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Abstract
At present, international systems for the protection of human rights have taken a leading
role with respect to the effectiveness of the contents of the international legal instruments that
build them, in fact, their influence has irradiated constitutional law within societies. This has
allowed us to characterize a new form of relationship, or dialogue, about how we understand this
influence of international human rights law within our constitutional systems. For Latin America,
the Inter-American Court of Human Rights (IACHR) has become the main agent of an expansive
movement of inter-American law, also called Inter-American corpus iuris, in order to make
effective the claims of the Inter-American System of Human Rights (IASHR) with respect to the
guarantee and defense of the contents of this normative body. The highest expression of this
influence is specified in the concept of conventionality control as the fundamental pillar of the
IASHR, which has taken on a specific role around the activity of the Inter-American Court of
Human Rights, as regards the harmonization of the internal legal system of the states belonging
to its jurisdiction, against the content of that Inter-American corpus iuris. The growing capacity
of conventionality control has had different spheres of development, however, one of its most
representative, is configured from the authority of the Inter-American Court to harmonize, and
even order the exclusion of contents of the domestic law of the states for being contrary to inter-
American law. That authority, despite being widely disseminated and widely accepted by the
academic community in general, has not been conceived in the perspective of the debate on the
role of judiciary in the consolidation of democracy, as the main discussions of the society have
been prosecuted, for this case, at international level, where a handful of judges decide them
without having the necessary democratic legitimacy to generate consensus within Latin
American societies. For this reason, it is hereby intended to analyze not only the main
characteristics of the IAHRS, the Inter-American Court and the control of conventionality, but
also to enter the discussion in the democratic scenario about the role of the judiciary, in this case
the power of the Inter-American Court, as a judge for democracy, critically evaluating its
expansive and irradiating claims of our Latin American constitutionalism
Resumen.
1
también denominado corpus iuris interamericano, con el objeto de efectivizar las pretensiones
del Sistema Interamericano de Derechos Humanos (SIDH) con respecto de la garantía y defensa
de los contenidos de este cuerpo normativo. La más alta expresión de esta influencia se concreta
en el concepto del control de convencionalidad como el pilar fundamental del SIDH, el cual ha
tomado un rol especifico en torno a la actividad de la Corte IDH, en tanto a la armonización del
ordenamiento jurídico interno de los estados pertenecientes a su jurisdicción, frente al contenido
de aquel corpus iuris interamericano. La capacidad creciente del control de convencionalidad ha
tenido diversas esferas de desenvolvimiento, no obstante, una de sus más representativas, se
configura a partir de la facultad de la Corte IDH de armonizar, e inclusive, ordenar la exclusión
de contenidos del derecho interno de los estados por ser contrarios al derecho interamericano.
Aquella facultad, pese a encontrarse en una franca difusión y aceptación por la comunidad
académica en general, no ha sido pensada en perspectiva del debate sobre el papel del poder
judicial frente a la consolidación de la democracia. Como quiera que las principales discusiones
de la sociedad han sido judicializadas, para este caso, a nivel internacional, en donde unos pocos
jueces deciden las mismas sin contar con aquella legitimidad democrática necesaria para generar
consensos al interior de las sociedades latinoamericanas. Por ello, en el presente trabajo se
pretende analizar no solo las principales características del SIDH, de la Corte IDH y del control
de convencionalidad, sino también adentrar la discusión en el escenario democrático en torno al
rol del poder judicial, en este caso el poder de la Corte IDH, como juez para la democracia,
evaluando, críticamente, sus pretensiones expansivas e irradiadoras de nuestro
constitucionalismo latinoamericano.
1. Introducción.
En cada uno de éstos escenarios (internacional y local), se han abierto camino diversos
instrumentos con la intención de brindar aquella protección perseguida por los textos en cuyo
contenido se consagran los derechos fundamentales, es así, como en el ámbito interno de cada
estado la protección de aquellos bienes jurídicos fundamentales, ha sido abordada como una
cuestión de prevalencia del derecho constitucional y de los derechos contenidos en su texto2,
1
Temas desde el control de constitucionalidad y el bloque de constitucionalidad, hasta los relacionados con la introducción de
los instrumentos jurídicos del derecho internacional de los derechos humanos, son los que nos permiten efectuar este tipo de
afirmaciones. Al respecto ver, por ejemplo: Velandia Canosa, Eduardo Andrés. (2014). Modelo colombiano de justicia
constitucional. En: Justicia Constitucional Comparada. México: Editorial Porrúa
2
Lo anterior ha sido sostenido por Miguel Carbonell manifestando: “Desde un punto de vista estrictamente jurídico la
Constitución es a norma que determina la validez del resto del ordenamiento jurídico. Dicha determinación es de carácter tanto
formal o procedimental, como material o sustantivo. Desde el punto de vista procedimental la Constitución determina la validez
del resto de normas del ordenamiento ya que establece las competencias de los distintos poderes para dictar normas jurídicas,
así como los pasos que deben llevar a cabo para que tales normas se integren válidamente al ordenamiento. (…) De acuerdo
con Ricardo Guastini, por “constitucionalización del ordenamiento jurídico” podemos entender “un proceso de transformación
de un ordenamiento, al término de cual, el ordenamiento en cuestión resulta totalmente 'impregnado' por las normas
2
desarrollada por distintos instrumentos jurídicos como el control de constitucionalidad, la acción
directa de protección de derechos (en el caso Colombiano la acción de tutela o en el Mexicano el
recurso de amparo) o el bloque de constitucionalidad, entre otros.
