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Otto) es un rinoceronte ‘Ole Lund Kirkegaard Topper encvenera un lapiz extrabreinario 7 lanieo Emocicnaga, come a mosranet a sa amigo Viggo y cone @lbua un enorme rinoceronfe, a que Karan Ot, en una delas pareces de tensa A pert eet empiecan a tower situactones comicas, mesperadas y confusas, pues el rinacerante wobre vida te Lund Kirkegoord ancio en 1940 ‘artes (Diraxmarea), Una vse fotos Sis estudio, se dedica 9 to creacidn itararia. Ha escrito nurpsrasos guione’s para racic, television, obras de teatro, ‘uantes y novels he decade especial encid 9 0s ros po nines. Otto es tun Hlocerorte fe ick er 19% 0 a Isto de hana da premio Han Chrsoan anderson ALPAgUARA Tm iajaensiahiatiaiainaiiaam Otto es un SERS, rinoceronte Santiago 66 Chile a + Grupo Sanultana de Baiciones SA. ‘Ole Lund Kirkegaara nado 20049 Make Epa Hlustraciones de! autor + Aguilar” Alten, Taare Alfaguara SA de Rallciones ‘Avda LeandroN. Alom 720-€1001 KAP. Rcnow Rives. Argentina + Santitlana SA. ‘Avda, Primavera 2160, Santiago de Surco, Lins, Pers + Baiciones Santana S.A. ‘Constitute 1889. 11800 Montevideo, Unuguay + ‘Santillana S.A. ise Nemec eee Lope pana Asin, Pa. ISBN: 956-290-120. § Deposito egal: M1 936.1998 Impreso en Chile/Prnte in Cite Séptima sdicién on Chile: arn 20477 Disoto dela colecci: Manuel Estrada Saaenr rece she Ses ALEAGUARA = Capitulo 1 * EI nifio se llamaba Topper, y no puede decirse que fuera muy hermoso. Su pelo cra entre colorado y casta- fio, casi como el hierro oxidado; era tan grueso y duro que, para que estuvicra un poco presentable, su madre tenia que pei- nirselo con un rastrillo, Tenfa la cara toda Ilena de pecas y los dientes de arriba casi se le escapaban de la boca. Topper vivia en una casa de color rojo a la orilla del mar. La casa roja era grande y vieja, y estaba llena de puertas torcidas y escale- ras que crujian, En el invierno habja ratones en el sétano y cuervos en la chimenea. El resto del afio la casa estaba Ile- na de gente, nifios y gatitos que corrian de un lado para otro. ° ‘A Topper le gustaba mucho aque- lla casa grande y roja, y cuando volvia de la escuela siempre le decfa: —jHola, casa!, hace buen dia, zeh? ¥ entonces le parecia que la casa se alegraba, todo lo que se puede alegrar una casa sin que se abran grictas en las paredes. En el uiltimo piso. debajo del teja~ do, vivia el portero, Sr. Holm. El Sr. Holm cuidaba- de la casa y trataba que la gente lo pasara bien ¢ hi- ciera cosas raras. Fumaba cn una pipa pequefia, re- torcida como un gancho, y sabia contar historias de miedo, de fantasmas, de bru- jas y de cantbales hasta hacer temblar. El Sr. Holm era bajito, gordo y muy amable y tenia el bigote blanco. El Sr, Holm no cra canibal y comia cosas tan notmales como carne, sardinas fritas, pan y algunas veces flan de chocolate. A Ia pipa la Hlamaba calientanariz y solamente la sacaba de la boca para contar historias de miedo y para comer. 10 —Seguro que por las noches ducr- me con la pipa puesta —le dijo una vez ‘Topper a Viggo. ‘Viggo era el amigo de Topper. —No —dijo Viggo—. Mi padre dice que no se puede dormir con la pipa, porque entonces se cae todo el tabaco en la cama y mi padre es muy inteligente y lo sabe todo. Pero Topper pensaba que el Sr. Holm sabfa mucho més y decidié que le preguntaria eso de la pipa sin que se enteraran Viggo ni su padre que era tan inteligente. El padre inteligente de Viggo se Hamaba Leén y tenfa un café en el primer piso de la casa roja; se llamaba CAFE LA PESCADILLA AZUL, y todas las tardes estaba leno de pescadores y marineros que iban alli a comer guiso de carne, a fu- mar y a beber vino. ‘Topper vivia en el piso intermedio de la casa roja. ‘Topper vivia con su madre, que era pescadora y vendia pescado en el mercado, u al otro lado del puerto. La madre de Top- per cantaba tan fuerte que hacia temblar todas las ventanas, y los peces saltaban asustados_ El padre de Topper era marinero, navegaba por los sicte mares y solamente venia a casa una vez al afio. En la escuela, Topper le contaba a la profesora y a los otros nifios cosas de su padre. —Mi padre —dijo Topper un dia— es un marinero auténtico, navega en alta mar y tiene dentadura postiza —:Qué es dentadura postiza? —preguntaron los otros nifios. —Bueno —dijo la macstra po- niéndose las gafas—. Una dentadura es postiza cuando se pueden quitar y poner los dientes de la boca. jCaray! —dijeron los otros ni- fios—. ;Puede tu padre quitarse los dien- tes de la boca? —Claro que si —dijo Topper po- niéndose muy orgulloso—. Una vez que habia tormenta en el mar, se los sacé para 12 mirarlos un ratito y PLOP, se le cayeron en medio de las olas y desaparecieron jOh! —dijeron los otros