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126 J0HN KENWETHE CALSRAITH pleados o podian serlo a un rendimiento que eabriera su salario. Los sindicatos podian ser asi eausa del desempleo de sus propios safiiados. ¥ desde entonces, en forma ocasional, hubo desemplee En esta situacién se origi otra idea que habria de perdurat, ¥y que no ha muerto ain. Las sindicatos legarian finalmenic a set ‘aceptados dentro del sistema casio, pero st relaién con este scria incémods. Desde luezo, les sindicatos poseen un poder de mono. Polio que sustrae a los salaries de Ia libre e inteligente operacion ‘del mercado. Y es también una eausa de desemplo, pues premia 4 los que ocupan emplens, a expensas de quienes se encuentran ‘ms alla del margen. Durante las décadas siguientes hubo espe. ‘ialistas en economia laboral que prestaron su simpatiay apoyo a los sindieatos, pero que fueron objeto de cirta sospecha por parte ide sus colegas clésicos, para quienes los sindicatos, como eile ‘vier otra insttucién pablica © privada fijadora de precios, eran ln ejemplo ms de fallo que representaba el monopolio en el seno 4e un sistema por lo dems perfecto, 0 en todo caso perfectible, Durante tas primera décadas del siglo XX, si bien subsistcron la- ‘unas, especialmente en la teorfa de los beneficios, quedaron sen, {tados los elementos esenciales del sistema clisico — si se prefe: re neoelisico— de Alfred Marshall. Si bien ya antes habia Fecibi. do ese nombre, ahora lo merecia verdaderamente, Durante los ao siguientes tendrian lugar, junto con los refinamientostgenioas al. ‘idos, algunas modificaciones sigificativas, especialmente en lo ue se refiee al monopolio y la competencia, Pera en lo que leg’ a llamarse la microeconomia, diseiplina que descendia drectamen. te del sistema clasien, era mucho ms lo que seguiria que lo mo. dificado, X._ LA GRAN TRADICION CLASICA (3] ‘Toda historia de Ia tradicién clisiea de Ia economfa, una ver ‘examinadas Ins ideas fundsmentles, debe explicr la forma en que Estas Fueron defendidas. Es cierto que en la exposicion del sste mma en sya va implica una defensa, pues Ia teoria econdmica combina la interpretacion con la justficacin, Pero hay también una defensa explicita, y en este capitulo hemos de referienos tanto 2 las manifestaciones del primer tipo como a las del segundo. En lag obras académicas sobre Ia historia del pensamlento eco- rnomico no existe una tradicin lteraria dedicada por separado & Ta defensa del sistema. No obstante, ella ha revestido tremenda iimportancia, habiendo sido a Ia ver refugio y ocupacién de cabe- 2as de alto nivel intelectual, como todavia ocurre en la actuslidad. Y¥ entre los factores que lo estimularon no fue el menor la apreba- 16a —y retibuclén— que les otorgaban y siguen otorgande quie- fnes se beneficlaron, y aiin se benefician. de lo defendido, Alfred Marshall observé que un economista nada debe temer mas que el aplauso, pero éste es un temor que a través de los tempos mu- Choe académicos y economistas han llegado a superar con singu- lar facia, En un importante aspecto, como se ha observado sufiientemente, la tradicign clisica no ha querido proteecén. Los blenes eran pro- ducidos con tal virtuosidad en el sistema por ela descrto y preco- nizado, que el éxito productive se consideraba, hasta cierto punto, ‘como un lugar comin de la economia. Tradiionalmente, la econo- mia se hallaba siempre en equiibrio con toda la mano de obra ‘emplesda, salvo la Gnica y persistente excepeln que lntroducian Jos sindicatos, al reclamar salarios superiores al valor del produc- bs. vows KENNETH CAtARAITH o marginal. Y a Ia vez, tanto el capital como los aborras que pro- Poreionaban capital fueron utilizados y retribuidos en forma simi- lar. Haba por tanto una tendencia hacia el uso Sptimo del trabajo ¥ del capital, dentro de las condiciones permitidas por el estado el arte industrial. Luego, mediante