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IV Reflexiones sobre la revolucién griega Nuestros escultores dicen que si Dédalo naciera hoy ¢ hiciera obras como les que le dieron fama, todo el mundo se reiria de el Plausn, Hipias mayor i tuviera que condensar el capitulo precedente en una formula breve, dinfa que vel hacer viene antes del igualar», Antes de que el artista sofiara siquiera en igua ar las visiones del mundo sensible, querfa crear cosas con existencia propia. Y ello no es sdlo verdad de algun mitico pasado. Porque en cierto modo nuestra formula coincide con los resultados del capitulo precedente, segtin los cuales el propio proceso de igualar procede a travds de los estadios de «esquema y correc- cin». Todo artista tiene que conocer y construir un esquema antes de poder ajustar- loa las necesidades del retrato. Vimos que Platén objeré contra el cambio. Lo que el artista puede igualar o imi tar, records a sus contempordneos, es sélo «apariencia»; su mundo es el de la ilusi el de los amante de la verdad podrfa tolerarle. Pero en cuanto que es un imicador de ese desli- zante mundo de los sentidos, nos aleja de la verdad y se le debe expulsar del estado. La misma violencia con que Platén denuncia ese engafio nos recuerda el impor- tantisimo hecho de que cuando él escribfa la mimesis era una invencién reciente. Muchos critics actuales comparten la repugnancia del filésofo, por una razén © por n, spejos que engafian a la mirada. Si fuera un hacedos, como el carpintero, el otra, pero incluso ellos reconocerian que en toda la historia del arte se encuentran pocos espectéculos més apasionantes que el gran despertar de Ja cultura y la pintura griegas entre el siglo VI y los afios de juventud de Platén, hacia cl fin del siglo V. Las fases del dramdtico episodio han sido narradas muchas veces en términos como los del cuento de la Bella Durmiente, cuando el beso del principe disipa el maleficio de mil aftos y toda la corte empieza a moverse, libre de la rigidez de aquel suefio artifi- cial. Se nos muestra cémo las figuras rigidas y heladas que Iamamos Apolinos, 0 kouroi (ilustracién 82), adclantan primero un pie, cémo luego flexionan los brazos (ilustracién 83), cémo su sonrisa de méscara se suaviza, y cémo, en los tiempos de las guerras meédicas, la simetrfa de su tensa actitud queda al fin rota cuando los cuer- pos giran un poco, y la vida parece penetcar en el marmol (ilustracién 84). Las refi- nadas figuras de doncellas, las Aorai, vienen a confirmar el relato. Y finalmente esta la historia de la pincura gricga, segtin la podemos seguir en Ia alfarerfa pintada, que refiere el descubrimiento del escorzo y la conquista del espacio en el siglo V, y la de 99 100 Funciin y forma 82. Apolo de Tenea, siglo 83, Apolo de Piambino, h. 500 84. Fl joven de Critias, Va.C. marmol de a.C. bronee h. 480.4.C.; macmol Paros. de Paros, la luz en el TV. Todo el proceso parece tan I6gico ¢ inevitable que resulta ficil orde- nar los varios tipos de figuras de modo que se vea sui gradual aproximacién 2 la vida Es cierto que al formar tales secuencias los arquedlogos clisicos no siempre han esquivado el peligro de una argumentacién circular. A lo mas rigido se le llama stemprano», y a lo més natural se le pone fecha més tardia. No son muchos los monumentes de ese perfodo crucial que pueden fecharse con pruebas independien- tes. Pero incluso si nuestra lectura de la historia del arte griego la presenta con algtin exceso de nitider ordenada, las Iineas escnciales de aquel asombroso desarrollo se han establecido més alld de toda duda, Tal desarrollo ilustra a la perfeccién nuestras fSrmulas de esquema y correccién de hacer antes de igualar. Y es de hecho en este dominio que Emanuel Loewy, al ini- clarse nuestro siglo, form por primera ver sus teorias sobre la imiracién de la natu- raleza en el arte griego, destacando la prioridad de los modos conceptuales y su gra- dual ajuste a las apariencias naturales, El arte arcaico parte del esquema, la figura frontal simeéer a concebida para un solo aspecto, y la conquista del naturalismo puede describinse como la gradual acumulacién de correcciones debidas a la obser- yacién de la realidad. Como descripcién