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INTRODUCCIÓN
De por sí los sueños son un reflejo del subconsciente de cada uno y pueden resultar de
gran ayuda para conocerse más y actuar mejor. Pero no siempre es así. A veces uno sueña algo
que lo deja totalmente desconcertado, sin saber qué pensar. Posiblemente se trata de sueños que
le llegan a uno por un simple accidente, siendo otros los destinatarios reales, o de sueños que de
por sí tienen a la comunidad como destinataria y por lo tanto necesitan el aporte de la comunidad
para ser interpretados correctamente.
Pues bien, los sueños que voy a relatar a continuación pertenecen a esta categoría. Por lo
tanto, abrigo la firme esperanza de que, entre todos, si le echamos ganas, encontraremos la pista
para interpretarlos correctamente, lo que, sin duda, representará un gran beneficio para todos.
Aclarado esto, no me queda más que empezar a contar mis sueños, así como los recuerdo,
sin añadirles ni quitarles nada, aunque a veces puedan confundir o escandalizar alguna alma
piadosa.
Y otra aclaración más: no tienen nada personal. Que nadie vaya a pensar que se trate de
una manera original de aventar piedras a ciertas personas que me resultan incómodas. Quod Deus
avertat = que Dios me libre de hacer tal cosa.
EL TESORO
Me encontraba en el Hospital General para unos análisis, cuando descubrí algo raro en un
cesto de basura. Me acerqué con mucha cautela, tratando de no ser visto por nadie, y vi que se
trataba de monedas de oro, unos preciosos Centenarios, ocultos entre los desperdicios. Me llené
las bolsas, salí afuera y los entregué a un amigo que me estaba esperando, con la encomienda de
llevarlos a mi oficina y ocultarlos en un lugar seguro.
Repetimos la operación distintas veces, hasta que nos llevamos todos los Centenarios
revueltos entre los desperdicios. Hecho esto, vinieron las dudas:
-¿Quién los habrá puesto? ¿Por qué? ¿Qué pasará, si nos descubren? ¿No sería bueno dar parte a
las autoridades y atenernos a lo que ellas decidan?
Antes de hacerlo, nos vino otra duda:
-¿Y si las mismas autoridades están metidas en este lío?
Fueron momentos de grande angustia para los dos, preguntándonos acerca del porqué de
un momento a otro nos encontrábamos metidos en una semejante enredo, sin saber cómo salir y
corriendo el riesgo de ser descubiertos e ir a parar a la cárcel.
Por fin encontramos la solución: dejar tiradas algunas monedas en los lugares
frecuentados por los pordioseros, guardando para nosotros lo estrictamente necesario para no
despertar sospechas. Así hicimos y todo nos salió bien.
LOS INVITADOS
AL GRAN BANQUETE
… el banquete de bodas del hijo del Rey, anunciado y esperado con mucha ilusión, durante
mucho tiempo. Pues bien, fueron los heraldos a invitar a los ministros del Rey y los grandes del
reino y casi nadie aceptó, por estar muy ocupados en asuntos que consideraban más importantes:
-Yo mismo pronto me voy a casar y por lo tanto estoy muy ocupado en los preparativos. Digan al
Rey que esta vez no me será posible complacerlo. Será para otra ocasión.
-Tengo pendientes asuntos muy importantes y por lo tanto no puedo asistir a la boda del príncipe
heredero. Digan al Rey que por favor me disculpe.
-Tengo la visita del embajador de un Rey amigo. No puedo desairarlo. Será para otra vez.
-Es el único día que me queda libre para dedicarlo a mis asuntos personales. Digan al Rey que me
disculpe.
Al escuchar estas excusas y otras parecidas, el Rey se enfureció y gritó como loco:
-Digan a esos idiotas que, por no haber atendido a mi invitación y haberme desairado tan
feamente, ya no gozan de mi favor, quedan destituidos de sus cargos y mañana mismo serán
ejecutados. Que, en su lugar, vengan todos los que quieran, sin importar su abolengo o condición
de vida.
Y se hizo la fiesta, la más grande que se recuerda en los anales del reino.