ni- nos—. ;Hicieron PLOP? —Si —dijo Topper—. Un aurén- tico PLOP y entonces ya no tuvo mas dientes y durante mucho tiempo se tuvo que conformar comiendo sélo sopas y papillas. —Ageg —dijeron algunos—. Eso no podia ser muy agradable para él. 13 —No —dijo Topper—. Fue terri- ble y al final, del disgusto, agarré la fiebre amari —jJesis! —dijo la maestra—. zAgarré la fiebre amarilla? —Si que la agarré, y ademas una muy gorda; pero ahora ya esta bien y en vez de fiebre amarilla agarré una mujer en cada puerto —dijo Topper. ‘A la maestra casi se le cayeron le anteojos. —Bien —dijo—. Ahora vamos a escribir y ya oiremos mas cosas del padre de Topper otro dia. ‘Los nifios tomaron sus cuadernos y sc pusicron a escribir todo lo bien que podian. Pero pensaban mucho en el padre de Topper y en sus extrafios dientes que se podian quitar de la boca. Todos descaban poderlo ver bien cuando volviera a casa desde alta mar. También vivia en la gran casa roja una sefiora mayor. Se Hamaba Sra. Flora y cenfa una 4 trompeta de ofr, dorada y larga, porque era muy sorda Su balcén estaba Ileno de enormes macetas con flores y jaulas con pajaritos verdes. —Las flores son lo més bonito que existe —le dijo un da al Sr. Holm cuando bajaba por Ia escalera para barrer la calle. , ¢5 cierto —dijo el Sr. Holm tomando su calientanariz—. No hay na- da mejor que las flores, solamente una ta- za de aafé. —(Cémo dice? —pregunté la Sra. Flora metiéndose la trompetilla en la ore- ja y volvigndola hacia el Sr. Holm. —CAFE —grieé el Sr. Holm. —iAhl, si, cl café también est muy bueno —dijo la Sra. Flora—. Quie- re tomar usted una taza de café, Sr. Holm? El Sr. Holm acepié. —Si, muchas gracias —dijo—. Si no es abusar demasiado. —;Demasiado? —dijo la Sra. Flo- 1a sonriendo—. No, no tenga miedo que no le daré demasiado. 15 Asi hablaban el Sr. Holm y la Sra Flora, de cuando en cuando, de flores y de café; en el fondo al St. Holm eso le gustaba. Casi todos los dias se sentaban el St. Holm y la Sra. Flora en el balcén, en- tre flores y pajaritos, felices, mientras to- maban café. —Un hombre atractivo como us: ted, St. Holm —dijo la Sra. Flora—. Un hombre atractivo como usted debia bus- carse una mujer. —Si —dijo el Sr. Holm—. Usted y yo casados, no estariamos mal. —MAL —dijo la Sra. Flora olien- do la cafetera—. ;Cree usted que mi café tiene mal sabor?, no es posible, mi queri- do portero, es café de Java. —Mmm —dijo el Sr. Holm un poco avergonzado. Bien, salud, Sra, Flora. Pero estaba pensando: Un dia le escribiré una carta y en esa carta le voy a decir asf: CASESE CONMIGO, DULCI- SIMA SENORA FLORA. Una carta asi tiene que entenderla esa dulce sefiora. 16 As{ era la vida en la gran casa roja de la orilla del mar y asf era la gente que vivia en ella, Y ahora ya es hora de contar una cosa muy rara que pasé precisamente all, “ Capitulo 2 . ‘Topper era coleccionista. Coleccionaba de todo, pero prin- cipalmente coleccionaba cosas pequefias, de esas que se pueden meter en el bolsi- Io, para darselas a sus amigos En invierno no se encontraban muchas, pero el verano era la mejor épo- ca para los coleccionistas. En el verano Topper encontraba pajaritos, tapas de botellas y piedras blancas También encontraba escarabajos de alas azules, gusanos verdes... y una vez encontré un cochecito de nifio, de tres ruedas, todo oxidado. El carricoche fue una de las mejo- res cosas que encontré aquel verano, Topper y Viggo le lamaban TEM- BLEQUE y se turnaban para Hevarse el uno al otro hasta la escuela. Pero un dia que Topper levaba a Viggo en el carricoche, vio a su novia, porque, todo hay que decirlo, Topper te- Se lamaba Sille y era muy bonita. —Hola, Sille —grité Topper ha- ido sefias con las manos para que se fi- jara en él—. ;Has visto el TEMBLEQUE? — Qué TEMBLEQUE? —pre- gunté Sille, acercindose répidamente en su pequefia bicieleta amarilla. —TEMBLEQUE es nuestro cari coche —dijo Topper sefialindolo con el dedo. 19 —Tonto —dijo Sille al alejarse—. Yo no veo ningin carricoche TEM- BLEQUE. —Bueno —dijo Topper muy sorprendido—. Es posible que no. Y se dio la vuelta para seguir empujando a TEMBLEQUE, pero del ca- rricoche no habia ni rastro. «Qué raron, pensé Topper miran- do para todas partes. «Seguro que se marché solo a la escuela con Viggo». Eché a andar, y no habia andado mucho cuando oyé una vor muy enojada que gritaba detrds de un zarzal. —iQué es esto? —deela la vor enojada—. Un carricoche en medio de las flores, en mi vida vi cosa igual y ademas fio dentro. —Siff —murmuraba la voz de Viggo desde detrés de las zarz rar en medio de las flores? —-gries la vor enojada. Ont — través del zarzal- jo Viggo—. Pasando a 21 —Eso es lo mas descarado que of —egrité la vor enojada—. Voy a decirte algo, esto