de lo ocurrido, la exposicién de Loewy me parece no supera- da todavia, Pero en si misma no explica gran cosa. ;Por qué ocurrié que aquel proce- so se iniciara en una é€poca relativamente tan tardia de la historia humana? A este respecto, nuestra perspectiva ha cambiado mucho. Para los griegos el perfodo arcaico representaba la aurora de la historia, y la erudicién clésica no siempre ha sabido des- prenderse de semejante concepcidn heredada. Desde aquel punto de vista parecia perfectamente natural que el despertar del arte desgajindose de los modos primiti- vos coincidiera con el progreso de todas las demas actividades que. para el humani: ta, constituyen la civilizacién: el desarrollo de la filosofia, de la ciencia, y de la poesfa dramatica. e necesitaba la expansién de nuestro horizonte histérico, y el creciente interés por el arte de otras civilizaciones, para obligamnos a apreciar de verdad lo que se ha llamado con justicia el «milagro griego», el carécter unico del arte griego. Y precisa- mente fue un egiptologo, Heinrich Schafer, quien extendié los hallazgos de Loewy ¢ hizo resalear el logro griego mediante su andlisis de las maneras con que los egipcios traducian el mundo visible, Schiffer recaled que las «correccion el artista griego con el fin de «igualar» las apariencias son unicas en la historia del arte, Lejos de ser un proceder natural, son la gran excepcién. Lo que es normal para » introducidas por hombre y nifio a través del planeta es el recurso a los esquemnas, en el llamado «arte conceptual». Lo que requiere una explicacién es la sibita desviacidn de este habito, que se propagé desde Grecia a otras partes del mundo, IL Los HISTORIADORES hemos aprendido a usar con cautela el término de «explica- cidn», El cientifico puede verificar sus explicaciones mediante una variacién sistema- tica de las condiciones del experimento, pero el historiador no lo puede evidente- mente. Sin embargo, esto no debe impedirle rechazar explicaciones esptireas, tales como «la evolucién de la humanidad» 0 «el espiritu de los griegos», ni buscar condi- ciones que en cambio hagan inteligible la adopeién de uno u otro modo de expresar la naturaleza. Precisamente porque la humanidad no puede haber cambiado apenas en el perfodo que nos separa de los griegos arcaicos, tenemos perfecto derecho a esperar que aquellas condiciones scrdn todavia inteligibles, si nos planteamos la sim- ple cuestién de cémo la funcién de una imagen puede influir sobre su forma. En cuanto enfocamos el arte pregriego desde este punto de vista, la comparacin usual entre los modos conceptuales del arte de los nifios y los del antiguo Oriente nos deja en la estacada, Considerando la funcién, el arte de los nifios de nuestra épo- ca es el més impuro de los ejemplos. Los motivos y fines por los que los nifios dibu- jan son muy variadas. Creen en nuestro mundo, donde la imagen ha asumido ya suis miltiples funciones: retratar, iluserar, decorar, seducit, expresar emocién, Nuestros nifios conocen libros ilustrados y revistas, el cine y la televisidn, y las pinturas que hacen reflejan esta experiencia de muchas maneras que el psicélogo infantil no perci- 102 : Funciéa y forma be. En un test de mosaicon se dio una nota alta a un nifio que usé sus formas geo- métricas para tepresentar a un zorto, visto desde attés, al acecho de algo que tenia enfrente, No cabe duda de que la solucién era ingeniosa y la nota bien merecida pero es de lo més inverosimil que aquel nifio viera jamds un zorro en tal posicidn Debid de haber estado mirando libros ilustrados, y uno de ellos pudo ofrecerle un esquema acabado y adecuado para la adaptacién al medio del mosaico. Los nifios hacen tales pinturas por divertirse, por exhibirse, 0 porque sus madres no les deja armar ruido. Continuamente, absorben y adaptan los criterios y esquemas del mur do de los mayores, aunque no todos ellos dispongan de teorias tan elaboradas como cierto hijo de un fildsofo aleman, que cuando tenia cuatro afos contestaba a pre- guntas sobre sus dibujos: «Qué es esto?» «Un barcom «¥ este garabato?» «Esto es arte» La aprobacién que los mayores otorgan a esa «actividad creadoray convence pronto al nifio de que es mds prudente