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PENSAMIENTO Y CULTURA COMMUNIO TEOFILO GONZALEZ VILA Laicidad y laicismos aqui y ahora ANTONI MATABOSCH Modelos de laicidad y Estado aconfesional JOSE LUIS BREY La dificil relacién entre religién y politica: los problemas de fondo JUAN JOSE GARCIA NORRO Los riesgos de la convergencia europea en educacién superior JAIME VAZQUEZ El Evangelio de Judas JOSE ANTONIO MARIN Presencia cristiana en Tierra Santa (y IT) JORGE JUAN FERNANDEZ V Encuentro Mundial de las Familias GABRIEL ALONSO La propuesta de Marcello Pera JAVIER SAENZ Debate Actual M? JESUS APARICIO Kyrios NUEVA EPOCA - NUMERO 3 - INVIERNO 2006 ENCUENTRO «Communio fue fundada para atraer y unir a los cristianos sobre la base, simplemente, de su fe comin». Joseph Ratzinger COMMUNIO es una revista internacional catélica que se publica desde el afio 1972 a raiz de la iniciativa de tedlogos de la talla de H. U. von Balthasar, J. Ratzinger, H. de Lubac, L. Bouyer o M. J. Le Guillou. La conviccién inicial de los fundadores de la publicacién era que no debja ni podia ser exclusivamente teoldgica, sino que debia abarcar en un sentido amplio el ambito general de la cultura. Actualmente se publica en 13 ediciones internacionales hermanas que, desde diferentes condiciones culturales, tratan Deseereete craceiielesiss EN COLABORACION CON Edicién alemana : Internationale Katholische Zeitschrift. Communio Edicién argentina Communio. Revista Catélica Internacional Responsable: Alberto Espezel Edicién checa Mezinérodni Katolika Revue. Communio Edicidn croata Svesci Communio Responsable: Adalbert Rebic Edicién eslovena : Mednarodna Katoliska Revija. Communio Responsable: Anton Strukelj Edicién de Estados Unidos Communio. International Catholic Review Responsable: David Schindler Edicién francesa Communio, Revue Catholique Internationale Responsable: Isabelle Ledoux-Rak Edicion hiingara Communio. Nemzetkézl Katolikus Folydirat Responsable: Péter Erdé Edicion italiana Communio. Rivista Internazionale di ‘Teologia e Cultura Responsable: Andrea Gianni Edicién holandesa International Katholiek Tijdschrift, Communio Responsable: Stefaan van Calsteer Edicién polaca Miedzynarodowy Przeglad ‘Teologiczny. Communio Responsable: Lucjan Balter _ Edicién portuguesa Communio. Revista Internacional Catélica Responsable: Henrique de Noronha Galvao Edicién ucraniana Ukraine Communio Revista Catédlica Internacional de Pensamiento y Cultura COMMUNIO CONSEJO DE REDACCION Director Leonardo Rodriguez Duplé (UPSA) Subdirector Gabriel Alonso (CEU-USP) Vocales Ricardo Aldana (Casa Balthasar), Luis Javier Alvarez (Prof. Filosofia), Ignacio Carbajosa (S. Damaso), Angel Cordovilla (UPCO), Pilar Fernandez Beites (UPSA), Gonzalo Génova (UCHD, José Granados (CUA/Inst. JPID, M? del Rosario Gonzélez (UAM), Manuel Oriol (CEU-USP), Wifredo Rincén (CSIC), Juana Sanchez-Gey (UAM), Victor Tirado (UPSA), Gabino Uribarri (UPCO). COMITE ASESOR Presidente Alfonso Pérez de Laborda Miembros José Ramén Busto, Alfonso Carrasco, Julian Carrén, Carlos Dfaz, Juan José Garcfa Norro, Olegario Gonzélez de Cardedal, Juan Maria Laboa, Juan Miguel Palacios, Javier Prades, Gerardo del Pozo. La Revista Catdlica Internacional de Pensamiento y Cultura COMMUNIO es una publicacién trimestral www.communio.es Nueva Epoca - Numero 3 - Invierno 2006 EDICION ESPANOLA Direccién, redaccién y promocién: PROCOMMUNIO Andrés Mellado, 29, 2° A - 28015 Madrid procommunio@communio.es Edicidn, administracién y suscripciones: EDICIONES ENCUENTRO Ramirez de Arellano, 17, 10° - 28043 Madrid Teléfs. 902 999 689 y 91 532 26 07 www.ediciones-encuentro.es communio@ediciones-encuentro.es EY ENCUENTRO Precio de suscripcién: Suscripcién anual Espafia: 42 euros Suscripcién anual extranjero: 52 euros Suscripcién de apoyo: 60 euros Numero suelto: 12 euros RO OMMUNIO Procommunio es una asociaci6n civil sin énimo de lucro, registrada en el Registro de Asociaciones del Ministerio del Interior que, compartiendo los objetivos de la Revista Catélica Internacional de Pensamiento y Cultura Communio, se ocupa —de mutuo acuerdo con Ediciones Encuentro— de la direcci6n, redaccién y promocién de la publicacién. Imprime: Cofés-Madrid ISSN: 1886-6409 Depésito Legal: M-1545-1979 CARTA A LOS LECTORES EDITORIAL EN TORNO AL LAICISMO ‘TEOFILO GONZALEZ VILA, Laicidad y laicismos aqui y ahora 9 ANTONI MATABOSCH, Modelos de laicidad y Estado aconfesional. Consideraciones criticas y prospectivas 33 José Luts Brey, La dificil relacion entre religién y politica: los problemas de fondo 57 MISCELANEA JUAN José Garcia Norro, Los riesgos de la convergencia europea en educacién superior 87 Jaime VAzQuez, El Evangelio de Judas 102 José ANTONIO MARIN, Presencia cristiana en Tierra Santa (y