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Ano VI, numero 18 Agosto de 1983 $a15 REVISTA DE CULTURA CULTURA NACIONAL, Beer a Halperin CULTURA POPULAR Garcia Marquez y la cultura popular Definiciones y problemas de la politica y la historia Cuerpo y escritura de cultural en la Argentin = Marx y América Latina: Taices de un desencuentro Sobre ideologia y discurso politico; el fantasma de Althusser Modelo del estado En torno de la cuestién ganizativas, sus temas y burocratico-autoritario cultural se han desplega- _modalidades; y de la cul- do posiciones que refle- tura de los intelectuales, xionaron sobre la Argen- que no coincide siempre tina como naci6n, sobre con la dominante y que las relaciones entre esta- ha ido trazando un perfil do y sociedad, sobre el particular de la forma- Poder de las representa-cién argentina. Se trata ciones simbolicas, sobre también del casi cente- las redes que transmiten nario debate entre cos- la hegemonia cultural y mopolitismo y naciona- las formas de resistencia _lismo, en el que se juega esa hegemonia, No se hasta hoy un programa trata, entonces, sdlo de de lo que la cultura debe la cultura ‘alta’, sino tam- ser, junto con el cuestio- bién de las practicas po- _namiento ola afirmacion Daniel Moyano y las pulares, sus formas or- de grandes mitos nacio formas del exilio en la nales, novela DE NIST. a REVISTA DE CULTURA. Ano VI, numero 18 Agosta de 1983 Consejo de Direccién: Carlos Altamirano Maria Teresa Gramuglio ilda Sabato Beatriz Sarlo Hugo Vezzetti Directora: Beatriz Sarlo Diagramaci6n: Carlos Boceardo ‘Suscripciones Argentina, un afio 45 Sa Exterior, 6 ndmeros (correo aéreo), 25 USS Punto de Vista recibe toda su correspon- dencia, cheques y gitos a nombre de Bea- triz Sarlo, Casilla de Correo 39, Sucursal 49 (B), Buenos Aires, Argentina. Punto de Vista fue impresa en los Talleres Gréficos Litodar, Brasil 3215, Buenos Aires. Hecho el depésito que marca la ley. Registro de Ia propiedad intelectual en tramite. MATERIALES DE DISCUSION: CULTURA NACIONAL Y CULTGRA POPULAR La formacién cultural de 1a Argentina estuvo signada invariablemente por Ia presencia de fuertes voluntades politicas. Asi, la cuestin cultural no parece haber sido sdlo el tema de un debate académico, aunque se realizara en el marco de instituciones universitarias, sino mas bien opor- tunidad para el despliegue de posiciones que, junto con la cultura, esta- ban reflexionando sobre la Argentina como nacién, sobre los nexos entre estado y sociedad, sobre las relaciones de poder de las que la cul- tura no era sino una de sus manifestaciones, En 1835, ya se pregunta- ban Gutiérrez y Alberdi sobre qué bases lingiisticas, filosoficas, esté- ticas fundar una cultura argentina. La pregunta, casi un siglo después siguié conservando su vigencia y desde el Martin Fierro anarquista al Martin Fierro de ta vanguardia la cuestion siguié estando abierta, Pero no s6lo en el espacio de Ia cultura ‘alta’: las organizaciones politicas, sindicales, barriales, populares de los primeros cuarenta aflos de este siglo incidieron con sus pricticas y nuevas modalidades instituciona- les en la conformacién de zonas —subordinadas, es cierto-- de la cultu- ra argentina. El peronismo puede decirse que galvanizé nuevamente posiciones: es as{ que durante toda la década del sesenta y comienzos de la siguiente, intelectuales de diferentes procedencia ideolégica y politica disputaron el derecho a definir los rasgos que serian esenciales a una cultura ‘nacional’ o ‘nacional-popular’ 0 ‘popular’, segin tos casos. Los nombres de Jauretche y Hernandez Arregui se agregan desde esta perspectiva a los de Rojas, Martinez Estrada o Agosti. Los materiales que se publican a continuacién intentan hacerse cargo de algunos temas del debate, desde perspectivas vinculadas a reflexio- nes € inyestigaciones en curso. A ellos nos parecié util agregar un en- sayo del uruguayo Carlos Real de Azia en donde se puede leer segura- mente un profundo esfuerzo de desmitologizacién de la problemitica. Punto de Vista CCultuta nacional y cultura popular/3 BEATRIZ SARLO La perseverancia de un debate Como categoria ‘lo popular’ tiene la singularidad de abrirse, por lo, menos en Ja Argentina, hacia zonas inevitablemente contenciosas, {De qué se habla? {De ob- Jotos que por su origen, por sus rasgos, Por su consumo, por su mundo de ideas, Por su lenguaje, son populares? :De una tradicion, quizds? De Iineas que se en- trecruzan con otras, muchas veces opues- tas? {0 nos referimos mas que a objetos, 4 pricticas sociales en las cuales esos objetos extin implicados? Categoria incémoda, en lugar de de- finir un dmbito suscita una serie de pro- bblemas: mds que una categoria de obje- tos seri preciso pensarla como una di- ‘mension del mundo simbélico. Dimension dotada de una singularidad suplementa tia: su inestabilidad esté relacionada con otras dimensiones de este mundo. En la Argentina, especialmente con ‘lo. nacio- nal’, Digamos, en primer lugar, que ésta también se manifiesta como una rela- cién no siempre pacifica y que solo el fy-esfuerzo por establecer tradiciones cultu- | rales que incluyan ambas dimensiones | produce la alianza de lo nacional y 10 “e-fopular en pricticas, discursos y objetos que ni por su funcién, ni por sus rasgos, ni por la historia de su recepcién, la le- gitiman siempre. Sinonimizacién de ‘na- ional’ y ‘popular’ que, tomada irrefle- xivamente en todas sus consecuencias, puede llegar a afirmar que discursos ‘na: cionales’ reaccionarios y_antipopulares como el de Leopoldo Lugones pertenecen ala misma genealogia popular que el ‘Martin Fierro, que 4 Lugones le sirve de objeto de reflexion. El ejemplo no es ar- bitrario: al releer uno de los textos funda- dores del nacionalismo populista en el campo de la cultura, como mperilis mo y cultura de Hernandez Arregui, se comprueba con facilidad la benevoien- cia excesiva hacia Lugones y Galvez, en tanto escritores ‘nacionalistas’, y el encono que despiertan los proyectos democratistas populistas de Boedo, por- que serfan manifestaciones poco atentas @ la dimensién nacional de la cultura. Hemnindez Arregui razoné la cultura desde la politica, Fue la politica la que le proporciond enemigos, aliados, héroes, a cuyo modelo la cultura argentina se adaptarfa con una docilidad que pone en dudas por lo menos sus dimensiones mas especificas. Agréguese a esto que no siem- pre resulta aceptable Ia version de la po- Iitica que proporciona su patrén a la orga- nizacién de los hechos culturales. Y, como complicacién suplementaria, la idea de que es posible trazar lineas culturales univocas que definirfan, desde la colonia hasta la fecha, el mundo de las represen- taciones simbélicas y de las pricticas cortespondientes. Un proyecto animado Por esta confiada ambicion se demuestra, por lo general, poco sensible a las parti- cularidades, a los matices y, a menudo, a la empiria misma, Geneaiogias nacional- populares, genealogias ‘liberales’ o genes- logias ‘progresistas’ se necesitan mutua- mente porque unas no pueden armarse sin el espejo de las otras: han sido mani- festaciones ideoldgico-politicas en el espa- cio de la cultura. Este dltimo rasgo no desanima, por supuesto, a quien no pre- tenda una feutralidad imposible. Pero no hay razén para optar por ésta 0 por una no menos hipotética objetividad transocial. Es necesario pensar una rela- ci6n critica que esté en condiciones de desagregar estos linajes cultural-politi- ‘coe, sin olvidar, al mismo tiempo, que su eonstruccién ha respondido a imperati vos y necesidades del campo intelectual y del debate ideologico, y que, en tanto Tespuesta a esos requerimientos, los li: najes han sido no $610 cristalizaciones que distribufan los lugares y los sujetos del pasado cultural, sino elementos acti- vos en la produccion de nuevos discur- 808 y representaciones. En su calidad de clementos activos del sistema