos dos tiempos sucesivos: el de la perplejidad, el de la convicción.

Perplejidad: Lo que en el Otro está forcluido de lo simbólico, vuelve desde afuera en lo real. Allí
donde en el Otro se revela un vacío, surge lo que se denomina fenómenos elementales (automatismo
mental). Unas palabras se imponen al sujeto como si procedieran del exterior con la forma de voces,
como eco del pensamiento, enunciación de actos a cumplir o comentarios sobre ellos. A raíz de un
nuevo acontecimiento frente al cual el sujeto no sabe qué hacer, aparecen signos personalmente
dirigidos a él: una frase escuchada que se repite a propósito de tal o cual color, gesto o un objeto
puesto aquí y no allá.

El pensamiento se vuelve auditivo o verbomotor: verbal, objetivo, individualizado y temático.

Hay intrusión del ste: la cosa habla sola, automáticamente, según una sonoridad específica y suscita
en el sujeto la impresión de que lo interpela; la cosa habla para él. El discurso interno no se detiene.
Ese núcleo de la psicosis es neutro. Las voces no tienen nada de persecutorio; su neutralidad, no hace
más que acentuarla sensación de extrañeza causada por el enigma de su presencia insistente.

Convicción: La función del delirio es dar respuesta al enigma, dice Freud: una “tentativa de
curación, una reconstrucción”, lo cual permite al psicótico “reconstruir el universo de tal manera que
pueda vivir en el, a través del trabajo delirante”, de convicción. En el delirio, las voces del discurso
interior se atribuyen a tal o cual otro, nombrable y denunciable. El delirio da significaciones a las
voces, y los stes quedan reducidos a la mera función de expresarlas.

El lugar en el que falta la metáfora paterna (metáfora efectuada por el ste del Nombre del padre) es
ocupado por otra metáfora: la de la impregnación, una fecundación femenina con vistas a la
procreación de una nueva humanidad en Schreber, bajo la influencia de Flechsig y luego de Dios.
“Reconstruye” al padre.

El otro quiere esas significaciones: siempre es él quien tiene la iniciativa, cualquiera sea la forma del
delirio (persecución, erotomanía, celos). No soy yo, es el otro quien hizo de mí el centro del universo
(megalomanía): fenómeno de “concernimiento”. El otro está concernido por mí.

Cuando el sujeto no ha podido responder a cierto llamado, el delirio llega a recubrir la relación con
el Otro mediante una “abundancia imaginaria de modos de ser que son otras tantas relaciones con el

64
pequeño otro”. El Otro se afirma vigorosamente, pero en la modalidad de la relación dual,
imaginaria, por una proliferación de significaciones.

Así, dice Lacan, llega a restaurarse la estructura imaginaria. Freud pretende que el objeto delirante
sea de igual sexo: un hombre para un hombre, una mujer para una mujer. Lacan plantea que lo que
Freud designa al hablar de homosexualidad, es la relación con el semejante como imagen, aquel a
quien creemos comprender, cuyas intenciones con respecto a nosotros conocemos.

Elisión de lo imaginario  Restauración en lo real: perplejidad.

Elisión de lo simbólico  Restauración en lo imaginario: delirio.

La apuesta del delirio no es un asunto privado. Consiste en dar testimonio de un mensaje recibido y
hacerlo saber públicamente. De lo contrario, el sujeto se verá en la obligación de hacer justicia por sí
mismo, mediante pasaje al acto.

¿Qué inconsciente?

Como los desencadena una forclusión, los dos tiempos de la psicosis: perplejidad y convicción
delirante, nos muestran que psicosis y neurosis tienen una estructura completamente diferente. Freud
se da cuenta de ello.