Aquellas instituciones jurídicas, tradicionalmente se han servido del poder judicial como
garante de la protección de los derechos fundamentales, cuestión que ha otorgado un amplio
protagonismo a los jueces que, para el constitucionalismo doméstico, según lo explica Diego
López Medina3, cada día reclaman un mayor papel en la esfera pública de cara al funcionamiento
del estado, y, en general, del sistema jurídico.
El estudio de éste papel institucional de los jueces, parte desde la misma formación del
concepto de constitución. Al respecto, basta con revisar las discusiones expuestas en los
“papeles” del federalista, en donde Hamilton, ya se preocupaba por el rol del poder judicial en
EE.UU. Al decir de Hamilton, en relación con el control de constitucionalidad y la supremacía
constitucional: "No hay proposición que se apoye sobre principios más claros que la que afirma
que todo acto de una autoridad delegada, contrario a los términos del mandato con arreglo al
cual se ejerce, es nulo. Por lo tanto, ningún acto legislativo contrario a la Constitución Puede
ser válido”4.
Siguiendo la reconstrucción efectuada por Barry Friedman5, el rol institucional del poder
judicial no fue discutido hasta la década de los 60´s, época en donde, a partir de la obra de
Alexander Bickel6, se abordó el carácter contramayoritario del poder judicial como una
verdadera obsesión. Desde aquel momento nos persigue una inquietud, aquella se encamina a
responder cual es el papel de los jueces en una sociedad de corte democrático, teniendo en cuenta
que su actividad, por virtud de la revisión y armonización del sistema jurídico a la constitución,
en ocasiones puede considerarse contramayoritaria, al tener la judicatura la potestad de no
aplicar, e inclusive, extraer del mundo jurídico, disposiciones normativas expedidas por los
órganos legislativos de representación popular, al considerarse contrarias al texto constitucional.
Pese a lo anterior, como lo ha indicado López Medina7, el poder judicial, y sus armas
otorgadas por la constitución, han sido vistos como el espacio propicio de reivindicación de
derechos y reclamos sociales, que no han tenido cabida en las discusiones de un poder legislativo
poco sensible a las necesidades del pueblo.
constitucionales. Un ordenamiento jurídico constitucionalizado se caracteriza por una Constitución extremadamente invasora,
entrometida, capaz de condicionar tanto la legislación como la jurisprudencia y el estilo doctrinal, la acción de los actores
políticos así como las relaciones sociales. (…)”. Carbonell, Miguel. Curso Básico de Derecho Constitucional. Centro de
Estudios Carbonell. México. 2016.
3
López M., Diego Eduardo. (2009). El Derecho de los Jueces. Bogotá. Universidad de los Andes. Legis
4
HAMILTON, A., MADISON, J., JAY, J., El Federalista 78, México, Fondo de Cultura Económica, 2010.
5
FRIEDMAN, B., The birth of an academic obsession, the history of the countermajoritarian difficulty, part five, Yale Law
Journal, vol. 112, 2002, http://ssrn.com/abstra/ct_id=312024. Toda la historia de la dificultad contramayoritaria está expuesta en
las siguientes obras: The history of the countermajoritarian Difficulty, part one: The road of judicial supremacy; The history of
the countermajoritarian Difficulty, part 11: Reconstruction poltical's Court; The History of the Countermajoritarian Difficulty
Part Three: The Lesson of Lochner; The History of the Countermajoritarian Difficulty, Part Four: Law 's Politics. También, The
Importance of Being Positive: The Nature and Function of Judicial Review, University of Cincinnati Law Review, Vol. 72, p.
1257, 2004; The Politics of Judicial Review; Becoming supreme: the federal foundation of judicial supremacy.
6
BICKEL, Alexander, The Least Dangerous Branch: The Supreme Court at the bar of politics. New Haven and London, Yale
University Press, 1962.
7
López M., Diego Eduardo. (2009). El Derecho de los Jueces. Bogotá. Universidad de los Andes. Legis
3
En el escenario internacional, con más frecuencia encontramos que los Estados suscriben,
o han suscrito, diferentes instrumentos en materia de derechos humanos, aceptando las
competencias jurisdiccionales de los órganos creados a partir de aquellos, así, según el Instituto
Interamericano de Derechos Humanos (2015), “el resultado fue la construcción de conceptos
como el de la responsabilidad internacional de los estados por violación directa del contenido
sustancial de los derechos consagrados, adoptados y ratificados en materia de derechos
humanos”.
Bajo esta perspectiva, este Derecho de los derechos humanos ha ingresado a los
ordenamientos constitucionales a partir de cláusulas de incorporación8, configurando un bloque
normativo. Esta lógica se desenvolvió en Latinoamérica a través de la adjudicación de un estatus
especial a los tratados de derechos humanos ubicándolos en el plano constitucional9.
Como se verá con el desarrollo del presente escrito, instituciones del derecho
interamericano, como la Corte Interamericana de Derechos Humanos (en adelante Corte IDH) o
la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (en adelante Comisión IDH), cada vez, y en
mayor medida, influyen en el derecho constitucional de cada estado, entrando en un intercambio
de ideas sobre aspectos sustanciales en torno a la protección de los derechos y garantías
consagrados en el corpus iuris interamericano.
Hoy en día, la expresión de mayor impacto del derecho interamericano ha sido el control
de convencionalidad, el cual obliga a los Estados a coordinar las diferentes esferas del poder
8
Por ejemplo, es posible observar las clausulas previstas en los artículos 44, 53, 93 y 94 de la Constitución Política Colombiana,
a partir de las cuales se estructura el denominado bloque de constitucionalidad, a efectos de permitir el ingreso de las normas del
derecho internacional de los derechos humanos como verdaderos contenidos constitucionales.
