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Odisea Homero Seleccioén de cantos: 1,5, 9, 12, 21, 22 ,23, 24 Coleccién Azulejos Editorial Estrada S.A. 2010 © Estrada - Odisea. Odisea 15 @anto. 1 Ctsamblea de los dieses para diseutir el destine. de Ulises. Situa- cién. en. Gtaea: los, pretendientes, de Denilope en ol. palacio. Atenea aconseja a Felémaco.. Musa’, cuéntame la historia del hombre que anduvo sin tumbo luego de haber destruido la ciudadela sagrada de Troya’; conocié muchas ciudades y el 4nimo de sus habitantes. Y sufrié innumerables males en el mar tratando de salvar su propia vida y la de sus compaiieros. Pero a estos no los pudo salvar, aunque se empefié en lograrlo, pues ellos hallaron la muerte en su pro- pia locura: los insensatos comieron la carne de las vacas del Sol y el dios, en su enojo, los privé del retorno. Diosa, hija de Zeus, comienza a contarnos esta historia por donde prefieras. Todos los otros guerreros, los que habfan escapado de la triste muerte, estaban en sus casas, a salvo de la guerra y los pe- ligros del mar. Solo él, que extrafiaba mucho a su mujer y a su hogar, no habfa podido regresar: lo retenfa en su caverna la nin- fa Calipso, que deseaba que fuera su esposo. Y pasaron los afios, y lleg6 aquel en el que los dioses habfan decidido que el héroe volviese a su casa, en la isla de ftaca®. To- 1 Las musas eran las diosas protectoras del canto y de la literatura. Eran hijas de Zeus y Mnemosina. 2 Durante mucho tiempo se pensé que la ciudad de Troya, en el Asia Menor, era una invencién de los poemas homéricos. Hacia finales del siglo XIX, el arqueélogo Heinrich Schliemann realizé una excavacién en el monticulo de Hissarik (Turquia). Alli hallé las ruinas de nueve ciu- dades superpuestas. Después de detallados estudios se Ilegé a la con- clusién de que la Troya de los poemas homéricos era la sexta. 3 La mayorla de los estudios indican que la [taca de la Odisea es la misma isla que en la actualidad lleva ese nombre. Se trata de una de las islas del mar Jénico; tiene 93 km?; su paisaje es montafioso y los habi- tantes se dedican al pastoreo, la pesca y el cultivo de la vid y el olivo. 16 Homero dos los dioses se compadecfan de él, excepto Poseidén, que siempre mantuvo su rencor contra Ulises*. Poseidén habia acudido a una gran hecatombe® de toros y carneros entre los etfopes, que habitan en los confines del mun- do. Los otros dioses, mientras tanto, estaban reunidos en el pa- lacio de Zeus olimpico. Alli habl6 Atenea, la de los ojos brillan- tes, dirigiéndose a Zeus: —Padre, mi coraz6n siente tristeza por Ulises, el desdichado que hace ya mucho tiempo sufre lejos de los suyos, prisionero en una isla rodeada de olas, en la mitad del océano. Allf, entre los bosques, vive una diosa que lo retiene, entre Ilanto y sufrimiento, y continuamente trata de convencerlo con halagos para que se olvide de ftaca. Pero Ulises, que solo anhela ver el humo que se levanta en su hogar, prefiere morir. {No te conmueven estas co- sas? {No te agradaba Ulises cuando te oftecfa sacrificios en la Ila- nura de Troya, junto a las naves griegas? iPor qué lo odias asf, Zeus? ¥ le contesté Zeus, el que junta las nubes: —Hija mia, icémo podria olvidarme de Ulises, que se desta- ca entre todos los hombres por su ingenio y por los sacrificios que gq 4 Ulises es el nombre latino del héroe griego Odiseo. 5 Sactificio solemne en el que se ofrece a un dios una gran cantidad de victimas (generalmente cien). - La Odisea esté compuesta en un tipo de verso de ritmo fijo: ef hexémetro. En los tiempos en que el poema se transmitfa de manera oral, el esquema del ver- so permitfa que se pudieran insertar en él férmulas fas (frases hechas que cal- zaban perfectamente en {a estructura métrica y ritmica). La posibilidad de inter calar esas férmulas habria facilitado el esfuerzo de memoria que implica la com- Posicién de un texto a medida que se lo recita. Esa es la razén por la que los nom- bres propios suelen aparecer acompafiados por un adjetivo, un complemento o una gposicién que los caracteriza: “Atenea, la diosa de los ojos brillantes” “el. ‘muy astuto Ulises; etcétera. Estos calificativos se conocen con el nombre de epltetos homéricos y representan uno de los rasgos caracteristicos del estilo de la poesia de origen oral. También los nombres de animales y objetos suelen aparecer acompariados por epitetos, por ejemplo: “el mar del color del vino’ “los gordos bueyes’ etcétera. © Estrada - Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea 7 oftecié a los dioses inmortales, que reinan en el ancho cielo? Pe- 10 Poseidén, el que hace temblar la tierra, sigue enojado con éla causa del ciclope Polifemo, su hijo, a quien Ulises dejé ciego. Des- de entonces, Poseidén, aunque no mata a Ulises, lo hace andar perdido, lejos de su patria. Aprovechemos ahora y decidamos su tegreso. Poseidén, por su lado, ceder4 en su enojo, pues él solo no puede luchar contra la voluntad de todos los dioses inmortales. Y le respondié Atenea, la de los ojos brillantes: —Padre, si finalmente los dioses felices decretan que regrese a su casa el muy astuto Ulises, enviemos ya a Hermes para que vaya a la isla de Ogigia® y le anuncie a Calipso, la ninfa de her- mosos cabellos, nuestra firme decisién: la vuelta al hogar del su- frido Ulises. Mientras tanto, yo misma me dirigiré a [taca a darle impulso a su hijo, Telémaco, e infundirle valor en el pecho para que llame a asamblea a los aqueos y haga frente a los muchos pre- tendientes de su madre, que se comen sin consideracién sus ove- jas y sus gordos bueyes. Ademas, lo haré ir a Esparta y a la areno- sa Pilos para que pida informacién sobre el regreso de su querido padre y para que también se vaya haciendo fama de valiente en- tre los hombres. Y, luego de hablar asi, descendié desde la cumbre del Olim- po y se posé en el pueblo de ftaca, ante el pértico de Ulises, en el umbral de su casa. Empufiaba su lanza de bronce y habfa tomado la figura de un forastero: Mentes, jefe de los tafios”. Alli vio a los pretendientes, que se divertfan jugando a los da- dos, sentados sobre las pieles de los bueyes que habfan sacrifica- do ellos mismos. Sus heraldos y sus atentos sirvientes se ocupa- ban de mezclar el agua y el vino® en las vasijas, y de limpiar las ca 6 Isla ficticia. 7 Pueblo imaginario. 8 En [a antigua Grecia, el vino se cocinaba sobre el fuego hasta que ad- quiria la consistencia de jarabe. Por eso, antes de servirlo, habia que di- luirlo con agua. 18 Homero mesas con porosas esponjas para luego distribuir abundante carne. El primero que vio a Atenea fue Telémaco, que estaba sen- tado entre. los pretendientes con el coraz6n entristecido y pen- sando en su padre, el héroe Ulises: “iOjal4 apareciera de pronto y sembrara el pdnico entre los pretendientes!, iojalé recobrara sus honores y reinara nuevamente en su casa!”. Mientras pensa- ba esto, sentado entre esos hombres, vio a Atenea. Inmediata- mente se dirigié al portico, apenado por haber dejado esperando durante tanto tiempo a un forastero. Cuando estuvo al lado, le tendié la mano, tomé la lanza de bronce y le dirigié estas aladas palabras: —Bienvenido, forastero, serés bien recibido en mi casa. Después de disfrutar del banquete, me dirds qué te trae por aqui. Diciendo esto, marché seguido por Atenea. Cuando ya esta- ban dentro del alto palacio, la hizo sentar en un sillén y exten- dié un hermoso pafio bordado; bajo las plantas de sus pies habia unescabel’. £l tomé una silla y se senté al lado, lejos de los otros, no fuera a ser que al huésped, molesto por el barullo, se le arrui- nara el banquete al escuchar las groserfas de los pretendientes, y para preguntarle por si tenfa novedades sobre su padre ausente. Lleg6 una sierva con una hermosa jarra de oro, vertié agua sobre una fuente de plata para que se lavara las manos y puso delante la mesa pulida. Luego, la venerable ama de Ilaves trajo el pan y sirvi6 muchos manjares que tenfa reservados para ocasiones es- peciales. Y el asador les ofrecié fuentes con toda clase de carnes; también puso copas de oro, que el heraldo llenaba de vino una y otra vez. Entonces, Telémaco le hablé a Atenea, la de los ojos brillan- tes, acercando la cabeza a sus oidos para que no oyeran los de- més: (aa 9 Mueble pequefic que se pone delante de Ia silla para apoyar los pies al sentarse. © Estrada — Odisea. © Estrada ~ Odisea. Odisea 19 —Querido huésped, espero que no te enojes por lo que te voy a decir. Estos hombres solo se preocupan por la cftara y el canto; y con raz6n, pues consumen sin pagar los bienes ajenos, los de un héroe cuyos huesos sin duda se pudren bajo la Iluvia, tirados en alguna playa, o son arrastrados por las olas en el mar... Pero, dime: iquién eres?, ide dénde vienes?, idénde es- tn tu ciudad y tus padres?, équé barco te trajo hasta aqui? Le contesté Atenea, la de los ojos brillantes: —Soy Mentes, hijo