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SUEÑOS DESCABELLADOS

-Dibujando un nuevo rostro de Iglesia-

INTRODUCCIÓN
De por sí los sueños son un reflejo del subconsciente de cada uno y pueden resultar de
gran ayuda para conocerse más y actuar mejor. Pero no siempre es así. A veces uno sueña algo
que lo deja totalmente desconcertado, sin saber qué pensar. Posiblemente se trata de sueños que
le llegan a uno por un simple accidente, siendo otros los destinatarios reales, o de sueños que de
por sí tienen a la comunidad como destinataria y por lo tanto necesitan el aporte de la comunidad
para ser interpretados correctamente.
Pues bien, los sueños que voy a relatar a continuación pertenecen a esta categoría. Por lo
tanto, abrigo la firme esperanza de que, entre todos, si le echamos ganas, encontraremos la pista
para interpretarlos correctamente, lo que, sin duda, representará un gran beneficio para todos.
Aclarado esto, no me queda más que empezar a contar mis sueños, así como los recuerdo,
sin añadirles ni quitarles nada, aunque a veces puedan confundir o escandalizar alguna alma
piadosa.
Y otra aclaración más: no tienen nada personal. Que nadie vaya a pensar que se trate de
una manera original de aventar piedras a ciertas personas que me resultan incómodas. Quod Deus
avertat = que Dios me libre de hacer tal cosa.

Acapulco, Gro., 30 de diciembre de 2010.

EL TESORO
Me encontraba en el Hospital General para unos análisis, cuando descubrí algo raro en un
cesto de basura. Me acerqué con mucha cautela, tratando de no ser visto por nadie, y vi que se
trataba de monedas de oro, unos preciosos Centenarios, ocultos entre los desperdicios. Me llené
las bolsas, salí afuera y los entregué a un amigo que me estaba esperando, con la encomienda de
llevarlos a mi oficina y ocultarlos en un lugar seguro.
Repetimos la operación distintas veces, hasta que nos llevamos todos los Centenarios
revueltos entre los desperdicios. Hecho esto, vinieron las dudas:
-¿Quién los habrá puesto? ¿Por qué? ¿Qué pasará, si nos descubren? ¿No sería bueno dar parte a
las autoridades y atenernos a lo que ellas decidan?
Antes de hacerlo, nos vino otra duda:
-¿Y si las mismas autoridades están metidas en este lío?
Fueron momentos de grande angustia para los dos, preguntándonos acerca del porqué de
un momento a otro nos encontrábamos metidos en una semejante enredo, sin saber cómo salir y
corriendo el riesgo de ser descubiertos e ir a parar a la cárcel.
Por fin encontramos la solución: dejar tiradas algunas monedas en los lugares
frecuentados por los pordioseros, guardando para nosotros lo estrictamente necesario para no
despertar sospechas. Así hicimos y todo nos salió bien.
LOS INVITADOS
AL GRAN BANQUETE

… el banquete de bodas del hijo del Rey, anunciado y esperado con mucha ilusión, durante
mucho tiempo. Pues bien, fueron los heraldos a invitar a los ministros del Rey y los grandes del
reino y casi nadie aceptó, por estar muy ocupados en asuntos que consideraban más importantes:
-Yo mismo pronto me voy a casar y por lo tanto estoy muy ocupado en los preparativos. Digan al
Rey que esta vez no me será posible complacerlo. Será para otra ocasión.
-Tengo pendientes asuntos muy importantes y por lo tanto no puedo asistir a la boda del príncipe
heredero. Digan al Rey que por favor me disculpe.
-Tengo la visita del embajador de un Rey amigo. No puedo desairarlo. Será para otra vez.
-Es el único día que me queda libre para dedicarlo a mis asuntos personales. Digan al Rey que me
disculpe.
Al escuchar estas excusas y otras parecidas, el Rey se enfureció y gritó como loco:
-Digan a esos idiotas que, por no haber atendido a mi invitación y haberme desairado tan
feamente, ya no gozan de mi favor, quedan destituidos de sus cargos y mañana mismo serán
ejecutados. Que, en su lugar, vengan todos los que quieran, sin importar su abolengo o condición
de vida.
Y se hizo la fiesta, la más grande que se recuerda en los anales del reino.

MORALIDAD Y PUESTOS DE TRABAJO


De repente el obispo se salió con un asunto, que nos sacó de quicio a todos:
-¿Quiénes de ustedes vieron el noticiero de la noche? –Todos levantaron la mano.
-¿Qué les parecieron las estadísticas relacionadas con el desempleo?
Uno que otro expresó su opinión:
-Muy acertadas y oportunas. Es un hecho que no hay trabajo para todos. Así que el derecho al
trabajo y a una vida honesta, garantizado por la Constitución, para muchos es letra muerta. En la
práctica, muchos quedan sin trabajo y se ven obligados a hacer cualquier cosa para poder
sobrevivir.
-Además, mientras algunos ganan una miseria, otros tienen sueldos millonarios, especialmente los
políticos y los dirigentes de los bancos, que en fin de cuentas están manejando dinero ajeno. Nadie
los controla y por lo tanto se sirven con la cuchara grande, sin que nadie pueda decir nada.
-Si hubiera más justicia y moralidad, las cosas serían muy diferentes.
El obispo, después de haber escuchado atentamente las opiniones de los presbíteros y de
algunos laicos más destacados (era una asamblea especial, con la participación de la crema y nata
de la diócesis), siguió con su interrogatorio:
- ¿Acaso nosotros, como Iglesia, no tenemos nada que ver con todo esto? ¿No corresponde a
nosotros elevar el tono moral de la sociedad? Y con relación al desempleo, ¿qué estamos haciendo
en concreto para crear más puestos de trabajo?
Ninguna respuesta. El obispo retomó la palabra:
-Por favor, no se hagan huajes. A ver: diga usted (dirigiéndose a uno de los curas más
parlanchines): ¿Cuántos templos evangélicos hay en su parroquia?
-Unos sesenta.
-¿Cuántos pastores los atienden?
-Unos setenta.
-¿En su parroquia, cuántos católicos hay y cuántos evangélicos?
-Unos veinte mil católicos, más o menos, y unos diez mil evangélicos, diseminados en unas
cuarenta aldeas, aparte de la cabecera municipal que cuenta con unos cinco mil habitantes.
Después de unos instantes de silencio inquisidor, el obispo siguió preguntando:
-Usted ¿a cuánta gente está dando empleo para atender a veinte mil católicos?
-A tiempo completo estamos solamente un servidor, la secretaria y el sacristán. Los demás son
gente de buena voluntad, que presta algún servicio gratuito.
-Por eso estamos como estamos –concluyó el obispo-. Mientras los evangélicos, siendo apenas
diez mil, son atendidos por setenta personas casi todas a tiemplo completo y por lo tanto
sustentan a setenta familias, los católicos, siendo el doble, son atendidos por una sola persona y
mantienen apenas a tres. ¿Qué les parece? Y después se quejan de que los evangélicos siguen
avanzando cada día más, mientras nosotros vamos para atrás.
Hubo momentos de tensión. Por todas partes se oía el cuchicheo de gente inconforme o
deseosa de conocer más detalles al respecto. El obispo cortó por lo sano:
-Les dejo esto como tarea para la próxima asamblea diocesana: a los curas, que hayan dado
empleo a más gente, se les dará más responsabilidad en el cuidado del Pueblo de Dios y a los que
apenas logran sobrevivir ellos mismos con las entradas que tienen, les quitaremos las parroquias y
los pondremos de vicarios.
Y desde entonces, en aquella diócesis, empezaron a cambiar muchas cosas y una nueva
etapa empezó para la vida de la Iglesia.