el heneficio del empresario se {ntrodujo una recompensa apropiada, y hasta generosa, para pro- ‘mover el perfeccionamlento de dicho arte Quiza precisatnente por parecer un claro lugar comin, los eriticos del sistema capitlista hhan solide menospreciar con pertinacia el apoyo que el sistema ha reeibido de sus propias realizaciones producivas.' No obstam. te, habia aspectes stimamente vulnerablesy falas que exigian una defensa especitica, neesidad cada ver mis evidente a medida que fue transcurriendo el siglo XI. Entre los problemas visibles sobresalia, en primer lugar la aterra- dora diferencia entre los salaries y el consizuinte nivel de vida de tos trabajadores por una parte y los ingresos y la forma de vivir de los patronos o capitalists por otra. Ya hemos visto qu en Jos primeros afios de la Revolicién industrial los hombres 9 muje- ves que acudlian a las ciudades industriales y a las fabrieas de In- slaterra y del sur de Escociatenian virtualmente la certeza de que Su existencia mejoraria. Las aldeas y las industria caseras que hhabian abandonsdo poseian las veniajas del encanta vecinal, los Paisajes rurales, la vegetaci6n intacta y el aire fresco por todas partes, es decir. un conjunto de eircunstancias que casi Gon ses. Fidad resultaron. més atractivas para los comentadores futures ‘ue para los participantes de la epoca. (Ast ha ocurride, por otra parte, con frecuencia. En general, no se compadece mucho a quie- res sulren grandes privaciones mientras desarrollan sus tareas aire libre, en campo abierto, como ha sucedide hasta hace poco tiempo con los pobres y en particular con los negtos en el sur de los Estados Unidos.) Pero andando el tiempo, el contraste entre ‘5 anterior estilo de vida y la existencia més favorable que habia ‘mpulsado hacia las fabricas a las generaciones precedentes fue atenudndose en el recuerdo y, simulténeamente, fueron dismins vyendo sus efecis, A raiz de ello, se empezo a prestar mayor aten hIstonIA DE LA HeoNOMIA 129 cin a la enorme diferencia en materia de bienestar entre quienes Aportaben su trabajo y quienes suministraban el capital industrial {Vdjereian la qutonded. Ahora la comparacién relevante no se e3- tableca con le que los wrabajadores tenian antafo, sino con lo que len el presente estaban recibiendo los demas.” [A rengln seguido venia la desigualdistbueién de poder propio el sistema. EI trabajador. ya fuera adulto 0 nito, estaba some- ‘ido a la diseipina que imponia ls dependencia del empleo, con Giciéa indispensable, si no para le préxima comida, deade luego para las necesidades bisieas de la supervivenein durante el mes Siguiente. Los medios para satsfacer esas necesidades podia ne- sarlos el patrono-capitalista cuando le pareciera bien, y legado el nso asi lo hacfa. De modo que la consecucnte referencia a la es Clavitud —elos esclavos del Salario»— no era una hipérbole ‘a tradicién clisica no fue completamente muda respecto de esta sombria realidad. Adam Smith, segin se recordard, observe que, mientras que no existian leyes contra las asociaciones de mer: ‘aderes o patronos para ejercer au fuerza coletiva, en cambio no habia al tolerancla para ins organizaciones de los trabajadores, John Stuart Mill. por su parte, formulé sina enérgica advertencia ‘acerca de la relaiiva impoteneia de los trabajadores, cucstion que pronto saldva a relucir-Poro en general, Ia tradicién clésica fue Fetioente en lo referente al poder, os decir, Ia eapacidad de algu- hos sgentes del sistema eeonémico para dominar 9 para consexuit de otro modo la obediencia de los demés, y el placer, presto y Iicro que ello implica. Esta reticencin persiste todavia. La bisque da del poder y de sus gratiiescones, tanto pecuniarias como psi- ‘quicas. sigue constituyendo ef gran agujero negro en la lines de lnvestigactén principal de I economia, Finalmente, a medida que iba transcurriendo el siglo XIX, y con