9
De forma prolija, Alejandro Chehtman, ha explicado este fenómeno con respecto de Argentina, Colombia y México en el texto:
“Chehtman, Alejandro, International Law and Constitutional Law in Latin America (July 3, 2018). Forthcoming, Conrado
Hübner Mendes and Roberto Gargarella (eds.), The Oxford Handbook of Constitutional Law in Latin America, Available at
SSRN: https://ssrn.com/abstract=3207795”.
10
Rossetti, Andrés. “La Corte Interamericana y el sistema Regional de protección de los derechos humanos: surgimiento,
importancia y perspectivas en el mundo globalizado actual”. 2017. DIRITTO & QUESTIONI PUBBLICHE | XVII, 2017 / 1
(giugno) | pp. 59-83.
4
público, y sus expresiones de poder, con miras a garantizar la efectividad de los derechos
consagrados en los tratados internaciones.
Sobre este punto se centra el debate planteado, en tanto a la posibilidad del juez –para
nuestro caso el juez interamericano– de ordenar la armonización de una norma emanada de un
estado, encabezado ya sea por el constituyente o el legislador, como legitimado
democráticamente para expedirla. Así, se pretende analizar críticamente si es posible comprender
que la actividad del juez interamericano, en tanto a la verificación de la congruencia entre el
ordenamiento interno y la CADH, resulta congruente con las pretensiones democráticas de las
sociedades latinoamericanas.
De esta manera la presente investigación girará en torno a la siguiente pregunta: ¿En qué
medida se afecta el principio democrático con la actuación de la Corte IDH, a través del ejercicio
del control de convencionalidad sobre normas internas de los estados, a partir de la verificación
de su congruencia con la CADH, para armonizarlas con este instrumento?
La primera parte de este trabajo se encaminará al estudio del funcionamiento del control
de convencionalidad, a partir de la cual se analizaran los principales contenidos y características
de esta expresión del derecho interamericano. La segunda parte aterrizará el debate sobre la
inquietud contramayoritaria y la actividad del juez interamericano. La tercera parte ofrecerá las
conclusiones del análisis.
5
2. El Sistema Interamericano de Derechos Humanos y el Control de
Convencionalidad.
2.1 Contexto.
Tanto la Corte IDH como la Comisión IDH, han cumplido un papel fundamental en lo
que el ex juez Cançado Trindade llamó “proceso de humanización del derecho internacional”.
El presente apartado tiene por objeto describir sucintamente el proceso histórico que
culminó con la redacción de la CADH, y la creación de la Comisión y la Corte, como respuesta a
la situación regional que despertó el consenso de los Estados Americanos. Si bien se debe
entender que las violaciones sistemáticas y masivas de derechos humanos fueron la situación que
fundamentó el proceso de reivindicación jurídica de la dignidad humana, también es imperativo
reconocer que este Sistema nace como producto de la voluntad política de las Naciones, pues la
creación de un mecanismo jurídico internacional que propende por la promoción y defensa de los
derechos humanos, a través de la determinación de responsabilidad internacional, ya sea por el
órgano jurisdiccional o no, implica una interconexión inevitable entre el derecho internacional y
los ordenamientos internos, lo cual, consecuencialmente, degrada, en cierta medida, la actividad
institucional legislativa de los Estados y una total transformación la estructura de las fuentes del
derecho a nivel nacional.
Tras los atroces sucesos de la primera mitad del siglo XX en Europa, la reacción de la
comunidad internacional fue reconocer la necesidad de avanzar en la consolidación de la
comunidad de naciones para la promoción y protección de los derechos humanos por medio de la
suscripción de tratados internacionales y regionales, fortalecidos por la existencia de organismos
internacionales que asegurasen su cumplimiento. Se pretendía superar un esquema del derecho
internacional, en que los Estados eran los únicos participantes para encontrar un modelo en que
el proyecto humanista, manifestado en las obligaciones en materia de derechos humanos, no
quedasen a merced de la buena fe de los Estados.
6
la necesaria determinación de estándares en materia de derechos humanos. En el mismo sentido,
las Naciones Interamericanas reconocieron la necesidad, ya imperante, de adherirse a principios
de derecho internacional que comenzaban a implementarse alrededor del mundo, en el seno de
diversas organizaciones. Para lograr el objetivo común, se encomendó al Comité Jurídico
Interamericano el diseño de un anteproyecto que serviría como base para la Declaración de
Derechos y Deberes que figuraría como anexa al Pacto constitutivo del sistema interamericano.
(OEA, s.f.).
7
Dicha Comisión nacería como organismo autónomo respecto de la OEA, cuando en mayo
26 de 1960, ésta aprobara sus estatutos, bajo un limitado marco jurídico que minimizó sus
capacidades de acción al restringir sus facultades a la preparación de informes sobre la situación
de Derechos Humanos en los Estados miembros, puesto su única función era la promoción de los
Derechos Humanos.
A pesar de las manifestaciones de voluntad de los Estados, no fue sino hasta 1978, con el
depósito en la Secretaría de la Organización, que se pudo constituir el Tribunal.
Fue así como se constituyó un “sistema dual de protección a los derechos humanos”
(Pizzolo, 2007, p.22), pues no habiendo unanimidad en la ratificación de la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, se instituyeron dos referentes normativos y organismos
diferentes a cargo de su supervisión; así, la Comisión IDH se volvió el órgano común de
cumplimiento de la Convención Americana y de la Declaración Americana de Derechos del
Hombre; y por el otro lado, la Corte IDH se erige como el organismo judicial internacional
llamado a verificar el cumplimiento y sancionar la trasgresión de las obligaciones consignadas en
la Convención Americana sobre Derechos Humanos.