IT) 129 NOTAS JorGE JUAN FERNANDEZ SANGRADOR, V Encuentro Mundial de las Familias 141 GABRIEL ALONSO, La propuesta de Marcello Pera 144 JAVIER SAENZ DEL CASTILLO, Debate Actual. Revista de religion y vida ptiblica 148 M? Jesus APARICIO, Kyrios. Exposicion de las Edades del Hombre en Ciudad Rodrigo 154 CARTA A LOS LECTORES Estimados lectores: En primer lugar, todos los que formamos parte del renovado equipo de redaccién quisiéramos agradecer la calurosa acogida que se ha dis- pensado a la nueva etapa de la revista. Nuestra ilusién y empefio es seguir prestando un modesto servicio a la Iglesia espafiola y universal a través del prestigioso vehiculo que es la publicacién. En segundo lugar, con la esperanza de que la celebracin de la Natividad de Nuestro Sefior haya sido gozosa y rebosante de la gracia de Dios, quisiéramos desear- les muy cordialmente lo mejor para el afio 2007 que ahora comienza. En otro orden de cosas, quisiéramos notificar a los suscriptores que —debido a que la nueva andadura de Communio empezé a efectos administrativos con el numero de verano— el cobro de la suscripcién anual se ha efectuado de manera proporcional a los tres mtimeros que se han publicado en el 2006. En el afio 2007 se publicaran otros cuatro y sera entonces cuando se pase al cobro la anualidad completa. De ahi que la cantidad cobrada recientemente no haya correspondido con los pre- cios de las suscripciones. Asimismo, tenemos mucho interés en fomentar la comunicacién con todos ustedes para lo que, como ya seguramente saben, estd a su dispo- sicién la pagina web de la revista. En el apartado «Avisos a los lectores» de la misma iremos comunicdndoles toda la informacién precisa, los pla- zos previstos de publicacidn de los diferentes ntimeros, asf como todos los acontecimientos, eventos y demas en torno a Communio. De igual modo, saben que estamos a su disposicién tanto telefénicamente como por correo electrénico para todo aquello que consideren oportuno. Es nuestro deseo, como pensaron los iniciadores de nuestra publica- cién, crear una communio real y sincera entre los que hacemos la revis- ta, los colaboradores que escriben en ella, los suscriptores y lectores de la misma. Para ello, nos encantaria contar con su ayuda para que esta empresa de comunién fraterna y de didlogo con la cultura de nuestros dias sea una tarea compartida y nos parece imprescindible, en este sen- tido, ir poco a poco creando los cauces, que iremos mejorando, para lograrlo. Sin ms, todas las personas que estamos més implicadas en la elaboracién de la revista, de nuevo les expresamos nuestro agradeci- miento y les enviamos nuestro més cordial y afectuoso saludo. Asociacién Procommunio EDITORIAL no de los problemas que con més insistencia solicitan la atenci6n de la opinién ptiblica europea es, sin duda, el del lugar de la reli- gidn en el marco del moderno Estado democratico. ¢Es la reli- gin un asunto exclusivamente privado o hay, por el contrario, formas legitimas de presencia de la religién en la vida ptblica? Las naciones europeas se ven confrontadas a diario con polémicas que hacen evidente lanecesidad de abordar serena y reflexivamente el problema; baste recor- dar las controversias motivadas por el velo isl4mico, la fallida investidu- ra del fildsofo catdlico Rocco Buttiglione como Comisario europea, las caricaturas de Mahoma en la prensa holandesa o, mas recientemente, el discurso de Benedicto XVI en Ratisbona. El problema afecta, desde luego, a la propia identidad europea, habida cuenta de las raices cristia~ nas de nuestra cultura; y afecta asimismo a la definicién de la democra- cia por parte de un continente que ha optado decididamente por ella. Es notorio que nuestro pais no ha permanecido al margen de este pro- blema. Da toda la impresién de que nuestra joven democracia no ha alcanzado atin un encaje entre los ambitos politico y religioso que satis- faga a la mayor parte de los ciudadanos. Prueba de ello son los constan- tes debates en torno a la ensefianza de la religidn, la financiacién de la Iglesia, la politica familiar y tantas otras cuestiones. En este contexto se ha vuelto frecuente enarbolar Ja bandera del lai- cismo, en el que muchos ven la tinica solucién razonable del problema. Pero lo cierto es que la propuesta de un Estado laico puede entenderse de muchas maneras, desde la elemental exigencia de que el Estado sea aconfesional, hasta la beligerancia antirreligiosa. Es imprescindible, por tanto, aclarar qué se quiere decir exactamente con esos términos. A esta dificultad seméntica se suma la complejidad histérica del pro- blema. La articulacion de lo politico y lo religioso en los paises de nues- tro entorno cultural presenta diferencias muy notables, como cabe com- probar