mayor frecuencia durante las primers décadas del siglo XX ‘en 1907, 1921 y, obvi es decirlo, en 1930-1940, hizo su apari= én en escena el fenémeno denominado, segin el caso, panico, crisis, depresin o recesin, con su secucla de desempleo y de de- sesperaciin generalizada,fendmeno horrible y teoricamente incom- patible eon el sistema elésico, ‘Se prosentaba aqut un grave confico con Is teoria de la deter 130 sony kewwer catnastr minacién de los precios y salarios,y con la tcorfa central del valor ¥ de la dstribucion, teorias que colocan los precios y las remune: clones en el margen, la cual viene a signifiear que todos los pro- ‘ductos se venden y que todos los trabajadores estén empleades, hasta el margen. ¥ también aqui se suseitaba un conflita eon Ia ley de Say. Las mereanclas pot vender se Iban apilando; no unos ppocos aricules, sino un vasto excoso de oferta, una superprodue ‘ién generalizada. Y para esta oferta existia una palpable eseasez dle demanda, una obvia ineludible deliiencia de capacidad ad fqulsitiva. Empero, Is ley de Say era todo un pilar de la doctrina La desigual distribucign de la renta y del poder, y la ineapaci- dad de le toria clasica de asimilar las crisis 0 las depresiones, ‘eran los defectos pare los cuales se necesitaba una defensa, y ésta legs resuliar de urgente necesidad, pues tales defectos provace- ron fos dos ataques mis importantes que sufrria el sistema clés. 0. La desigual distsibuci6n de la renta (con la nocién impicita de ‘que el capitlisa disfrutaba de una plusvelia que en realidad per tenecia al trabsjador) y a desigual distibucién del poder, ineluido 1 que el capitalista posela en el Estado, serian la fuente y la sus- ncia de Ia Revoluciin marxista. La adhesion ala ey de Say, y la ‘onsiguiente incapacidad del sistema clasico de lidar con In Gran Depresion, seran las circunstancias conducentas a lo que, on cer ta exageracién, se denominaria la Revolucién keynesiana, Pero no fanticipemos Ia historia, Primero es necesario examinar cma la pro- pia tradicién clisica encaré la desigualdad y el poder opresiva, Ya hemos observado la defensa inicial postulada para el bajo sa- lario del trabajador en comparacion con les ingresos del eapi ta y el terrateniente: la culpa era del exceso procteador, del aban ‘dono con el que los trabajadores, las elases inferiores, como en- tonces se las llamaba, continuaban reprodueiéndose hasta ponerse ‘al margen de la subsisiencia. Este razonamiento, considerado a¢- tvalmente como una curiosidad histrica, por lo menos en los pat ‘es desarrollados, sobrevivia a mediados del siglo XIX. y aun mas tarde. En eu obra Principles of Political Economy, publicada por primera vez en 1848, John Start Mill atribuia con toda seriedad [a pobreza del trabajador, por una parte. a una inmutable ley de rendimientos decrecentes para la mano de obra. a medida que sban incorporandese mas operarios al aparato productive, y por att, isronia DE LA EeONOMIA 1 al desenfrenado impulso reproductivo de las maces. En esta misma ‘vena, predicaba lo siguiente: «Poca mejoria puede esperarse nla ‘moralidad mientras no se tenga, del ineremento de las familias na rmerosas, el mismo eoncepto que se tiene de la embriaguer o de otros excesos fisicos.»? Haabia pruebas muy plausibles que reforzaban este argumento te6rio. En la Irlanda de aquellos tiempos, y en forma similar, aun que menos notoria, en las Highlands de Escocia, era obvia Ia ten- ddencia de los habitantes a reproducirse hasta salirse de los mr- ones de subsistencia proporcionados por la patata. Durante la segunda mitad del siglo pasado, sin embargo, la idea de que la causa de la miseria de lot trabsjadores residia en sv irresponsable comportamiento sexual fue perdiendo influencia fn los paises industrials. En elect, cuando en aflos posteriores los salarios de la industria se elevaron por encima de los aiveles de subsistencia, result