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iba | Alvarez de la Peza La desaparicié dé la abuiela oe f ( A parti: 40.12 aos Materia pe Nombre Grupo > i, ® 7 Escuela Cee La desaparicion de la abuela Isabel Alvarez de la Peza Direccién editorial: Ana Franco llustraciones de cubierta: Claudia Legnazzi © 1997, Isabel Alvarez de la Peza Derechos reservados: © 1997, SM de Ediciones, S. A. de C. V. ‘Géndor 240, Col. Las Aguilas, 01710, México, D. F. Primera ediciin: México, 1997 ‘Segunda edicién: México, 1998 Tercera edicién: México, 2000 Cuarta edicién: México, 2000 ‘Quinta edicién: México, 2001 ISBN: 968-7791-76-4 Coleccién El Barco de Vapor ISBN: 968-7781-14-4 SM de Ediciones, S. A. de C. V. Impreso en México / Printed in Mexico ‘No est permit la reproduccin total frovioy por esrto dos itlares del copyright parcial de et libro, nu tratamiento Fptornfvc i i ansmsin de ninguta forma o por eulgue meio ya 58 Hiesrnic, mecdeo, por ftocapin, poe restr tts mbtedos, ine peniso Hata novela esta dedicada a Juan Manuel y a Fer- fiiin, sus primeros lectores, ambos de doce aiios de edad, y quienes fueron siguiéndola paso a paso ‘opinando, aportando ideas y sugiriendo extraordi- Narlos finales. ‘Tumbién esta dedicada a Jesis, Maria, José, Gonzalo, Juan Pablo, Rodrigo, Esteban, Natalia, Juan Emiliano, Carlos Andrés, Edgardo Ignacio, Jorge Alejandro, Santiago, José Luis, Francisco Manuel, Alejandra Isabel, Marisol, Maria José y a Javier. A todos los nitios de la calle y alos nifios que fuimos. Una tarde det afio 2006, Rodrigo y Esteban vol- vian de la escuela. Rodrigo estaba por terminar la #ecundaria y Esteban la primaria. Los hermanos se entendian y se querian entrafiablemente, aun cuan- do el segundo ya salia de la nifiez y el primero en- {taba de lleno en la adolescencia. Rodrigo y Esteban compartian dos pasiones: el futbol y las computadoras. Esteban sofiaba con ser el portero de la seleccién nacional y saber tanto como su papa sobre computadoras, y Rodrigo, con volver a revolucionar el campo de la informatica y en formar una liga de futbol con los nifios de la calle, sus amigos. ¥ es que Rodrigo tenia amigos de las calles de su colonia porque, una mafiana en que iba a la es- ‘cuela, vio como un automovilista bajaba de su auto xa golpear a uno de ellos por el solo hecho de iberle limpiado el parabrisas. Rodrigo, quien se habia dado cuenta de todo, se interpuso entre el violento individuo y el chico de su misma edad, 5 e impidié que el sujeto le propinara un soberano coscorrén. Aquel dia, Rodrigo y Fermin chocaron las pal- mas de sus manos, chasquearon los pulgares y se hicieron amigos para siempre. Y desde ese dia, cada sabado Rodrigo y Esteban jugaban futbol en las canchas de Ia colonia con el equipo que formaron con sus cuates de la calle. El equipo se llamaba los Bamanes y portaba una camiseta que estuvo de moda cuando todos ellos eran bebés: la del héroe murciélago. Las camisetas eran especiales: la figura no permitia el paso de Ia luz del sol para evitar dafios en la piel; fueron adquiridas poco a poco con los aho- rros de todos y eran su tesoro mas preciado. ‘Con mucho trabajo fueron comprando unaa una las camisetas del equipo, que Fermin guardaba celosamente en lo que Ilamaba con orgullo “su casa”. Cuando compraron la ultima de las doce camisetas, hubo toda una ceremonia en casa de Fermin y el equipo celebré con refrescos y papas fritas que corrieron por cuenta de Rodrigo y Este- ban. Habia dos cosas en la vida que a Rodrigo le requetechocaban: la pobreza en la que vivian sus amigos, que no entendia y que hubiera querido aliviar a toda costa, y... la escuela. Tenia que aprender muchas cosas en ella que lo distraian de lo que queria hacer, pero abandonarla era im- posible pues sus padres no transigian. Estaban de acuerdo en que las computadoras eran impres- cindibles y que quien no supiera manejarlas no 6 ) tenia futuro, pero para ellos la escuela era primero, el futbol después y por tiltimo las computadoras. Una tarde, al llegar a casa, Rodrigo traia cara de pocos amigos. Se acercaban los examenes y sabia que tenia mucho que estudiar. Maribel, su madre, joven ejecutiva de una impor- tante firma gastronémica, recibié a los chicos y de inmediato not6 el talante del mayor. —jMama, no entiendo para qué tengo que ir a la escuela! Esteban fruncié la boca. Se sabia de memoria la queja de su hermano y el alegato de su mama. —No volvamos con la misma historia, hijo —suspiré Maribel con paciencia—. Aunque sepas tanto de computadoras, tienes que aprender mu- chas otras cosas, asi creas que puedes estudiar