de Anquialo, y reino sobre los tafios, a quienes les gusta remar. Acabo de llegar con mi nave y mi gen- te navegando por el mar del color del vino, de paso a otras tie- tras: voy a Temesa™ en busca de bronce, y Ilevo hierro relucien- te. Vine hasta aqui porque me dijeron que tu padre habia regre- sado. Pero tal vez los dioses lo han detenido en el camino. Lo cierto es que de ningtin modo Ulises est4 muerto. Antes bien, estard en algtin lugar del ancho océano, en una isla cercada por las olas, donde unos hombres salvajes y crueles lo retienen. Te voy a anunciar algo, porque los dioses me lo inspiran y yo creo que se va a cumplir, aunque no soy adivino ni entiendo de pre- sagios: no estaré mucho tiempo més alejado de su querida pa- tria, ni aunque lo retengan con cadenas de hierro. El se las arre- glard para volver, pues nunca le faltaron tretas para lograr sus propésitos. Pero, dime: iqué banquete es este?, iqué se celebra?, ces una boda? Evidentemente no es una de esas comidas en las que cada uno paga su parte, itanta es la insolencia con la que comen més de lo conveniente! Cualquier hombre con sentido comtin se indignarfa al ver este ultraje. Y Telémaco respondié con discrecién: —Ya que lo preguntas, huésped, te diré que este palacio fue en otros tiempos rico e irreprochable mientras mi padre estaba todavia en casa. Pero ahora los dioses han decidido otra cosa 10 Ciudad ficticia. Algunos la ubican en Italia y otros, en Chipre, 20 Homero tramando desgracias, pues borraron su rastro en el mundo més de lo que nunca lo hicieron con ningtin otro hombre. Y no so- lo me lamento por él; pues, aprovechando su ausencia, los no- bles, que gobiernan. en las islas de Duliquio, de Same y de Zan- te", la rica en bosques, y los que tienen el mando en la monta- fiosa [taca pretenden casarse con mi madre y traen la ruina a mi casa devorando mis posesiones. Pronto terminar4n devordndo- me a mi. Y le dijo Atenea, enojada: —iAy, qué falta te hace el ausente Ulises! iSi les pusiera las manos encima a estos desvergonzados! Bien pronto se termina- rfan sus vidas y se les arruinarfan los planes de casarse. Pero es- té en la voluntad de los dioses si volvera al hogar y ejecutara su venganza. En cambio, es necesario que pienses de qué modo echarés del palacio a los pretendientes. Asif que presta atencién a lo que voy a decirte: convoca mafiana en la plaza" a los no- bles aqueos, explicales a todos la situacién, y que los dioses sean testigos. Ordena a los pretendientes que regrese cada uno a su casa. Y si tu madre quiere casarse otra vez, que vuelva al pala- cio de su padre; allf le prepararén la boda y dispondran una do- te abundante, como corresponde a una hija querida. Y a ti te doy el siguiente consejo: elige la mejor nave de veinte remos y ponte en camino para averiguar sobre tu padre hace tanto tiem- po ausente. Dirigete primero a Pilos y pregtintale a Néstor; des- de Pilos ve a Esparta, al palacio de Menelao™, pues él fue el dl- 1 Estas islas pertenecen al mismo archipiélago que Itaca. El nombre de Zante se conserva en Ia actualidad, mientras que Duliquio y Same son parte de la actual Cefalonia. 12 La plaza (en griego, “agora”) era un lugar importante en [a organiza- cién de las ciudades griegas. Alli se reunia la asamblea de los ciudada- nos para debatir los temas de interés publico. 13 Néstor y Menelao eran los reyes de Pilos y de Esparta, respectivamen- te. Ambos habian luchado contra Troya en el ejército aqueo, junto a Uli- ses. © Estrada — Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea 21 timo en volver entre los aqueos que visten bronce. Si te dicen que tu padre vive y est4 en viaje de vuelta, espera un afio més, aunque tengas gran sufrimiento; pero si oyes que ha muerto, re- gtesa en seguida a tu tierra, levanta un monumento en su honors, realiza abundantes ofrendas, todas las que corresponda, y entre- ga tu madre a otro esposo. Cuando hayas hecho todo esto, me- dita en tu mente y en tu coraz6n el mejor modo de deshacerte de estos pretendientes, ya sea con engafios o de manera clara. Es preciso que no actties como nifio, pues ya estds bastante grande. Asi que sé valiente para que tus descendientes estén orgullosos de ti. Yo me voy ahora mismo a mi nave, junto a mis compafie- Tos, que me estén esperando. Tt presta atencién a todo y sigue mis consejos. Y, después de hablar asf, se marché de allf Atenea, la de los ojos brillantes, remonténdose como un ave; e infundié fortaleza y dnimo en el pecho de Telémaco, y avivé en él el recuerdo de su padre. Después de reflexionar, Telémaco se sorprendié, pues se le ocurrié que habfa sido visitado por un dios. Y marché en seguida a donde estaban los pretendientes y comenz6 a hablar- les con prudencia: —Pretendientes, les hablo a ustedes que asedian a mi ma- dre con dolorosa insolencia. Disfrutemos del banquete en paz, ahora. Mafiana al amanecer iremos a la plaza, donde les diré cla- ramente todo lo que tengo en el énimo. Les pediré que se vayan de mi palacio, se preparen sus propios banquetes y se inviten unos a ottos, si quieren. Sin embargo, si consideran que lo me- jor es seguir devorando la hacienda de un solo hombre sin pagar, sigan haciéndolo. Yo rogaré a los dioses eternos, por si Zeus me concede que estos desmanes sean castigados y ustedes mueran algdn dia dentro de este palacio, sin que nadie les dé venganza. Asi les dijo, y ellos se mordieron los labios, admirados de la audacia con la que les hablaba. Eurimaco, uno de los preten- dientes, dijo a su vez: 22 Homero —Telémaco, estd en la voluntad de los dioses el secreto de cual de los aqueos gobernaré finalmente esta isla, rodeada de mar. Pero queria preguntarte, principe, sobre el forastero: de dénde viene, cual es su patria y su linaje. iAcaso te trajo noti- cias sobre tu padre ausente? {O vino aqui por sus propios nego- cios? Y Telémaco le contesté discretamente: —Eurfmaco, ya no hay posibilidad de que mi padre regrese. Ya no le doy crédito a las noticias que vienen de un lado o de otro, ni les presto atencién a los ordculos cuando mi madre Ila- ma a algiin adivino y lo interroga en el palacio. Ese hombre afir- ma que es Mentes y reina sobre los tafios, a quienes les gusta re- mar. Estas fueron las palabras de Telémaco, aunque en su cora- z6n habfa reconocido a la diosa. . Los pretendientes volvieron al baile y al canto para seguir divirtiéndose hasta que se hizo de noche. Entonces se pusieron en camino a sus casas, vencidos por el suefio. Y Telémaco fue también al lugar del palacio donde estaba construido su dormi- torio. Delante de él, llevando una antorcha humeante, iba la fiel Euriclea, a la que habia comprado Laertes™ hacfa ya mucho 14 Padre de Ulises y abuelo de Telémaco. La sociedad que presenta fa Odisea es de tipo feudal, “Una profunda separa- én horizontal marcaba el mundo de los poemas homéricos. Encima de la Ifnea estaban los aristoi, literalmente «la mejor gentes, los nobles hereditarios que po- . sefan la mayor parte de [a riqueza y todo el poder, en la paz como en la guerra. Debajo estaban todos los demés, para los cuales no habfa palabra técnica colecti- va: eran la multitud, (...) Existfan esclavos en gran numero; eran propiedad, dispo- nibles a voluntad. Mas exactamente, eran mujeres esclavas, porque la guerras y las incursiones eran la principal fuente de suministro de esclavos y poca razén habla, econémica o moral, para ahorrar la vida de los hombres derrotados. (...) De la po- blaci6n libre que constitufa la masa de la comunidad, seguramente algunos eran jefes de familia independientes, ganaderos o campesinos libres con sus propieda- des (aunque ef poeta nada nos dice de ellos). Otros eran especialistas, carpinteros y trabajadores en metales, adivinos, aedos y médicos’ (Finley, M. 1: El mundo de Odiseo. México, Fondo de Cultura Econémica, 1975.) © Estrada — Odisea. © Estrada — Odisea. Odisea 23 tiempo, cuando todavia era un muchacho. Ella amaba a Telé- maco més que ninguna otra esclava, pues lo habfa criado cuan- do era pequefio. A la noche, cubierto con una piel de oveja, él segufa pen- sando en el viaje del que le habia hablado Atenea. © Estrada — Odisea. Odisea 45 Canto. 