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DE BUENOS AIRES COLABORAN EN ESTE NUMERO AMADO ALONSO FRANCISCO AYALA JORGE LUIS BORGES ESTELA CANTO MICHAEL CHEJOV G. K. CHESTERTON SANTIAGO DABOVE ROBERTO GARCIA MORILLO ARTURO MARASSO CARLOS MASTRONARDI SILVINA OCAMPO. ULISES PETIT DE MURAT MANUEL PEYROU EMA RISSO PLATERO. PABLO ROJAS PAZ J. R. WILCOCK NORAH BORGES CASTAGNINO. ORLANDO PIERRY RAUL SOLDI N’3 Archivo Histérico de Revistas Argentinas | www.ahira.com.ar Aeiv-4 NALES © DE BUENOS AIRES Disrcron: JORGE LUIS BORGES SUMARIO xX AMADO ALONSO: t1 weAL CLAsICo DE LA FoRMA POETICA 3 MANUEL PEYROU: swerve EN eL riscuutio. . . 8 ULYSES PETIT DE MURAT: et. neteato. 2... 14 ARTURO MARASSO: Nota soBRE PauL. vaLéRY 6 G. K. CHESTERTON: como pescusri at. suPERHOMBRE 18 SILVINA OCAMPO: soNeTos DE AMOR DESESDERADO, . 21 MICHAEL CHEJOV: wax rewnarot. . . 23 J. R. WILCOCK: proesuio pe Na ELEcia . 3° SANTIAGO DABOVE: restawtento. Micico 3 PABLO ROJAS PAZ: et. weXiQUE DEL PIANIstA 40 EMA RISSO PLATERO: tswbts CON GABRIELA MISTRAL. 45 ROBERTO GARCIA MORILLO: witstca ¥ cine 49 MUSEO : ane 2 fa 53 FRANCISCO AYALA, CARLOS MASTRONARDI, ES- TELA CANTO, JORGE LUIS BORGES: .nros 37 ‘Tara: CASTAGNINO tustaaciones: ORLANDO PIERRY, RAUL SOLDI v NORAH BORGES Direccién Editor: LOS ANALES DE BUENOS AIRES NOS FacucTaa of Fics BIBLIOTECA DE LEnauas y {LiTeRATURAS MoDERNAS SOFIA YLETAAg EMECE EDITORES, S. A. AMERICANA —UN PANORAMA UNIVERSAL EDITORIAL MAS DE 20 COLECCIONES y una de ellas es la BIBLIOTECA EMECE DE OBRAS UNIVERSALES Ediciones muy cuidadas. Tomos encuadernados en tela con sobrecubierta. Libros de todo y para todos. Aparecieron hasta hoy: 1. Sormeza. Por José Maria de Pereda 2. Fisonontias pe Santos. Por Ernest Hello 3. Sarvor Resartus. Por Thomas Carlyle 4. Pracmatismo. Por William James 5. Er Mavorazco pe BaLLantrar. Por R. L. Stevenson 6. Las TORRES GENTES - PROMARTCHIN. Por Fyo. dor Dostoiewsky .... 1. Via pe Cuartorre Browré, Por Mrs. Gaskell Koxoro . Por Lafeadio Hearn .. 9, EL SOMBRERO DE TRES Picos- Et caprrAn Veneno. Por Pedro Antonio de Alarcén 10.- 17. HISTORIA DE LOS HETERODOXOS ESPA‘OLES. ‘Por Marcelino Menéndez y Pelayo. (8 to- mos.) Cada uno 18, Provra Satéwez-DoXa Luz, Por Juan Valera 19-20. Us apozescente. Por Fyodor Dostoiewsky (2 tomos.) veveeseeee 21, Ivrenctones. Por Oscar Wilde . 29. TarTarin DE TARASCON - TARTARIN EN Los At- PEs - Port Tarascon. Por Alfonso Daudet 23. Los TRABAJOS DEL INFATIGABLE cREADoR Pio Cin. Por Angel Ganivet ....- 24. La ciunan antigua. Por Fustel de Coulanges 25, Curwros x NAnRAciones Por Oscar Wilde 26, La Repusuica. Por Platén epee 5e 50 50 50 50 50 -50 50 50 50 50 50 50 50 50 50 50 SAN - MARLTIN 04 &72o-5+) BUENOS AIRES EL IDEAL CLASICO DE LA FORMA POETICA Amado Alonso dié en Ios Anales de Buenos Aires una confe- rencia sobre el tema del epfgrafe. La tesis de Amado Alonso es que, respetando las acepciones corsientes de la palabra clisico, se pueden emplear esta y las ottas caracterizaciones histéricas de ba rrocos, romsnticos, simbolistas y expresionistas, mirando a la esttuc- tura misma de fa poesia y a sts posibles tipos. Segiia esto, Ia carac- tetizacién de Amado Alonso no necesita coincidir ni con las agra waciones por pocas ni por escuelas: un pecta tan extrzardinario como San Juan de la Cruz —eumbre Ivica de la poesia universal—, no encuadia en este nuevo concepto de clésico, En cambio, Man- De la conferencia reproducimos dos pasajes especialmente ius trativos de Jo que Amado Alonso entiende por forma y por pocta clisico. Pixs mostiae con claridad qué sea forma objetiva y su carietsr de creacién, vamos a usar un ejemplo donde