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ISSN 0825 - 2221 Relaciones de la Sociedad Argentina de Antropologia, Vol. XIII; N. 8. Bs, As., 1979 A PROPOSITO DE UN MOTIVO SOBRESALIENTE EN LAS PINTURAS RUPESTRES DE “EL CEIBO” (PROVINCIA DE SANTA CRUZ, ARGENTINA) Augusto Cardich CONSIDERACIONES PREVIAS El arte rupestre de la Patagonia ha sido tratado por varios autores, en tiversa medida, perspectiva y aleance (F.P. Moreno 1879; Burmeister 1891, 18935 vatieio 1937a, 1937b; De Agostini 1942; Vignati 1934, 1950; Menghin 1952, 51; Schobinger 1956; Sanchez Albornoz 1958; Casamiquela 1960; Pedersen 1960, 1970; Bosch-Gimpera 1964; Gradin 1968a, 1968b, 1970, 1972, 1977; Gra- Ny otros 1978; Aschero 1973; Gonaélez 1977; Cardich y otros 1973; Cardich M1; y muchos otros). Este conjunto variado de aportes esta, sin embargo, ain de haber clarificado su panorama arqueolégico. Una preocupacién ‘indamental de esta perspectiva arqueolégica ha estado y esta dirigida a en- Mitrar Ja relacién de estas manifestaciones de arte rupestre con culturas ar- légicas cronologizadas, puesto que recién en este contexto se entiende sleanzan su verdadera dimensién, su sentido, y, a la vez, se considera que este vineulo egan a constituir testimonios valiosos de aspectos muy im- antes de la vida cultural, enriqueciendo el conocimiento de las respectivas Inas, Acaso la relativa difieultad de encontrar estas relaciones, sumada a latacion todavia incompleta de sus culturas arqueolégicas, hayan ido retar- no estos esperados logros. Empero se pueden considerar como yaliosos los lances y aproximaciones conseguidos hasta el presente, Asi, la mayoria de itos ha ido contribuyendo hacia un creviente conocimiento, primero, de ersas modalidades estilisticas que se pueden identificar y, luego, de sus clivas distribuciones en este ambito extenso y extraordinariamente rico Texpresiones de arte rupestre como es la Patagonia. 1 paso importante en el estudio de] arte rupestre patagénico fue dado irtir del afio 1952, con los trabajos del doctor Osvaldo Menghin. Este Hints prehistoriador, hoy desaparecido, separaba estilos y ensayaba pro- 'secuiencias (Menghin 1952), En su trabajo de 1957 (Menghin 1957) per- ‘iadro abarcativo para la Patagonia toda y dentro de un marco tem- timado de los tiltimos 11.000 afios. Los estilos determinados por Men- Tsu esquema de 1957 son: 1) Estilo de negativo de manos; 2) Estilo nénas; 3) Estilo de pisadas; 4) Estilo de paralelas; 5) Estilo de grecas; ilo de miniaturas y 7) Estilo de simbolos complicados, Aunque se ha ico poco a partir de estas formulaciones como para juzgar todo el cuadro, Sefalar, no obstante, que algunas investigaciones posteriores realizadas igonia han ido confirmando en parte algunos de Jos puntos claves de de conjunto. —163-" En 1960 Casamiquela en base a las sistematizaciones de Menghin y refi- riéndose a los estilos mas recientes encara estudios etnograficos en Nord: patagonia planteando relaciones de estos motivos con la decovacién textil Y, ante todo, con el interesante campo de las creencias (Casamiquela 1960). Posteriormente Gradin en 1968 glosando el esquema de Menghin distingue tres etapas principales en e] desarrollo del arte rupestre patagénico; “una arcaica que comprende los negativos de manos, los motivos geométricos simples y 183 escenas seminaturalistas; una intermedia representada por la técnica del gra bado; y otra relativamente reciente integrada por motivos abstractos de ¢a- racter geométrico-ornamental” (Gradin 1968a : 489). Este mismo autor pro- Siguiendo con trabajos regionales m4s detenidos y afinados, como los realizad en Alto Rfo Pinturas (Gradin y otros 1976), propone una secueneia en grup de estilos. La prosecucién de esta modalidad de estudios de sitio o regionales. cireunstanciada y completa, y a las que se agregarian relevamientos mAs Dp cisos ante todo mediante nuevas técnicas