NEC Wopd\NGS ( e008
)
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Buenos Aires |
2, Cuidado y educacién moral
El aumento del interés por la/educacién moral! en
os tiltimos afios generé un acalorado debate entre los
educadores de la moral. Al didlogo entre el evolucionis-
mo cognitivo y Ia educacién del caracter (Nucci, 1989)
se sums la ética del cuidado como una perspectiva de
la educacién moral (Noddings, 1984, 1989, 1992). Por
tener sus raices en el feminismo y en el naturalismo
pragmtico, y por ser la educacién moral su principal
objetivo, la ética del cuidado interesa tanto a los edu-
cadores como a los fildsofos.
La ética del cuidado y sus origenes
Al igual que la ética deontoldgica (la étiea del deber
y el derecho), la ética del cuidado nos habla de la obli-
gacidn. El sentimiento de que «yo debo» hacer algo
aparece cuando alguien se dirige a nosotros. Este ~
debo» nace del encuentro directo, como preparacién de
la respuesta. A veces, como cuidadores, asistimos y
respondemos porque deseamos hacerlo: amamos a los
que nos piden algo, o sentimos simpatia por ellos, o el
pedido es tan acorde con nuestra vida cotidiana, que
no nos crea ningtin conflicto interior. Asimismo, quie-
nes reciben el cuidado responden de un modo que nos
hace saber que lo recibieron. Cuando esto sucede, de-
cimos que la relacién, el episodio 0 el encuentro es de
cuidado natural. El «yo debo» expresa un deseo o una
inclinaci6n, no un reconocimiento del deber.
39En otras ocasiones, el «yo debo» inicia
una resistencia interna. Reconocemos la
otro y simulténeamente nos resistimos;
z6n —por la antipatia que nos inspira
nuestra propia fatiga, por la magnitud
dad—, no queremos responder como ¢
esos casos debemos recurrir a], ¢ttid ado
preguntarnos cémo actuariamos si el oF
agradable o alguien a quien amamos, si
mos cansados o sila necesidad 0 Sve.
hacerlo, recurrimos a Un ideal 6tiCO: 2
cuerdos de cuidar y ser cuidados que
manifestaciones de lo mejor de nosotro:
nuestras relaciones. Utilizamos lo nece:
tener ese «yo debo» original.
‘Ahora bien, gpor qué debemos hacer
gp0r qUé FecOnOCeMOS NUCH EO
faéramos kantianos, situariamos el ori
obligacién en la raz6n, en un compromi:
aon etest elvrdiey Dee nk Va Ca, Ua
tamos nuestra obligacién porque valor
nalidad del cuidado natural. Bl cuidad
siempre establecer, restaurar o mejorar
cién en el cual respondemos librement:
mos hacerlo.
‘La ética del «nidado nore
namiento. Guan'lo cuidamos, tenemos
de la razén para decidir qué hacer y c
manera de hacerlo. Nos esforzamos po!
tes porque queremos atender tan bie:
posible a quienes reciben nuestro cuid:
nos motiva no es la razén. Lo que nos
gar el cuidado natural es ¢] sentir ===
En el cuidado ético, este sentimiento es
modo que dabe sar reforzado par un sei
nuestro propio yo ético.
Kant subordinaba el sentimiento a
tia en que sélo tienen valor moral los a
40pias virtudes, quien recibe el cuidado puede sentirse
relegado, El receptor doja de ser el centro de la aten-
cién, que es ocupado entonces por una virtud —ser
paciente, generoso o alegre—, lo cual pone en peligro
Ja relacin de cuidado.
‘A partir de esta brove exposicién de la ética del cui-
dado, podemos ver que su esencia es la educacién mo-
ral. Primero aprendemos a recibir el cuidado, a res-
jpondeF a los esfuerzos carifiosos de cuidado de sna
manera qtié fortalezca ésos esfiierz08. Un nifio apren-
dea Sonrefrle a quion lo cuida, y esta respuesta com-
place al cuidador de modo tal que este no puede sino
empefiarse atin mas en despertar sonrisas. El cuida-
dor y el receptor del cuidado establecen una relacién
mutuamente satisfactoria. Més tarde, el nifio aprende
a cuidar a otros: a consolar a iin bebé que llora, a prote-
ger aun gatito, a hacerle una caricia a una madre tris-
te o cansada al mismo tiempo que murmura: «jPobre
mamita!>.
