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TORRE AMARILLA pater de 11 aos fsta es una recopilacién de los mitos griegos ris conocidos, Senarra, por ejemplo, la his- toria del Rey Midas, quien suicumbe ante la terrible fuerza de sis ambicién. O la historia de Narciso, quien se enamora de su propia imagen en el momerto mismo en que clescu- bre su reflejo en el agua. asi, todos y cada tuno de los mitos que aqui se encuentran ex- presan la unién entre Io fantastico y lo reak es se casan con los mortales, los hom ‘em animales y plantas, yen donde ger in exteaio univer lo imposible se convierte en realidad. Mary Pope Osbome es escritora de cuatro re- ‘conocidas novelas para jévenes adultos, ast ‘como dle varias biogralias y libros ilustrados para nifios. Tambiér ha escrito, junto con su esposo, Will Ostéomne, libros sobre mitos grie- 40s. Su interés por la mitologia griega nacié hace ya varios aos, cuando vivia en la isla de Creta, Actualmente reside en Nueva York y ‘en Bucks County, Pensilvania ccroasssso olranse || SODERIDSOLIN, Ca au09so adog AeA, eu! EE MITOS GRIEGOS MARY POPE OSBORNE Tracluccién de Luz Amorocho Hustraciones de Patricia Rodriguez MITOS GRIEGOS rato angen te AVOUT CL ATS ‘ena Pps ane npn pbs pore Rab Capri pr ay Tope ene opr pt enh on ‘Aan Lar per Ea Ne "RA SS pen Coa "poi i re Eat ier ripen 18 Sot rn Ga eget 8 ecrate CONTENIDO, Introduccién TL. ELCARRO DEL DIOS SOL La historia de Faeton y Helios 17 II, eL TOQUE DaRADO La historia de Baco y el rey Midas 29 IL, peRDIDO EN Et. MAR La historia de Ceix y Alcion 35 IV. e. CONCURSO DE TEHIDO La historia de Minerva y Aracne 43 V.. FL ARBOL DE APOLO La historia de Dafne y Apolo 47 vl EL ROSTROEN EL ESTANQUE La historia de VIL VIL x1. Xi eLRArTO La historia de Ceres y Proserpina LA.OsA MAYOR La historia de Calisto y Arcas VIAIE ALAVERNO La historia de Orfeo y Euridice LAS MANZANAS DEORO La historia de Atalanta ¢ Hipomenes LASCUATROTAREAS, La historia de Cupido y Psique LOS VISITA NTES MESTERIOSOS La historia de Baucis y Filemén [DIOSES, DIOSAS Y MORTALES Los Oliimpicos, dioses y diosas mas intportantes Otros dioses y diosas Los mortales Otros nombres para conocer PALABRAS MODERNAS DE ORIGEN GRIEGO 61 rae W 85 93 115 7 118 19 121 ZQUIEN ESCRIBIO LOS MITOS GRIEGOS? BIBLIOGRAIA, INDICE 125 127 129 Para Michnel, Becca, y Nathaniel MPO. INTRODUCCION Bienvenidos al extraiio y hermoso mundo en donde las formas humanas se convierten en gaviotas, en leones, en osos y en estrellas. Bienvenidos a un mundo en donde lo impo- sible parece comin; en donde la luna, el sol y el viento son dioses. Bienvenidos al mundo de la mitologia griega, Imaginense que estuvieran viviendo en una isla griega, en la antigiiedad, mucho antes de que existieran los aviones, los auto- moviles y la televisién; en el tiempo en que la civilizacién era muy joven y Ia gente vivia muy cerca de la naturaleza. . 40 Una ola trajo el cuerpo hacia la playa, y Alcion pudo ver que era su esposo. Entonces exclamé: «Oh, amor mio! Por qué has regresado a m{ de esta manera?» Luego, corriendo, entré en el mar. Y, aun- que las olas se quebraban contra ella, no se hundi6, sino que comenzé a batir el agua con gigantescas alas. Gritando como un ave, se elevé por el aire y vol6 sobre el mar hasta alcanzar el cuerpo'inerte de Ceix. Cuando tocé con su pico los frios labios de su esposo, éste también se convirtid en péjaro, y los dos pudieron estar juntos de nuevo. Desde entonces, todos los afios, durante siete dias antes del solsticio de invierno, las olas se aquietan y ‘el agua permanece en perfecta calma. Estos dias se llaman los dias del alcién, pues durante ellos, el rey de los -vientos los mantiene encerrados porque su hija Alcion esté empollando en su nido, mas allé de los mares. a IV EL CONCURSO DE TEJIDO La historia de Minerva y Aracne *... era una campesina orgullosa y,ala vez, una admirable hilandera y teje- dora. Las ninfas del agua dejaban sus rios, y Jas ninfas del bosque sus