consultando los respectivos textos constitucionales. Estas dife- rencias son, en buena medida, fruto de las distintas trayectorias histéri- cas seguidas por esas naciones. Por eso parece imposible entender las distintas férmulas sin atender a las vicisitudes histéricas que estén en su origen. Y menos atin cabe trasplantar abruptamente a nuestro pais, sin cambios ni adaptaciones, los modelos de convivencia que, con el correr de los siglos, se han ido consolidando en otras latitudes. En medio de esta complejidad, una cosa al menos resulta clara: la necesidad de un didlogo franco, informado, respetuoso. A esta tarea desea contribuir la edicién espafiola de Communio dedicando los prime- ros trabajos de este nimero al problema de las relaciones entre religién y Estado. EN TORNO AL LAICISMO LAICIDAD Y LAICISMOS AQUI Y AHORA Teéfilo Gonzalez Vila rente a la afirmacién de que el Estado espafiol es Jaico, algunos, Pe se consideran mejor informados, precisan: no es Iaico, sino aconfesional. Esta puntualizacion resultara oportuna si quien dice Jaico quiere, atendido el contexto, decir /aicista. Pero ni Jaico ni aconfe- sional aparecen en la Constitucién (1978) como calificativos del Estado, aunque el segundo término, aconfesional, tenga en ella un claro soporte literal. $i la Constitucién (articulo 16.3) establece que «ninguna confe- sin tendré caracter estatal», podrd afirmarse, a la inversa que «el Esta- do no tendré cardcter confesional», es decir, serd aconfesional. Por otra parte, puede decirse que la Constitucién configura un Estado como laico, aunque no le atribuya expresamente esta condicién, cuando, como en el caso espajfiol, sittia en «el pueblo» Ia fuente de la que «emanan los poderes del Estado» (CE 1,2), sin que la ausencia de referencia a otra ultima Fuente de donde todo poder procede (Rm 13,1) signifique nece- sariamente negarla. Quienes no tienen reparo alguno frente el cardcter aconfesional o la aconfesionalidad del Estado no deben tenerlo para aceptar la condicién de Iaico o la Iaicidad de éste, en el sentido positivo que estos términos admiten. En la Nota Doctrinal, de noviembre de 2002, de la Congregacion para la Doctrina de Ia Fe sobre algunas cues- tiones relativas al compromiso y Ia conducta de los catélicos en la vida politica, se nos dice en términos inequivocos: «Para la doctrina moral catélica, la laicidad, entendida como autonomia de la esfera civil y poli- tica de la esfera religiosa y eclesidstica —nunca de la esfera moral—, es un valor adquirido y reconocido por la Iglesia, y pertenece al patrimonio de civilizacién alcanzado»!, El reconocimiento de la laicidad asi enten- dida constituye —como se sefiala expresamente— un valor pertenecien- te al «patrimonio de la civilizacién alcanzado», un valor «adquirido». TEOFILO GONZALEZ VILA es Catedratico de Filosofia. li ‘TEOFILO GONZALEZ VILA No siempre, en efecto, se dio tal reconocimiento, sino que, por el con- trario, es resultado de un largo, conflictivo, a veces sangriento, comple- jo proceso que Hega hasta nuestros dias, el de la asuncién, por parte del orden temporal, de la autonomfa que a éste le corresponde (tal como la define y reconoce el concilio Vaticano II en la Constitucién Gaudium et spes, nn. 36.76). En palabras de Juan Pablo II: «Bien comprendido, el principio de laicidad... pertenece también a la doctrina social de la Igle- sia», «la laicidad, lejos de ser lugar de enfrentamiento, es verdaderamen- te el espacio para un didlogo constructivo, con el espfritu de los valores de libertad, igualdad y fraternidad»?. La Iglesia catélica hace, pues, hoy una inequivoca y alta valoracién positiva de la laicidad del Estado rec- tamente entendida. La fe cristiana, a diferencia de otras, «ha desterrado la idea de la teocracia politica. Dicho en términos modernos, ha promo- vido la laicidad del Estado (...), el Estado laico es resultado de la origi- naria opcién cristiana, aunque hayan hecho falta largos afios para captar todas sus consecuencias»3, En una recta concepcién de la laicidad, la autonomia del Estado y la separacién entre éste y la Iglesia van vincula- das a la idea fundamental de libertad religiosa que encuentra asimismo el mas alto reconocimiento y la més sélida fundamentacién en la decla- racién Dignitatis humanae (1965) del mismo concilio Vaticano II. La laicidad supone, en efecto, una clara distincién entre la Iglesia y el Estado, la mutua independencia de una y otro en sus respectivas areas especificas y se traduce en una separacién que no sélo permite sino que aun exige la cooperacién de ambas instituciones en cuanto necesaria para atender a quienes son ala vez ciudadanos y creyentes y, en general, para satisfacer exigencias del bien comtin que sin esa cooperacién que- darian