EL CONSEJO DE JETRÓ
Siempre me dejó intrigado el consejo que dio Jetró a Moisés: “¿Qué es lo que haces con el
pueblo? ¿Por qué estás sentado tú solo mientras todo el pueblo acude a ti de la mañana a la
noche? (…) Busca entre todo el pueblo algunos hombres hábiles, que respeten a Dios, sinceros,
enemigos del soborno, y nombra entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte; ellos
administrarán justicia al pueblo regularmente; los asuntos graves los pasarán a ti, los asuntos
sencillos que los resuelvan ellos; así se repartirá la carga y tú podrás con la tuya” (Ex 18, 14.21-22).
Más lógico, claro y sencillo, ni el agua. “Y, sin embargo, seguimos con curas-orquesta, que
quieren hacerlo todo y quedan siempre mal por falta de tiempo, cansados e insatisfechos. ¿Por
qué?”, ha sido siempre mi pregunta. Por fin me llegó del cielo la respuesta tan ansiada. Como
siempre, mediante un sueño.
Estaba participando en un encuentro de planeación pastoral, cuando un diácono
permanente me confesó que él estaba en total desacuerdo con lo que se estaba tratando:
-Puro tiempo perdido -me dijo-. Venga a mi parroquia y verá.
Fui a su parroquia y ¿qué vi? Algo realmente asombroso: más de cien comunidades
formalmente constituidas, de 10 a 15 miembros cada una, esparcidas a lo largo y ancho de su
inmensa parroquia.
-Cada comunidad –me explicó- se reúne un día por semana para orar juntos, meditar sobre la
Palabra de Dios, realizar alguna dinámica de conocimiento y convivir. Los domingos acuden a la
capilla con todos los demás para la Celebración de la Palabra.
-Un milagro, -comenté.
-Ningún milagro –me contestó-, sino simple organización.
Me imaginaba que me iba a platicar de un plan de pastoral bien estructurado, fruto de
largo tiempo de estudio. Al contrario, se trató de algo extremadamente sencillo:
-Cada quien, según su capacidad, puede formar comunidades al estilo que sea, haciéndose
responsable de las mismas, aunque para cada comunidad haya un coordinador propio. Después de
dos años de vida, una comunidad se considera formalmente constituida. Pues bien, al contar con
dos comunidades, una formalmente constituida y la otra en formación, un agente de pastoral
recibe el ministerio del lectorado: al contar con tres comunidades, dos formalmente constituidas y
una en formación, recibe el ministerio del acolitado y, al contar con cinco comunidades
formalmente constituidas, se vuelve en candidato para el diaconado permanente. Pues bien,
siguiendo esta norma, actualmente en nuestra parroquia tenemos, aparte de un montón de
agentes de pastoral que se mueven por todos lados, cinco diáconos permanentes y otros tantos
candidatos al diaconado permanente. ¿Cómo la ve?
-¡Estupendo! Económicamente, ¿cómo han resuelto el problema?
-En cada reunión, se hace una colecta. Lo que se junta, es dividido en tres partes: una parte va al
responsable de la comunidad, otra parte al fondo económico de la parroquia y la otra al fondo
económico del grupo. Puesto que, aún nos encontramos en una etapa experimental,
continuamente estamos tratando de afinar los detalles hasta encontrar la fórmula más adecuada
para dinamizar la parroquia, incentivando la misión y asegurando un apoyo económico para los
que dedican más tiempo para la búsqueda de las ovejas perdidas y el cuidado del rebaño.
-¿Y la formación de los agentes de pastoral?
-Depende de la diócesis, que cuenta con un Instituto de Formación para Agentes de Pastoral,
aparte naturalmente de la que cada uno recibe en su asociación o movimiento apostólico. En
realidad, casi todos los agentes de pastoral nacieron y están injertados en alguna asociación o
movimiento apostólico.
-Y el párroco ¿cómo ve todo esto?
-Encantado. Fíjese que está enfermo y se encuentra en una silla de ruedas. Según él, si no hubiera
contado con nuestro apoyo, desde hace mucho tiempo hubiera presentado sus dimisiones y se
hubiera retirado.
Hasta aquí el sueño. ¿Qué les parece? Ahora la pregunta es: “¿Es propio y necesario que
un cura esté metido en una silla de ruedas para que deje trabajar a los demás?”
LOS ARANCELES
Una noche lluviosa, después de un día de intensa actividad apostólica, una misionera pidió
hospedaje en un monasterio de hermanas contemplativas. Al escuchar su nombre, la hermana
portera se alegró sobremanera, reconociendo en ella a una antigua compañera de aventuras
apostólicas. Por eso de inmediato le abrió la puerta y le ofreció hospedaje.
