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16 cuentos mexicanos MARIO MUNOZ compilador FICCION (Universidad Veracruzana| Callején Héctor Dominguez Rubalcava N insoportable hay en la conciencia de los que pueden mostrar al desnudo, sin ninguna dignidad que perder, sus incones més intimos. No hay motivo de deshonor para quien vive el oprobio sin temores. Cuando mi madre me enseié la moral conoci también el miedo. Qué pesadilla es el miedo, pero sus artilugios ya no me someten gracias a la osadia del deseo. Siempre senti que mi cuerpo era un altercade entre el miedo y el deseo. Claro, ya sé que todo mundo siente eso mismo, pero no importa hablar de eso. Esperaba tu visita, Estuve pensando en tu invitacién y no veo inconveniente en servit a tus sabias ocurrencias. No te ofendas, pero si tracs saludos de mis viejos amigos debes saber que no los acepto, :para qué? Nadie de ellos ha venido a verme, zlengo que comprenderlos? ;Debo comprender también el que «ti no hayas venido hasta ahora que me necesitas? ;Soy yo el santisimo patron de los entendimien que me estoy negando a apoyarte. Como melo pediste la semana pasada, he pensado muy bien en mi crimen, Esto de guardar silencio por dias enteros permite calcular sin ansiedades la com- plejidad de nuestros actos. Uno se defiende contra el aburrimien to si se pone a escudrifar el pasado. Y como en este estado de decadencia uno tiene ya la vida deshabitada, incluso cuando me hablan de libertad me parece un asunto de meto protocolo. Si quieres, mafiana mismo puedo ir a dar esta charla sobre mi expe 1s 0 cualquier trebejo milagroso? No creas riencia como criminal. Prometo no alterar el pudor del lenguaje y los modales permisibles. Echaré mano de mi més depuraclo acento universitario. Seré rata, la fel rata que ama su cubil, «uc sabe la razén y sinrazén de las pasiones, que aprendié lo bello que es la vida. Todo lo he preparado. No podrin quejarse mits ex compaieros de la gloriosa Facultad de Psicologia de que el HECTOR DOMINGUEZ RUBALCAVA informe de mi caso no sea exhaustivo ¢ interesante. Puedes revi- sar mi borrador para que hagas las acotaciones pertinentes y climines todo aquello que no convenga decir. Empezaré por hablar del sol de la tarde, esa referencia que todos creen es un adorno para disculpar mi violencia, pero nadie ha querido escuchar la resonancia que me desvanece cada vez que lo digo. El filo del ultimo rayo hendid mi piel y supe que la lujuria me sobresaltaba sin dar tregua a ningiin razonamiento. Habja estado revoloteando en mi cuarto, cansado de repasar aquel libro enfadoso de metodo experimental, Bunge y las pseudociencias, Era miércoles y al otro dia, el examen final de método. ;Te acuerdas que habiamos planeado desvelarnos para estudiar? Bunge y la misica del radio me disminufan hasta el ensimismamiento. En medio de un bostezo pensé que nada podfa satisfacerme. Los cigarros se habian terminado, Toda la tarde estuvo saturada de gritos en el callején. Los nifios de la cuadra jugaban futbol. Sali a comprar mis cigarros. Me detuve en la puerta para ver la correria a través del polvo dorado. Dorados ctan los torsos pubertos, también; profundo el aroma del sudor, Nog, Pedro, Jaime, me habia aprendido sus nombres a fuerza de asociatlos con los atardeceres y las penumbras, con los cielos de papalotes que en otofio me habian hecho dar saltos peligrosos con la mirada. Pasé cerca de ellos lentamente, simu- lando hurgar mis bolsillos con los ojos ausentes del que trata de acordarse. Tardé en la esquina alrededor de media hora. El sefior de Ja tienda sicmpre conversaba de politica. Fl callején habia caido en la sombra, algunas ventanas estaban iluminadas y un poste se erguia como crucifijo sosteniendo los cables de electrici- dad, Jaime era el més alto de los nifios. Hasta la esquina podia ‘oft sti voz enronquecida en medio de los demas que celebraban su conocimiento en materia de adultos. Emprendi mi regreso cuando los demés habjan doblado la otra esquina y Jaime venia en sentido contrario al mio por la misma acera. Nos cruzariamos frente a la puerta de una casa en construccién. Dos pasos antes tiré la colilla del cigarro que iba fumando.... 164 eatin Esta parte siempre apasiona a mis interrogadores. Camo, s mulan su emocién en un rostro con preguntas carentes de acchton {a mirada presenta un falso tedio y escriben para darle a su papel la seriedad profesional que el caso requiere, Psicdlogos, crinitns logos, sacerdotes, han venido con extravagantes cuestioiation {Hlice algo para que Jaime quedara solo? Desde un principe mv habia sentido atraido por él? Sospeché que, por ef teins ideo plitica con los otros nifios, Jaime accederia ficilmente 4 1 intenciones? 