estético, Jos linajes culturales tienen el derecho de set juzgados por lo que producen: obras, pricticas, figuras de escritor o de artis- ta. En tanto Iineas de interpretacion historiogréfica (que, ademds, tienden a dividir el campo de la cultura segin trin- cheras cuya I6gica responde casi obsesi- vamente a la del conflicto politico) estén sometidos, como otros discursos, a las prucbas de Ia empiria, la argumen- tacién y el andlisis de sus presupuestos. EL gesto de trazar un linaje tiene, casi siempre, algo de anacronico, en a medida en que el pasado se valora y se juzga desde la perspectiva fundadora del presente: el 17 de octubre reseman- tiza a la Vuelta de Obligado y Perdn Tesemantiza a Ytigoyen y a Rosas; del mismo thodo, el peronismo de Manuel Gilvez contribuyé a que se lea sin en- ‘cono su nacionalismo catdlico de ins- piracin francesa; inversamente, el anti- eronismo de Martinez Estrada es res- ponsable de que se desvanezea una de las acusaciones mas formidables sobre la constitucién de la Argentina moder- na y su consolidacion territorial basada en las expediciones a lo que se deno- mind, negando al indio, “el desierto” Canal Feij6o sefialaba el anacronismo del nacionalismo cultural cuando se reivin- dicaba hispanista, como si la imposicién do Ia cultura espaftola hubiera operado sobre un espacio vacfo; en este caso, por cierto remote, el nacionalismo se demuestra menos ferezmente anticosmo- polita, que cuando se trata de evaluar los datos de importacién cultural que le son ‘contemporéneos. Los linajes traducen una doble preten- sin: la de organizar el pasado en funcién del presente (y de sus necesidades poli- ticas) y, al mismo tiempo, excluir otros linajes del campo de Ia legitimidad cul- tural. En este sentido,-el caso argentino es particularmente ilustrativo, por Ia ni- tidez del enfrentamiento entre sus parti- dos culturales, que suelen intercambiar acusaciones casi simétricas, Tomemos la de cosmopolitismo, que es una deno: minacién compleja: adjetiva no s6lo la actividad de ‘importacién’ cultural sino 4 [Cultura nacional y cultura popular Punto de Vista Ia ilegitimidad de esa prictica, en la me- dida en que el cosmopolita desplazaria materiales productivos nacionales que, erronea 0 perversamente, juzga insufi- ientes; opta no sélo por lo extranjero frente a lo nacional, sino. por lo no po- pular o, dicho fuertemente, por lo anti- popular: lo extranjero es, desde la pers- pectiva que se afirma como tinica nacio- nal, una méquina ideoldgica de conspi- racién contra las fuentes populares de la cultura, La satanizacin del extranjero, caracteristica del nacionalismo blanco de las primeras décadas de este siglo, en- contraba su razén en que cuestiGn na- cional y cuestién social aparecerfan conjuradas por el inmigrante obrero que se establecia en Buenos Aires; un poco mds tarde, el nacionalismo antimperia- lista alters el sistema de equivalencias y Jo extranjero qued6 adherido al capital inglés y los considerados sus aliados lo- cules; ya en los sesenta, las teorfas de- pendentistas se proyectaron desde la economia sobre el campo cultural, La hipdtesis de la “dependencia cultural” se convirtié en principio omniexplica tivo que, en esta ocasién, tuvo la vir- tud de ser utilizado tanto por intelec- tuales de izquierda como por los de la zona nacional-populista. Lo que estuvo en debate en estos tres momentos fue, en realidad, un mismo derecho: el de tutelaje sobre 1a importacién cultural. En este sentido, el Burke de Rosas no es menos extranjero ni_menos reaccio- nario que el Cousin de Echeverria, pero, detris de la escena, se sopesan las inten- ciones y, caso a incorporar al manual de zonceras argentinas, se dice tranqui- lizadoramente: “cosmopolitas son los otros” (los otros: quienes leen otros libros extranjeros y arman otro siste- ma de traducciones).. El del cosmopolita es un lugar, no un conjunto de rasgos estabilizados, sino mds bien una pretension a la legitimi- dad ideologies y cultural que pone en cuestién otras pretensiones, En la Argen- tina del siglo XIX, un sintagma politico célebre unié las cilificaciones de salvaje y extranjero; sesenta aflos después, Ia barbarie interna pasaba a estar consti- tuida por el inmigrante y por su cultu: ra politica, y el salvaje seguia siendo en consecuencia un extranjero. La revista ‘Martin Fierro y las del grupo de Boedo intercambiaron simétricamente la acu- saci6n mutua de cosmopolitismo, por que traducfan y producian a partir de sistemas literarios, aunque igualmente extranjeros, diferentes; y porque la len- gua de los “escritores sociales” no les parecia suficientemente argentina alos de Ja vanguardia. Hasta hace unos pocos afios, se consideré mas alejado de la di- mensién cultural popular al criollismo urbano de vanguardia producido por Borges en los veinte, que el casi contem- pordneo de Homero Manzi. La explica- cién de esta opcién incomprensible, es Punto de Vista ‘Cultura nacional y cultura popular/S exterior a Ia literatura, porque los lina- Jes culturales son alternativas donde la ideologia y Ia politica reclaman su de- echo sobre el campo de los bienes y Tepresentaciones simbélicos. Derecho que mo puede menos que reconocerse en la medida en que su discurso sea ex- ito y la modalidad de su interven- ‘no implique la tendencia imperial de la ratio politica a pulverizar otras razones. La otra oposicién que define linajes es la de (segiin una de las formulas ca- nénicas) cultura de elite y cultura popu- lar. Nuevamente en este caso, el con- cepto de dimension popular de la cul: tura, que se propuso mds arriba, tiene la ventaja de no presionar al andlisis 0 4 Ia historia cultural a presuponer una sustancia popular cuya realizacion en los bienes simbélicos crearfa un conti- nente homogéneo y excluyente. Esté bien lejos de serlo, salvo que se presu- ponga al, pueblo como una entidad homogénea, un sujeto colectivo posee- dor, por naturaleza, de cualidades in- manentes, en lugar de un espacio, frac- turado hist6ricamente, en el que se com- binan las tendencias a la autonoméa con discursos y pricticas provenientes de la hegemonfa ideoldgica y cultural de otros sectores sociales; un espacio también fucturado por especificaciones que sur- gen de Ia existencia de minorfas sexuales, generacionales, geogréficas, étnicas, que han producido y siguen produciendo di- ~ ferentes modalidades de apropiacion de Jos bienes culturales. En resumen: una jentidad que se define y se reforma, —precisamente, en su proceso de construc- cién. La oposicién cultura de elite-cultura popular presupone, con la misma falta de razones, 1a estabilidad de la elite y, Jo que es quizés més grave, también su homogeneidad ideol6gica y estética. A un campo intelectual como. el argentino, caracterizado por la variedad y, a menu- do, la inestabilidad de las fracciones, es dificil magnetizarlo, si se quiere con- servar cierta fidelidad s los hechos, en dos grandes bloques. Deberfa ser posi- ble discriminar elementos heterogéneos tramados en un mismo discurso; también la variacién de una misma forma inclui- da en sistemas discursivos e ideologicos pli diferentes hace posible la copresencia de distintas estrategias de apropiacion cultural, Un registro que organice Ia cultura segin un modelo esquemético incluso para sociedades més simples que Ja argentina, tiende a concebir a los obje- tos culturales como espacios inertes tanto hist6rica como sincrOnicamente, Renun- ciar a la oposicién simple cultura de elite- cultura popular no equivale por supuesto a ignorar que ciertos discursos y pric- ticas requieren, por su sofisticacién, un conjunto de destrezas que es condicién social de su consumo; tampoco equivale 4 afirmar que en la cultura argentina no exista, junto con lo que hemos propues- to lamar dimensién popular, una flexion hipercultivada, cuyos contenidos ideol6- gicos no son, por otra parte, necesaria- mente antipopulares. O