es
El 23 de abril de 1811 los habitantes de San
Felipe el Real de Chihuahua se arremolinaron
en las principales calles de la villa para ver
pasar a “la collera” que habia llegado de Mon-
clova, con el fin de que los presidiarios que la
integraban fueran juzgados como cabecillas
responsables de la insurreccién iniciada hacia
siete meses en el pueblo de Dolores.
Desde el primer llamado a la rebelién, en
septiembre de 1810, los caudillos iniciales
habian encontrado eco entre la poblacién, pro-
vocando que la revuelta popular se propagara
répidamente por muchos rincones del extenso
reino de la Nueva Espajia y contara con miles
de adeptos, sobre todo gente de campo despo-
seida, que se sumaba dia con dia al ejército
insurgente. El movimiento habia crecido de
una manera inconmensurable y después de las
primeras victorias, y de algunos intentos de
reformas, como la abolicién de la esclavitud
y el cese de los tributos, publicadas en “El
Despertador Americano”, periédico rebelde
que se editaba en Guadalajara, siguieron las
desavenencias entre los principales jefes, la
indisciplina y las grandes derrotas militares.
‘A unos cuantos meses de comenzada la
lucha, el primer episodio del movimiento liber-
tario estaba por terminar. Los reveses sufridos
dispersaron a las fuerzas insurgentes que tuvie-
ron miles de bajas por muertos, heridos y deser-
tores, lo que oblig6 a los caudillos a emprender
Ja marcha hacia Estados Unidos, con el propési-
to de adquirir armas para fortalecer el ejército y
seguir combatiendo por la independencia.
GRAZIELLA ALTAMIRANO COZZI
INSTITUTO MORA
La caravana habia partido rumbo a Saltillo,
en las provincias del norte. La encabezaban los
principales jefes, escoltados por cerca de mil
hombres, catorce coches y més de veinte cafio-
nes, que se movian en una lenta y penosa
marcha por las despobladas Ilanuras del sep-
tentrién. Miguel Hidalgo y Costilla, Ignacio
Allende, Juan Aldama, Mariano Jiménez,
Mariano Abasolo y numerosos caudillos reli-
giosos y civiles que iban con ellos fueron sor-
prendidos en el paraje de Acatita de Bajan, en
territorio de Coahuila, cuando se disponian a
abastecerse de agua y descansar de una larga
travesia. El 21 de marzo de 1811, las fuerzas
realistas del teniente coronel Ignacio Elizondo
les tendieron una emboscada y los capturaron
para entregarlos al gobierno virreinal.
Los primeros insurgentes fueron aprehendi-
dos y trasladados a la prisién de Monclova. A
los pocos dias, una salva de artilleria resonaba
en esa villa, celebrando la captura y anuncian-
do la llegada de los hombres acusados de trai-
cionar a la Corona espafiola. Toda la poblacién
acudié a presenciar el paso de los reos, que iban
atados y encadenados para ser conducidos a la
cércel, en donde permanecerian en las mas
penosas condiciones.
Durante los dias que siguieron, muchos de
los prisioneros fueron juzgados sumariamente y
fusilados en prision. Otros se quedaron alli, y
los demas fueron enviados a realizar trabajos
forzados en las haciendas cercanas a Monclova.
Poco después, a los eclesiasticos los Hevaron a la
ciudad de Durango, sede del obispado, donde
13fueron sentenciados a muerte Mariano Balleza,
Ignacio Hidalgo, Pedro Bustamante, Carlos
Medina y Bernardo Conde, a quienes despoja-
ron de sus vestiduras religiosas y fusilaron por
la espalda. Sélo el cura Hidalgo y los principa-
les caudillos militares fueron conducido a la
villa de San Felipe el Real de Chihuahua, lugar
de residencia de Nemesio Salcedo, el coman-
dante general de las Provincias Internas, donde
tenfan que ser juzgados por haber sido arresta-
dos dentro de la jurisdiccion de su mando.
El dia que los reos llegaron a Chihuahua, la
poblacién movida por la curiosidad salié a las
calles a conocer a los caudillos por cuya apre-
hensién el Ayuntamiento habia dispuesto, en
dias pasados, que se celebrara un solemne Te
Deum en la catedral, en accién de gracias por
“tan dichoso acontecimiento” y ordenado que
se iluminara la villa y se adornasen las fachadas
de las casas como muestra del regocijo general
que debia sentirse por la captura del cura Hidal-
g0, “el més criminal y odioso de los heresiarcas”
y “autor de la mas vil y escandalosa insurrec-
cién que se haya conocido en su género"”
Mucha gente deseaba saber cémo era ese
cura de quien tanto se hablaba, y también que-
ria ver a los caudillos que lo acompaiiaban, res-
ponsables del movimiento que agitaba a
muchas poblaciones del territorio virreinal,
14
Sitio en donde
fueron fusilados
Miguel Hidalgo
y sus compafieros,
segiin este
grabado
del siglo xix
que se
conserva en
el Museo Nacional
de Historia,
en el Castillo
de Chapultepec.
Desde los primeros dias de octubre de 181
la Comandancia General de las Provincia
Internas en Chihuahua habia recibido las pri
‘meras noticias de la insurreccién iniciada en li
madrugada del 16 de septiembre en el puebl
de Dolores, perteneciente a la intendencia d
Guanajuato, Hasta allé habian llegado noticia
de las derrotas del ejército realista en la ciudad}
de Guanajuato y en el Monte de las Cruces po}
las fuerzas dirigidas por Hidalgo y Allende, y
debido a estos hechos la Comandancia General
habia contribuido con el envio de fuerzas par
ayudar a combatir a los insurrectos.