aparentemente el poeta no hace mas que copiar una realidad que se da por si mism: Del monte en la ladera de mi mano plantado tengo un huerto que por la primavera de bella flor cubierto ya muestra en esperanza el fruto cierto. La realidad representada es tan coherente en su construccién que pare- ce existir por si misma asi, tal cual se presenta, y que Fray Luis no ha tenido mas que trasladarla al papel. Para mejor ese huerto*es histdrico, y se Hamaba La flecha. Un huerto en Ia ladera del monte, fhorido en primavera, de buena cosecha en otoio, Un huerto que el poeta tiene, plantado por su mano, He aqui una realidad no sdlo posible sino cierta Y sin embargo esta realidad represcntada es una construccidn intencio- nal, una creacién poética, una forma, No cabe duda de que en la cosa 3. LOS ANALES DE BUENOS AIRES elegida habria otros muchos atributos que el poeta podia haber metido en su construccién: el tamafio, las tapias, las inclemencias del invierno, la rudeza del trabajo exigido, la temerosa soledad nocturna, las incur- siones de animales dafiinos, 0 bien, las cualidades practicas de las plan- tas, el sistema de riegos y de abonos, el barro, Jas hormigas. Pero estos ateibutos, muy reales y muy comprensibles a la razén, serian sin sentido o harian contrasentido. Construccién coherente del objeto quiere decir, pues, el que todos los atributos del objeto —la realidad entera tal como aparece— se orientan en el mismo sentido y tengan un sentido, Por consiguiente, el sentido no estd en el objeto, pues la realidad yace con todos sus atributos objetivos en informe espera. Ciertamente, lo que Ia realidad exterior puede muy bien hacer es conmocionar el sentimiento originario del poeta y estimular asi sus fuerzas creadoras. Y aun asi lo externo reclama al poeta cuando el poeta entrevé en ello la posibilidad de un sentido postico, El sentido lo tiene dentro de si el poeta: y es el sentir mismo del poeta, su actitud emocional, variable, si, de una a otra otra circunstancia, pero en cierto modo constante e igual a si misma porque surge del fondo psiquico donde maduran decantadas todas las episédicas experiencias emocionales del poeta. De ese fondo de decanta- cién emocional es de donde surte la unidad de estilo. Por eso, en cada nueva ccasién, es un sentir radical del mundo y de Ia vida, un senti miento integral, un color de visién que barniza su yo y sti no-yo. Esta disposicién sentimental es la que mira ahora hacia Jas cosas del mundo externo y del interno en procura de manifestacién consoli- dada, va hacia las cosas que aguardan informes, y elige las simpatéticas y no percibe las otras, como cada sonido emitido se guarece en los re- sonadores propicios y resbala sobre los otros; y de las cosas donde se para clige unas notas y no otras muchas, y con ellas construye las justas cara- clas, 0 cavernas, 0 violines donde resuene y. se haga audible la delgadi- sima y radical voz del sentimiento. Decimos que las cosas tienen sentido poético cuando van en el sentido o direccidn de ese sentimiento radical; y €5 éste uh modo metaférico de hablar, pues, en verdad las cosas son inertes e informes en su frondosa marafia de atributos, y no van hacia ninguna parte; sino que, como en los milagros de Mahoma, es el senti- miento el que va hacia ellas y hace de aquello informe formas y cons- trucciones, cuyo solo sentido poético es el originario sentimiento que las, conjura. La diferencia entre el sentido prictico y aun el cientifico 4 LOS ANALES DE BUENOS AIRES que damos a las cosas y este sentido poético que los poctas sdlo les en- cuentran es que aquellos son sentidos fragmentarios, abstracciones y utiliazciones del objeto, aislamiento y uso, mientras que el sentido poé- tico no es otro que el resonar alli del sentir enterizo y radical del pocta ante el mundo y Ia vida.