Cancha libre a los


MOVIMIENTOS ECLESIALES

Después de haber transcurrido un día de angustia, pensando en la triste situación de las


masas católicas, completamente abandonadas a su destino de ignorancia y supersticiones, como
ovejas sin pastor, llegó un sueño restaurador.
Estaba viajando hacia el sur, en carro. Lo que pronto me impactó fue la multitud de
templos evangélicos, de las más variadas denominaciones, diseminados a lo largo de la carretera.
A un cierto momento me llamó la atención un hecho muy curioso: mientras seguía igual la secuela
de los templos, poco a poco iba cambiando su afiliación. Ya no se trataba de puros templos
evangélicos, sino mezclados, templos evangélicos y templos católicos, hasta prevalecer los
templos católicos, fácilmente reconocibles por la leyenda que llevaban en su fachada: Renovación
Carismática, Cursillos de Cristiandad, Neocatecumenado, Acción Católica, Apóstoles de la Palabra,
Escuela de la Cruz, etc.
“Una vez que se les empezó a dar más responsabilidad a los Movimientos Eclesiales –me
confesó un párroco de la región-, aquí las cosas empezaron a cambiar radicalmente”. Con eso, una
luz de esperanza empezó a brillar en mi corazón.

EL CONSEJO DE JETRÓ
Siempre me dejó intrigado el consejo que dio Jetró a Moisés: “¿Qué es lo que haces con el
pueblo? ¿Por qué estás sentado tú solo mientras todo el pueblo acude a ti de la mañana a la
noche? (…) Busca entre todo el pueblo algunos hombres hábiles, que respeten a Dios, sinceros,
enemigos del soborno, y nombra entre ellos jefes de mil, de cien, de cincuenta y de veinte; ellos
administrarán justicia al pueblo regularmente; los asuntos graves los pasarán a ti, los asuntos
sencillos que los resuelvan ellos; así se repartirá la carga y tú podrás con la tuya” (Ex 18, 14.21-22).
Más lógico, claro y sencillo, ni el agua. “Y, sin embargo, seguimos con curas-orquesta, que
quieren hacerlo todo y quedan siempre mal por falta de tiempo, cansados e insatisfechos. ¿Por
qué?”, ha sido siempre mi pregunta. Por fin me llegó del cielo la respuesta tan ansiada. Como
siempre, mediante un sueño.
Estaba participando en un encuentro de planeación pastoral, cuando un diácono
permanente me confesó que él estaba en total desacuerdo con lo que se estaba tratando:
-Puro tiempo perdido -me dijo-. Venga a mi parroquia y verá.
Fui a su parroquia y ¿qué vi? Algo realmente asombroso: más de cien comunidades
formalmente constituidas, de 10 a 15 miembros cada una, esparcidas a lo largo y ancho de su
inmensa parroquia.
-Cada comunidad –me explicó- se reúne un día por semana para orar juntos, meditar sobre la
Palabra de Dios, realizar alguna dinámica de conocimiento y convivir. Los domingos acuden a la
capilla con todos los demás para la Celebración de la Palabra.
-Un milagro, -comenté.
-Ningún milagro –me contestó-, sino simple organización.
Me imaginaba que me iba a platicar de un plan de pastoral bien estructurado, fruto de
largo tiempo de estudio. Al contrario, se trató de algo extremadamente sencillo:
-Cada quien, según su capacidad, puede formar comunidades al estilo que sea, haciéndose
responsable de las mismas, aunque para cada comunidad haya un coordinador propio. Después de
dos años de vida, una comunidad se considera formalmente constituida. Pues bien, al contar con
dos comunidades, una formalmente constituida y la otra en formación, un agente de pastoral
recibe el ministerio del lectorado: al contar con tres comunidades, dos formalmente constituidas y
una en formación, recibe el ministerio del acolitado y, al contar con cinco comunidades
formalmente constituidas, se vuelve en candidato para el diaconado permanente. Pues bien,
siguiendo esta norma, actualmente en nuestra parroquia tenemos, aparte de un montón de
agentes de pastoral que se mueven por todos lados, cinco diáconos permanentes y otros tantos
candidatos al diaconado permanente. ¿Cómo la ve?
-¡Estupendo! Económicamente, ¿cómo han resuelto el problema?
-En cada reunión, se hace una colecta. Lo que se junta, es dividido en tres partes: una parte va al
responsable de la comunidad, otra parte al fondo económico de la parroquia y la otra al fondo
económico del grupo. Puesto que, aún nos encontramos en una etapa experimental,
continuamente estamos tratando de afinar los detalles hasta encontrar la fórmula más adecuada
para dinamizar la parroquia, incentivando la misión y asegurando un apoyo económico para los
que dedican más tiempo para la búsqueda de las ovejas perdidas y el cuidado del rebaño.
-¿Y la formación de los agentes de pastoral?
-Depende de la diócesis, que cuenta con un Instituto de Formación para Agentes de Pastoral,
aparte naturalmente de la que cada uno recibe en su asociación o movimiento apostólico. En
realidad, casi todos los agentes de pastoral nacieron y están injertados en alguna asociación o
movimiento apostólico.
-Y el párroco ¿cómo ve todo esto?
-Encantado. Fíjese que está enfermo y se encuentra en una silla de ruedas. Según él, si no hubiera
contado con nuestro apoyo, desde hace mucho tiempo hubiera presentado sus dimisiones y se
hubiera retirado.
Hasta aquí el sueño. ¿Qué les parece? Ahora la pregunta es: “¿Es propio y necesario que
un cura esté metido en una silla de ruedas para que deje trabajar a los demás?”

LOS ARANCELES

Me desperté de repente, empapado de sudor. Acababa de tener una pesadilla, peleando