fotogréficas, conseguir resultado altamente positivos para el conocimiento general y servird también para verificar y¥ ajustar esquemas de conjunto. Carlos Gradin ha propuesto también in’ santes normas metodolégicas que ayudardn a sistematizar este estudio del rupestre (Gradin 1978), asimismo con la colaboracién del gedlogo Adrian Tfiiguez se han orientado a la indagacién, para conocer los componentes micos de los pigmentos de las pinturas, particularmente mediante el anal mineral6gico por difracciones de rayos X (Iiiiguez y Gradin 1977). Otro aspecto fundamental como es el de la antigiiedad de estas manifes! dl nes rupesires ha empezado a aclararse, en forma objetiva, mediante trabajos # queolégicos, En las excavaciones que hemos realizado en la Cueva 3 de Los To 0s en la capa 10 0 sea la correspondiente al Toldense antiguo, hemos hallado porcién de pintura roja y, aparte, dos fragmentos de corteza de roca que P recen contener restos de un dibujo rupestre, que se habrian desprendido ¥8 aquellos lejanos tiempos, Esto indiearia que en la Cueva 8 se habria empeaid a estampar estas pinturas rupestres alrededor de hace 11.000 afios, prdl mente con los negativos de manos que son préeticamente las Gnicas repre taciones que se advierten hoy en esa cueva. Esta datacién confirmaria la fi tesis de Menghin, aunque existiria también la probabilidad de que estas | ticas rupestres hubieran empezado algo antes, en e] Nivel 11, pues en esta mil caverna, en la capa 11, encontramos una poreién de pintura amarilla podia haber estado destinada para estos dibujos rupestres (Cardich i 1973:96). De confirmarse estos indicios habria que aceptar que los cad paleoindios que formaron e] Nivel 11 trajeron antiguos e incipientes pal en e] uso de los colores para estampar figuras en las paredes rocosas, Con posterioridad a estos hallazgos se han dado a conocer otros mientos arqueolégicos, perfectamente datados, que apoyan a estas prime! dencias sobre una alta edad en la tradicién de pinturas rupestres, Ur a de Gradin en la Cueva de las Manos en Alto Rio Pinturas de “un {ré de roca con pintura cere del techo del alero, de pigmentos naturales ¥ | turas se ejecutaron con anterioridad o que, cuando menos, son con con esa fecha, Los estilos vineulados son las escenas de eaza y algun de manos del mismo color ocre. Gradin ha dado cuenta también dl dataciones radiocarbénicas que orientan sobre la edad de las pintura mismo notable sitio con arte rupestre de la provincia de Santa Ctl a] excavar, un bloque desprendido apoyado en la capa 5 cuya edad al es de 3,380 afios BP; este bloque contiene pinturas en su parte fueron realizadas antes del desprendimiento. El otro hallazgo fue Il —164— en la provincia de Chubut, en el Alero de las Manos Pintadas, donde también’ 4parece un bloque desprendido apoyado en la capa 9, para cuya capa hay una fecha por Carbono-14 en base a muestra de madera y es de 2,610 aiios BP, en este bloque también aparecen pinturas de manos en negativo, que habrian sido Pintadas con anterioridad (Gradin y Aschero 1978: 246), Habiendo tocado el tema de la cronologia de estas pinturas, y conociendo ya la antigua data de sus inicios como tradicién y admitiendo una persistencia ‘mas 0 menos prolongada, cabe preguntarse hasta cudndo tuvo vigencia o si su Practica legé hasta tiempos recientes. Consideramos que es un punto ain no debidamente aclarado. Los datos histéricos y etnograficos, asi como los relatos e los viajeros de los siglos anteriores no encuentran referencias o indicios ‘sobre que estas practicas hubieran estado vigentes. Los indigenas interrogados ‘Muestran una ignorancia absoluta y no impresionan como los posibles autores ‘el arte rupestre. Asi, cuando el perito Francisco P. Moreno en su viaje a la Patagonia Austral en 1877 descubre unas pinturas en unas barrancas al borde lLago Argentino (provincia de Santa Cruz), no