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Seccién: Literatura Edgar Allan Poe: Ensayos y criticas Traduccién, introduccién y notas de Julio Cortézar (of Soule El Libro de Bolsillo Alianza Editorial Madrid Esta obra fue publicada en 1936 por Ediciones de la Universidad dde Puerto Rico, en colaboracién con la Revista de Occidente, con dl titulo de Obras en Prose I. Enseyos y Criticas. La actual ‘edicin de Alianza Editorial ba’ sido tevisada y corregida por dl traductor. © De la tradueci6n: Julio Cortéear © Universidad de Puerto Rico, Rfo Piedras, 1956 © Alianza Editorial, S. A., Madrid, 1973 Calle Milén, 38; "2 200 0045 ISBN 84206-14645 Depésito legal: M. 20.252.1973, Papel fabricado por Torras Hostench, S. A. Impreso en Breogin, I. G., S. A. Torrején de Ardoz (Madrid) Printed in Spain Introducci¢ See tree rarer CHEE 124 ‘Edgar Allan Poe pero jamés fueron incluidos entre sus pinturas. Si la ver- dad es la méxima finalidad de la pintura o de la poesia, entonces Jan Steen era un artista més grande que Mi- guel Angel y Crabbe un poeta mas noble que Milton. Pero henios citado Ia observacién de Mr. Langtree a fin de negar su validez filossfica; querfamos mostrar simplemente que ha comprendido mal al poeta. Excelsior no tiene la menor intencién que corresponda a la inter- pretacién que ha hecho de él el critico. Pinta el profun- do impulso ascendente del alma, impulso que ni. siquie- ra la muerte puede subyugar. “A pesar del peligro, a pesar del placer, el joven que lleva el estandarte, donde se lee «jExcelsior!» («jmés arribal»), lucha contra todas las dificultades hasta Iegar a una’ vertiginosa altura, Cuando se le advierte que se contente con la elevacién alcanzada, su grito sigue siendo: «jExcelsior!», y aun al caer muerto en el supremo pindculo su grito es: «jEx- celsior!» Queda todavia por alcanzar una altura inmor- tal: el ascenso a la Eternidad. El poeta sostiene la idea de un avance jamés interrumpido. Si no ha sido com- prendido es por culpa de Mr. Langtree mas que de Mr. Longfellow. Hay un viejo adagio que habla de lo dificil que resulta dar al mismo tiempo al lector un tema a comprender y el seso necesario para que lo comprenda. Hawthorne La reputacién del autor de Twice-Told Tale («Cuen- tos contados otra vez») se ha limitado hasta hace muy poco a los efrculos literarios; quizé no me equivoqué al itarlo como el ejemplo par excellence, en nuestro pais, del hombre de genio a quien se admira privadamente y a quien el piblico en general desconoce. Es verdad que en estos tiltimos dos afios uno que otro critico se ha sentido impulsado por una honrada indignacién a expre- sar su més célido elogio. Mr. Webber, por ejemplo, a quien nadie supera en el fino gusto por ese tipo de lite- ratura que Mr, Hawthorne ilustra en primer término, publicé en un reciente niimero de The American Review un cordial y amplisimo tributo a su talento; desde Ia aparicién de Mosses from an Old Manse («Musgos de tuna vieja morada>) no han faltado erfticas de tono pa- recido en nuestros periddicos més importantes. Pocas resefias de obras de Hawthorne puedo recordar antes de ‘Mosses. Citaré una en Arcturus (ditigido por Matthews y Duyckink) de mayo de 1841; otra en The American ‘Monthly (cayos directores eran Hoffman y Herbert) de marzo de 1838; una tercera, en el mimero 96 de la North American Review. Estas ctiticas, sin embargo, no Bs 126 Edgar Allan Poe parecieron influir gran cosa en el gusto popular —por Jo menos si nuestra idea de dicho gusto debe fundarse cn la forma en que lo expresan los diarios o en la venta de los libros de nuestro autor—. Hasta hace poco, nun- ca se estl6 hablar de él al mencionar a nuestros mejores escritores. En ocasiones tales nuestros ctiticos cotidianos dicen: «éNo tenemos a Irving, Cooper, Bryant, Paulding y... Smith?», o bien: «gNo tenemos a Halleck y Dana, a Longfellow, a... Thompson?», o: «No podemos sefia- lar triunfalmente a nuestros Sprague, Willis, Channing, Bancroft, Prescott y... Jenkins?»; pero estas preguntas, a las que no se puede contestar, jamds fueron cerrs con el nombre de Hawthorne. No cabe duda de que esta falta de apreciacién por parte del pablico nace principalmente de las dos causas que he sefialado —del hecho de que Mr. Hawthorne no es ni un hombre rico ni un charlatsin—; pero resultan insuficentes para explicarlo todo. No poca parte debe aribuirse a a muy especial idiosincrasia del mismo Mr. Hawthorne. En cierto sentido y en gran medida, desta- ‘carse como hombre singular representa una otiginali- dad, y no hay virtud literaria mas alta que la originalidad, ero ead ay ae como secomCNaBTS no lik una peculiaridad uniforme, sino continua; una peculia- ridad que nazca de un vigor de Ia fantasfa siempre en accién, y atin mejor si nace de esa fuerza imaginativa, siempre presente, que da su propio matiz y su propio cardcter a todo Io que toca, y especialmente que siente al impulso de tocarlo todo. Suele dectse itreflexivamente que los escritores muy originales no Hegan a ser populares, que son demasia- do originales para alcanzar la comprensién de la masa. Los términos que se usan son siempre: «demasiado origina- les», «demasiado idiosincrésicos». Y, sin embargo, la excitable, indisciplinada y pueril mentalidad popular es Ja que més agudamente siente la originalidad. En cambio, Ia eritica de los conservadores, los trilla- dos, los cultivados viejos clétigos de la North American