con un antiguo amigo del seminario, ahora todo un señor cura, que se encontraba al frente de una
grande parroquia en la periferia de la ciudad. Ya estaba enterado de que, no obstante sus orígenes
humildes, se había vuelto en el amigo incondicional de los ricos y poderosos de la región, con los
cuales se codeaba en cualquier evento social de importancia.
Lo que no sabía, y que me causó un profundo malestar apenas lo vi, fue su manera de
vestir, muy extravagante, con pelo largo bien pintado y una cara cargada de cremas y perfumes.
Así que, de inmediato lo embestí:
-¿Qué te pasó, mi viejo amigo? ¿Acaso te volviste un payaso?
El antiguo amigo no se inmutó, sino que me lanzó una mirada de desprecio y me contestó:
-El payaso eres tú. Al solo verte, me das tanta pena. ¿No te da vergüenza presentarte en público
con huaraches y playera? ¿Para qué te sirvieron tantos años de estudio, con tantos sacrificios?
¿Cuándo vas a progresar? ¿Por qué, por lo menos una vez en tu vida, no tratas de seguir mi
ejemplo? ¿Te acuerdas cómo era yo, cuando entramos al seminario? Mírame ahora. Esto significa
progresar, mientras tú sigues siempre igual o peor que antes. ¿No te da pena quedarte el último
de nuestra generación, sin saco ni corbata ni carro después de tantos años de ministerio?
-Mejor pobre y con la conciencia tranquila –le contesté- que rico como tú y con la conciencia sucia,
sabiendo que estás explotando a los pobres.
-¿Quién está explotando a los pobres? Yo me atengo estrictamente a los aranceles y nada más.
-¡Los aranceles! Como si fueran la voz de Dios.
-Claro que son la voz de Dios. ¿Acaso fui yo a establecer los aranceles? ¿No fue la autoridad
competente?
-¿Y la Palabra de Dios? ¿No te dice nada la santa paliza que San Pedro le dio a Simón, el mago, que
quería hacer precisamente como estás haciendo tú, manejando las cosas sagradas como si se
tratara de un negocio cualquiera? (cf. Hech 8, 20). En realidad, tus tan cacareados éxitos
económicos, más que a tu celo apostólico (te sientes orgulloso de celebrar hasta diez misas diarias,
de veinte minutos, como si fueran tiros de metralleta), se deben a tu desmesurado afán de lucro,
lo que te llevará derechito al infierno.
Mi antiguo amigo, al verse atacado tan directamente, perdió los estribos y se lanzó furioso
en contra de mí, decidido a pulverizarme de una vez. Naturalmente no contaba con mi astucia, por
lo cual salió más descalabrado de lo previsto, por un golpe que de inmediato le asesté
directamente en la nariz, que lo dejó sangrante y sin posibilidad de defenderse.
Recuerdo que, al despertarme completamente empapado de sudor, aún estaba gritando:
“vete al infierno, simoníaco presumido”, mientras seguía resonando en mi mente el estribillo de
mi antiguo amigo: “pordiosero asqueroso”. ¡Qué bueno que se trató de un sueño y nada más! De
otra manera, este hecho me hubiera marcado para siempre como el cura más peleonero del
mundo, en una especie de campeonato clerical de boxeo.

BECAS PARA DIÁCONOS PERMANENTES

En cada reunión, el señor cura se salía siempre con lo mismo:


-No me doy abasto con tanto trabajo.
-¿Por qué, entonces, no permite que lo ayude algún diácono permanente, como se hace en la
parroquia vecina? –Era la pregunta de la gente.
-¿Diácono permanente? Ustedes no saben de qué están hablando, como si se tratara de ordenar a
alguien y ya. ¿Han pensado alguna vez en la manera de mantenerlo con toda su familia?
Por fin llegó la respuesta tan deseada. Por casualidad, en una ocasión se encontraba en la
reunión un empresario de la zona. Al darse cuenta de que en la parroquia había una extrema
necesidad de contar por lo menos con un diácono permanente, lanzó la propuesta:
-¿Qué les parece si me encargo yo de resolver el problema económico, metiendo en la nómina de
mis trabajadores a la persona, que ustedes me indiquen?
Todos estuvieron de acuerdo, menos el señor cura, que parecía contrariado por la
propuesta.
-Es que en la parroquia hay problemas más urgentes que resolver: como la pintada del templo, la
renovación del piso y la restauración de la torre campanaria, que amenaza con desplomarse de un
momento a otro. ¿No sería mejor que por el momento se destinara a eso la aportación económica
que nos ofrece el amigo empresario?
Ahí nos dimos cuenta de que el problema era más grave de lo que nos imaginábamos.
Desde entonces, pro bono pacis (para evitar problemas y vivir en paz), no se volvió a mencionar el
asunto.
LA VENGANZA DE DIOS
¿Lo soñé o me lo contaron? Realmente no sabría qué contestar. De todos modos, he aquí
lo que recuerdo.
Había una vez (no vayan a pensar de que se trata de un cuento de hadas), una madre de
familia, que creía en los brujos, las imágenes de los santos y tantas cosas más. También creía en
Dios (por lo menos, es lo que ella misma decía a la gente), era católica, pero no practicante. Se
llamaba Sofía.
¿Su marido? Buena gente, respetuoso de todos y de todo, no se metía con nadie, casi
siempre callado. Todo lo contrario de ella y por lo mismo su víctima preferida. Lo humillaba frente
a todos y durante la noche lo tenía encerrado con llave en el cuarto contiguo al suyo, dizque para
evitar que se saliera de la casa en busca de aventuras ... puramente imaginarias, fruto de celos y
nada más.
Después venían los hijos, a quienes doña Sofía amaba y protegía como una fiera a su cría.
¡Ay de quién intentara hacerles algún daño! En distintas ocasiones, se la vio con el machete en la
mano, amenazando a cualquiera que pudiera representar un peligro para ellos. Por eso en la aldea
todos le tenían miedo a doña Sofía y, siempre que fuera posible, trataban de darle la vuelta.
De parte de todos los miembros de la familia doña Sofía pretendía una obediencia ciega a
sus planes, que esencialmente consistían en querer ver a todos sus hijos casados lo más pronto
posible, para que le dieran muchos, pero muchos nietos, especialmente en el caso de las mujeres.
Con los varones era menos exigente. Aunque con cierta dificultad, les permitía que salieran de la
aldea para continuar sus estudios en la cabecera municipal.
¿Y la Iglesia? Nada. No les permitía en absoluto a los miembros de su familia que se
acercaran a la capilla por ninguna razón. Según ella, para resolver cualquier problema, era
suficiente acudir al brujo. Hasta se había vuelto una experta en la manera de resolver todos los
problemas graves de la vida mediante la intervención del brujo, tanto que ella misma le señalaba
al brujo lo que tenía que hacer: “Vine para que le hagas una limpia a mi hija”; “Quiero que le
saques el mal espíritu”; “Soñé esto y esto. Hazme un trabajo contra doña tal, para devolverle el
daño que me quiere hacer”.
Cuando se trataba de un simple malestar físico, doña Sofía ya conocía una infinidad de
remedios caseros y, cuando las cosas se ponían más difíciles, no dudaba en acudir a la curandera o
yerbera, que le preparaba las pócimas adecuadas según el caso. Solamente cuando se trataba de
accidentes o cortaduras graves, acudía al centro de salud. Y con eso se sentía segura y feliz, sin la
necesidad de ir a la Iglesia ni nada por el estilo.
Así creía ella. “Pero no contaba con mi astucia”, dicen por ahí, que traducido al lenguaje
bíblico corresponde a: “No digan nunca: haremos esto o aquello. Digan siempre: “Si Dios quiere,
haremos esto o aquello” (Stgo 4,14). Y por lo visto, Dios no estuvo de acuerdo con su manera de
proceder y se encargó de frustrar sus planes. De hecho, más insistía en que sus hijos estuvieran
lejos de la capilla y más ellos se sentían atraídos irresistiblemente hacia ella como por un imán
invisible.
Así hicieron la Primera Comunión y fueron confirmados, sin que ella se enterara. A
escondidas, con el pretexto de ir a la casa de la maestra para reforzar alguna materia en la que se
sentían más débiles, iban a la casa de la rezandera para aprenderse el catecismo. Y una vez listos,
recibieron los sacramentos.
Lo más duro vino cuando llegaron a la capilla dos misioneros, enviados por el párroco para
impartir un curso bíblico y aclarar a la gente las dudas que les estaban metiendo los grupos
proselitistas, que estaban haciendo su agosto en toda la región. De inmediato la rezandera avisó a
los hijos de doña Sofía, que se aprovechaban de cualquier oportunidad para escabullirse de la casa
y encontrarse con los misioneros. Les impactó tanto su estilo de vida con la labor que estaban
realizando, que todos decidieron seguir sus pasos apenas llegaran a la edad reglamentaria, lo que
cumplieron puntualmente no obstante la oposición encarnizada de doña Sofía. Sencillamente se
escapaban de la casa, para regresar unos dos años después con el preciso propósito de apoyar a
los encargados de la capilla. Además, dos hijas ya se consagraron a Dios por toda la vida, mientras
los nietos se preparan para dar el relevo a sus tíos.
“Ni modo –repite constantemente la rezandera, al comentar el hecho-; es la venganza de
Dios, para que entendamos de una vez que los hijos antes que nada le pertenecen a Él”.

