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ee a ee ee a Beer rae ee te a Oa a a era eee Oe Ean Bearers re Ran aa CMe a gro area a er Sr ee Ce oo os Fee Ose nce crea ee ee one cece ac ie rie an Pea er aera Terme oe eR neon mtr tere Cee UM ee Caley eee Zig-Zag y Ercilla. Para ambas tradujo a importantes autores ee een an eatery oT ie Reena ere eer ted Ce me cde acc NIL) Ieee oe RL Sane Ty tt Ue heer ese ec at ncn cs Vena ea eRe ae nea ae ey aa ce ara ea Totora, Kid Pantera y Mac, ei mierobio cesconoeido. En 1968 een gets NN Indice 1 Unaasamblea extraordinaria 2 Los funerales y otras cosas de importancia Mac recibe una sorpresa El viaje en un morral Mac delibera y ataca awa Mac esta contento, pero de repente se inquieta 7 Laemboscada 8 Enel laboratorio 9 Las visiones del conejito blanco 10 Muerte y transfiguracién 11 Elregreso de Mac Hernén del Solar 19 29 39 49 57 63 n 79 95 101 1 Una asamblea extraordinaria S i alguien hubiera pasado por ah aquel dia, por cierto que habria dicho: “jQué lugar tan hermoso y apacible!” Y, en realidad, asi era. Nada le faltaba a aquel sitio para tener la romédntica belleza de las tarjetas postales que se venden a montones en las ciudades y en los pueblos. Porque, va- mos viendo con calma: al lado izquierdo del paisaje habfa un lago; junto a él, un sauce lloron inclinaba sus ramas con el evidente deseo de mirarse en las aguas quietas; y los pajaros, muy a menudo, iban y venfan de aqut para alld, en ese paisaje encantador. Al lado derecho habia unos drboles, y detrés aparecian unos montes. Cierta manana pasé por abi un hombre melenudo, con un sombrero de anchas alas. Apenas vio aquello, sacé un papel y un lapiz. y comenz6 a escribir: Oh lago junto al sauce melanedtico! Oh sauce junto al lago transparente! Paisaje simblico eres la vida quieta de mi mente. No se movi6 ni una sola rama cuando el hombre melenudo escribié aquello. No cabia duda: el paisaje deseaba ser la representacién exacta de la quietud. Pues bien: si continuamos creyendo que este paisaje es quieto, manso, apacible y se- ductor, nos equivocamos de la manera mas lamentable. ‘Y como aseguramos algo que exige una in- mediata explicacisn, vamos a darla en seguida. No queremos que se nos tenga por exagerados y gruftones. El paisaje no es apacible, a pesar de su aspecto. Y no lo es porque viven en él unos setes peligrosos, que ahora acaban de decidir reunirse en una asamblea extraordinaria Dirdn ustedes: ”,Y donde estén esos peli- _grosos seres que nose ven por ninguna parte?”. iAh! Esto es, justamente, lo que mas debe in- quietarnos. Los seres peligrosos se encuentran a dos o tres pasos del sauce, a orillas del lago, ¥ aunque parece que estan escondidos, la rea- lidad es muy distinta: no necesitan esconderse porque nadie los ve. 2¥ entonces? gCémo es posible que sean peligrosos si tienen un tamafio inverosi-mil- mente pequefio? Vamos a decirlo con una sola palabra: son microbios. jMicrobios junto al lago!_jNegros microbios de larga cola! Terribles microbios que van a reunirse en asamblea! Ya esta: ahora todo el mundo nos cree. No necesitamos explicar nada més. La sola palabra microbio ha dicho més que siete gruesos libros. {Cuantos son? Sabemos su ntimero exacto: once millones quinientos veinte mil setecientos cineuenta y cuatro. Entre ellos hay dos que sobresalen: uno, el viejo, llamado el Patriarca; otro, el joven, llamado Mac. Desde hace mucho tiempo viven alli. An- tes eran menos, considerablemente menos; pero al paso que van las cosas, serén dentro de poco mas de veinticinco millones. Los microbios se parecen a los conejos y a los chinos: nacen y nacen cada dfa, y 610 mueren cuando estén muy viejos. El Patriarca, precisamente, est muy viejo y teme morir. Por eso ha pedico que su tribu innumerable se retina en asamblea general ex- traordinaria. Y como todos respetan al Patriar- ca, la asamblea se va a realizar ahora mismo. Miremos un poco, No tengamos mie- do y sepamos de una vez, por todas cémo es una reunin de microbios. Sin mentir en lo més minimo, declaramos que se trata de un espectéculo curioso. Se han juntado en torno. de una hierba menuda, que para ellos es tan grande como para nosotros el