encuentra asidero para atri tbuir a los tehuelches Ia autoria de esas obras “que no tienen otra idea del dibujo ‘We las informes rayas y puntos que trazan al reverso de sus quillangos’ (Mo- To 1879: 350), cree més bien en la obra de hombres ante: mas perfectos intelectualmente, “de una raza extinguida y que quizds precedié a los indigenas ales” (Moreno, op, cit. 851). El mismo autor refiere que “habia ofdo ha- ia los indios, en mis excursiones por la Patagonia septentrional, de ciertas “Nernas habitadas por malos espiritus y también de algunas donde se distin- figuras trazadas ‘por mano de ellos’ en las sombrias paredes” (Moreno, cit,, 350). Esta linea de referencias también es interesante para indagar ‘fl tema. El mito de Elengasem de Patagonia septentrional, de un ente te- ible que habita en las cuevas, ha sido reunido en sus diversas versiones por autores, entre ellos Moreno (1876), Lehmann-Nitsche (1923) y mds itemente Casamiquela (1960) que analiza e] tema y destaca la versién ie este ente mitolégico serfa el autor de las obras rupestres. Empero la Orla de las versiones no aluden esta circunstancia y aun asi la adjudicacién Héseria posterior y distante de la realidad de los hechos, como sucede en mu- Ws otros pueblos, por ejemplo en los Andes peruanos, donde los nativos han 0 un topénimo que se repite en varios lugares para nombrar a cuevas feaiendo pinturas rupestres y es el de Diablomachay (cueva del diablo). En litado trabajo de Casamiquela cobran mayor relevancia los dibujos de una land, mestiza araucana-tehuelche, dofia Carmen Naweltripal, de un muestra- tlecorados de origen textil donde encontramos, como dice Casamiquela 60:6), “dibujos que nos son familiares a través del arte rupestre”, y que fesponden 2 los estilos de greeas, algunos a los de pisadas y de motivos sim- Este testimonio estaria sefialando, pues, alguna relacién con los dibujos Mstres ain cuando deriven de elas, y la posible persistencia de estos estilos impos recientes, como estimaba Menghin (1957: 75, 81). Mi concluir, creemos entrever dos momentos en la vigencia de esta tradi- arte rupestre en la Patagonia, uno, el mas antiguo e importante, en el contacto con e] blanco, particularmente en las regiones centrales y de Patagonia, pues en la Patagonia septentrional, al contacto con ieblos de mas al norte se produce un tenue segundo momento, de cardcter ttl y tal vez ya despojado de sus atributos principales, pues aparecen J mis bien vinculados a decoraciones de atuendos y de piezas alfareras al norte; y como testimonios més evidentes aparecen en el noroeste Mito algunos escasos dibujos de llamas cargadas que corresponderian a —165- los momentos de la expansién incaica y también siluetas de jinetes de los tiempos postcolombinos como los que encuentra Sénchez Albornez en Nahuel Huapi (1958-1959: 105). LOS COLORES EN LAS PINTURAS DE PATAGONIA: MONOCROMIA Y POLICROM[A En el conjunto de las pinturas patagénicas se puede apreciar e] uso de varios colores (rojo mayormente, luego negro, amarillo, blanco y escasament® verde y azul) y ademés se perciben diferentes tonalidades y matices de estos colores principales, los que ademas pueden haber variado con e] tiempo, Ahori bien, hay wn aspecto de gran interés que merece tratarse en el arte patagi nico y es el que se refiere a la monocromia o policromia de las composicion' Una rapida observacién nos hace concluir que la mayoria de estas pinturas son monécromas, ante todo cuando se consideran independientemente o aislad Sin embargo ante una observacién m4s atenta surgen también evidencias, aul! que en mucho menor cantidad, de dibujos con dos o mas colores, aparte de qué hay paneles policromos vistos en conjunto. En efecto, hay grupos de pinturas que se presentan a la observacién actual como conjuntos policromos aunque las nly dades son monécromas, esto generalmente debido a la yuxtaposieién o