‘Asi, ol origen del cuidado que prodigan los adultos
es doble. Debido a que nosotros (los que tuvimos esa
suerte) hemos podido disfrutar de relaciones de cuida-
do desde el nacimiento, a menudo respondemos en for-
ma natural a los demas ofreciendo cuidado. Cuando
necesitamos servirnos del cuidado ético, recurrimos a
un ideal ético constituide por nuestros recuerdos del
cuidado que hemos dado y recibido, Por eso. la ética del
cuidado puede ser vista como una forma del naturalis-
mo pragmatico. No presupone una fuente de vida mo-
ral distinta de la interaccién humana real. No depen-
de de dioses, de verdades eternas, de una naturaleza
humana esencial ni de pretendidas estructuras subya-
centes de la conciencia humana. Incluso su ontologia
relacional se basa en algo observable en este mundo: el
hecho de que el «yo» se define por su relacién, de que
ninguno puede ser un
cas de cuidado. Sin embargo, este requisito, de por si,
no garantiza que los estudiantes vayan a cuidar, asi
como asistir a clases de algebra no garantiza que apren-
deran algebra. El servicio comunitario debe ser to-
mado en serio como una oportunidad de practicar el
cuidado. A los alumnos se les debe asignar tareas
acordes con sus intereses y aptitudes. Las personas de
quienes aprenden deben ejemplificar el cuidado de
modo eficaz, 0 sea, deben ser eapaecs de desplazar eu
atencién con delieadeza y consideracién de aquellos a
quienes cuidan hacia aquellos a quienes ensefian. Los
BLalumnos también deberian participar en un seminario
regular en el que puedan dialogar sobre sus pricticas.
El tiltimo componente de la edueacion moral segin
la perspectiva del cuidado es la confirmacién. Confir-
mar a los otros es poner de manifiesto sus mejores cua~
lidades (Buber, 1958/1970). Cuando alguien realiza
un acto que es (a nuestro juicio) poco ético 0 poco com-
pasivo, nuestra respuesta (si tenemos en mira una
confirmacién) consiste en atribuirle el mejor motivo
posible concordante con la realidad. Al empezar de es-
ta forma, atraemos la atencién del receptor del cuida-
do hacia lo mejor de si mismo. Confirmamos al otro
mostrandole que creemos que el acto en cuestién no
refleja plenamente a quien lo cometié.
Bn la ética del euidado, la confirmacién es muy dis-
tinta del esquema que encontramos en muchas formas
de educacién religiosa: acusacién, confesién, perdén y
penitencia. La acusacién tiende a alejar a quien cuida
de quien recibe el cuidado; por lo tanto, puede debilitar
la relacién. La confesién y el perdén implican una rela-
cidn de autoridad y subordinacién, y pueden impedir
que los transgresores asuman plenamente la respon-
sabilidad de sus actos. Ademés, la confesién y el per-
dén pueden eer ritualizados. Cuando asi sucede, no se
da un auténtico didlogo. Lo que ocurre no depende de
Ja relacién entre quien da y quien recibe el cuidado, y
Ja interaccién no esta dirigida a reforzar la relaci6n,
Por lo tanto, tiene poca incidencia en la construccién
de un ideal ético, tanto para el uno como para el otro,
puesto que ese ideal se forma reflexivamente a partir
del recuerdo del cuidado que se ha dado y recibido.
‘La confirmacién no es un acto ritual que cualquier
persona puede realizar para cualquier otra. Requiere
una relacién. Los cuidadores tienen que comprender a
quienes cuidan lo suficientemente bien como para sa-
ber qué es lo que estos intentan lograr. Atribuir el me-
jor motivo posible concordante con la realidad requie-
re el conocimiento de Ja realidad. No podemos simple-
52
mente.extraer un motivo de la nada, Cuando identifi-
camos un motivo y lo usamos en la confirmacién, el
que Técibé el Guidado deberia reconoser que ese fue, en
efecto, su motivo: «(Eso es lo que estaba tratando de
hhacer!». Es tranguilizador y maravilloso comprobar
que otro ve lo mejor de nosotros, lo que a menudo pug-
na por ser reconocido detrés de nuestros actos mas ba-
jos y de los aspectos mas débiles de nuestro yo.