inevitable y gravemente desatendidos. Como aparato institucional, la cosa-Estado no es capaz de acto reli- gioso alguno. El Estado —puede decirse—, atendida su propia constitu- cidn entitativa, es religiosamente neutro, como es cromaticamente neutra el agua y cabria, por lo mismo, hablar de la —sit venia verbo— neutrali- dad religiosa del Estado. Sin duda el Estado es también laico en cuanto Jego, en cuanto incompetente en asuntos especificamente religiosos (de los que no entiende y en los que no debe entender). Esto, sin embargo, no significa que haya de des-entenderse por completo de lo religioso. Al Estado, por una parte, no puede negarsele competencia en relacién con las manifestaciones sociales, en cuanto sociales, de lo religioso, en la medida en que éstas han de respetar las exigencias del orden ptiblico y, Laicidad y laicismos aqui y ahora dicho de modo mis general y radical, el bien comin, Por otra parte, incumbe al Estado el respeto y defensa de la libertad religiosa. Hasta tal punto es asi, que la laicidad del Estado (y la cooperativa separacién entre el Estado y la Iglesia) encuentra —ha de decirse— su mas pleno y ultimo sentido en cuanto exigencia, condicién y garantia del ejercicio de la liber- tad de conciencia y, dentro de ésta, de la libertad religiosa por parte de todos los ciudadanos, en condiciones de igualdad, entendida la libertad religiosa justamente como inmunidad de coaccién para adoptar cual- quiera de las diversas posibles particulares opciones ante lo religioso*. Para asegurar esa igualdad de condiciones, el Estado ha de mantenerse imparcial respecto de esas posibles diversas opciones particulares y para esto, abstenerse de conferir cardcter estatal a ninguna de ellas, es decir, ha de ser aconfesional. Si se habla de neutralidad religiosa del Estado, pre- ciso es advertir que tal neutralidad no puede estar legitimamente referi- da a la libertad religiosa misma en cuanto tal, sino a las diversas particu- ares opciones ante lo religioso. Con respecto a la libertad religiosa misma el Estado no es ni puede legitimamente ser neutral, sino que, por el contrario, ha de proclamarla, defenderla y hacer a todos posible su pleno ejercicio, al igual que en el caso de las demis libertades publicas que son esenciales al sistema democratico y entre las cuales la libertad religiosa ocupa un lugar fundamental por razones tanto histéricas como conceptuales. La neutralidad se predica propiamente de personas (pues supone un acto consciente de abstencién expresa ante una diversidad de términos posibles). Por eso la imparcialidad religiosa del Estado en el sentido antes dicho se traduce y concreta en la neutralidad que, respecto de las diversas particulares opciones ante lo religioso, han de guardar estrictamente cuantos ejercen, y en tanto las ejercen, funciones propias del poder ptiblico, neutralidad que, por lo mismo, violaran quienes se prevalgan del cargo ptiblico para imponer su particular opcién o para privilegiarla de uno u otro modo. (Lo mismo, obviamente, ha de decirse en relacién con la neutralidad que el poder pablico ha de guardar, en general, ante las diversas opciones que los ciudadanos adopten en uso de su libertad ideolégica). Diversas opciones laicistas: posiciones negativas ante lo religioso Entre las posibles opciones particulares ante lo religioso, estén las negativas que pretenden hacerlo desaparecer o bien excluirlo del espa- m le ‘TROFILO.GONZALEZ VILA cio ptiblico o bien reducir, cuando no neutralizas, su influencia en dicho imbito, Estas posiciones de signo religiosamente negativo pueden con propiedad denominarse Iaicistas, como laicistas se proclaman quienes las sostienen. Distinguiremos tres tipos de opcidn laicista (o formas de laicismo). La posicién o modalidad laicista negativamente extrema pre- tende que lo religioso quede erradicado por completo de la vida de los hombres, como condicién para que estos, segtin los defensores de esta ostura, superen la alienacién que la religidn supone y alcancen su plena libertad. Esta posicién laicista o corriente del laicismo ha conta- do en la historia con conspicuos defensores y hoy, si bien parece menos frecuente, no puede decirse en modo alguno inexistente. La segunda posicién o modalidad laicista, la mas frecuente y que, por comparacién con la anterior, podria decirse mitigada, es la de quienes no pretenden eliminar de modo absoluto lo religioso sino recluirlo en el ambito de la conciencia y en la esfera de lo estrictamente privado. Quienes asumen esta posicidn no se consideran antirreligiosos, aunque, segiin dicen y dicen lamentar, no hayan podido ni puedan dejar de actuar, reactiva y circunstancialmente, como anticlericales obligados por la necesidad de oponerse a las que consideran