tener malicia sobre el papel que en la vida real. Pero la misma idea de esta licencia presupone la creencia de que el arce es una especie de consuelo de tontos, de pais de Jauja, un reino de fantasmas donde damos suelta alos stefios, o sea la creencia contra la que Platén levaneaba su provesta, Quienes deseen estudiar la relacién entre forma y funcién en un contexto con- temporineo harin bien dejando en paz el arve de los nifios y fijandose en la rigida conyencién de los juegos. Porque en éstos la finalidad de la imagen o simbolo impo- ne estrictos limites a la fantasia del disefador. Dicha finalidad pide una cosa ante todo: distinciones clatas. No importa si los cuadrados del tableto de ajedrer. son blancos y negros 9 rojos y verdes, micntras se distingan. Y lo mismo ocurre con los colores de las piezas de los adversarios, Hasta qué punto habré que articular median- te rasgos distintivos las piezas mismas, dependerd de las reglas del juego. En el de damas, donde cada jugador necesita sélo dos categorfas de piezas, hacemos una dama simplemente poniendo una pieza encima de otra, En el ajedrez tenemos que distinguir més categorlas; ningiin disefiador de piezas de ajedrez, sin embargo, se preocuparé de la apariencia de las torres y los caballos reales, de los reyes y de las rei- nas, sino slo de formar claros rasgos distintivos que hagan a unas piezas diferentes de las otras. Mientras se respeten tales distinciones, puede dejar volar la fantasia como Ie plazca, He escogido este ejemplo de los juegos, un poco traido por los pelos porque nos permite estudiar la articualcién, la creacién de distinciones, sin la intru- sién del problema del parecido o de la representacién. Pero también conocemos contextos en nuestra cultura en los que cierto grado de «representacién» se admite en el simbolismo, pero sin permitir que difumine la claridad conceptual requerida por la funcién, Los mapas son un ejemplo, El cartégrafo representara generalmente el agua por un azul y la vegetacién por un verde. Cuando la finalidad del mapa pide una distincién entre campos y bosques, introduciré una nueva articulacién en sus verdes, y elegiré el mas oscuro para los bosques. Pero més alld de la indicacién de esta diferencia, los tonos «reales» del particular paisaje es evidente que no le interesarén. Reflexiones sobre la revolucién griega te7 704% nn 4 He AL LEER EL ANALISIS que hace Schafer de las convenciones egipcias, uno recuerda estas representaciones convencionalizadas mis a menudo que el arte de los nifios. El pintor egipcio distingufa, por ejemplo, entre un moreno oscuro para las pieles de hombres y un amarillo claro para las de mujez, En aquel contexto, es evidente que la tonalidad real de la carne de la persona representada importaba tan poco como le importa al cartégrafo el color real de un rio, Precisamente por esta razén, no parece que pueda llevarnos muy lejos el andli- sis de un estilo as{ en términos de «saber» frente a «ver», o de «téctil> frente a «6ptico». ;Acaso el embalsamador egipcio sabia del cuerpo humano menos que el escultor griego? El carécter conceptual y diagramético de las imagenes egipcias, tantas veces descrito, gno pudiera tener tanto que ver con Ia funcién de dichas imagenes como con la hipotética «mentalidad» del egipcio? Seria tentador asimilar esta funcién a la idea del «hacer», que nos ocupé en el capitulo precedente. Pero es conveniente no perder de vista que aquel ideal no puede nunca sobrenadar en la superficie, por asi decir, sin que lo modifiquen las dsperas realidades de la frustra- cién de los suefios. Ninguna fe en la magia extinguid nunca la sensarez del hom- bre; y el artista egipcio, sin lugar a dudas, sabfa que en este mundo él no era un hacedor, Que tal aspiracién andaba mds cerca de la superficie que en otras cultu- ras, tampoco tenemos por qué ponerlo en duda. No se ha sugerido que la Gran Esfinge no fue concebida como representacién de ninguna divinidad, sino como vigilante guardiana de s{ misma? Esté claro, de todos modos, que el arte egipcio se habia adaptado desde antiguo a la funcién de retrarar, de presentar informacién visual y recordatorios de campatias y ceremonias. Los regiscros de una expedicin al pais de