“El sentimiento que, saliendo de Fray Luis de Ledn, ha ido a elegir el huerto en Ia Jadera del monte, florido y fecun- do, es el de la sagrada libertad del alma solitaria y su paz. Nada abs- tracto, nada especulativo tampoco, sino bien concreto y vivido en el alma personal del poeta. La flor y el fruto entran en esta construccién porque su sentido es la espera segura del poeta. El poeta quiere vivir consigo, a solas, una vida auténtica, y con eso se sentir cimentado en la seguridad, El verso en que Ja flor primaveral ja muestra en esperanza el fruto cierto debe su hermosura a esa especie de construccién a distancia con lineas minimas y suficientes entre lo que es y lo que ser4; a la insuflacién de la esperanza y certidumbre del poeta en la flor y en el fruto; al mo- mento contemplativo del “muestra”, con que se supera el saber inte- lectual y de célculo y donde aparece la esperanza de fruto como pre- sente en la cara de fa flor; al juego vocalico genialmente distinto en las dos partes del verso ya muestra en esperanza // el fruto cierto; el ritmo. Pero lo que levanta a este verso sobre todo preciosismo y le da su gran calado es que el sentimiento de serena seguridad que le da vida se ex- presa insinuadamente inscribiéndose en el imperturbable circular de las estaciones. El sentido radical del poeta es el que ha hecho estas construccicnes y es su tinico sentido. Ahora el lector, en viaje inverso, se para ante esa realidad ordenada y formada por el sentimiento del poeta con intencién expresiva, y se apodera de sus lineas formantes; se apodera de su sén- tido cuando se le revela la direccién emocional de aquellas cosas asi representadas, se identifica sent'mentalmente con ellas, y, siguiendo en- tonces la pesantez de las cosas hacia el sentimiento que les ha dado forma, se deja ir y zambullir en la fuente originaria que lo inunda de emoc’én poética. En el poeta, la necesidad de objetivacién creadora hace al sentimiento salir hacia Jas cosas y estructurarlas de modo inten- cional; en el lector, la estructura intencional objetiva leva de yuelta 5 LOS ANALES DE BUENOS AIRES al sentimiento. El punto necesario es la realidad formada. A esta reali- dad intencionalmente estructurada se llama en filosofia espiritu objetivo u objetivacién, y a su necesidad no escapa ninguna clase de poesia, por mas que In poesia clisica y la superrealista (hablo sélo de los intentos logrados) cumplan la objetivacién de modo diferente. La forma de realidad es expresién contagiosa de la forma del sentimiento. Y forma poética de lo real o de lo imaginado no quiere decir simple coherencia, verosimilitud, y, en general, satisfaccién al sentido préctico del lector, sino que cuanto de objetivo figure alli esté henchido de intencién poé- tico-sentimental, que tenga un insondable sentido, muy lejos del sentido corriente, como hemos visto en el verso comentado de Fray Luis de Leén. Los poetas clisicos son los tinicos que Mevan por igual el ideal de perfeccién a todos los aspectos del poema. Ellos ostentan la sazén de la forma en el sentimiento, en la intuicién, en la realidad representada, en el pensamiento racional, en Ia ordenacién del poema, en la construc- cién sintéctica, en la significacién y poder sugestivo de las palabras y en el gobierno del material sonoro, Y esto no como una yuxtaposicién de formas cada una perfecta en si, sino como la integracién de todos Ios aspectos del poema en una forma unitaria que se justifica en la uni- dad de la