evidente que con la industrialiacién ur ‘bana iba produciéndose un descenso dela tasa de natalidad. Pero en los paises no industralizados de la actualidad, en lo que se ha dado en llamar el Tercer Mundo, los pobres, con su impulso pro- creador, contindan sobrellevande la responsabilidad de su propia pobreza. Y subsiste asimismo por Jo menos un eoo de la tooria en los paises industrales, especialmente en los Estados Unidos. Pero la procreacion excesiva no es lo que se considera un problema ac. talent, sino més bien la disposicion de las mujeres a tener hijos fen ausencia de un hombre que los mantenga. Esta explicacion cur ‘dra perfectamente con la gran tradieién de buscar las causcs de Ia pobreza. Ricardo, Malthus y Mill contiaGan teniendo una pre- sencia algo mis que fugitiva en los barrios negros de Bedford- Stuyvesant y South Bronx, y en las obras de los més empecinados cerfucos del estado de bienestar. La segunda defensa del sistema elisico provino de un sector ligeramente desplazalo con respeco a la corrente central de la cleneiaeconémica. Se trataba del utlitarismo, euya vor innovado- a mds respetada fue, indiseutiblemente, Ia de Jeremias Bentham (1748-1832) Allred Marshall lo consideraba wen términos genera: les cl mas influyente de los sueesoresinmediatos de Adam Smit Eile haces, 1308 rey {ow Keawerte caunatrn 1a defensa formulada por los beathamitas y los utilitarstas ieniicaba la felicidad 0 utlidad con vaquella propiedad de cual uier objeto por la cual tiende a producir benclici. ventajs, pla r, bien 0 felicidad» 0, que; en forma similar, evita el dato, el ‘olor, el mal la infelicidad+ De ello se deducia que la masimi- 2acion del placer 0 de la felicidad podia conseguirse, y en realidad ‘Se conscgula. con a maximizacién de la predaccin de bienes, que cera, como ya se ha visto, la procza irrefutable del nuevo indus lismo, Se dedicia, asimismo, que toda accion econémica o poli ‘a, conjuntamente 6 por separado, debia evaluarse rigurosament ‘atendiendo al efecto agrezado sobre dicha produceiin. Aquello que fomentaba la produccion era itl o benelicioso independientemen te de que redundars o.no en suirimientos incidentales para Ia minorias; la regla basics, que se reiterariainterminablemente. era la provisign de ela mixima felicidad para el maximo nimeron. De ‘modo que lx infeicidad de Iss minorias, por aguda que Tuera, debia, en consecuencia, ser aceptada. Y como asuinto de politica prictica, Jos utlitarisas, y los benthamitas en general, nunca du ddaron, en primer lugar, de que el principal objetivo de la humani- ddad era la biisqueda de la felicidad por parte del individuo y de los bienes que condueian a ese fin. y en segundo lugar. que dicha bisqueda tenia tanco mavor éxito cuanto menos fuese estorbada or orientaciones, intervenciones, resrieiones 0 regulaciones, ya fucran del gobierno 0 de otros agentes. Lo que habia que hacer era ponerse una coraza para no ser afectada por la compasién hacia fos pocos 0 por cualquier aecién en su favor— con el fin de 00 rmenoseabar el méxime bienestar de Jos muchos. El wtitarismo no se reducla a esto, pero con lo dicho se resume el nlcleo excep- ‘lonslmente duro de su defensa del sistema clasico y de sus pent lidedes. La Mlosoia utlarisia tuvo su expresién mis despladadaments 1 ‘gurosa en las obras de lames Mill (1773-1836). De su hijo mayor, lin hombre tan poderosa y prodigiosamente instruida como Joha Stuart Mill (1806-1873), provino su exposicin escrita mas mare isromta be LA HeoNOMA 133 villosamente articulada. ¥ también de John Stuart Mill, debe agre- arse, proviene una de las més convincentes expresiones de dude fn cuanto al Inevestionable mérito del sistema elasio, ‘Tanto padre como hijo, segtin se ha dicho ya, estuvieron em- pleades durante gran parte de sus vidos al servicio de la Compe fia Britiniea de las Indias Orientales. La Compan, con sus fan tones acumuladas en los