8
Por otra parte, la Corte IDH resuelve asuntos contenciosos en que se ven envueltos los
Estados por la presunta violación de las obligaciones fijadas en la Convención, determinando el
alcance de sus disposiciones y ordenando las reparaciones correspondientes. Del mismo modo,
tiene una labor consultiva que pretende garantizar la claridad de los estándares mínimos de
cumplimiento a los Estados Americanos, sobre cualquiera de los tratados internacionales
suscritos.
Como se mencionó anteriormente, el sistema cuenta con dos grandes organismos para
desarrollar sus labores de protección y defensa de los Derechos Humanos en las Américas,
organismos que cumplen funciones diferentes, obedeciendo, a su vez, a necesidades específicas.
Tanto la Corte IDH como la Comisión IDH, se han presentado como parte del
afianzamiento regional de la Organización de Estados Americanos, que, aun siendo autónomos
de ésta – pues pueden darse su propio reglamento –, amplían su competencia y jurisdicción a
través del continente bajo la premisa de la protección y promoción de los Derechos Humanos.
Sin embargo, hay que aclarar que, como lo indica el Instituto Interamericano de
Derechos Humanos, la facultad de darse su propio reglamento no es absoluta, pues su aprobación
debe darse de forma tal que sea compatible con su Estatuto, la Convención y la Carta de la OEA.
Todos ellos hacen parte de los tratados que sirven a la Comisión IDH para el ejercicio de
sus funciones, sin embargo, sólo aquellos que reconozcan expresamente la competencia de la
Corte IDH para juzgar el cumplimiento o incumplimiento de sus obligaciones, pueden ser
alegados ante ella. Lo anterior constituye el límite material de la competencia judicial de dicho
tribunal.
9
Convención Interamericana para Prevenir y Sancionar la Tortura
Protocolo Adicional a la Convención Americana en Materia de Derechos Económicos
Sociales y Culturales “Protocolo de San Salvador”
Protocolo a la Convención Americana sobre Derechos Humanos Relativo a la
Abolición de la Pena de Muerte
Convención Interamericana para Prevenir Sancionar y Erradicar la Violencia Contra
la Mujer “Convención de Belén Do Para”
Convención Interamericana Sobre Desaparición Forzada de Personas
Convención Interamericana Para la Eliminación de Todas las Formas de
Discriminación Contra las Personas con Discapacidad
Carta de la Organización de Estados Americanos
Carta Democrática Interamericana
Así las cosas, a la Comisión se le encargaron las funciones de promoción y defensa de los
derechos humanos en las Américas, por lo que agrupamos en estas dos, todas las actividades
desarrolladas por la Comisión:
10
Los Comisionados están asignados a relatorías en las siguientes áreas; (i) derechos de los
pueblos indígenas; (ii) derechos de las mujeres; (iii) derechos de los migrantes; (iv) derechos de
la niñez (v) defensoras y defensores de derechos humanos (vi) derechos de las personas privadas
de libertad (vii) derechos de las personas afrodescendientes y contra la discriminación racial (vii)
derechos de las personas lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales.
Las visitas in loco, por su parte, son una de las funciones más importantes de la
Comisión, ya permite un diálogo directo entre los agentes del Estado y los integrantes de la
Comisión, así como con miembros de la sociedad civil, en diferentes partes del territorio, para
conocer la situación de derechos humanos en el respectivo país, entre otros.
En ejercicio de esta función, la Comisión hace un control de legalidad sobre las denuncias
sobre las cuales tiene conocimiento, con el objetivo de verificar el cumplimiento de los requisitos
de admisibilidad y competencia (en razón del tiempo, lugar, materia y persona). Del mismo
modo, se busca garantizar el debido proceso y el derecho de defensa de los Estados, como
sujetos pasivos del procedimiento para, posteriormente, si se encuentran pruebas y méritos
suficientes, someter el caso a una solución amistosa entre víctimas y Estado o elaborar un
informe con recomendaciones al Estado, que, en caso de no ser cumplidas, conllevará a la
remisión del caso a la Corte IDH.
12
Esta motivación se encuentra al iniciar el capítulo de informes por país de cada año que publica la Corte IDH.
11
2.5 La Corte Interamericana de Derechos Humanos.
La Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), tiene su sede en San José de
Costa Rica, y está integrada por 7 jueces de diferentes países de América, que son elegidos por la
Asamblea General de la OEA, un secretario ejecutivo y un staff de abogados que apoyan su
labor. Si bien los trámites se adelantan de forma ininterrumpida, las decisiones que adopta la
Corte, así como las audiencias de cualquier naturaleza, se circunscriben exclusivamente a los
periodos de sesiones que celebra, sean ordinarios o extraordinarios. Lo anterior es el reflejo de
las dificultades presupuestales que afronta el Sistema, lo que no ha impedido al Tribunal ejercer
una labor permanente.
La función judicial de la Corte IDH se limita a aquellos casos que son puestos en su
consideración con posterioridad al agotamiento del procedimiento que se surte en la Comisión
Interamericana, ya sea por el incumplimiento de las recomendaciones resultantes del informe
final que emite la Comisión, o por la decisión del Estado de solicitar la intervención de la Corte
en la resolución del caso en particular.