persona, La forma tipicamente exacta resulta del exacto equi- librio de todas las formas parciales. El sentimiento y Ia intuicién son en un principio como hermosas voces naturales que se educan, se pulen, se forman en la perfeccién formal de la realidad representada, en la no- ble disposicién del pensamiento sintactico-racional, en Ia ordenacién del poema, en el poder sugeridor de las palabras, en la organizacién ritmica ica al preferente culto de otro, Todos se armonizan y se prestan reciproco realce, Y es que el poeta tipicamente clisico no se pregunta en cual de esos aspectos reside esencialmente la poesia y cules son no mas que in- evitables: el clésico no cree todavia que la poesia sea una dimensién que se oponga a la de vida; cree en Ia vida poética y no en Ia poesia pura como especializacién. Todos los demas, como no basan la poesia en la integridad de la persona, sino en alguna peculiaridad privilegiada del de los elementos fonéticos, El poeta clasico ningtin aspecto sacri alma, introducen desequilibrio por especialiazcién en el aspecto 0 as pectos correspondientes y, a veces, por deliberado maltrato de los otros. Los alejandrinos y los virtuosistas en general, empefiados en la elabora- cidn artistica de Jos elementos sensibles —forma exteri 6 — reducen Ia LOS ANALES DE BUENOS ALIRES poesia a extremada maestria. Los barrocos, en lo que tienen de batroco, se entregan a un ingenioso y artistico malabarismo con los elementos intelectuales. Los roménticos enfatizan el sentimiento y les gusta relajar la forma total para sentirse arrebatados por el numen, Los parnasianos, en reaccién, pefsiguen la impasibilidad y buscan suntuosidad en la rea- lidad representada y en los elementos idiométicos; les gusta trabajar con “materiales nobles”, Los simbolistas vuelven a la intimidad del sentimien- to, pero dejandolos mas bien en nebuloso estado sentimental, como el provocado por la misica; en su poesia a realidad y el pensamiento pierden notoriamente su importancia y, en cambio, con maravilloso vir- tuosismo, esos poetas sacan de las posibilidades musicales del material * idiomitico una irresistible accién sugeridora, Por ultimo, los expresio- nistas, dadaistas, superrealistas, futuristas, etc., los que mas abiertamente ven Ia antinomia de vida y poesia, se zambullen en el elemento que to- man por el verdadero poético (para unos, mas bien ciertos modos de intuicién, atisbos, para otros, mas bien ciertos modos del sentimiento, para casi todos en el calidoscopio azaroso de los juegos de la fantasia) y deforman deliberadamente todos los dems. El expresionista (no el roméntico) casi viene a ser la contrafigura del clasico. En el poeta clisico, la fantasia, actor omnipresente, regula y ordena Ia forma de sus vuelos y de sus danzas segtin las leyes y las exigencias formales de cada uno de los aspectos enumerados y de las del poema como unidad de conjunto. En los expresionistas, la imagina- cién voltea desenfrenada como las nubes sacudidas por el huracén, sin recogerse en formas: placer radical del puro movimiento, sin los canales de In finalidad. En sus preferencias por unos y otros poetas cada lector muestra Ia ley de las afinidades selectivas. Pero el mejor lector seré el que no pida a los clisicos que se desmelenen como los rominticos, ni a los parnasia- nos que nos hablen de su corazén, ni a los expresionistas que reduzcan sus nubes a lineas quietas, El mejor lector, en fin, sera el que se ponga justamente en Ja encrucijada de intenciones de cada poeta. AMADO ALONSO MUERTE EN EL RIACHUELO 1 cantor —pegado al micréfono— dramatizaba un afligente capitu- lo de la vida privada del