aspectos gubernativo, militar y —con los mayores privlegios— en la esfera comercial, venia 4 const tir poco menos que la mas perfecta negacién imaginable de la tdhesion uliltarista al individuo, al interés privado y al laissez Faire. Esto no parece haberles oeasionado mayor preocupacion al padre nl al hijo, quizis en parte porque ninguno de los dos legs hnunea a ver personalmente las actividades de la Compania en la India. James Mill, autor de una obra clésica como La historia dle la India briténica, atacé enérgicamente las tendencias no uti- lita del sistema de clases, In estructura social y la religion indies ‘Como {ntime amigo de Bentham, James Mil sostuwo insisten- temente que cada individuo es responsable de su propia salvacién Yi cada persona se esfuerza por conseguila, se lograré la slva~ ‘iin de todos. Nadie podria afirmar que esta concepcion es per fects, pero segin dicho autor se acereaba a ello tanto como ers posible en un mundo imperfect, Una ver mis —repitienda una ‘observacion tan familiar que leva a resultar tediosa~ cabe rel Firee al eco modcrna de cea tesis «El sistema de la libre empresa, tiene sus penalidades, pero étas son el precio que pagamos por el progreso y por el bien general» Como puede apreciarse, In de fensa del sistema ccondmico ni siquiera en nuestros dias llega 8 suscitarargumentos novedosos. Una de las principales contribuciones de John Stuart Milla Is his: toria de la disciplina que culivé fue la que aporté como autor de lo que podria considerarse razonablemente como ol primer libro de texto de economia politica, verdadero jalén precursor en lo que Eich ed ce rds ete cee oi i ar tas Tn I Vinw rom the Seams ites, 134 sow kexivern GALARATTH se convertiria en una vasta, muy influyente y a veees remunerado- ‘a tradiein lteraria. Su obra Principles of Political Economy {ue efectivamente utiizada con ese fin, y su sobresaliente calidad lite- ‘aria no ha tenido rival hasta ahora Mill el Joven volvié a formular el sistema clisico en una ver sin més reflexiva v exacta que la de Smith y Ricardo, se adh 126 a la defensa dal utltarmo que habian asumido =i padre y Jeremy Bentham. Pero se trataba de un hombre sensible y abier to a distintas influencias humanitaras. algo no visto con buenos ‘00s por algunos de sus contemparaneos. Entre ellos, se puede men- Cionar al pensamiento socialists de su época y a las opiniones de Harriet Taylor, née Harriet Hardy, quien se casé con él en 1851 y Jo convenci, cosa extraordinaria en st Epoca, de que las mujeres debian gozar del derecho de voto. En el pensamiento de Jobn Stuart Mill desempetia un papel principal la indudable capacidad del sistema econsmice para pro- Aucir Bienes. conjuntamente con la pertinencia aparentemente in- ‘uestionada de la defensa wtitarista de dicha proera. Desde luego, hnabia quienes sufrin, a saber. quienes contribuian a la obra re Sultante sin verse recompensados on honores ni con remuners- clones, y a este respec Mill se rofugié en la suposicién de que las cosas andarian mejor en el porvenir. A'su entender, no podia cesperarse que la dvisién de la raza humana en dos clases heredi tanas, patrones y empleados, bubiera de mantenerse permanente mente. ¥ en el pasaje probablomente mis ctado de todos sus es rites, afiema lo siguiente: De modo que st hay que seg ene el comune, con todas sus oporunidades, y ef tstado presente de la sociedad, con to os, ss padecimienios e Injustiis: st la Iosttuesin de ln pro: Pleded.privada scarrea necesriamente la cansecvensn. de @uc produc del trabajo deba ser dstibuido como vemos que se hace en ln setwalidad, casi en proporcin inverse a la cantdad Ge trabajo, © sea, las parter mayorer a quienes nncn han ta bajado, las sigucates 4 aquelos cuyo taba ex cast nominal asi en ercaln descendent, con las remmuneraconcr digmimjen do's medida que el abajo va resullando mis duro y mie de. sigradable, asta que el trabajo