La psicosis no compete al ICC como lugar de lo reprimido y de su retorno en la neurosis. En 1911,


Freud refiriéndose a Schreber, reconoce otro mecanismo: “No era exacto decir que el sentimiento
interiormente reprimido se proyectó hacia fuera, vemos más bien que lo abolido en el interior vuelve
desde el exterior”. Abolición, rechazo, elisión. Lacan dirá: forclusión, es decir ausencia de
afirmación referida a un ste y que pueda permitir luego una represión por negación. Esa ausencia
abre una perspectiva muy distinta, que nos lleva a una nueva función del ICC distinta de lo
reprimido: transmisión de una no-transmisión. Más adelante Lacan la llamará ausencia de nudos,
desanudamiento, des-ligazón.

6- Un retorno al tope freudiano

Se puede decir que la enseñanza de Lacan fue un diálogo constante con Freud respecto del complejo
de Edipo. Freud en “Tres ensayos…” (1920) escribe “a todo ser humano que nace se le plantea la
tarea de dominar el complejo de Edipo”. Esa es la piedra angular del PSA.

Lacan va a decir en el 57 que: “Toda la interrogación freudiana se resume en: ¿Qué es ser un padre?
Ese fue para Freud el problema central, el punto fecundo a partir del cual se orientó, toda su
investigación”. Podemos decir que si Lacan inventó la distinción de lo simbólico, lo imaginario y lo
real, fue para poder leer lo que mantiene o no su vigencia en el descubrimiento freudiano sobre el
padre en el complejo de Edipo y el complejo de castración. Pero ¿Cómo escribió Freud su
descubrimiento?

La presentación de Freud

Freud descubre en 1897, que el Edipo se articula en tres tiempos:

65
Primer tiempo, el niño está apegado a su madre y excluye al padre. Así se anudan dos deseos: el
incesto y el asesinato del padre, deseos a la vez primordiales y olvidados. Segundo tiempo, nace la
angustia de castración. El niño se representa al padre como dominador, como rival celoso que, como
represalia contra su agresividad, amenaza al niño. ¿Con que lo amenaza? En este punto Freud tuvo la
genialidad de advertir la importancia de la imagen del cuerpo y de la visión de la diferencia de los
sexos. Para el niño solo hay un órgano: el falo, presente en un lado, ausente en el otro. La niña no lo
tiene: la castración habría tenido lugar. El niño teme a que le pase lo mismo. Tercer tiempo, hay un
abandono del objeto materno y un repliegue narcisista sobre el yo. El niño se vuelve hacia el padre,
es amado y ese amor es demanda dirigida a él, es expectativa: en el varón, de recibir algún día por
identificación, las insignias de la virilidad según el ideal del yo masculino (su título de hombre en el
bolsillo); en la niña de recibir un hombre que ocupe el lugar del padre el falo que ella no tiene (según
la equivalencia simbólica: pene/hijo).

El amor del padre es el resorte de la declinación de Edipo y la angustia de castración. Y el efecto de


ese amor es la introyección e incorporación de la autoridad paterna. El superyó es el heredero de la
resolución edípica: la voz de la CC perpetúa la del padre a la vez amado e interdictor.

Para los posfreudianos el Edipo deja de ser la piedra angular del PSA. Por diversas razones, el padre
tal como lo describe Freud, celoso, violento, castrador, conviene más al patriarca de antaño que al de
nuestros días.

El Edipo revisitado

Lacan concentra su atención sobre el padre en el Edipo, para lo cual inventa la triple distinción I, S y
R. Es preciso abordar una nueva problemática: no a partir del deseo del niño, sino de la madre en ese
lugar del Otro.

Va a insertar el Edipo entre un tiempo que lo precede y un tiempo que le sucede. Ese es el verdadero
camino de Lacan: justificar el Edipo relativizándolo como un momento inevitable, que supone un
antes y un después.

Primer tiempo: el más allá de la madre. ¿Qué explica esta alternancia de presencia y ausencia? ¿No
soy todo para ella, dado que vuelve? Azar, capricho, arbitrariedad: la madre los disipa dando una
respuesta. Responde en tanto es no toda madre, sino mujer. Sustituye el ste de su deseo, por el ste de
la paternidad. Y de esta metáfora nace una significación: el falo, lo que falta en la madre y es la
razón de su deseo de mujer. Lacan lo anota como phi. Así, para un sujeto una madre funda al padre
como Nombre en el orden simbólico. “La madre funda al padre como mediador de algo que está más
allá de su ley y su capricho y que es la ley como tal, el padre, por lo tanto, como Nombre del Padre”.