5 Wises. parte dela isla de @alipso-y llega a la. tierva.de los feacios. Ya Eos se levantaba del lecho de Titén para traer la luz a los inmortales y a los humanos. Los dioses se reunieron en asam- blea alrededor de Zeus, el que truena en el cielo y es el mas po- deroso de todos. Atenea les relataba las innumerables penas de Ulises, pues le preocupaba que estuviese retenido en el palacio de la ninfa: —Padre Zeus, dioses inmortales, ique de ahora en adelan- te ningin rey de los que llevan cetro sea bueno, ni piadoso ni tenga pensamientos justos! iQue sea siempre malvado e injus- to! Pues no se acuerda del divino Ulises ninguno de los ciuda- danos, aunque él los gobernaba con la bondad de un padre. Ahora est4 en una isla soportando grandes penas en el palacio de la ninfa Calipso y le faltan naves y compafieros que lo ayu- den en su camino sobre el ancho lomo del mar. Y, como si esto fuera poco, ahora quieren matar a su hijo querido, acechando su regreso al hogar, pues ha viajado a la arenosa Pilos y a Espar- ta en busca de noticias sobre su padre. Y le contesté Zeus, el que junta las nubes: —Hija mfa, ino fue idea tuya hacer que Ulises se vengara de esos hombres a su regreso? Octipate de acompafiar diestra- mente a Telémaco para que vuelva a su casa sano y salvo y haz que los pretendientes regresen con su nave. Y luego le dijo a su hijo Hermes: —Hermes, tii que siempre nos sirves como mensajero, ve a comunicarle a la ninfa de las lindas trenzas nuestra decisién: el tegreso del suftido Ulises; que vuelva sin compafifa de los dio- ses ni de los hombres mortales. A los veinte dias llegaré en una 46 Homero balsa, después de penar, a la fértil Esqueria, la tierra de los fea- cios™. Ellos lo honrarén como a un dios y lo enviaran a su tie- tra dandole la nave y la escolta, ademas de oro, bronce y ropas en abundancia. Pues su destino es volver a ver a los suyos. Asf habl6. Hermes escuché el mandato e inmediatamente se até a los pies las hermosas sandalias de oro que suelen Ilevarlo por sobre las aguas y las tierras junto con el soplo del viento. To- mé la vara con la que, cuando quiere, infunde suefio en los ojos de los hombres o despierta a los que estan dormidos. La empufié y eché a volar resbalando sobre el agua como una gaviota que busca peces en el mar y moja sus alas espesas en la espuma. De este modo iba Hermes sobre las innumerables olas. Al fin llegé a la isla lejana y caminé hacia la gran cueva, don- de habitaba la ninfa de hermosas trenzas. Allf la encontré. Un gran fuego ardfa en el hogar y hacfa que el olor del cedro y el in- cienso se difundiera por toda la isla. Calipso tejfa en su telar con un rayo de oro y cantaba con voz melodiosa. La cueva estaba cer- cada por un bosque frondoso de cipreses, alisos y dlamos, donde anidaban aves de rdpidas alas, btihos, halcones y comejas mati- nas de lenguas chillonas. Alrededor de la cueva habfa una vifia tupida colmada de uvas; cuatro arroyos de aguas cristalinas co- trfan cada uno hacia un lado, y alrededor crecfa un jardin delica- do de violetas y apios. Incluso un dios que Ilegara hasta alli que- daria admirado y se alegrarfa en su corazén. El mensajero se detuvo a contemplar el lugar y, después de admirar todo, se dirigié hacia la amplia cueva. Calipso lo recono- cid apenas lo vio, pues los dioses suelen reconocer a los otros dio- ses aunque tengan sus casas lejos. Pero Ulises, el de gran corazén, no estaba con ella; él lloraba, como tantas otras veces, sentado en los altos acantilados, con los ojos clavados en el maz, mientras el alma se le deshacfa en l4grimas, gemidos y pesares. Y Calipso 24 Esqueria, la isla de los feacios, es un lugar imaginatio que suele iden- tificarse con [a actual Corfu. © Estrada - Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea aa hizo sentar a Hermes en una silla espléndida y le pregunté: —iPor qué has venido, Hermes, venerado y querido hués- ped? No estoy acostumbrada a tus visitas. Dime lo que necesitas, pues el alma me impulsa a cumplirlo si es posible. Le contest6 Hermes: —Zeus fue quien me envid hasta aquf, aunque yo no queria. El dice que junto a tise encuentra un hombre, el ms desdicha- do de todos los que combatieron durante nueve afios alrededor de la ciudad de Priamo”. Al décimo, destruyeron la ciudad y em- prendieron el viaje de vuelta; pero murieron todos sus compafie- tos y solamente él se salvd, pues el viento y el oleaje lo trajeron hasta aqui. Ahora te manda Zeus que dejes partir a este hombre lo antes posible, pues su destino no es morir lejos del calor de los suyos, sino ver a sus seres queridos y regresar a su alta morada y al pafs de sus padres. Ast habl6, y Calipso se estremecié y le dirigié estas aladas pa- labras: —iQué crueles son los dioses! iCémo se irritan contra mi porque amo a un mortal! Yo lo salvé cuando Zeus, con un rayo brillante, destroz6é su nave en medio del mar rojo como el vino. Alli murieron todos sus compaiieros y a él solamente lo trajeron el viento y el oleaje hasta estas playas. Yo lo recibf y lo alimenté y le promett hacerlo inmortal y librarlo para siempre de la vejez. Pero como no es posible que ningtin dios quebrante o deje de cumplir la voluntad de Zeus, el que lleva la égida, dejaré que Uli- ses se marche; le daré consejos y no le ocultaré ningtin detalle que pueda servirle para llegar a su tierra sano y salvo. Partié el mensajero y la ninfa fue al encuentro de Ulises, el de gran coraz6n. Lo encontré sentado en los acantilados; en sus ojos no habia terminado de secarse el llanto. Se detuvo junto a ély le dijo: 25 Rey de Troya. 48 Homero —Desdichado, no te lamentes més ni consumas tu vida de este modo, que estoy dispuesta a dejarte partir. i Vamos! Toma el hacha de bronce y corta unos maderos para construir una balsa bien trabada que te Ileve a través del mar brumoso; yo cargaré en ella pan, agua y vino en abundancia para que no pases hambre. ‘También te daré ropas y te enviaré una brisa suave para que Ile- gues sano y salvo a tu casa, si asf lo quieren los dioses que habi- tan el ancho cielo. Y al dia siguiente, cuando surgié Eos, la de dedos de rosa, la ninfa comenzé a ocuparse de la partida de Ulises, el de gran co- razén. Al cuarto dfa ya estaba todo listo. Y al quinto, lo dejé partir de la isla la divina Calipso después de lavarlo y vestirlo con ropas perfumadas. Y puso en la balsa dos odres, uno con vi- no y otro, més grande, con agua; en una bolsa de cuero junt6 muchos viveres sabrosos. Y le envié una brisa de popa, templa- da y suave. Ulises, contento con esa brisa, desplegé las velas; se senté y goberné el tim6n con habilidad. No cafa el suefio sobre sus ojos, que contemplaban las Pléyades y el Boyero y la Osa, que algu- nos llaman “el Carro” y que gira sin dejar su lugar al acecho de Ori6n; ella es la nica, entre todos los astros, que no baja a ba- fiarse en el océano”*. Calipso, divina entre las diosas, le habia encomendado a Ulises que rumbeara teniéndola siempre a la iz- quierda. Después de diecisiete dfas de navegar, aparecieron an- te su vista los sombrfos montes de la tierra de los feacios, como escudos que surgian del mar rojo como el vino. El gran dios que hace temblar la tierra’, que volvia de es- 26 Las constelaciones eran Ia unica referencia con que contaban los ma- rinos de la Grecia antigua para navegar durante la noche. La Osa Mayor es visible durante toda la noche en el hemisferio Norte, por eso se dice que “no baja a baiiarse en el océano”. 27 Poseidén. En el canto 1 ya se dijo que el dios estaba enojado con Uli- ses, quien habia dejado ciego a su hijo Polifemo. El mismo Ulises narra el episodio en el canto 9. © Estrada — Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea a9 tar con los etfopes, lo vio a lo lejos: lo descubrié navegando por el mar y se le irrité el coraz6n. Mientras movia la cabeza, se di- jo: —iQué vergiienza! Seguramente los dioses cambiaron de idea respecto de Ulises mientras yo estaba con los etfopes: ya es- t cerca de la tierra de los feacios, donde es su destino escapar de la red de dolores que lo envuelve. Pero no Ilegaré antes de que yo lo sumerja en la desgracia. Y después de decir esto, amontoné las nubes y removié el océano sosteniendo el tridente entre sus manos, y solt6 vientos huracanados de toda clase, y oculté con nubes el cielo y el mar al mismo tiempo; en el cielo se asomé la noche. Ulises sintio que se le aflojaban las rodillas y le dio un vuel- co el coraz6n, y, con profundo dolor, se dijo: —Seguro que ahora tendré una muerte horrible. iFelices tres veces los aqueos que murieron en las Ilanuras de Troya pa- ra complacer a los hijos de Atreo! iOjald yo me hubiese muerto el dia que los troyanos lanzaban sus lanzas de bronce contra mf junto al cad4ver de Aquiles! Me habrian hecho honras fiinebres y los aqueos harfan circular mi gloria por el mundo. Pero ahora el destino decidié que me atrape una muerte miserable. Mientras decia esto, lo empujé hacia arriba una ola gigan- tesca, que cayé con fuerza e hizo temblar la balsa. Ulises cayé fuera de ella soltando el tim6n; un terrible torbellino de vientos mezclados quebré el méstil por la mitad y la vela cayé al mar. El quedé sumergido durante un buen rato, sin fuerzas para salir a flote, agobiado por la violencia de la ola y el peso de las ropas que le habia regalado la divina Calipso. Por fin emergié y escupié de su boca el agua salobre del mar, que cafa en abundancia de su cabeza. Pero la afliccién no impi- did que se acordara de su balsa; con fuerza la persiguid a través de las olas y se senté sobre ella. El oleaje la arrastraba ferozmen- te de un lado para el otro. 50 Homero Entonces lo vio Ino”, la