Arbol del Bien y del Mal, que no conocimos nunca y estaba en. el Paraiso, abanicando las nubes con sus hojas de mil colores En primer término, se encuentran los mas fuertes y los mas sabios; detras, los mas débiles ¢ ignorantes, Al centro, al pie de la hierba, en un trono vemos al Patriarca, y en otro a Mac. iI Patriarca es el representante de la sabiduria desu pucblo; Mac lo es de la fuerza. Reunidos ambos, constituyen el gobierno. Se produce un silencio profundo. Ellago duerme, EI sauce parece haberles dicho a todas hiv hojas: “No se muevan’. De pronto se levanta la cabeza del Patriarca, y como todos estén miréndolo, saben que ésta to es la sefial del comienzo de su discurso. El silencio es mas hondo todavia. Y dice el Pa triarca, con su voz serena: —Pueblo mio, aqui estamos todos. Reco- nozco las caras de los que estén mas cerca, y reconoceria todas las caras si las fuera mirando una a una, a cortisima distancia, Mis ojos ya no son los de antes: veo mal, y esto indica mi vejez. Por eso he deseado que nos congre- guemos. Quiero darles mis tiltimos consejos. Dentro de poco ya no estaré con ustedes. Pero una ambicién muy natural me induce a desear que, cuando me haya ido, todos puedan de- cir en voz alta: “El Patriarca no nos engaiié nunca, y debemos recordarlo siempre”. Ahora mi voz se eleva para revelarles la experiencia acumulada en mi larga vida. Escuchen con atencién, porque no podré repetir nada. Al decir esto, dos microbios asistentes se acercaran al Patriarca y le enjugaron el rostro, pues el sudor corria por él, debido al esfuer- 70, ‘Todos los asamblefstas aprovecharon esta oportuniclad para moverse en sus asientos y para toser wn poco, exactamente como hacen los hombres en los conciertos, apenas el di- rector de orquesta baja la batuta y espera los plausos. Pero el Patriarca se repuso pronto. Estaba avergonzado de su debilidad, y se pro- metia seguir su discurso sin desfallecimiento, hasta el final. —Pueblo mio —volvié a decir—: somos Jos microbios desconocidos. El Hombre, nues- {ro eterno enemigo, no nos ha descubierto to- davia, Por eso tenemos que proceder siempre con mucho cuidado, El dia en que el Hombre nos descubra, lucharé con nosotros. Y yo sé por experiencia que el Hombre posee armas muy violentas, superiores a las nuestras, sino en ntimero, al menos en eficacia. En un prin- cipio somos capaces de derribar al Hombre. Y entonces nos regocijamos. Pero el Hombre se levanta, se encierra en unos arsenales diab6- licos, que éI Hama laboratorios, y termina por inventar la manera de derribarnos a nosotros. De aqui, pues, que me atreva a aconsejarles lo siguiente: sigamos siendo los microbios desconocidos. —{Cémo lo conseguiremos? —gritaron varias voces. —No acercéndonos al Hombre. Cuando sintamos ganas de matar, busquemos habil- mente a nuestro enemigo. Hay en el mundo numerosas bestias que no saben defenderse. Esto es lo que yo, el Patriarca, les pido: no nos dejemos descubrit. Hubo entre los microbios un rumor de descontento. Lo hacian los partidarios de Mac, el joven. Entonces el Patriarca, comprendién- dolo, dijo: —Yo he hablado con absoluta sinceridad. Voy a morir y quiero aconsejarles bien. Reco- nozco que mi sabio consejo no agrada a la ju- ventud, siempre amiga de peleas. Cedo, pues, la palabra a Mac. Yo lo escucharé atentamente y en seguida le diré qué es lo que me parece mal en su discurso. ‘Tosié el Patriarca y volviéndose a Mac le dijo cortésmente: —Tienes la palabra Macadvirti6 que todo su pueblo le miraba. No podfa defraudarlo. A la muerte del Patriar- ca, Seria Mac el jefe absoluto. Era el momento, pues, de presentar su programa de accién. Ylo hizo de esta manera, con vor vibrante. —Compajieros, en la paz. y en la guerra, amigos de cada dia: hemos ofdo al Patriarca, y respetamos su parecer. Pero el Patriarca ha {querido que yo hable, y al hacerlo, me veo en la obligacién de atacarle, de contradecirle, de exigir una conducta muy distinta a la que él propone. Hubo bullicio entre los microbios. Los viejos fruncian la cara y la cola; los jévenes aplaudian a su manera. Mac aguardé a que volviera el silencio y aftadié: —No debemos seguir siendo los micro- bios desconocidos. Muy