12
Si bien es cierto que la actual Organización de Estados Americanos remonta sus orígenes
a la Primera Conferencia Internacional Americana (celebrada en Washington D.C. de octubre de
1889 a abril de 1890) y a la creación de la Unión Internacional de Repúblicas Americanas, fue la
Carta de la OEA -suscrita en Bogotá en 1948 y en vigor desde diciembre de 1951- la que
oficialmente creó a la organización. En el marco de su actuación, se celebró en noviembre de
1969 en San José de Costa Rica, la Conferencia Especializada en Derechos Humanos. En ella,
los delegados de los Estados miembros aprobaron la Convención Americana sobre Derechos
Humanos, la misma que entró en vigor el 18 de julio de 1978.
En orden a salvaguardar los derechos de las personas al interior del continente americano,
la Convención Amerícana de Derechos Humanos (CADH), instrumentó a dos órganos con
competencia para conocer eventuales violaciones de derechos humanos; La Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (creada con antelación desde 1959) y la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Esta última, celebró su ceremonia de instalación en San
José de Costa Rica, el 3 de septiembre de 1979, y fue durante el Noveno Período Ordinario de
Sesiones de la Asamblea General de la OEA que se aprobó su Estatuto. El reglamento fue
aprobado por la misma Corte IDH en agosto de 1980, no obstante, en noviembre de 2009 entró
en vigor su nueva versión, la cual actualmente rige en los casos en trámite. (Corte IDH, 2018).
A través de la segunda, la Corte IDH puede absolver las consultas realizadas por Estados
miembros de la OEA y por otros órganos interamericanos como la Comisión IDH, la Asamblea
General, el Consejo Permanente, entre otros. Las mismas pueden ser sobre la interpretación de
la CADH, sobre la interpretación de otros instrumentos americanos de derechos humanos y
sobre la compatibilidad entre las leyes internas y los tratados antes aludidos. (CADH, 1969).
13
Entre ambas competencias existen importantes diferencias a destacar. La función
jurisdiccional es asequible solo a los Estados que han ratificado o se han adherido a la CADH,
siendo necesario, además, que hayan reconocido la competencia contenciosa de la Corte
Interamericana de Derechos Humanos. Por su parte, la función consultiva prescinde de estos
requisitos, estando abierta a todos los Estados miembros de la OEA y a los órganos al interior del
mismo.
Como lo anotamos al iniciar el abordaje del presente escrito, la pretensión de los Estados
es lograr una evolución frente al estado de derecho en donde confluyan las dinámicas
internacionales y locales en lo que respecta a la protección de derechos humanos.
Por otro lado, es necesario reconocer que los principales avances en la materia ha
provenido de la actividad de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en consecuencia, el
objeto de estudio se centra en la relación entre la dinámica de aquel sistema regional de
protección y nuestro derecho interno, en este sentido, es menester analizar los principales
contenidos del ejercicio jurisdiccional de aquel Tribunal internacional en la materia, y sobre todo
en la estructuración de la teoría del control de convencionalidad como eje rector en la relación
entre derecho interno y derecho internacional de los derechos humanos.
La doctrina del control de convencionalidad surgió en el año 2006 con la sentencia del
caso Almonacid Arellano y otros vs. Chile. (Corte IDH, 2006). Sin embargo, es importante
considerar dos momentos previos a tal suceso: en primer lugar, los vestigios de la existencia de
un control de convencionalidad implícito desde la temprana actuación de la Corte IDH y en
segundo lugar, las referencias explícitas a tal doctrina que, desde el año 2003, empezó a realizar
el exjuez interamericano García Ramírez.
En cuanto a lo primero, resulta difícil pensar que el nacimiento en 2006 de la doctrina del
control de convencionalidad no haya contado con precedente alguno en el recorrido realizado por
la Corte IDH hasta entonces. Si bien este ámbito es totalmente opinable, pues ni siquiera la
propia Corte IDH ha señalado de dónde se sostuvo en el año 2006 para iniciar el desarrollo de
esta doctrina, es posible señalar que existen sentencias previas a dicho año que ya recogían buena
parte de la argumentación de fondo, aunque refiriéndose únicamente a la CADH como parámetro
más no a la jurisprudencia emanada de la Corte IDH. (Sagúes, 2011).
Nos referimos, por ejemplo, a las sentencias de los casos Castillo Petruzzi y Otros vs.
Perú, Durand y ligarte vs. Perú, (Corte IDH, 2000) y La Ultima Tentación de Cristo (Olmedo
14
Bustos y otros) vs. Chile, en los años 1999, 2000 y 2001, respectivamente. (Corte IDH, 2001a).
En ellas, si bien no las únicas, la CADH ya señalaba con que "(...) el deber general del Estado,
establecido en el artículo 2 de la Convención, incluye la adopción de medidas para suprimir las
normas y prácticas de cualquier naturaleza que impliquen una violación a las garantías
previstas en la Convención, así como la expedición de normas y el desarrollo de prácticas
conducentes a la observancia efectiva de dichas garantías". Es decir, en aquellos años, la Corte
IDH ya consideraba que, de acuerdo al artículo 2 de la CADH, era un deber estatal suprimir
normas contrarias a la convención. De allí a que pueda señalarse, en cierto modo, que teníamos
por entonces un implícito o, de acuerdo a Sagúes (2011), un viejo control de convencionalidad
referido a las disposiciones del tratado.
En cuanto a lo segundo, cabe destacar que unos años más tarde el juez García Ramírez
empezó a utilizar explícitamente esta denominación en sus votos razonados. Así tenemos que en
su voto del caso Myrna Mack Chang vs. Guatemala, (Corte IDH, 2003), señaló que
internacionalmente el Estado funciona como un conjunto, no siendo viable dejar la actuación de
determinados órganos estatales fuera del control de convencionalidad que trae consigo la
jurisdicción de la Corte IDH. En 2004, a través de su voto en el caso Tibi vs. Ecuador (Corte
IDH, 2004), ahondó un poco más en la fundamentación que correspondería a esta doctrina,
haciendo un símil con el control de constitucionalidad y afirmando que la lógica de fondo
radicaría en evitar pronunciarse reiteradamente sobre similares violaciones de derechos humanos
resueltos en litigios precedentes, siendo el propósito del sistema que los pronunciamientos de la
Corte IDH sean trasladados, según las formas y términos previstos por el derecho interno, a las
leyes nacionales, a los criterios jurisdiccionales domésticos, entre otros.