Pune, y de las plantas traidas de Siria por Tuemosis III (ilustracién 51), bastarfan para recordarnos esta posibilidad. Pero lo que estos registros confirman es el interés de los artistas egipcios por los rasgos distintivos. A veces se juzga para- déjico cl que los artistas egipcios demostraran ser tan agudos observadores de ani males y de razas extrafias (ilustracién 78), en tanto que se contentaban con los estereotipos convencionales de la figura humana ordinaria. Pero desde la éptica de un arte diagramético, un tal hdbito parece menos misterioso. Siempre que interesa la diferencia entre especies, el esquema se modifica para admitir la distincién, Lo que puede confundir la cuestidn en debate es tan sélo la palabra «observacién». Tuvo que haber observadores agudos entre los egipcios, pero la observacién se hace siempre con algun fin. El egipcio aguz6 los ojos para distinguir los perfiles de nubios ¢ hititas, sabia caracterizar peces y flores, pero no tenia razén alguna para observar lo que nadie le pedia que comunicara, Tal vez sélo Akenatén exigid que sus personales rasgos distintivos se apuntaran en el mapa de la historia, pero tam- bién fueron convertidos en estereoripo y aplicados a toda la familia real. Innega- blemente el arte de Tell el Amarna es mds rico en esquemas y también mis flexi- ble, pero tales refinamientos diagraméticos, por muy notables que sean, no deben Funcion y forma 85. Pintura mural de la cumba de Rachorep, h. 2600 a.C. extraviar al historiador hasta Ilevarle a hablar de una revolucién naturalista. Proce- der ast es oscurecer el efecto cataclismico del «milagro griego» Nunca debemos olvidar que miramos el are egipcio con la colocacién mental que todos hemos derivado de los griegos. Mientras demos por sentado que las imagenes significan en Egipto aproximadamente lo mismo que significan en el mundo posgriego, no pedremos menos de considerarlas més bien pueriles e inge- nuas, Los observadores del siglo XIX cayeron frecuentemente en este error. Descri- bian los relieves y pinturas de las tumbas egipcias como «escenas de la vida coti- diana» de los egipcios. Pero recientemente la sefiora Frankfort-Groenewegen, en su libro Arrest and Movement, ha sefialado que esta lectura usual resulta de nuestro adiestramiento griego. Estamos acostumbrados a mirar todas las imagenes como si Reflexiones sobre la revolucién griega 105 fueran Fotografias ¢ ilustraciones, y a interpretarlas como reflejo de una realidad efectiva o imaginaria, Donde creemos ver una pintura del duefio de la tumba visi- tando a los campesinos de su finca (ilustracién 85), cl egipcio puede ser que viera dos diagramas distincos: el del muerto y el de las labores rurales. Dificilmente registrarian una realidad pasada; dan cuerpo a una poderosa presencia, la del muerto «vigilando» el trabajo de su fintca. La exacta funcién de tales imagenes alrededor de la sepultura de los poderosos es todavfa maceria de especulacién, En este contexto, la palabra « magia» no lo explica suficientemente, Pero tal vez el mismo cardcter del arte egipeio, con su énfasis pues- to en la clara legibilidad, puede proporcionar una pista para aptehender la inrerac- cign de forma y funcién en dicho arte, Lo que es probablemente la mas antiua representacién de un pintor en su tra- bajo viene de una cémara funeraria egipcia del Imperio Antiguo. Es la figura del nombre Mereru-ka, al que, cerca de Ia enerada de su tumba en Saqgara, se repre- senta sentado ante su caballete, pintando jeroglificos en una tabla (ilustracién 86). Se ven los signos de las tres estaciones del aio egipcio: la estacion de la inun- dacién, la del florecimiento, y la arida, No sabemos la finalidad de esca represen- tacién poco usual, pero se ha sefialado que en otro lugar, en el ciclo de un tem- plo, esos mismos jeroglificos de las estaciones van acompafiados de ilustraciones a Se 86. Merehii-ha pinsando las exacianes, h. 2300 a.C. relieve 106 Funcién y forma de las ocupaciones tfpicas del afio, tales como la siembra y la cosecha. Con lo cual resulta automaticamente sugerido que Mereru-ka, en su solemne accién de pintar las estaciones en las paredes de su tumba, explica lo que esté implicito en todos los ciclos