poca honra significa para nosotros el estarnos quietos delante de este lago, a los pies de este sauce, sin que sea- mos capaces de enriquecer nuestra historia. Si el Hombre es fuerte, seamos més fuertes que él. Ataquemos al Hombre. Derribémos- Je. Vayamos valerosamente, con un empu- je incontenible, a la conquista de la Tierra {Cudl es nuestro poder? Voy a gritarlo aquf, para que nadie lo ignore en adelante: nuestra fuerza consiste en ser los microbios de la fie- bre reidora. Hagamos reir al Hombre y que muera riendo febrilmente, porque nosotros lo queremos. jNada més! Este es nuestro des- tino. Volverle las espaldas es ser cobardes. Y no creo que nadie desee, entre nosotros, vivir amarrado a la cobardia como este sauce infeliz vive llorando a la orilla del lago somnolento. Estas palabras de Mac produjeron una explosién de entusiasmo. Los jévenes se levan- taban para pasear a Mac triunfalmente, y ya no habfa manera de pedir silencio y calma. —iAy de mi pueblo! —se oy6 exclamar al Patriarca, que cerraba los ojos y hacia tiritar su cola de un modo lastimero. Entonces los viejos tomaron al Patriar- a, lo metieron en su coche de ceniza y se lo evaron. —Mis tarde comprenderdn todos que la raz6n esté contigo —le decfan para consolarlo. Pero el Patriarca iba sumido en un hondo dolor. Y esa misma noche, cuando un biiho ccanté tres veces en el sauce, muri6 sin decirle nada a nadie, como mueren tantos Patriarcas enel vasto mundo. 17 2 Los funerales y otras cosas de importancia L.. microbios mueren y son enterrados sin grandes ceremonias. Sin embargo, no se ‘rea que el Patriarca desaparecié bajo la tie- rra sin que su pueblo le acompafara hasta su tumba de piedra, que se hallaba al otro lado del lago. ‘Tenian los microbios unos cornetines lar- 08 y unos tambores redondos. Cuando los tocaban, manifestaban su pena o su alegria con mucha ciencia. Nadie ofa esta musica sino ellos. ZY para qué més auditorio? Pues bien: el dia del entierro del Patriarca, adelante marcharon los cometines y los tambo- res, detrés venia una enorme carroza arrastrada 9 por microbios inferiores a los de la tribu, y por ellos considerados como caballos. Después segufa el pueblo, rodeando a Mac, que debia pronunciar el discurso fiinebre. Caminé el cortejo largamente. Unos mos- quitos, a orillas del lago, se detuvieron a mirar- lo. Yel sol alumbraba la escena con sus rayos més poderosos. ;Qué calor hacfa! Cuando el pueblo se encontré ante la tum- ba de piedra del Patriarca, las miradas se vol- vieron hacia Mac, que al poco rato, y con su voz vibrante, dijo un discurso tan conmovedor, que no hubo nadie que no llorara. Pero vino después el regreso. El Patriarca queds enterrado y haba que pensar ahora en el nuevo jefe: Mac. El pueblo se reunié a gritarle que hablara. Y Mac, asomandose al balcsn de su morada verde, dijo sini parar las siguientes cosas, dignas de él: —jSe acabé la quietud! Ahora viviremos peligrosamente, y nuestros nietos tendran que agradecernos que hagamos algo interesante para que ellos tengan motivos de conversa- cién. La Historia es nuestra preocupacién actual. Y la Historia nos contempla, llena de esperanzas. {Qué puede querer decir esto? Algo muy simple: combatiremos al Hom- bre en adelante. Dejaremos de ser microbios [E Lt Pepa) Ao desconocidos. La fama caerd sobre nuestros cuerpos como cae el rocio sobre las plantas, como cae la luz sobre la tierra, como cae mi voz llena de entusiasmo sobre los generosos corazones de ustedes. Aqui los aplausos fueron intermina- bles. Mac sonrié satisfecho y prosiguié con energia: —jMuerte al Hombre! Muerte al Hombre! Pero ahora descansemos hasta mafiana, dia en que daré a conocer mi programa de guerra. Se marcharon los microbios, estremecidos de una secreta fuerza, deseosa de entrar en accién, —Empieza una nueva vida para nosotros —comentaban, gesticulando como sélo saben los microbios hacerlo. Pero los viejos ponian mala cara al adver- tir tanto entusiasmo. Para ellos, la vida quieta era ideal, y no habfa de ser cambiada debido a la ambici6n de un jefe poco sabio. —Ahora que Mac esté encerrado con sus consejeros y no puede oftnos —dijo un micro- bio viejo, en un grupo importante—, yo opino que debemos abrirles los ojos a los jévenes. Se han dejado tentar fécilmente por la elocuente palabra del caudillo. Es imprescindible devol- verles la cordura. 