no es un sitio para jugar. —No —murmuré Viggo—. Ya lo sé. —Esto —grité la voz enojada— es un jardin muy bien cuidado y muy bonito. —S{ —dijo Viggo—. Y me gusta- ria salir de aqui corriendo. —Corriendo —grité la voz—. Di- jiste cortiendo, entonces acércate, amiguito. «Qué raro», pensé Topper. «Ahora le Hama amiguito, y uno no debe gritarle a sus amigos...» Pero Topper no pudo seguir pen- sando mucho en eso de los amigos, porque de repente aparecié Viggo volando sobre el zarzal y ders de él TEMBLEQUE. | —dijo Viggo. —Te lastimaste —dijo Topper y le ayudé a ponerse en pie. if! —dijo Viggo—. ;Por qué soltaste el carricoche? ‘Topper se rascé su pelo oxidado. —Pues —dijo Viggo—. Veris, pa- sa que Sille venia por alli y entonces crei 2 que tenia que saludarla, y a! —jClaro! —dijo Viggo quitindose las espinas del pantalén—. Eso es lo que pasa con esas tonterias del amor, pero de ahora en adelante seré yo solamente el que empuje a TEMBLEQUE. —Bueno —dijo Topper—. Est bien ‘A Topper le parecia muy bien ese arreglo y pens6 que, despues de todo, eso del amor en el fondo no era tanta tonteria. —;Sabes una cosa, Viggo? —dijo ‘Topper—. Tui también tienes que encon- tar una novia. —;Bah! —dijo Viggo tragando sa- Tui estas loco. —Si —dijo Topper—. |Quizis! Y se senté tado cémodo en TEM- BLEQUE, el carricoche, solrande un par de pitidos fuertes. — Qué haces? —pregunté Viggo, un poco asustado, parando el carricoche. —Silbo —dijo Topper sonriendo muy complacido—. Estoy silbando, ami- guito. liva- - Capitulo 3 . Si. El carricoche TEMBLEQUE fue un buen hallazgo, Por lo menos para Topper. No tenfa nada en contra de que Viggo prefiriera empujar a TEMBLEQUE, y todos los dias Topper se sentaba en el carricoche y silbaba. Y algunas veces, si tenfa suerte, sa- ludaba a su novia Sille cuando pasaba en su bicieleca amarilla, Y entonces Ilegaron las vacaciones de verano. La profesora cerré la puerta de la escuela y puso un letrero. El letrero decia: LA ESCUELA ESTA 24 —Bueno —dijo Topper rascindose su pelo oxidado—. {Qué pena! “—;Qué val —dijo Viggo muy con- tento—. Creo que tenemos sucrte. Y se fueron a su casa a pasar las va- caciones de verano. Pero dos dias més tarde, Topper encontré algo que era atin mejor que el carricoche. Era un lapiz. Topper lo encontré a la orilla del mar, por la mafiana temprano, cuando iba acompafiando a su madre al mercado donde cantaba y vendfa pescado. Era solamente un trozo de képiz pequefio, de esos que usan los carpinteros cuando tienen que marcar la madera, —Caray! —dijo Topper metiendo el trozo de lépiz. en el bolsillo—. Por lo visto soy un tipo con suerte, Un lépiz ast es lo que estuve deseando siempre —afia- dié a continuacién. ‘Topper siguié andando, con la mano metida en el bolsillo donde tenia el lapiz y cuando Megé a la pared de atrés 25 del almacén de pescado, se par «Je, je», pens6, mirando a todas partes. «Seguro que un lépiz asf escribe bien. Creo que voy a escribir algo en la pared, algo bonito y delicadon Estuyo pensando un rato algo que fuera, ala vez, bonito y delieado para es- cribir en una pared. Y escribié: Sible ke Amo «Hum», pens6. «Qued6 bonito de verdad. Ahora sélo falta que Sille pase por aqui . En ese momento oyé un ruido un poco més arriba. Era el ruido de una bicicleta que bajaba disparada por el camino. A Topper le parecié que sonaba como una pequefia bicicleta amarilla, a toda velocidad, «Ob! «Es ella, si pens6 con un sobresalto. cedid» 26 Se dio la vuelta y se puso de espaldas contra la pared tapando el escrito. —Caramba! —dijo Sille y frend haciendo saltar los guijarros del cami- no—. Topper, zqué estas escribiendo? —jEjem! —dijo Topper sobresal- tado—. Nada de particular, Sille. Sola- mente dos letras de nada. —Topper —dijo Sille apoyando la bicicleta contra la pared—. ;Sabes lo que me parece ? —NNOO —murmuré Topper—. No lo sé. —Creo que es algo peor, me pare- ce que escribiste una frescura —dijo Si- lle—. Porque estas todo colorado. —2S1? —dijo Topper asustado, tratando de que se le quitaran los colores. —Si —dijo Sille—. Me gustaria ver lo que escribiste. No importa que sea una frescura. —Bueno —murmuré Topper tra- gando saliva—. Es que... Yo... Yo no es- cribo muy bien, Sille, casi son garabatos. — jo Sille acercindose. 