2Habfa cruzado con él algunas palabras en atts ocasién? Lo que hice fue sélo una ocurrencia del moments” Sr el audirorio de la facultad hace este tipo de preguntas, avicrie que siempre invento respuestas distintas. Venga de quien venea €l interrogatorio, no puedo decir la verdad, la nica y simple vr dad, porque no la sé. A nadie convencerla de esto. Es fill cies gue tengo olvidos voluntarios, pero por qué se niegan a crcct spi su delicada silueta cra imperiosa y que esto, lejos de ser una Fespuesta a sus cuestiones, no es ninguna respuesta, ;Cuindo ———— preguntas s respuesta? Y td: gue permiinfas decir todas mis tespucstin, ie que no son y las que no sé contestar ms que con una decena de versiones? Sobra decir que ahora también te narto un med sas versiones. Cuando termine de exponerme ante mis inapte ciables amigos, guardaré silencio para dar lugar al cuchiclico Cada quién anotard su diagndstico en la tarjeta que les hays dado y ti estards contento de ver que tu proyecto de tes nev sobresaliente. Tu veredicto acerca de mite afianzaré un liyur on Ia patria ficticia de la ciencia. Smo voy a saber si Jaime me esperaba? Quied me con a Desde tes ahcs antes yo exabavivierclo ea eos cna ts en los que él fue transformndose frente a mi v mezcla de inocencia y lascivia. Yo no sabia cual era su casa, per si conocia detalles de su rostro; el cabello castafo y fino, siempre en desorden; no podrla acordarme de su estatura ni precisat s1 resultaba la expresién mas cercana a mi objeto libidinal, juan usar esa artificiosa jerga de los psicoanalistas. Antes de ver es1 les HECTOR DOMINGUEZ RUBALCAVA siluera sobre la aceta, me habia entretenido en observar el humo del cigarro que se enredaba con la luz de la esquina. Creo que no le dirigi la palabra, tampoco nada preciso estarfa pensando, atcai- do por el olor de piel himeda que emanaba de su cuerpo de trece afios. Un azar tan perfecto no podria ser previsto, aunque a veces tengo la impresién de que esperaba poseerlo desde mucho tiempo antes, como un secreto que el destino me hubiera guardado para ese instante. Lo desprendi de su camino y busqué con hambre sus labios delineados por la ternura del bozo. De esto si estoy seguro: siempre habfa deseado saborear su boca, pero me sabia incapar, amparado en mis temores. ;Cémo conce- bir alguna seduccidn si era evidente que él nunca accederia, sal- dria corriendo a acusarme 0 minimamente seria yo un tema muy celebrado de su chispeante plitica? No hubiera soportado Ia idea de tener que justificar mi conducta. Ninguna actitud me re- tribuiria el respero, ni melancélico ni hurafto me libraria del tscarnio, el rechazo y el insulto, ¥ resulta que he vivido puncual- mente y en exceso todos mis temores. A mi no me parece que especule al hablar de esta forma del destino. Ser culpable aqui es un trémite buroctatico, ser presidiario invirtié mi vida. Antes crefa que el amor era el estado mds elevado de la dignidad humana, pero esto sélo me lo ha permitido el odio. La bondad del mundo me impuso la furia de un castigo del que Dios mismo se aterra. Fui violado sin piedad por casi todos los presos y celadores, la justicia implacable desgarré mi cuerpo, mi alma fue saqueada con vileza. vo no castigué a Jaime, sélo lo habia descado sin limites. Mojé sus labios con mi lengua en un roce tan breve como la rapider.de su evasién. Mi cuerpo vibraba agitado, lo atraje a mi con un fuerte y torpe movimiento, creo recordar que me miraba conmovido como quien ve a un hombre agonizando y siente compasién y patetismo. Lo nombre varias veces. Estas acritudes hacen a los intertogadores insistir sobre los farmacos que deberia admitin, ingeri ese dia. “Café y cigarros”, respondo invariable- mente 166 cannon Lo hice entrar répidamente a la oscuridad de la casa en cons- truccién. Un cielo poblado de nubes violiceas ocupaba el lugar del techo. Jaime era fuerte pero no pudo zafarse, mis deseos se impusieron severamente. Temfa que alguien escuchara sus quejas, y finalmente asi sucedi6. Pero yo no quise dafirlo. Como a un potrllo, pretendi darle confianza con caricias que recorrfan st. espalda desde la nuca a las nalgas, pero él me rasgufiaba y patea- ba desesperado. Rompi su camiseta con los dientes y probé el sabor salado de su piel, néctar delcitable era el sudor. Adheri su espalda totalmente a mi pecho, sin importatme sus rasgufios Besé hambriento su cuello, enloquecide mi olfato por su olor a hierbas secas, establo, nueces, a miel y viento nocturno que deambula en el desierto. Pero sus gritos de un momento a otro llamarfan la arencidn. Le insist{ que se callara, que entregara st. cuerpo a la pasién, pero fue imposible. Le apreré el cuello. Supuse que se asustarfa para entonces ceder. Pero yo no habfa advertido su pénico. Entonces aflojé las manos mientras le decfa en el ofdo “pequefio cenzontle, y él, apenas toms aire, grité con mas fuerza. Tave que apretar de nuevo, sus ojos se abrian hacia el ciclo con terror y yo lama su oreja entre palabras de natdo, ardi- lias y pececillos plateados. Dos veces mas le aflojé el cuello. Me era imposible dejarlo gritar. Sin saberlo lo hab'a asfixiado ya y todos sus impecus cayeron en mis brazos, convertidos en un blando cuerpo tibio que se me enttegs dulcemente. Cuando Ilego a este punto nadie quiere preguntarme mis y, encima de mis piernas, callo. Copulé en su cuerpo, pues ni su muerte detuvo mi lujuria, Era un placer consternado y un Ianto abundante, el sufrimiento y la alegria tenfan en mi el mismo nombre. Mi goce se consumaba en un orgasmo escalofriante cuando una limpara apunté mi rostro. Los gritos habjan sido ubicados por los vecinos y nada pude hacer en mi favor. Seria conveniente afadir que, sinceramente, no puedo arrepentirme? 167

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