A inicios de 2006, en su voto razonado del caso López Alvarez vs. Honduras, afirmó que
la Corte IDH "debe explorar las circunstancias de iure y de facto del caso", en tanto es el órgano
que verifica la compatibilidad entre el comportamiento del Estado y las disposiciones de la
CADH, esto es, el control de convencionalidad. (Corte IDH, 2006a).
Finalmente, a los pocos meses, en el caso Vargas Areco vs. Paraguay (Corte IDH,
2006c), coetáneo con el caso Almonacid Arellano vs. Chile, García Ramírez indicó que,
mediante el control de convencionalidad se busca confrontar todo hecho interno, citando a las
leyes, a los actos administrativos y a las resoluciones judiciales, con las normas de la
Convención Americana, en orden a determinar si existe o no responsabilidad internacional por
parte de un Estado.
Como es posible apreciar, resulta plausible señalar que la actual doctrina del control de
convencionalidad tuvo quizás como fuentes de origen los antecedentes previamente señalados.
Ello pues, por un lado, se apela a un deber no solo de evitar la expedición de normas que
contravengan la CADH, sino también de emitir aquellas que hagan efectivos los derechos y
libertades al interior de la misma, y, por otro lado, se señala una suerte de tarea de los jueces
interamericanos de confrontar la normativa interna estatal con las normas de la CADH.
15
refirieron en dichas ocasiones a las disposiciones de la CADH. Del mismo modo, aunque es
verdad que el Estado tiene un deber de suprimir normas internas contrarias a la CADH, los
antecedentes encontrados no hicieron mención alguna sobre una suerte de encargo a los jueces
nacionales de realizar esta tarea de cotejo, pareciendo ser los únicos responsables, de entonces,
los jueces interamericanos.
Por ello, no se puede discutir que la defensa de estas normas es el lenguaje común a las
Naciones de todo el globo. El estado actual de cosas es claro producto de la voluntad aunada de
los Estados Americanos como respuesta a los retos jurídico-políticos de fin de siglo. La máxima
expresión que dicho compromiso tuvo, al interior del continente, fue la redacción de la
Convención Americana sobre Derechos Humanos, que en su parte sustantiva reconoce las
prerrogativas mínimas de respeto y garantía que debían cumplir los Estados contratantes para
con todo hombre que ingresase a su territorio. Fue con el fin de garantizar su efecto útil que se
creó la Corte y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, para guardar, proteger y
supervisar el respeto del derecho internacional de los derechos humanos.
16
marco del activismo judicial del Tribunal Interamericano se comenzaron a presentar nuevas
figuras a través de su jurisprudencia, pues es claro como:
17
derivadas de un tratado como la Convención Americana están en cabeza del poder público del
Estado en su totalidad.
El efecto general de esta obligación puede identificarse, según el juez Cançado Trindade
(Corte IDH, 2001a), en la obligación general derivada del artículo 2 de la Convención, que
implica la necesaria adecuación del ordenamiento jurídico interno, en su totalidad, a las
prescripciones de la Convención, abriendo efectivamente la posibilidad en el ejercicio del
control de convencionalidad, pues éste permite determinar si los Estados han cumplido
efectivamente, o no, el requerimiento derivado de la necesaria efectividad de la Convención y la
obligación comprendida en el artículo 1.1.
Lo anterior equivale a decir, en contraste con el sistema jurídico mexicano, que los
jueces, conforme a su categoría jerárquica, efectuarán el control de convencionalidad como
corresponde a su competencia, es decir, el juez mexicano está habilitado a realizar control en
distintos términos de intensidad (Ferrer, 2012, p.386). Bajo dichos términos, como lo ha
apuntado la Suprema Corte de Justicia de la Nación Mexicana, en un primer grado, implican que
todos los jueces de la nación, como las demás autoridades, deben interpretar los derechos
humanos conforme a la Constitución y los tratados internacionales en los cuales el Estado sea
parte, siendo fiel al criterio pro personae, realizando una interpretación conforme en sentido
amplio, en un segundo nivel, las autoridades judiciales deben realizar una interpretación
conforme en sentido estricto, lo que se traduce en que cuando la eventual norma tenga varias
interpretaciones, partiendo del principio de legalidad, se deberá preferir aquella que la haga más
ajustada a la norma Constitucional e internacional, y en el grado más riguroso de control, se debe
inaplicar la norma cuando no sea posible realizar alguna de las anteriores opciones.
Sin embargo, siguiendo la síntesis hecha por Carbonell (s.f.), sobre la teoría del Juez
Ferrer, se puede hablar de los siguientes tres grados de control progresivamente más rigurosos;
(i); el aplicador de la norma nacional hace una interpretación conforme con la norma
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internacional (ii); cuando el operador no encuentra una interpretación conforme al derecho
internacional puede dejar de aplicar la norma, dicha potestad – a la que se le podría llamar
excepción de inconvencionalidad haciendo un paralelismo con el ordenamiento colombiano – ha
sido reconocida a todos los jueces cuando conocen de cualquier causa, y finalmente (iii); cuando
el intérprete facultado para ello, es decir, el Tribunal Constitucional, expulsa del ordenamiento
jurídico la norma que considera inconvencional con efectos generales (erga omnes).