COMITÉ ECONÓMICO PARROQUIAL


Rebelde por naturaleza, el p. Teófilo nunca se acostumbró a obedecer ciegamente a
ninguna norma, viniera de donde viniera. Todo lo ponía en tela de juicio y, solamente después de
haberse convencido personalmente acerca de su valor real, la aceptaba y cumplía
escrupulosamente. Así que, al ser nombrado párroco, lo primero que rechazó tajantemente fue la
norma (costumbre o ley) de los aranceles. Le olía a simonía y él con la simonía no quería tener
nada que ver. Prefería pedir limosna antes de administrar un sacramento a cambio de dinero.
-¿Cómo va a vivir entonces? –Se preguntaban preocupados sus amigos presbíteros.
-Mejor morirme de hambre que caer en el pecado de simonía -contestaba invariablemente el p.
Teófilo a quienes le presentaban alguna objeción al respecto.
De hecho, apenas se acabaron sus módicos ahorros, no le quedó al p. Teófilo que reunir a
los feligreses más allegados y ponerlos al tanto de la situación, aclarándoles que era su deseo
desligarse totalmente de todo lo que tuviera que ver con el dinero y dedicarse exclusivamente a su
misión de pastor.
-Es lo que estamos esperando desde hace mucho tiempo- fue su respuesta unánime-. No se
imagina usted, padre, cuántas oraciones, ayunos y sacrificios hemos hecho para que llegara este
momento. Usted no se preocupe. Dedíquese a lo suyo y nosotros nos encargaremos de todo lo
demás. Verá que no le faltará nada y todo marchará bien.
De hecho pronto se constituyó el comité económico de la parroquia, encargado de recoger
y administrar las limosnas. Un grupo de señoras se encargó de resolver el problema de su
alimentación, invitándolo a comer por turno en su misma casa. No faltó alguien que hasta le
entregó las llaves de la casa para que se sintiera como uno de familia.
-Cuando se encuentre en apuros, mi casa está a su completa disposición. Venga y disponga con
toda libertad de todo lo que encuentre en el refrigerador: huevos, yuca, papas, plátanos… Lo que
encuentre, es suyo.
Ante tanta generosidad, el p. Teófilo no se cansaba de repetir:
-No duden en llamarme en caso de necesidad. No se fijen si es de día o de noche. Estoy para
servirles.
La gente comentaba:
-Nunca hemos visto algo semejante.
Por eso, hasta los más alejados de la Iglesia secretamente apreciaban y querían al p.
Teófilo, aguantando en consecuencia ciertos excesos de celo apostólico, que a veces los dejaba
bastante desconcertados como cuando los reprendía públicamente, sin fijarse si estaban solos, en
compañía o en plena calle. Cuando les pasaba esto, no les quedaba que agachar la cabeza y
escuchar con respeto, y a veces con mucha vergüenza, sus reprimendas o consejos. A nadie se le
ocurría, por ninguna razón, desairar al p. Teófilo, contestándole mal o dejándolo con la palabra en
la boca. Su sola presencia, aunada a un cierto aire de misticismo que emanaba de él, los tenía a
todos subyugados.
Claro que, con el pasar del tiempo, no faltó alguien del pueblo que lo empezó a criticar,
acusándolo de flojo e irresponsable:
-El p. Teófilo se la pasa todo el día sin hacer nada –comentaban-, paseándose por aquí y por allá,
charlando con cualquiera en la calle y comiendo con la gente que lo invita. ¿Quién más feliz que
él? Como si fuera un niño, sin ninguna responsabilidad. Estando así las cosas, ¿a quién no le
gustaría ser cura?
-¿Por qué el p. Teófilo –se preguntaban otros-, en lugar de perder su tiempo en la calle sin hacer
nada, no empieza a preocuparse por la restauración del templo? ¿O está esperando que se le caiga
encima, antes de empezar a ponerle mano?
Al enterarse de estas críticas, el p. Teófilo volvió a reunir a los feligreses más
comprometidos (consejo parroquial) y les expuso la situación:
-Como les aclaré desde un principio, no es mi intención dedicarme a los asuntos materiales. Para
eso están ustedes. A ver: ¿Qué piensan hacer para resolver el problema del templo, que por cierto
está muy deteriorado?
-Dejar que se caiga de una vez y empezar a recaudar fondos para construir uno nuevo. -Fue su
respuesta.
-¿Cómo recaudar fondos?
-Usted siga dedicándose a lo suyo y déjennos a nosotros resolver este problema.
En pocos días ya estaba listo el terreno donde se construiría el nuevo templo. Basándose
en esto, se hizo el proyecto arquitectónico.
-¿Y el dinero? –Era la grande preocupación de muchos.
Una vez establecido el costo aproximativo de la obra, el comité económico pidió a toda la
feligresía católica con qué cantidad mensualmente pudiera cooperar cada uno, teniendo en cuenta
sus reales posibilidades. Así cada feligrés poco a poco se fue acostumbrando a entregar cada mes
una cierta cantidad de dinero para los gastos de la parroquia. Y contando con esas entradas
seguras (aparte de otras iniciativas varias, como las rifas y las kermeses), no solamente se logró
construir el nuevo templo, sino apoyar económicamente a un grupo de evangelizadores a tiempo
completo y a medio tiempo, que actualmente representan la base de toda la infraestructura
pastoral, que poco a poco el p. Teófilo fue tejiendo en su inmensa parroquia.
Ahora el p. Teófilo ya cuenta también con algunos diáconos permanentes casados, que
representan su brazo derecho en el desempeño de su ministerio.
-Cada quien se dedique a lo suyo -es el lema del p. Teófilo- y así se avanza más.
Claro que se avanza más. Con más entradas hay más evangelización y, habiendo más
evangelización, aumentan también las entradas. Es el círculo virtuoso que logró crear en su
parroquia el p. Teófilo, un auténtico pastor de almas, totalmente entregado a su ministerio. Y
funciona.
TODOS A TRABAJAR