florestas para venir a ver c6mo Aracne remojaba la lana en tintu- ras de color carmest, tomaba luego los largos. hilos y, con sus habiles dedos, tejfa exquisi- tos tapices. ;Ah! jMinerva debi6 de ser quien te dio semejante don! —dijo un dia una de las ninfas del bosque, refiriéndose a la diosa del tejido y de las artes manuales. Aracne eché atrés la cabeza y exclamé: —i0h, no! ;Minerva no me ha ensefiado iTodo lo que sé, lo he aprendido yo —y enseguida, decidié retar a la diosa a competir con ella: —iVeamos quién de las dos merece Ila marse la diosa del telar! Las ninfas, ante tal céimulo de propésitos desdefiosos lanzacios contra una diosa del Olimpo llena de poder, se cubrieron la boca horrorizadas. Y tenfan razén, porque cuando Minerva se enter6 de semejantes pretensiones, se en- furecié. Inmediatamente adopté la aparien- cia de una anciana de pelo gris, y cojeando, ayudada de un bastén, se dirigié hacia la cabatia de Aracne, Cuando ésta abrié la puerta, Minerva, amenazAndola con su dedo nudoso, le dijo: —Si yo estuviera en tu lugar, no andarfa compardndome de manera tan engreida con la gran diosa Minerva, y humildemente le pediria perdén por tus palabras arrogantes. —iRidicula tonta! —repuso Aracne—. 2Quién eres tii para venir ante mi puerta a decirme lo que debo hacer? ji esa diosa tiene al menos la mitad del poder que la gente le atribuye, que se presente aqui y lo demuestre! —iAqui esté ella! —anuncié una potente “ voz y, ante los ojos de la joven, la anciana se convirti6 al instante en la diosa Minerva. Aracne enrojeci6 de vergiienza. Sin em- bargo, se mantuvo desafiante, y en forma temeraria caminé hacia su destino. —iHola, Minerva! —dijo—. zAl fin vas a decidirte a competir conmigo? Minerva se limit6 a lanzarle una mirada de fuego a la joven, mientras las ninfas, acobardadas al ofr tanta insolencia, atisba- ban desde detrés de los Arboles. —Entra si quieres —dijo Aracne dején- dole libre el paso a la diosa. Sin hablar, entr6 Minerva en la cabafia, mientras algunas servidoras se apresuraban_ a preparar dos telares. Luego, Minerva y ‘Aracne se recogieron las largas tanicas y se dispusieron a trabajar. Sus veloces dedos se movian de arriba a abajo, dejando a su paso arcos iris de todos los colores: morados os- curos, rosados, dorados y carmesfes. Minerva tejié un tapiz en el que se vefan los doce dioses y diosas més grandes del Olimpo; pero el de Aracne mostraba no slo los dioses y las diosas, sino también sus aventuras. Luego, la joven rebordes su mag- nifica obra con una franja de flores y de yedra. 45 _ Las ninfas del rio y del bosque miraban con payor el tapiz de Aracne. Sin duda su trabajo era superior al de Minerva, y hasta la diosa Envidia, inspeccionéndolo con altivez, dijo: —No hay en él ningtin defecto. Al oir las palabras de Envidia, estallé Mi- nerva, Rasgé el tapiz de Aracne y la golped sin compasién, hasta que Aracne, cubierta de oprobio y de humillacién, salié arrastran- dose y trat6 de ahorcarse. Finalmente, movida por un poco de pie- dad, Minerva dijo: —Podris vivir, Aracne, pero permanece- tis colgada para siempre, jy tejerds en el Luego, la vengativa diosa la rocié con vedegambre, cle tal manera que el cabello de la joven, lo mismo que la nariz y las orejas, fueron desapareciendo. Con la cabeza redu- a a_un tamafio mfnimo, toda ella qued6 convertida en un vientre gigantesco. Sin em- bargo, sus dedos pudieron seguir tejiendo, y en pocos minutos Aracne, la primera araiia dela tierra, tejiG su primera y magnifica tela. Vv EL ARBOL DE APOLO La historia de Dafne y Apolo Nidaweande Apolo, el dios de la luzy dela verdad, era atin joven, encontré a Cupido, el dios del amor, jugando con una de sus flechas. —cQué estas haciendo con mi flecha? — pregunté Apolo con ira—. Maté una gran serpiente con ella. jNo trates de robarme la gloria, Cupido! ;Ve a jugar con tu arquito y con tus fechas! —Tus flechas podrin matar serpientes, Apolo —dijo el dios del amor—, jpero las ‘uias pueden