de hermosos pies, la hija de Cad- mo, que en otro tiempo habia sido mortal y ahora participaba de los honores de los dioses en el fondo del mar. Se compadecié de Ulises que suftia estas penas yendo a la deriva, y salié volan- do desde el agua. Semejante a una gaviota se posé sobre la bal- say le dijo: —iDesdichado! iPor qué Poseidén, el que hace temblar la tierra, esté tan enojado contigo? Pero no llegar4 a matarte por més que lo desee. Asi que haz lo siguiente: quitate esa ropa, de- ja la balsa a merced de los vientos y trata de llegar nadando a la tierra de los feacios, donde es tu destino que te salves. Toma es- te velo inmortal, ponlo extendido bajo tu pecho y ya no temas que Ileguen los suftimientos ni la muerte. Pero ni bien alcances con tus manos tierra firme, suéltalo inmediatamente y artéjalo al mar del color del vino, muy lejos de tierra. Y después de hablar asf, la diosa le dio el velo, se zambullé otra vez en el mar alborotado, semejante a una gaviota, y se per- dié detras de una ola sombria. Entonces, Poseid6n, el que hace temblar la tierra, formé una gran ola, terrible, agobiante y cerrada, y la lanz6 contra Uli- ses. Igual que el viento impetuoso cuando agita un montén de pajas secas y las dispersa a un lado y a otro, asf destruyé las ma- " deras de la balsa. Pero Ulises se subi6 a un lefio como si monta- se un caballo y se quité los vestidos que le habia regalado la di- vina Calipso. Extendié el velo magico bajo su pecho, se puso bo- ca abajo sobre el mar, con los brazos abiertos, y nad6 con fuer- Za. Anduvo asf a la deriva, durante dos noches y dos dias, a tra- vés de la densa marejada, y muchas veces creyé ver cara a cara 28 Ino era una mortal que se habia arrojado al mar Ilevando en brazos el cadaver de su hijo, al que ella misma habia matado, enloquecida por Hera. Fue transformada en divinidad marina a la que se conocia con el nombre de Leucotea (“diosa blanca”). © Estrada - Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea 51 a la muerte. Pero cuando Eos, la de las lindas trenzas, completé el tercer dia, se detuvo el viento y Ilegé la calma. Desde arriba de una ola gigante y aguzando la vista, Ulises pudo ver cerca la tierra. Nad6 durante mucho tiempo buscando una playa y lleg6 ala boca de un rio de hermosa corriente; le parecié que este era el mejor lugar, libre de piedras y al abrigo del viento. Reconocid al dios del rio y le suplicé en su alma: —Esctichame, rey, quienquiera que seas. Vengo a ti después de muchas plegarias, escapando del mar y de las amenazas de Poseidén. Ten piedad de mf, que lego como suplicante. , Asi dijo, y el rfo detuvo al instante su corriente, hizo que cesaran las olas y se ofreci6 en calma ante él aceptdndolo en su desembocadura. Ulises cay agotado por la lucha contra el mar, vencidos los brazos robustos y las piernas. Tenfa todo el cuerpo hinchado, y de la boca y la nariz le salfa agua salada a raudales. Cay6 sin voz y sin aliento y lo abrumé una terrible fatiga. Pero en cuanto respiré y se recuperé su 4nimo, desaté el velo de la diosa y lo arrojé al rio que fluye hacia el mar. Una gran ola lo arrastr6 con la corriente y luego Ino lo recibié en sus manos. Ulises se alej6 de la orilla, se incliné delante de unos juncos y besé la tierra. Se puso en marcha hacia una selva cercana y se metié en- tre las ramas de dos plantas que nacfan en el mismo lugar. Se cu- brié con hojas y Atenea vertid sobre sus ojos el suefio, cerran- dole los parpados, para que calmara rapidamente su penosa fa- tiga. © Estrada — Odisea. Odisea 73 Canto. 9 téfagos, el cielope Dolifemo. Y el muy astuto Ulises contesté: —Alcfnoo, poderoso sefior, el m&s noble de tu pueblo, tu es- piritu te incita a preguntarme por mis penas y suftimientos, para que llore todavia con mas desconsuelo. iPor dénde voy a comen- zar mi telato y dénde voy a terminarlo? iTantos son los dolores que me han dado los dioses celestiales! Lo primero que voy a de- cirles es mi nombre, para que lo conozcan y para que, si logro es- capar del destino cruel, continuemos manteniendo telaciones de hospitalidad, aunque el palacio donde vivo esté muy lejos de aqui. Soy Ulises, el hijo de Laertes, el que se destaca entre todos los hombres por sus trucos. Mi fama llega hasta el cielo. Mi casa est en {taca, la que se ve claramente en medio del mar: en ella se alza el monte Nérito con su bosque de hojas trémulas. A su al- rededor se agrupan muchas otras islas habitadas: Same, Duliquio y Zante, poblada de selvas. No hay nada més dulce para los ojos que la tierra de uno. Y eso que Calipso, divina entre las diosas, me retuvo en su cueva deseando hacerme su esposo, y también me retuvo en su palacio Circe, la engafiosa ninfa de Ea, preten- diendo que me casara con ella. Pero ninguna de las dos logré do- blegarme el corazén en el pecho. Ahora voy a contarles mi regreso Ileno de suftimientos des- de las tierras de Troya: “Bl viento que nos trata desde allt nos llevé a Ismaro, la tierra de los cicones®. Alli asalté la ciudad y maté a sus habitantes. Lue- 32 De todos los lugares que se mencionan en las aventuras de Ulises, el pueblo de los cicones es el tinico que existié efectivamente. El historia- dor Herédoto Io ubica en Ia regién de Tracia. 4 Homero go repartimos el botin de manera que a cada uno le tocara lo justo -y ordené que nos apresuréramos a partir; pero mis hombres se com- portaron de manera estiipida y se negaron a ofrme: seguian en la costa bebiendo vino y matando ovejas y gordos bueyes de patas co- mo ruedas. . Mientras tanto, los que habian logrado huir dieron la alarma a otros cicones que vivian tierra adentro y eran mds y mejores ¥y esta- ban entrenados para luchar contra hombres de a caballo o de a pie. Llegaron al amanecer, veloces, tan numerosos como las flores y las hojas que brotan en la primavera. Nos mantuvimos firmes al pie de las naves veloces y las lanzas de puntas de bronce volaban llevando la muerte a uno y otro bando. Durante todo el dia frenamos al ejér- cito enemigo. Pero cuando Ilegé el momento en que el Sol se hunde y suelta los bueyes de su carto, los cicones lograron vencernos. Habfan muerto seis hombres por cada nave. Los demds escapamos de la muerte y de nuestro destino, y retomamos la marcha con el corazén acongojado, pues, aunque estébamos a salvo, habtamos perdido a tan buenos compatieros. Entonces, Zeus, el que junta las nubes, levanté el viento boreas™ y una terrible tormenta, y cubrié con sus nubes el mar y el cielo. Se hizo de noche. La naves avanzaban en diagonal y la furia del viento rasgé las velas en tres y cuatro pedazos. Las doblamos sobre cubier- ta por temor a la muerte y remamos con fuerza hasta llegar a tierra. Alli permanecimos dos noches ‘y dos dias enteros, consumidos por la fatiga y el dolor. Cuando Eos, de las lindas trenzas, trajo el ter- cer dfa, levantamos los médistiles, desplegamos las blancas velas -y nos sentamos en las naves, dejando que las condujeran el piloto y los vientos. Entonces habria llegado sin mds percances a mi tierra, pero al dar la vuelta a Malea, los vientos y el oleaje nos arrastraron lejos de Citera. Durante nueve dias, los vientos nos zarandearon sobre el J 33 Nombre que daban los griegos al viento frio que sopla en direccién N-NE. En fa mitologia, era hermano de Euro, Noto y Céfiro, que personi- ficaban a los vientos del Este, del Sur y del Oeste, respectivamente. © Estrada ~ Odisea. © Estrada — Odisea. Odisea 15 mar rico en peces. Al décimo, Hegamos a la tierra de los lotéfagos*, los que se alimentan de flores. Bajamos a tierra, achicamos el agua y nos pusimos a comer jun- to a las naves veloces. Cuando terminamos, envié dos hombres a que fueran a ver qué clase de gente habitaba en esa region; también man- dé un heraldo para que los acompariara. Marcharon enseguida 'y se encontraron con los lotofagos; estos, en vex de matarlos, les dieron de comer loto. Y cuando probaron el dulce fruto del loto, instantdnea- mente perdieron el deseo de volver para informarnos y solo querian quedarse allt, olvidéndose del regreso a la patria y sacidndose con lo- to. Pero yo los hice volver a las naves a la fuerza, aunque lloraban: los arrastré sobre la cubierta y los até bien fuerte a los bancos. Des- pués ordené a mis otros compafieros que se apuraran a embarcar en las naves veloces; no fuera a ser que alguno comiera loto ¥ se olvida- ra del regreso. Rapidamente se embarcaron y, sentados en fila, se pu- sieron a golpear con los remos las aguas grisdceas. Desde allt seguimos navegando con el corazén acongojado has- ta que legamos a la tierra de los fieros ciclopes®, los que no tienen ley. Confiando en los dioses eternos, no siembran ni plantan, ni la- bran la tierra, sino que todo se les da sin sembrar ¥ sin arar: el trigo, la cebada y las vides, que brindan rico vino de sus racimos genero- sos; todo esto lo hace crecer la lluvia de Zeus. No se retinen a deli- berar en las plazas ni saben de leyes ni de justicia. Viven en cuevas, en las cumbres de las altas montafias; cada uno es legislador de su esposa 'y de sus hijos y no se preocupa de los demds. En el fondo del puerto fluye el agua limpida que brota de una grutd y alrededor crecen los dlamos. Hacia allt penetraron mis bar- cos; un dios los guiaba a través de la noche oscura. No tentamos luz, pues la bruma era espesa y la Luna no irradiaba su brillo en el cie- 34 Pueblo mitico que los investigadores ubican en el norte de Africa. 