Me sentía molesto, cansado y frustrado, al constatar que, después de tantos años de


intenso trabajo pastoral, aún no había logrado encontrar el hilo para poder atender a todas las
ovejas una por una, según la enseñanza del Maestro (Jn 10, 3). Al contrario, no obstante todos mis
esfuerzos y desvelos, muchas ovejas aún seguían saliéndose del redil, hablando peste de mí y de la
Iglesia Católica: que, cuando eran católicos, no habían aprendido nada de Dios y eran un
verdadero desastre; que, al salirse de ella, por fin habían encontrado la luz y su vida había
cambiado por completo; que en la Iglesia Católica a propósito no se enseña la Biblia para que la
gente no se dé cuenta de que en ella hay muchas cosas chuecas; etc. etc.
Por fin me llegó la respuesta del cielo, como siempre, mediante un sueño. ¡Y qué sueño!
Un sueño que cambió totalmente mi vida de pastor de almas, dándole su pleno sentido. Y es
precisamente lo que les quiero contar.
Me encontraba en una asamblea extraordinaria a nivel diocesano. Estaban presentes el
obispo, una buena parte del clero y algunos representantes de la vida consagrada y del laicado.
Como pasa siempre, entre tanta palabrería, no faltaron ideas y propuestas geniales y factibles. Y
tampoco faltaron las quejas. Entre ellas, una me llamó la atención de una manera muy especial, la
de un anciano de unos 65 años de edad:
-Señores curas, ustedes se quejan siempre de que no se dan abasto con el mucho trabajo que
tienen. Y mientras tanto siguen rechazando a los que pueden ofrecer alguna ayuda para aliviar sus
responsabilidades. En mi caso, por ejemplo, desde hace años soy candidato al diaconado
permanente. Pasa el tiempo y se salen siempre con el mismo cuento: “Ten paciencia y verás que
llegará el día de la ordenación diaconal. No te preocupes; todo se te dará a su debido tiempo”.
Como si se tratara de un privilegio o algo por el estilo. Y así yo, como tantos otros más, me quedo
esperando, mientras las almas se siguen perdiendo.
-Es que aún no hay presupuesto para los diáconos permanentes –contestó el encargado de su
formación -. Las entradas que tiene la diócesis, son muy raquíticas.
-Claro –tomó la palabra otro candidato al diaconado permanente-: hay dinero para todo, menos
para los diáconos permanentes.
Y se armó un tremendo alboroto entre curas, monjas y laicos comprometidos, algunos en
pro y otros en contra del diaconado permanente. Por fin intervino el obispo:
-Cálmense todos. Les aseguro que pronto encontraremos alguna solución a este problema.
Al terminar la asamblea, me acerqué al obispo y le hice la siguiente propuesta:
-¿Qué le parece si me llevo a mi nueva parroquia los candidatos al diaconado permanente más
ancianos y me encargo personalmente de darles trabajo a todos, sin molestar en nada a la diócesis
en cuanto a la economía? Usted ¿estaría dispuesto a ordenarlos diáconos pronto, después de un
breve periodo de experiencia?
-De acuerdo; adelante – contestó el obispo.
Por fin había encontrado el hilo. Una nueva etapa había empezado para mi ministerio. Ya
no me sentía solo. Ya había encontrado con quienes compartir mi carga de pastor, atendiendo
mejor a los feligreses confiados a mi cuidado.
UN NUEVO CONCILIO ECUMÉNICO
a la luz de Mc 7, 1-13.
En el fondo, ¿qué hizo el Concilio Ecuménico Vaticano II (1962 – 1965)? Puso al día la
Iglesia, reconciliándola con la sociedad, tratando de eliminar aquellos obstáculos que la hacían
aparecer lejana, anticuada y testigo de un mundo ya pasado. Haciendo esto, la Iglesia despertó a
muchos valores, que durante siglos habían sido motivo de controversia, rechazo o malentendido,
asumiéndolos y dándoles su sentido auténtico a la luz del Evangelio.
Para ahondar en este diálogo con la cultura actual, con miras a inyectarle savia evangélica,
envió a las mejores universidades a sus mejores elementos más destacados. ¿Y qué pasó? Que por
lo general, en lugar de ver y juzgarlo todo a la luz de la Palabra de Dios, se dejaron seducir por los
criterios del mundo, olvidándose del Evangelio o contraponiéndose a Él. De ahí la grande
confusión doctrinal, que invadió a la Iglesia en los últimos decenios, con las consecuencias que
todos conocemos: exaltación de los valores humanos y descuido de los valores espirituales,
relativismo doctrinal y moral, poco fervor apostólico, muerte de la misión y cancha abierta a
cualquier tipo de influjo exterior sin ninguna preocupación por proteger a los feligreses más
débiles.
¿Qué hacer entonces? ¿Pensar en un nuevo Concilio Ecuménico, que ponga los puntos
sobre las íes? Pues bien, mientras pensaba en esto, me llegó un sueño revelador, en una charla de
sobremesa entre curas. Y es precisamente lo que les voy a contar.
-¿Un nuevo Concilio Ecuménico? –Afirmó el párroco en tono irónico. – ¿Para qué? ¿Para repetir lo
mismo de siempre y enredar más las cosas? No hay ideas nuevas. Aún no se ha tomado conciencia
del hecho que nos encontramos en un cambio de época. Por eso faltan análisis serios acerca de
nuestra realidad como Iglesia. Hay miedo a ver las cosas como están y a llamarlas por su nombre.
Ya basta de pretextos para justificar lo injustificable. Me pregunto: ¿es absolutamente necesario
que primero toquemos fondo antes de empezar a pensar en una Iglesia renovada a la luz del
Evangelio, así como la quiso Cristo, su fundador, sin tantas añadiduras que se dieron a lo largo de
los siglos que, en lugar de embellecerla, la han ido desfigurando cada día más? Ya es tiempo de
regresar a los orígenes, a la sencillez y frescura del Evangelio. Les pregunto: Si volviera san Pablo,
¿qué pensaría de nuestra Iglesia así como se encuentra actualmente? Me temo que tendría
bastante dificultad para descubrir en ella a la Iglesia de Cristo y no me extrañaría que nos diera a
todos una tremenda paliza por no cumplir con la misión que nos encomendó.
En seguida nos comentó Mc 7, 1-13: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí; el culto que me dan es inútil, ya que la doctrina que enseñan son preceptos
humanos. Ustedes descuidan el mandato de Dios para mantener su propia tradición” (Mc 7, 6-8).
Y concluyó enfáticamente:
-He aquí una fotografía de lo que está pasando ahora entre nosotros, con un culto rutinario y un
montón de costumbres y prácticas, que, en lugar de hacer más claro el Evangelio, lo están
ocultando o tergiversando siempre más.
-Bueno –lo interrumpió el vicario-; todos sabemos que se trata de la Religiosidad Popular. ¿Qué le
podemos hacer? Así es nuestra gente. ¿Con qué derecho le vamos a quitar lo poco que tiene?
-Aquí no se trata de quitar nada a nadie, sino de ayudar a nuestra gente a purificar su fe,
haciéndola cada día más conforme al Evangelio. De otra manera, ¿para qué estamos nosotros?
-Es que nuestra gente es dura y no acepta fácilmente que tratemos de cambiar sus costumbres.
-En este caso, ¿qué derecho tenemos nosotros de administrarles los sacramentos, a sabiendas de
que no quieren aceptar la Palabra de Dios?
-Bueno. Si quiere, intente contradecir a la gente, negándole los sacramentos, y verá que le va a ir
de feria.
-Aquí está una prueba fehaciente de que entre nosotros católicos las cosas andan bastante mal:
por un lado, gente cerrada y metida en sus costumbres, que en muchos casos rayan en la idolatría
y la magia; por el otro, pastores cobardes, que se callan por no querer arriesgar el pellejo o ver
disminuir las entradas.
Al ver que el asunto se estaba poniendo más serio de lo que se imaginaba, el vicario trató
de suavizar las cosas, apelando al sentido común:
-Señor cura, usted bien sabe que los presbíteros somos tan escasos, que a veces damos la
impresión de habernos vuelto en una especie en extinción. En este caso, ¿para qué arriesgar la
vida por cosas que no tienen importancia?
-Así que –rebatió el párroco, aún más encolerizado-, según usted, aclarar a nuestros feligreses el
sentido auténtico de la fe es cosa de poca importancia. Disculpe: para usted ¿qué es importante?
El vicario, reflexionando sobre lo que acababa de afirmar, se sintió avergonzado e intentó
balbucear alguna disculpa, mientras el párroco siguió impertérrito:
-Usted acaba de hablar de nosotros curas como de una especie en extinción. ¡Como si fuéramos
una casta, la casta sacerdotal! ¡Qué horror! ¿Acaso se olvidó de que ser pastor de almas no es un
privilegio o un honor, sino un ministerio, es decir, un servicio a la comunidad? Y nosotros hemos
enredado tanto las cosas que hemos llegado a dejar innumerables comunidades cristianas sin
presbíteros y sin eucaristía, aún sabiendo que la celebración eucarística constituye el centro de la
vida cristiana. Si Cristo volviera, me pregunto muchas veces, ¿cómo vería todo esto?
Al notar que la conversación se estaba empantanando, dejando en todos un mal sabor de
boca, intervino un servidor preguntando al párroco acerca de los cambios más urgentes, que él
considerara necesarios dentro de la Iglesia para ponerla en condiciones de cumplir cabalmente
con su misión.
Su respuesta fue inmediata:
-Que por lo menos se garantice la celebración eucarística para todas las comunidades cristianas,
sabiendo que se trata de algo fundamental para que puedan existir y desarrollarse
adecuadamente. Después viene una adecuada administración de los sacramentos y un atento
cuidado pastoral, lo que actualmente se ha olvidado por completo. Veamos por ejemplo lo que
dice Santiago con relación al cuidado que se debe a los enfermos: “Si uno de ustedes cae enfermo,
que llame a los presbíteros de la comunidad para que oren por él y lo unjan con aceite, invocando
el nombre del Señor. La oración hecha con fe sanará al enfermo y el Señor lo hará levantarse y, si
ha cometido pecados, se le perdonarán” (Stgo 5, 14-15). Me pregunto: “Hoy en día ¿se cumple
con esto?” No. “¿Por qué?” Porque hay pocos presbíteros. “¿Y por qué hay pocos presbíteros?”
-Por el requisito del celibato –intervino el vicario.
-Ahí está el problema: una tradición humana ha invalidado la ley de Dios. Por eso estamos como
estamos.
-¿Qué hacer, entonces? –insistió el vicario.
-Regresar a los orígenes. ¿Queremos hoy en día un nuevo Concilio Ecuménico, que meta cada cosa
en su lugar? Primero empecemos a ventilar abiertamente esta problemática, en busca de
soluciones concretas, y después pensemos en un nuevo Concilio. O mejor quedarnos como
estamos, a sabiendas de que nos estamos yendo derechito hacia el fracaso.
-Un Concilio Ecuménico revolucionario, entonces.
-Claro, un Concilio Ecuménico a la luz de la Palabra de Dios, siempre salvaguardando los dogmas,
que se fueron definiendo a lo largo de los siglos y que nos dan una mejor comprensión de nuestra
fe, y cambiando radicalmente el actual sistema pastoral, que es un reflejo de tiempos ya pasados y
que ya no funciona.
Por fin entendí el sentido de Mc 7, 1-13, un texto tantas veces leído y nunca comprendido.
Al mismo tiempo me di cuenta de que los sueños sirven para algo. Como dijo el sabio: “Ay del que
no sueña”.