Por el contrario, Gozaíni (2008), sostiene que la única obligación que se desprende de las
decisiones de los tribunales internacionales, son las contenidas en la parte resolutiva de la
sentencia, de modo que únicamente serán pertinentes respecto de los Estados partes en el proceso
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contencioso, negando así toda efectividad a la parte considerativa de la sentencia, así como a los
efectos erga omnes de la jurisprudencia.
Sin embargo, esta apreciación desnaturaliza la figura misma, pues su fundamento nace
como desarrollo de la obligación general del artículo 2 de la Convención, como ya se dijo
anteriormente, y en consecuencia se presenta como herramienta de adecuación del ordenamiento
interno, es decir, las consideraciones, motivaciones y resoluciones que componen la
jurisprudencia Interamericana generan estándares de cumplimiento, pues son el reflejo de las
obligaciones, muchas veces indeterminadas, que se derivan del articulado de la Convención, en
definitiva, las sentencias de la Corte Interamericana hacen tránsito a verdadera fuente de derecho
internacional y por tanto de obligaciones para los Estados Americanos, pues en virtud de ésta, las
obligaciones generales de la Convención se dotan de contenido, alcance y efectividad.
Ahora bien, para entender la noción y elementos del control de convencionalidad, hay
que analizar los principios que fundamentan su aplicación, validez y legitimidad, tanto en el
Sistema Interamericano, como en los ordenamientos jurídicos nacionales que lo incorporan.
Como punto de partida se puede afirmar que el derecho internacional de los derechos
humanos prima sobre los demás ordenamientos, pues como bien lo determina el artículo 26 de la
Convención de Viena sobre derecho de los tratados, un Estado parte no podrá invocar
disposiciones de su derecho interno para excusarse del incumplimiento de sus obligaciones
internacionales. De lo anterior se desprende que la obligación de adecuar el derecho interno de
los Estados, derivada del artículo segundo de la Convención, fundamento del control de
convencionalidad, no puede ser limitada o reducida por las normas nacionales.
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La aplicación del principio pro personae implica que las interpretaciones que los
operadores hagan de las normas jurídicas sean conformes con la mayor protección y garantismo
del derecho humano, es decir que el juez nacional, debe preferir las interpretaciones que
permitan una mayor protección de los derechos, libertades y garantías, para de esta manera
dotarlas de un efecto útil, pudiendo incluso decidir, en el sentido de optar por la aplicación de la
Convención Americana u otros tratados internacionales de derechos humanos, como bien lo ha
dicho la Corte Interamericana. (Corte IDH, 1985).
De allí se desprende que al interpretar la norma nacional se debe preferir aquel resultado
que proteja más ampliamente el derecho, lo cual equivale a decir que la interpretación que se
debe realizar de las normas jurídicas, se matiza a través del control de convencionalidad, en la
medida en que, confrontándose ésta con aquella, se garantice la aplicación de una norma más
beneficiosa.
Por último, el principio del efecto útil implica que todas las medidas tomadas por un
Estado, en lo referente a los derechos humanos, deben estar dotadas de una previsión de utilidad
y cumplimiento, es decir, no deben estar condenadas de antemano a ser infructuosas. De igual
manera opera en las investigaciones judiciales, en las garantías del debido proceso, en las
medidas de progresividad en los derechos económicos, sociales y culturales, en definitiva, el
principio de efectividad y utilidad dota a la actuación legislativa, judicial y ejecutiva de un
objetivo determinado, un fin necesario para abocar el cumplimiento de las obligaciones
internacionales.
Esta determinación viene dada desde los primeros pronunciamientos de la Corte, pues en
la Opinión Consultiva 14 de 1994, sobre responsabilidad internacional por expedición y
aplicación de leyes violatorias de la Convención (artículos 1° y 2° Convención Americana sobre
Derechos Humanos), se determinó, en primer lugar, qué la simple expedición de una norma en el
orden interno que sea contraria a las obligaciones adquiridas por mérito de la Convención
Americana, u otros tratados internacionales, implica su contravención y que las afectaciones que
por dicha expedición se produzcan, implican la responsabilidad internacional del Estado, y en
segundo lugar, qué “el cumplimiento por parte de agente o funcionarios del Estado de una ley
manifiestamente violatoria de la Convención genera responsabilidad internacional para tal
Estado” (Corte IDH, 1994).
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Lo anterior pone de presente una base histórica en el desarrollo del concepto de control
de convencionalidad, pues deja sentada la consecuencia en la omisión de realizar un proceso de
tamizaje entre la norma interna y su aplicación respecto de la norma Convencional.
El anterior punto encuentra su ejemplo más claro en las leyes de autoamnistía que
impulsaron los regímenes dictatoriales y postdictatoriales, contra las cuales, la Corte
Interamericana estableció con firmeza la proscripción de su producción y la consecuente
responsabilidad internacional por su utilización, como ocurrió en los casos de Perú (Corte IDH,
2001b), Colombia (Corte IDH, 2005) y Uruguay (Corte IDH, 2011). Lo dicho permite refrendar
el control de convencionalidad como medida de efectividad y utilidad de los mandatos de la
Convención para la adecuación del derecho interno, pues la responsabilidad de su realización
implica la existencia de un parámetro de validez interamericana de la legislación expedida y su
posterior ejecución.
Sin embargo, la implementación de una figura que inevitablemente genera tensiones con
la soberanía de los Estados, presenta retos, como lo prevé Sagúes (2011), al vaticinar que no será
fácil la aceptación incondicional de esa tesis, por parte de las cortes supremas y tribunales
constitucionales.