intromisiones clericales en espacios y/o planos de los que, segtin ellos, las instancias religiosas habrian de estar ausentes. Con respecto a estas posiciones laicistas es preciso advertir, en primer lugar, que no, por negativas, dejan de ser posiciones particulares ante lo religioso y no pueden identificarse con la postura general de imparciali~ dad religiosa que corresponde al Estado. Una cosa es no profesar religién alguna (postura general de imparcialidad del Estado ante todas las opcio- nes religiosas particulares, positivas o negativas) y otra profesar el no-a- toda-religién (postura particular negativa ante lo religioso); una es la negatividad por abstencidn propia de la im-parcialidad religiosa general del Estado y otra la negatividad por exclusién (de todas las opciones par- ticulares religiosamente positivas) caracteristica de la particular opcién laicista; una cosa es no tomar partido por ninguna de las posibles opcio- nes particulares ante lo religioso y otra tomar partido contra todas las religiosamente positivas; una cosa es no conferir cardcter estatal a ningu- na confesién y otra atribuir ese cardcter justamente a una opcién parti- cular negativa. La confusin de esos extremos es la que, segtin los casos, padece o produce el laicista cuando pretende que su particular opcién sea la propia del Estado y la que, por lo mismo, el Estado laico habria de asu- Laicidad y laicismos aqui y ahora mir «oficialmente». Pero el Estado que tal hiciera, claro esta, convertiria en confesién estatal una particular opcién ante lo religioso y dejaria, por lo mismo, de ser aconfesional, imparcial, laico. Paraddjicamente, ese Estado laicista no seria un Estado laico5. La posicién laicista aun «miti- gada», supone también, en todo caso, un grave error de partida: el de identificar integramente lo puiblico con lo estatal. Olvida que lo publico no se agota en lo estatal. Todo lo estatal es publico, pero no todo lo publico es estatal. Y tampoco lo publico puede aqui hacerse coincidir con el conjunto de lo juridicamente ptiblico (realidades ¢ instituciones de Derecho Piiblico). Hablamos aqui de lo real, sociolégicamente, publico. Las dos opciones laicistas indicadas vienen a ser expresidn, con especial fuerza la primera, del que podemos llamar Iaicismo ideolégico inconci~ liable con la recta laicidad del Estado y manifiestamente hostil a la liber- tad religiosa®. Cada opcidn laicista supone, determina o revela una determinada concepcién del Estado mismo y la que se trasluce en las dos formas de laicismo sefialadas no puede decirse que sea precisamen- te democratica. La opeién laicista mas «abierta» 0 «democritica» Hasta tal punto es insostenible, en pura racionalidad democratica, la pretensién de impedir toda presencia publica a lo religioso, que las manifestaciones laicistas en que tal pretensi6n se sostiene, cuando no respondan a una mentalidad antidemocratica, habrén de atribuirse, en el mejor de los casos, a notables deficiencias expresivas. Bastaria simple- mente invocar la general libertad de expresién para defender la legitimi- dad de la presencia de lo religioso en el ambito de lo puiblico. Esa presencia publica de la religién constituye uno de los elementos que expresamente integran el objeto de la libertad religiosa segiin los pro- pios términos en que ésta aparece reconocida en la Declaracién de Derechos Humanos (articulo 18) y en cuantos tratados internacionales la recogen, incluido el proyectado para una Constitucién europea (II-70). Se explica asf que algunos actuales defensores, intelectualmente més rigurosos, del laicismo se sittien en una postura, la tercera en nues- tra relacién, que podrfamos llamar, por contraposicién a los dos prime- ras, «avanzada, «abierta» o «democratica» y segtin la cual a lo religio- [oe ‘TEOFILO GONZALEZ VILA so no puede negarsele legitimamente su presencia en el ambito publico, pero ha de exigirsele que en ese ambito se atenga a su condicién de opcién particular. Lo privativo del Estado no seria ya, sin més, lo pébli- co, sino lo ptblico comin. Y las opciones religiosas, no por religiosas, sino sencillamente por particulares, carecen, nos dirdn estos laicistas, de legitimidad para ejercer una funcién orientadora o directiva de lo comin”, El que una opcion particular se erija o pretenda erigirse en rec- tora de lo comiin es, nos advierten, clericalismo (concepto, éste, de cle- ricalismo, segtin el cual se puede identificar precisamente como clara muestra de clericalismo Jaicista la pretensién de que el Estado haga suya y asi imponga como oficial Ja opcién particular laicista o Ja de que esta- blezca como comin la particular opcién axiolégico-moral de los laicis- tas). De que las opciones religiosas aparezcan sociolégicamente