LA TENTACIÓN DE LAS ZORRAS Y LAS AVES

Una noche lluviosa, después de un día de intensa actividad apostólica, una misionera pidió
hospedaje en un monasterio de hermanas contemplativas. Al escuchar su nombre, la hermana
portera se alegró sobremanera, reconociendo en ella a una antigua compañera de aventuras
apostólicas. Por eso de inmediato le abrió la puerta y le ofreció hospedaje.
Mientras le daba de cenar, trató de sensibilizarla vocacionalmente:
-Hermana, ¿te has fijado alguna vez en la diferencia que hay entre tu manera de vivir y la mía?
Como bien sabes, años atrás yo también fui misionera como tú.
-No sabría qué decir. Nunca me había fijado en esto.
-A ver: como misionera, ¿cuentas con un cuarto propio en que descansar?
-No. Pido hospedaje donde me alcanza la noche.
-¿Ya ves? Es la primera diferencia. Al contrario, yo cuento con un cuarto propio. Además, en caso
de enfermedad, cuento también con seguro médico. ¿Y tú?
-No; yo no cuento con ningún seguro.
-Aparte de esto, ¿te has fijado alguna vez en los grandes peligros que corre una misionera como
tú, expuesta a cualquier tipo de inconvenientes, como accidentes de carretera, robos, asaltos y
constantes humillaciones de parte de la gente al pedir alimentación y hospedaje, como si fueras
una floja y pordiosera cualquiera?
-Claro que me he fijado. De todos modos, aunque en la vida misionera haya tantos sinsabores, sigo
sintiéndome muy feliz, puesto que estoy bien convencida de que ésta es mi vocación.
-Bueno. Ahora que eres joven, te sientes feliz viviendo de esa manera. ¿Has pensado alguna vez
cómo te sentirás mañana, cuando ya no tendrás la misma salud y el mismo entusiasmo de hoy?
¿Has reflexionado seriamente en los peligros, los riesgos y en general la inseguridad que de por sí
acompaña siempre la vida misionera? ¿No te gustaría seguir mi ejemplo, como hermana
contemplativa? Piénsalo bien y verás que, en el fondo, sea en el monasterio que en la misión se
sirve al mismo Dios, aunque sea de manera diferente.
Con estas y otras palabras, la hermana portera trataba de convencer a su antigua amiga
de misión a cambiar de rumbo, pasando de la vida activa a la vida contemplativa. Hasta que la
misionera le hizo una pregunta muy sencilla:
-Hermana, todo lo que me acabas de decir ¿tiene algún fundamento bíblico?
-¿Fundamento bíblico? Ya sé que ustedes para todo le quieren encontrar un fundamento bíblico.
Para eso no se necesita ningún fundamento bíblico; basta el sentido común –contestó la hermana
portera bastante contrariada.
-Claro que también para eso hay un fundamento bíblico y te lo voy a dar: “Las zorras tienen
madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde recostar la cabeza”
(Lc 9, 58).
-Me lo imaginaba –fue el comentario de la hermana portera, mientras se alejaba
apresuradamente-. Ustedes aún siguen con sus sueños de pobreza, como al tiempo de Jesús. No
quieren entender que ya los tiempos cambiaron y hay que ponerse al día. Por eso ustedes siguen
teniendo tan pocas vocaciones.
-Mejor pocas y buenas que muchas y desinfladas.
Desde entonces las antiguas compañeras de misión ya no se volvieron a ver.