a Ia inversa, for- mas discursivas compuestas sintonizando Ja dimensién popular, cuyos materiales ideologicos son una muestra de reaccio- natismo politico o moral. Es grave, también, pasar por alto el curioso fend- ‘meno por el cual, en la Argentina, Ia cul- tura dominante ‘no es invariablemente cultura de elite, ni se confunde con la cultura de los sectores mas avanzados del campo intelectual, no importa cudl fuera su peso relative en el interior de éste. Inversamente, Ja cultura hegem6- nica (que ficilmente se confunde con cultura de elite) no ha demostrado. sino ‘su capacidad para degradar y empobrecer las tepresentaciones, mitos y pricticas de la elite cultural, incluso de la elite cultural tradicionalmente considerada —simplificando lo que es de por sf com: plicado— parte de Jas clases dominan- tes. Para intentar 1a desagregacién de los linajes. cultursles, y una rectasificacién de su espacio, es preciso, entonces, re- nunciar a algunos presupuestos: 1. el de una ‘identidad popular’ inmutable y sustaneial, que se manifestaria en una Kinea continua en el campo de Ia cultu: ra; 2. simétricamente, el de una elite in telectual, despojada por definicién de las dimensiones nacional y popular; 3. el de una simbiosis inevitable de las dimen- siones nacional y popular, simbiosis que Ia observacion de los hechos, précticas y discursos culturales se empefia en de mentir, demostrando. que ambas dimen. siones plantean bésicamente el problema de c6mo construirse en una trama; 4. el de una concepeién fijista de las formas culturales, que pasa por alto el cam de su funcién y que, en consecuencia, deshistoriza el proceso de préstamos, in- fluencias y contaminaciones. producido entre discursos y pricticas culturales heterogéneos ideolégica y_socialmente. En su historia, ese artefacto complejo: Ja cultura argentina se construy6 segin procesos de imposicién y destruccién de elementos culturales preexistentes y se- gin cursos de importacién de instrumen- tos ideolbgicos y formales. Ello parece haber resultado en un sistema cultural modemo, que no excluyé la violencia, pero que al mismo tiempo doté a los intelectuales de una conciencia aguda de las implicaciones sociales y politicas de su prictica, La ausencia de un manda- rinado que avalara la tradicién, cre esa cualidad inguieta y disconforme del campo intelectual y ¢sa tensién, nunca resuelta pero nunca abandonada, entre las. précticas culturales y el campo poli- tico. A esa tensién responde tanto la preocupacién de estas notas como Ia per- sistencia del debate en el que ellas pre- tenden intervenir. ESCRITURA Teoria y critien Merarten Consejo de Direccién Angel Rama — Rafee! Di Prisco Afio VI, Ne 11 1 PROBLEMAS DE TEORIA LITERARIA M1, LITERATURA LATINOAMERICANA (6 /Cuttusa nacional y cultura popalat Punto de Vista ‘CARLOS ALTAMIRANO Algunas notas sobre nuestra cultura “Para_una perspectiva, insistimos, en a que la naciOn existente a fines del siglo XIX fue un fruto del proceso his- “Ea doctrina roméntica de un espiritu del pueblo originario, que actuara en lo profundo de la historia como demi- lurgo de toda la realidad cultural, tanto politica como de cualquier otro caric- ter, no tiene sustentadero alguno en la historia y pertenece al reino de la mala metafisica”. Hermann Heller Desde que adquirié plena ciudada- nia en las lenguas occidentales modernas (y al fendmeno no va més allé del siglo XIX)! la palabra cultura no ha dejado de suscitar definiciones y empleos con- trovertidos. Compitiendo, superponién- dose u oponiéndose a otra, “civilizacié el término cultura vuelve a suscitar siem pre la cuestién de su dmbito —amplio 0 restringido— de pertinencia, Tal vez ocu- ra con él lo que segin Adorno ocurre con los términos det Lenguaje filossfico, que son titulos para “problemas, y no de- signaciones univoeas ¢ irreversibles de cosas univoeas ¢ irreversibles”. ? ‘La antropologia, que lo adopt para definir con él su objeto por excelencia, le dio una acepeién amplia que contri- buy6 a sieudirle un poco el aire aristo- qritico de que se rodes y del que toda- via no se ha despojado det todo: la cul: tura como saber de los ilustrados, culti- yo de las artes y de las “bellas letras”, Pero ni Ja antropologia ni tas ciencias sociales que fueron tras su definicion han aquietado la vida poblica de esta palabra. Ella se encuentra, como otras palabras, demasiado entretejida con las divisiones y los conflictos del mundo contemporéneo como para que su em- pleo sea unsinime. Porque ha sido dentro de las sociedades modemnas y sobre todo respecto de ellas que la palabra cultura, en sus usos “profanos” y “cientificos”, se torn6 a la vez corriente y poco paci- fica. No tengo; pues, la ilusién de ingre- sar como arbitro en este terreno contro- vertido. Solo quiero dar cierta version del modo- en que se ha anudado la for- ‘macién cultural argentina, una sociedad que durante todo el siglo XX no ha de- jado de interrogarse acerca de su identi- dad como sociedad nacional. Referirse a la cultura argentina, se piense en la literatura de los intelectua- les 0 en los deportes populares, es refe- rirse a una formmacién periférica deriva- da de la expansion evropeo-occidental. Pura bien o para mal, es decir, como quiera que se lo juzgue, esa localizacién en el dmbito de la occidentalizacion es Para nosotros un dato radical. La con- quista, Ia ocupacién colonial y el tras- plante europeos: tal es el punto de par tida de la constitucién histérica y cultu- ral de Jo que en ef curso del siglo XIX habria de convertirse en el estado nacio- nal argentino. A diferencia de otras 4ireas (incluso latinoamericanas) someti- as a la accién colonial europea, en el espacio que terminarfa por crigirse en regi6n dominante de la vida ccondmica ¥ politica del pais no preexistian focos civilizatorios poderosos, ni poblaciones estabilizadas y politicamente cohesiona- das. Solo comunidades nativas dispersas. E] movimiento de imposicién y transfe- rencia de la conquista convirti a este Jaxo tejido prehispinico en un hecho marginal dentro del rea rioplatense. Siglos més tarde, las sucesivas “‘conquis- tas del desierto” completarfan la obra y, a la hora de consolidacién del estado na- ional, las regiones donde las culturas in- digenas habian sido mds fuertes y com- plejas se articularian como dreas subor- dinadas respecto del centro alojado en i Litoral. “Al primer disparo de arca- bbuz en el rfo de la Plata, hecho en inte- 1és de Espafia y por la soberania espa- fiola, responde tres siglos y medio des- pués, como un eco que repercute a tra vés del tiempo y Ia distancia, el sltimo estampido del rémington, en las sole- dades de la Patagonia, o en las selvas del Chaco, disparado en nombre de la soberanfa argentina”, * El eco del que ha- bla José J. Biedma es, en realidad, el de la certidumbre heredada y compartida por todas las fracciones que se disputarfan el control y Ia orientacién del conglo- merado politico surgido del movimien- to independentista: la certidumbre de que a nueva naci6n pertenecia al “mundo de las naciones cristianas” (Halperin Don- ehi). Con 1a expansi6n espafiola navegaron también relaciones sociales, universos sim- bélicos, instituciones, Ia lengua y los modos de usar la lengua. De la implan= tacion de esas matrices culturales, de su reajuste y de los “compromisos” que trabaron con el legado prehispinico ha- brian de surgir los ndcleos urbanos y su periferia rural, la ciudad y el campo de la era colonial y de 1a Argentina “crio- Wa”, esos dos mundos socio-culturales cuyas complejas relaciones se mezcla Han con la linea de conflictos regiona- Jes que caracteriz6 la vida histérica de los pueblos rioplatenses después del de- rrumbe de la administracién espafiola y durante gran parte del siglo XIX, Como sefala José Luis Romero, quien lo juz~ 2 vn rasgo comin a toda Io experien- cia Iatinoamericana, ciudad y campo condensan dos formas, dos estilos, dos mounds ideolégicos configurados por el proceso de criollizacion del transplante Punto de Vista Cultura nacional y cultura populat/? europeo en este territorio.