suburbio. Alrededor de cien hombres —de los que se reconocen y confiesan en el tango— se agrupaban frente a las mesas, pendientes de ese melédico resumen de amarguras. Sélo de tanto en tanto, de algun Porteiiifo, Independencia, 0 Muela Cariada, en ejecucién-moderna, saltaba una chispa de la vieja y dura narrativa del coraje, Ia jactancia y la zafaduria, Luego volvian la realidad y los temas cotidianos. Eran las dos de la mafiana y el humo y el tango se dividian-el es- pacio y el tiempo; desparramados, florecian algunos didlogos. En una mesa, cuatro hombres ahorraban palabras. Después de un largo intervalo, uno de ellos rompié el silencio: —2Tenés un negro? La llama ardié un instante en sus dedos y luego se achicd, absorbi- da por la punta del cigarrillo; era el cuarto que encendia en veinte mi- nutes. Eché el cuerpo hacia atrés, Ievanté con el pulgar el chambergo hacia la nuca, y lanzé con aplomo una espesa bocanada, que subié. pere- zosa, cada vez menos densa, pasando del gris azulado y compacto al mas pilido tono de gris, ya disuelto, borroso: era, sin duda, su viril aporte al enrarecimiento del aire. Alto, moreno, con cierta palidez enfermiza en el rostro, vestia de oscuro y sus manos eran largad y blancas; cstentaba en la derecha un anillo grande, de sello. —iQué calor...1 —exclamé, por decir algo. —No es el calor... es la humedad —le rectifiearon, con dura 1é- gica popular. : ‘Tres hombres rodeaban al Chueco Manfredi, De los tres, uno guar- daba silencio; habia faltado a una cita y no encontraba palabras para justificarse. Era una cita en Ja que hubieran dado fin a un madurado plan, surgido en largas noches de discusiones y: de célculos. 8 F LOS ANALES DE BUENOS ATRES —Vos me dijiste a las ocho y yo pensé que era a las ocho de Ia mafiana —arriesgé, por fin. —jLas ocho, las ocho! ¢Qué vamos a hacer a las ocho de la ma- fiana? Yo te dije a las ocho de la noche... —repl'cé Manfredi, con leve irritacién,. mientras encendia un nuevo cigarrillo; su palidez, ape- nas alterada por la contrariedad que le producian las postergaciones del negocio, hallaba su contraste en el brillo afiebrado de las pupilas y en el fino dibujo de las cejas. 9 LOS ANALES DE BUENOS AIRES La voz del cantor corté los diilogos y los amigos enmudecieron, siguiendo el hilo invisible de la melodia. Rodeaban al Chueco un tal Andrés, Enrique (a) El Pibe de Wilde y Luis Ramirez. De todos, el ainico hombre de accién, animoso y sustantivo, era el Chueco. Cono- cido en Devoto, en Las Heras’ y hasta en el Sur, acometia cualquier aventura con inalterable y fria resolucién, Era bajo, delgado, con un rostro duro, gris y sombrio, que matizaban las huellas borrosas de la viruela. El Pibe de Wilde, en cambio, gozaba intimamente con la idea de vivir al margen del delito, aunque apenas vivia al margen de las buenas costumbres. Delgado, bajo, supersticioso, vestia un corto saquito color ladrillo y unos pantalones azules, muy largos. Andrés era alto, de ojos claros y pelo rojo: le lamaban El Ruso. Luis Ramirez tenia el fisico y la vestimenta de un empleado modesto y habia Ilegado a la encrucijada de su vida. ¥ Ja encrucijada ofrecia, de un lado, la perma- nencia en ese empleo modesto y, del otro, la aventura y el riesgo. —EI asunto tenemos que deciditlo mafiana —afirmé el Chueco Manfredi, cuando terminé el canto. —Mafiana podemos hablar —contesté Andrés—; yo no sé si podré estos dias; mi hermana consiguié otro conchabo y la tengo que acom- pafiar a Ja salida, porque es muy lejos. —Y vos gno podés mafiana? —interrogé el Chueco a Luis. —Y, no sé... los domingos voy a lo de mi cufiado. Van también el gordo Fermin y los muchachos. Me