di- rectamente de ellas. Maribel no sabia si finalmente fue para bien o para mal que Carlos, su marido, vendiera compu- tadoras desde que se casaron. Gracias a eso, sus hijos pudieron tener acceso a ellas sin mayores pro- blemas y conocian perfectamente no sdlo cientos de programas y accesos a las carreteras informa- ticas, sino cémo eran por dentro, lo que para ella era algo dificilisimo. —Ya sé que te has convertido en todo un exper- to, pero si no estudias no vas a llegar a ningan lado. Si no tienes la preparatoria, no podras ingre- sar a la facultad y tus posibilidades de poder ir al extranjero, de dar a conocer lo que sabes, se que- daran en suefios. No, m’hijito, no seas tonto. Y, por favor, vamos a dejar el tema por la paz, porque tu papa no tarda en llegar y ya sabes como se pone al oirte hablar asi. Si, ya sabia. Como energimeno. Y también sa- bia, porque no era ningun tonto, que sus padres tenian razén. Claro que no iba a dejar Ia escuela, lo que pasaba era que el tiempo no le alcanzaba para poder concretar algo que, segin él, iba a salvar a toda la humanidad. Cuando los compact magnificent, los ciems -que no eran otra cosa que cD roms del tamafio de una moneda capaces de almacenar hasta veinte enciclopedias completas-, salieron al mercado, apa- recié también un virus superpoderoso que tenia aterrado al planeta entero. Las vacunas convencio- nales no servian de nada y nadie se explicaba el porqué. El apavirus, como se habia bautizado a ese engendro destructor, podia volver intitiles los ciems, asi como redes y rutas informaticas en un santia- mén y hasta dafiar programas satelitales. Era un enemigo que nadie habia podido destruir, ni los japoneses,.y Rodrigo estaba seguro de lograr el remedio definitivo: habia descubierto que el vi- rus provenia de una estacion espacial y sofiaba con poder identificarla. Era un descubrimiento, su des- cubrimiento, y sabia que si lograba dar con la esta- cién, sabria qué clase de virus era y entonces podria destruirlo. A nadie se le habia ocurrido pensarlo. Los expertos se habian dedicado a elaborar pro- gramas antivirus cuando la batalla tenia que darse en el espacio. Pero eso requeria de mucho tiempo y él no lo tenia. Cuando no era la escuela, era el futbol, o era Esteban, que siempre le pedia ayuda para hacer la tarea o lo apuraba para echarse una cascarita, 0 eran sus padres, o era... Natalia, su compafiera de clases, quien por fin habia aceptado ser su mejor amiga. Rodrigo suspir6 resignado. No habia nada que hacer: anicamente esperar a que el tiempo pasara, y el tiempo pasaba lento, muy lento. Su madre le alborot6 el pelo con un gesto de ter- nura y lo apuré: —Anda. Ayiidame a acabar de poner la mesa. Y ta, Esteban, que no hablas y nada mas escuchas, ayiidale a tu hermano. Cuando los muchachos se dirigieron a la cocina por vasos y platos para poner la mesa, escucharon que su madre exclamaba dolorosamente en voz baja: —iSi su abuela volviera. Rodrigo y Esteban se miraron entre si, y luego se acercaron a ella. —iQué dijiste, mama? —apremié Rodrigo. —Nnnno...nada... —titubeo nerviosa. —Cémo no, mam, te oimos perfectamente... di- jiste “si su abuela volviera’”... qué, no se mu iSiempre has dicho que se murié cuando yo tenia cuatro afios! Maribel trat6 de que su voz sonara firme: —Fue una manera de hablar, hijos. Su abuela se murié hace diez afios. Lo que pasa es que todavia la extrafio mucho. Rodrigo supo que su mamé no estaba diciendo Ta verdad: —éY en donde esta enterrada? ‘Maribel no se esperaba la pregunta y dijo lo pri- mero que le vino a la mente: —Ah, pues... en... en el Panteén de la Villa, en la misma tumba de tus bisabuelos. Rodrigo y Esteban cruzaron una mirada cémplice y luego fingieron estar conformes con la respues ‘como si nada, terminaron de poner Ia mesa. Mai bel suspird. Pensé que aunque habia cometido una torpeza, la respuesta habia dejado satisfecha la curiosidad de sus hijos. Mas tarde, encerrados en el cuarto de Rodrigo, los chicos cavilaron sobre lo ocurrido. Les parecia muy raro lo que habia sucedido. No tanto el co- mentario de su madre, sino su nerviosismo al res- ponder. —Mama nunca habia comentado donde esta enterrada la abuela —reflexioné Esteban. —Nunca se nos habia ocurrido preguntarle —apunté Rodrigo—. Como siempre nos ha conta- do de ella y vamos a la iglesia en el aniversario de su muerte, gpor qué ibamos a dudar? —éPor qué habra comentado eso de “si volvie- ra” y, ademas, en voz baja, como para que no la oyétamos? —insistio Esteban—. ;Como podremos averiguar?

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