como particulares, algunos quieren también concluir, erréneamente, a la inversa: que basta con que una opcién no sea religiosa, como por ejem- plo la sostenida por ellos, para que ya, s6lo por eso, resulte comtin y pueda legitimamente ser impuesta como tal, a través, por ejemplo, del sistema educativo. Son los mismos que exigen a quienes tienen convic- ciones religiosas que se abstengan de hacerlas valer para influir desde ellas, ni aun mediante un debate racional, argumentativo, en la toma democratica de las decisiones pablicas. En la elaboracién y adopcién de tales decisiones sdlo serfa admisible tratar de influir, segtin estos, desde convicciones no-religiosas (en ese sentido, laicas y pretendidamente comunes) o desde la ausencia de toda conviccién. Ante esto resulta inevitable preguntarse si es la neutralidad-imparcialidad religiosa del Estado lo que algunos tratan de afirmar o es la neutralizacién de cual- quier influencia vinculada, aun remotamente, a lo religioso, la que pre- tenden imponer’, Tal como algunos lo conciben, el régimen de laicidad se salda con un reparto asimétrico entre creyentes y no creyentes y no, ciertamente, a favor de los primeros?. Lo laico, lo comin y lo democrético En esta versién del laicismo, como puede advertirse facilmente, es la categoria de lo comin la que resulta fundamental y adquiere el primer plano. Es, en efecto, a las exigencias de lo comtin a las que este laicismo Laicidad y laicismos aqui y ahora apela en todos los casos en que concreta sus especificas pretensiones, especialmente, como veremos, en el Ambito educativo y, de modo gene- ral, en axiolégico-moral. Como se subraya en esta posicién laicista mas «abierta», aquello que, por racional, universal y, sobre todo, en cual- quier caso, por facticamente asumido por todos es, obviamente, Jo comtin a todos los miembros del pueblo, es decir, del laos, sera, conse- cuentemente, «por definicién» (etimolégica), lo Iaico. Ese acervo de valores, principios y exigencias comunes, laico por eso, es el que el Esta do asimismo laico ha de proteger, defender, sancionar, establecer y ade- més, en ultimo término, integrar, al menos en amplisima media, en el ordenamiento juridico. En ese patrimonio axiolégico comin —nos advierte con especial interés el laicista mas «abierto» — se incluye preci- samente como exigencia fundamental la del respeto a las diversas opcio- nes particulares, incluidas las «opciones de sentido» y, entre cllas, las religiosas que no contradigan lo comin. Segtin esta posicion, pues, —se nos subraya— no solo no se trata de eliminar la presencia publica de lo religioso, sino que, por el contrario, se le garantiza a ésta la més sélida proteccién. Esta opcién laicista abierta a la presencia publica de lo reli- gioso, se sittia en el contexto de una teoria general positiva de la laicidad que pone el sentido tiltimo de ésta en la defensa y promocién de la liber- tad de conciencia en toda su amplitud, libertad que comprende la reli~ giosa, pero no se reduce a ésta. Este sentido positivo es el que se adscri- be al principio de laicidad que en Francia opera como un determinante constitutivo de la Republica, principio en cuya generalizada implanta- cién y aceptacién social, tal como lo recoge y reafirma el Rapport Stasi!®, estarfa, se nos dice, la mejor prevencién contra la fragmentacién comunitarista de la sociedad y la posibilidad misma de un vivir juntos como ciudadanos (no yuxtapuestamente aislados) en una sociedad plu- ralista (objetivo que hasta ahora no puede decirse logrado en la france- sa). Los defensores de esta versién del laicismo insistiran también en que quienes no profesan creencia religiosa alguna no, por eso, necesariamen- te carecen de positivas convicciones morales, filos6ficas, etc. y, por lo mismo, resulta incorrecto ¢ injusto identificarlos simplemente como increyentes!!, De ahi que tengan por inadecuada la Ley Organica 7/1980, de 5 de julio, de Libertad Religiosa actualmente vigente en Espafia y propugnen una nueva positiva y completa regulacion legal del ejercicio de la libertad de conciencia en toda su amplitud !2. m 16 ‘TEOFILO GONZALEZ VILA ¢Sociedad laica? Quienes adopta una posicién laicista democratica, habrian de aceptar, si son coherentes, la legitimidad con que una opcién hoy particular puede aspirar a convertirse en comtin mediante métodos democraticos, respetuosos con la libertad de todos, de tal modo que esa opcién pudie- ra llegar un dia a formar parte de lo comin, si resulta libremente asumi- da por todos. Asi, por esta via podria darse la paradoja de que pasara a ser comtin y, por lo mismo, etimolégicamente Jaica una opcidn religiosa. No parece que tal hipétesis merezca la atencién de laicista que, en todo caso, parece dar por