parece que lo mejor es que ha- blemos el lunes. El chico del almacén quedé en avisarme la hora en que el viejo cruza el puente. —iPero eso ya lo sabemos hace meses! —replicé el Chueco, ya molesto, —Si... claro... pero ahora, con el horario de verano... —iPsh.... no hablés mas aqui! —coreé el Chueco, receloso, después de lanzar una mirada circular. Acodado a una mesa préxima, un hom- bre, sobre las ruinas de un café negro, ocupaba sus fascinados minutos en contemplar a los miisicos, Pagaron y salieron. Luis Ramirez comprendié, caminando por la calle Corrientes, que la farsa habia Hegado a su punto final, Tres meses antes, después de un dialogo deshilvanado en el café, el Chueco Manfredi habia lanzado una pregunta candente: “Si a tu tio, el de la barraca, le pasa algo, évos sos el nico heredero, no?”. Ramirez pescé Ia sugestién al vuelo y decid 10 LOS ANALES DE BUENOS ATRES aprovechar un creciente presti- gio que lo sefialaba como hombre audaz y decidido, “Mientras no haga testamento, si... yo soy el heredero; hace tiempo que estoy masticando eso —habia contesta~ do—; pero siempre ¢s mejor ha- cerlo teniendo compaiieros deci- didos”. Después, en apasionadas noches, fueron planeando el hecho. El tfo de Luis, don José, poseia una ba- rraca en Avellaneda y su fortu- na, segun ellos la veian desde el fondo de sus estrecheces cotidianas, era considerable. Por lo ‘menos doscientos mil pesos, de los cuales una mitad para Luis y Ia otra a dividirse entre los cémplices. Man- fredi, en un principio, pretendié més, pero acepté después un arreglo. Don José era un ebrio con suetudinario. Dejaba fa barraca a las siete de la tarde, cruzaba el puente del Riachuelo, y luego visitaba cuatro 0 cinco almacenes. El asunto era facil. Una noche de niebla lo seguian; esperaban a qué en una de sus infinitas evoluciones estuviera cerca del agua; un distratdo empujén, y Luis y sus cémplices quedaban duefios de una fortuna. Luis habia tomado el asunto: como una de las tantas jactancias de café; las postergaciones, la falta de asistencia a tal o cual cita, le habjan hecho sospechar que Andrés y El Pibe trataban, como él, de’ ganar tiempo, con la esperanza de que el proyecto quedara en nada. Pero el Chueco Manfredi no era hombre de perder un negocio y ahora lo veia sobre él, amenazador, listo a exigir el cumplimiento del convenio, La confusién dominaba su espiritu. Cruzé la calle, agitado, y se acerca un mostrador. {Café y una cafia grande!” En una semana, era el tercer dia que no iba a trabajar; imaginaba IL LOS ANALES DE BUENOS AIRES el sermonear de su tio al dia siguiente. “También, viejo rofioso —pen- saba— pagar ciento cincuenta pesos a un hombre de treinta aitos”. Ins- tintivamente se mird en el espejo y se arreglé Ia corbata. Se sentia un poco en poder de Manfredi. El sombrio ex-presidiario nunca mos- traba vacilaciones y seguramente guardaba sus cartas para més adelante, Era muy posible que aumentara sus exigencias una vez cometido el he- cho, amenazando con la delacién. Y ¢5 que, en realidad, era el tinico de todos ellos que habia tomado el asunto en serio, “Es un canalla”, pensé Ramirez, con intima sorpresa. Era cerca de media noche. Pegada a los muros, bajo el verde, ef azul “y el rojo exasperado de los letreros, temblaba una leve Hovizna, como una telarafia de agua. Compré un diario y entré en un café. Media hora después, nervioso, salié a la vereda. Una niebla fina, que legaba del Este, habia reemplazado a la Iluvia. En el intermedio indeciso del Otofio al Invierno, la humedad, que brillaba en el asfalto, parecia regir los impulsos y los deseos. Era una de esas noches enervantes de Buenos Aires en