Ante el incremento de la insurreccién, s
empezaron a dictar una serie de disposiciones
con el objeto de perseguir y aprehender a los
sospechosos de rebeldia. En Chihuahua fue
expedido un “furibundo decreto” que, entre
otras cosas, imponfa la pena de horca a aquellos
que se atrevieran a hacer comentarios sobre la
sublevacién de los pueblos, propiciaran di
siones 0 partidos, 0 alarmasen a la poblacién
exagerando las fuerzas de los rebeldes o dismi-
nuyendo las del gobierno, Hasta los sacerdotes
fueron vigilados y reprendidos por no despres-
tigiar y predicar con suficiente exaltacién en|
contra de la causa insurgente.
La Comandancia General se dispuso a
organizar la defensa militar de las zonas bajo|
su cuidado para impedir que la
insurgencia penetrara en el norte!
novohispano, asi como para abortar’
cualquier intento de adhesion que’
surgiera en las provincias que la for-
maban. Se procedié a la formacién
de tropas de resguardo y la organi-
zacién de cuerpos militares para
vigilar el orden. Lo mismo hizo el
Ayuntamiento de la villa de
Chihuahua, que después de exhor-
tar al pueblo a la union y la tranqui-
lidad, al amor al rey, la patria y la
religion, asi como a los buenos senti-
mientos que debian tenerse en las
circunstancias tan dificiles que se16
estaban viviendo, habia acordado la formacién
inmediata de cuatro compaiiias de milicias
urbanas y del comercio para proteger a los
habitantes a través de un plan de defensa regio-
nal, Estos cuerpos militares se denominaron
“Compaiias Patristicas de Chihuahua”
‘Ademés, en la villa de San Felipe el Real de
Chihuahua fue integrada una Junta de Seguri-
dad Pablica con el fin de conocer las causas de
deslealtad contra el gobierno espaitol, y se expi-
dié un reglamento para castigar a los que fue-
ran encontrados culpables, entre cuyas penas
mayores se contaban “200 azotes en la plaza
piiblica y de uno a dos aitos de prisién o de pre-
sidio forzado, sin sueldo y a raci6n’.
La estrecha vigilancia y las medidas repre:
vas hicieron fracasar en la provincia cualquier
intento de insurreccién, como el complot que se
descubri6 a fines de enero de 1811, en el que
algunos miembros del clero pretendian secun-
dar el movimiento de independencia iniciado
por Hidalgo.
Existia tal agitacién en la villa de
Chihuahua que, cuando Ilegaron Jos reos en
abril de 1811, el gobernador y comandante
general, temeroso de que la poblacién se volca-
ra con el pretexto de verlos pasar, expidié un
bando para regular su recepcién e impedir
cualquier demostracin de simpatia 0 adhe-
si6n, bajo amenaza de severos castigos.
Con el argumento de que aquellas provin-
cias septentrionales habjan sido elegidas por
Dios para que en ellas fuera castigado el cura
Hidalgo, distinguiéndolas con la gloria de
haber encadenado a “ese monstruo”, que era
“un azote més terrible que todas las plagas que
afligieron a Egipto’, el comandante exhorté a
los habitantes de Chihuahua a“no manchar esa
gloria, ni mostrarse ingratos a los favores del
cielo con una conducta irregular; acrediten
vuestras obras, vuestras palabras y hasta vues-
tros modales [...] que sois un pueblo culto y
verdaderos vasallos de Fernando VII, haciendo
callar la arbitrariedad y las pasiones cuando va
a pronunciar su fallo la justicia”.
Con el fin de prevenir cualquier exceso y
cuanto pudiera causarlo, el bando permitia a
los vecinos que salieran a la calle o al campo a
observar a los reos, pero les advertia que no}
abusaran de un permiso que s6lo tenia por
objeto satisfacer las ansias de su patriotismo,
Por lo tanto, so pena de aprehensién, disponia
que la gente se colocara en una, dos o més files
a ambos lados de la carretera y prohibia la for-
macién de pelotones para presenciar el desfile
y subir a las azoteas para ver mejor. Amenaza-
bacon castigar al que osara gritar para increpar
a los reos o diera muestras de una imprudente
compasion. No permitia portar armas, salvo a
la tropa y a los funcionarios ocupados en algiin
servicio del rey, y amenazaba con castigar a
quienes armaran alborotos, escandalos o plei-
tos callejeros.
Cuando los reos arribaron a Chihuahua,
después de una dificil y fatigosa travesia, desti-
laron por las principales calles observados por
una muchedumbre controlada y curiosa que
presenci cémo los principales insurgentes,
Hidalgo, Allende, Aldama y Jiménez eran con-
ducidos al antiguo Colegio de Jesuitas, que en
ese entonces funcionaba como Hospital Real. A
os demés que iban con ellos se los llevaron al
convento de San Francisco, donde fueron ence-
rrados.
Durante los siguientes dias, se integré un
consejo de guerra y una comisi6n especial para
Ja formaci6n de las distintas causas. Mientras
tanto, los prisioneros permanecieron encadena-
dos e incomunicados en sus respectivas celdas,
en espera de las sentencias finales. Los cargos
que se les hicieron fueron casi los mismos y
todos confesaron haberse levantado en armas
contra el gobierno establecido. A ninguno se le
otorgé el derecho de defenderse o de nombrar
defensores, y a casi todos se les condend a
muerte. Diecinueve militares fueron pasados
por las armas en Chihuahua, en diversas fechas
de los meses de mayo y junio de 1811. De los
capturados en Coahuila, sélo Abasolo, que se
quedo en Saltillo, pudo salvar la vida debido a