tempranos, hallados en cumbas, que representan la sucesién de las labores rurales del afio. Muchas escenas en la rica tumba del propio Mereru-ka pueden interpretarse de este modo, y sélo podemos hacer conjeturas sobre la razén por la que quiso completarlas con aquella representacidn simbéliea. Acaso sea significativo, en este orden, el hecho de que el ciclo en la rumba estd inacaba- do. zs posible que se prefiera el método més abreviado para completar, 0 para reemplazar, el ciclo.completo? Tal vez no lo sepamos nunca; pero lo que parece verosimil es que los ciclos pictéricos y los jeroglificos, las representaciones y las insctipciones, eran en el arte egipcio més intercambiables de lo que son para nosotros. Fue también Frankfort quien manifesté claramente el cardcter pictogré- fico de las llamadas «escenas de La vida cotidiana» reflejada en las paredes de las tumbas: «Tenemos que “leerlas’: la cosecha impli el cuidado del ganado implica el vadear y el ordefiar [...] la sucesién de las esce- has 5 puramente conceptual, no narrativa, y los textos que acompafian a las escenas no tienen ningtin cardcter dramatico. Los signos, observaciones, nombres, can- ciones y exclamaciones que iluminan la accién [...] no enlazan acontecimientos ni explican su desarrollo; son dichos tipicos pertenecientes a situaciones tipicas.» Frankfort concluye que «la transcripcién de un acontecimiento tipico ¢ intemporal significa a la vez una presencia intemporal y una fuente de dicha para cl muertoy. Pero si tienen razén los que ven cl origen de estas escenas tipi- cas en transcripeiones pictogréficas del ciclo de las estaciones, entonces el andli- sis de Frankfort pudiera tener més peso todavia, Porque, ;dénde podrfa tener més sentido el re-presentar el ciclo anual, en t/picas imagenes simbdlicas, que en las paredes de una tumba destinada a conferir la eternidad a su habitante? S podia asi «vigilar» el regreso del aio una y otra vez, quedaba para él aniquilado el paso del tiempo, el devorador de todo. El talento del escultor habrfa anticipa- do y perpetuado el recurrente ciclo temporal, y el muerto podia pues contem- plarlo para siempre en aquella presencia intemporal de que habla Frankfort. En esta concepeidn de la representacién, hacer y «tegisttar» se confundirian. Las imagenes representarfan lo que fue y lo que siempre serd y lo representarfan todo ala vez, de modo que el tiempo se detendria en la simultaneidad de un inaltera- ble ahora. a el arar, el sembrar y el segar: jAb, felices, flices ramas! que no podéis despojaros de las hojas, ni decir nunca adids a la primavera; feliz melodista, incansado, por siempre tocando canciones nuevas por siempre [...] Para Keats, dirigiéndose a las imagenes de la urna griega, hab/a una dulce melan- colia en el contraste entre el nunca cambiante teino del atte y la irrecobrable evanes- Reflexiones sobre la revoluciébn griega 10) cencia de la vida humana, Pata el egipeio, la recién descubierta eternidad del arte pudo muy bien encerrar una promesa de que su capacidad de detener y conservar en claras imagenes servirfa para conquistar aquella evanescencia. Tal vez no fuera tan sélo como hacedor de «cabezas sustitutos» y de otras residencias para el «ka», como el escultor egipcio podia recabar su derecho a la famosa apelacién de «uno que con- serva vivo». Sus imagenes tcjen un conjure para dominar la eternidad. No es, ni que decir tiene, nuestra idea de la cternidad, que se extiende infinitamente hacia atrés y hacia adelante, sino la antigua concepeién del tiempo recurrente que una tradicién posterior encarné en el famoso «eroglifico» de la serpiente que se muerde a cola. Es obvio que un arte «impresionista» no hubiera podido nunca servir a esa concep- cién, Sélo la total encarnacién de lo tipico en su forma més duradera ¢ incambiable podia asegurar la valide magica de aquellas pictografias para el «vigilante, que verfa en ellas tanto su propio pasado como su eterno futuro, arrancados al flujo del tiempo. IV No PopRIA DARSE mas conmovedor contraste con esta confianza en los conjuros. del arte que un pasaje del contempordneo de Platén, Euripides, unos afios mas viejo que el filésofo, que también trata de una esculeura cumbal. Cuando Aleestes esté a punto de morir, su dolorido esposo Admeto habla de Ja obra que mandaré hacer para consolarse: Y, modelado por la hibiles manos de los artistas, en el lecho nupcial serd extendido tu cuerpo; junto a él me acostaré », enlazdndolo con mis manos, gritaré tu nombre, y podré creer que eres ti, mi querida mujer 4 quien tengo entre mis brazos, Frio consuelo, sin duda; pero ast aliviaré el peso demi alma [...]