27 —iPuf —dijo’ Topper moviendo los brazos. —Escribo muy mal, horriblemen- te, sélo son garabaros, casi te dolerfan los ojos de verlo. —No importa —dijo Sille—. Dé- jamelo ver de todas formas. Y aparté a Topper de un empujén. «Ahora», pensé Topper y respiré fuerte. «Ahora lo va a ver y a lo mejor se enoja conmigo. Espero que por lo menos no arai Sille se quedé mirando la pared un rato. —Topper —dijo—. Tu ests loco. —Si —dijo Topper—. Ya lo sé. Pero a mi me parece que es muy bonito. —;Qué es lo que es muy bonito? —pregumté Sille —Eso de la pared —dijo Topper sefialando la pared, por encima del hom- bro. —Pero, Topper —dijo Sille, ri dose—. Si en la pared no hay nada Topper volvié la cabeza despacio y 29 miré hacia la pared. TODAS LAS PALA- BRAS HAB{AN DESAPARECIDO Aquello tan bonito que le habia escri- w a Sille, habfa desaparecido sin dejar rastro. Solamente quedaba la pared blan- ca y la sombra de Sille. —Me engafiaste —dijo Sille—. Yo crei que habfas escrito alguna frescura so- bre nosotros dos. Se monté en la bicicleta y se fue hacia el puerto. Topper se quedé mirindola, bajo el sol de la mafiana, hasta que la vio desa- parecer, a toda velocidad por detrés de unas casas negras de madcra. «Demonios», pensé Topper co- edazo de lapiz. 's muy extrahio. Debe haber algo 0 en este lapiz. Voy a probarlo voy a escribir otra cosa». Y esta vez escribié: SiLje WD wna. trrita endo el rv 30 «Porque eso es lo que es», pensd Topper. «PRAM, CHAS», se oyé de repente. Y casi sin que Topper tuviera tiem- po de volverse, Sille ya se habia pasado de largo. Lo tinico que pudo ver fueron sus trenzas moviéndose con cl viento y el pol- vo que levantaba la bicicleta amarilla. Y cuando se dio la vuelta para ver lo que habia escrito de ella en la pared, se quedé paralizado por la sorpresa. NO HABIA NI UNA RAYA EN LA PARED. Ni una palabra. La pared estaba toda blanca y soleada y olia a hierba, a brea y a lanchas recign pintadas. —Este lépiz —dijo Topper, mi randolo bien— es el lapiz més extrafio que vi en mi vida. Tengo que mostrarselo a Viggo. Y se fue corriendo a la ciudad pa- ra buscar a Viggo. “ Capitulo 4 . Viggo estaba delante del CAFE LA PESCADILLA AZUL pintando el carrico- che de rojo. —Mira —grité Topper desde lejos haciendo sefias con los brazos—. Mira lo que encontré. Viggo pegé un salto sorprendido y se salpicé el pantalén con la pintura roja. —jMira, mira! —grité Topper co- do excitado, poniendo el lipiz casi en la nariz. de Viggo—. Qué te parece, has vis- to alguna vez un lapiz asi? —Uf —dijo Viggo tratando de quitarse la pincura del pantalén—. Buena se va.a poner mi madre, —No, qué va —dijo Topper apre- tando el lapiz muy fuerte—. Nunca sabré nada de este super-lapiz. —Ya —dijo Viggo—. Pero si que sabré lo de la pintura en el pantalén, 2 —Tonterias —dijo Topper—. Pin temos el pantalén todo de rojo, hay bas- cane pintura. —Si, claro, y asi, ain se enojara més —gimores Viggo. = No, hombre —dijo Topper—. Seguro que ni se preocupa por la pintura. De todas formas, ahora ya no tiene arre- glo. Pero, oye, zhas visto bien lo que ten- go aqui —iAh!, ese estiipido lipiz —dijo Viggo de mal humor—. ;No tienes otra cosa que hacer que andar por ahf moles- tando a la gente con tu lipiz? Y se puso a pintar de nuevo. —Pero, oye, Viggo —dijo Topper—. Este no es un lipiz corriente. —Todos los lipices son corrientes —dijo Viggo—. Lo dice mi padre. Mi padre dice: Todos los lépices son igual de —Ya, ya —dijo Topper, riéndo- sc—. Entonces no es tan listo como yo crela, porque, zsabes qué tipo de lapiz es Este, Viggo? Este lapiz esté embrujado. 33, —Me importa un bledo —dijo Viggo. —Cuando se escribe con él —dijo Topper—, desaparece todo lo que se ha- bia escrito, casi —Si —dijo Viggo, atin enojado—. Con una goma de borrar. —No —dijo Topper, levantando la voz—. NO, idiowa. SIN goma ni nada. Viggo dejé de pintar. —Desaparece sin goma? —pre- gunté y miré a Topper con desconfian- za—. Tengo que contarselo a mi padre. No, espera —dijo Topper aga- rrando a Viggo por el hombro—. Nadie ha de saber nada de este lapiz, s6lo ti y yo. —Nunea en mi vida of hablar de un lépiz asi —dijo Viggo—. :Bstds segu- ro de que desaparece todo lo que se escri- be con él —Desde luego —dijo Topper—. Ya lo probé. Todo desaparece sin dejar rastro. Vamos a mi casa a probarlo. Y se fue, levandose a Viggo con él. Por la escalera se encontraron al 34 portcro, Sr. Holm, que bajaba- —Buenos dias, nifios —dijo el St Holm—. ;Quieren oir un cuento de miedo, bueno de verdad? —NO —dijeron los mifios y siguie- ron escaleras arriba. —,Cémo? —dijo el Sr. Holm sor- prendido—. Pero si andan siempre como locos para que les cuente alguno. —Hoy no —grité Topper—. Te- nemos que escribi jEscribir! —dijo el Sr. Holm Escribir, nunca of nada tan raro, los nifios son cada vez mas raros. Cuando yo era ni- fio solamente escribiamos después de que el profesor nos tiraba de las orejas. —Si, es posible —dijeron los ni- fhos entrando en la casa de Topper. La habitacién de Topper estaba Mena de cosas raras que colgaban del te cho y de las paredes. Todas eran cosas que cl padre habia traido a casa, de alta mar. Habfa cocodrilos disecados y pie- les de serpiente, que parecian hechas de papel. Habja