‘Temas filoséficos
El modelo de educacién moral del que trata esta
obra se basa en la ética del cuidado. Esta ética contie-
ne un elemento de universalidad. Comienza con el re-
conocimiento de que toda la gente, en todas partes,
quiere recibir cuidados. La universalidad se diluye
cuando tratamos de describir con exactitud qué signi-
fica cuidar, pues las manifestaciones del cuidado difie~
ren a través del tiempo, las culturas e incluso los indi-
viduos. En escenarios y situaciones parecidos, una
persona puede reconocer como cuidado una fria mani-
festacién de respeto, mientras que otra se sentir des-
cuidada si no recibe un célide abrazo.
Por tener origen en los atributes y acontecimientos
naturales, el cuidado puede ser identificado apropia-
damente con el naturalisiro pragmatico. John Dewey
comenzé su pensamiento ético con la observacién de
que los seres humanos son animales sociales y desean
comunicarse. La ética del cuidado empieza con el de-
seo universal de ser cuidado, de establecer una rela-
cién positiva por lo menos con algunos otros seres. Ad-
vertimos que los seres humanos otorgan un gran valor
a estas relaciones, y nuestro «deber» mas importante
aparece como algo instrumental: si valoramos estas
relaciones, entonces tenemos que compurlurnos de
manera tal que podamos crearlas, conservarlas ¢ in-
crementarlas,
53Cuando Dewey completé su teoria moral, pass répi-
damente a la solucin de problemas (sin duda, una
meta de la comunicacién), Cuando nosotros completa-
mos una ética del cuidado, nos centramos en las nece-
sidades y en las respuestas indispensables para man-
tener las relaciones de cuidado. No hay motivos para
interpretar que esta diferencia pueda estar vinculada
con el género, pero es posible que la predisposicién por
el cuidado surja en forma mAs natural y plena del tipo
de experiencia que tradicionalmente se asocia con las
mujeres. El propio Dewey sefialé una vez que cuando
las mujeres comenzaran a hacer filosofia, casi con se-
guridad lo harian «en forma diferente». Esta observa-
cién no implica en modo alguno que una diferencia de
género deba dividir para siempre el pensamiento filo-
s6fico. La influencia mutua y la reciprocidad erftica
pueden producir modelos que incorporen elementos de
ambas perspectivas. Sin embargo, podrfan pasar mu-
chos afios antes de que las filosofias femeninas se de-
sarrollen por completo. :Llegaremos al mismo lugar,
s6lo que por un camino diferente? gO transitamos un
camino que nos Tlevaré a un lugar diferente? Estas son
preguntas fascinantes para la filosoffa moral contem-
pordnea,
Si bien hay un elemento de universalidad en la éti-
ca del cuidado, no podemos afirmar la universalidad
de un modelo.especifico de educacién moral. Tidos los
educadores morales incorporan el modelado y ia pra
tica en sus programas educativos, pero muchos recha-
zan la confirmacién, y hay quienes rechazan el papel
central que se asigna al didlogo y destacan en cambio
el mando y la obediencia. Para los partidarios del cui-
dado, la falta de universalidad no es una desventaja.
Por el contrario, muchos creemos que la insistencia en
modelos universales es una forma de arrogancia cul-
tural. A propésito de esto, discrepamos de los kohlber-
gianos al menos en dos aspectos: primero, no vemos
ninguna raz6n para creer que las personas deban, en
Ba
todos lados, pensar exactamente lo mismo acerca del
cuidado o manifastarlo en forma idéntica; segundo, si
bien hacemos hincapié en la accién inteligente, recha-
zamos el enfoque estricto en la razén. Lo que distingue
alos agentes morales bien desarrollados no es simple-
mente el nivel y la fuerza de su razonamicnto, sino los
efectos reales de su comportamiento en las relaciones
de las que forman parte. Ademds, no es tanto el desa-
rrollo de los agentes morales individuales lo que nos
interesa, sino el mantenimiento y el crecimiento de las
relaciones morales, lo cual marea una gran diferencia
(Belenky et al., 1986; Gilligan, 1982).
‘Los partidarios del cuidado cuestionan también,
ciertos aspectos de la educacién del caracter. Aunque
compartimos con los aristotélicos, y con otros que se
Haman a si mismos comunitaristas, la conviccion de
que la filosofia moral moderna hace demasiado hinca-
pié en los agentes morales individuales que luchan en.
completo aislamiento con problemas morales resolu-
bles logicamente, nos preocupa el énfasis de los aristo-
télicos en el rol o la funcidn social. Ese énfasis puede
llevar a jerarquias de virtudes y exigencias de lealtad
inquebrantable a la Iglesia o el Estado. Se espera que
Mderes y seguidores, hombres y mujeres, jefes y em-
pleados posean distintas virtudes. Ademés, los mode-
jos educativos tienden a basarse en la suposicion de que
Jas comunidades pueden Hegar a un consenso respecto
de ciertos valores y/o virtudes, y esto quiz no sea po-
sible, excepto on comunidades fuertes y tradicionales.