Mientras le daba de cenar, trató de sensibilizarla vocacionalmente:
-Hermana, ¿te has fijado alguna vez en la diferencia que hay entre tu manera de vivir y la mía?
Como bien sabes, años atrás yo también fui misionera como tú.
-No sabría qué decir. Nunca me había fijado en esto.
-A ver: como misionera, ¿cuentas con un cuarto propio en que descansar?
-No. Pido hospedaje donde me alcanza la noche.
-¿Ya ves? Es la primera diferencia. Al contrario, yo cuento con un cuarto propio. Además, en caso
de enfermedad, cuento también con seguro médico. ¿Y tú?
-No; yo no cuento con ningún seguro.
-Aparte de esto, ¿te has fijado alguna vez en los grandes peligros que corre una misionera como
tú, expuesta a cualquier tipo de inconvenientes, como accidentes de carretera, robos, asaltos y
constantes humillaciones de parte de la gente al pedir alimentación y hospedaje, como si fueras
una floja y pordiosera cualquiera?
-Claro que me he fijado. De todos modos, aunque en la vida misionera haya tantos sinsabores, sigo
sintiéndome muy feliz, puesto que estoy bien convencida de que ésta es mi vocación.
-Bueno. Ahora que eres joven, te sientes feliz viviendo de esa manera. ¿Has pensado alguna vez
cómo te sentirás mañana, cuando ya no tendrás la misma salud y el mismo entusiasmo de hoy?
¿Has reflexionado seriamente en los peligros, los riesgos y en general la inseguridad que de por sí
acompaña siempre la vida misionera? ¿No te gustaría seguir mi ejemplo, como hermana
contemplativa? Piénsalo bien y verás que, en el fondo, sea en el monasterio que en la misión se
sirve al mismo Dios, aunque sea de manera diferente.
Con estas y otras palabras, la hermana portera trataba de convencer a su antigua amiga
de misión a cambiar de rumbo, pasando de la vida activa a la vida contemplativa. Hasta que la
misionera le hizo una pregunta muy sencilla:
-Hermana, todo lo que me acabas de decir ¿tiene algún fundamento bíblico?
-¿Fundamento bíblico? Ya sé que ustedes para todo le quieren encontrar un fundamento bíblico.
Para eso no se necesita ningún fundamento bíblico; basta el sentido común –contestó la hermana
portera bastante contrariada.
-Claro que también para eso hay un fundamento bíblico y te lo voy a dar: “Las zorras tienen
madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza”
(Lc 9, 58).
-Me lo imaginaba –fue el comentario de la hermana portera, mientras se alejaba
apresuradamente-. Ustedes aún siguen con sus sueños de pobreza, como al tiempo de Jesús. No
quieren entender que ya los tiempos cambiaron y hay que ponerse al día. Por eso ustedes siguen
teniendo tan pocas vocaciones.
-Mejor pocas y buenas que muchas y desinfladas.
Desde entonces las antiguas compañeras de misión ya no se volvieron a ver.
EL EMPRESARIO DE LA FE
-¿Quién se imaginaría ver algo semejante? -Decía la gente- La hija del mismo gobernador anda
descalza por la calle, con un hábito hecho trizas y los ojos siempre fijos en el suelo. Nunca por aquí
se vio algo semejante. Es como si viviéramos al tiempo de los grandes santos. Sin duda, algo
grande Dios nos tiene reservado.
-¿Y el fundador? –Comentaban otros.- Se parece en todo a san Francisco de Asís. Basta ver cómo
viste, cómo predica y cómo trata a la gente.
Seguido aparecían en la televisión, pobres en extremo, humildes y con la eterna sonrisa en
los labios (después se supo que eran dueños del canal televisivo). Predicaban, cantaban, oraban,
alababan a Dios y danzaban con la destreza de los profesionales y la ingenuidad de los niños. Por
eso impactaban tanto a las multitudes. Con su testimonio de humildad y total entrega a las cosas
de Dios (siempre descalzos y con ropa que parecía sacada de algún basurero), arrastraban
literalmente a la juventud, siempre deseosa de novedad y de por sí más que nunca propensa a
romper moldes.