EL EMPRESARIO DE LA FE

-¿Quién se imaginaría ver algo semejante? -Decía la gente- La hija del mismo gobernador anda
descalza por la calle, con un hábito hecho trizas y los ojos siempre fijos en el suelo. Nunca por aquí
se vio algo semejante. Es como si viviéramos al tiempo de los grandes santos. Sin duda, algo
grande Dios nos tiene reservado.
-¿Y el fundador? –Comentaban otros.- Se parece en todo a san Francisco de Asís. Basta ver cómo
viste, cómo predica y cómo trata a la gente.
Seguido aparecían en la televisión, pobres en extremo, humildes y con la eterna sonrisa en
los labios (después se supo que eran dueños del canal televisivo). Predicaban, cantaban, oraban,
alababan a Dios y danzaban con la destreza de los profesionales y la ingenuidad de los niños. Por
eso impactaban tanto a las multitudes. Con su testimonio de humildad y total entrega a las cosas
de Dios (siempre descalzos y con ropa que parecía sacada de algún basurero), arrastraban
literalmente a la juventud, siempre deseosa de novedad y de por sí más que nunca propensa a
romper moldes.
Y llovían las vocaciones. Se decía que dormían en el suelo y se pasaban en oración gran
parte de la noche. Se dedicaban a cuidar a los ancianos pobres y a los niños pobres. Y llovían las
limosnas.
-Dios y el dinero –comentaban algunos maliciosos-: una amalgama claramente contraria al sentir
del Evangelio. ¿Hasta cuándo resistirá?
Y fueron profetas. Pronto se empezó a ver algo raro en todo el asunto. El mismo fundador,
que aquí aparecía vestido de trapos, allá lucía ropa de lujo, bien peinado y hospedándose en
hoteles de primera. Se empezó a hablar de desvíos de fondos.
-¿Entonces –la gente se empezó a preguntar-, se trata de un show y nada más?
Efectivamente se trataba de un show, bien montado. De hecho, mano a mano que la gente
se fue dando cuenta de qué se trataba, poco a poco se fue retirando, hasta que se acabó el
espectáculo. Ahora quedan unos cuantos artistas, que por cierto de artista tienen muy poco,
mientras los demás se alejaron en busca de nuevas aventuras.

EL CURA ECUMÉNICO
YA NO TIENE NADA QUE HACER

Había apostado todo por el ecumenismo. No se cansaba repetir:


-¿No entendieron? Ecumenismo: todo es lo mismo. En realidad, ninguna organización religiosa
puede afirmar que posee toda la verdad. Cada una posee parte de la verdad. Consecuencia:
libertad absoluta de pertenecer a cualquier organización religiosa, secta o iglesia. Todo lo demás
es puro fanatismo. ¿De dónde sacaron ustedes que Cristo fundó una sola Iglesia y que por lo tanto,
si uno de veras quiere agradar a Dios, tiene que formar parte de su Iglesia, que es la Iglesia
Católica? Lean los documentos conciliares acerca de la libertad de conciencia y la libertad religiosa
y se darán cuenta de que están equivocados. Hagan como hago yo: cuando tengo algún tiempo
libre, me doy una vuelta por los barrios de la ciudad y, donde encuentro un templo, entro sin
fijarme en su denominación. No se imaginan ustedes cuántas cosas he ido aprendiendo de esa
manera y cómo poco a poco fui conquistando a innumerables amigos, ¡hasta entre los mismos
pastores evangélicos!
-¿Y cómo ve el hecho que muchos de sus seguidores ya se cambiaron de religión? –Le objetaban
algunos feligreses, tachados de atrasados e intolerantes.
-No hay problema. De todos modos, seguimos siendo amigos como antes, puesto que todos
seguimos adorando al mismo Dios.
-Así que para usted lo único que vale es tener amigos. Todo lo demás le vale un comino.
Hasta que un día le llevaron el testimonio grabado de uno de sus supuestos amigos,
vomitando barbaridades contra la Iglesia Católica en general y en especial contra él, acusándolo de
flojo, indolente, poco conocedor de las Escrituras e idólatra. Como conclusión, lo retaba a un
público debate, con la Biblia en la mano, acerca de las imágenes, el bautismo de los niños, el
purgatorio y la virginidad de María.
Fue cuando despertó. Demasiado tarde, puesto que la gran mayoría de sus antiguos
feligreses o se habían salido de la Iglesia al no contar con una preparación específica ante el acoso
sistemático de los grupos proselitistas o se habían vuelto religiosamente indiferentes.
¿Qué hacer? Al quedarse ya sin trabajo y no contar con qué vivir (casi nadie ya le pedía los
sacramentos), solicitó un cambio.
-¿Para qué? –Le contestaron del obispado- Ahora es cuando más se necesita el carisma ecuménico
para poder convivir pacíficamente con los de la competencia. En realidad, es muy fácil ser amigo
de los lobos cuando se les deja en plena libertad de comerse todas las ovejas que quieran. A ver
qué pasa cuando ya no hay nada que ofrecerles de comer. A ver si siguen amigos como antes o se
vuelven enemigos, tratando de cuidar con todos los medios posibles las ovejas que lograron
arrebatar a los pastores ingenuos y no permitirles que vuelvan al antiguo redil.

DOCUMENTO DE APARECIDA:
dando palos de ciego
Dos curas estaban comentando el documento de Aparecida.
-Ya te lo dije desde un principio –afirmaba el primero-: este documento no es operativo. Parece un
listado de temas y buenas intenciones; habla de todo y de nada. No presenta un análisis serio de la
realidad eclesial, de donde arrancar para buscar una solución efectiva a los múltiples problemas
que nos aquejan.
-Y según usted, ¿cuál sería la realidad eclesial? –Lo interpeló el otro.
-Que nosotros nos vamos a pique, mientras la competencia avanza.
-Ahora bien, ante esta realidad, ¿qué sugiere usted para que se pueda revertir la situación?
-Regresar a los orígenes, es decir, al estilo de la Iglesia primitiva.
-En concreto, ¿qué sugiere?
-Antes que nada, sugiero que se vuelva a estructurar el ministerio ordenado desde la raíz,
teniendo en cuenta la praxis de la Iglesia primitiva, de manera tal que ninguna comunidad cristiana
quede desatendida por falta de ministros.
-¿Qué más?
-Pues bien, contando con ministros suficientes, precisamente al estilo de las primeras
comunidades cristianas, ir reestructurando poco a poco todo el aparato eclesial, haciendo de la
Palabra de Dios el libro inspirador de todo el ser y quehacer del discípulo de Cristo, la pequeña
comunidad cristiana y toda la Iglesia.
-Por lo que veo, no se trata de algo muy sencillo.
-¿Quién está hablando de algo sencillo? Claro que no se trata de algo sencillo. Tenemos que caer
en la cuenta de que nos encontramos en un cambio de época.
-Y esto ¿lo van a permitir los de arriba?
-Quien sabe. De todas maneras, tratándose de asuntos de fe, creer en milagros es la ley. O mejor
nos metemos a vender pepitas por la calle.
-Y por mientras, ¿qué hacemos?
-Como dice el refrán: “El que tenga más saliva, que trague más pinole”, es decir, que cada uno
trate de actuar en consonancia con el ideal de Iglesia con el que sueña, dejándose guiar siempre
por la Palabra de Dios. Yo, por ejemplo, he abolido los aranceles en mi parroquia, comparto las
entradas con mis colaboradores laicos más comprometidos, utilizo la Biblia en toda la catequesis
presacramental, ya cuento con un buen número de ministros a tiempo completo, que se están
preparando para el diaconado permanente, etc.
-Por lo visto, usted trae mucha prisa.
-Claro que traigo mucha prisa. En realidad, no sé ni cuánto tiempo aún me queda por vivir ni
cuándo se darán los cambios anhelados. Por lo tanto, como quien dice, me dedico a fundir
cañones en espera del momento en que se harán necesarios para dar la gran batalla de la
evangelización, evitando el peligro de encontrarme desprevenido a la señal del ataque.