2 2Y quién es capaz de hablarles como es debido? —pregunté otro de los ancianos, poco, dispuesto a astmir semejante papel. —iYo! —exclamé un microbio que ya se ‘estaba poniendo gris, pero que atin conservaba Intacta su vitalidad, —Pues, entonces, hablales —le ordenaron nas, Ilenos de impaciencia. El microbio gris se acercé al grupo de los jovenes y les grité: —jUna palabra, sefiores! {Una sola pala- bra, antes que cada cual se vaya a su habit clon! Los jévenes se detuvieron y aguardaron, Entonces el microbio gris se trep6 en una pie- dra y decidié ser astuto y audaz. Si combatia nmediatamente las ideas de Mac, nadie le escucharia; en cambio, si parecia apoyarlas, para combatirlas después, sus posibilidades de buen éxito eran muchisimo mayores. Amigos —exclamé con su voz mas po- tente—: ha legado el momento de reconocer una gran verdad. Y voy a decirla: una gran desgracia (0 sea, la desaparicién del Patriarca, nuestro recordado jefe, lleno de sapiencia) nos abre el camino de una gran felicidad. Hasta ahora hemos vivido entregados al ocio, y sino podemos quejamnos de nuestra vida, que ha 2B sido siempre amable, nos encontramos ahora en el umbral de una era distinta, seguramente gloriosa. Los muchachos aplaudieron con energia Las palabras del microbio gris eran, pre- cisamente, las que deseaban escuchar. Pero el orador hizo un gesto, pidiendo silencio, y en cuanto lo tuvo, agreg6: —Yo soy uno de los mas ardientes partida- tios de Mac, magnifico jefe, en el cual reconoz- co las mas grandes virtudes de conductor de nuestros destinos. Mac retine en sila fuerza y la sabidurfa, Estas dos virtudes no pueden se~ pararse, si queremos triunfar. Con s6lo la fuerza vamos hacia peligros inmensos, que después no sabremos combatir; con s6lo la sabiduria no vamos a ninguna parte. “Pero para una aventura como la que va- mos a intentar dentro de poco, apenas Mac nos dé a conocer su programa, debemos saber, ante todo, cual debe primar: la fuerza, con su empuje,o la sabiduria, consuastucia y su cien- cia. Una de las dos debe dirigir a la otra; esto es absolutamente necesario. A mi me parece, admirando como admiro a Mac, que é1 sabré decidir cual de estas dos virtudes debe ser la primera, la esencial. Y estoy seguro de que decidira que el papel de jefe le corresponde a la sabidurfa, Es ella la que organiza, la que descubre, la que encuentra los métodos de acci6n: y la fuerza es la que ejecuta, la que da el triunfo, la que escribe la Historia, trazada ya, de antemano, por la sabiduria”. —jBravo! —gritaron los viejos. Y como los jévenes estaban entusiasma- dos, no tuvieron ningtin inconveniente en gritar también, con todas sus energias acu- muladas: —jBravo! Bravo! El microbio gris siguié hablando entonces. {Qué llamo yo —dijo— “sabiduria”, en el caso actual? Algo muy sencillo: “sabiduria” es el hacer muchas cosas, el mayor ntimero posible de cosas grandes y memorables, con el menor ntimero de riesgos. Somos un pueblo abundante, y cada dia lo seremos mas. Nece- sitamos probar nuestras fuerzas. Pero no las probemos lanzéndonos todos nosotros en una aventura que puede sernos fatal. Macha dicho que debemos atacar al Hombre, y vencerlo. iMuy bien! Pero no seria conveniente que eli- gigramos a un grupo de los nuestros, a los mas decididos, para que intentaran la aventura? Nosotros aguardarfamos los resultados, listos para lanzarnos al ataque apenas juzguemos que nuestras posibilidades de victoria son %6 claras y seguras. Siel Hombre vence al primer grupo de avanzada, enviaremos otro grupo mejor preparado. De este modo, por etapas, Jograremos el triunfo final. En cambio, si ahora nos lanzamos todos de cabeza en este peligro, 40 es perfectamente posible pensar que todos podemos perecer? En tal caso, no tendremos gloria, La muerte de nuestras ambiciones seré, simplemente, la muerte de nuestro pueblo. —jMagnifico! ;Soberbio! jInsuperable! —pritaron los viejos, agitando la cola. —Bien! {Muy bien! —gritaron los j6venes, ya no tan entusiasmados, pues lo que ellos