sables ondulados, cocos 35 vacios y figuras talladas en madera. Viggo miré nervioso hacia el co- codrilo y pregunté: —4Dénde podemos escribir algo? —Bueno, vamos a ver —dijo Top- per—. Quizs podriamos hacerlo en la pared. —iEn la pared! —dijo Viggo asus- tandose todavia mas—. Tu madre se va a poner furiosa. —Furiosa? —dijo Topper—. No, mi madre nunca se pone furiosa. Y des- pués de todo, va a desaparecer. —Si. jOjalé! dijo Viggo—. Qué vamos a escril —No vamos a escribir—dijo Topper. —:Quée? —dijo Viggo—. Pero ui dijiste que fbamos a escribir en la pared. —Si—dijo Topper—. Pero me acabo de arrepentir. No vamos a escribir, vamos a dibujar. Vamos a dibujar un enorme rinoceronte. ‘Y empez6 a dibujar un rinoceronte. —No me gusta mucho esto —dijo ‘Viggo nervioso—. A lo mejor no desaparece. 36 —Bah, no te preocupes —dijo Topper—. No importa, porque yo dibujo muy bien los rinocerontes y creo que mi madre se pondria muy contenta de tener un dibujo asi. ‘Topper siguié dibujando y, des- pués de todo, Viggo tuvo que reconocer que le habia salido un rinoceronte muy bonito. 37 —Bueno —dijo Topper al termi nar—. Ahora nos vamos a la cocina y to- mamos cuatro o cinco bebidas. Cuando volvamos, verds algo estupendo. Se fueron para la cocina y cogieron bebidas y pan. Pero sélo habfan tomado un trago de bebida cuando oyeron un rui- do muy raro que salia de la habitacién. —Escucha —dijo Viggo bajito—. Un ruido. —Anda a ver lo que es —dijo Top- per con la boca Hlena de pan —A lo mejor es algo peligroso —di- jo Viggo—. A mi no me gustan las cosas peligrosas. Pero de todas formas se puso a es- piar, con mucho cuidado. Y cerré la puer- ta de golpe. —Topper —susurré—. Adin esté alli —Bueno —dijo Topper tomando . Entonces tenemos que esperar —:Qué més? —pregunté Topper. 38 El, cl... guitié el ojo —dijo Viggo. —Ja —rié Topper—. Guitis el ojo. Eso tengo que verlo. Se bajé de la mesa y abrié la puerta —Yooooss! —grit6 Topper—. Tie- nes razén, Viggo, guifié el ojo. Nunca ha- bia dibujado un rinoceronte que guifiara cl ojo. Es estupendo. —A mi no me parece estupendo —Aijo Viggo. Y en ese momento, el rinoceronte Janzé un terrible gruiido y movié la cabeza — Socorro! —grité Viggo dando un salto. —Chist, calla —dijo Topper—. Lo vas a asustar como sigas gritando asi. Hola, rinaceronte. —GRUMP, JORK, JORK —dijo el rinoceronte. Y DE PRONTO, SE PLANTO EN MEDIO DE LA HABITACION. Viggo cragé saliva y cerré la puerta. (Qué... qué vamos a hacer? —dijo muy bajito. 39. —Mirarlo, claro —dijo Topper abriendo otra ver la puerta El rinoceronte se acercé a la venta- na y empez6 a comer la cortina. Era un rinoceronte precioso y enorme, y tenia el mismo color amarillo que la pared. —iOy! {Oy! —dijo Topper—. Ya tiene hambre. Vamos a datle pan. Y se acereé con cuidado al rinoce- ronte con un pedazo de pan en la mano. El rinoceronte volvié la cabeza despacio, lo miré amistoso y se comié el pan de un bocado. —GRUMP, JORK, JORK —dijo. —iUy!, se lo come —dijo Top- per—. Viggo, trae més pan y una bebida. —iAy! —dijo Viggo—. Creo que no me atrevo. —Viggo —dijo ‘Topper—. :Quie- res que nuestro rinoceronte se mucra de hambre? —NO, NO —dijo Viggo, y fue a buscar pan y bebida Poco después el rinoceronte se habia 42 comido todo el pan que habia en la coci- na. Dio un grufido de satisfaccién y em- pez6 a comerse las plantas que habia en la habitacién. nda, wi! —dijo Topper—. Qué tipo, cémo come. ;Cémo vamos a Mamarle? —Umm —dijo Viggo poniéndose a pensar. —Viggo, tienes que buscarle un nombre —dijo Topper. —Umm —dijo Viggo y se puso a pensar atin més. —;Cémo se llama tu padre? —pre- gunté Topper. —Se llama Sr. Leén —dijo Viggo. —Orro —grité Topper dandole palmadas en el lomo al rinoceronte—. Amigo, te vas a llamar Otto. —GRUMP —dijo el rinoceronte. Y siguié comiendo la funda del soi. —Tenemos que conseguir més co- mida —dijo Topper—. Voy a pedirle dine- ro a mi madre para comprar diez panes. —Aayy —dijo Viggo muy nervioso 43 agarrandose a la puerta—. ;Puedo hacer~ lo yo, Topper? Tengo miedo de quedarme aqui solo, con Orto. —Si, si que puedes —dijo Top- per—. Pero aprestirate, antes de que se coma todos los muebles. Viggo no esperé a oirlo dos veces, se eché a correr escaleras abajo y no sélo casi se rompe una pierna, sino que tam- bien casi se rompe un brazo, y al salir por la entrada fue a tropezar con la barriga de su padre. —4Eh! —grufié el Sr. Leén diri- gigndose a su hijo—. ;Adénde vas con esa prisa, muchacho? —Voy a buscar pan para el rinoce- ronte —dijo Viggo desapareciendo calle abajo. —Pan para el rinoceronte —dijo el Sr. Leén de mal humor—. Dios sabe lo que estos dos locos acaban de inventar. Creo que voy a tener que echar un vistazo. a Capitulo 5 . 