Ella es la que funda. En respuesta a nuestra angustia frente al enigma del deseo de la madre, sólo ella
puede transmitir el ste de su falta. En el 71, Lacan dice: “yo podía situar a justo titulo el NdP en
cuanto ste, ste capaz de dar sentido al deseo de la madre.”

Concierne al hijo, hay por fin referencia y por ello nacimiento de una apuesta posible: ser eso que
falta a la madre. Apuesta narcisista: por mi yo, por la imagen total de mi cuerpo, ser o no ser el falo
imaginario, que dé respuesta a la significación del deseo de la madre. Lacan anota como phi
minúscula ese falo imaginario. Esa es la posición primera del hijo, se identifica con ese falo

66
imaginario. El niño quiere seducir a su madre y hacerse su cómplice, su héroe o heroína, al servicio
de su goce

Freud dice que Tótem y tabú es “un mito científico”, dice Freud, relato necesario para mostrar que el
padre simbólico es lo que se transmite a partir del padre muerto, como origen mismo de la
humanidad en cuanto pasaje de la naturaleza a la cultura. Necesita la ficción de un mito para mostrar
simplemente que a partir de ese lugar vacío del padre muerto puede engendrarse el Padre simbólico,
es decir, la transmisión de una ley que los hermanos reconocen y se imponen.

Lacan plantea que la función del padre en nuestra enunciación de mito es siempre y exclusivamente
el Nombre del padre, es decir, el padre muerto. La madre funda a ese padre al inscribirlo como
Nombre en el ICC de su hijo. En cuanto a la respuesta de este que resulta posible: ser el falo que falta
en la madre, es igualmente freudiana. Freud señaló que esa identificación es la posición primera de
todo niño como “perverso polimorfo”. La sexualidad es originalmente perversa o no es.

Segundo tiempo: el Padre interdictor. Tiene lugar aquí el Edipo freudiano propiamente dicho. El
primer tiempo permitió instaurar el Padre como ste, como NdP fundado por la madre. Así gracias a
esa referencia en lo simbólico, identificándose en su ser y su imagen con el objeto metonímico del
deseo de la madre: el falo imaginario.

El padre es quien responde a esa situación primera. Lo hace como Imago privadora. Instaura la
prohibición del incesto y su ley privando ante todo no al niño sino a la madre. La priva del falo
simbólico como significación de su deseo. Instaura una negación: ¡No reincorporaras tu producto!

Se puede decir que el padre priva a la madre en la medida en que la priva de lo que ella no tiene. Esta
simbolización es la que ha cumplido el 1° tiempo: ese falo simbólico ha inscripto ante todo el deseo
de la madre, en un 2° tiempo su falta se atribuye al padre como privador del phi.

Si el hijo acepta que la madre sea privada por ese padre, entonces él mismo podrá desprenderse de
su identificación originaria con el falo como objeto del deseo de la madre. Al privar al niño, ese
padre lo desaloja de la posición primera llamada de perversión y engendra en él lo que llamó
complejo de castración: angustia por no ser el falo, referida metonímicamente al tenerlo.

Esta función del padre privador es posible en tanto la madre tenga un mínimo de respeto por la
palabra del padre y que reconozca en su propio mensaje al niño la autoridad del msj de aquel. Sino el
niño no se moverá un milímetro de su posición primera. La madre hace la ley para el padre.

Tercer tiempo: lo real del padre. El padre que prohíbe el deseo es sucedido por el que unifica la ley
y el deseo. La dimensión de lo real es lo que define la novedad del camino de Lacan. Este lee lo
simbólico y lo imaginario en Freud, pero inventa lo real.