* Las dos obras més densas y significativas de Ia literatura argentina del siglo XIX, Fa- ‘cundo y Martin Fierro, pueden ser te- mitidas a cada una de esas dos conste- laciones culturales. Es verdad que ni la ciudad ni el campo eran homogéneos desde el’ punto de vista social y que dentro de los niicleos urbanos es sobre todo en Jos cfreulos letrados de Ia clase “decente” donde habria de tomar cuer- po aquel espfritu de la ciudad, § La institucién de una cultura colonial tendria, pues, como reverso un proceso de “criollizacién” de sus componentes segin grados y estratificaciones diver- 30. Este movimiento de criollizacién de elementos y significaciones transfe- tidos (el folklore argentino es un arse- nal de ejemplos), operaria con arreglo 4 una dialéctica ‘de transformaciones y desplazamientos que perduraré en las relaciones con el mundo europeo des- pugs del fin de la dominacién espafiola, Bl “proceso transculturador, escribe An- gel Rama a propésito de toda América Latina, se evidencia en los desplaza- mientos que registran los corpus doctri- nales al cabo de un extenso periodo de acriollamiento, posterior al ingreso desde el exterior. La transformacién que sufren en ese acriollamiento, que concluye iden- tificdndolos con la nacionalidad o a re- gi6n, puede ser itustrada por la religién catblica, que es la que cuenta con mayor tiempo de asentamiento y mas honda pe- netrabilidad popular”. © ‘Ahora bien, aunque las estructuras culturales derivadas del ciclo colonial espafiol crearon algunos 1azos unitarios mds o menos fuertes entre los pueblos rioplatenses, ninguna de ellas podia pro- ducir “naturalmente” identidades de ca- ricter nacional, Para que fueran crista- lizando como tales fue necesario que pri- ‘mero emergiera la apelacién. patriGtica contra “otros” (Ia revolucién, pero sobre todo la guerra de independencia y Ia mo- izacion para la guerta constituyeron la primera experiencia nacional para todas las clases criollas), y después la construc- ciGn de un centro politico-estatal dotado del suficiente poder para “unificar” (incluyendo/excluyendo) el heterogéneo cuerpo de la sociedad local Espafia no era, por supuesto, 1a Euro- pa del capitalismo, de las revoluciones burguesas y del liberalismo politico, A esta Europa de la “modernidad” se li garfa abiertamente el pais después de 1852. Pero ya antes, y sobre todo a par- tit del movimiento independentista, la experiencia de esa otra Europa estuvo presente en el horizonte politico e ideo- ogico de los circulos ilustrados, quienes derivaron de allf la asimilacién de Ia idea nacional con la construccién de la nacion- estado. (“La nacion, tal como la enten- demos hoy, fue desconocida en Ia Edad Media, y todavia en el siglo XVIII los vinculos eclesiésticos y dindsticos apare- efan en la politica mucho més fuertes que aquellos nacionales. . . Es @ partir de ta Revolucion Francesa y del imperia- ismo napoleénico, y al principio como eacci6n contra éste, cuando las nacio- nes, en creciente medida, aparecen como las ‘més pujantes fuerzas formadoras, de Estados" 7.) De ese mundo de la burgue- sfa triunfante, al que se habfa incorpo- rado el ejemplo de los Estados Unidos, extrajeron también sus modelos las fracciones de Ia élite social y politica que en la segunda mitad det ‘siglo XIX Janzarfan al pais por la via de la “‘civi- lizacién" y el “‘progreso”: constitucio- nalismo liberal € incorporacién plena y deliberada a Ia division internacional del trabajo. Aunque los resultados no estu- vieran a Ia altura de los proyectos —y aqué pesaron tanto los intereses exter- ‘nos como los intereses locales que le die- ron su configuracion definitiva al estado nacional—, ello solo se verfa més tarde. De cualquier modo fa Argentina criolla se trastrocé profundamente. Durante las décadas de la “era aluvial”” (Romero), Europa no se introdujo en Is sociedad ar gentina Unicamente a través de sus mer- cancias, sus capitales, el prestigio de sus instituciones politicas y econdmicas, el eco de sus formas culturales, sino también a través de la masiva inmigracion que pro- dujo una poblacién nueva en Buenos Aires, en algunos conglomerados del Litoral y en sus respectivas perife rurales. Este injerto europeo, que provocaria una corriente de tensiones en el cuerpo de la sociedad nativa y, en algunos eirou. los intelectuales de “criollos viejos”, In inquietud por los problemas de Is iden- tidad nacional, era un componente esen- cial del programa con arreglo al cual se evs a cabo ef proceso de la moderni- zacion. Este programa contenfa una doc- ‘rina cultural que Canal Feijé6o resumi6 en tres tesis 0 “teorfas" bésicas: 1) la teorfa del “desierto”, una nocién nega- tiva que definfa como naturaleza incul- ta la parte ocupada por el indio o por la historia colonial espafiola (en realidad, Ja cultura rural criolla): era lo que habia que arrasar 0 conquistar; 2) Ia teoria de que “‘sin grandes poblaciones no hay cul- tura’’; 3) la teorfa de que la ‘planta de la civilizaci6n no se propaga por semilla sino por extrema lentitud; es como la via, que prende y cunde de gajo’. * La urbanizacién, la alfabetizaciOn, la emergencia de las clases y los conflictos de las sociedades capitalistas, 1a consti- tucién de un mercado de bienes simbé- licos, el esbozo de un campo intelectual (Bourdieu) y las primeras manifestaci nes de lo que mds tarde se llamaria “in- dustria cultural”: tales fueron algunos de los resultados de a accién orientada a darle proyecci6n prictica al programa de la modemizacion y a su cortespon- diente doctriia cultural. (Este proceso “realiz6", por decitlo asi a) la supre- macia de una regién y una ciudad, Buenos Aires, el locus por excelencia de Ia cultura modema; b) el poder so- cial de una clase —la “oligarquia’—, que habja enganchado sus intereses Ia hegemonsa ideolsgica del liberalismo, Sin que se puedan anudar sintesis o6- ‘modas entre estas tres instancias, porque, por ejemplo, serfa en nombre del pleno cumplimiento de la Constitucion liberal que el radicalismo jaquearia, primero, y derrotaria después, al régimen conserva- dor controlado por la oligarquia). Segin Eric Wolf, “ulgiin tipo de trans- culturacién interna debe encontrarse en Ja base de cada nacion moderna”,® En Ja Argentina el Estado y sus institucio- nes, desde Ia escuela al ejército, fueron os agentes principales de esa accién transculturadora orientada a inculear, pero también a desarraigar, a subordi- nar 0 a absorber habitos y’significacio- nes culturales en funcién de la amal- gama de “orden y progreso” que, sobre todo @ partir de 1880, resumi6 el espi- 8 (Cultura nacional y cultura popular Punto de Vista ritu dominante de una repdblica oli wirquica. La accién fue sistemética y se ejercid tanto sobre las clases. popu lares de origen criollo como. sobre las ecién incorporadas por la politica in- migratoria. Respecto de estas. dltimas, la eficacia integradora de la transcuitu- racién fue muy grande si se la compara con Ia experiencia de los Estados Uni- no se formaron aqué “subculturas sas persistentes, como ocurrié en aquel pais, en las que el origen nacional se conserva como parte de la identidad. No hubo, ni hay en la Argentina italo- argentinos, hispano-argentinos 0 polaco- argentinos, como existen italo-american 0 irish-american, etc., en los Estados Uni- dos (atin después de tres 0 cuatro gene- raciones)”. Entonces, si bien, como se suele de- cir, la empresa de la modernizacién del pais se llev6 a cabo “mirando hacia Euro- pa” y traduciendo hacia adentro doctri- nas € instituciones (no s6lo politicas 0 econémicas 0 estéticas, sino también militares) tomadas del “ejemplo euro- peo”, todo ello no debe hacer olvidar a dimensién nacional del esfuerzo por consolidar un centro de