‘A principios del siglo XX, la Liga para el Desarrollo
del Caréeter traté de inculcar en todos los alumnos
una larga lista de virtudes, que inclufa la obediencia,
la laboriosidad, la pureza, la confianza en si mismo, la
valontia, la justicia y el patriotismo (White, 1909). Pro
bablemente, tanto los kohlbergianos como los parti
darios del cuidado coincidan en que los alummnos de las
escuelas deben tener muchas oportunidades para ha~
blar de esas virtudes, y en que deben leer y escuchar
55historias inspiradoras que ilustren el ejercicio de la
virtud. Pero basarse en el consenca de una comunidad
equivale a apoyarse en un muro construido con mate-
rial endeble y pintado de colores brillantes. Si bien to-
dos reconocemos Ia importancia de la sinceridad, es
muy probable que no estemos de acuerdo en lo que res-
pecta a sus limites 0 a la forma en que se manifiesta.
Mientras que Kant no nos hubiera permitido deci
una sola mentira y Charles Welsey aprobaba aquella
declaracién del padre de la Iglesia: «no dirfa una men-
tira deliberada ni siquiera para salvar a todas las al-
mas del mundo» (véase Bok, 1979, pag. 34), la mayorfa
de nosotros mentirfa sin pensarlo dos veces para sal-
var una vida oun alma, o incluso para no herir los sen-
timientos de alguien, si al hacerlo no causéramos un
dafio mayor. De hecho, podriamos sentirnos obligados
moralmente a mentir
Desde la perspectiva del cuidado, quizé podamos
empezar con un consenso aparente, pero también con
la intencién, aceptada abiertamente, de descubrir y
evaluar nuestras diferencias legitimas. La necesidad
de hacer esto —de responder al deseo universal de cui-
dado, ya sea por respeto, por amor, por disposicion a
ayudar o por comprensién— pone de relieve la impor-
tancia fundamental del didlogo. Tenemos que hablar
entre nosotros. A veces logramos éxito en persuadir a
los demés, a veces nos persuaden a nosstros, ya veces
simplemente nos ponemos de acuerdo en que debemos
seguir adelante aunque subsistan nuestras diferen-
cias ideoldgicas. Si no investigamos lo que subyace a
un consenso aparente, nos arriesgamos a silenciar vo-
ces divergentes y creativas. También nos arriesgamos
@ permitir que un grupo de autoridades poderosas es-
tablezea un conjunto determinado de virtudes y valo-
res aprobados.
E] principal interrogante en el debate actual sobre
la introduccién de la ensefianza de los valores es aquel
que formulé anteriormente: {los valores de quién? Un
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grupo exige que sean los suyos; otro, que se los deter-
mine por consenso. Los tedricos del cuidado responde-
rian: los valores de todos. Pero, como los cognitivistas,
someteriamos todos los valores a un cuidadoso escruti-
nio critico y, al igual que los educadores del cardcter,
insistirfamos en que fueran tomados en cuenta los
efectos de nuestras opciones en nuestras comunidades
y los efectos de nuestras comunidades en nuestras op-
ciones. Procurarfamos que nuestra comunidad (na-
cién, pueblo, aula, familia) fuera importante y trata-
ramos de socializar a nuestros hijos segin las normas
establecidas. Pero lo hariamos con respetuosa incerti-
dumbre, fomentando la pregunta por qué?, y recono-
ciendo que es nuestra responsabilidad presentar alter-
nativas opuestas de la manera més honesta posible. A
pesar de las discrepancias, a veces insalvables, que
puedan surgir, los alumnos no deben olvidar que Ia
meta primordial de la vida moral es encontrar, aten-
der y responder A Ta necesidad de euidado.
Haste recordatévid esta dirigido también a los educa-
dores morales. Si bien son muchas las cuestiones re-
lacionadas con la filosofia moral y la psicologia sobre
las que no estamos de acuerdo, como educadores tene-
mos una meta comun: contribuir a la educacién moral
de alumnos y maestros. Y si es esa nuestra meta, tam-
bién deberfamos rechazar el modelo bélico y adoptar
un modelo de didlogo auténtico y constructive.
Eaicn pie Culonia
prodlide 4
addare |
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Pett e
a) |
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