El padre real es quien introduce una diferencia respecto del padre imaginario, diferencia que permite
la declinación y salida del Edipo. Uno y otro tienen el falo; y si el padre imaginario priva de él a la
madre, el padre real, al contrario, se lo da. Este es dador a su manera: vuelto hacia una mujer, la que
él ha elegido.

67
Lacan hablará del padre real como un hombre cuyo deseo es causado por una mujer, la madre de sus
hijos. “Un padre sólo tiene derecho al respeto y al amor si hace de una mujer el objeto a que causa su
deseo.

Pero lo que esta infame mujer como minúscula a-coge, es que se ocupa de otros objetos a minúscula
que son los hijos, ante los cuales el padre interviene. La virtud paterna por excelencia no es la
normalidad, sino únicamente el justo me-dios, o sea el justo no-decir.

Ese padre capaz de tener y dar, ese padre que dio muestras de su aptitud, abre un porvenir para el
hijo. Es prometedor: podrá dar el falo, transmitirlo al hijo y dejar de privarlo. Pero no es más que una
promesa. Esa es la castración simbólica: una separación entre el presente y el futuro. Se refiere al
tener: hoy no lo tienes, será más adelante, pero con la condición de que renuncies a serlo hoy.

La castración recae sobre el yo como totalidad narcisista: tú no eres el falo. Lacan lo negativiza en el
varón la protesta viril, y en la niña el Penisneid. Es de orden simbólico; es la ausencia en la imagen
especular de ese elemento ste que es el órgano sexual. El falo será dado a partir de la aceptación de
esa anulación. El varón lo tendrá como un titulo en el bolsillo. La niña lo recibirá según la
equivalencia simbólica pene-hijo. Esa es la consecuencia de la declinación del Edipo: una salida de
la neurosis.

1-Simbólico, 2-imaginario, 3-real: estos definen tres dimensiones, funciones de la paternidad. VER
CUADRO pág. 69

7- Del Nombre del Padre al Padre del Nombre como sínthoma:

Mediante la invención de la triada RSI, Lacan dio una nueva significación a los términos paranoia y
psicosis. Estas se alejan una de otra, la paranoia califica el conocimiento y la psicosis, recibe una
nueva calificación con el sujeto de la civilización científica, el único lugar histórico en el que pudo
nacer y puede actuar el psicoanálisis.

Ese desplazamiento fue posible a partir de la noción de ICC como efecto del lenguaje en el lugar del
Otro, es decir de un afuera transindividual: no hay psíquico separado de lo social.

De una espacialidad que hay que mostrar

Las tres dimensiones (RSI) si bien son distintas no son separables en lo real. Existen juntas o no
existen en absoluto. Dice Lacan: “RSI no son más que letras que suponen como tales, una
equivalencia. ¿Qué resulta del hecho de que yo las hable, al valerme de ellas como iniciales de lo que
les hablo como real, simbólico e imaginario? La cosa cobra sentido”. Para ligarlos en una distinción
que no suprima la equivalencia, es preciso mostrarlos mediante una presentación plana de dos
dimensiones, es decir por la escritura de la espacialidad, por una topografía que, a la vez que no es
algebraica, se sostiene sin fundarse en una nominación.

¿Qué nos muestra la presentación plana de RSI? Nos indica la diferencia entre conocimiento
paranoico, psicosis y neurosis.

Equivalencia sin distinción

68
El conocimiento paranoico proviene del hecho de que no tenemos sentido del volumen. Reducimos
al Otro a lo que vemos de él, una silueta, un traje, un ícono. Su mostración es la del nudo de irébol:
equivalencia de 3 dimensiones reducidas a una.

Lacan podrá decir, “lo S, lo I y lo R se enredan al extremo de continuarse el uno en el otro. Cada uno
de estos rizos se continua en el otro de una manera no distinguida, y resulta que no es un privilegio
estar loco”.