35 En la mitologia griega, gigantes de enorme fuerza, que tienen un so- To ojo. 16 Homero lo, totalmente oculta tras las nubes. Por eso nadie vio la isla con sus ojos en ese momento; tampoco vimos las grandes olas que rodaban hasta la tierra y hacia alli arrastraban a las naves de buenos bancos. Y cuando legamos a la costa, recogimos las velas, bajamos a tierra y nos acostamos a dormir a la espera de Eos. Y cuando surgié Eos temprana, la de dedos de rosa, recorrimos Ia isla lenos de admiracién; y las ninfas, hijas de Zeus, hicieron sa- lir a las cabras salvajes para que mis hombres saciaran el hambre. Asi que sacamos de las naves los arcos y las flechas, nos formamos en tres grupos, comenzamos a disparar y, en poco tiempo, un dios nos concedié una caza abundante. Conmigo ventan doce naves: cada una se.llevé nueve cabras y a mé solo me dieron diez. Todo el dia es- tuvimos comiendo y tomando dulce vino hasta que se sumergié el Sol. Miramos la tierra de los ciclopes y vimos el humo de sus fogatas ¥y es- cuchamos los balidos de sus ovejas. Y cuando se sumergié el Sol y lle- g6 la oscuridad, nos acostamos a dormir en la orilla del mar. Y cuando surgié Eos temprana, la de dedos de rosa, reunt a mis hombres ¥ les dije: —Compafieros mios, quédense aqui mientras yo voy con mi tri- pulacién para ver quiénes son estos hombres: si son. crueles, salvajes sin ley ni justicia, o si reciben a los extranjeros y respetan a los dioses. Después de hablar ast, subi a la nave y ordené a mis compafie- tos que embarcaran también y soltasen amarras. Enseguida atraca- mos en la costa vecina y vimos una cueva cerca del mar: era grande y elevada, y estaba escondida tras unos laureles. Alli pasaban la no- che muchas ovejas cabras; alrededor habia una cerca alta de pie- dras hundida en la tierra ¥ altisimos pinos y encinas de ramaje alto. El duefio de esa caverna era un hombre monstruoso que cuidaba sus tebatios solo, alejado, sin trato con los otros ciclopes, y que en su gran soledad tramaba pensamientos malvados. Aquel monstruo provoca- ba asombro, porque no parecia un ser humano de los que se alimen- tan de pan, sino una elevada cima de montaiia cubierta de bosque que sobresale entre todas las demds. © Estrada ~ Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea 77 El resto de la gente se quedé a cuidar la nave; yo elegt a mis do- ce mejores comparieros ‘y me puse en marcha. Llevaba un cuero de cabra lleno de un vino exquisito que me habia regalado hacia tiempo Marén, el sacerdote de Apolo, y una bolsa con provisiones. Preveia que iba a encontrarme con un hombre que poseta una fuerza increi- ble, un salvaje que no conocia la justicia ni Ia ley. Llegamos a la cueva, pero no encontramos al duefio adentro, pues estaba apacentando sus tebafios en el prado. Ast que entramos e inspeccionamos todo lo que habia: cestas cargadas de quesos y es- tablos lenos de corderos y cabritos. Mis hombres comenxaron a pe- ” dirme que toméramos los quesos ‘y dejéramos salir a los animales pa- ra conducirlos a la nave veloz y partir con ellos a bordo sobre el agua salada. Pero yo no les hice caso (iaunque me hubiese convenido!) porque queria ver a aquel monstruo ¥ pedirle los dones de la hospita- lidad. Sin embargo, su aparicién no iba a ser grata para mis compa- neTOS. Ast que encendimos una fogata, hicimos un sacrificio, reparti- ‘mos quesos, comimos ‘y nos sentamos a esperarlo. Llegé con sus re- bafios. Trafa una imponente carga de lefia para prepararse la cena y la arrojé con tanto estruendo que nos hizo retroceder asustados al fondo de la cueva. A continuacién hizo entrar las hembras del reba- fio para ordefiarlas y dejé a los machos afuera. Después levanté una roca enorme '¥y cerré la puerta. Era una toca tan pesada que ni si- quieva veintidés carros fuertes de cuatro ruedas habrian podido mo- verla de all. Entonces, el ciclope se sent6 a ordefiar a las ovejas y a las cabras, cada una en su momento, y debajo de cada una puso una cria. A continuacién puso a cuajar la mitad de la blanca leche + la dejé guardada en cestillos bien entretejidos; y guardé la otra mitad en baldes para poder beberla cuando tuviese sed o tal vex para la cena. Cuando terminé con estas actividades encendié el fuego; enton- ces nos vio y nos dijo: —Forasteros, iquiénes son ustedes? {De dénde vienen navegan- do sobre los senderos del mar? iViajan con algin propésito o van sin 78 Homero rumbo, como los piratas, que andan a la ventura arriesgando sus vi- das ¥y llevando la destruccién a los pueblos? Al ofrlo, nuestros corazones se estremecieron de espanto por su voz y por su aspecto terrible. Pero logré contestarle con estas pala- bras: —Somos aqueos y venimos de Troya, arrastrados sobre el gran abismo del mar a merced de los vientos. Nos dirigimos a nuestro ho- gat, pero se nos ha desviado el rumbo. Esa serd la voluntad de Zeus. Nos enorgullecemos de pertenecer al ejército de Agamensn, el mds famoso bajo el cielo: itan grande era la ciudad que arrasé y tantos los hombres que hizo sucumbir! Llegamos aqut y venimos a verte por si nos ofteces los dones de la hospitalidad y nos das algvin regalo, co- mo se acostumbra hacer con los huéspedes. Ten respeto a los dioses, pues venimos como suplicantes invocando a Zeus hospitalario. Esto dije, y él me contest6 con corazén cruel: —Eres estiipido, forastero, o vienes de muy lejos. De otro modo no se entiende que me pidas que tespete o tema a los dioses: a los ct- clopes no les importa Zeus ni los otros dioses felices, pues somos los més fuertes. No haria nada por ti o por tus compatieros con dnimo de evitar el enojo de aquel, a menos que quisiera hacerlo ast. Pero di- me dénde atracaste tu nave: éfue al final de la playa o agut cerca? Decia esto para ponerme a prueba, pero a mi no me engaiié, ” pues soy muy astuto. Ast que le contesté con una mentira: —Mi nave la destrozé Poseidén, el que hace temblar la tierra. La hizo chocar con las rocas en la costa de esta isla. La llevd contra un promontorio y por eso mis compafieros y yo nos salvamos de la muerte. Ast hablé, y su corazén cruel no contesté nada. Dio un salto, agarré a dos de mis hombres entre sus manos como si fueran cacho- ros, ¥ los golped contra el suelo hasta romperles la cabeza. Corté sus cuerpos en pedaxos ‘y los devoré, como si fuera un leén salvaje, sin dejar entrafias ni carne ni huesos llenos de médula. Nosotros elevamos nuestras manos suplicando a Zeus, como tes- © Estrada — Odisea, @ Estrada - Odisea. Odisea 79 tigos de esas acciones abominables. Tenfamos los corazones llenos de desesperacién. Cuando el ciclope sintié el estémago Ileno de carne humana 4 le- che, se acosté en medio de la cueva y se durmié entre los rebarios. Entonces, mi dnimo altanero pensé en acercarme a él, sacar de mi costado la espada afilada y atravesarle el cuerpo entre el pecho y el higado. Pero me contuvo otro pensamiento, pues hubiéramos muerto sin remedio al ser incapaces de mover con nuestros brazos la enorme piedra que bloqueaba la puerta. Ast que, llorando, aguardamos a que llegara Eos. . Y cuando surgié Eos temprana, la de dedos de rosa, el cfclope encendio el fuego, se sentd a ordefiar las ovejas y las cabras, cada una en su momento, 'y debajo de cada una puso una cria. Cuando terminé estas tareas, agarr6 a dos compafieros a la vex y los comié como desayuno. Y después de comer sacé los tebafios quitando con facilidad la gran piedra que cubria la entrada, y luego volvié a po- nerla como si fuera la tapa de una caja. Y mientras el ciclope lleva- ba a sus rebafios a pastar, ‘yo me quedé tramando mil maldades en mi coraz6n: queria desquitarme, si Atenea me lo concedia. Y esto fue lo que decidt. Al lado del establo, el ciclope habia de- jado a secar un gran tronco de olivo. Parecia el mdstil de una nave de veinte bancos, espaciosa, de las que navegan sobre el mar inter- minable. De ese tronco corté un tramo de una braza y se lo di a mis hombres para que lo alisaran. Luego, yo le afilé la punta y lo puse al fuego para endurecerlo. Y lo escondt tapandolo con estiércol. Enton- ces ordené que decidieran quiénes se animartan a levantar la estaca conmigo ¥y a revolverla en el ojo del ciclope cuando estuviera bajo el hechizo del suefio, ¥ eligieron a los cuatro que ‘yo mismo habria ele- gido. Yo era el quinto del grupo. A la tarde lleg6 el ciclope conduciendo a sus animales de hermo- sos vellones y