hegemonfa lo- cal, correlative de un sistema de domi- naci6n interior. Ninguna aceién transculturadora, por sistemdtica que sea, produce ‘inicamente Jo que persigue: la resistencia, la reti- cencia o la sola heterogeneidad del mun- do social sobre el cual se ejeree bastan para provocar los desajustes, los desvios © las formaciones culturales derivadas que no entraban en los proyectos. Ade- mis, aunque el proceso modernizador fue bastante potente como para generar e inculcar imigenes y simbolos de iden- tifieacién colectiva (al menos en la re- gion dominante de la sociedad argen- tina), trajo también consigo las divisio- nes y 10s conflictos que le son inheren- tes. La formaciOn en las primeras décadas de este siglo de un “campo intelectual” (Bourdieu) precario, pero crecientemente srenciado de las funciones de la pol tica y la diplomacia, cuyo surgimiento se ligaba a la complejizacion de la division del trabajo y a las primeras modalidades de la profesionalizacién literaria, habria de crear el espacio de una cultura “tus: trada’” donde resonarfa el eco del deba- te ideolbgico y estético de las metr6po- lis europeas. Pero ese eco filtrarfa tam: bién las condiciones, los problemas y los conflictos de Ia sociedad argentina. Entre ellos el de la identidad nacional en proceso de redefinicién por el fenémeno inmigratorio. y las agitacio- nes plebeyas que las relaciones. capita- listas trafan, consigo. Asi, ser dentro de ese espacio “ilustrado” donde surgirén, ppor iniciativa de los. miembros criollos de la élite intelectual, los programas de nacionalismo cultural y la bisqueda de valores y significaciones autctonos aptos para dotar de unidad a un cuerpo social ‘que se percibe amenazado por el “cos- mopolitismo". La dialéctica entre euro- pefsmo y nacionalismo cultural habria de convertirse, desde la primera década de este siglo, en una problemdtica recu- rente del campo intelectual argentino, alimentando algunos de sus debates y buena parte de la ensayistica sobre la identidad o el “ser nacional” Los miicleos activos de las clases po- pulares, sobre todo los de sus contin- gentes de origen inmigratorio, también adoptarian y adaptarian instituciones y medios de produccién cultural deri- vados del “ejemplo europeo” (desde Ia ‘organizacion sindical al periodismo obre- ro, pasando por la articulacién directa- ‘mente politica de sus reivindicaciones), ya para impugnar resistir la domina- ‘ein social, ya para estructurar formas diferenciadas de identidad social en el interior de. la Argentina modernizada. En esta sociedad “aluvial” y como parte de ella, existfa asimismo un filén crio- lo de cultura popular cuyo eco, mis © menos transformado, se abrirfa cami- no en el nuevo espacio urbano. Este fermento de formas y_ significaciones que remitian a la Argentina “criolla” no aparecerfa Gnicamente en el campo cultural de las clases subalternas, sino que se mostraria activo también en el mundo literario de 10s. grupos intelec- tuales, Elocuente es en tal sentido el arco que recome el nombre Martin Fierro desde el suplemento literario del peri6- ico anarquista a ta revista de vanguar- dia de los afios veinte, en tanto revela inmediatamente la polivalencia de la figura simbética del gaucho en eb dmbi- to de y en relacion con la Argentina mo- derma. Podria decirse que el legado, cule tural criollo funcioné, dentro del érea de la modernizacién, como una forma- cin “residual” en el sentido que Ray- ‘mond Williams le atribuye a este térmi- no. Para Williams, residual no es sind- nimo de arcaico o de supervivencia, Se trata de un cuerpo de significaciones que si bien se han formado en el pa- sado, y tienen un lugar subordinado dentro de la constelacién cultural do- minante, su presencia es todavia activa en el proceso cultural, como elementos del presente y no del pasado. Asi opera- ria el complejo de hébitos, experiencias y valores que componfan el legado crio- ilo frente al liberalismo positivista. que dominaba el espiritu de la moderniza- cin y sus instituciones: activo en rela- ciGn_con los cambios, las. presiones y Jos conflictos que el “progreso” acarrea- ba consigo. La cancién popular, la lite- ratura, el teatro y, mds adelante, el radioteatro y el cine, encontrarian all luna reserva de temas y estereotipos dis- ponibles para los usos més diversos. Si el triunfo del radicalismo, en 1916, puso fin a la repiblica oligirquica, a hegemonfa del liberalismo en el campo intelectual comenzarfa su proceso. de declinacion en la década del 30, acom- ppaflando el retorno del bloque conserva- dor al poder politico y la primera gran crisis del pais agroexportador, préspero y dependiente, que habja sido puesto en marcha cincuenta afios antes. Crisis en las metrépolis y crisis local, crisis econd- mica, politica € ideolégica: todas estas dimensiones se entrecruzaron y se poten- ciaron para crear el clima de malestar y de critica hacia la Argentina posterior 4 1880, hacia los founding fathers de la tradicién liberal (Sarmiento, Alberdi, Mitre) y hacia la codificacién que ésta habfa hecho det pasado. La del 30 es la gcada de los grandes ensayos sobre el “ser nacional” (EI hombre que esté solo y espera, Radiografia de ta pampa, His- toria de una pasion argentina) y Ia dé- cada en que el. revisionismo historico cristaliza como tradicién intelectual, Seria, superficial liquidar las diferencias que van desde 1a posicion de Eduardo Mallea a Ia de Ernesto Palacio o Ramén Doll, y lo mismo podria decirse acerca de la distancia que media entre Jos her- manos Irazusta y Martinez Estrada, pero én todos ellos puede reconocerse el eco de un tema que estaba en el aire: la cer- tidumbre de que el pais se habia consti- “tuido mal y que el rumbo que habian seguido Ia modemnizacién y cl progreso 1a parte de esa mala constitucion. La contraposicién maurrasiana entre un pays réel y un pays légal habria de al- anzar desde entonces una amplia for- una como clave interpretativa de los “males argentinos” Que fos nacionalistas no menos que los otros hallaran, para su critica de la tra- dicion liberal, estimulo e inspiracion ideolégicos en el debate intelectual europeo —el nacionalismo del grupo de la Action Frangaise fue uno de los focos ideol6gicos ' mis prestigioso: ‘no aria sino ratificar la situacion es. tructuralmente ambigua de los literati Punto de Vista argentinos y su cultura frente al mundo cultural europeo, a cuyo arsenal recu- fren no s6lo aquellos para quienes las metrOpolis hegemonicas realizan el para- digma de la civilizacién, sino también sus eriticos, es decir los que pretenden © buscan dar cuenta de la “desnacio- nalizacin”” intelectual producida por el europefsmo de élites. Por otra parte, todos esos estimulos y préstamos, re: eonocidos 0 simulados, slo alcanza- ton efectos y realizaciones. perdurables cuando se engranaron con las contra- dicciones de Ia dindmica social y pol tica local, alimentando tradiciones in- telectuales preexistentes 0 proporcio- nando temas e instrumentos para ten- siones que hasta entonces carccfan de articulacion ideolbgica. Los avatares del “progresismo laico”, otro de los personajes de la escena inte- lectual argentina, a mitad de camino en- Cultura nacional y cultura popular/9 a tee el liberalismo iluminado, _refor- mista, y la izquierda, socialista y co- munista, acompafarfan cada vez més estrechamente las vicititudes de ésta, segiin un itinerario que la trayectoria de Anibal Ponce ilustra bastante bien, Mas adelante, la Segunda Guerra Mun- dial y sobre todo el peronismo provo- carian nuevos alineamientos entre los literati argentinos y el liberalismo re- compondria temporariamente su. lugar tutelar en el campo intelectual. Pero, después de 1958 aquél no haria sino retroceder hasta identificarse lisa y Ila namente con el conservadorismo social, politico y cultural: basta leer sus gran- des diarios, La Nacién y La Prensa y sus _respectivos suplementos