Y llovían las vocaciones. Se decía que dormían en el suelo y se pasaban en oración gran
parte de la noche. Se dedicaban a cuidar a los ancianos pobres y a los niños pobres. Y llovían las
limosnas.
-Dios y el dinero –comentaban algunos maliciosos-: una amalgama claramente contraria al sentir
del Evangelio. ¿Hasta cuándo resistirá?
Y fueron profetas. Pronto se empezó a ver algo raro en todo el asunto. El mismo fundador,
que aquí aparecía vestido de trapos, allá lucía ropa de lujo, bien peinado y hospedándose en
hoteles de primera. Se empezó a hablar de desvíos de fondos.
-¿Entonces –la gente se empezó a preguntar-, se trata de un show y nada más?
Efectivamente se trataba de un show, bien montado. De hecho, mano a mano que la gente
se fue dando cuenta de qué se trataba, poco a poco se fue retirando, hasta que se acabó el
espectáculo. Ahora quedan unos cuantos artistas, que por cierto de artista tienen muy poco,
mientras los demás se alejaron en busca de nuevas aventuras.
EL CURA ECUMÉNICO
YA NO TIENE NADA QUE HACER
DOCUMENTO DE APARECIDA:
dando palos de ciego
Dos curas estaban comentando el documento de Aparecida.
-Ya te lo dije desde un principio –afirmaba el primero-: este documento no es operativo. Parece un
listado de temas y buenas intenciones; habla de todo y de nada. No presenta un análisis serio de la
realidad eclesial, de donde arrancar para buscar una solución efectiva a los múltiples problemas
que nos aquejan.
-Y según usted, ¿cuál sería la realidad eclesial? –Lo interpeló el otro.
-Que nosotros nos vamos a pique, mientras la competencia avanza.
-Ahora bien, ante esta realidad, ¿qué sugiere usted para que se pueda revertir la situación?
-Regresar a los orígenes, es decir, al estilo de la Iglesia primitiva.
-En concreto, ¿qué sugiere?
-Antes que nada, sugiero que se vuelva a estructurar el ministerio ordenado desde la raíz,
teniendo en cuenta la praxis de la Iglesia primitiva, de manera tal que ninguna comunidad cristiana
quede desatendida por falta de ministros.
-¿Qué más?
-Pues bien, contando con ministros suficientes, precisamente al estilo de las primeras
comunidades cristianas, ir reestructurando poco a poco todo el aparato eclesial, haciendo de la
Palabra de Dios el libro inspirador de todo el ser y quehacer del discípulo de Cristo, la pequeña
comunidad cristiana y toda la Iglesia.
-Por lo que veo, no se trata de algo muy sencillo.
-¿Quién está hablando de algo sencillo? Claro que no se trata de algo sencillo. Tenemos que caer
en la cuenta de que nos encontramos en un cambio de época.
-Y esto ¿lo van a permitir los de arriba?
-Quien sabe. De todas maneras, tratándose de asuntos de fe, creer en milagros es la ley. O mejor
nos metemos a vender pepitas por la calle.
-Y por mientras, ¿qué hacemos?
-Como dice el refrán: “El que tenga más saliva, que trague más pinole”, es decir, que cada uno
trate de actuar en consonancia con el ideal de Iglesia con el que sueña, dejándose guiar siempre
por la Palabra de Dios. Yo, por ejemplo, he abolido los aranceles en mi parroquia, comparto las
entradas con mis colaboradores laicos más comprometidos, utilizo la Biblia en toda la catequesis
presacramental, ya cuento con un buen número de ministros a tiempo completo, que se están
preparando para el diaconado permanente, etc.
-Por lo visto, usted trae mucha prisa.
-Claro que traigo mucha prisa. En realidad, no sé ni cuánto tiempo aún me queda por vivir ni
cuándo se darán los cambios anhelados. Por lo tanto, como quien dice, me dedico a fundir
cañones en espera del momento en que se harán necesarios para dar la gran batalla de la
evangelización, evitando el peligro de encontrarme desprevenido a la señal del ataque.
LA MISIÓN CONTINENTAL:
un fracaso anunciado
-Pongan mucho cuidado cuando salen a la calle –insistía el vicario de pastoral-. Visiten solamente
los hogares católicos y dedíquense a hablar exclusivamente del amor de Dios. En realidad, esto es
lo que hoy más necesita la gente: que se le hable del amor de Dios. Nada de amenazas como
suelen hacer los amigos de la competencia. Ya de por sí nuestra gente está bastante asustada por
el tema de la inseguridad; que por lo menos nosotros les llevemos de parte de la Iglesia un
mensaje de paz, aliento y esperanza.