imposible el que una opcién religiosa supere demo- craticamente su estatuto de particular. Pero con una hipétesis como la sugerida (y que alguien podria ver realizada en algiin momento de nues- tro pasado), el laicista habria de advertir que lo laico, tal como él lo con- cibe, no se constituye como tal simplemente en razén de ser comin, sino por la ausencia de cualquier «contaminacién» religiosa, aun la mas lige- ra, lo cual supondria considerar, erréneamente, como nota esencial de lo publicamente comin el estar absolutamente «limpio» de cualquier hue- Ila religiosa. Es este error el que explicaria la proclividad del laicista al ya sefialado, segtin el cual lo no-religioso, sélo por eso, revestirfa ya la ven- turosa condicién de lo comin. Es més: lo que el laicista contempla no ya como hipétesis, sino como meta hacia la que ha de avanzarse y a la que de hecho, segiin su interpretacién de determinadas estadisticas, se avan- za yaa pasos agigantados en casos como el nuestro, al igual que en toda Europa, es una sociedad integramente homogeneizada en la condicién de laica, en cuanto desprovista de toda coloracién religiosa al modo como es laico el Estado. Olvida asi, sin embargo, algo que parece elemental- mente claro: de que el Estado sea laico no se sigue que haya de serlo la sociedad. Lo que cabe esperar de la laicidad del Estado, soporte y garan- tia del ejercicio de la libertad religiosa, es la libre y clara manifestacién de la pluralidad religiosa existente en la sociedad. En su relaci6n con lo reli- gioso, por tanto, la sociedad correspondiente a un Estado laico seré, en todo caso, la que resulte del ejercicio que de hecho los ciudadanos hagan de su libertad religiosa. En las democracias occidentales, la sociedad resultara sin duda, dadas las circunstancias, pluriconfesional, no precisa- mente laica. Sorprende, por todo esto, la insistencia con que nuestros lai- cistas hablan no ya del Estado, sino de la sociedad laica. Aun cuando la idea de sociedad laica no parezca encerrar ninguna contradiccién con- Laicidad y laicismos aqui y ahora ceptual, su realizacién préctica, si ha de ser democratica y no resultado de una imposicién que acabe con la libertad religiosa y con la laicidad misma del Estado, exigirfa un proceso generalizado de libre conversion laicista que, sin entrar en la cuestién de su absoluta viabilidad, exigiria —parece— para su desarrollo tiempo superior al de las personales bio- graffas de los impacientes «laicizadores» que se proponen conseguir aqui y ahora ese objetivo... Ciertamente, no dejarfa de ser motivo de preocu- pacion el que, entre quienes dan ciertas sinceras muestras de adscribirse a.un laicismo avanzado democritico, hubiera quienes en serio pensaran que la sociedad ha de ser laica por el hecho de que lo sea el Estado. Dar eso por supuesto equivale sencillamente a no entender la laicidad como garantia de la libertad de conciencia, negar toda distincién entre sociedad y Estado, dar paso a profundas querencias antidemocréticas 0, en el mejor de los casos, padecer una confusién conceptual aguda. No debie- ra, sin embargo, ser dificil entender algo fundamental, a saber: que laico, aconfesional, lo es el Estado, no yo; y que el Estado es laico, aconfesio- nal, precisamente para que yo, segtin mi libre decisién, pueda serlo o no serlo con todas sus consectiencias!3, eLaicismo positive? Entre quienes asumen la posicién laicista mas «abierta», algunos no consideran correcto el que se recurra a distinguir entre laicidad y laicis- mo para adjudicar un sentido positivo al primero de estos términos y negativo al segundo!, Para ellos el laicismo no serfa sino justamente la exposicion y defensa de esa expuesta positiva doctrina sobre la laicidad del Estado, asi como el movimiento intelectual, politico, ciudadano que lucha por hacer efectivas del modo més pleno las exigencias que de ella se derivan'5, El laicismo, por tanto, asf entendido presentarfa el mismo signo positive que ahora desde las mas diversas posiciones se reconoce ala laicidad. Y conviene advertir, si procedemos con rigor, que quienes reclaman ese sentido positivo para el término Iaicismo cuentan con el hecho de que efectivamente, en el espafiol actual, laicismo es un térmi- no que, segiin el contexto, recibe una veces un sentido negativo y otras positivo y esto en probados autores de tendencias no slo diversas sino contrapuestas. Ese uso positivo de laicismo se ve favorecido ademés por el hecho de que la Real Academia de la Lengua (RAE) no tiene registra- TEOFILO GONZALEZ VILA da la palabra Jaicidad en su Diccionario (DRAE), si bien la recogen sus bancos de datos!6, En todo caso, no parece que el término laicismo lle- gue facilmente a verse libre de las polémicas y negativas