de- eaban era una aceién inmediata EI microbio gris se dio cuenta de que debia seguir hablando todavia, para convencerlos mas profundamente, y atadié: —Lo que pidoes muy simple: escuchemos mafana a Mac. Esto es lo primero. Escuché- mosle y aplaudamosle como se merece. Pero si 6 quiere lanzarnos a todos nosotros al ataque de los hombres, atrevamonos a sugerirle que, antes de hacerlo, prepare una brigada de asalto y la dirija contra el enemigo. Si los resultados de la lucha son halagadores, todos nos lanza- remos después la conquista de nuestra gloria imperecedera. Esta vez fueron los j6venes los que gritaron primero sus vitores; estaban seducidos por aquello de la brigada de asalto, y cada cual sofiaba pertenecer a ella. El microbio gris, satisfecho desu discurso, se bajé de la piedra y se dirigié al grupo de los viejos. Entretanto, los jovenes se alejaban, comentando en voz alta: —iMuy bien hablado! Me parece muy cuerdo todo lo que ha dicho—declaraban unos. —La idea de la brigada de asalto es esplén- dida —decian otros—. Pertenecer a ella sera un honor muy codiciado, —iYa veré el Hombre cémo lo hacemos desaparecer de la Tierra! —exclamaban los demés. El microbio gris, mientras tanto, recibia las taciones de los viejos: —Has hablado como solfa hacerlo el Pa- triarca en sus mejores dias —le aseguraban—, Los jévenes estn plenamente convencidos ahora de que no es posible que todos compar- tamos una suerte incierta, como Mac lo quiere. Y, al poco rato, no qued6 nadie por el cami- no, Cada microbio se meti6 con su familia en el hogar. Y el lago sigui6 dormitando delante del sauce que agitaba levemente sus ramas. feli Mac recibe una sorpresa A otro dia, Mac estaba lleno de fuerza y texolucién. A cada instante les decia a sus ayudantes de confianza —iHoy es una fecha importantisimat Nosélo tendremos que recordarla nosotros. También los hombres la recordarain cuando se lleven las manos cabeva y exclamen: “Pero quénuevaenferme- ddaclesésta2". Ynoseré fécil que descubran que yo, Mac, he decidido que la fiebre reidora los ataque cen sus guaridas y los mate como ellos matan a las moseas, nuestras buenas hermanas. Los ayudantes sonrefan, compartiendo tan inmensa esperanza y tan risuefta visi6n. ;Ah, tar a los hombres, qué delicia! » De modo que Mac ordené de repente: —Congreguena mi puebloen seguida. Ha Hegado el momento del maravilloso destino. Dos de sus ayudantes subieron por el pa- lacio de piedra de Mac y comenzaron a tocar, arriba, la sonora campana, que sibien nadie era capaz.de oir, casi ensordecia a los microbios con, ‘sus sones roncos y prolongados. Nos lama el jefe! {Hay que acudir in- mediatamente! —se dijeron todos. Y con la mayor prisa posible acudieron a Ja Hamada de Mac, por todos los caminos, en. interminables columnas. Una vez que los ayudantes vinieron a decirle al jefe que ya el pueblo estaba reunido ante el palacio, Mace inguié con su mayor dig- nidad, y salié a hablarles. Fue recibido con los gritos de costumbre, y esto le Hlené de alegria una vez més, pues amaba las demostraciones de admiracién Se produjo el silencio mas hondo. Y en medio de él empez6 Mac su discurso: —Pueblo mio—grito—; somos microbios de tierra y debemos darle lustre a nuestra vida. Los microbios del aire, los del agua y los que viven en los cuerpos vivos estan continuamente trabajando por su grandeza, Y nadie puede hablar mal de ellos, Son esfor- 30 zados y saben conseguir lo que se proponen. Pero nosotros, que poseemos una capacidad combativa no inferior a la de ellos, hasta ahora hemos vivido en la pereza, sometidos a los halagos de la existencia amable y sin histori Nadie nos conoce. Si continuamos asi, legaré el dia en que fatalmente emplearemos nuestras fuerzas en combatirnos los unos a los otros, y nos exterminaremos sin gloria. {Es posible? iNo! {Mil veces no, pueblo mio, tan amado de mi coraz6n! Es necesario romper con las tradiciones del ocio y caminar hacia el futuro. El Hombre nos espera. —iMuera el Hombre! Gritaron todos los microbios de primera fila —Si—dijo Mac—jMuera el Hombre! Pero nonos olvidemos de que el Hombre puede ma- tamos a nosotros. Y, para impedirlo, tenemos que atacarlo con todas nuestras fuerzas, con