sobreit- posicién de figuras o pinturas monécromas de diferente color o tono en momelr tos mas o menos diferentes. Aunque hay también paneles, pintados tal vez P el mismo artista, por ejemplo con figuras de varios guanacos del mismo tamanl y disefio pero unos en rojo, otros en negro, en amarillo y por fin hay tambiéi en blanco como encontramos en una cueva de la estancia La Maria, de la pit vineia de Santa Cruz, En cuanto a las unidades de dibujos con dos 0 mas colores, pociemos emipe zar sefialando los motiyos que emplean dos colores. Entre estos tenemos mucli negativos de manos; en efecto, si bien los mas conocidos y difundidos son cromos, es decir de una tnica pintura coloreando el contorno de la mano, hién se ha dado e] caso de que muchas veces y previo a la aplicacién de la para el negativo, se pintaba la roca como pintura de base 0 de fondo, o se aD vechaba a veces para esto los colores de pinturas anteriores. Sobre esta base un color —tal vez con intencién estética y buscando contrastes més Ilamativds aparte de sus otras motivaciones que no conocemos— se practicaba la consa! imposicién de una mano para colorear con otro color el contorno, En Los Told hemos observado estas pinturas habiendo podido distinguir ocho principales com Dinaeiones de colores (Cardich 1977: 154, 155), sin reparar en los matic nores: a) base o fondo blanco y contorno rojo, b) fondo blanco y contorno mi ¢) fondo blanco y contorno amarillo, @) fondo rojo y contorno blanco, &) oscuro y contorno rojo claro, f) fondo rojo y contorno negro, g) fondo m contorno blanco, y h) fondo negro y contorno rojo claro (rosa). Haciendo, ahora, una nueva observacién general, esta yez con ¥ a los motivos dentro de las representaciones figurativas, podemos advert ramente que el motivo predominante es el guanaco, no sin razén pues tal delatan los registros arqueolégicos de excavaciones y las referencias de cil etnografico este camélido ha constituido el principal sustento a lo largo @ milenios. B] iandi (Rkeidae) ha intervenido también en buena medide 2 alimentacién de los cazadores de la Patagonia, sin embargo no esté reph tado proporcionalmente en las pinturas, y es poco lo que aparece si S® ttian las Namadas “pisadas” y las relativamente escasas figuras que eX! varios sitios, como las que hemos encontrado en la Cueva 6 de Bl Ceibo, @ aparecen siluetas de fiandt en rojo, magnificamente logradas. Otros ail aparecen escasamente representados, adem&s hay numerosas figuras doll — 166 — ee etna Ei eae ane Xepresentan, no és imposible que entre estas Eee eae mimales extinguidos, como la silueta de un animal en rojo d que los pobladores de Ia regién seflalan como la figura de un caballo, ee eee ean ee muy elements] y cualquier asignacién es dudosa. Las ae eo os estos animales que hemos sefislado aparecen predominante- Normalmente son sess oh egre, blaneo 0 amarillo y todas en diversos tonos. jos de: guanacos de de cmis, sin embargo se conocen tambien muy pocos dibue Redelfeoh Gace. Ba pee el que encuentra Gradin (referencia per- Estas romeo mantts: Alto Rio Pinturas, de cuerpo. rojo con filete blanco, excepeionalmonte open Honieas estan realizadas, por lo general, en tinta plana, ate ee az eS fuanaeo en disefios con linea fina de Fee ona Beery dibujo cn una cueva en la zona de encantey Satena e la pintura plana, Pensamos que se generaliza a par- ae pee Sea ee Ratan realizadas mediante trazos simples, que Retest ae ficas”, y cuando se ampliaron los dibujos continuaron ee oie julones ent tinta plans. En cuanto a las dimensiones de ficnen cscasos. canter nnes, existen siluetas de variado tamafio, desde las que timetros hasta dibujos de guanacos que se acercan al metro en su mayor longitud, y atin sobrepasandolo en algunos decimetros; siendo los mas comunes de 20 a 80 centimetros, Los motives humanos no son preponderan- tes, se los esquematiza demasiado, y en las