los hizo entrar a todos en el enorme establo. Después cerré la entrada con la piedra y se senté a ordefiar las ovejas ¥y las cabras, cada una en su momento, y debajo de cada una puso una 80 Homero cria. Cuando realiz6 estas tareas, agarré a dos compafieros a la vez y los comié como cena. Entonces, me acerqué al ciclope ofreciéndole una copa de vino y le dije: —Ciclope, bebe este vino después de haber comido carne huma- na. Verds qué bebida guardaba nuestra nave; la traje para oftecérte- Ia en caso de que mostraras compasién y nos ayudaras a volver al hogar. Pero tu furia no tiene lmites. iMaldito! {Qué seres humanos se acercardn a ti después de lo que has hecho? No actuaste como co- rresponde. Ast hablé. El tomé el vino, lo bebié con muchisimo deleite y sin pausa me pidié otra copa: . —Dame mds, no seas tacatio. Y dime tu nombre ahora, porque quiero ofrecerte un don de hospitalidad que te va a alegrar. Volvi a ofrecerle el rojo vino. Tres veces le servt y tres veces lo bebié sin respirar. Y cuando el rojo vino habia invadido la mente del ciclope, le hablé con palabras melosas: —Ciclope, me preguntaste mi nombre y voy a dectrtelo, pero ti debes darme el don de hospitalidad que me prometiste. Mi nombre es Nadie. Nadie es como me llaman mi padre, mi madre y mis amigos. Asi le dije, y él me contest6 con corazén cruel: —A Nadie me lo voy a comer al final y al resto de sus compa- fieros antes. Este seré tu don de hospitalidad. Y después de decir esto se tambaleé y cayé boca arriba. Enton- ces arrimé la estaca a las brasas para que se calentara, mientras da- ba palabras de aliento a los mios por si alguno queria retirarse domi- nado por el miedo. Y cuando la estaca estaba a punto de arder, aun- que verde, encendida con un brillo impresionante, la saqué del fuego y mis compafieros se me acercaron, pues un dios les infundié en el becho un valor sin limites. Tomaron la puntiaguda estaca de olivo y se la clavaron al ctclope en el ojo, mientras yo, apoyado arriba, la ha- cia girar como un taladro. Lanz6 un alarido tremendo que hizo re- tumbar la caverna_y nosotros nos echamos hacia atrds aterrados. To- mé la estaca, se la arrancé del ojo empapada en sangre y enloqueci- © Estrada — Odisea. @ Estrada - Odisea. Odisea 81 do la arrojé lejos. Inmediatamente se puso a llamar con grandes gri- tos a los otros ciclopes que vivian alrededor, en las cuevas de las ven- tosas cumbres. Ni bien oyeron sus gritos vinieron de todos lados ¥ se colocaron alrededor de la cueva preguntando qué pasaba: —iQué sufrimiento tan grande te hace gritar ast, Polifemo, en medio de la noche, privéndonos del suefio? ‘Algvin hombre te robé los rebaiios? £O acaso alguien intenta matarte con engafio o por la fuerza? Y desde adentro de la cueva les contesté el poderoso Polifemo: —Amigos, Nadie me mata con engafio, 'y no por la fuerza. Y ellos le dijeron estas aladas palabras: —Si nadie te ataca y estds solo, es imposible escapar de las en- fermedades que manda el gran Zeus. Pero al menos puedes invocar atu padre, Poseidén, el soberano. Hablaron ast y se marcharon. Y yo me reta para mis adentros del truco del nombre y de mi plan bien preparado. El ciclope gemia enloquecido de dolor y palpando con las manos retiré la piedra de la puerta y se sent6 en la entrada con las manos tendidas para agarrar- nos si saliamos junto con las ovejas. iTan estiipido me consideraba él en su interior! Yo, después de deliberar un rato, resolvi lo siguiente: como los carneros estaban bien alimentados y tenian vellones gran- des y espesos, los até en silencio en grupos de tres con mimbres bien trenzados sobre los que dormia el ctclope; un hombre se colgaba del carnero del medio mientras los otros dos lo protegian. Yo, por mi par- te, atrapé al carnero mds fuerte del rebatio y me coloqué bajo su ve- lludo vientre agarréndome fuerte de sus lanas. Cuando surgié Eos temprana, la de dedos de tosa, el ciclope hi- zo salir a los machos del ganado para pastar. Y las hembras balaban dentro del corral, sin ordefiar. Y él, agobiado por los terribles dolores, pasaba su mano sobre el lomo de las teses, sin darse cuenta de que mis compafieros estaban colgados del vientre de los lanudos anima- les. El tiltimo en salir fue el carnero que cargaba conmigo. El pode- toso Polifiemo lo tocé y, al reconocerlo, le dijo: 82 Homero —Querido carnero, iojald tuvieras sentimientos como los mios y pudieras hablar para decirme dénde se ha ocultado Nadie! Enton- ces, le romperta la cabeza contra el suelo de la cueva y asi se calma- rian los dolores que me ha causado el despreciable Nadie. Y después de hablarle ast, lo dejé ir. Cuando estuvimos bastan- te lejos de la cueva, yo me desaté del animal para soltar a mis ami- gos. Entonces, arreamos a los gordos carneros de patas finas y los lle- vamos hasta la nave. iQué contentos se pusieron nuestros comparieros al ver a los que habiamos escapado de la muerte! iY cémo lloraron por los otros! Pe- 10 yo les hice seftas con las cejas para que no se lamentaran y les or- dené que embarcaran a los carneros de ricos vellones y comenzatan @ navegar por el mar salado. Y cuando estaba a una distancia de la costa como para que me oyeran si gritaba, le dirigi al ciclope estas palabras de burla: —Ciclope, parece que no le faltaban fuerzas al hombre cuyos comparieros devoraste en la honda caverna con tamafia violencia. Era inevitable que te volvieran tus malvadas acciones, maldito, por- que te atreviste a comer a tus huéspedes dentro de tu propia casa. Por esto te castigaron Zeus ¥y los demas dioses. Asi le hablé, y su coraz6n se enfurecié mds atin. Arrancé la ci- ma de una alta montaria y la arroj6 contra la nave; cayé adelante y estuvo a punto de romper el timén. La piedra, al caer, levanté el mar y el oleaje empujé a la nave nuevamente hacia tierra. Entonces, to- mé un botador** y empujé la nave hacia fuera y ordené a mis com- Pafieros que remaran con mds fuerza para escapar de la catdstrofe. Cuando estuvimos a dos veces la distancia de antes, volvt a dirigir- me al ciclope, aunque mis comparieros quertan disuadirme: —Ciclope, si alguna vez algin hombre te pregunta quién te cau- 86 la horrorosa ceguera, dile que fue Ulises, el destructor de ciuda- des, el hijo de Laertes, que tiene su casa en Itaca. 36 Palo largo con el que los marineros empujan fa arena para desenca- lar o hacer andar los barcos. © Estrada — Odisea. © Estrada ~ Odisea. Odisea 83 Ast le dije. Entonces, él hizo una stiplica al soberano Poseidén levantando sus brazos hacia el cielo estrellado: —Esctichame, Poseid6n; si en verdad soy tu hijo, haz que no lle- gue jamds a su tierra Ulises, el destructor de ciudades, el hijo de Laertes, que tiene su casa en ftaca.-Pero si su destino es que llegue a ver a los suyos, su casa y su patria, que tegrese entre sufrimientos, tarde, después de haber visto morir a todos sus hombres, en una na- ve extranjera, y que encuentre en su casa nuevas calamidades. Esta fue su stiplica, y Poseidén lo escuch6. A continuacién, el ct- clope arrancé la cima de una alta montafia y la arrojé contra la na- ve; cay6 adelante y estuvo a punto de romper el tim6n. La piedra, al caer, levant6 el mar ¥ el oleaje empujé a la nave nuevamente hacia tierra. Finalmente llegamos a la isla donde nos aguardaban reunidas las otras naves de buenos bancos. Mis hombres estaban llorando a la espera de nuestro regreso. Al llegar, varamos la nave sobre la arena y salimos a la playa. Hicimos salir las reses del ciclope + las teparti- mos de modo que a cada uno le tocara lo justo. Estuvimos todo el dia comiendo carne sin parar y bebiendo dul- ce vino, hasta que el Sol se sumergié. Entonces, nos dormimos escu- chando el sonido de las olas. Cuando surgié Eos temprana, la de dedos de tosa, ordené a mis compafieros que embarcaran ¥ soltaran amarras. Asi seguimos na- vegando, con el corazén contento, en parte, por haber salvado nues- tras vidas, aunque habiamos perdido a nuestros compafieros.” © Estrada ~ Odisea. Odisea 103 @anto. 12 Ulises. continia el relate. de se aventuras ante lox feacior. Las Sirenas, Escila y Caribdis, la isla del Sol. “Cuando llegamos a la isla de Eea, desembarcamos y dormimos en la orilla, esperando a la divina Aurora. Y cuando surgié Eos temprana, la de dedos de rosa, envié unos hombres al palacio de Circe para que trajeran el caddver de Elpénor. Cortamos unos lefios y lo quemamos sobre un gran promontorio, mientras derramdbamos muchas lagrimas. Cuando el caddver se ha- bia quemado junto con las armas, levantamos una tumba clavamos encima el remo que él habia usado en vida. Luego, nos pusimos a pla- near el regreso. Circe vio que habiamos vuelto de Hades ¥ vino enseguida a Ile- varnos provisiones. Sus siervas tratan pan, carne en abundancia y rojo vino. Ast que pasamos todo el dia, hasta que se puso el Sol, co- miendo carne ¥y bebiendo el vino delicioso. ‘Cuando se puso el Sol y llegd la oscuridad, mis