Equivalencia y distinción

Figura del nudo borromeo. Lacan: “el interés de unir de este modo lo S, lo I y lo R en el nudo
borromeo es lo que resulta de ello, y no sólo resulta sino debe resultar. Basta cortar uno cualquiera de
los anillos para que los otros dos queden libres. Es decir, si el caso es bueno, cuando les falta uno de
esos anillos de cordel, ustedes tienen que volverse locos. Lo que consiste en que si hay algo normal,
cuando una de las dimensiones se les va a pique por una razón cualquiera, se vuelven locos.” Razón
cualquiera que hemos llamado acontecimiento como encuentro con lo real. Y vimos que la elisión de
lo imaginario y de lo simbólico hace que la respuesta falte. Es el buen caso: uno debe delirar.

En la neurosis si uno de los anillos de cordel se va a pique, los otros dos se mantienen juntos. “Los
neuróticos son incansables, ya les falte lo real, lo imaginario o lo simbólico, siempre aguantan.”

El Nombre del Padre como sínthoma

En 1973 gracias a la topología del nudo, Lacan formula que la psicosis es el desanudamiento de las
tres consistencias. Pero en 1975 añade que la psicosis es el no anudamiento de tres; pero esta
negación puede significar no solo ese desanudamiento que es la “locura”, sino, de muy otra manera,
un anudamiento que no se sostenga sin un cuarto elemento.

Así llama sinthome a ese cuarto elemento. Symptome es lo que cae junto. Lacan se orienta hacia el
aspecto no médico: ligar, anuda. El sinthoma hace nudo. ¿Cómo anudar a estas 3 consistencias
independientes? A través del Nombre del Padre. En 1975 Lacan reconocía haber leído en Freud esta
necesidad: “Freud necesitó 4 consistencias para que la cosa se sostuviera”. Lacan lee el NdP en
Freud dando un nuevo sentido a esta nominación. Ya no es simplemente el nombre que nombra el
lugar del Padre en el orden simbólico, sino lo inverso: el Padre del Nombre, el Padre nombrador.
Cuando Lacan habla a partir de 1975 del NdP, es el uno o el otro según el contexto. Por ej. podrá
ponerlo en plural: “Los NdP son eso: lo simbólico, lo imaginario y lo real. Son los nombres
primeros, en cuanto nombran algo.” (1975-Sem. RSI)

“El Padre como nombre y como quien nombra no es lo mismo. El Padre es el elemento cuarto sin el
cual en el nudo de lo simbólico, lo imaginario y lo real nada es posible.” (1987)

El síntoma con Freud

En 1975, Lacan dice: “Tal vez, nuestro I, nuestro S y nuestro R aún se encuentran en cada uno de
nosotros en un estado de disociación suficiente para que sólo el NdP haga nudo borromeo y
mantenga unido eso”.

69
Ahora bien sólo puede mantener unido todo eso porque “todo se sostiene en la medida en que el
NdP es también el Padre del nombre”. Esa es la función misma del sinthoma. Hay otras pero el
síntoma freudiano como Padre nombrador es un síntoma neurótico. Es lo que Lacan mostró acerca de
las dos presentaciones freudianas del Padre.

En la N.O con el Padre primordial, de Tótem y tabú, el mito representa la demanda del obsesivo: un
Padre todopoderoso que posee a todas las mujeres y al que habría que matar para tener a todas las
mujeres. Pero no es más que un anhelo, una vez muerto, los hermanos se prohíben el acceso a esas
mujeres por amor al amo. La voz del padre que nombra el interdicto se perpetúa en la CC de los hijos
como superyó.

En la neurosis histérica, con el padre de Edipo, el mito enuncia que el asesinato del padre, mantiene
el deseo en la insatisfacción. Así no hay cumplimiento del deseo edípico, sino un saber conquistado
por Edipo sobre la verdad del deseo siempre insatisfecho.

Según las dos neurosis, Freud hace que todo se mantenga unido mediante el sínthoma neurótico que
es el Padre del Nombre. En efecto, la declinación de Edipo se produce al volverse hacia el padre
ideal, un padre digno de ser amado. Ese “volverse hacia” instaura el nudo borromeo con un cuarto
elemento. La voz del padre nombrador que se perpetúa en el superyó es la herencia del Edipo.