Hawthorne 7 Review es, precisamente, la sinica critica que condena 1s originalidad. «No sienta a un alto escritor —dice Lord Coke— tener un espiritu fgneo y parecido a la sa- lamandra.» Como su conciencia no les permite conmo- ver ni mover nada, estos dignatarios tienen un hotror sagrado a ser conmovidos y movidos. «Dadnos quietud», encarecen. Abriendo la boca con las debidas precaucio- nes, suspiran la palabra: «Reposo». Y, por cierto, es Jo tinico que deberfa permitirscles gozar, aunque més no fuera siguiendo el principio cristiano de toma y daca. La verdad es que si Mr. Hawthorne fuese realmente original, no dejarfa de llegar a la sensibilidad del pabli- co. Pero ocurre que #0 es en modo alguno original. Los que ast Jo califican quieren decir solamente que difiere fen tono y manera, y en la eleccién de temas, de cual- quiera de sus autores conocidos —siendo evidente que ‘este conocimiento no se extienda hasta el aleman Tieck, algunas de_cuyas. intico al que es habitual en Hawthorne—. Claro re- fufta que-et elemento dé Ta orighsalidad consiste en Ia novedad. El elemento de que dispone el lector para apreciarlo es su sentido de lo nuevo. Todo lo que le da ‘una emocién tan novedosa como agradable le parece ori- ginal, y aquel capaz de proporcionérsela sera para él un escritor original. En una palabra, la suma de esas emo- clones Jo lleva a pronunciarse sobre la originalidad del autor. Me permito observar aqui, dejar de ser fuente de legftima originalidad si juzgamos a esta tiltima como es debido por el efecto que pretende; ese caso se produce cuando 10 novedoso deja de ser nuevo; el artista, para reservar su originalidad, incurre en el lugar convin. Me parece que nadie ha advertido que, por descuidar este as- ecto, Moore fracasé relativamente en su Lalla Rookb. Po- cos lectores, y ciertamente pocos criticos, han elogiado ‘este poema por su originalidad, pues de hecho no es la originalidad el efecto que produce; y, sin embargo, ninguna obra de igual volumen abunda en tan felices riginalidades, individualmente consideradas. Tan exce- / tes, etc. Claro resulta, sin eml 128 Edgar Allan Poe sivas son que, al final, ahogan en el lector toda capaci- dad de apreciacién de’las mismas. Una vez bien entendidos estos puntos, posible justficar al eritico que, no conocedor of Tek folo cuento o ensayo de Hawthorne y calijen a-é autor de original pero el tono, la manera o Ia eleccién del te- ma que provoca en este critico la sensacién de lo nuevo no dejard de provocarle, ala lectura de un_ segundo ‘cuento, o de un tercero y los siguientes, una impresién absolutamente antagénica. Al terminar un volumen, y mds especialmente al terminar todos los voltimenes del autor, el critico abandonaré su primera intencién de ca- lifcatlo de «original» y se contentaré con lamarlo «pe- culiary. Por cierto que yo podria coincidir con la vaga opi- nién de que ser original equivale a ser impopular siem- pre que mi concepto de la originalidad fuera el que, pa- ‘fa mi sorpresa, poscen muchos con derecho a set consi- derados criticos. El amor a las meras palabras los ha Mevado a limitar Ia originalidad literaria a la metafisica ‘Sélo consideran originales en las letras las combinacio- snes absolutamente nuevas de pensamiento, de inciden- 1rg0, que lo tinico me- recedor de consideracién es Ia novedad del efecto, y que ese efecto se logra mejor a los fines de toda obra de fic- cién —o sea, el placer—, evitando antes que buscando Ia novedad absoluta de Ia combinacién. La originalidad como la entienden aquéllos agobia y sobresalta el inte- ecto, poniendo indebidamente en accién las facultades que en Ja buena literatura deberiamos emplear en me- nor grado, Y asi entendida, no puede dejar de ser impo- pular para las masas que, buscando entretenimiento en Ja literatura, se sienten marcadamente molestas pot to- da instruccién, Pero Ja auténtica originalidad —auténti- ca con relacién a sis propésitos— es aquélla qne, al hacer surgir las fantasfas humanas, a medias formadas, vacilantes ¢ inexpresadas; al excitar los latidos més de- licados de las pasiones del corazén, 0 al dar a luz algin sentimiento universal, algiin instinto en embrién, com- Hawthome 129 bina con el placentero efecto de una novedad_aparente un verdadero deleite egotistico. En aprimero de los casos supuestos (el de la novedad absoluta) el lector esté excitado, pero al mismo tiempo se siente perturbedo, confundido, y en cierto modo le duele su propia falta de percepcidn, su tonterfa al no haber dado él mismo con Ia idea. En el segundo caso su placer es doble. Lo invade un deleite intrinseco y extrinseco, Siente y goza intensa- mente la sparente novedad del pensamiento; lo goza como realmente nuevo, como absolutamente original para el autor... y para si mismo. Se imagina que, entre todos los hombres, s6lo el autor y él han pensado eso, Entre ambos, juntos, lo han creado, Y por eso nace un lazo de simpatia entre los dos, simpatia que irradia de todas las paginas siguientes del libro. ‘Hay un tipo de composiciones que, con alguna dificul- tad, cabe admitir como un grado inferior de lo que he denominado auténticamente original. Al leer estas obras xno nos decimos: «;Cuén original es!», ni: «He aqui una idea que sélo al autor y a mi se nos ha ocusrido», sino que decimos: «;Vaya una fantasia tan evidente y tan encantadoral», y también:

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