corporal mis fatigeso y agota fdr no brinda siqutera a necesidad de poder hacer tente las ‘nds clementales necosdades de la via, entonces, sl hay que ce fir entre estoy el comunism, todas las Siuteades, grandes © vasronta px LA EeONOMIA ns més que polvo en Ia ba Sin embargo, Mill no era un revolucionario, y las biblioteeas ‘no corran ningin peligro al tener los Principios en sus estante- ‘as, Cela, en efecto, que el sistema clisio era brutalmente ins fo, pero que. como ya se ha observado, habria de mejorar. Hast fos eapitalistas se volverian més bondadosos. Mill hiza suya una resteictiva teoria de los salaries, una curlesidad histéria llamads, Ja teoria del fondo de salaros que sostenia que el capital propor- clonaba un total fijo de ingresoe para la remuneracion de todos los trabajadores y que se producia una inevitable disminucion de I cuota de cada uno al aumentar el nimero de quienes participa ban en la division, pero la abandoné en sus alimos clusion final fue que se estableceria un equilbrio “el estado estaclonario de Mill en el cual todos sobreviviran ‘con certo bienestary satisfaecién En esta forma, para resumir, John Stuart Nil snuness dramé- ticamente las penalidades que los utltaristas aceptaban como con dick necesaria para el progreso. Ya la ver, como To herian luego muchos de sus sucesores, formulé un lamamiento a la paciencia Y'la esperanza para mejor sobrellevarlas, Ee de suponer que este Femedio, como el conocimiento de ser sacrificado por un bien ‘mayor. nunca fue plenamente satisfactorio para los afectados, Y sin embargo, mis adelante legaria a formularse otra defensa todavia mencs atractiva, esta ver fuera de la corriente principal el pensamiento econdmico. Se trata de la contribucién de una nueva disciplna, la sociologia, euyos origencs se encuentran en un Autor tan impresionante por si enudicion y tan prolife como Her bert Spencer (1820-1903). Durante el medio siglo que durd su in- Nluencia, aproximadamente a partir de 1850, resolié maravillosa- mente el problema que planteaban los impotentes y los pobres, ‘especialmente aquellos que no podian sobrevivir en las condiciones {el empleo industrial y de las privaciones que lo acompafaban. Los pobresy los que no sobrevivian, en la cancepeién spence- ‘ana, eran los més débiles, y su estanasia era la forma utlizada 136 oun KENWETHE caLanarTH por la naturaleza para mejorar Ia especie «Me limito a levar ade Tante las opiniones del sefor Darwin en sus aplicaciones a la raza humana... Slo aquellos que progresan bajo (la presion impuesta por el sistema)... legan finalmente « sobrevivin.. Estos] deben Ser los selecionados de su generaciGn.t Fue Herbert Spencer, no Darwin, qulen legé al mundo la in mortal expresién «superviviencia de les mis aptoss. Tambign pres- (6 el servicio de haber insistido para que nada detuviera ni estor- bara este benigno proceso. «lin parte extirpando a los de miniino desarrollo, yen parte sometiend a quienes subsisten a la inexora- ble disciplina de la experiencia, fa naturaleza asegura el erecimien- to de una raza que es capaz 2 la ver de entender las condiciones de la existencia y de actuar sobre ells. Ee imposible suprimir en rade alguno esta diseiplina»” ‘Que el Estado no deberiaintervenir para enmendar el proceso de seleccién natural era, desde luego. cosa elemental e indiscut- dla; un poco mis dificil era decidir st debia serlo tambign la car ddad privada. Esta también nutria a los ineptos ¥ contribu Supetviveneia antisocial, peo, Finalmente, Spencer la admits. Su electo sobre el progrese Social era innegablemente adverso, pero prohibirle habria significado una restricein inaceptable a la liber: fad del eventual donante No se puede dejar de admirar la amplitud con que Spencer y cl darwinismo social contribuyeron a la defensa del sistema. La desigualdad y las privaciones se volvieron socialmente bentlicas Ja mitigacin de los