0 desaparecié corriendo, tanto como podia, en direccién a la pescaderia de la madre de Topper, y entré tan depri- sa que tiré de espaldas a una sefiora con su pescado y todo. 45 La sefiora fue a parar a un rincén de la tienda, donde se quedé protestando. —Los nifios ahora tienen mucha prisa —dijo levantindose—. Cuando yo cra nifia éramos mis formales. —Si —dijo Viggo—. Pero es que yo vengo a buscar dinero para comprar diez panes. La madre de Topper se puso a reir. —Parece que tienen hambre —di —Bueno, es que... —dijo Vig- go—. No es para nosotros, es para Otto. —iVaya! —dijo la madre de Top- per—. ¢Quign es Orto, un amigo nuevo? —NO —dijo Viggo—. Oreo es un rinoceronte. —jOOH!, entonces diez panes no son demasiados —dijo la madre de Top- per—. ¢Cémo encontraron a Otto? —Lo dibujé Topper —dijo Vig- go—. Y ahora se esta comiendo todos los muebles. —iJestis! —dijo la sefiora que se habia caido de espaldas—. jJestis!, qué manera de mentis, la de los nifios de 46 ahora—. Y se marché enojada. —St, y también hay que ver el mal humor de alguna gente —dijo la madre de Topper y se eché a refr tan fuerte que se le noraba todo el pecho saltando deba- jo de la camisa azul—. Denle algo de co- mer a Orto, pero tengan cuidado de que no haga ningin estropicio. —Si, si podemos controlarlo —di- jo Viggo y se marché deprisa a comprar los panes Pero cuando uno es nifio no es tan ficil comprar dier panes. El primer sitio al que fue Viggo, era una panaderia pequefia con una panadera muy grande que estaba detrés del mostrador limpiindose las ufias cuando Viggo entré. —Diez panes —pidié Viggo. La panadera se limpié las manos con el delantal y miraba a Viggo con sus ojos pequefios y observadores. —;Diez panes? —dijo y siguid mirando a Viggo con desconfianza. —S{ —dijo Viggo, que estaba so- focado por la carrera—. Diez panes. —Mira, ;quieres hacer el favor de marcharte? —dijo la panadera—. No se pue- de ira los sitios a hacerle burla a la gente. —Si, pero... —dijo Viggo triste—. Yo QUERIA comprar diez panes. La panadera se volvié despacio y abrié una puerta, sin perder de vista a Viggo. —jFolmer! —grité por la puerta—. ‘Ven un momento; zme oyes, Folmer? Folmer era el panadero. Era un hombre pequefiito que sélo le Hegaba a su mujer a la cintura. —zQué pasa? —pregunté enojado. 48 —Este nifio, que necesita un tirén. de orejas —dijo la panadera poniendo los brazos en Ia cintura—. Se esta burlando de mi. — {Se esté burlando de ti, Alman- da? —pregunté el panadero mirando a su enorme mujer. —S{ —dijo la panadera—. Entré aqui gritando que queria diez panes, y yo sé que ninguna persona normal se come diez panes. —No, tienes razén, Almanda —di- je el panadero—. En todo el tiempo que llevo de panadero nunca of que nadie com- prara tantos panes. —Puede saberse para quién es tanto pan? —pregunté la panadera —Para Owo —dijo Viggo. —Oro —refunfué la panade- ra—. Eso puede decirlo cualquiera, y aquién es Oxo? —Es nuestro rinoceronte —dijo Viggo timidamente. —UN RINOCERONTE! —grité la panadera—. jLargate de aqui! Nunca of a 49 ningtin nifio decir una mentira tan grande. Salpicaba tanto al hablar que pare- cia una ballena resfriada. —Andas diciendo mentiras y bur- landote de personas serias como Folmer y yo —farfull6—. Haz algo, Folmer, ui eres mi marido. Fuera! —grité el panadero muy enojado—. Fuera de aqui o llamo a la polic Viggo no pudo oir lo ultimo, porque ya habia salido en busea de otra panaderia. Todo lo. que Viggo pudo conseguir fucron cuatro panes. Cansado y triste se fue hacia la ca- sa roja cargado con los pesados panes. Pero cn la ventana del CAFE LA PESCADILLA AZUL, espiando por detrds de la cortina, estaba su padre. —Umm —pensé rascéndose la barba—. Estos dos picaros estén traman- do algo, tengo que vigilarlos. Se puso a escuchar detras de la puer~ ta y oy6 cémo Viggo subfa las escaleras. 50 —jAh! —murmuré—. Estén arri- ba, no van a hacer travesuras, de eso me encargo yo. Pero Viggo no sabia que su padre lo estaba vigilando. Tha subiendo las escaleras todo fa- tigado y encontré al Sr. Holm hablando con la Sra. Flora. — Sabe usted una cosa, Sr. Holm? —dijo la Sra. Flora—. Hace como una hora que la cal del techo se cae, gno ¢s ra- ro? Y eréame, ademds la impara se mue- ve, parece como si se paseara un clefante por el piso de arriba —dijo sefialando con el dedo hacia el techo. EI Sr. Holm se rid al ver a Viggo que subfa, aplastado por el peso de tanto pan. —Hola —dijo el Sr. Holm—. Qué es lo que tienen ustedes dos ahi arriba?, gun elefante? Viggo movid la cabeza, todo agotado. —No —dijo—. Es un rinoceronte: EI Sr. Holm se volvié hacia la Sra. Flor: 51 —No es ningiin elefanee —grité en la trompetilla, que estaba limpia y bri- lante—. Solamente es un rinocerante —jCaramba! —dijo la Sra. Flo- ra—. Cudnto pan come este nifio. —No —dijo Viggo—. Es para Oro. —j{Oohh! —dijo la Sra. Flora—. Te llamas Orto, claro, claro. Me debe estar ha- ciendo vieja, yo cref que te llamabas Viggo. Y en ese mismo momento la lim- para de la Sra. Flora se vino al suelo. —jOiga! —dijo el Sr. Holm sor- prendido—. Voy arriba un momento a ver ese rinoceronte. Y se marché detras de Viggo, esca- leras arriba. La casa de Topper era una auténti- ca revolucion. Otto, el enorme animal amarillo, se habfa comido la tapiceria de dos sillo- nes, todas las cortinas de la sala, dos cen- tros de mesa y un papagayo disecado Y estaba acabando de comerse la alfombra. 