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6 12-1856-% (mh HERNAN DEL SOLAR PREMIO NACIONAL DE LITERATURA 1968 KID PANTERA @ Muszraciones de MARIANO RAMOS. Vien Joven LS.BN: 95612-15578, 2 edicidn: agosto del 2003, Obras Fscosidas USDAN2 956-12-1556-X, 3 edicigm: agosto del 2008, © 1994 por sucesion de He Inseripeifn N"93.113. Derechos exclusives de Empresa Editor Zig-Zag, S.A. Los Conquistadores 1700. Piso 17, Providencia, ‘Teléfono 3357477. Fax 3357545. E-mail zigeag@zigzag.el ‘Santiago de vin del Solar Aspillaga mpreso por Imprenta Salesianes, S.A. General Gan 1486. Santiago de Chile, Una jirafa, un platano y una estufa Una idea que no es mala La asombtosa vivienda de un arquedlogo La ufia de Hércules La ua sintética La Herculina entra en accién Regocijos y preocupaciones El negro Sam Rayo Sam Rayo cumple su palabra Hacia el campeonato del mundo Kid Pantera en el Zoo EI mas sensacional campeonato de todos los tiempos Indice 17 23 31 45 51 61 67 73 79 85 97 Una jirafa, un platano y is una estufa Ee Soi al fondo de su jaula, el mono Mimbo parecia pensar en cosas muy serias. Cabizbajo, no se movia. De vez en cuando, como para darse cuenta de que estaba vivo, agitaba levemente la cola. Después la dejaba quieta y segufa recordando. En realidad, sen- tia rencor y amargura. Le habia ocurrido algo que no lograba explicarse. Una mafiana oy6 pasos en el corredor y vio venir a Cristébal. Con su delantal blanco, su sonrisa de buen amigo, sus palabras alegres, daba la sensacién de ser un hombre bondadoso. Mimbo lo que- rfa y siempre estaba dispuesto a demostrar- selo, De un salto se ponia junto a la puerta de la jaula y abria la boca con énimo de sonrefr- 7 le. Cristobal le acariciaba la cabeza y le habla- ba. Ademés, le trafa algtin sabroso platano, alguna nuez, una galleta. Sabia manifestarle su amistad. La vida no era del todo mala, a pesar del cautiverio. Pero esa mafana ocurrié algo que resul- taba inexplicable. En vano Mimbo lo pensa- ba cien veces, descansaba un rato, y lo pensa- ba otras mil, sin interrupcién. Cristobal se acercé a la jaula, abrio la puerta y cogié a Mimbo como si deseara darle un abrazo. El mono cerré los ojos agradecido, y permane- ci quieto sobre las rodillas de Cristébal. ;Qué buen hombre era! Le estaba rascando la es- palda con una suavidad incomparable. Y le hablaba como de costumbre, alegre, dichoso. Después tom6 un frasco, mojé una esponja en un liquido amarillo, y comenzé a sobarle el lomo. Mimbo sintié frfo, abrié los ojos y qui- so hablar. Pero su lenguaje no era el de Cris- tobal. Indtilmente dijo el mono: —Por favor, mi querido amigo, no me mojes mds la espalda, que me esté dando un frio de todos los diablos. —jQuieto! —murmuré Cristébal, y con- tinu6 sobandole con la esponja empapada. 8 Cuando termind, de nuevo le metié en la jaula y se fue silbando. Mimbo se dio, enton- ces, desesperadamente, cuenta muy exacta de su situacién. Le habian afeitado el lomo. Es- taba pelado. Y como si esto fuera poco, le ha- bian dejado mas htimedo que a una rata que sale de una alcantarilla. Aull tristemente. Brincé en su jaula para calentarse. Grité pidiendo que no le dejaran asi, porque tiritaba de fri. Pero Cristébal no vino a verle. Era un hombre sin entrafias. La vida era terrible. Ser mono significaba la peor de las desgracias, en un mundo evidentemen- te despia-dado. Desde entonces, Crist6bal acudié todas Jas majianas y todas las tardes con la maldita esponja y le mojé el lomo con el liquido ama- rillo. A medida que el tiempo pasaba parecia més preocupado. Esto no era dificil advertir- lo, pues le sobaba con fuerza, sin miramiento alguno. Y a veces decia palabras que, por su brusco sonido, herian como latigazos. “;Qué mal le he hecho —pensaba Mimbo— para que me castigue afeitandome ej lomo y cada dia me lo empape con la es- ponja maloliente? Porque la verdad es que el 9 condenado liquido tiene un olor insoportable, Me hace estornudar durante horas. Me esta enfermando hasta de los