-¿Y si alguien nos pregunta acerca de las imágenes, el bautismo de los niños, la cruz y cosas por el
estilo? –objetó un misionero en cierne.
-No les hagan caso –fue la respuesta tajante del vicario de pastoral-. Ustedes van a lo que van.
Con el amor de Dios ya tienen.
Evidentemente no todos se sentían satisfechos con esa manera de ver las cosas y realizar
la Misión Continental, de la que habla el documento de Aparecida. Alguien preguntó:
-¿Cómo sabemos si un hogar es católico o no?
-Habrá gente del mismo barrio que les van a señalar cuáles hogares son católicos y cuáles no.
Ustedes dedíquense a visitar solamente los hogares católicos y den el mensaje solamente a los
que lo quieran escuchar. Es inútil hablar a gente que no está dispuesta a escuchar.
Y así se aventaron a la Gran Misión o Misión Continental, sin Biblia ni nada, contando
solamente con unas hojas, en que se aclaraba lo referente al amor de Dios. ¿Y qué pasó? Que
resultó un verdadero fracaso: de hecho, salieron de la Casa de la Iglesia unos ochenta
“misioneros” para realizar las visitas domiciliarias hablando exclusivamente del amor de Dios y al
final de la jornada regresaron apenas unos treinta. ¿Y los demás? Poco a poco se fueron
escabullendo, mano a mano las cosas se les iban complicando.
Es que les pintaron las cosas muy diferentes de la realidad. Se imaginaban que iban a
tratar solamente con católicos devotos y respetuosos, deseosos de escuchar acerca del gran amor
de Dios y ¿cuál fue la realidad? Que en casi todos los hogares considerados como católicos había
algún miembro, que pertenecía a otro grupo religioso. Además, resultó que los mismos católicos,
que parecían muy devotos y se veían ansiosos de recibir a los “misioneros”, tenían un montón de
dudas, por lo cual querían aprovecharse de su visita para aclararlas de una vez. No faltaron casos
en que ya los esperaban con algún pariente o amigo de otro credo religioso, que querían
convencer a regresar a la Iglesia Católica, contando con el auxilio de los “misioneros”, que
consideraban expertos en los asuntos de la fe.
¡Y cuál fue su decepción, al encontrarse frente a gente totalmente impreparada, que lo
único que sabían hacer, era repetir continuamente: “Dios te ama”! Ante esta realidad, algunos de
plano decidieron de una vez abandonar la Iglesia para adherirse a uno que otro grupo no católico.
Pensaban: “Si ni los misioneros pueden dar una respuesta, ¿cómo estarán las cosas?” Claro que,
ante un descalabro tan evidente, muchos disque misioneros se desanimaron por completo y
decidieron cortar por lo sano, suspendiendo la misión en espera de tiempos mejores, cuando se
sintieran más preparados y seguros.
Los que, no obstante todo, aguantaron hasta el final, regresaron a la Casa de la Iglesia con
unas ganas enormes de aclarar muchas dudas, que de por sí tenían o que habían surgido durante
las visitas. Y fue el acabose, cuando se dieron cuenta de que ni los organizadores ni el mismo
vicario de pastoral sabían dar una respuesta “bíblica” a cada cuestionamiento. Ante tanto cinismo,
les entró un sentimiento de impotencia y rabia tal que no sabían qué hacer, si reírse, gritar o llorar.
“¡Pobre pueblo católico –fue su conclusión-, totalmente desamparado ante el acoso sistemático
de los grupos proselitistas a causa de la irresponsabilidad de sus guías!”.
A quienes intentaban consolarlos, invitándolos a tener paciencia y aceptar con gusto la
voluntad de Dios, les contestaron con extrema firmeza: “No volveremos a salir a la calle, si antes
nuestros pastores no nos preparan bíblicamente y no nos enseñan a ser misioneros con su
ejemplo. Ya basta de “mandatos de parte de la Iglesia”; queremos que ellos mismos salgan a la
calle con nosotros. O salimos juntos o nada”.
Y se acabó la Misión Continental.