32, El Sr. Holm se quedé parade en la puerta y sacé su CALIENTANARIZ de la boca. —jPor todos los afios de mi vida! jo rascindose el bigote cuando vio a Otto—. —Parece que ahi dentro hay una fiesta —dijo para sus adentros—, sin im- portarles que las limparas de la gente se caigan. Pero ya les ensefiaré yo que el St. Leén también puede gritar. Golpeé la puerta con energfa, in- flindose como si fuera un pavo real. Fue el jefe de policia quien abrié la puerta y cuando el Sr. Leén vio que era el mismo jefe de policia el que abria la puerta, se deshinché como un balén. —Je, je —dijo muy amablemen- ce—. ;Estd la sefiora en casa? —Si —dijo el jefe de policta Tenemos una pequefia fiesta en honor de Ono. 90 2S? —dijo el Sr. Len un tanto preocupado—. Pero es que las lamparas se caen, abajo en el café. “st —dijo el jefe de policta— Cosas asi no pueden evitarse, pero es que Ih sefiora hace un café tan bueno que le pone a uno de buen humor. —{No podrfan ustedes golpear un poco menos? —dijo el padre de Viggo— No me apetece que todas mis limparas se caigan. —Lo siento, pero ne —dijo el jefe de policia—. Tenemos dentro un animal bastante grande que no podemos sacar por la puerta —zUn animal? —dijo el padre de Viggo poniéndose blanco—. {Un rinoce- —Siit, exacto —dijo el jefe de policia—. Un animal muy grande y muy simpatico que se ha comido mi gor —zPodria verlo? —pregunts el S: Leén —Claro, claro —dijo el jefe de policia—. Pase, pero tenga cuidado de no on caerse en la hierba El padre de Viggo entré con mu- cho cuidado en Ia sala de la Sra, Flora. —GRUMP, JONK —dijo el rino- ceronte amarillo oliéndolo. —iEh! ;Supongo que no muerde? —pregunté nervioso el padre de Viggo. —No, no muerde —dijo el jefe de la policta alegremente—. Es muy bueno, es la bondad misma. El padre de Viggo tropezé con las tablas del suelo. — Cree usted que el piso aguanta? —pregunes. Nove —dijo el jefe de policia. —Pero entonces, qué voy a hacer? —preguneé el padre de Viggo—. El bicho puede caerse dentro de mi café. Eso no me habfa pasado nunca. —Novo —dijo el jefe de policia— Pero alguna vez tiene que ser la primera. 7Animese, hombre! 'Y ‘dio al Sr. Leén unas palmadas en la espalda. —j{OOHH! —dijo el padre de oy Viggo—. :No puede hacer nada la policfa con este bicho? —¢la policia? —dijo el jefe de policia—. Nooo, la policia, buen hombre, tiene que ver con la paz y el orden. Un ri- noceronte no es paz, ley ni orden. Un rino- cceronte es més bien intranquilidad y desor- den, y de sas cosas no nos encargamos nosotros. —Si, pero... —dijo el Sr. Leén— Usted es el jefe de policia. —Jefe de policia aqui, jefe de po- licta all —dijo el jefe de policta—. Ya estoy cansado de mantener todo el tiem- po la ley y el orden. Desde hoy me en- cargo del desorden, de los rinocerontes y del café. Se sent6 y brind6 con la Sra. Flora. —jCaramba! —pensé el Sr. Leén mientras bajaba la escalera—. Se volvie- ron todos locos. Pero yo lo arreglaré, los echaré a todos fuera. Voy a Hamar a los bomberos. Si echan agua en el medio de la habitacién donde tienen la fiesta, ten- drain que marcharse. 93 Temblando de rabia, llamé a los bomberos. —Buenas —dijo un bombero al otro lado del teléfono. —jFuego! —grité el Sr. Leén, que no queria decir nada del rinoceronte amarillo—. Hay fuego en el piso de arri- ba del CAFE LA PESCADILLA AZUL. Vengan corriendo a echar mil litros de agua en el piso; pueden echarlos por la ventana del balcén. —Desde luego —dijo el bombe- ro—. Nosotros los bomberos adoramos gchar agua. ‘Un momento después, las calles de la ciudad estaban Ienas de coches de bomberos haciendo sonar las sirenas, y de gente que corria detrés para ver el fuego. EI Sr. Leén estaba a la puerta del CAFE LA PESCADILLA AZUL frotando- se las manos. Dos grandes coches, llenos de bom- beros entraron en la plaza donde estaba la ‘casa roja y el Sr. Ledn se puso a sefialar el balcén de la Sra. Flora. Es alli —dijo—. echar toda el agua, pronto. Los bomberos miraron al balcén donde habia tantas flores que olfan bien y Aptirense a donde los pajaritos cantaban en sus jaulas. Ah jo un bombero—. Yo no veo