nervios. Ya no soy el mono de antes, tranquilo, confiado. Ahora me paso tardes enteras meditando en mi triste suerte y soy la més infeliz de las criaturas na- cidas y por nacer.” De pronto, Mimbo oyé los pasos de Cris- tobal. Levanté la cabeza y mostr6 los colmi- llos, grufiendo. Sin duda, venia otra vez a martirizarle. Pero, :no se cansaba nunca ese hombre de ser su verdugo? Cristobal se acercé a la jaula y a través de Jos barrotes le tendié un platano. Mimbo per- manecié indeciso. {No le iba a mojar, pues, como siempre? ;Volvian los buenos tiempos antiguos? ;Comenzaba la dulce época de la amistad? Con mano vacilante, cogié el platano y empezo a saborearlo, sin perder de vista a Cristobal, que ahora estaba encendiendo una estufa delante de la jaula. El calor fue, lenta- mente, haciéndole cambiar a Mimbo el curso de sus pensamientos. Cristébal era bondado- so. Si le habia afeitado la espalda, jbien sabria 4l por qué! Los hombres saben cosas que los 10 monos ignoran. Ademés, ahora no se veia por ninguna parte la esponja que da tanto frio, La vida no es mala. Claro que no lo es. Con un platano y una estufa, puede desearse algo més? La dicha habia regresado para. no mar- charse nunca. ;Bendita sea la jaula y venga otro platano! Ante la repentina alegria de Mimbo, que saltaba detrés de los barrotes con un entusias- mo de gimnasta perfecto, Cristébal se eché a reir de buena gana. —jAh, mi pobre Mimbo! —dijo con voz sonora—. Bien me daba cuenta yo de que ha- bias empezado a odiarme. Pero te prometo que en ningtin momento quise ser cruel con- tigo. Eres un mono excelente y en adelante volveremos a ser buenos amigos. Como si comprendiera tan carifiosas pa- labras, Mimbo acercé la cabeza y cerré los ojos cuando Cristébal le acaricié con un dedo. —Si quieres —dijo Mimbo en su idio- ma— puedes afeitarme otra vez. Te juro que todo lo sufriré sin chistar, porque Io que ti haces y yo no entiendo bien hecho esta, qué duda cabe? Cristébal no entendié el breve discurso, 12 le dio una mirada a la estufa y se march6 por el corredor. Mimbo, contento, empez6 a en- sayar una danza desconocida delante del fue- go. Era el mono més feliz. de cuantos existen por el vasto mundo. Cristobal, entretanto, habia vuelto a su la- boratorio. Sentado en un rincén, frente a una larga mesa repleta de frascos, redomas, retortas y tubos, fumaba un cigarrillo y me- ditaba. Ahora era él, por cierto, la imagen pre- cisa de la preocupacién y la tristeza. Se sentia abatido. Su mala suerte le apretaba el cora- zon. Le ocurria algo verdaderamente desagra- dable. Hacia muchos aftos que trabajaba en su laboratorio, tratando de descubrir alguna droga, una locién, una pildora que le trajera, a manos llenas, la fortuna y la fama. Dias y noches estaba inventando formulas maravi- Hosas. Noches y dias estaba fabricando liqui- dos y polvos que, al ser ensayados, demos- traban no servir para nada. Todos los experimentos los hacia en el cuerpo de Mimbo. Cuando creyé descubrir la pildora que engorda, tomada a mediodia y a media- noche, Mimbo enflaquecié y a punto estuvo 13 de marcharse al otro mundo. Cuando se cre- y6 convencido de poseer, por fin, el agua ver- de que sana la tos, Mimbo casi lanzé fuera los pulmones, tosiendo como un viejo que ya no debe ir pensando sino en legarle a otro su for- tuna. Y asi fue siempre. Nunca tuvo una suer- te clara, digna de celebrarse con tambores y trompetas. Lo poco que pudo fabricar y ven- der, no le dio bastante dinero y le dejé tan desconocido como antes. Y lo que Cristébal ambicionaba era el gran descubrimiento, el portentoso descubrimiento que fuera comen- tado en todos los periddicos y le permitiera comprarse un automévil, una casa de cam- po, un pasaje de ida y vuelta, en el vapor mas lujoso, alrededor de la redonda tierra en que vivia. Cierta vez, en el teatro, mientras escucha- ba una comedia que le aburria extraordina- riamente, se dedicé a mirar a los vecinos. Vio que abundaban los calvos. Y pensé: “Si des- cubro el agua