que todo puede ocurrir, por desesperacién o por agotamiento, La niebla se clesgarraba en partes y en Io alto se perdia en el cielo hermético y sombrio. Ramirez camind unas cuadras y se detuvo, Vid. su rostro, duplicado en una vidriera, inverosi- mil y ceniciento bajo un reflejo de nedn. Por pri- mera ver. en mucho tiem- po le parecié que la oscu- ridad y la noche eran conmovedoras. La resolu- cién se concreté: Esa misma noche hablaria a sus amigos del abandono del plan. No sabia qué dec'r. pero algo iba a in- ventar. Y experimenté un profundo alivio al notar que desde tiempo atras ese viraje estaba resuelto en 12 LOS ANALES DE BUENOS AIRES su espiritu. Camind por Corrientes hacia el Este. Los avisos eléctricos chorreaban una luz humedecida y desfalleciente. Otra vez la ilovizna flotaba en el aire pesado. Cuando Ilegé al café, los canillitas voceaban los primeros diarios de la mafiana, Hendié los grupos compactos y silenciosos y se acercd a la mesa. Desde lejos vid que los tres amigos lo esperaban con inusitida expresion de gravedad. —Estuvo bien... —dijo Manfredi, con una aprobacién condes- cendiente, que resultaba casi un insulto. —2Qué es lo que estuvo bien? —interrogé Luis, con sorpresa. Los amigos se miraron entre si y le tendieron un diario. Con asombrados jos, Ramirez leyé: “Anoche a las 19.30, en las proximidades del Puente Pueyrredén, un hombre como de 60 afios, que después resulté ser José Bellani, viudo, comerciante, cayé en las aguas del Riachuelo, resultando imatiles los esfuerzos realizados para salvarlo. Se efectitan averiguaciones para establecer las causas del suceso”. En un silencio tirante Ramirez escuché los Jatidos de su corazén, “A pedido, el bonito tango de Amaro Lenzi...” Bero no escuchaba la voz del cantor. Contuvo su perplejidad un instante y después, escrutando las caras de los amigos, di —No he sido yo; no lo veia desde anteayer. Pero esto es mejor. Ya estaba harto de postergaciones y si no pasa esto yo mismo lo hubiera liquidado mafiana 0 pasado. . Después, ya tranquilo, sacé un paquete y convidé cigarrillos. Pero no debid tranquilizarse, porque Manfredi era orginicamente incapaz de creer en el arrepentimiento. Y tampoco creyé en esa débil metafora de la impaciencia, inventada para cubrir un miserable prestigio. Al dia siguiente llovid, Cerea de las nueve de la noche, los parro- quianos del almacén de Robino escucharon tres disparos, muy proximos. Corrieron y encontraron a Luis Ramirez, de espaldas bajo el cordén de la vereda, con un borbotn de sangre en la boca. Mientras lo exa- minaban, incrédulos, un brusco chaparrén soné con fuerza sobre su traje azul marino y le lavé la cara, MANUEL, PEYROU 13 EL RETRATO Ni la fandtica alabanza de Rilke a las muertes precoces en la primera de sus grandes clegias; ni el refulgente carro arrastrando al joven héroe, con el alma en fuga desde los labios temblorosos de las heridas y las mutilaciones hasta el supremo silencio en que se detiene su carrera con un fragor final de armas, de metéforas y rimas en la antigua estrofa; ni esta frase destenida : en un poema mio: “los que disfrutan, abora, de la alta ausencia de la muerte”, nada, nada me sirve en esta noche. Lo he mirado, sin conocerlo. Sé que bubo palabras entre nosotros. Sé que acompasamos nuestro tiempo debajo 0 cerca . de la felicidad: estrellas, ciertos drboles, un cielo muriéndose en el viento, y las muchachas, Sé que fuimos casi uno solo donde lo son. los hombres: en la risa, en las miradas que se cruzan y aposentan, mientras la compartida musica promete su espléndida eternidad, yy en ese instante dichoso entre todos (al que la muerte debiera parecerse) en