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Prudencia y realismo en el diseño

de la política monetaria
El Banco Central debe actuar con un discurso antiinflacionario
como el que comienza a desplegar, pero sin olvidar las circunstancias
que hoy se enfrentan.
ROLF LUDERS

EL BANCO Central elevó esta semana la tasa de política monetaria en 50 puntos


base, hasta el 4,5% anual. La mayoría de los analistas ha entendido este ajuste
importante, que corresponde a un ritmo más agresivo que el normalmente
aplicado por el instituto emisor, como una forma de reforzar su mensaje
antiinflacionario, en un momento en que es importante acotar las expectativas de
alza del IPC.

Como en 2008, la economía chilena enfrenta hoy inflación externa, por alzas en el
precio del petróleo y alimentos. No hay que neutralizar por completo estas
presiones inflacionarias. Ello significaría que, para mantener inflación estable, la
inflación en combustibles y alimentos debería ser compensada con caídas en los
restantes precios, para lo cual sería necesario contraer seriamente el gasto, con
medidas recesivas. Además, con tipo de cambio flotante, gran parte del efecto de
esas medidas monetarias para contener la inflación ocurriría a través de caídas en
el tipo de cambio, lo que concentraría el impacto recesivo en los sectores
exportadores. La inacción tampoco es adecuada, en la medida en que la inflación
"importada" puede, vía expectativas, traspasarse a salarios y precios de otros
bienes, transformando un fenómeno transitorio y de origen externo en una
tendencia permanente. La calidad de la política monetaria, entonces, depende de
mantener las expectativas inflacionarias en niveles aceptables y consistentes con
un recorrido inflacionario transitoriamente más elevado, pero que converge a las
tasas de inflación deseables. Una buena política monetaria hoy supone un discurso
más duro, como el que ha comenzado a desarrollar el Banco Central, pero sin
perder de vista las circunstancias reales que se enfrentan y los costos previsibles
de un ajuste centrado en tasas de interés.

Las magnitudes de la actual inflación "importada" son muy inferiores a las


enfrentadas en 2008, por lo cual el temor a inflaciones como las de entonces está
fuera de lugar. Por otra parte, si bien las expectativas han subido, anticipando que
la inflación debe repuntar al menos transitoriamente, están bastante ajustadas a
las que sustenta el propio Banco Central. Tampoco se percibe hoy un problema de
ritmo de aumento de remuneraciones o inflación subyacente saliéndose
claramente de una tendencia razonable. Por ello, no corresponderían ajustes
desmesurados, sobre todo considerando que el ambiente externo, si bien
mejorado, sigue presentando riesgos para nuestra economía.

La experiencia de 2008 es decidora. Las fuertes alzas en tasas de interés de ese


año debieron revertirse a marcha forzada a comienzos de 2009, cuando la recesión
externa fue evidente y la política doméstica debió girar en 180 grados hacia fuerte
estímulo monetario y fiscal. Una actitud precavida debería considerar hoy que la
economía funciona a un ritmo acelerado y que se han cerrado holguras previas, lo
que hace necesario retirar estímulos. El paso más relevante debería ser un ajuste
fiscal significativo, porque el gasto público sigue en niveles excesivos, y es mejor
reservar el instrumento fiscal para épocas de necesidad que no pueden
descartarse. Si la política fiscal jugase hoy su rol, la monetaria debería, al mismo
tiempo que acomodar las presiones inflacionarias externas transitorias, dar
suficientes señales de disposición a evitar que estas se transformen en tendencias,
todo esto sin arriesgar daños innecesarios a la economía.

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