milagrosa que haga salir pelos hasta de las piedras, mi suefio de fama y for- tuna queda realizado”. Esta idea le agité de manera tan violenta, que no pudo continuar sentado en su butaca. Salio del teatro con paso 14 tan sonoro que por todas partes le gritaron que era el peor de los camellos conocidos. Cristébal no reparé en nada de todo esto, ca- miné como un sonambulo, de prisa, y apenas se encontré en su laboratorio principié a mez- clar liquidos, a apuntar formulas, a buscar afanosamente lo que se proponia des- cu brir. , Siete dias se mantuvo casi sin comer, sin dormir, sin lavarse, entregado a sus estudios y sus ensayos. De repente, al anochecer del séptimo dia, se dio una palmada en la frente y baild como el principe encantado de un ba- let. Tenia delante de sus ojos una botella col- mada de un liquido amarillo. Era su salvacién. —De aqui en adelante —dijo en voz alta, en la soledad de su laboratorio— los calvos tendran més pelos que el ledn africano. Ha- bra cabelleras interminables. Los habitantes de las tierras heladas no se cubriran de pie- Jes, sino que dejaran que et pelo les crezca has- ta los talones. No habra abrigo mejor. El li- quido que acabo de descubrir es el milagroso santo que, donde ve una calva, hace brotar la mas hermosa melena, por los siglos de los si- glos. Necesitaba demostrarlo. Y nada mejor, in- dudablemente, para conseguirlo con rapidez, que afeitar a Mimbo y empaparle diariamen- te el lomo con el liquido asombroso. Pero el suefio se habia desvanecido. Mimbo se qued6 pelado y tendria que espe- rar mucho tiempo hasta que el pelo, por su propia voluntad, creciera como sabia hacerlo sin necesidad de mixturas endemoniadas. 16 Una idea que no es mala aH Coca se levant6 malhumorado, aplasto el cigarrillo en un cenicero, suspiré ruidosamente y vino a mirar el jardin por la ventana. Era un jardin pequeiio, que los paja- ros frecuentaban con alborozado bullicio. Mas de una pareja tenia por ahi su nido y entre vuelos y cantos demostraba su alegria de vi- vir. Cristdbal no tenia dnimos para divertirse mirando a los alegres gorriones. Estaba leno de vagos deseos de incendiar el mundo. Sen- tfa una rabia sorda. Pensaba que otros hom- bres, sin mayores esfuerzos, se hacen famo- sos, tienen dinero en excesiva abundancia y gozan plenamente de la vida. EI, no. El tenia 17 que escribir formulas ridiculas en grandes papeles, estudiarlas, rascandose la cabeza, y terminar confeséndose que todo era inttil, que las pildoras magicas y los liquidos mara- villosos no se dejaban descubrir. De repente, cuando comparaba su desti- no con el de otros hombres que triunfaban y eran admirados, recordé el nombre que mas solfa interesarle, Era el de su amigo Tomas, el célebre arquedlogo. Habian sido compaiieros de colegio. Tenfan la misma edad. Y mientras Cristébal luchaba tratando de realizar sus ambiciones, Tomas habia alcanzado fama uni- versal, era respetado en todas partes, poseia medallas de oro de muchfsimas Universida- des, y publicaba obras que durante dias eran comentadas en los periddicos con un interés muy visible. Esa misma mafiana, sin ir mas lejos, Cris- tobal habia leido una entrevista que el diario mas importante del pais publicaba a pagina entera. Grandes retratos de Tomas lo mostra- ban en su gabinete de trabajo, o bien, acom- pafiado de su perro favorito, en el amplio jar- din de su casa. Tomas habia regresado hacia poco de un largo viaje por diversos paises. 18 Amunciaba que estaba escribiendo una obra sobre un descubrimiento que acababa de ha- cer, y decia con inmensa satis-facci6n que este descubrimiento seria celebrado en todos los continentes, hasta en los tiltimos rincones del Africa, con un entusiasmo indescriptible. No habia revelado cual era este descubrimiento y el periodista que habia ido a entrevistarle agregaba, por su cuenta y riesgo, que a él no le cabia la menor duda de que debia ser algo digno de la imperecedera gloria de Tomas. Cristobal pens6 que ya hacia bastante tiempo que no veia a su amigo. Por qué no visitarle ahora? Esto le arrancaria de su mal humor, le refrescaria las ideas. Tomas era un hombre cordial, afectuoso, sabia conversar amenamente, y de seguro le acogeria con agrado. No lo pens6 mas. Llam6 a la sirvienta, la gorda y apacible Teodorinda, que regaba las plantas, y le dijo que esa noche, seguramen- te, no comeria en casa. —He preparado unos tallarines exquisi- tos —murmuré Teodorinda—. Es una lasti- ma que no los pruebe. Creo que nunca los he hecho mejores. 