escalas de conjuntos generalmente aparecen reducidos de tamano. El otro grupo de dibujos rupestres, no figurativos, como los motives aeo- métricos simples de lineas y puntos, y los abstractos de cardeter geométrico- ornamental, por lo general son monécromos, aunque hay también motivos poli- cromos y muy Iamativos, como los sefialados par Menghin en su estilo de grecas del norte de Patagonia, donde “hay pinturas en varios colores como cl que e0- rresponde a una pintura del sitio Paso del Sapo (Chubut) que incluye hasta 4 colores” (Menghin 1957: fig. 18, p. 74), Rodolfo Casamiquela da cuenta de pinturas en este mismo estilo “realizadas en 7 & 8 colores diferentes” (Casami- quela 1960: 34) hallada en la Sierra Apas, entre Rio Negro y Chubut, Asimismo Gradin da a conocer un motivo releyante de un estilo similar, ocupando el pancl central en el Alero Cardenas, provincia de Santa Cruz, donde “se combinan los colores rojo, amarillo, blanco y negro” (Gradin 1977: 30). También nosotros hemos encontrado dibujos lincales, incluidos en el estilo de “simbolos complica~ dos” de Menghin (1957: 77), particularmente sus series de rayas arqueadas, de las que aparecen en las cuevas de La Maria varios dibujos con 2 6 8 colores, Probablemente habran otros muchos motivos policromos sefialados en una biblio- grafia dispersa y muchos mas esperando ser deseriptos, Ahora presentamos una modalidad estilistica policroma (mas especffica- mente bicroma) de cardcter figurative (fig. 1). Su deseripeién y su impor- tancia prehistérica son tratadas més adelante. LA ZONA ARQUBOL6GICA DE EL CEIBO Se trata, de acuerdo a los rasgos mds relevantes, de una importante zona arqueol6gica de antiguos cazadores y recolectores. La presencia de numerosas muostras de pintura rupestre en sus cuevas y reparos, sumada a la excepcional riqueza en implementos Iftieos, que se advierten en la superficie de grandes extensiones, como no es comtin en otros yacimientos, estarfa, pues, configurando uno de Jos centros prehistéricos més notables del continents. Se encuentra en la provincia de Santa Cruz (fig. 2), aproximadamente a 150 kan al noroeste de Puerto San Julién y a 48°S1' de latitud sur y 68°45’ de longitud oeste, esto es en Ia llamada mexeta central patag6nica. —167— ‘OQ19D IS 9p q9 BAND UI Us CYacop opel [oP wpeurUL posed uy US VaqusHoUD oS *efod eI] xtnfpuL WIS oBie, ap ur ost SPIWE “cueotieure ee8y, o Genet un opueiuseedtea wize\ws end ooiescrenerreatcee ata — 168 — Ja presencia de excelenies manantiales en la pendiente, esi como de abun- Mies arbustos lefiosos aptos como combustible en los aledafios, y de extensas on una rica fauna de guanacos y fiandues atin ahora y que probable- Mente fue igual o més rica en la antigiedad, sumada a la presencia de] caballo Mist6rieo en el Pleistoceno final, y ante todo le existencia de estos accidentes de euevas y repéros para el uso del hombre, naturalmente constituyeron #7803 atractivos para los antiguos habitantes de la regi sector principal de los yacimientos en El Ceivo se sittia en el lado septen- de un bajo de varios kilémetros de didmetro, y en cuyo fondo hay una ima ocupando el centro de dicha cuence de drenaje centripeto (fig. 3). La Indidad de este bajo es de 65 ™m, por le que corresponderfa a los bajos del Winnen” de acuerdo a las sistematizaciones que ha presentado Fidalgo 131). itro de la meseta central patagéniea esta el antecedente de otro yaci- el de Los Toldes, situado aproximadamene a 150 km e! norte de El €l amplio perfi] dele Cueva 8 de Los Toldos se ha identificado una atqueolégica que se inicia en las postrimerfas del Pleistoceno y se hasta tiempos mAs 0 menos recientes, con la sucesién de cuatro prin- iveles culturales, alternadcs con hiatos (Cardich y otros 1978; Cardich a@tdich 1978), Trez fechados por Carbono-14 obtenidos en muestras de —169—

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