sulrimientos respectivos se convirteron en un factor nocivo en la sociedad: los afortunados y opulentos no po- dian tener mala conciencia en absoluto, pues eran los benelcie ros naturales de su propia excelencia, y'la naturaleza los habia escoside como parte de un progreso inevitable hacia un mando mejor. ‘Las doctrinas de Sponcer constituyeron una fuerza de primer orden en su época, especialmente en Estados Unidos, En aquela, ‘epdblica todavia joven era tan féeil como conveniente ereer que quien no pudiera salir adelante era un ser pecullarmente indigno, tun baldén para la vara, que podia con justcia ser sacrifiado, Los ad Srertciprve on sats tha cece pines oo Wann rear hake susroRia Du 1A FeoKOMA 137 libros de Spencer se vendian en centenares de miles de ejempla- fers visita a Nueva York en 1882 asumi6 algunos aspectos com parables coo el advenimiento de san Pablo, o en nuestros dias, de {ina estrella del rock. Toda una generacion de estudiosos norte Imericanos se hizo oo de sus ideas. Uno de los mas ardients Megs {'proclamar que elos millonaries son un producto de la selecclon hatural. los agentes naturalmente seleczionados de la sociedad para determinado trabajo. Recibenelevadas renumeraciones y viven, fn cl ho, pero a la sociedad le conviene este traton.!” Este ju Sroviene de William Graham Sumner (1840-1910), profesor de ls Universidad de Yale y el més eminente de les darwinistas sociales hnorteamericanes. Como he dicho en otro trabajo, resultaba sats- Factorio que los hijos de los vicos pudieran ser favorecidos con tales ensefanzas."" Durante lor primeros decenios del siplo actual, el darwinismo social entrb en decadencia, Era demasiado conveniente para los Salortunados, y lleg6 a ser considerado como una excuse’ para la indifereneia ms que como un articulo de fe. Sin embargo, no de- 216 del todo, y todavia subsisten sus resabios. La pocion de ‘que la ayuda a los pobres perpesia su pobreza, y que seria mejor, {esde el punto de vista social. abandonarios al destino que les asi ni la maturaleza, continda emboscada en rincones de la opinion Dblica y del pensamionto privado. Es ésta la excusa técita (coin- ‘idente con la economia personal) para pasar de largo delante del tmendigo que extend su mano, La caridad es en cierto modo per= juicial La vor de Herbert Spencer puede también ofrse todavia cuan- do se opone poderosa resistencia al papel protector mas goneral del Estado, En st momento, reccionando contra In intervencion oficial en cuestiones tan diversas como las patentes para Ia venta licotes los relamentos saritaros la instruecin publica y otras, Spencer formula la siguiente advertencia: ela funcion del bers lismo en el pasado era la de poner un limite a los poderes de los reyes. La funcin del verdadero liberalismo en ef futuro seré Ia de poner un limite & los poderes de los parlamentos.»'? Hecha la sal- Aeeal See 138 Jon KENNET CALARAIEH vedad del cambio de significado de la palabra aliberalismo» en los Estados Unidos, el profesor Milton Friedman volié a formular esa ‘misma rellosin cen anos desputs, ‘Tuvieron lugar ademas otros dos alegatos de defensa de la fe cli- sica, uno de ellos desvanecido actualmente eas por completo, mien tras que el otro todavia ejerce cierta influencia. Villredo Pareto (1848-1923) provenia de una familia italiana con notorios antece- dentes poiticas y revalicionarios~"Sucedié a Léon Walras, cdlebre ‘exponente dela teria clisica del equilibriorcome profesor de eco nomi poltia en la Universidad de Lausana: conjuntamente con ‘otros, ambos dieron a dicha instituetén Ia fama de haber origino- do y albergado lo que llegaria'a llamarse wla Escuela de Lausa- han, Pareto se interes6 por una gran variedad de temas, en mate- ria de economia, sociology politica, y entre otras cosas procedis 8 correir, sin mayor trascendencia,clandlisis dela utilidad y del ‘equlllio dentro de la corriente prinipal