hacer mas dano! jIncluso ta puedes caer heridlo por ellas! Tan pronto hubo lanzado su siniestra amenaza, Cupido volé a través de los cielos. hasta llegar a lo alto de una elevada mon- ‘tana, Una vez alli, sacé de su carcaj dos flechas. Una de punta roma cubierta de plomo, cuyo efecto en aquel que fuera to- cado por ella, serfa el de huir de quien le profesara amor. La segunda tenfa la punta aguda, guarnecida de oro, y quien fuera herido por ella, se enamoraria instantdnea- mente. Cupido tenia destinada su primera flecha a Dafne, una bella ninfa que cazaba en lo profundo del bosque. Dafne era seguidora de Diana, la hermana gemela de Apolo y diosa del mundo salvaje. Igual que Diana, Dafne amaba la libertad de correr por cam- pos y selvas, con los cabellos en desorden y ‘con las piernas expuestas a la Iluvia y al sol. Cupido templ6 la cuerda de su arco y apunté con la flecha de punta roma a Dafne. Una vez en el aire, la flecha se hizo invisible, asf que cuando atraves6 el corazén de la ninfa, ésta slo sintié un dolor agudo, pero no supo la causa. Con las manos cubriéndose la herida, co- rri6 en busca de su padre, el dios del —jPadre! —exclam6—: jDebes hacerme una promesa! —zDe qué se trata? —pregunté el dios, quien estaba en el rio rodeado de ninfas. —iProméteme que nunca tendré que ca- sarme! —grit6 Dafne. El dios del rio, confuso ante la frenética peticion de su hija, le replicé: —iPero yo quiero tener nietos! —iNo, padre! No! jNo quiero casarme nunca! {Déjame ser siempre tan libre como Diana! ;Te lo ruego! Sin embargo, iyo quiero que te cases! —exclamé el dios. —iNo! —grité Dafne y comenz6 a golpear el agua con los pufos mientras se balan- ceaba hacia adelante y hacia atrés sollo- zando. ; —iMuy bien! —profirié el dios del rio—. iNo te aflijas asf, hija mfa! {Te prometo que no tendrés que casarte nunca! —iY prométeme que me ayudards a huir de mis perseguidores! —agrego la cazadora. —iLo haré, te lo prometo! Después de que Dafne obtuvo esta pro- mesa de su padre, Cupido preparé la se- gunda flecha, la de aguda punta de oro, esta vez destinada a Apolo, quien estaba va- gando por los bosques. ¥ en el momento en que el joven dios se encontré cerca de Dafne, ~ templé la cuerda del arco y disparé hacia el corazén de Apolo. Al instante, el dios se enamoré de Dafne. Y, aunque la doncella llevaba el cabello sal- vaje y en desorden, y vestia s6lo toscas pie- les de animales, Apolo pensé que era la mujer m4s bella que jamés habia visto. —iHola! le grit6; pero Dafne le lanz6 una mirada de espanto y, dando un res- pingo, se intend en el bosque como lo hu- biera hecho un ciervo. Apolo corrié detras de'ella gritando: Detente! |Detente! Pero la ninfa se alejé con la velocidad del viento. — ‘Por favor, no corras! —le grité Apolo— Huyes como una paloma perseguida por un Aguila; jyo no soy tu enemigo! No te escapes. de mil Dafne continuaba corriendo. —jDetente! —profirié Apolo. —,Sabes quién soy yo? —dijo el dios—. No soy un campesino ni un pastor. Soy el Senor de Delfos! ;Un hijo de Jupiter! ;Cacé una enorme serpiente con mi flecha! Pero jay!, temo que el arma de Cupido me ha herido con mis rigor! Dafne seguia corriendo, con los muslos 0 desnudos al sol y con el cabello salvaje al viento. Apolo ya estaba cansado de pedirle que se detuviera, asi que aumenté la velocidad. Las alas del amor le dieron al dios de la luz y de Ja verdad una celeridad que jamas habia alcanzado; no le daba respiro a la joven, hasta que pronto estuvo cerca de ella. Ya sin fuerzas, Dafne poda sentir la respi- racién de Apolo sobre sus cabellos. —jAytidame, padre! —grito dirigiéndose al dios del rio—. ;Aytidame! No acababa de pronunciar estas palabras, cuando sus brazos y piernas comenzaron a tornarse pesados hasta volverse lefiosos. El pelo se le convirtié en hojas y los pies en rafces que empezaron a internarse en la tie- ra. Habfa sido transformada en el rbol del laurel, y nada habla quedado de ella, salvo su exquisito encanto. Apolo