nuestra més firme decisi6n, sin darle tregua, Es imprescindible no vacilar. Hoy mismo de- bemos lanzarmos todos ala guerra. Llevaremos sorpresivamente la fiebre reidora hasta los més apartados rincones del mundo. Y no habré ser vivo que sea capaz de vencernos. Nuestra ma- yor posibilidad de victoria esta en la sorpresa del ataque. Mi pueblo estd conmigo, y yo le ordeno que me siga.. 3L Grande, tremenda sorpresa fue la de Mac al no escuchar inmediatamente los aplausos que se esperaba, En vezde aplausos, hubo un inmenso rumor de voces agitadas. —{Qué ocurre? —le pregunt6 Mac a uno de sus ayudantes, —El pueblo parece no querer seguirte —le contesté éste, muy asombrado. Entonces se alz6 una voz y dijo: —Mac, eres grande entre los grandes; au- daz entre los audaces, y por eso te respetamos y te obedecemos. Pero ahora empiezas a de- ‘mostrar que descuidas los grandes, sagrados, inamovibles derechos de tu pueblo. EI que asi hablaba era el microbio gris, y Mac lo miré con sumo desdén: —{Qué derechos son los que yo descuido? le pregunts, enfurecido. —El derecho a vivir, ante todo—respondié el microbio gris. —jEstoy proponiendo una vida mejor! —grité Mac. —{Fstas seguro? —pregunté el microbio gris, sin perder su calma—. jNo crees que puedes estar proponiéndonos una muerte in- evitable? —{Cémo te atreves a sostener semejante cosa? —Ie grité Mac, deseoso de imponerse 32 —Me atrevo a sostenerlo escuchando la voz de la experiencia —le dijo el microbio gris. Hasta ahora el Hombre se defiende de los mi- crobios con mucha sabiduria. Los deja atacar, y Iuego los encierra, les arranca su secreto y los mata. —Por eso quiero sorprender al Hombre, y no darle tiempo para que nos encierre —grité Mac. —No conocemos a fondo cuanto tiem- po necesitaré el Hombre para combatirnos y vencernos —argument6 el microbio gris—. $i todos nos lanzamos en esta aventura, y el Hom- bre encuentra los medios eficaces, las armas que pueden derrotarnos, todos pereceremos. Y esto no es hacer historia, Mac; esto es matar a un pueblo, sin meditarlo un segundo. Estas palabras del microbio gris tuvieron efecto inmediato. Los viejos gritaron: —iNo queremos una aventura incierta! iDeseamos vivir! —iLa vida! jLa vida! —aullaron innume- rables voces. Esta es la primera vez que a Mac le suce- dia algo parecido, de modo que, a pesar suyo, guardé silencio. Sentiase cohibido y furioso ‘como nunca lo habia estado. Entonces el mi- crobio gris aproveché la oportunidad que se presentaba para seguir hablando, y dijo con vor poten —Creo interpretarel sentir de nuestro pue- blo, Mac, al manifestarte que tu idea nos parece muy buena y digna de ser llevada a la practica. Hay que matar al Hombre. Pero insistimos en que no hay que permitirle al Hombre que nos mate. Y para eso te proponemos una solucién: formar una brigada de asalto. Esta brigada par- tird al ataque del Hombre, nosotros sabremos. con qué resultado, y en el momento oportuno nos lanzaremos tras ella, pata apoyarla en su lucha, que ha de ser sin cuartel. —iBrigada de asalto! ;Queremos brigada de asalto! —gritaron los j6venes. Mac no volvia atin en sf de tan maytiscula sorpresa. Y continuaba en silencio, Pensaba ensi convendria o no que formara una brigada de asalto, no para atacar al Hombre, sino para obligar a su pueblo a seguirle. Y como éste era un grave problema, lo pensaba y volvia a pensar, siempre callado. —Hay muchos jévenes que se sentirfan honrados de llevar por esos mundos la fiebre reidora —dijo el microbio gris—. {Por qué no darles esta honra?_Y asf, mientras ellos son felices y hacen historia, nosotros aguardamos lenos de seguridad, para ir en seguida a dar el golpe de gracia, tras el cual no quedaré sobre la tierra sino este pueblo sabio y decidido que hoy se retine aqui. —,Cémo? —pregunté una voz—. {Te propones exterminar también a los demas mi- crobios, para que el mundo sea totalmente nuestro? —¢Por qué no? —dijo el microbio gris— Si somos audaces y sabios, conseguiremos lo que nadie ha sofiado jamas. —iViva el microbio gris! ;Bravo! jBravo! —gritaron por todas partes. Entonces advirtié Mac que debia interve- nir, pues con semejante entusiasmo era muy posible que el microbio gris