domini- ales. El proceso histérico argentino pos- terior a la década del 30, eft primer lu- sar la intensa experiencia social y poli- 10 /Cultura nacional y cultura popular Punto de Vista tica que tomé forma en el peronismo como régimen y como movimiento de ‘masas, conmoverfa las cristalizaciones culturales del ciclo precedente, si bien esto s6lo se habria de hacer evidente para todos después de 1955, Las mi- gaciones internas que acompafiaron el crecimiento de la industria y que des- plazaron amplios contingentes popula- res de las dreas rurales y de las regiones marginadas del proceso. modernizador, tendrian un papel revulsivo casi equi- parable al que habfa tenido la inmigra- cién de sultramar. Esta nueva presencia plebeya, tas modalidades que asumi6 su “ciudadanizacion”, tanto desde el punto de vista institucional como poli- tico, cuestionarian certidumbres arrai- gadas no Unicamente en las élites del establishment, mds conservador y auto- fitario que liberal, sino también en el “progresismo” que constituia la cul- tura de los nucleos activos de las capas medias urbanas. Del cuestionamiento tampoco saldrian indemnes los. grupos y las organizaciones que, se situaban a la izquierda del espectro ideologico, No se puede afirmar que el ciclo iado en los afios 40 esté concluido, pero ha producido ya duraderas crista- lizaciones culturales, La mds. notoria: Ta emergencia de una identidad politica © ideolégica dominante en las clases populares, el populismo nacionalista. La constelacion ideol6gica populista, que adquirié sus rasgos definitivos bajo la experiencia de la proscripci6n polf- tica y las cruzadas antiperonistas pos- teriores a 1955, no quedaria confinada en el mundo de los trabajadores y de las clases subalternas. Poco a poco, primero, y aceleradamente desde Ia segunda mitad de la década del 60, el populismo nacio- nalista se convertirfa en polo de referen- cia para una fraccién cada ver. mds nu- merosa de intelectuales provenientes de las capas medias progresistas, es decir de aquellos sectores que habfan vivido de manera mds dramética y ambigua sus relaciones con el movimiento que in- clufa a la mayorfa de las clases popula res. Se generarfa asf una corriente orien- tada a reinterpretar el mundo cultural de las clases subalternas, a la busqueda de una identidad nacional-popular y a la elaboracion correlative de una tra- ién intelectual, con sus antepasados Y sus escritores. “malditos” (Discépolo, Jauretche, Manzi, Scalabrini Ortiz, etc. En sums, la cultura argentina ‘no es tuna esencia sino una historia”. Una his- toria nada apacible que ha agregado en ‘un espacio que en el curso del siglo XIX se definirfa como territorio del estado nacional, y segin una secuencia frecuen- temente coercitiva, las matrices y las ‘técnicas culturales del mundo europeo- occidental (en su faz colonial espafiola, primero, en su faz capitalista nor-atlin- tica, después). Esas matrices y esas téc- nicas, que no eran homogéneas y a me- nudo se superpusieron, operaron en la formacién de la cultura de las élites, ‘como en la cultura de las clases subal- ternas. Las inflexiones que el proceso local introdujo en 10s. elementos reci- bidos, a través de Ia “criollizacion”, el sincretismo la incorporacién a los conflictos sociales y politicos de la historia argentina, los_convirtieron en parte de nuestra cultura. Esas in- flexiones no obedecieron necesaria- mente a programas deliberados de ori- ginalidad; a menudo fueron el efecto de operaciones menos controladasy controlables como los que le dieron forma a los rasgos del castellano rio- platense, cuyos “vicios’” no pudo co- tregir una larga y sistemdtica prédica escolar. La nocién de cultura nacional apunta a la existencia de un campo de signifi- caciones compartidas interclasistas den- tro de una sociedad de clases, y capa- ces de producir identificaciones més 0 ‘menos colectivas. El Estado nacional, sus instituciones, y las clases que a tra- vés de ellos contaron con el poder para definir el orden socal lgttino jgaron, sin dudas, un papel decisivo en la confi: guracién de ese campo de significacio- nes. Desde este punto de vista, las cosas no ocurrieron en la Argentina de un modo diferente al de otras sociedades pitalistas. Pero ninguna clase o grupo do- minante controla todos los procesos y las formas de significacién de un pue- blo y serfa errdneo hacer de cada uno de ios elementos que ingresan en la configuracién de una cultura nacional nada mds que el eco de Ia dominacion de clase. Los procesos de incorporaci6n y absorcién de significaciones cultura- les no circulan en una sola direccién y ‘us productos no son univocos. Si la cultura argentina no es una esen- cia, sino una historia, esa historia es tam- bién la de la formaci6n de sus constela- ciones ideolégicas y de sus tradiciones intelectuales, entendiendo por tales no Ja prolongacién 0 Ia repeticién de lo mismo, sino operaciones activas de constniccion y reconstruccién ante los Gesafios de Ia sociedad y ante los desa- fios de las otras tradiciones, hegeméni- cas, residuales o emergentes, En fin, es la historia de sus transformaciones, pero asimismo Ja de sus obsesiones (arraigo/desarraigo de sus lites, auten- ticidad/inautenticidad de sus produc- tos cultivados, —provincianismo/cosmo- politismo, etc.) y de la reflexién sobre sus “males”. ' Ver la introduccién de Pietro Rossia AA. W.. ll concetto di cultura, Turin, Einaudi, 1970, y ta yor “culture”, en R. Williams, Key: words. 2 Terminologia filoséfica, Madrid, Taurus, t.M1,p. 10 ® Citado en David Villas, Indios, efército y Arontera, México, Siglo XXI, 1983, p. 45-46. José Luis Romero, “Campo y ciudad: las tensiones entre dos. ideologias”, en Las ideologias de la cultura nacional, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1982, ® Ver Luts Alberto Romero, Buenos Aires! la sociedad criolia, 1810-1950, Buenos Aites, PEHESA-CISEA, 1980, ® Angel Rama, La transculturacién narra iva en América ‘Latina, México, Siglo XX1, 1982, p. 723. 7 Hermann Heller, Teoria del Estado, México, FCE, 1968, p. 179. ® Bernardo Canal Feij60, Proposiciones en torno al problema de una cultura nacional ‘argentina, ‘Buenos. Aires, Tnstivucin ull spafola, 1944, p. 47-8 ° Citado en Edelberto Torres Rivas, “La nacién: problemas teéricos ¢ historicos", en AAWV., Estado y politica en América’ Le tina, México, Siglo XXI, 1981, p. 115. "© Gino Germani, Auroritarismo, fascismo classi sociali, Bolonia, 1 Mulino, 1975, p. 104s. Punto de Vista Cultura nacional y cultura popular/11 PEHESA Programa de Estudios de Historia Economica y Social Americana* La cultura de los sectores populares: manipulaci6n, inmanencia o creacion histérica En nuestro pais el tema de Ja cultu- ra popular remite a un terreno contro- yertide en el que tradicionalmente Ia discusion se ha polarizado en torno de dos concepeiones principales, Una de llas tiende @ considerar a la cultura po- pular como una mera imagen degradada © retrasada de la cultura dominante, y 4 os sectores populares como una blan- a arcilla modelada desde arriba. Actitud pasiva y refleja de las clases subordina- das, cuya contracara se halla, en esta vyersién, en la voluntad manipuladora de los poderosos, encarnada en los apara- tos del estado, en los medios masivos de comunicacion. . La otra perspectiva, en cambio, con- cibe a la cultura popular como inmanen- {e, pura e incontaminada, resistente a cualquier influencia “externa”, Esta vi- sin, que es retomada de la tradicin tomiintica por el populismo, presupone “la existencia de un universo simbolico cerrado, un espacio homogéneo y clara- mente definido, que se plantea como al- ternativa antagénica a un segundo uni Yerso, continente de todo lo que se con- idera cultura “no popular”. E] mundo de las representaciones simbdlicas aparece asi claramente dividido en dos sectores ‘opuestos y enfrentados, cuyas raices como sefiala Beatriz Sarlo— se