humo en ninguna parte. —Si, pero —dijo el Sr. Leén, que ‘empezaba a ponerse nervioso—, hay mucho Fuego, échenle aunque no sean més que dos mil litros de agua. Pero el bombero se tomaba las co- sas con mucha calma y serenidad. —Yo no veo ni fuego ni humo —dijo otro bombero—. Pero huele a ca- fé. Vamos alli. Cogieron sus escaleras, subicron al balcén de la Sra. Flora y se pusieron a EE 96 mirar adentro. —Hola —dijeron: huele a café? —jAy! —dijo la Sra. Flora ponién- dosé muy contenta—. Vienen mas visi- tas. Qué amables son viniendo a verme. Voy a hacer més café. Y se metié en la cocina, mientras los bomberos entraban en la habitacién. PERO EL SUFLO. El suelo de la sala de la Sra. Flora no estaba hecho para aguantar un rinoce- ronte y més de veinte personas. Cuando el ultimo bombero entré en la habita- cién, se oyé el segundo crack gigantesco del dia. ¥ toda la fiesta de la Sra. Flora se cay6 al CAFE LA PESCADILLA AZUL. —iAy, ay!, qué mala suerte tengo —se lamentaba el Sr. Leén llevandose las manos a la cabeza y tirdndose de los pe- los—. No sé qué daria por estar lejos de aqui, en la luna. —Ahi esti ese tipo tan extrafio —dijo uno de los bomberos—. Ahora quiere ir ala luna. Me parece que es un. . 2Es aqui donde 97 poco tonto. —NO —dijo Topper acariciando a Otto—. Es muy, muy inteligente. Lo sabe todo. —A veces esas cosas se suben a la cabeza —dijo otro de los bomberos—. Ahi viene esa sefiora tan simpética con el café. Y dando un salto tomé por el aire a la Sra, Flora que se habia caido por el agujero del piso. iUy! —dijo sorprendida—. No los habia ofdo bajar. Miré con amabilidad al bombero que Ia habia tomado por el aire. —{Sabe? —le dijo—. Es que no igo bien. El bombero asintié con la cabeza. —Si —dijo él y le acaricié la cara a la Sta. Flora—. Pero el café si que sabe hacerlo bien. —No, no —dijo la Sra. Flora—. No tengo ningiin jardin. Pero tengo un balcén Ileno de flores. Ya lo vera cuando termine con el café, = Capitulo 10 3 Se habla reunido mucha gente detrés de los coches de los bomberos, para ver el incendio, y muchos se queda ron muy enojados y sorprendidos cuando vieron que no habfa fuego por ninguna ; parte. —{Bah! —protesté uno dando una patada en el suelo—. No arde nada. —No —dijo otro—. Un incendio sin fuego es lo més raro que vi en mi vida, Si —dijo un tercero—. Nos co- maron el pelo. Hay que protestar. Y todas las personas que se habjan enojado se fueron a protestar. Pero también hubo personas més juiciosas. Les Ieg6 el olor a café y entra- ron en el CAFE LA PESCADILLA AZUL. Alli vieron al rinoceronte amarillo i ya todos los bomberos, que estaban muy | alegres. 99 ‘Viva! jViva! —gritaban y aplaudian—. Esto es mucho mejor que un incendio. Y el padre de Viggo, el Sr. Len, que se habfa arrancado casi todo el pelo de la cabeza, con la rabia, de repente se convirité en una persona muy feliz y son- riente, porque todos los que entraban en su café no se conformaban tan s6lo con mirar al rinoceronte amarillo, también querian bebidas, café, vino y comida. Al final habia tanta gente en el CAFE LA PESCADILLA AZUL, que te- fan que sentarse unos encima de otros. Encima de todo estaban los nifios, toman- do bebidas y comiendo salchichas que chorreaban toda la salsa de tomate en las cabezas de sus padres, y debajo de todo es- taba Otto que decia JONK y GRUMP y se sentia muy a gusto y contento. h! —dijo la Sra. Flora, me- tiéndose debajo de una mesa para estar mis tranquila—. Tantas visitas juntas no habia visto yo en toda mi vida, Es una fiesta muy bonita. 100 —Mhy bonita —dijo un nifo pe- quefio que estaba alli poniéndose a soplar por la trompetilla de la Sra. Flora, creyen- do que era de misica—. Muy, muy bonita. Y fue una fiesta muy bonita que terminé muy tarde, cuando ya la luna se pascaba por encima de la ciudad. La luna miraba la ciudad, y sobre todo miraba la casa grande y roja que 101 ‘estaba a la orilla del mar. ‘Vio como las visitas decian adiés y se iban a casa con sus hijos, dormidos, en brazos. Vio a los bomberos montar en sus coches y marcharse, vio al St. Leén en la puerta diciendo adids y, cuando miré por Ja ventana, vio a la Sra. Flora en mitad del café, con su cafetera en la mano y mi- rando el agujero del techo. —jCaray! —dijo la Sra. Flora—. {Donde voy a vivir ahora? No se puede vivir en un piso que tiene un agujero tan grande en el suelo. El bueno del Sr. Holm, el portero, carraspeé y se puso un poco colorado. —jHumm! —dijo acariciéndose el bigote—. Podria venirse a vivir a mi casa, Sra. Flor. —:Qué dice? —pregunts la Sr: Flora—. Quiere usted més café? El Sr. Holm sacudié la cabeza. En- tonces, tomé un trozo de papel y un Mépiz y escribié con letras grandes:

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