. Lo que Admeto busca no es un conjuro, ni siquicra una seguridad, sdlo un sue- fio para los que estén despiertos; en otras palabras, precisamente el estado de espiritu contra el que objetaba Platén, el eterno buscador de la verdad. Platén, como sabemos, recordaba con nostalgia Jos inmutables esquemas del arte egipcio. En la obra de su ancianidad, las Leyes, habla con desaprobacién de la licen- cia que los griegos conceden a sus musicos de «enseftar cualquier ritmo 0 melodia», y eclogia a los egipcios, que tiempo atrés «fijaron la norma [...] de que la juventud de un Estado no deberla practicar més que las actitudes y las miisicas que son buenas: se las prescribe con todo detalle y se anuncian en los templos, y fuera de esca lista oficial se prohibja y todavia se prohibe a los pintores y a todos los demés producto- rc Sadia lS Dia res de acticudes y representaciones introducir cualquier innovacién o invencién, tan- to en esas producciones como en cualquier otra rama de la musica, que no sean las formas tradicionales. Y si vais a mirarlo, veréis alli las cosas pintadas o grabadas hace diez mil afios (quiero decir lo que digo, no aproximadamente sino literalmente diez mil afios) que no son en lo mds minimo mejores ni peores que las producciones de hoy; sine trabajadasreon ell mismiocarte [2,:)»: AEs acaso excesivo inferir que Platén'vela en el estilo conceptual de Egipto una mayor aproximacién al arte del hacedor de camas, que imita inalterables ideas en lugar de apariencias fugaces? Porque esto es precisamente lo que sugiere el pasaje famoso de la Repiiblica, «Es una cama diferente de sf misma segiin que la miremos de lado o de frente o de cualquier otro modo? ;O de hecho no difiere en absoluto, aunque parezca diferente [...]?» Es en primer lugar por esta razén —por su incapaci- dad de representar la cama segtin es en si misma, y su necesidad de recoger en la pin- tura. 3610 un aspecto’de lle por laque el artista es condehado, eft tanto que pro- ductor de fantasmas. Pero no es esto lo tinico. «Una misma magnivud, creo yo, no aparece igual vista de cerca o de lejos. Claro que no. Y unas mismas cosas patecen torcidas o rectas alos que las miran dentro del agua o fueta, o cdncavas 0 convexas, debido a parecidos errores de visién en los color y esté claro que mil confusiones de esta especie se dan en todas las almas. De modo que la pintura de los objetos, al explotar esta debilidad de la naturaleza, no queda muy lejos de la brujeria, como la prestidigitacién y muchos otros ingenios parecidos.» La imagen conjurada por el arte no es de fiar ni es completa, apela a la parte baja del alma, a la imaginacidn y no ala raz6n, y por consiguiente ¢s una influencia corruptora a la que hay que proscribir. Para nosotros, que hemos vivido toda nuestra vida con la herencia del arte griego y posgriego, puede requerit una gran dosis de imaginacién histérica el recobrar la excita cién y el escindalo que las primeras imdgenes ilusionistas tuvieron que provo- car en quienes las vieron en los escenarios 0 en las paredes de las casas griegas. Hay razones para pensar que tal cosa no ocurtié antes de la época de Platén, y que su estallido contra los trucos de la pintura era un estallido contra el «arte de vanguar- dia», Porque hasta el periodo de Platdn, a mediados del siglo TV, no empez6 la revo- lucién gricga a encaminarse hacia su climax, y los artificios del escorzo,a unirse con los del modelado por luz y sombras para producir la posibilidad de un auténtico trompe Locil. Si situamos el inicio de la revolucién hacia mediados del siglo VI, cuando el arte arcaico empieza a cobrar vida, a los griegos les costé unos doscientos afios, apenas més de seis generaciones, el llegar a aquel punto.

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