connotaciones que se le han adherido en el conflictivo proceso historico recorrido hasta el generalizado actual reconocimiento positivo de la Iaicidad del Estado. Podria pensarse en la conveniencia de que Jaico y laicidad aca- pararan el sentido positivo en que ambos términos, segiin lo expuesto, pueden ser entendidos, en tanto Jaicista y laicismo albergarian los correspondientes negativos (zhabria de aparecer, entonces, laicidadis- mo?). Pero la lengua la construyen sus usuarios y no puede ninguna autoridad decidir, al margen de estos, el sentido que corresponde a unos y otros términos. Por otra parte, una mirada rigurosa al desarrollo his- torico del laicismo parece aconsejar que se hable no de /aicismo sino, en plural, de laicismos. Entre estos revestirfa un signo positivo, pese a ras- gos circunstancialmente negativos, el laicismo que pone lo sustancial de su pretensién en Ja defensa de la libertad de conciencia, concurre a la configuracién del ideal democratico y contribuye a la implantacién efectiva de los regimenes democraticos. Tal seria el laicismo ilustrado liberal (que no eva consigo necesariamente la profesin de atefsmo). Y ése seria el laicismo auténtico para quienes se dicen hoy sus defensores y representan la opcién laicista «abierta» o «democratica». Pero junto a ese laicismo no s6lo se han dado en la historia, sino que han sido las més visibles, diversas modalidades de un laicismo esencialmente antirreligio- so y ateo que cuenta también hoy con decididos defensores, por mas que en los Estados democraticos estos desechen los métodos violentos y, en general, propiamente coactivos para sostener sus pretensiones!7, En atencién a diversos objetivos y estratos, cabe también distinguir, dentro de cualquier corriente de laicismo, entre un Jaicismo juridico- politico en cuanto teoria, exigencia, defensa y base de una efectiva regu- lacion de la separacién Iglesia-Estado y un Iaicismo filoséfico-teol6gi- co, que constituiria la correspondiente fundamentacién racional y doctrinal!8, Coincidencia y discrepancias Ciertamente no podemos dejar de coincidir con cuantos defiendan, se tengan o no por laicistas, la libertad de conciencia, comprendida en ella [as icidad y laicismos aqui y ahora la religiosa, con todas sus exigencias. Otra cosa es que, al extraer las ext gencias contenidas en esa libertad y proyectarlas sobre planos concretos, aun el mas moderno laicista Ileva a cabo anilisis y llega a conclusiones que no podemos compartir, que no pueden decirse traidas por la mano de una correcta ilacién légica a partir de la gran premisa de la libertad y que pueden estar —tales se nos antojan— determinadas por la, quizd inadvertida, inercia de enquistados recelos del pasado. Asi entendemos que ocurre en los puntos en los que el laicismo, aun el mas abierto, man- tiene hoy pretensiones y presentan rasgos especificos que le distinguen, asf creemos que puede decirse, de una posicién puramente democratica. Esos puntos son, especial y fundamentalmente, el de la ensefianza, el de la conexién del orden politico con el moral y el de la legitimidad y sen- tido del magisterio moral ptiblico de las Iglesias (en particular, de la Igle- sia catélica, Unica que, entre nosotros, por la influencia que le reconocen, parece inquietar a nuestros laicistas). Formacién de todos en lo comtin y laicismo escolar Al Ilegar a la Escuela el laicista que se presenta adscrito a la que podriamos llamar «teoria general positiva de la laicidad», la abandona resueltamente y vuelve a la que ahora llamaremos «teorfa restringida del laicismo escolar». En el espacio publico, en el que por fin el laicista habria admitido la legitima presencia de las opciones particulares, esta~ blece ahora un reducto vetado a éstas, una reserva exclusiva de, dicen, lo comun: la Escuela. Para todo laicista, en efecto, la Escuela es el espa- cio sagrado e inviolable de lo comin, en cuanto institucién que ha de proporcionar a todos los ciudadanos una comin formacién en Io comtin. En ese proceso formativo, cuando los ciudadanos-alumnos atin no han alcanzado su madurez y autonomia —asi argumentan—, no puede consentirse la perturbadora incidencia de las diferencias ideolé- gicas, religiosas, etc. que si pueden, en cambio, desarrollarse en el espa- cio social que queda extramuros de la Escuela, Ahora bien, esa forma- cién a todos comtin, y en cuanto tal, laica siquiera etimoldgicamente —prosigue el discurso laicista—, sdlo la puede impartir el supremo garante de lo comuin, es decir, el Estado. La Escuela, pues, porque ha de ser laica y para que sea laica, ha de ser estatal. No faltan tampoco quie- nes mas radicalmente parten de que la Escuela es un 6rgano constituti- |

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