Esa es la definición que da Lacan de la psicosis: un no anudamiento de tres, un anudamiento no sin el


sinthoma. La demanda de análisis nace a raíz del acontecimiento como encuentro con lo real, y sólo
el sinthoma neurótico impide la disociación de lo RSI. La respuesta psicótica al acontecimiento es
sin-thomática.

La psicosis se define mediante el nudo borromeo, anudado por ese sín-thoma cuarto elemento que es
el Nombre del padre, como Padre del nombre: sínthoma neurótico que es la figura del Padre edípico
según Freud.

Ser el sínthoma

Así el sinthoma tiene función de suplencia y compensación cuando hay forclusión del Nombre del
Padre, y por lo tanto ausencia de anudamiento borromeo de las tres consistencias RSI. Un cuarto
elemento llega entonces a actuar de empalme e impedir la locura del desanudamiento.

Esa función no se reduce al sinthoma neurótico, tal como Lacan leyó en Freud. Se ejerce de maneras
muy diversas según los casos, en lugar del NDP forcluido. Y cuando esa función fracasa ante la
novedad del acontecimiento, se desencadena una psicosis con delirio.

En su seminario “El Sintoma” presenta un caso. Joyce no tiene un sínthoma freudiano, lo es él


mismo. Joyce no tiene el sinthoma freudiano que es un padre ideal: su padre es indigno, carente y
Joyce reniega de él a la vez que se mantiene arraigado en su padre. Está cargado de padre y por eso
el mismo se erige en el Padre del Nombre mediante el artificio de la letra. El es el sinthoma por el
arte de escribir. La función de este es suplir el fracaso de la relación imaginaria. El ego del artista
toma sitio como sínthoma.

70
La apuesta es hacerse un nombre en el público. Hacer que se hable de él y tener renombre, al
extremo de esperar que su nombre propio sea reconocido por lo menos durante tres siglos. No está
del lado de lo que Lacan llamó locura, al contrario, su yo de escritor tiene función reparadora por la
gloria del Nombre propio. Ser el sinthoma que da una consistencia borromea a RSI al hacerse un
nombre.

Conclusión

Tenemos la tentativa de acto antes del delirio para dar respuesta a la intrusión del otro mediante una
serie de significantes privilegiados: intento de acto por el arte, en cuanto este es un medio
privilegiado para hacerse un nombre. Un pasaje a lo público daría respuesta a la intrusión del otro,
pero el intento fracasa.

Se produce el paso al segundo tiempo del delirio y al tercer tiempo, que es el de otra clase de acto, lo
que psiquiátricamente se llama el “pasaje al acto” violento: en Aimée, el asesinato con un chuchillo y
en Camille, la destrucción de sus estatuas. En ambos caso el fracaso del acto de hacerse un nombre
tiene como consecuencia un delirio de erotomanía que se invierte para transformarse en delirio de
persecución.

Lacan dirá: “Las concepciones mismas de la psicosis, cualquiera sea el descrédito en que caigan por
su motivación individual que es el dato mismo del delirio, traducen ciertas formas, características de

nuestra civilización, de la participación social.” Ese es el punto capital: la puesta en primer plano,
frente al público, de imágenes de personalidad.

Hoy más que nunca, la participación social se cumple por la imago del cuerpo propio, expuesta,
“publicitada”. Así la erotomanía como convicción de que otro está interesado en mí tiene por objeto
personalidades importantes de la vida pública, mediática, política o religiosa.

Siempre la apuesta es ser el sínthoma, ser el cuarto elemento que anuda RSI, gracias a una
participación social manifiesta. Esa constituye en efecto la psicosis del hombre moderno, condenado
tal como es al anonimato de la vida urbana: si la dicha no se encuentra en la vida privada, se impone
el éxito social, so pena de delirar.

Pero si se impone el delirio, sólo el acto hará que deje de darse a conocer el público. Así cuando
Freud escribe sobre las “Memorias” de Schreber, designa la “curación” por un acto que no es la
concreción del fantasma, sino un pasaje a lo público.

71

You might also like