del pensamiento esond- Inico! Pero para defender el sistema elisic, lo que se proponia ra preservar, dentro de éste, el concepto de la distibuctén de la Fenta, Remitiéndose a datos estadisticos clementales, incluidos los ‘que figuraban en las primeras recaudaciones del impuesto sobre Ta renta7sae6 la conclusion de que en todos los pales, en todo momento, os ingresos se distabukan de manera parecida. La curva aque indicaba las respectivas partcipaciones de los ricos y de los pobres permanccia basicamente inaterada. Si bien esta distribue fi6n no tenia nada de equitativa, reepondia sin embargo, en su ‘opinién, a la distribucién de Ia capacidad y del talento dentro det ‘orden Social. Quienes merecian la riqueza eran pocas, comparados ‘on la multiud merecedora de la pobreza, y por cierto que quie- hes merecian grandes fortunas eran poguisimes. Esta es la ley de Pareto sobre la distribuelén dela rentaAl igual que el darwinis- mo social, era quizk demasiado conveniente 0 lagrante; sv autori- dad como defensa del sistema clisleo ha perdido précticamente toda su fueraa, Entre otras cosasres evidente que la dstribucion 4e la renta puede modificarse para obtener una mayor equidad, Pero, una ver mas, se oven todavia ecos del pensamiento orginal: cn efecto, subsiste la noeién de que hay en el sistema ‘na. desi ‘ualdad normal que ests justifiada por la iniciativa y el talento La iltima defensa de la fees en nuestros dias més influyente tsronta OF LA economia be aula ley de Part. Nos rfee ala des de los economists 5 "duprime en elle todo sentido de cbliacon socal moa LIS Gis pueden andar menor que len, enon que eailalva ‘Gin hasta menct que tlrbloment, pero ita o es cueston JRaiereve al ceonomsta como tl Sh tal como pretenden Los SSsamits, economia ba de tet considereda como una cet vn au one de to ic nna, dry de = Palade del tistema, La mision del sconomista ex hacerse ‘yuo, analiza, desc, cml posble reduce Trmalas “uuemuticas ts hechos que estado, pero no proninear us strats i comprometrse ch nga otro asp. : Se durante le primera tad del igo poado esta euetn sable sido entrgicarentepanteada por Nasu Selo. Ast come restegncfn es una tenica separa de i atronomia ye! =5- ‘Sonam no proporconaarenaton para ptr ake as a= ientTau onto, la cenla dea econo pollen no lene nada eh er con cuesionce prasias morales. y coneruenemente ES SShomistas mo mecesian nt deben assorar 0 pronuncase Sobre suo tomas in cada posteriores se airmd con ferea ext rechazo de las costones ye ns uo prion, A elo contrib en gran ‘htcide Wiliam Stanley Jevons, quien. en su obra The Theory of Pate! Economy, Mego 2 dearer losguente: sha economia, s fade se en ebsolto na cnc, dcberd sr na cenela mate {ian Obvinment, low valor morales ben esluse de Una Slonis mates ts netaldady la adhesin leitimadors a la valde clenti- ca por conraponcin a ln roncupciona sociales eran espe- Sal ntucnda on nuestros da. Al desenpenar su Pape proen- fal; cl economita no ce ccupa de i joria dela benignidad rin economia tiie © nocd: acl, serfa near Ia mot ‘iba enfin, Denna ta injustice facaso del sisters Termular lie cultatives sobre in actvidad scontmica © pres {rb con demasada lgeeca medidas pare au maoramlent © Gra conducta que quede fera dela eeu enficn nln prices, posible que ee bien que no toes los ec vomit Se ntecsch por ctcatones morales Y seis, 0 $e 08 40 JOHN KENNETH GALMRAITH pen de temas aplicades. El resultado seria probablemente un cla- mor ensordecedor. Pero no debe negarse ia historia: la pretensién de la economia de ser una ciencia est firmemente arraigade en la necesidad de eludir toda responsabilidad por las insuficiencias y por las injusticias del sistema del que se ocupaba la gran tradi- cin elisica. Y todavia en nuestros tiempos continga sirviendo de defensa para una vida profesional tranquila y libre de contro- versias.

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