hombres fueron a dormir al pie de la nave. Y Circe me tomé de la mano, me lev aparte y me dijo: —Hasta aqui se cumplié todo lo que te anuncié. Escucha bien lo que voy a decirte ahora y consérvalo en tu memoria. Primero en- contrards a las Sirenas"*, que embrujan a los hombres que se acer- can a ellas. Quien pasa cerca desprevenido ¥ escucha su vox, ya nun- ca verd a su esposa y a sus hijos alegrarse porque vuelve a casa. Las Sirenas lo atraen con su sonora cancién y lo dejan para siempre alli; la playa estd lena de huesos humanos que se pudren cubiertos de piel 43 En la mitologia griega, las Sirenas son seres fabulosos, mitad mujer y mitad ave. 104 Homero seca. Pasa de largo y tapa los ofdos de tus hombres con cera suave como la miel, para que ninguno escuche aquel canto. Si ti quieres es- cucharlo, haz que te aten de manos ¥ pies, erguido contra el mastil para gozar cuando las Sirenas te hagan ofr su cancion; y si les supli- cas a tus compatieros ¥y les ordenas que te desaten, ellos deben apre- tar los nudos todavia mds fuerte. Y continu: —Cuando hayas pasado la playa en la que viven estas hechice- tas, no puedo decirte qué camino te conviene seguir; deberds elegirlo ttt mismo entre dos posibilidades. De un lado hay unas rocas muy al- tas, contra las que se estrella el oleaje; los dioses las aman Rocas Errantes. Jamds pudieron evitarlas las naves que pasaton por ahi, porque el oleaje y los huracanes arrastran siempre los madetos y los cuerpos de los hombres. Solo una nave pudo pasar de largo, la famo- sa Argo, esto fue porque Hera queria a Jasén™. El otro camino pa- sa entre dos promontorios: uno de ellos llega hasta el ancho cielo y lo rodea eternamente una nube oscura; en medio de él hay una gruta donde habita Escila, lanzando sus horribles chillidos (es un monstruo malvado, con doce patas deformes y seis cuellos largutsimos; cada uno tiene una cabeza espantosa y cada cabeza tiene tres filas de dientes apretados, llenos de muerte; la mitad de su cuerpo se esconde en la gruta, mientras que las cabezas sobresalen ¥y exploran alrededor por si consiguen pescar algin animal grande entre los que cria el mar; los marinetos jamds logran pasar de largo sin pérdidas, pues las cabezas siempre arrebatan seis hombres de la nave). Y siguid diciendo: . —El promontorio que estd enfrente es mds llano; sobre él brota una frondosa higuera silvestre y, debajo, la divina Caribdis traga el agua ruidosamente (tres veces al dia la tragay tres veces la vomita de una manera espantosa): iojala no pases por allé cuando esté tragan- do el agua, porque ni siquiera Poseidén podria librarte de la muerte! 44 Héroe mitolégico que condujo la expedicién de los argonautas en busca del vellacino de oro. © Estrada - Odisea. © Estrada — Odisea. Odisea 105 Ast que te conviene acercarte velozmente al promontorio de Escila: mds te vale perder seis hombres que hundirte con todos juntos. Des- pués llegards a la isla de Trinacia™’, donde pastan los rebatios de va- cas y ovejas del Sol: nunca tienen cria, pero tampoco mueren jamds. Sino tocan a estos animales ¥ solo piensan en el regreso, llegardn fi- nalmente a la patria, aunque sea después de grandes sufrimientos; pe- 10 si les hacen dario, entonces predigo la destruccién de la nave y de tus compaiieros. Y si ti logras salvarte, volverds tarde y en desgracia, en una nave ajena, después de haber perdido a todos tus compafieros. Ast habl6, y enseguida lego Eos, la del trono de oro. Circe vol- vid a su casa cruzando la isla y yo me dirigt a la nave y apuré a mis compaiieros para que se embarcaran’y soltaran amarvas. Ellos se em- barcaron répidamente, se sentaron en los bancos ¥y se pusieron a gol- pear el mar con los remos. Y Circe, la de las lindas trenzas, la pode- rosa diosa con voz humana, nos envid un viento favorable que hin- chaba las velas; el mejor compaiiero para la navegacién. Después de disponer todo, nos sentamos y dejamos que a la embarcacién la diri- gieran el viento y el piloto. Y yo les hablé a mis hombres con el coraz6n preocupado: —Amigos, es importante que todos conozcan las predicciones que me hizo Circe, divina entre las diosas. Antes que nada, me orde- n6 que evitdramos a las Sirenas y su cancién hechicera. Solo ‘yo po- dré escucharla; pero ustedes tienen que atarme con fuertes ataduras para que permanexca firme junto al mdstil. Y si yo les suplico que me desaten, deben apretar las sogas con mds fuerza todavia. Mientras yo explicaba esto, la nave lego rapidamente a la isla de las Sirenas, impulsada por un viento benévolo. Yo corté un pan de ce- ra. en trozos pequerios, los fui ablandando entre mis dedos tapé los oidos de todos mis compaiieros. Ellos, a su vez, me ataron de manos 'y pies, erguido junto al mdstil, y luego se sentaron para golpear el mar con los temos. w 45 tsla imaginaria. Algunos investigadores la relacionan con Sicilia; otros sostienen que debe ubicarsela en el lejano Este. 106 Homero La nave ya estaba a una distancia a la que puede ofrse un gri- to. Las Sirenas percibieron su paso y levantaron su canto: —Ven hacia aqut, Ulises, gloria de los aqueos. Haz que se de- tenga tu nave para que puedas ofr nuestra vox. Nadie pasé de largo por aqui sin escuchar el dulce sonido que fluye de nuestros labios. El que lo escucha se va luego feliz porque aprende mil cosas nuevas. Sa- bemos todo lo que penaron los troyanos y los aqueos en la amplia Tioya por voluntad de los dioses, y todo lo que ocurre en cualquier lugar de la tierra. Ast hablaban con su hermosa voz y yo deseaba escucharlas con todo el corazén. Con las cejas les hacia sefias a mis compatieros pa- ta que soltaran las ataduras, pero ellos se inclinaban sobre los remos. Luego se pararon Perimedes y Euriloco y me sujetaron con mds so- gas, apretando los nudos con mds fuerza. Cuando ya habiamos pasado de largo y no se ofa mds la voz de las Sirenas, mis fieles compafieros se quitaron la cera que yo habia puesto en sus oidos y a mi me soltaron las ataduras. Laisla se perdia de vista a lo lejos, cuando noté adelante el va- por de unas olas gigantescas y comenzamos a escuchar el estruendo del agua. Mis compajieros se Ilenaron de espanto y los remos caye- ton de sus manos. La nave se detuvo alli mismo. Entonces comencé aalentarlos con estas palabras: —Amigos, no nos falta experiencia en desgracias. El peligro que nos acecha no es menor que el encuentro con el feroz ciclope que nos encerré en su cueva. Pero, incluso esa vex, logramos escapar gracias ami valentia, mi decisién y mi inteligencia. También el peligro actual nos parecerd un recuerdo mds adelante, si hacen lo que les voy a de- * cir: siéntense en los bancos -y remen. con fuerza, por si Zeus nos per- mite salir de esta y escapar de la desgracia. Ti, piloto, presta aten- cién: mantén la nave alejada de aquel torbellino y su vapor; acérca- te al promontorio +y cuida que la nave no se vaya hacia el otro lado y quedemos en medio del peligro. Asi hablé, y enseguida obedecieron lo que les decta. No les ha- © Estrada - Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea 108 Homero blé, entonces, de Escila, que era un mal sin remedio, para que el te- mor no les impidiera remar y los obligara a esconderse en la bodega. Ast fue como empezamos a pasar por el estrecho entre lamentos, pues de un lado estaba Escila, y, del otro, Caribdis tragaba el agua sala- da del mar de una manera aterradora. Y cuando la vomitaba, toda el agua burbujeaba como una olla que hierve sobre el fuego. El terror se apoderé de mis hombres. Mientras mirdbamos a Caribdis, temien- do que nos destruyera, por el otro lado nos atacé Escila y arrebaté de la nave a seis hombres, los mejores en fuerza y en el manejo del temo. Escila los devoré en la puerta de la cueva, mientras gritaban y extendian las manos hacia mi langando chillidos de agonta. Aquello fue lo més triste de todo lo que tuve que ver en mi tecorrido por los senderos del mar. Cuando logramos escapar de la terrible Caribdis y de Escila, en- seguida llegamos a la isla donde estaban las hermosas vacas'y los nu- merosos tebatios de ovejas del Sol. Entonces, recordé las palabras de Titesias y las de Circe, ¥ les dije a mis comparieros: —Escuchen lo que voy a decirles, comparieros que han sufrido tanto. Circe y Tiresias me pidieron encarecidamente que evitéramos la isla del Sol, pues dijeron que aqut tendrtamos el mal mds terrible. Asi que llevemos la nave lejos de la isla. Ast hablé, y a ellos se les quebré el dnimo. Y Euriloco me dijo con. enojo: —Eres muy duro, Ulises, y tu fuerza y tu cuerpo no se cansan. Parece que estuvieras hecho de hierto -y por eso les prohtbes a tus hombres llegar a la isla, aunque ves que estén. rendidos y deshechos de fatiga. Es peligroso navegar de noche. Desembarquemos ¥y prepa- vemos una comida junto a la nave veloz. Al amanecer volveremos a ponernos en marcha. Asi hablé Euriloco y los demas compafieros aboyaron sus