hacen Femontar al origen mismo de nuestra sociedad. En esta version, la antinomia popular-antipopular no se identifica nece- Sariamente con la de subordinada-do- ‘minante y en cambio aparece muchas Yeoes superpuesta con aquélla que enfren- ta a la nacional con la antinacional. ‘Asi planteado, el debate deja escaso margen para las preguntas, Mds bien nos Integran el PEHESA, programa asociado al CISEA, Ricanto Gonrélez, Leandro Gu: tiémez, Juan Carlos Korol, Luis Alberto Rome- 1 eHilda Sabato, ofrece soluciones, alternativas excluyen- tes que han servido mds para fundamen- tar posiciones: politico-ideoldgicas previa- mente adoptadas que para avanzar en la comprensién del objeto tratado, la cul- tura popular, Para intentar escapar a esta disyunt Ya nos proponemos cuestionar el objeto mismo y aunque esta tarea —en la que otros también se encuentran empefiados— s6lo esté comenzando, queremos ofre- cer algunas reflexiones que contribuyan a esta discusion, En consecuencia, mds que de cultura popular hablaremos de cultura de los sec- tores populares, y trataremos de anali- zarla a partir de la cambiante y comple- Ja realidad que esos sectores representan ‘en nuestra sociedad. Nos referiremos as{ no a un corpus coherente, tinico y deter- minado de representaciones, sino a un conjunto fragmentario y heterogéneo de formas de conciencia en perpetua trans- formacién. Estas formas de conciencia son especificas de los sectores populares, en tanto resultan de su modo de perci- bir y vivir las diferentes esferas de Ia rea lidad; en tanto son también un producto de sus experiencias politicas, laborales, familiares, estéticas. En términos de E.P. Thompson: “La conciencia de clase es la manera como estas experiencias se tra- ducen en términos culturales, encarndn- dose en tradiciones, sistemas de valores, ideas y formas institucionales". Esta cultura no es, como dijimos, un universo simbélico cerrado y coheren- te sino un conjunto heterogéneo, com puesto por fragmentos no totalmente integrados de concepciones del mundo Vinculados con las distintas esferas de la vida de estos sectores: el trabajo, el im: bito familiar; por fragmentos.surgidos en distintos momentos, que se acumu- Jan sin desplazarse totalmente, algu- os con un proceso de maceracién més prolongado, otros con un vestigio més evidente de lo recibido o impuesto; por fragmentos que —finalmente- reflejan la heterogeneidad del propio sujeto, y las diferencias ocupacionales, sexuales, Gtnicas 0 generacionales que podemos en contrar en su interior, Pero esta cultura no surge en el vacfo, sino en el seno de una sociedad en la que os sectores populares son, en realidad, las clases subalternas. de un orden construido por otros, Como cultura su bordinada, por lo tanto, la suya se desa- olla y florece en los marcos de la ideo- ogia hegeménica, globalmente unifica- dora, que de alguna manera pretende fijar sus Ifmites pero que no arrasa con ella. Se constituye asf un eldstico terreno de conflicto al que concurren formas sim- bélicas de diverso origen, representacio- nes provenientes de otros ambitos socia- les de produceién cultural e ideoldgica. Asi planteada, la cultura de los sectores populares puede ser comprendida como lun proceso, como un campo en perpetuo cambio y en tensién permanente con el de a cultura dominante —también él complejo y heterogéneo— y con otras esferas de produccién simbéiica. No exis- te entonces una linea dada de una vez para siempre que separe lo popular de lo que no lo es: por el contrario, ésta se define en cada momento segin el particu- lar equilibrio de esas fuerzas encontradas. Analizar la cultura de los sectores po- pulares implica, pues, referirse al tema de su conformacién, del proceso. siempre renovado de su construcci6n, La proble- mética es particularmente compleja y re- cién se esté comenzando a trabajar en lla desde diversas’ disciplinas. Tiene va. riadas facetas, y muchas de ellas estin atin demasiado ‘ocultas a nuestras mira- das para que pretendamos abarcarlas integramente. Nos limitaremos entonces 4 senalar algunos de los factores que inci- dieron en la formacién de esa cultura en el caso particular de Buenos Aires, a par- tir de la conformacién a fines del siglo pasado de la sociedad aluvial. Llegare- mos hasta los prolegémenos de ese gran viraje que se produce en nuestra histo- tia en Ia década-de 1940, a partir del cual puede hablarse como es usual, de “sociedad de masas” y de “politica de 12 /Cuttura nacional y cultura popular Punto de Vista masa”, La cultura de los sectores populares en Buenos Aires, 1880-1945 En la conformacién de la cultura de los sectores populares de Buenos Aires, las ltimas décadas del siglo pasado y Ia primera de éste constitu- yen una etapa de profundas y comple- jas transformaciones, que resultan del proceso de formacién de estos nuevos sectores en el seno de la sociedad alu- en gestaciOh. Buenos Aires, una cit dad que hacia mediados del siglo XIX albergaba a menos de cien mil habitan. tes, sesenta afios mis tarde los habia multiplicado por quince. Millones de is migrantes se incorporaron a la ciudad, la “invadieron”, la convirtieron en la Babel del Plata, Trabajadores casi todos ellos, confluyeron con los de origen eric lo en la constitucién de unos sectores populares totalmente renovados, radical- mente diferentes a cualquiera de los grupos que los constituyeron. Como sefialara José Luis Romero: “La realidad que se constituyé por el alu- Sen NG RN EL BIMESTRE politico y econémico Esta publicacion es un intento de orde- nar el pasado cercano, mediante una pre- sentaciOn sistemiltica de los hechos, que permite repasar lo ocurrido de una mane- fa sencilla, evitando cl riesgo de pasar por alto sucesos importantes. En con- ‘reto, una cronologia interrelacionada de los hechos politicos, sociales y econémi- cos, sobre la base de las informaciones aparecidas en todos los diarios de Bue- nos Aires, asi como en las revistas més importantes del pais y las principales Publicaciones periédicas extranjeras. Se incluyen también algunos de los docu- mentos més importantes aparecidos en el periodo, ‘ wn anal (ei entregas) 5 900.000 uss 25 85 30 ‘Cheque © gio bancario ala orden del Centro de Investigaciones. Sociales sobre el Estado y la Administracién (CISEA), Pueyrredén $10, 610. piso, 1032, Buenos Aites, Atgentina. ee vién inmigratorio incorporado a la soci dad criolla adquirié caracteres de con- slomerado, esto es de masa informe no definida en las telaciones entre sus par- tes ni en los caracteres del conjunto, El aluvin inmigratorio considerado en si mismo, tenia algunos caracteres pecu- liares, pero muy pronto comenz6 a en- trgr en contacto con la mass criolla, y de tal relacion derivaron influencias reci- procas que modificaron tanto a uno como otro”, ? En ese largo proceso de creacion de luna nueva sociedad, fos sectores popu: Jares apenas conformaron, durante mu- cho tiempo, una masa heterogénea de gentes de distintos origenes y_tradicio- nies. Ni en el campo laboral ni en el de Ja vida cotidiana las experiencias de estos sectores eran uniformes, como no lo eran su hereneia 0 su historia. Mientras iertos grupos en minoria— eran por- tadores de una cultura popular criolla, también ella heterogénea, los inmigran- tes, de variados orfgenes, trajan otras concepciones de la vida y represent: ciones del mundo, por lo que en el cam- po de a cultura popular se producfan constantes fusiones y tensiones. ‘Aunque esa cultura se nutrio original- mente de Ia tradici6n de cada uno de los grupos que allf confluyeron, fue perma- Rentemente enriquecida con las expe- riencias cotidianas, Lo viejo y lo nuevo, lo local y Io extranjero, ofrecieron asi persistente fuente de conflicto pero, a la vez, materia prima en la constitucion de una nueva identidad, Tgualmente diversos y variados fueron los dmbitos donde comenzé a plasmar esa cultura popular, en el seno