No obstante, años más tarde, la sentencia Almonacid Arellano vs. Chile de 2006, (Corte
IDH, 2006), la primera en abordar el control de convencionalidad de modo explícito, fijó como
parámetros referenciales de convencionalidad no solo a la CADH, sino también a toda
interpretación realizada por la Corte IDH, en otras palabras, su propia jurisprudencia. Unos años
más tarde, en 2012, la sentencia del Caso Masacres de Río Negro vs. Guatemala estableció que,
en adelante, también debía considerarse como marco referencial todo tratado de derechos
humanos que haya sido ratificado por el Estado, así como la jurisprudencia de la Corte IDH que
la haya interpretado. (Corte IDH, 2012).
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Finalmente, en 2014, por medio de la Opinion Consultiva 21/14, (Corte IDH, 2014) la
Corte IDH señaló que, en tanto su función consultiva busca proteger los derechos humanos, sus
opiniones consultivas también deben formar parte del parámetro de convencionalidad. Por tanto,
tenemos que, en un primer momento, se tuvo como parámetro referencial únicamente a la
CADH, seguidamente se incluyó toda interpretación que de ella realizase la Corte IDH, luego se
agregó todo tratado de derechos humanos que el Estado tenga en vigor junto a las respectivas
interpretaciones que la Corte IDH haya hecho sobre los mismos y, por último, sumaron las
resoluciones fruto de su función consultiva.
Este aspecto ocupa, la otra cara de la moneda, en tanto aborda ya no aquel modelo
supremo frente al cual toda norma inferior debe conformarse, sino más bien a aquellos tipos de
normas o prácticas que deben procurar ser siempre coherentes con dicho modelo. Es decir,
aquellos sobre los que recaerá el análisis de convencionalidad.
De acuerdo a la sentencia del caso Almonacid Arellano vs. Chile de 2006, eran las
"leyes" las que debían ser siempre evaluadas respecto a su coherencia convencional. No obstante,
al poco tiempo y a raíz del caso Trabajadores Cesados del Congreso vs. Perú del mismo año, el
marco de aplicación empezó a incluir a toda "norma interna" estatal. (Corte IDH, 2006).
En 2008, a través del caso Helíodoro Portugal vs. Panamá, se agregó explícitamente
dentro de aquel campo de aplicación a las "prácticas de cualquier naturaleza" y, en el año 2011,
la Corte IDH aseveró por medio del caso Gelman vs. Uruguay que la doctrina debía ser aplicada
también a normas plebiscitarias, en tanto los derechos humanos conforman un límite
infranqueable a la decisión de las mayorías. (Corte IDH, 2008). En suma, para la Corte IDH no
existe hoy en día norma o práctica alguna al interior del Estado que escape al escrutinio de
convencionalidad.
Según la sentencia Almonacid Arellano y otros de vs. Chile (Corte IDH, 2006), fueron
los jueces nacionales (Poder Judicial) los primeros que tuvieron a su cargo el ejercicio de tal
función. Con la sentencia Trabajadores Cesados del Congreso vs. Perú del mismo año se agregó
que dicha tarea debía ser ejercida "de oficio", es decir, sin necesidad de solicitud de parte,
ejerciéndolo cada juez dentro del marco de sus respectivas competencias y de las regulaciones
procesales correspondientes. Sin embargo, fue recién a partir de 2008, mediante la sentencia
Heliodoro Portugal vs. Panamá, que se enfatizó en el papel positivo de los jueces, consistente ya
no solo en inaplicar normas y prácticas contrarias a la Convención, sino también en emitir
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normas y desarrollar prácticas que hagan efectiva la observancia de sus garantías, en tanto están
llamados a velar por el efecto útil de los instrumentos internacionales.
En 2009, a través del caso Radilla Pacheco vs. México, la Corte afirmó que la sola
emisión o supresión de normas no bastaba para garantizar el cumplimiento de la CADH, que era
preciso también que los jueces realicen una interpretación conforme. De allí a que, en su
momento, Sagúes (2011) haya afirmado que desde Almonacid Arellano hasta Radilla Pacheco se
tenía solo un control de convencionalidad destructivo, centrado en la inaplicación normativa,
pero que a partir de esta última sentencia, se incorporó un control de convencionalidad
constructivo, pues se daba espacio al rescate de la normativa interna mediante la interpretación
conforme, sea a través de un proceso de selección interpretativa o de un proceso de construcción
de interpretaciones.
Un año más tarde, por medio del caso Vélez Loor vs. Panamá, la Corte IDH incorporó
como nuevos agentes de convencionalidad a todos aquellos "órganos de cualquiera de los
poderes cuyas autoridades ejerzan funciones jurisdiccionales". Con ello, en adelante, quedó
comprendida toda instancia administrativa con funciones jurisdiccionales. Al poco tiempo la
sentencia Cabrera García y Montiel Flores vs. México reiteró dicho encargo, agregando que el
mismo debía ser ejercido "en todos los niveles". (Corte IDH. 2010).
Por último, en 2011 la sentencia Gelman vs. Uruguay estableció que no solo el Poder
judicial o todas aquellas autoridades que ejerzan funciones jurisdiccionales eran responsables de
la aplicación del control de convencionalidad, sino también, toda autoridad pública estatal sin
excepción, esto es, todos los poderes del Estado. En resumen, si bien los jueces o los que ejercen
cualquier tipo de función jurisdiccional fueron los primeros llamados a realizar esta
confrontación normativa, actualmente, la Corte IDH considera que toda autoridad nacional debe
hacerse cargo de esta labor (Corte IDH, 2011).
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