19 —Gudrdame un poco, para el almuerzo de maiiana —contesté Cristébal—. Hoy no puedo quedarme. Tengo que visitar a un ami- go de muchos afios. Y mientras se quitaba el delantal y se po- nia la chaqueta, agregaba precipitadamente: —-A Mimbo le vas a dar de comer lo mas abundantemente que puedas. El pobre ha su- frido bastante estos dias y debe de tener un apetito devorador. Cuida, ademas, de que la estufa tenga parafina suficiente como para que esté encendida toda la noche. No quiero que siga con frio. —Me alegra saber que se acuerda del in- feliz animalito —murmur6 Teodorinda—. A mi se me encogia el corazén, todo este tiem- po, viéndole pelado y tiritando. Le he tejido una capa y hoy se la pondré. La lana es abrigadora y le permitiré dormir como un an- gel. Cristébal salié con paso tranquilo. No sabia por qué, la idea de visitar a Tomas le parecia una de las mejores que habia tenido en los tiltimos afios. Se sentia contento. Pre- sentia que algo bueno saldria de aquella visi- ta resuelta de golpe. 20 21 Cuando caminaba por la calle vio a un respelable caballero que saludaba a una no menos respetable sefiora. Y la cabeza del in- feliz era mas calva que una bola de billar. —jHum!—murmuré Cristébal—. {Tienes mala suerte, viejo! Tendras que quedarte cal- vo toda la vida. Y lo dijo sin amargura. Se habia olvidado de su fracaso. Sentia una extrafia, inexplica- ble seguridad de encontrar pronto el camino tan anhelado de la fortuna y el renombre. 22 La asombrosa vivienda de un arquedlogo "Tons vivfa en uno de los barrios ele- gantes de la ciudad. Ante su casa habja un jar- din tan vasto que perfectamente, sin exagera- cin alguna, podia ser llamado parque, y de los mas hermosos. Al fondo de una avenida de arboles cor- pulentos, se alzaba la casa, con escalinata de méarmol. Grandes ventanas daban a este jar- din espléndido. Cristobal se detuvo ante la verja y estuvo un rato indeciso. Hacia tiempo que no veia a ‘Tomas. {Le acogeria con la vieja cordialidad que siempre tuvo? No quiso averiguarlo, porque era inutil tratar de convertirse en adivino, y con mano 23 resuelta tocé el timbre. Ladraron unos perros. A poco aparecieron unos galgos magnificos junto a la reja, saltando agilmente. Tras ellos, y no en seguida, aparecié un viejo cubierto con una librea azul, de grandes botones do- rados, y con una gorra de almirante echada sobre una oreja. Debi6 de parecerle digna la presencia de Cristébal, porque sin hacerle la menor pre- gunta abrié la verja, se incliné con respeto y les ordené a los galgos que se estuviesen tran- quilos. Cristbal cruzé el jardin. Habia empeza- do a oscurecer. Una multitud de pajaros chi- laba entre las ramas. Los perros caminaban junto al visitante, sin grunirle, agitando la cola y olfatedndole como para estar absolutamen- te seguros de que podian continuar demos- trando que eran corteses y amistosos. El viejo de la brillante librea le hizo pasar a una sala, y antes de dejarle solo volvié a in- clinarse. Poco después se oyeron unos pasos apagados sobre una gruesa alfombra. Y aso- m6 en el umbral la figura universalmente co- nocida de Tomas. Alto, delgado, con una bar- ba en punta, canosa, tenia el aspecto de un 24 25 conde teatralmente vestido para desempefiar su papel de primo de reyes. Cubria su cabeza un gorro negro, de seda. Llevaba unas zapa- tillas de piel de camello. Entre sus dedos, en una boquilla interminable, humeaba un ciga- rrillo inglés. | —

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