se abrazé a las ramas del érbol como si fueran los brazos de Dafne y, besando su carne de madera, apreté las manos contra el tronco y llord. —Siento que tu coraz6n late bajo esta cor- teza —dijo Apolo, mientras las lagrimas ro- daban por su rostro—. ¥ como no podras ser mi esposa, serds mi drbol sagrado. Usaré tu madera para construir mi harpa y fabricar 51 mis flechas, y con tus ramas haré una guir- nalda para mi frente. Héroes y letrados se- r4n coronados con tus hojas, y siempre seras joven y verde, tui, Dafne, mi primer amor. VI EL ROSTRO EN EL ESTANQUE La historia de Eco y Narcis luando JGpiter llegaba a las monta- has, las ninfas del bosque corrian a abrazar al festivo dios, y jugaban y refan con él en he- ladas cascadas y en frescos y verdes pozos. Juno, la esposa de Jipiter, que era muy celosa, con frecuencia espiaba por las faldas de la montana, tratando de sorprender a su esposo con las ninfas. Pero cada vez que la diosa estaba a punto de descubrirlo, una ninfa encantadora Hamada Eco le salfa al paso y, entablando una animada conversa~ mn, hacia todo cuanto estaba a su alcance para entretener a la diosa mientras Jupiter y las otras ninfas escapaban. Finalmente, en una ocasin Juno descubrié que la ninfa habia estando engafténdola, y lena de ira, estallé: —iTu lengua ha estado poniéndome en ridiculo! —vociferé contra Eco—. ;De ahora en adelante tu voz ser més breve, querida mia! Siempre podrés decir la siltima palabra, pero nunca la primera! Desde ese dia, la pobre Eco solo puede repetir la iltima palabra de lo que los otros dicen. Un dia Eco descubrié a un muchacho de cabellos dorados que estaba cazando ciervos en el bosque. Se lamaba Narciso y era el joven mas hermoso de la floresta. Cual- quiera que lo mirara, quedaba inmediata- mente enamorado de él, pero éste nunca queria saber nada de nadie, tal era su engrei- miento. Cuando Eco vio por primera vez a Nar- iso, su coraz6n ardié como una antorcha. Lo sigui6 en secreto por los bosques y a cada paso lo amaba mas. Poco a paco se fue acer- cando, hasta que aquél pudo oir el crujir de las ramas, y dandose vuelta, grité: —{Quién esté aqui? Desde detrés de un Arbol, Eco repitié la ‘iltima palabra: Aqui! Narciso miré extranado. —{Quién eres ta? |Ven aca! —dijo. ‘en acé! —dijo Eco. Narciso escudrifé el bosque, pero no pudo encontrar a la ninfa. Deja de esconderte! jEncontrémonos! —grito. —jEncontrémonos!. —exclamé Eco, y luego, saliendo de entre los arboles, corrié a besar a Narciso. Cuando el joven sintié que la ninfa se abrazaba a su cuello, entré en panico, y la rechaz6 gritando: \éjame tranquilo! {Mejor morit que permitirte que me ames Me ames! —fue lo tinico que la pobre Eco pudo decir mientras vefa emo Narciso hufa de ella a través de la floresta. —iMe ames! ;Me ames! ;Me ames! Entre tanto, Narciso cazaba en el bosque, cuidando solo de si mismo, hasta que un dia descubrié un estanque escondido, cuya su- perficie relucia como la plata. Ni pastor, ni jabali, ni ganados habfan enturbiado sus aguas; ni péjaros, ni hojas. Sélo el sol se permitia danzar sobre ese espejo. Fatigado de la caza y ansiando calmar la 7 sed, Narciso se tendi6 boca abajo y se inclin6 sobre el agua; pero cuando miré la lisa su- perficie, vio a alguien que lo observaba. Narciso qued6 hechizado. Unos ojos como estrellas gemelas, y enmarcados por cabellos tan dorados como los de Apolo y por mejillas tan tersas como el marfil, lo miraban desde el fondo del agua; pero cuando se agach6 para besar esos labios perfectos, lo tinico que tocé fue el agua de la fuente. Y, cuando buscé y quiso abrazar esa visién de tal belleza, no encontré a nadie. «Qué amor podré ser més cruel que éste?», se lamenté. «Cuando mis labios be- san al amado, jsdlo encuentran el agua! Cuando busco a mi amado, js6lo toco el agual» Narciso comenz6 a sollozar. Y, mientras se enjugaba las lagrimas, la persona del agua también se enjugaba las suyas. «

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