pala- bras. Comprendt, entonces, que un dios nos preparaba una desgra- cia y les dirigt estas aladas palabras: —Euriloco, no voy a oponerme yo solo a la voluntad de todos. © Estrada - Odisea. © Estrada - Odisea. Odisea 109 Pero al menos quiero que me juren solemnemente que no matardn ninguna vaca y ninguna oveja. En cambio, todos comerdn en paz el alimento que nos dio Circe. Ast hablé y todos juraron como les habia pedido. Detuvimos en el puerto nuestra nave y mis compafieros desembarcaron ¥y se prepa- raron la comida. Y cuando saciaron el deseo de comer y de beber, co- mengaron a llorar a los compatieros que habia devorado Escila, arre- batdndolos de la nave. Luego, los dominé el profundo suetio. Y cuan- do transcurrieron dos tercios de la noche, Zeus envid un viento muy fuerte en forma de huracdn y oculté con nubes el mar y la tierra. Y volvié a cerrarse la noche. Cuando surgié Eos temprana, la de dedos de rosa, anclamos la nave, luego de arrastrarla a una gruta. Yo reunt a mis hombres ¥ les hablé de este modo: —Amigos, en la nave nos queda comida y bebida. No nos acer- quemos a las vacas si no queremos que nos pase algo malo, porque estas vacas y estas ovejas pertenecen a un dios terrible, al Sol, que todo lo ve y todo lo oye. Durante todo un mes soplé el viento austro* sin dar paso a otros vientos. Mientras mis hombres tuvieron comida y tojo vino, se man- tuvieron alejados de las vacas; pero cuando consumieron todos los vt- veres de la nave, comenzaron a cazar aves y a pescar peces con cur- vos anzuelos, pues el hambre les retorcia el estémago. Entonces, ‘yo me puse a recorrer Ia isla para suplicar a los dio- ses que me mostraran el camino de regreso. Cuando mis compafieros me habian perdido de vista, me lavé las manos en un lugar protegido de los vientos ‘y supliqué a todos los dioses del Olimpo. Ellos derra- matron dulce suefio sobre mis ojos. Mientras tanto, Eurtloco les co- municaba a los demds esta decision funesta: —Escuchen, compafieros que han sufrido tanto. Cualquier muerte es odiosa para los hombres, pero ninguna es tan horrible co- 46 Viento def Sur. 110 Homero mo morir de hambre. Asi que ivamos! Acorralemos a las mejores va- cas del Sol y sacrifiquémoslas a los dioses inmortales. Si llegamos a Itaca, nuestra patria, lo primero que haremos serd edificar un mag- nifico templo al Sol y lo lenaremos de ofrendas preciosas. Pero si, enojado por sus vacas de altos cuernos, decide destruir nuestro bar- co, perfiero morir de una vex, antes que consumirme poco a poco en la isla desierta. Ast habl6 Euriloco y los otros aprobaron lo que decia. Acorra- laron a las mejores vacas del Sol y cuando habian hecho la stiplica y degollado a los animales, cortaron los muslos ¥y los cubrieron con gra- sa de los dos lados y pusieron carne sobre ellos. Una vez que se que- maron los muslos, mis hombres probaron las entravias, cortaron en troxos lo demds ¥ lo pusieron en asadores. Entonces, se fue el suefio de mis ojos y emprendf el regreso ha- cia la nave veloz y hacia la orilla. Y cuando estaba cerca, me rodeo el agradable olor de la grasa. Me puse a llorar e invocaba a gritos a los dioses: —Padre Zeus y todos los demds dioses felices que viven eterna- mente, ustedes me enviaron el suefio para arruinarme, porque mien- tras yo dormia mis comparieros tealizaron un acto terrible. Mientras tanto, el Sol, con el corazén acongojado, se dirigta a los inmortales diciendo: —Padre Zeus y todos los demds dioses felices que viven eterna- mente, castiguen ya a los compafieros de Ulises que mataron a mis vacas, con las que yo subia al cielo estrellado y bajaba nuevamente ala tierra desde el cielo. Sino recibo compensacién, me sumergiré en el Hades y brillaré para los muertos. Y le contesté Zeus, el que junta las nubes: —Sol, contintia alumbrando a los dioses y a los hombres sobre la tierra, que yo lanzaré mi tayo y enseguida destruiré la nave en me- dio del mar. (Esto me lo conté Calipso, a quien a su vez se lo conté Her- mes, el mensajero de los dioses.) © Estrada - Odisea. © Estrada — Odisea. Odisea mW Cuando yo llegué a la playa, al sitio donde estaba la nave, re- prendf a mis hombres, pero ‘ya no habia remedio: las vacas estaban muertas. Entonces, los dioses comenzaron a dar sefiales terribles: las pieles caminaban, la carne mugia en los asadores, como si las vacas hubiesen recobrado la vox. Siete dias después, dejé de soplar el viento austro y nos embar- camos lanzando la nave al amplio océano. Cuando ya estdbamos le- jos de la isla y solo se veta cielo y mar, Zeus puso una nube sombria sobre la nave y todo se oscurecié debajo de ella. Se desencadenaron vientos terribles y Zeus lanzaba sus rayos contra la nave, que se lle- no de azufre. Mis compaiieros cayeron afuera y el oleaje los arras- traba de un lado a otro. El dios les habia negado el regreso. Yo logré atar unos maderos ¥, sentado sobre ellos, me dejé llevar por los vientos. Durante nueve dias estuve a la deriva y en la décima noche los dioses me acercaron a la isla de Ogigia, donde vive Calip- so, la de las lindas trenzas, la poderosa diosa con voz humana. Ella me dio hospitalidad y me cuidé. Pero épara qué voy a contar esto si ya lo relaté ayer en el palacio, ante tiy tu esposa?” © Estrada — Odisea. Odisea 163 Canto. 27 La prueha del arco. Atenea, la diosa de los ojos brillantes, inspiré a la prudente Penélope para que pusiera ante los pretendientes, en la casa de Ulises, el arco y el hierro relumbrante, que es signo de guerra. Seguida por sus siervas, marché hasta la tiltima habitacién, don- de se guardaban los objetos preciosos de su sefior (bronce, oro y hierro trabajado). Allf estaba también el arco flexible y la alja- ba Ilena de flechas gemidoras. Cuando Penélope entré en la habitacién, subié a la tarima donde estaban las arcas repletas de ropa perfumada. Extendié los brazos y descolgé de un clavo el arco, envuelto en su funda brillante. Se sent6, lo apoyé sobre sus rodillas y rompié a llorar. Después de derramar todas las légrimas que quiso, se puso en marcha hacia la habitacién donde estaban los pretendientes, Ievando en sus manos el arco flexible y la aljaba repleta de fle- chas hirientes. Y cuando estuvo ante los pretendientes, les dijo: —Esctichenme, pretendientes altivos, ustedes que se reti- nen dia tras dfa para comer y beber en esta casa cuyo duefio fal- ta desde hace mucho tiempo. El tnico pretexto que tienen pa- ta hacerlo es el deseo de casarse conmigo y llevarme como es- posa. Asi que les propongo este certamen: dejaré aqui el gran arco de Ulises, y el que logre curvarlo més facilmente y haga pa- sar las flechas por las doce hachas, a ese yo lo seguiré abando- nando esta casa de mi esposo, tan hermosa y tan llena de rique- zas; un dia me acordaré de ella como si fuera un suefio. Y Telémaco, a su vez, les dijo a los pretendientes: —Vamos, no demoren més este certamen y veamos quién vence. Yo también quiero intentarlo, y, si logro tender el arco y 164 Homero hacer pasar la flecha pot las doce hachas, me ahorraré el dolor de ver partir a mi madre y ella se quedaré en casa conmigo, pues seré capaz de usar las armas que empufiaba mi padre. Y después de decir esto, se quit6 la capa ptirpura, se puso de pie y se descolg6 del hombro la espada afilada y clavé las hachas en fila en un surco que excavé en el suelo y las aseguré con tie- tra alrededor. Todos quedaron asombrados al ver con qué orden las habia colocado. Entonces, Telémaco fue hacia la entrada, probé el arco tres veces y las tres veces le fallaron las fuerzas. Tal vez, si hubiese intentado una cuarta vez, lo habria logrado, pe- to su padre le hizo sefias para que no insistiera. Y Telémaco vol- vié a hablarles a los pretendientes: —1Ay de mi!, voy a ser siempre un cobarde y un initil. O tal vez todavfa no tengo edad suficiente y no puedo confiarme en mis brazos para rechazar a un hombre que me injuria sin mo- tivo. Pero ia ver ustedes, que tienen més fuerza que yo, prueben el arco para que podamos dar por terminado el certamen! Y después de decir esto, dejé el arco y la flecha, y fue a sen- tarse. Y Antinoo les dijo a los demas: ——Compafieros, levantense todos, uno después de otro, de izquierda a derecha. Ast hablé Antinoo, y todos estuvieron de acuerdo. Primero fue el turno de Leodes. Tomé el arco y la flecha puntiaguda y fue a pararse cerca de la entrada. Probé y no pu- do doblar el arco, pues sus manos estaban poco encallecidas y no era muy fuertes. Y les dijo a los pretendientes: —Amigos, yo no puedo hacerlo. Que pruebe otro. Este ar- co va a dejar sin vida y sin alma a muchos hombres nobles. Aun- que es mejor estar muerto que no conseguir el premio por el que estamos reunidos aquf. Después de decir esto, dejé el arco y la flecha y volvié a sen- tarse. Uno tras otto los j6venes trataron de doblar el arco, pero le Oe 1 oo meee re Estrada - Odisea.

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