de un con- slomerado que por entonces se hacinaba fen los conventillos del centro. Socieda- des mutuales y de resistencia, organiza- das por nacionalidad y por oficio, sindi- ‘atos, bibliotecas populares, escuelas li- bertarias, centros socialistas, son algunos de los ejemplos de estas organizaciones celulares que brotaron espontineamente y a través de las cuales no s6lo se articu- {6 la incipiente sociedad sino que se con- formé una tradicién cultural particular- mente viva y consistente. Pero esa cultura en formacién no re- sulté un campo aislado ni autosuficien- te. Sobre é| procuraron incidir -y lo hhicieron—diversos_actores, in primer lugar el Estado, impulsor principal del proceso de construccién de un orden que en todos los campos, el politico, el socio-econémico, el cultural, buscaba establecer su hezemonia, combinando ta fuerza con la articulacién del consenso, A. través de ese Estado, la renovada élite que habia logrado monopolizar el poder politico hacia 1880 consolidé su hegemonfa, promoviendo la ejecu- cién de politicas que abarcaban desde Ia economia a fa educacién, desde ta fi- lantropia a I represién, En el campo de la cultura, su gran herramienta fue In instruceién publica, que procuraba homo: geneizar a la masa diversa, nacionalizar: Ja e inculcarle valores acordes con la idea dominante de orden y progreso. Los seetores populares no fueron, sin embargo, materia inerte en el mo- delado dle ese nuevo orden: a través de pricticas muy diversas, respondicron. a 4, se le resistieron y lo reprodujeron reoredndolo. En el campo de su cultur experiencias heterogéneasy conciencia fragmentada no se tradujeron en una cultura de los sectores populares apén- dice de 1a cultura dominante; por el con- trario, en este perfodo ella mostré sig- os inequivocos de vitalidad e indepen- dencia, Pero ademis del Estado, otros acto- tes de indole y fuerzas diversas compi- tieron con éi, tratando de influir sobre ese proceso de formacin de Ia culture de 10s sectores populares. Un actor per- ‘manente, aunque no siempre igualmente poderoso, fue Ia Iglesia, cuya influen-, cia preocupaba particularmente al Es- tado en esta etapa. Otros fueron las aso- ciaciones de colectividades. extranjeras que procuraban reforzar la identidad nacional de los grupos inmigrantes. nalmente, hubo grupos que, insertos en los mismos sectores populares, busca- fon incidir sobre ellos con un planteo que apuntaba al desafio y a la autono- mfa: fueron los anarquistas y_socialis- tas, que Ilegaron a formular propuestas que implicaban un proyecto cultural al- ternativo. Sin embargo, y a pesar de que la historia de Ia sociedad popular es in- separable de la de estos grupos que con- tribuyeron a conformarla, tampoco se modelé a imagen y semejanza de sus Punto de Vista (Cultura nacional y cultura popular/13 proyectos. Ni dmbito autosuficiente ni apéndice de la cultura dominante, Ia cultura po- pular s¢ nutria de tradiciones diversas, recibia influencias multiples, constituyén- dose asi en una elistica zona de incor- poracion y de rechazo, de aceptacién y de resistencia, pero también de distor- sién, de elaboracién, en fin, de recrea- cion. Si esto es vélido casi en cualquier contexto, lo es en forma mds eviden- te para los sectores populares portetios de principios de siglo, pues la sociedad toda estaba conformindose y definien- do sus articulaciones y jerarquias, Que- aba, pues, un ancho margen, una amplia zona en disputa y sin ocupar, que pro- gesivamente fue achicéndose en la me- dda en que, en las décadas siguientes, 1 Estado fue avanzando en el control de la sociedad. Este avance consisti6, por una parte, ‘en una represiOn sistemdtica sobre los ‘grupos mds abiertamente contestatarios del orden que se pretendia imponer, en especial sobre los anarquistas. Por otra, en. un esfuerzo redoblado en el campo de | instruceién publica, concebida como el ptincipal instrumento de cohesion ¢ integraci6n ideol6gica de la poblacién, objetivo al que concurrian también otras instituciones, como la del servicio mili- tar obligatorio. En uno y otto caso, la formaciGn especificamente “patric ocupaba un lugar central La educacién popular tuvo, sin em- ‘argo, tun. papel complejo y contradic torio, y algunos de sus efectos comen- zaron a hacerse sentir a partir de In se- gunda década del siglo, pero sobre todo después de 1920. Ademés de cumplir la funci6n integradora que el Estado le adjudicd en este perfodo, Ia escuela piblica significd para los sectores popu- lares el avance de In alfabetizacién. Esto Jos preparé para. recibir masivamente ‘mensajes escritos y, simultineamente, mucho més complejos y elaborados que en Ia etapa anterior. Fl nueyo mensaje tipico ya no fue el discurso encendido del orador anarquista sino el folleto o el libro, o también el periddico, como to probé Botana con Critica Esto indudablemente aumenté ta ca- pacidad de penetracién del Estado y de otros agentes interesados en influir sobre los sectores populares, pero tam- biéa permitié a éstos Ia Lectura y la re- flexion individual, ta critica y In reela- boracién, EL avance de la alfabetizacién, el in- remento ~moderado aiin— del tiem libre y una mejora relativa en los nive- Jes de ingreso de los sectores populares, coincidieron en esta etapa con el des: arrollo de los medios de comunicacién, que comenzaron a tener alcance masivo, El cine, la radio, 10s diarios, tuvieron una influencia cada vez mayor en el modelado de Ia cultura popular a partir de la década de 1920, a la vez que se nu- trieron de ella para formular sus propues- tas y elaborar mensajes que, por otra Parte, resultaran atractivos para los sectores populares Estos avances del Estado y de los medios de comunicacion masiva no im- plicaron la desaparicién de otros agen- tes que pretendian influir sobre Ia cul- tura popular, como Ia Iglesia o los gri- pos politico-ideolégicos contestatarios que, en efecto, incidieron de manera decisiva sobre ella. En lo que resnecta @ estos dltimos, sin embargo, cambid ‘w caricter, en tanto el mensaje anar- quista fue perdiendo vigencia y socia- listas, comunistas, sindicalistas y una vasta gama de progresisias evaron a cabo una prédica de forma y conteni- do diferente de la del perfodo anterior, Por entonces, los margenes para las pro- puestas culturales alternativas se ha- bian achicado, no solamente como consecuencia de Is accién del Estado o de otros agentes sino sobre todo como. resultado de los cambios habidos en el seno mismo de los sectores populares. El proceso de asimilacién de los ex- tranjeros se hab/a cumplido en sus eta- pas mas significativas, aunque la socie- dad continuaba recibiendo nuevos apor- tes inmigratorios. Hacia fines de la dé- cada del 30 éstos ya no solamente pro- venian de Europa sino también de las zo- HOPAMESCA Saill Sosnowski 5 PUEBLO COURT GAITHERSBURGH, MD. 20878 - U.S. A. TARIFAS DE SUSCRIPCIONES Bibliotecas ¢ instituciones: USS 21.00 Suscripciones individuales: USS 15.00 Patrocinadores: U$S 30.00 (Excepeion: Afto I, nos. 1-2.3 USS 2500) Libros de Ediciones Hispamérica Marfa Luisa Bastos, Borges ante In criti USS 8.00 Hernén Vidal, Literatura hispanoamericans © ideologia liberal: Surgin crisis, 120 p., USS 4.00 argentina: 1923 - 1960, 356 p., nto y Sail Sosnowski, Borges y la Cibala: La basqueda del Verbo, 120 p., USS 3.50. ‘Oscar Hahn, Arte de morir (poemas), 186 p., USS 5.00. Rose S. Mine, editor, Latin American Fiction Today: a Symposium, 198 p., USS 9.95, Beatriz Pastor, Roberto Arlt y Ia rebelién alienacla, 120 USS 7.95. Rose S. Mine, editor, Litepature and Popular Culture in the Hispanic World: A Symposium, 112 p.,USS 11.95. Emilio Bejel y Marie Panico, Huellas/Footprints, 124 p., USS 6.50. Elizabeth Garrels, Mariftegui y la Argentina: umn caso de lentes ajenos. laabel Alvarer, Borlund, Discontinsided y ruptura en Guillermo Cabrera fante

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