que se inicia un viaje largamente deseado, y en la hora sin rumbo y sin misterio en que el amigo Hega trayendo la vida de nuevo, de la mano. 14 LOS ANALES DE BUENOS Tu. fuiste eso en mi. Ti fuiste. Estabas pleno. Te pienso derrotando el invierno, con el gesto del atleta desnudo en el aire. Te pienso sin. ofensas, valeroso, con un resplandeciente cigarrillo, o casi con alas, sobrevolando rosas y jardines y el tiempo en que no he pensado en ti y las muchachas ATRES que olvidaron tu nombre y la caliente hondonada de tus besos de los que regresabas crecido, con el rostro escondiendo apenas un grito jubiloso, Te pienso igual que un dngel, porque no puedo recordarte. Te be mirado. Cuando, sin mi voz, calle t1 mirada habrds muerto también en el retrato. Te he mirado sin conocerte, ob dulce amigo mio olvidado, y desde entonces me he apartado de ti y de ti muerte bara buscar la mia. ULYSES PETIT DE MURAT 15: NOTA SOBRE PAUL VALERY U* anilisis esquematico no ofrecera nunca la realidad pensante de tuna persona, asi éoimo el plano métrico 0 geomécrico de una es- trofa o de un edificio si sugiere el ritmo no nos da su canto o su pre- sencia viva. La realidad de Paul Valéry en la imagen pasa su limite y dice cuanto sugiere a pesar de la significacién de Ia palabra medida en su valor etimoldgico, en su orbe absoluto. Queda idéntica Ia causa, la firmeza de las “hijas de las leyes.del cielo”, las columnas, estables por Ja fisica permanente. Esta fisica es también un silencio interior, de ca- ricter apolineo, pronta a dar el don en la estabilidad de las palabras reunidas en ritmo por la paciencia “dans Pazur”, en el azul no tocado por las continuas hipétesis y afirmaciones momentaneas; de alli que “cada Atomo de silencio” sea fuente de creacién o descubrimiento, $i hacemos el silencio de todo lo dicho podemos empezar a organizar el saber 0 a confirmar el no saber. El mar en el Cementerio marino refleja mil y mil “dolos” del sol, tiene en el tummulto “delitios”, zhasta dénde va la certitud de este delirio cuya eficacia niega a la Pitonisa? Nada se ha probado en definitiva; sélo el hecho es cierto. El método de Paul Va- léry, estudiado sobriamente por A. Maurois, va a tomar contacto “con el mejor empleo de las palabras, con los datos elementales de los proble- mas”. Un filsofo ha negados “Zendn, cruel Zenén, Zendn de Elea”, Ie dice en un verso en que la triple repeticién insiste en la frecuentacién interior, llevada a lo patético, en tres figuras, la del hombre, “Zenén”; a de la doctrina, “cruel Zenén”; Ia de la escuela, “Zendn de’ Elea”. ¢Hemos de ver al “cruel Valéry”, despojado de las debilidades de la ex- presién humana, casi siempre enternecida o engafiada, para dedicarse implacablemente a esta paciencia “en el azul”, después de haber borrado Ia ciencia, tal como se la comprende, la historia, tal como se la escribe, los sentimientos, es decir, estos otros “idolos” deformados en que cree- mos? Fl “azur” de Mallarmé, azul a veces, insensible, “Vinsensibilité de Pazur et de pierres”, este azul que le frecuenta y le atrae: “azur, azur, azur”, que se viene a sus ojos como nuevo en la creac‘én, “el virgen azul”, como envejecido en nosotros con el tiempo “el viejo azul”, o revelado a nosotros con Ia repentina aparicién primera, “el virgen azul”, cuando el éxtasis le sorprende en “le pavé vieilli” en este mundo viejo, Mallar- mé y Valéry no van por el mismo camino filoséfico. Valéry empezd por despojar su inteligencia de las ideas recibidas, de los mitos construidos por las afirmaciones, corrientes, unisonas o contradictorias. Segtin la 16

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