LA MISIÓN CONTINENTAL:
un fracaso anunciado

-Pongan mucho cuidado cuando salen a la calle –insistía el vicario de pastoral-. Visiten solamente
los hogares católicos y dedíquense a hablar exclusivamente del amor de Dios. En realidad, esto es
lo que hoy más necesita la gente: que se le hable del amor de Dios. Nada de amenazas como
suelen hacer los amigos de la competencia. Ya de por sí nuestra gente está bastante asustada por
el tema de la inseguridad; que por lo menos nosotros les llevemos de parte de la Iglesia un
mensaje de paz, aliento y esperanza.
-¿Y si alguien nos pregunta acerca de las imágenes, el bautismo de los niños, la cruz y cosas por el
estilo? –objetó un misionero en cierne.
-No les hagan caso –fue la respuesta tajante del vicario de pastoral-. Ustedes van a lo que van.
Con el amor de Dios ya tienen.
Evidentemente no todos se sentían satisfechos con esa manera de ver las cosas y realizar
la Misión Continental, de la que habla el documento de Aparecida. Alguien preguntó:
-¿Cómo sabemos si un hogar es católico o no?
-Habrá gente del mismo barrio que les van a señalar cuáles hogares son católicos y cuáles no.
Ustedes dedíquense a visitar solamente los hogares católicos y den el mensaje solamente a los
que lo quieran escuchar. Es inútil hablar a gente que no está dispuesta a escuchar.
Y así se aventaron a la Gran Misión o Misión Continental, sin Biblia ni nada, contando
solamente con unas hojas, en que se aclaraba lo referente al amor de Dios. ¿Y qué pasó? Que
resultó un verdadero fracaso: de hecho, salieron de la Casa de la Iglesia unos ochenta
“misioneros” para realizar las visitas domiciliarias hablando exclusivamente del amor de Dios y al
final de la jornada regresaron apenas unos treinta. ¿Y los demás? Poco a poco se fueron
escabullendo, mano a mano las cosas se les iban complicando.
Es que les pintaron las cosas muy diferentes de la realidad. Se imaginaban que iban a
tratar solamente con católicos devotos y respetuosos, deseosos de escuchar acerca del gran amor
de Dios y ¿cuál fue la realidad? Que en casi todos los hogares considerados como católicos había
algún miembro, que pertenecía a otro grupo religioso. Además, resultó que los mismos católicos,
que parecían muy devotos y se veían ansiosos de recibir a los “misioneros”, tenían un montón de
dudas, por lo cual querían aprovecharse de su visita para aclararlas de una vez. No faltaron casos
en que ya los esperaban con algún pariente o amigo de otro credo religioso, que querían
convencer a regresar a la Iglesia Católica, contando con el auxilio de los “misioneros”, que
consideraban expertos en los asuntos de la fe.
¡Y cuál fue su decepción, al encontrarse frente a gente totalmente impreparada, que lo
único que sabían hacer, era repetir continuamente: “Dios te ama”! Ante esta realidad, algunos de
plano decidieron de una vez abandonar la Iglesia para adherirse a uno que otro grupo no católico.
Pensaban: “Si ni los misioneros pueden dar una respuesta, ¿cómo estarán las cosas?” Claro que,
ante un descalabro tan evidente, muchos disque misioneros se desanimaron por completo y
decidieron cortar por lo sano, suspendiendo la misión en espera de tiempos mejores, cuando se
sintieran más preparados y seguros.
Los que, no obstante todo, aguantaron hasta el final, regresaron a la Casa de la Iglesia con
unas ganas enormes de aclarar muchas dudas, que de por sí tenían o que habían surgido durante
las visitas. Y fue el acabose, cuando se dieron cuenta de que ni los organizadores ni el mismo
vicario de pastoral sabían dar una respuesta “bíblica” a cada cuestionamiento. Ante tanto cinismo,
les entró un sentimiento de impotencia y rabia tal que no sabían qué hacer, si reírse, gritar o llorar.
“¡Pobre pueblo católico –fue su conclusión-, totalmente desamparado ante el acoso sistemático
de los grupos proselitistas a causa de la irresponsabilidad de sus guías!”.
A quienes intentaban consolarlos, invitándolos a tener paciencia y aceptar con gusto la
voluntad de Dios, les contestaron con extrema firmeza: “No volveremos a salir a la calle, si antes
nuestros pastores no nos preparan bíblicamente y no nos enseñan a ser misioneros con su
ejemplo. Ya basta de “mandatos de parte de la Iglesia”; queremos que ellos mismos salgan a la
calle con nosotros. O salimos juntos o nada”.
Y se acabó la Misión Continental.

EXCOMUNIÓN PARA LOS NARCOTRAFICANTES


Todos se imaginaban que se iba a tratar de un encuentro normal entre los obispos, que se
iba a concluir, como siempre, con una declaración de “buenas intenciones”, según la definición
que dio a este tipo de encuentros un destacado periodista de la región.
Y resultó una bomba. Cuando menos se lo esperaban, salió de parte de la jerarquía
eclesiástica una decisión que cimbró toda la sociedad desde los cimientos: quedaban
excomulgados todos los que se dedicaban al tráfico de las drogas, sin posibilidad alguna de acudir
a los sacramentos, hasta que no se arrepintieran y no dieran muestras claras de reparar los daños
causados.
Teólogos, periodistas, políticos… todos se sintieron interpelados por la declaración de los
obispos, tratando cada uno, desde su perspectiva, de profundizar su alcance y señalar las
modalidades concretas para volverla operativa. Naturalmente, los que más sufrieron el impacto de
la decisión tomada por los obispos fueron los señores curas, que de un momento a otro se vieron
metidos en el ojo del huracán, al tener que decidir caso por caso si cumplir o no con el mandato
episcopal, con las consecuencias que cada uno se puede fácilmente imaginar.
De hecho, muchos curas ancianos, antes que llegara la fecha señalada para la entrada en
vigor de la nueva ley, se apresuraron a pedir su jubilación. Otros buscaron cualquier pretexto para
ausentarse de sus sedes parroquiales. Unos cuantos quedamos al pie del cañón sin titubear, bien
conscientes de nuestro papel como pastores de la Iglesia y dispuestos a revivir las hazañas de los
antiguos profetas y apóstoles.
En todas partes, como por encanto, fueron surgiendo grupos de feligreses, que no se
cansaban de orar por nuestra incolumidad física y la conversión de los narcotraficantes. Entre
estos, no faltaron algunos, especialmente entre los jóvenes, que, ante las súplicas de sus
familiares, desistieron de su actividad ilícita, corriendo los mismos riesgos que nosotros.
Hasta que llegó para mí la prueba suprema, cuando un conocido narcotraficante de la
región a punta de pistola me quería obligar a casarlo por la Iglesia. Recuerdo que de un momento
a otro se me obnubiló la vida, eché un grito desesperado… y me desperté. Estaba soñando.

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