fuese nombrado jefe. {Silencio! —grit6 Mac, estremecido por la ira—. He tomado una resolucién: acepto el sentir de mi pueblo. —iViva Mac! ;Bravo nuestro jefe! —grita- ron todos, olvidéndose del microbio gris. —Pero lo acepto con una condicién: seré yo el que vaya a combatir a los hombres, y sélo yo —grité Mac—. Mientras tanto, que mi pucblo se quede creyendo engariosas palabras de quie- nes no comprenden nuestro destino. Y cuando Yo regrese, cubierto de gloria, todos querrén ir fentonces tras mis huellas. Y yo aceptaré, porque ‘mi puebloes lo més querido de mi corazén y soy incapaz de negarme a sus deseos. Hubo un silencio tremendo. Mac, sin es- perar més, se entré en su palacio. En vano le ¢gritaron mil veces que se asomara a los balco- nes, Mac ordené que se tocara la campana, que, sonando nada mas que una vez, queria decir: “jAsu casa todo el mundo!” Y el pueblo se retir6, comentando lo que habia sucedido. Ya lejos de la morada de Mac, un viejo se trepé en una piedray grits lo mejor que pudo: —Un instante, sefiores! {Un instante ape- nas, por favor! Se detuvieron a oirle. Macros ha anunciado su partida —aijo el viejo—. Pues bien: no podemos quedamos sin jefe. Hasta su regreso, propongo que nues- tro jefe sea el microbio gris. Y asi qued6 convenido. Entretanto, en el palacio de piedra del ira- cundo Mae, éste se paseaba para arriba y para abajo, maldiciendo. Y ya todos sabemos que cuando un microbio maldice, la vida entera tiembla como la hoja de un ciruelo en dia de tormenta. {Qué vamos a hacer ahora? —le pregun- t6 uno de sus ayudantes. 37 —Partiré —dijo Mac—. Yo solo haré més que todo un pueblo que se olvida de si mismo. —No te abandonaremos —Ie declararon sus ayudantes—. Donde tii vayas, iremos sin titubear. Tu vida es nuestra vida. Déjanos acompafiarte. Mac se detuvo ante el grupo deayudantes, y les dijo: —Desde este momento queda establecida labrigada de asalto. Ustedes la forman. Yo soy eljefe. Y después de meditar unos segundos, afiadi6: —Comuniquese inmediatamente mi vo- luntad. Los ayudantes se inclinaron y corrieron a comunicar al pueblo la voluntad de Mac, el impetuoso. 4 El viaje en un morral todo el mundo vivié acechando a Mac. De- seaban saber como se marcharia de alli. Esto parecia tan dificil que algunos movian la cabeza y la cola, para decir con ironia: —Mac se morira de viejo aqui; no lo duden. En realidad el proyectar un viaje no es lo ‘mismo que hacerlo. Para un microbio de tierra, en.un paisaje como aquél, no habia muchas espe- ranzas de marcharse lejos. Y Mac se desesperaba al pensarlo. —iNo hay una mosca siquieral —les decta a los ayudantes—. (Maldito lago, que no atrae a alma viviente! ;Maldito sauce, que no sabe sino lorar! Hemos nacido en el peor rincén del mundo. Pero la verdad es que la suerte decidié acompafiar a Mac en medio de su desespera- cién, De repente se oy6 un ruido sobre el lago. Mac se asomé a su ventana y sintié que iba a estallar de alegria. Un pajarito de vivos colores, con un penacho, venido de quién sabe dénde, cruz6 las aguas del lago y vino a pararse a la orilla, muy cerca del palacio del jefe. — Adelante! —grité Mac—. Nuestra oca- sién ha llegado. Y salié con sus ayudantes —que eran diez—a paso rapidisimo, hasta Hegar junto a la pata del pajarillo, que se hundfa un poco en elbarro, —iArriba! —grité Mac. Y los microbios empezaron a trepar con destreza. Se reunieron en una pluma y aguar- daron alli los acontecimientos. Se hablaban en vor baja, como temerosos de que el pdjaro les oyera; pero éste se encontraba muy entretenido mirando el paisaje. Hacia tiempo que no veia un lago como ése. ;Y qué sauce tan encantador! Entomaba los ojos el pajaro y agradecia a stu suerte viajera el haberle traido a un paraje tan quieto y hermoso. Pero es muy sabido que cuando las cosas empiezan a marchar bien, siguen adelante. Asi, pues, no sélo aparecié un pajaro en aquellos 0 WESS SSS AW —= _ lugares. Al poco rato, como por arte de magia, se oyeron voces. Eran altas voces, como las de Jos hombres. —iChit! —les susurré Mac a sus ayudan- tes—. La suerte nos sonrie. Los hombres que venian porel camino eran tres. Uno de ellos, de regular edad; los otros dos, muy jévenes. Pero lo que verdaderamente importa es que los tres eran cazadores. Traian sus escopetas en bandolera, el morral al cinto, y charlaban alegremente, —Nos hemos metido en un sitio en queno hay ni la sombra de un péjaro —dijo uno de los hombres—. Esto es como andar por el limbo. —iNo exageres! —exclamé el otro—. Ami ‘me parece un sitio encantadoramente tentador. Me gustaria tener aqui mi casa. jQué paz se respira! No es paz lo que buscamos, sino algiin animalillo al cual meterle un tiro en el cuerpo —expresé el tercer cazador—. Y si esto sigue asi, hemos perdido un dia. —De todos modos, nos ha servido el viaje para distraernos —dijo uno de los cazadores— No siempre podemos andar con suerte. Mafta- na o pasado nos iré mejor. All fin y al cabo, no cazamos para vender nuestra caza, sino para divertirnos. —iSilencio! —murmuré uno de los caza- dores de pronto, preparando con lentitud su escopeta, deseoso de no hacer ruido. —:Qué hay? —pregunté uno de sus com- paeros. —Allé veo un pajaro durmiendo —susu- 116 el cazador—. Lo haré despertar en la otra vida. Es lo menos que podemos hacer con él, qo les parece? Y después de apuntar con su acostum- brada prolijidad, apreté el gatillo. Sond el disparo. Se estremeci6 el paisaje entero. Y el péjaro, mortalmente herido, cayé al suelo. Intent6 volar, pero sus alas no le servian ya. Y se quedé quieto, —Lo mataron —dijo Mac a sus ayudan- tes—. Andamos con suerte, les repito. Ahora nos iremos, sin esforzamos, con los cazadores. —iQué de cosas sabes! —murmuré uno desus ayudantes—. Yo no hubiera sabido qué hacer en tales circunstancias, —Para algo soy el jefe —dijo Mac, lleno de orgullo. Entretanto, los cazadores corrian hacia el pajarillo de los vivos colores. Estaba muerto. Lo tomaron tranquilamente y lo metieron en tun morral. —No es una gran cosa —dijo uno de los 8 cazadores—. Nise come siquiera. ;Qué péjaro es éste? Los otros le respondieron que no lo cono- cian. Y como lo desdefiaron, no hablaron més de é1y siguieron su marcha. —{Dénde estamos? —pregunté uno de los ayudantes—. Aqui estd oscuro ahora. —Vamos en un morral —repuso Mac—. No te inquietes. Ya saldremos de aqui. Y dentro del morral anduvieron horas. Por fin, los cazadores se encontraron cerca de su casa, Habjan caminado largo tiempo y es- taban cansados. Otros pdjaros habian venido a ocupar el morral; pero Mac les aconsejaba fa sus ayudantes que no se movieran de alli donde estaban, metidos en una pluma del pajarillo de vivos colores. —El dia no ha sido tan malo como crefamos en un principio —observ6 uno de los hombres. —En realidad, no podemos quejarnos dijo otro—. Fuera de ese pajarillo que matamos primero, y que no sirve para nada, los demas son muy apetitosos. En ese momento se abrié la puerta de una casa que aparecia entre unos érboles,al fondo del camino. Y una nifita rubia, de grandes trenzas, salié corriendo al encuentro de los cazadores. — Papal jPapa! —gritaba, abiertos los bra- “4 708, mientras corvia. El cazador de regular edad se detuvo, se incliné cariftosamente, y también abri6 los bra- 20s. No tardé la nifia en estar entre ellos, que la estrecharon con dulzura. —2Y has cazado mucho, papa? —pregun- t6lanifa, —Bastante, Marfa Angélica. Y te traigo un regalo. —ZUn pajarito vivo? —quiso saber la nifia, ansiosa. —No, Maria Angélica. Desgraciadamente, estd muerto. Pero tiene unas plumas de vivos colores. Escogerds dos o tres y te serviran de adorno en el sombrero, 0 para que se las des a tumufieca. —Para ella! Para ella, papa! —grité la nifia—. Quiero ver ese péjaro. 2Por qué no me Jo das en seguida? —Te lo daré en casa —dijo el hombre—. Esté al fondo de mi morral, porque fue el pri- ‘mero que maté —2Y por qué lo mataste, si era lindo? la nina, —Serd la tiltima vez, te lo prometo, Maria Angélica. En adelante, cuando sean lindos, trataré de dartelos vivos. Y se dirigieron a la casa. Los cazadores se desprendieron de sus escopetas y las dejaron encima de una mesa. Después abrieron los motrales. Al fondo de uno de ellos estaba el pajaro de vivos colores, plegadas para siempre sus alas. —iOh papé, qué hermoso es! ;Qué lindo debia de ser su canto!

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